Emociones, protesta y acción colectiva: estado del arte y avances
Emotions, protest and collective action: state of the art and advances
Emociones, protesta y acción colectiva: estado del arte y avances
Aposta. Revista de Ciencias Sociales, núm. 74, pp. 32-62, 2017
Luis Gómez Encinas ed.
Recepción: 31/01/2017
Aprobación: 11/05/2017
Resumen: El estudio del papel de las emociones en la protesta y los movimientos sociales desde su inicio en los años noventa del siglo XX ha ido consolidándose y enriqueciendo la comprensión de la acción colectiva. Con este artículo se quiere proporcionar una revisión de las principales aportaciones teóricas y analíticas que componen este enfoque del estudio de la acción colectiva, con el objetivo de difundir el conocimiento de la literatura sobre emociones y protesta en la academia hispanohablante. La mayor difusión de esta literatura podría producir un incremento de análisis empíricos que ya están dando interesantes resultados para la comprensión de la acción colectiva –por ejemplo en América Latina–, y contribuir a la consolidación de este enfoque.
Palabras clave: Movimientos sociales, protesta, emociones, acción colectiva.
Abstract: The study of the role of emotions in protest and social movements from its beginning in the nineties of the twentieth century has been consolidating and enriching the understanding of collective action. The aim of this article is to provide a review of the main theoretical and analytical contributions of this approach to the study of collective action, in order to spread the knowledge of the literature on emotions and protest in Spanish academy. The wider circulation of this literature could produce an increase of empirical analyses, which are already providing interesting findings for understanding collective action –for example in several Latin American countries–, and contribute to the consolidation of this approach.
Keywords: Social movements, protest, emotions, collective action.
1. INTRODUCCIÓN
Desde los años noventa ha empezado a emerger un nuevo enfoque en el estudio de los movimientos sociales que analiza el papel de la dimensión emocional para comprender las experiencias de protesta. Las investigaciones acerca de este tema hasta ahora ha demostrado que las emociones son relevantes para explicar todas las fases de la movilización, como por ejemplo, la emergencia, consolidación y declive de un movimiento, o el reclutamiento; la formación y consolidación de la identidad colectiva; el papel del trabajo emocional en la protesta, así como la importancia de las emociones hacia las autoridades y el Estado.
A pesar de que este enfoque tenga orígenes anglosajones, siendo en Estados Unidos donde se han generado más contribuciones teóricas y empíricas, el análisis de la dimensión emocional, aplicado en distintos contextos y movimientos latinoamericanos, se ha demostrado útil para la comprensión de diferentes aspectos de la acción colectiva en América Latina. Las primeras investigaciones sobre el tema incorporaron el análisis de la dimensión emocional a otros enfoques teóricos, como por ejemplo el análisis de los marcos y de los procesos políticos. Cadena-Roa (2002 y 2005) analiza cómo determinadas emociones, como por ejemplo la indignación y el ultraje, juegan un rol importante en la emergencia e identidad de la Asamblea de Barrios en la Ciudad de México después del terremoto de 1985. Bayard de Volo (2006) destaca el rol del dolor en la formación de la identidad colectiva de las Madres de los Héroes y Mártires de la Revolución Sandinista en Nicaragua. Wood (2001) explica porqué en El Salvador a pesar de la violenta represión los campesinos seguían apoyando la guerrilla del FMLN. Erickson y Smith (2001) destacan como el proceso de reclutamiento del Movimiento por la Paz en América Central de EEUU es condicionado por determinados vínculos emotivos entre activistas centroamericanos y estadounidenses. Mientras, Adams (2003) evidencia el papel de las emociones para comprender qué pasa cuando un movimiento termina, aún siendo exitoso, analizando la experiencias de mujeres, las Vicarías de la Solidaridad, que lucharon en contra de la dictadura en Chile.
Además de esta literatura que contempla casos de estudio latinoamericanos, el nuevo ciclo de luchas que se abrió en América Latina a inicios del siglo XXI y que se caracteriza por ser protagonizado por subjetividades individuales y colectivas (organizaciones de campesinos, comunidades de indígenas, colectivos de sin techo, de desempleados, villeros, chavos bandas, estudiantes, piqueteros, cartoneros, amas de casas, etc.) hizo emerger otra forma de entender la acción política y social (Zibechi, 2006; 2007, 2008; Albertani, Rovira, y Modonesi, 2009; Regalado et al., 2012; Giarracca y Massuh, 2008; Holloway, 2009).
En ese contexto, se observa que los sujetos que dan vida a estas luchas utilizan las emociones como una herramienta política para crear, entre otras cosas, empatía y solidaridad con sus demandas. Un ejemplo reciente es el movimiento que emergió en México en solidaridad con las victimas de Ayotzinapa y que se caracterizó por lemas como “su rabia es la nuestra” y “su dolor es nuestro dolor”.
El hecho que las emociones hayan estado presentes en los discursos y estrategias de muchos movimientos actuales en América Latina se ha reflejado en la literatura que analiza el nuevo ciclo de movilizaciones, como por ejemplo, las protestas de Argentina en 2001 (Scribano, 2008, Faletti, 2008); la insurrección popular de Oaxaca en México (Gravante, 2016), los movimientos de victimas como el de Cromañón en Argentina (Zenobi, 2013) o el de Ayotzinapa en México (Poma y Gravante, 2016a); el movimiento mexicano del YoSoy132 (Fernández Poncela, 2013; García Martínez, Guzmán Sala, y Marín Sandoval, 2016); los conflictos en defensa del territorio (Poma, 2014, 2017; Poma y Gravante 2013, 2015a, 2016b, 2016c); y también la participación en organizaciones clandestinas armadas como las FARC en Colombia (Bolivar, 2006; Otero, 2006).
El creciente interés que hemos podido observar hacia el papel de las emociones en la protesta y los movimientos sociales, tanto en investigadores reconocidos como en estudiantes de grado y posgrado, nos ha llevado a proponer un texto en el cual presentar una revisión actualizada en español de las contribuciones teóricas principales del estudio de las emociones en la protesta y movimientos sociales. Además, la publicación reciente de revisiones sobre este tema, como Ruiz-Junco (2013), Flam (2014 y 2015) y Jasper y Owens (2014), muestran como esta línea de investigación, necesite todavía desarrollo teórico y trabajo empírico, para poder alcanzar el gran potencial que ha mostrado tener para la comprensión de la acción colectiva.
El artículo, que se suma a los esfuerzos de difundir y consolidar este enfoque analítico en español, como la revisión de Latorre Catalán, (2005), el capítulo de Scribano y Artese (2012), y las traducciones al español de dos trabajos de Jasper (2012a, 2012b), cuenta con dos apartados. En el primero se presentarán algunas referencias a la literatura que representan los antecedentes de los estudios de las emociones en sociología sobre las que se han apoyado los autores que alimentan este campo de estudio.
Luego, haremos una revisión de las principales aportaciones teóricas organizadas por décadas, ya que creemos que seguir una línea temporal pueda ayudar el lector a comprender la evolución de la literatura. Primero desarrollaremos las aportaciones de los años noventa, centrándonos principalmente en la propuesta de Flam (1990a y 1990b) y de Jasper (1997), desde cuya elaboración nace toda su amplia oferta de literatura. Como se puede fácilmente comprender, muchos de los conceptos inicialmente propuestos en la década de los noventa, han sido sucesivamente retomados y perfilados por los autores en la primera década del siglo XXI, en los que se publicaron muchas de las más importantes contribuciones.
Para concluir, presentaremos los retos que los principales autores señalan para el futuro próximo y los objetivos que creemos sea necesario ponernos en la académica latinoamericana.
2. ANTECEDENTES TEÓRICOS
El estudio de los movimientos sociales desde la década de los setenta se ha caracterizado por ser centrado en la estructura y la organización de las organizaciones de los movimientos sociales (OMS). Sucesivamente, los enfoques culturales que emergieron a partir de los años noventa, dedicaron mucha atención en los discursos y la identidad de los actores, pero sin incorporar las emociones. A pesar que algunos autores, como Aminzade y McAdam (2001 y 2002), Taylor (1989, 1996, 2010) han hecho el esfuerzo de incorporar las emociones en enfoques teóricos como la teoría de la movilización de los recursos y los enfoques de los procesos políticos y la contienda, han sido principalmente autores como Helena Flam, Jeff Goodwin, James Jasper, Francesca Polletta, y más tarde Deborah Gould los que han contribuido al desarrollo de una línea de investigación que además de ser culturalmente orientada incluyese las emociones.
Como muestran Goodwin, Jasper y Polletta (2000 y 2001) la ausencia de la dimensión emocional en el estudio de la protesta se agudiza con el marxismo y las teorías de los procesos políticos y de la movilización de los recursos a partir de los años setenta del siglo XX. Estos paradigmas negaron las emociones introduciendo la idea del actor racional para alejarse de enfoques como el del comportamiento colectivo el cual consideraba los que protestaban como irracionales y desviados. Fue solamente en la década de los noventa que, en sintonía con el giro cultural del estudio de los movimientos sociales (Johnston y Klandermans, 1995) el cual propone nuevos interrogantes e incorpora nuevas variables al estudio de los movimientos sociales, emergen análisis que incluyen la dimensión emocional en el estudio de los movimientos sociales y la protesta.
Los autores pioneros de esta línea de investigación se apoyaron inicialmente a trabajos sociológicos que ya trabajaban las emociones, como las propuestas teóricas de Hochschild (1975, 1979, 1983) sobre trabajo emocional 1 y reglas del sentir (feeling rules); Kemper (1978) con su modelo de estatus y poder (status y power model); Collins (1975, 1990); y Heise (1988) con la teoría del ‘control afectivo’ (affect control theory).
Estos antecedentes se pueden dividir en dos categorías: por un lado, un enfoque estructural que muestra que las emociones son determinadas de la estructura social, en el que destacan autores como Kemper (1978, 1981) a nivel macro, o Collins (1990) y Scheff (1990) a nivel micro. Por el otro, un enfoque cultural y constructivista, que considera las emociones como productos de la cultura (Hochschild, 1975, 1979, 1983).
Entre las aportaciones de estos autores, Heise (1988) muestra la relación entre cognición y emoción en la construcción de significados culturales –aspecto, que como veremos es relevante en el estudio de la protesta–. Kemper (1978) muestra que emociones como la rabia, la vergüenza, el miedo y la depresión están presentes en toda forma de subordinación. Por otra parte, el concepto de trabajo emocional de Hochschild, como también muestra Ruiz-Junco (2013), en el estudio de la acción colectiva, aunque de manera no sistemática, por varios autores ha sido aplicado por varios autores y ha desencadenado el trabajo sobre las culturas emocionales en los movimientos sociales (Taylor 1996, Taylor y Rupp, 2002). Entre las aplicaciones del concepto de trabajo emocional, además de demostrar que los que protestan pueden gestionar sus propias emociones a través del actuación superficial o en profundidad (surface y deep acting), destacan las investigaciones que han analizado el manejo del miedo (Goodwin y Pfaff, 2001; Flam, 1998; Johnston, 2014), la transformación del miedo en rabia (Jasper, 1997), de la vergüenza en orgullo (Gould, 2009; Groves 1997), del dolor a la rabia y de la rabia en dolor (Summer Effler, 2010). Enfocadas hacia el trabajo emocional que hacen las OMS, Reger (2004) ha analizado la canalización de la rabia en empoderamiento y acción colectiva, mientras Flam (2005) ha analizado los procesos de sembrar desconfianza, reapropiación de la rabia, contrarrestar el miedo y vencer la vergüenza.
A su vez, Taylor (2010) explica tanto como se inspiró a Hochschild (1979 y 1983) para desarrollar su concepto de cultura emocional (Taylor, 1996; Taylor y Rupp, 2002), y a Heise (1988) en el desarrollo de su contribución sobre el papel de las emociones en la construcción de la identidad colectiva. Como evidencia Flam (2015), el análisis de las reglas del sentir en el estudio de la protesta puede demostrar que los movimientos sociales, reinterpretando la realidad, no siguiendo las reglas del sentir o proponiendo nuevas reglas, desafían el estatus quo, produciendo un cambio social y cultural.
Finalmente, Collins (1975 y 2012), que como Jasper (2008) sugiere complementa el enfoque de Hochschild, ha contribuido con su análisis de la importancia de los rituales y de su habilidad de unir a los participantes y generar solidaridad. Por otro lado, Gamson (1992), ha servido de inspiración gracias a su análisis en el que reconoce el papel de las emociones en los procesos cognitivos, desarrollando el concepto de marco de injusticia (injustice frame), y dando profundo peso al sentimiento de injusticia que denomina como una “hot cognition”, algo muy emocional, que va más allá de “una evaluación abstracta acerca lo que no es justo” (Gamson, 1992: 32).
Hochschild con sus estudios demostró que las personas crean, manejan y transforman su sentir, sino también que ese trabajo emocional puede ser estratégico pero también inconsciente (Katz, 1999). Ruiz-Junco (2013) evidencia que la mayoría de los autores que estudian los movimientos sociales consideran el manejo de las emociones, siguiendo el construccionismo social, como un recurso estratégico y consciente, mientras solo una minoría también consideran que puede ser también espontáneo (Gould, 2009; Groves, 1997; Robnett, 1997).
Los estudiosos de los movimientos sociales que están incorporando la dimensión emocional, además, se diferencian en su mayoría de la sociología de las emociones por haberse concentrado no sólo en las emociones primarias o reflejo (Jasper,2006a y 2011), sino en diferentes tipologías de emociones, tanto que uno de los primeros esfuerzos de autores como Jasper (1997, 1998) o Goodwin y Jasper (2004) fue presentar las emociones relevantes en la protesta y sus efectos, y como escribe Gould (2009) de trabajar con matrices de emociones.
Esta diferencia nace del interés de no considerar las emociones como objeto de estudio, sino como variable explicativa para la comprensión de la acción colectiva, y también de la dificultad, evidenciada por Jasper (2011), de tener que usar el mismo término para identificar distintas emociones. Por ejemplo, hablando de rabia, no es lo mismo la rabia-coraje, que es más bien una respuesta rápida a un evento, que la digna rabia o la rabia organizada, que requiere un procesamiento cognitivo.
A partir de esta premisas, a continuación presentaremos las mayores aportaciones teóricas que han sido desarrolladas con el objetivo de construir un marco –teórico y analítico– en el marco del estudio de la dimensión emocional de la protesta.
3. LOS PRINCIPALES MARCOS TEÓRICOS SOBRE LAS EMOCIONES EN EL ESTUDIO DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y LA PROTESTA
Las emociones han sido incorporadas al estudio de la protesta para analizar distintas etapas y procesos que caracterizan los movimientos sociales. Como sugiere Flam (2005: 19) la mayoría de los estudios que incorporan las emociones al estudio de la protesta se han centrado en los procesos de la micro-política, y en particular en el rol de las emociones en la movilización (mobilizing emotions), y en cómo los movimientos sociales transforman y gestionan los sentimientos de sus miembros. En cuanto al papel de las emociones en la motivación a la acción, ya mucha literatura ha confirmado que cuentan con una gran capacidad explicativa tanto a nivel individual como colectivo (Aminzade y McAdam, 2001; Goodwin, Jasper y Polletta, 2001; Jasper, 2006a). A nivel individual las emociones motivan el activismo y permiten entender por qué los individuos deciden involucrarse hasta que los costes de la movilización puedan superar los beneficios (Aminzade y McAdam, 2001: 17; Goodwin et al., 2001: 5 y 9), mientras que a nivel colectivo crearían el ambiente favorable para el desarrollo de la movilización (Aminzade y McAdam, 2001: 17; Jasper, 1997).
Como veremos a continuación, las emociones “ayudan a explicar el origen, el desarrollo y el éxito o no del movimiento” (Jasper, 1998: 416-417), permiten comprender las divisiones y problemas internos de los grupos, lo que pasa cuando los movimientos terminan (Adams, 2003; Klatch, 2004); pero también la solidaridad y la unión entre los participantes, así como la construcción de la identidad colectiva (Polletta y Jasper, 2001; Bayard de Volo, 2006; Taylor y Rupp, 2002; Taylor y Leitz, 2010; Flesher Fominaya, 2010), y los impactos de la protesta en los sujetos (Poma y Gravante, 2015a y 2015b). Vamos ahora a ver el desarrollo de esta literatura en dos etapas: en los años noventa, en la primera década del siglo XXI.
3.1. LA DÉCADA DE LOS NOVENTA
Los años noventa ven la difusión de análisis que empiezan a incorporar las emociones en el estudio de diferentes contextos de lucha y protesta.
Además de investigaciones que se centran en algunas emociones en particular, como por ejemplo, la rabia (Flam, 2004) o el miedo (Flam, 1998), Helena Flam basándose en los trabajos de Simmel y Hochschild, propone (1990a y 1990b) y desarrolla (2000) una propuesta que complementa el modelo del hombre normativo y racional y que permite explicar algunos aspectos de la acción colectiva que las teorías anteriores no abarcan, como el problema del free-rider y los bienes comunes. En esta propuesta la autora hace hincapié en la importancia de las emociones como “potentes motivadores de la acción individual” (1990a: 45), e incluye el trabajo de Hochschild sobre trabajo emocional y reglas del sentir, a través del que muestra cómo el “hombre emocional” (emotional man) puede gestionar sus emociones, tanto que evidencia la diferencia entre el actor socializado (socialized actor), que sigue las reglas del sentir establecidas, el rebelde que las desafías y el estratégico que las aprovechas (1990a: 47). Flam (1990a), como sucesivamente Jasper (2011), también evidencia que las emociones siempre actúan mezcladas en la que la autora llama una “constelación emocional” que puede contener emociones que se contradicen entre sí, como amor y odio. Pero más allá de las emociones, como la misma autora sugiere, “el modelo enfatiza la importancia de las intenciones, el compromiso, las normas, acuerdos y persuasión en la etapa inicial y en la estabilización de la acción colectiva” (Flam, 1990a: 50).
Finalmente, Flam (1990b) evidencia la importancia de las emociones en actores corporativos, es decir, en las organizaciones formales y legales como partidos políticos, sindicatos, asociaciones profesionales y grupos de intereses, que además de todo lo demás, también son sistemas creados para “consolidar y direccionar” reglas emocionales, a través de la producción de emociones (1990b: 225). La autora por ejemplo, explica que uno de los propósitos de los sindicatos es “estabilizar y regular la solidaridad entre los grupos, y también inspirar y estabilizar la confianza pública” (1990b: 225). El trabajo emocional que estas organizaciones hacen y que crea nuevas reglas del sentir entre sus miembros, también puede convertirse en el objeto del descontento, explicando la disolución o la fractura que se pueden crear en los movimientos. Para concluir, Flam (2000) retoma esta propuesta teórica, que desarrolla y aplica en tres casos empíricos en los cuales se analiza cómo las emociones, los intereses y el mundo simbólico interactúan tanto en los procesos de conformismos como en las protestas, argumentando que tanto las estructuras sociales, las organizaciones formales como los movimientos sociales son permeados por las emociones.
En 1997, James Jasper publica The art of moral protest. El autor, partiendo desde una crítica profunda de la literatura clásica de los movimientos sociales, reivindica una visión “culturalmente orientada” del estudio de la protesta porque “a través de la cultura (la nuestra y la de los demás) interpretamos el mundo, definimos nuestro mundo” (1997: 10). Aplicando un enfoque constructivista de la realidad, Jasper considera a la cultura como “un conjunto de creencias, sentimientos, rituales, símbolos, visiones morales y prácticas culturales” (1997: 48). Según esa visión la cultura comprende creencias cognitivas, respuestas emocionales y evaluaciones morales.
Esta obra destaca por presentar la protesta como “la política fuera de los canales institucionales” (1997: 4), gracias a la que los seres humanos podemos “sondear nuestras convicciones y sensibilidades morales, articularlas y elaborarlas” (1997: 5). En esta propuesta no sólo es central la cultura “una de las dimensiones que el ser humano es capaz de cambiar” (1997: 11) sino también la biografía de los individuos y su creatividad (artful creativity), que “nos permite cambiar el presente no sólo en la protesta, sino en la vida social” (1997: 11). Su propuesta, que completa y complementa los enfoques tradicionales en el estudio de los movimientos sociales se basa en la idea que “para entender por qué y cómo la gente se organiza para protestar contra algo que no le gusta tenemos que conocer lo que valoran, cómo ellos ven su lugar en el mundo, qué lenguaje utilizan, qué etiquetas utilizan” (1997: 11). Jasper en su obra vuelve a poner el sujeto y la cultura -que comprende emoción, cognición y moral- al centro del estudio de la protesta como forma de hacer política ofreciendo un marco analítico más holístico que permite superar los límites de las propuestas anteriores que el mismo autor conoce y enriquece.
En cuanto al estudio de las emociones, esta obra es central ya que el autor propuso una primera clasificación de las emociones con sus posibles efectos (1997: 114) que más tarde organizó en diferentes tipologías: primarias afectivas (odio, hostilidad, disgusto, amor, solidaridad, lealtad, sospecho, paranoia, confianza y respeto), primarias reactivas (rabia, dolor, pérdida, ultraje, indignación y vergüenza), estados de ánimo y otras en el medio (compasión, simpatía, piedad, cinismo, depresión, despecho, entusiasmo, orgullo, envidia, resentimiento, miedo, terror, felicidad, esperanza y resignación) (1998: 406).
Unos años más tarde, el autor presentó finalmente una “una tipología básica de sentimientos basada en su duración y la forma como se sienten” (Jasper 2012a: 48). Defendiendo la idea de que “la discusión sobre las emociones en política se quedará en un desorden si pretendemos que sean una categoría amplia y homogénea” (Jasper, 2006a: 160), el autor propuso dividir las emociones en: impulsos, emociones reflejo, vínculos afectivos, estados de ánimo y emociones morales 2. Estas tipologías de diferencias por el grado de procesamiento cognitivo, mayor en las emociones morales, por la duración, las emociones reflejo son las más rápidas, y por ser o no dirigidas a un objeto, en este caso diferenciando los estados de ánimos de las demás emociones. Gracias a esta diferenciación entre los sentimientos que se pueden observar en las experiencias de protesta, ha sido posible determinar el papel de diferentes emociones en las dinámicas de la lucha social.
Definidas las tipologías que el autor propuso para identificar distintos tipos de emociones y su papel en la protesta, y recordando que además el autor habla de “baterías morales”, es decir, de pensar las emociones en parejas (vergüenza-orgullo, esperanza-miedo/ansiedad, amor-odio, felicidad-tristeza, seguridad-miedo, confianza-desconfianza, serenidad-rabia, etc.) según la idea de que “una emoción puede ser fortalecida cuando se compara, explícitamente o no, con su opuesta” (Jasper, 2011: 291), terminamos este apartado con unos conceptos que Jasper insertó en sus análisis y propuestas teóricas.
Un concepto que el autor propuso para el análisis de la protesta es el shock moral (moral shock) (Jasper y Poulse, 1995; Jasper, 1997, 1998, 2006b, 2011, 2013, 2014). El shock moral es la respuesta emocional a un evento o una información que tienen la capacidad de producir en las personas un proceso de reelaboración de la realidad. El shock moral resulta así ser una respuesta emocional que implica un elemento cognitivo. Como afirma Jasper, “la información o el evento ayuda a las personas a pensar en sus valores básicos y cómo el mundo diverge de esos valores” (Jasper, 1998: 409), y ese proceso de reelaboración se produce gracias a las emociones experimentadas por los sujetos, como pueden ser los vínculos afectivos o la sensibilidad hacia algunos temas que producen el choque.
El shock moral dependerá de la cultura, en la medida en que las emociones son también construcciones culturales 3, de los momentos históricos, ya que según la época el ser humano es más o menos propenso a aceptar o no su condición, a defender derechos adquiridos, etc., y finalmente de la biografía de las personas, ya que el shock moral depende de las expectativas del sujeto.
Este concepto, que desde su inicio fue pensado para explicar la participación de cualquier persona sin que tenga conocidos en el movimiento, ha sido usado en la literatura de los movimientos sociales tanto para demostrar el proceso de emergencia y reclutamiento, como la radicalización de la protesta (Jasper, 2014). Aunque como escribió el autor (Jasper, 2013) el moral shock no necesariamente cambia los valores e ideologías de las personas, sí produce una ruptura en su visión del mundo, clarifica y activa los valores subyacentes de la gente (Jasper, 2011: 293) y es motor para la acción, siempre considerado que en algunos sujetos pueda producir agobio, depresión y cinismo (Jasper, 2006b: 47).
En cuanto a las críticas que este concepto recibió, Helena Flam (2014, 2015) evidencia que además de haber sido utilizado como un “cajón de sastre” (2014: 312) ignorándose el sentido inicial, también tiene el limite de conectar directamente, de manera “fácil, auto-explicativa o inmediata” (2015: 2) el ultraje como respuesta emocional que influye en la participación. Para superar estos límites es necesario no considerar sólo el ultraje como respuesta emocional sino también otras emociones.
Acerca de la interacción entre todos estos tipos de emociones, apoyándose en Collins (1990), Jasper (1997) introduce el concepto de “energía emocional”, que luego retomará explicando que esta energía se difunde desde cada interacción y que transforma las emociones reflejo en estados de ánimo, en vínculos afectivos y en emociones morales (Jasper, 2011: 294). Este concepto es relevante porque nos recuerda que cuando se analiza el papel de las emociones en la acción colectiva no estamos considerando sólo la esfera individual, sino también la colectiva, en la que las emociones se fortalecen, se reelaboran y se contagian. Eso llevó a incorporar a los análisis las emociones colectivas (Jasper, 2013), que Jasper (1997) clasificó como compartidas y recíprocas.
Las emociones compartidas son las que los manifestantes comparten entre ellos, y que fortalecen los vínculos y la identidad colectiva (Poma y Gravante, 2016c). Un ejemplo de emociones compartidas son las que las personas experimentan en la protesta, como la alegría por una pequeña o gran victoria, o el miedo que se puede experimentar bajo la represión y que, como señalan varios autores entre los que destaca Della Porta (1995) –en su estudio comparado sobre las extremas derecha e izquierda en Alemania e Italia entre 1965 y 1975–, y Romanos (2011), fortalecen “las conexiones afectivas y morales de los más identificados con el movimiento” (2011: 100).
Las emociones recíprocas, por otro lado, son las que sienten unos con otros, es decir, “estos lazos de amistad entre miembros de un movimiento social (…) que animan la participación de las personas en el movimiento” (Della Porta, 1998: 223). Como escribe Silvia Otero sobre las mujeres que militaron en las FARC en Colombia “los fuertes sentimientos de solidaridad, lealtad y amistad encontrados permiten entender que la organización hace las veces de grupo social de base o patria social para los participantes” (2006: 179). Las emociones recíprocas se convierten así en el fundamento de la identidad colectiva –definida por Polletta y Jasper “una conexión individual, cognitiva, moral y emocional con una comunidad más amplia, una categoría, una práctica o una institución” (2001: 285)–, pueden fortalecer el grupo y evitar el agotamiento (Poma y Gravante, 2016c) y alimentar el compromiso de los miembros (Goodwin y Pfaff, 2001).
Resumiendo, las emociones colectivas se fortalecen las unas con las otras, “ayudando a formular significados y objetivos” (Jasper, 1997: 203), favoreciendo la solidaridad en el grupo y la identificación en el movimiento. Esas emociones juegan además un papel muy importante en el placer de la protesta (Jasper, 1997) y en la creación de una cultura del movimiento (Jasper, 1997: 207-208), y eso las convierte en un elemento clave para entender no sólo la motivación para la acción, sino también las dinámicas que permiten al movimiento o al grupo seguir adelante y fortalecerse. Jasper (1997) nos recuerda que en el análisis de estas emociones es muy importante la escala ya que las dinámicas emocionales no se desarrollan de la misma manera en grupos pequeños y grandes, así como hay diferencia entre grupos formales o informales, y entre contextos democráticos o represivos.
Hablando de la dimensión colectiva de las emociones recordamos que, entre las dinámicas que caracterizan las emociones, habrá que tener en cuenta el contagio emocional, es decir “el proceso por el cual los estados de ánimo y las emociones de un individuo se transfieren a las personas cercanas” (Kelly y Barsade, 2001: 106). Además emerge también en la literatura analizada la importancia de la empatía, como capacidad de sentir lo que los demás están sintiendo, emoción que como evidencia Ruiz-Junco (2013) es poco estudiada, aunque por ejemplo Flam (2000) ha evidenciado su importancia en la movilización.
En el análisis de la protesta la empatía es importante porque alimenta la indignación, por un lado porque la misma indignación “es una emoción que resulta de la empatía con los que sufren y de la evaluación de las razones de ese sufrimiento” (Cadena-Roa, 2005: 81). Por el otro porque la falta de empatía, por ejemplo del gobierno hacía ciudadanos que se sientan afectados o perjudicados puede alimentar la desafección hacia la política y las instituciones (Poma, 2017; Poma y Gravante, 2016d), proceso que también es alimentado por la frustración de no ser escuchados o la indignación y el sentimiento de traición experimentados por los ciudadanos que esperaban un apoyo de las autoridades que no se da (Jasper, 2011).
3.2. LA DÉCADA DE LOS DOS MIL
El milenio empezó con la aportación de Jeff Goodwin, James M. Jasper y Francesca Polletta, que editaron la obra Passionate Politics (2001), en la que hicieron el esfuerzo de coordinar distintos trabajos en los que se puede apreciar el papel de las emociones tanto en la aparición como en las dinámicas e impactos de los movimientos. El conjunto de análisis que compone el libro permite demostrar la relevancia de las emociones tanto en el reclutamiento, como en la consolidación y en la disolución de la protesta política.
Este libro es probablemente la obra más citada por investigadores que empezaron a incorporar las emociones en sus análisis de los movimientos y la protesta, porque incluye tanto colaboraciones de investigadores destacados que ya hemos recordado en la sección de los antecedentes, como Collins (2001: 27-44) y Kemper (2001: 58-73), como trabajos empíricos que muestran por qué y cómo las emociones son relevantes en todas las etapas de los movimientos, y en la comprensión de la cultura y los repertorios de los mismos. Los coordinadores evidencian además la importancia de considerar las emociones como constructos sociales y culturales en lugar de estados internos individuales y biológicos, una concepción constructivista que comparten los estudiosos de los movimientos sociales y las emociones, y que como ya vimos tiene su origen en Hochschild (1975, 1979, 1983). Para concluir, podemos decir que este libro representa la consolidación en el mundo académico del enfoque que incluye las emociones en el estudio de la protesta y los movimientos sociales.
A mediados de la década, Flam y King (2005) proponen una obra colectiva que tiene el objetivo de conectar el nivel micro-político de los movimientos sociales con el meso- y macro-político. Este libro trata la importancia de las emociones en la etapa inicial de la movilización y en la continuación; las dinámicas emocionales entre los que protestan, entre ellos y los espectadores y entre distintos movimientos sociales. Flam (2005) en el capítulo de su autoría, propone un marco teórico y analítico en el que identifica y analiza el papel de varias emociones en los movimientos sociales. En particular la autora propone un “mapa” de las emociones que sostienen la estructura social y las relaciones de dominación.
Flam (2005), apoyándose en Hochschild, con la que comparte la visión de las emociones como constructos sociales, culturales y políticos, propone una lectura del trabajo emocional como acción política que puede crear una cultura emocional anti-hegemónica. La autora hace hincapié también en la importancia de ciertas emociones, desde las contra-emociones subversivas (subversive counter-emotions) como el odio, el desprecio la rabia y la esperanza que los movimientos sociales van construyendo y dirigiendo hacia los oponentes, a las emociones que fortalecen las estructuras sociales y las relaciones de dominación (cementing emotions), como la lealtad, el amor y la gratitud. Además muestra como el miedo y la vergüenza también han servido y sirven para mantener unida la sociedad y sus relaciones de dominación.
En cuando a las emociones y su potencial movilizador, la autora confirma que mientras emociones como el cinismo y la resignación pueden desmovilizar, por el otro otras emociones como el ultraje o la rabia, que además es una emoción sancionadora (sanctioning emotion), pueden movilizar. Para la autora, la rabia es normalmente una prerrogativa de los poderosos, por esa razón ella considera necesario que los movimientos sociales se reapropien del derecho de sentir y expresar la rabia, así como de generar orgullo en lugar de vergüenza o culpabilidad, y de superar el miedo. Otra autora que analiza la rabia, pero en este caso en el movimiento feminista, es Holmes (2004), que critica el concepto de reglas del sentir de Hochschild y muestra que la rabia no es ni siempre movilizadora, ni siempre emancipadora. La literatura muestra que la rabia es una emoción central en el ámbito de la protesta y de los movimientos sociales, aunque come afirma Jasper “tenemos que conocer mucho más acerca de las varias formas que la rabia puede tener” (2014: 212).
Finalmente, criticando el concepto de liberación cognitiva de McAdam (1982) que el autor desarrolla a partir del proceso de transformación de conciencia y de conducta descrito por Piven y Cloward (1977), Flam (2005) propone el concepto de liberación emocional (emotional liberation), un proceso a través de cual las personas se liberan de las emociones que los vinculaban al estado y a las instituciones, creando nuevos vínculos emotivos (Flam, 2005: 31-32). En línea con las críticas de Flam y para colmar una de las lagunas en la literatura, en México, Gravante (2016), Poma (2017) y Poma y Gravante (2015a y 2016d), han analizado en diversos contextos de lucha la dimensión emocional del proceso de transformación de conciencia y de conducta (Piven y Cloward, 1977), que hasta ahora no había sido incorporada al análisis, ya que como recuerda Jasper (2014), Piven y Cloward escribieron en un periodo en el que los estudiosos de la protesta negaban las emociones.
Por otro lado, Verta Taylor y sus colaboradoras, en relación con el estudio de las emociones, demuestran cómo la cultura emocional del movimiento permite trascender los límites y las identidades nacionales (Taylor y Rupp, 2002); así como las emociones no sólo son centrales en la construcción y mantenimiento de la identidad colectiva, sino también frecuentemente manejadas estratégicamente por los actores (Taylor y Leitz, 2010). En otras palabras las autoras se unen a las voces de los que muestran que los movimientos usan y crean las emociones, las identidades, así como nuevas interpretaciones de la realidad. Taylor y sus colaboradoras fueron entre las sociólogas que llevaron en los Estados Unidos las propuestas europeas de la teoría de los nuevos movimientos sociales (Touraine, 1985; Melucci, 1989). Este enfoque teórico destacó la importancia de la identidad colectiva en el proceso de enmarcar la experiencia personal en un contexto de injusticia estructural (véase también el concepto de injustice frame, de Gamson, 1992), que Taylor y sus colaboradoras aplicaron en el estudio del movimiento feminista mostrando cómo las identidades colectivas promueven la solidaridad y justifican la acción colectiva (Taylor y Whittier, 1992; Taylor y Rupp, 1993).
Para concluir, un texto que muestra la consolidación y la relevancia del enfoque aquí presentado, es Moving Politics (Gould, 2009), libro en el que la autora analiza el movimiento ACT UP estadounidense, mostrando cómo las emociones hayan influido en cada etapa del mismo. Este libro muestra el papel de las emociones en la formación, ampliación, ruptura y declino del movimiento ACT UP, pero además muestra la importancia de las emociones colectivas en el placer de la protesta y en la formación y fortalecimiento de la identidad colectiva y del trabajo emocional.
En cuando a la comprensión del agotamiento que viven los activistas y de la disolución de un movimiento, la autora evidencia como en el caso de ACT UP el hecho que muchos miembros en los años noventa se alejaron de la idea de la liberación homosexual (gay liberation) centrada en reivindicaciones radicales y de la rabia como emoción que caracterizaba el movimiento, apostando por el reconocimiento y la aceptación social (gay right), hizo que muchos de los grupos se disolvieron.
A diferencia de la mayoría de los estudios que han incorporado el trabajo emocional en sus análisis, Gould (2009) hace hincapié en la dificultad que presupone transformar las emociones que desmovilizan en las que movilizan. Entre estas últimas encontramos por ejemplo, la rabia, el odio hacia los otros, y las emociones morales (ver Jasper, 2012a), mientras que entre las que desmovilizan está el miedo, la resignación, la impotencia, la culpa, hacia uno mismo en lugar de hacia los otros, y el odio hacia los chivos expiatorios (Flam, 2015).
4. CONCLUSIONES: RETOS A FUTURO
En los últimos veinticinco años el estudio del papel de las emociones en la protesta y los movimientos sociales se ha consolidado convirtiéndose, citando a Mario Diani (2015: 3), como uno de los “paradigmas alternativos” en el estudio de los movimientos sociales. Aún así, es un campo de estudio joven que requiere desarrollo y trabajo empírico y teórico.
Con el objetivo de difundir el conocimiento de esta literatura en la academia hispanohablante y teniendo como punto de referencias la acción colectiva desarrollada en América Latina, en este artículo hemos presentando las principales aportaciones que muestran cómo vínculos afectivos, emociones compartidas y emociones morales, que son los que Goodwin et al. (2000) identifican como las más relevantes en la protesta y los procesos políticos, puedan movilizar un sujeto, independientemente de su condición socio-económica o su identidad. De hecho, la identidad también se puede reelaborar durante la participación (Bayard de Volo, 2006), así como los redes sociales pueden no existir a priori (Jasper, 1997). La disolución o agotamiento de un movimiento también ha podido ser explicado a través de este enfoque (Gould, 2009), así como lo que pasa después que un movimiento termina, aún siendo éste exitoso (Adams, 2003).
Entre los límites que emergen en la literatura, uno ha sido el de considerar las emociones como objeto, de manera abstracta, sacándolas del contexto en las que emergen y del sujeto que las siente. Esto ha creado problemas en los análisis ya que puede llevar a afirmaciones generales como por ejemplo que el miedo es desmovilizador o la rabia movilizadora, que tienen que ser demostradas en cada contexto, ya que como se puede apreciar en investigaciones latinoamericanas hay miedos que movilizan y rabias que desmovilizan o que son contraproducentes en las luchas (Poma y Gravante, 2015b y 2016c). Esto nos reconduce también a las críticas hacia la definición de las emociones como positivas y negativas, ya que no existen emociones positivas y negativas en sí, sino que es el sujeto que atribuye un valor positivo o negativo a sus experiencias y emociones.
En cuanto a los retos a futuro, en las obras de Goodwin et al. (2000 y 2001) y en la más recientes de Jasper (2011 y 2014) y Flam (2014 y 2015), los autores, además de ponernos en guardia sobre las dificultades de incorporar las emociones al análisis, también nos guían hacia distintos posibles escenarios de investigación. Partiendo de preguntas como “¿Qué emociones se mezclan frecuentemente en la acción política?” o “¿Qué emociones influyen en el compromiso político?” (Jasper, 2011: 299) se pueden repensar los paradigmas clásicos del estudio de la acción colectiva, como la estructura de oportunidades políticas o los procesos de enmarcación, la formación de la identidad y los repertorios de la protesta, con el objetivo de “especificar la relación entre los procesos emotivos y las explicaciones existentes sobre la movilización” (Polletta y Amenta, 2001: 306).
Otro campo de desarrollo de este enfoque también tiene que ver con las técnicas de investigación. Junto con las entrevistas en profundidad y las encuestas, en el estudio de los movimientos sociales se han aplicado varias técnicas de investigación como el storytelling (Polletta, 2006), las historias de vida (Della Porta, 1990), la etnografía (Gould, 2009), el análisis longitudinal (Maney et al., 2009) y métodos comparativos (Walgrave y Verhulst, 2006). En el estudio de las emociones y la acción colectiva hasta ahora se ha privilegiado las entrevistas en profundidad, aunque como demuestra un reciente libro de Flam y Kleres (2015) se pueden aplicar muchas técnicas.
Finalmente, queremos terminar evidenciando la importancia de incorporar la dimensión emocional al estudio de movimientos sociales y protesta. Como destacado en la introducción, el ciclo de protestas que emergió en América Latina desde el inicio del nuevo milenio ha puesto en evidencia la riqueza de experiencias donde la subjetividad, la cultura y las emociones son centrales tanto en las prácticas como en los discursos, pensamos solamente al concepto de “digna rabia” revindicado por las comunidades zapatistas en Chiapas.
Las investigaciones que están analizando el papel de las emociones en estos contextos están mostrando que este enfoque permite aclarar y explicar muchas de las experiencias que estamos viviendo en América Latina y en otros continentes. Lo que se puede conseguir a través de una mayor difusión y aplicación en contextos hispanohablantes de los conceptos que surgen de la literatura presentada en este artículo es la posibilidad de poder contribuir al desarrollo teórico tanto de este enfoque como, más en general, del estudio de los movimientos sociales.
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Notas
Notas de autor
Información adicional
Formato de citación: Poma, A. y
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