Porque vivas nos queremos, juntas estamos trastocándolo todo. Notas para pensar, una vez más, los caminos de la transformación social

Raquel Gutiérrez Aguilar
Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla , México

Porque vivas nos queremos, juntas estamos trastocándolo todo. Notas para pensar, una vez más, los caminos de la transformación social

Theomai, núm. 37, pp. 41-55, 2018

Red Internacional de Estudios sobre Sociedad, Naturaleza y Desarrollo

La conflictividad y sus análisis desde los casos

número 37 (primer semestre 2018) - number 37 (first semester 2018)
número 37 (primer semestre 2018) - number 37 (first semester 2018)

Revista THEOMAI / THEOMAI Journal Estudios críticos sobre Sociedad y Desarrollo / Critical Studies about Society and Developmentt

Theomai

Para Carla, porque comparto la vida que en ella continúa Para Miztli, Deva y Luna, porque en ellas late el futuro que junto a sus madres construimos hoy

El 8 de marzo de 2017 (#8M) entre muchas y distintas produjimos un momento extraordinario. Ese día algo se quebró y algo (re)comenzó. A través de los pasos y las voces de varios millones de mujeres movilizadas en al menos 50 países y en cientos de ciudades para repudiar la violencia que impregna la vida cotidiana, proyectándola hacia la vida pública; se hizo evidente que desde abajo, desde los lugares más negados y silenciados de la vida social bulle una fuerza magmática de transformación cuyos alcances apenas atinamos a atisbar. El #8M fue un día de alegría y de lucha, y también de dolor convertido en enojo que, al expresarse colectivamente en las calles, hizo temblar el mundo. Sobre todo, hizo temblar las estructuras más íntimas de la dominación: aquellas que organizan la reproducción de la vida social a través de variantes del patrón heteropatriarcal de conyugalidad (Segato, 2017) que tan bien se engrana con la acumulación del capital y su violencia.

En el #8M algo se quebró y algo (re)comenzó. Bajo claves de análisis un tanto anquilosadas no se alcanza a entender el conjunto de contenidos puestos en juego a modo de desafío e impugnación al orden social capitalista y colonial cuya columna vertebral es la violencia contra las mujeres y contra los cuerpos feminizados, como nos explica una y otra vez Silvia Federici (2013). En las siguientes páginas haré un ejercicio inicial de reflexión sobre los contenidos de la transformación social en marcha abiertos por la fáctica insurrección de las mujeres, vinculándolos con los alcances prácticos de esas luchas2. Para ello, me concentraré en la manera cómo se vivió la experiencia del #8M en dos países, Argentina y Uruguay, e incluso en dos ciudades, Buenos Aires y Montevideo; pues en esos espacios se condensa, a mi modo de ver, la fuerza más profunda del desplazamiento tectónico que se está produciendo a nivel del planeta entero y, en particular, en América Latina.

Partiré de preguntas e intercalaré narraciones de algunos eventos con reflexiones de fondo de mayor alcance, también a modo de preguntas. No alcanzo a hacerlo de otra manera. La ola de rebelión y de crítica práctica a las violencias machistas, a todas ellas, está todavía reverberando en la estructura social, cimbrada en su cimiento. Son pues, las que siguen, notas sobre la marcha presentadas como empeño de empujar nuevos diálogos.

Las renovadas luchas en defensa de la vida: torrente de insurgencia que impugna a todos los niveles el nudo violencia y capital

El levantamiento del #8M se fraguó desde los lugares más negados, agredidos y obscuros del mundo social en América Latina. Sugiero nombrarlo como un levantamiento o una insurrección pues otras palabras nos quedan cortas. El acuerpamiento masivo, festivo y radical de muchísimas mujeres diversas es más que un “movimiento social”: es un desplazamiento colectivo y vertiginoso que va ocupando los espacios públicos abriendo un tiempo de rebelión. Es una revuelta que se ha ido gestando lentamente desde los hogares de jóvenes parejas precarizadas y su inestable equilibrio siempre bajo amenaza, desde las casas de las periferias donde se gestiona, estirando algún dinero difícilmente obtenido, la dureza de la cotidiana vida precaria, informal o ilegalizada y, una y otra vez se hilan sueños que se truncan. La rebelión se ha gestado también desde las peligrosas calles no pavimentadas de las llamadas “periferias urbanas” por las cuales, entre otras, transitan mujeres agotadas que llevan y cuidan niños, hijos, nietos y sobrinos, carnales o “postizos”, llevando y trayendo comida que en las casas habrán de preparar. Por esas mismas calles también caminan, peleando palmo a palmo contra el acoso y la amenaza, otras jóvenes mujeres que acuden a escuelas donde cada vez se enseña menos y se califica y examina más. Se ha gestado con fuerza en un abanico inmenso de grupos de mujeres, a veces explícitamente feministas -y a veces no- que han aprendido a tejer alianzas en muchos planos de la existencia. Desde ahí también se ha gestado el levantamiento habilitando espacios en los que se encuentran vidas diversas que comparten sufrimientos individualizados y vividos singularmente.

Justamente en esos miles de encuentros ha ido madurando el levantamiento, regenerando prácticas organizativas que se parecen más al proceso de ebullición de un líquido que a la construcción de una estructura. La clave que ha permitido destrabar toda esa energía vital contenida en el hartazgo y enojo de millones de mujeres, es el rechazo colectivo a la multiforme violencia3 padecida y soportada por cada una y, por tanto, por todas. De manera singular, cada quien ha acumulado su dosis de agresión, de frustración y de agravio a través de experiencias desagradables, cada una distinta y cada una, al mismo tiempo, similar. Ahora, colectivamente rechazamos ese continuum de violencia4. Esa energía telúrica, honda, añeja se ha desatado alentando el levantamiento. Por eso sabemos que “somos las nietas de todas las brujas que no pudieron quemar”, como se coreaba una y otra vez en multitud de plazas. Por eso en cada grito hacemos presentes a las asesinadas: para que aunque torturadas hasta la muerte sigan viviendo con nosotras.

En términos temporales un poco más largos, el levantamiento se ha gestado a fuego lento en miles y miles de reuniones y encuentros entre mujeres, formales e informales, para nombrar lo que ocurre y salir de la parálisis que produce la violencia desatada que, en última instancia, nos impone brutales feminicidios. Vale la pena explorar un poco todo esto pues un levantamiento no es algo que ocurre cual rayo en cielo despejado. Son al menos dos las vertientes donde se ha gestado el tiempo de rebelión que ahora habitamos. Por una parte, muchísimas mujeres desposeídas –o bajo amenaza de desposesión- de sus medios de existencia (De Angelis, 2012) y ferozmente explotadas5 han protagonizado, casi siempre iniciando y algunas veces dirigiendo, una amplia gama de luchas que de modo general –y sin ningún afán de borrar las especificidades- han afirmado que son luchas “en defensa de la vida”. Sí, de la vida amenazada por el capital. Defensa de la vida que es rechazo intransigente a la negación de la vida digna y también a la muerte impuesta por la destrucción de las condiciones mismas de regeneración vital –humana y no humana- que acarrean los ciclos enloquecidos de acumulación de capital en campos y ciudades. Así, han ocurrido en los últimos años cientos y cientos de luchas contra las represas y las mineras en defensa del agua, contra la fumigación con glifosato y otros venenos de los cultivos transgénicos de las nuevas plantaciones coloniales que ofenden nuestras geografías; contra la destrucción de espacio público o común para la construcción de carreteras y proyectos inmobiliarios. Este conjunto de constelaciones de luchas “en defensa de la vida” ha sido una escuela intensiva para muchísimas mujeres que se afanan para garantizar la reproducción inmediata de la vida propia y de los suyos.

La presencia masiva de mujeres en estas luchas está siendo leída, bajo cierta mirada, como el resurgimiento de renovados “feminismos populares6” puesto que, al desplegar sus acciones de lucha en defensa de la vida y politizarse aceleradamente, las protagonistas vuelven a confrontarse con la histórica articulación entre patriarcado y capitalismo. Violencia doméstica incrementada en los hogares de las luchadoras, agresión en espacios públicos por parte de “compañeros” contra las que se animan a tomar la palabra y defender sus puntos de vista, invisibilización de sus posiciones y sordera ante sus palabras han sido experiencias que las luchadoras “en defensa de la vida” han tenido que confrontar. De ahí la renovación de estos “feminismos populares”: añejos problemas de disciplinamiento y contención de las mujeres por parte de supuestos “pares” han reaparecido con intensidad. Y también, cómo no, discusión renovada sobre estas cuestiones que ha vuelto a alumbrar la discusión sobre la necesidad de la articulación específica de las mujeres para emprender sus luchas. El aparentemente antiguo tema de la “organización específica y autónoma” de las mujeres para garantizar las condiciones de su propia participación en la “lucha general”, tal como se discutió largamente en los setentas y ochentas del siglo XX ha vuelto a hacerse presentes en múltiples y diversas experiencias concretas.

En segundo lugar, el resurgimiento de tales “feminismos populares” o “desde abajo” comenzó desde hace varios años a desafiar y desbordar las prácticas de contención de la insurgencia de las mujeres, organizada a través de las dos grandes agendas institucionalizadas del feminismo oficial: la agenda de la equidad y la agenda de los derechos sociales y reproductivos. De ninguna manera estamos diciendo que tales agendas se hayan vuelto inútiles porque sus propuestas y demandas hayan sido alcanzadas. La vida social, pese a ser distinta en algunos de los rasgos de la estructuración sexo/genérica, continúa tan inequitativa y dura para las mujeres como hace décadas, más allá de que existan como lunares, algunas mujeres en cargos públicos y de representación7; mujeres, por lo demás, que las más de las veces se convierten en “varones honorarios” (Lonzi, 1978) comportándose como tales. A su vez, la cuestión de los derechos sexuales y reproductivos ha logrado inscribir en las leyes algunos derechos siempre regateados8 al mismo tiempo que se generaliza la violencia social e institucional con afanes disciplinadores.

El desborde e impugnación del feminismo institucionalizado desde las variadas constelaciones de feminismos populares, autónomos, comunitarios, indígenas, descoloniales y otros, ha renacido como una gigantesca empresa colectiva de producción de sentido. En los últimos años, así como hemos visto desplegarse el arcoiris de luchas en defensa de la vida protagonizadas –y a veces encabezadas- por miles de mujeres, también hemos visto surgir centenares de grupos de mujeres jóvenes que volvieron a reunirse para nombrar sus malestares compartidos habilitando “espacios de mujeres” de todo tipo. Estos “espacios de mujeres” han rehabilitado lentamente la radical práctica crítica del feminismo rebelde de hace décadas: el “entre mujeres”.

El entre mujeres consiste, básicamente, en la práctica cotidiana e intencional de generar vínculos de confianza entre mujeres diversas para generarnos fuerza y claridad, unas a otras, a fin de impugnar las mil formas de violencia y negación a través de las cuales se ejerce la dominación patriarcal cotidianamente en espacios privados y públicos. La práctica del entre mujeres habilita el ejercicio de la autoconciencia: nos permite a cada una reflejarnos en la experiencia de la otra y comprender que el malestar que sentimos y habitamos –siempre distinto, siempre similar- se origina en la violenta negación que hace de nosotras un mundo organizado en torno a una racionalidad masculino dominante que estructura el orden económico como negación del mundo de la reproducción de la vida y la vida política como práctica de representación. El proceso de autoconciencia que brota en el entre mujeres, convocándonos a “partir de sí9”, es decir, a expresar lo que percibimos y pensamos desde nosotras mismas, nos reafirma en nuestros modos diversos de sentir los eventos sociales cotidianos y de asignarles, por tanto, significado. Nos empuja a nombrar los variados modos de maltrato y jerarquización, invisibles o “insignificantes” desde otra racionalidad.

Así, en el “entre mujeres” formal e informal, a lo largo de los últimos años, en miles de reiteraciones de esa práctica que no son nunca idénticas aunque siempre mantienen algo similar. Se ha puesto nombre a la violencia vivida en privado desafiando las reglas de silencio del heteropatriarcado; se ha distinguido claramente la agresión constante experimentada en los espacios laborales, formales e informales, en la cómoda confusión masculina entre ámbito público y ámbito privado que se separa o superpone dependiendo de la situación. Hemos reflexionado largamente sobre la irritante disparidad de tareas a cumplir, sobre la violencia institucional que oculta cómo la diferencia se convierte en desigualdad y niega la violencia cotidiana de la inexistencia de espacios de pares. En ese caldo de cultivo y con esas herramientas se ha ido labrando y ha detonado la rebelión.

El “entre mujeres” generalizado y a diversos niveles practicado en las polimorfas y heterogéneas luchas en defensa de la vida –en toda su variedad- en América Latina, ha producido la energía suficiente para echar a andar la insurrección. Luchas en defensa de la vida en su conjunto, y sobre todo luchas en defensa de la vida propia negada con brutalidad en la contemporánea epidemia de feminicidios. Defensa de la vida y rechazo cotidiano y sistemático a la racionalidad masculino-dominante del capitalismo colonial más voraz que, justamente, amenaza la vida: en esos dos torrentes se ha generado la energía que hizo temblar la tierra el #8M. La violencia generalizada, la agresividad brutal del capitalismo y su racionalidad masculina-dominante, la ira y el afán de poder descontrolado de algunos varones que asesinan mujeres y destruyen sus cuerpos, las distintas clases de “pacto masculino” que garantiza impunidad a la agresión –desde la más “ligera” hasta la desaparición y el feminicidio- han operado, en esta ocasión, como catalizador de toda esa energía producida en la lucha cotidiana, en la autoconciencia y en los vínculos de confianza revitalizados entre mujeres.

Una rebelión contra las violencias machistas: ¿qué alcance tiene esta lucha?

Habitamos un tiempo de rebelión contra la violencia, contra todas las violencias machistas y contra la violencia capitalista que niega y agrede la sostenibilidad de la vida10 (Pérez Orozco, 2014). Un tiempo de rebelión contra la violencia, contra toda la violencia sentida en los cuerpos y soportada en la vida cotidiana y en los espacios públicos: hogares, escuelas, calles, mercados, fábricas, oficinas y universidades se han convertido en lugares de disputa. La revuelta no solo acontece en las ciudades, también la alimentan millones de mujeres que habitan en el campo: en las inmensas plantaciones de productos que no serán alimento cotidiano sino mercancías de exportación que cotizan en lejanas bolsas de valores, en territorios agredidos y degradados por sustancias tóxicas para la obtención de minerales o alrededor de ríos represados para imponer usos del agua decididos de manera ajena. Por eso la lucha contra toda esta violencia desatada es una lucha contra el capitalismo y su orden social, contra la negación de la vida toda y de la vida digna en las sociedades contemporáneas. Ese es su alcance práctico (Gutiérrez, 2009) que no cabe en ninguna plataforma de reivindicaciones, que no es expresable como “demanda” gestionable ante alguna institución. Aunque requiera, por supuesto, para continuar, abrir caminos y señalar pasos que permitan su continuado despliegue.

Las múltiples protagonistas de esta renovada ola de revueltas no habitan siempre un cuerpo de mujer, aunque suelen quedar colocadas en los lugares feminizados del mundo que son territorios de agravio, amenaza y, con frecuencia, de muerte. No sin dificultad, a través del entre mujeres que se esfuerza por lograr equilibrio entre emoción y razón, hemos producido sintonía entre mujeres, lesbianas y trans aprendiendo a (re)tejer vínculos entre jóvenes y mayores, entre quienes habitan diversos cuerpos feminizados, entre trabajadoras formales e informalizadas, entre citadinas, peri-urbanas y mujeres del campo. Al cultivar cercanías sin homogeneizarnos, distinguiéndonos y guardando distancia en lo que no compartimos, regenerando relaciones de respeto y abriéndonos a la posibilidad de la amistad, nos vamos haciendo fuertes entre todas. No en vano, en la movilización del 8 de marzo recién pasado en Madrid, una consigna relevante afirmaba “Juntas y fuertes, feministas siempre”, suficientemente abarcadora para contenernos a todas11.

Este acuerpamiento flexible y potente ha sido producido con bastante dificultad a través de muchas conversaciones, no siempre exentas de tensión, donde hemos colectivamente asumido la similitud de lo que nos agrede y amenaza en tantas situaciones distintas; las cuales, pese a todo, se estructuran y organizan, todas ellas desde una racionalidad masculina dominante –capitalista y colonial- que entreteje y conjuga variantes múltiples de explotación, despojo, insolencia, desprecio y muerte. No todas las posiciones que se debaten son plenamente compatibles, aunque hasta ahora la sintonía se ha producido practicando una forma de producción de acuerdo que consiste en cultivar la cercanía –entre diversas- y gestionar, simultáneamente, la distancia.

Esta es una inversión relevante en la manera de generar vínculos para la lucha. No partimos de la distancia para negociar después, dificultosamente, la cercanía que es básicamente el esquema de enlace alumbrado por la racionalidad masculina-dominante de la modernidad capitalista. Más bien, vamos expandiendo nuestra capacidad de politizar el malestar anidado en nuestros cuerpos en todos los lugares que habitamos, detonamos el repudio masivo a la violencia sistemáticamente padecida, básicamente porque entre nosotras vamos habilitando la regeneración de vínculos renovados e insólitos: la trabajadora sexual junto a la maestra, la mujer indígena junto a la trabajadora informal, la lesbiana junto a la madre de familia con una hija en la cárcel por hacerse un aborto, la trabajadora doméstica junto a la estudiante de doctorado que no hallará trabajo cuando obtenga el grado, la periodista junto a la prisionera, la sindicalista junto a la joven punk, la trans junto al ama de casa agobiada en un matrimonio heterosexual, la secretaria junto a la trabajadora de un taller clandestino o una maquiladora... y así sucesivamente12.

Si uno de los dispositivos de contención que ha instalado en la esfera pública la vacía democratización procedimental de la política es la segmentación a ultranza para el regateo particularista de derechos, la rebelión está recorriendo aceleradamente el camino inverso: anteponemos lo que compartimos y mantenemos la distinción y especificidad de cada quien. Por eso estamos aprendiendo a cultivar cercanía sin dejar de gestionar la distancia que evita la homogeneización y lo vamos haciendo para enfrentarnos a un asunto que en cada ocasión es particular y concreto, siendo al mismo tiempo ubicuo y generalizado: la violencia vivida contra nosotras, contra todas nosotras.

Leyendo en esta clave, es la amenaza brutal a la posibilidad misma de garantizar la reproducción material y simbólica de la vida lo que nos ha puesto a muchas en estado de alerta. La negación de esta garantía se fomenta por la voracidad del capital y por el vaciamiento de la vida política y sus escleróticos mecanismos democrático-formales. Estamos colectivamente abriendo el tiempo de la rebelión cuando la brutalidad parece convertirse en norma cotidiana: repudiamos todas las violencias que nos destruyen. Millones de nosotras – que, insisto, no sólo somos mujeres, aunque sí somos mayoritariamente mujeres- vivimos día tras día la brutal dificultad de garantizar la vida, la propia y la de las nuestras. Estamos hartas de soportar la explotación más enloquecida y la violencia más extrema, en calles y casas, en trabajos formales e informales.

En los últimos cuarenta años la explotación de todas nuestras actividades, el despojo de casi todas las creaciones nuestras y la bárbara y multiforme violencia contra la vida en su conjunto, caminan acompasadas por esas mismas calles obscuras, entran en las casas y vuelven agobiante y peligrosa la existencia. En este contexto ha reaparecido, masivamente, el grito feminista vestido de creativa insolencia plebeya tras un período de secuestro de nuestro enojo en agendas tan ordenadas y “decentes” como impotentes e inútiles. La vida en toda su ruidosa y exuberante variedad ha vuelto a las calles con nosotras gritando, una y otra vez que “vivas nos queremos”. Lo ha hecho, además, en un tiempo cuando el “ciclo progresista” parecen agotarse y el gobierno del país que tiene, entre todos los que hay, más capacidad para matar, para producir guerra, para aplastar la libertad es ocupado por un millonario que se exhibe, también, como una caricatura de patriarca. Es ahora, en este tiempo amenazador, cuando reaparece nuestro levantamiento en defensa de la vida, en contra de todas las violencias, para proteger y ampliar la autonomía sobre el cuerpo propio y sobre el de nuestras hijas e hijos. Reaparece, además, en forma de paro, regenerando una añeja herramienta de lucha del trabajo contra el capital. Al respecto, Verónica Gago, participante de la Asamblea Latinoamericana “Ni una menos”, enuncia de manera muy clara:

Desde octubre [de 2016] hemos instalado la noción de paro como una herramienta del movimiento de mujeres. Le dimos un uso nuevo, la actualizamos y ampliamos. Resignificamos la noción de paro de modo tal que incluya las heterogéneas realidades del trabajo formal, informal, doméstico y reproductivo, y las trayectorias itinerantes entre las economías populares, la desocupación y las distintas precariedades. Logramos así vincular las nuevas formas de explotación con la dinámica de las violencias machistas. Eso nos permitió salir del “ghetto” del discurso de género, cuando pretende convocarnos sólo a hablar de femicidios y a situarnos a las mujeres meramente como víctimas (Gago, 2017).

El Paro Internacional de Mujeres #8M es, pues, una marca relevante en un camino abierto de rebelión en marcha. En el corazón de la ola de insubordinación y movilización de muchas desde el comienzo ha estado, claramente, la lucha contra el feminicidio: esa forma irreversible y brutal de violencia contra nosotras. Comenzamos a movilizarnos cuando los asesinatos de mujeres se volvieron asunto cada vez más cercano y más frecuente. Epidemia letal. Violencia expresiva que enuncia en sangre y cuerpo torturado una advertencia contra la autonomía de nuestros cuerpos y también contra nuestra autonomía simbólica y material. En Argentina el enojo compartido dispuesto a intervenir en el espacio público se hizo plenamente visible desde el 23 de junio de 2015 (#23J) -repitiéndose un año después- reuniendo contingentes muy amplios de mujeres quienes decidieron ocupar el espacio público para enlazarse y manifestar en común su enojo compartido convirtiendo en fuerza el dolor. Enojo contra asesinatos brutales y también contra la violencia institucional que los deja impunes, dolor por la muerte sin sentido y también energía para generar autodefensa. Enojo contra la violencia permanente y multiforme que agrede la dignidad de nuestras vidas y también disposición de enlace para desactivarla. En Uruguay, por su parte, desde 2015 y a lo largo de 2016, proliferaron ruidosas y creativas acciones de repudio colectivo a los asesinatos de cada vez más mujeres: ningún feminicidio sin repudio, “si nos tocan a una nos tocan a todas”. Y ese “todas” incluyendo cada vez más y mas mujeres de todas las edades y profesiones.

En México, sumido de por sí en una espiral de violencia –permitida y alentada también desde el Estado- el 24 de abril de 2016 (#24A) muchísimas mujeres, lesbianas y trans nos movilizamos para repudiar el asesinato y la desaparición creciente de todas nosotras. Denuncias, foros, marchas, movilización en Guatemala, en Colombia, en Perú y en Bolivia, Brasil, Chile y Ecuador. América Latina pues, echando a andar, nuevamente, para nombrar la ola de muerte que se lanza sobre nuestros cuerpos, repudiando esa pedagogía de la crueldad (Segato, 2014) que busca paralizarnos. Ninguna agresión sin respuesta. Ni una menos. Vivas nos queremos. Voces y gritos enlazándose, retumbando en calles y plazas en una renovada práctica del encuentro y el apoyo mutuo. No estamos solas porque estamos juntas.

El alcance de esta fuerza subversiva y transformadora es inmenso. Silvia Federici (2013) nos ayuda a entender la profundidad de la impugnación en marcha al orden masculinodominante del capitalismo de origen colonial, dotándonos de un punto de partida para los argumentos críticos: uno que no invisibiliza el conjunto de haceres, esfuerzos y trabajos -y, por lo mismo, luchas- por garantizar las condiciones que permiten la reproducción digna de la vida humana y no humana. Más aún, Federici sugiere que ese ámbito social feminizado, negado y despreciado por la modernidad capitalista: el de los múltiples procesos creativos y productivos que garantizan la reproducción de la vida es el lugar desde el cual se puede pensar la transformación social con una mayor radicalidad. El Paro Internacional de Mujeres del 8 de marzo reafirma esta mirada. Los argumentos de Federici y las experiencias vividas el #8M impactan con fuerza en la experiencia de muchas de nosotras quienes, si atendemos su llamado, dejamos de vernos empujadas a segmentar la vida que vivimos, la única que tenemos, entre tiempos y espacios públicos y privados, distinción que diagrama un rasgo básico de los procesos de acumulación del capital y del poder estatal.

¿Por qué somos tantas, en tantos países, quienes estamos experimentando los argumentos de Federici como auténtica caja de herramientas para construir puentes entre diferencias y diferentes? Y cabe hacer notar que utilizo la palabra “experimentar” pues pretendo aludir a una situación que es, simultáneamente, intelectual y afectiva, corporal y racional. En Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria, su libro sin duda más conocido, más traducido y con más re-impresiones por la pléyade de editoriales independientes que lo han publicado y distribuido, Federici critica a Marx por invisibilizar el conjunto de actividades y esfuerzos que ocurren en los múltiples procesos materiales, emocionales y psíquicos que -tras la inicial ola de violencia que permitió la acumulación originaria del capital- quedan colocados entre la producción –de mercancías- y el consumo – también mercantil- de otras mercancías. Procesos y esfuerzos, por lo demás, que históricamente han sido realizados en su gran mayoría por mujeres, aunque no únicamente. Esto es, una vez que el trabajador ha sido separado de sus medios de existencia y ha entrado en una relación de asalariamiento –“el trabajador” en este argumento puede ser tanto un varón como una mujer, un gay, un trans, etc. Lo relevante no es el género –en un primer acercamiento- sino el lugar abstracto y vaciado que ocupa en la relación social capitalista- él recibe un monto dinerario a cambio de su fuerza de trabajo y, con ese dinero ha de garantizar su reproducción. Sin embargo, como decía algún feminismo de hace décadas, en sintonía con lo que también es expresado por personas que son parte de los pueblos indígenas: el dinero no se come, el dinero no quita el frío, el dinero no hace sanar, etcétera. Entre el proceso de producción y el proceso de consumo mercantil media un gran continente de esfuerzos, haceres, cálculos, energías: el continente del trabajo reproductivo que parece ser un “espacio invisible” desde ciertas miradas.

Silvia Federici, en su trabajo, nombra ese lugar y, por lo mismo, lo hace visible; después, explica por qué y para quién se volvió invisible y recupera las terribles experiencias que muchas mujeres tuvieron que padecer para que tal negación se impusiera como orden cotidiano. Recuerda la cacería de las brujas, alude a como se silenció la voz y la capacidad de muchísimas mujeres que nos precedieron en el tiempo, hace visible la brutal expropiación de un conjunto inmenso de saberes femeninos que pasaron a depositarse en otros sitios. Al nombrar e iluminar todo esto, al construir una explicación que “nos hace sentido”, como una y otra vez expresamos mujeres a cual más diversas, nos nutre a cada una, singular y colectivamente, de una capacidad renovada para hablar y expresar lo que, sin esos argumentos, es tremendamente difícil enunciar.

Desde esa enorme cantidad de energía vital derrochada por millones de mujeres para garantizar la sostenibilidad de la vida se ha impulsado el Paro del #8M y por eso los alcances prácticos de la impugnación lanzada al orden económico y político no son fáciles de comprender en toda su compleja amplitud. La movilización de las mujeres, su desafío al orden, el repudio y denuncia sistemática de la violencia padecida desordena la vida cotidiana tanto como interrumpe la producción de mercancías, altera la violenta cotidianidad de las jerarquías informales en la vida pública al mismo tiempo que repudia los asesinatos de mujeres. Desafía la racionalidad masculina dominante, que es a fin de cuentas la racionalidad de la acumulación del capital y permite vislumbrar caminos profundos para la reorganización general de las relaciones sociales a través de las infinitas maneras en que sabemos relanzar la producción de lo común13. Es tan amplia y tan honda la impugnación en marcha al orden social dominante que de manera repentina altera las jerarquías en las casas y en los trabajos, en el espacio público y en las camas. El alcance de la rebelión en marcha de las mujeres habrá que rastrearlo –y producirlo- en el cultivo y cuidado de los contenidos y horizontes de deseo puestos en juego.

La lucidez de las novedades organizativas que hemos gestado y cómo desde ahí se alimenta el horizonte interior de la rebelión en marcha

Tender los puentes entre tantas y tan diversas no ha sido sencillo. Abrir los canales de diálogo y acción conjunta obturados por cierto feminismo institucional, anquilosado y funcional al orden de cosas existentes no ha sido tarea fácil; más aún si casi todas estamos sepultadas por obligaciones interminables en las casas, los trabajos y las escuelas. Reuniones ríspidas y largas, desconfianzas que se han ido desactivando sólo poco a poco, esfuerzos inmensos por desplazarnos del lugar que se había fijado para nosotras: el de demandantes de derechos y seguridades imposibles. Atravesando ese bosque inmenso de dificultades ha renacido nuestra rebelión: el más potente torrente de impugnación contemporáneo al orden de violencia, despojo y explotación lo hemos abierto a punta de palabra, de acuerdo, de consigna creativa, de expresión precisa de lo que queremos y lo que no admitimos más. Superar la fragmentación impuesta desde el estado y las llamadas “agendas internacionales” ha sido muy complicado, hasta que logramos convertir nuestras diferencias en sintonía de diversas que lanzan su voz en escalas14 variadas, en coreografía plural que nutre y no separa: “Juntas y fuertes, feministas siempre”.

El 19 de octubre de 2016 tras la tortura y asesinato de Lucía Pérez en Mar del Plata, desde el sur del continente partió un grito desgarrado en repudio a la afrenta del dolor infinito que soportó, hasta su muerte, Lucía: hagamos un paro “contra los que nos quieren parar” decía el comunicado que lanzó la Asamblea “Ni una menos”, justo después del 31 Encuentro Nacional de Mujeres. Paremos el mundo para que se sienta nuestra presencia en él politizando nuestra ausencia. “Nosotras paramos para que no nos paren con su pedagogía criminal” decía el comunicado; añadiendo que “libertad implica desmontar definitivamente el patriarcado”.

Las compañeras argentinas alumbraron, convirtiendo el espanto del asesinato de Lucía en indignada fuerza colectiva, la íntima relación entre violencia y capitalismo, iluminándolo desde claves renovadas:

Nosotras paramos. Porque nos duele y nos indigna que en este mes de octubre [de 2016] ya se cuenten 19 muertas. Paramos porque para detener a la violencia femicida necesitamos plantarnos desde la autonomía de nuestras decisiones y esto no es posible mientras el aborto no sea legal, seguro y gratuito para todas. Mientras las variables económicas sigan reproduciendo la violencia machista: porque nuestras jornadas laborales son dos horas más largas que las de los varones, porque las tareas de cuidado y reproductivas caen sobre nuestras espaldas y no tienen valor en el mercado de trabajo. (Comunicado “Nosotras paramos”, 19/X/2016)

El desplazamiento en el modo de enunciar abrió enormes posibilidades de tejer de otro modo los hilos de las luchas en marcha: nos paramos juntas en el espacio público contra la violencia que se vuelca sobre nuestros cuerpos y lo hacemos desde la autonomía de nuestras decisiones. Ponemos nombre a nuestra enorme capacidad de trabajo, reproductivo, productivo y afectivo y, a través de esas palabras, asumimos nuestra propia fuerza. Asumimos y exhibimos nuestra propia fuerza. Tejemos la lucha contra la violencia feminicida con las otras múltiples y (re)encubiertas violencias (Rivera Cusicanqui, 2012) que amenazan y aniquilan nuestra existencia cotidiana, que secuestran nuestra capacidad de disfrute, que nos imponen una vida desgarrada la cual, si no la subvertimos tendremos que seguir nutriendo. No lo haremos: paramos. Basta. Así no continuaremos. Negación de lo dado y prefiguración de lo nuevo, tejidos ambos hilos en la colectiva acción de “parar”15.

Hilvanar la lucha contra la violencia, sea esta estridente o encubierta y ligarla a la lucha contra la explotación cotidiana y sistemática de nuestra enorme capacidad de trabajo, reproductivo, productivo y afectivo es un acierto colectivo, cuya capacidad de transformación todavía no alcanzamos a entender en toda su radicalidad. Desde ahí se va alumbrando un horizonte interior renovado que permite una comprensión inmediata de lo que está en marcha, generando sintonías cada vez más amplias, aunque al mismo tiempo es muy difícil de expresar. Es un horizonte de deseo que, por ahora, sencillamente expresa que lo que se busca cambiar es la vida toda. Hay que cambiar la vida, no únicamente el régimen político ni sólo el modelo económico. Hay que cambiar la manera de hacer todas las cosas para garantizar la sostenibilidad de la vida, para continuar la producción de nuevos vínculos. ¿Cómo ponemos nombre a tantos deseos? ¿Cómo expresamos esa lucidez colectiva en palabras que continúen haciendo sentido? Estas son preguntas que están latiendo en nuestros cuerpos, enlazándonos para perseverar en el esfuerzo por renovar caminos de transformación social en todos los planos de la existencia.

Gigantesca tarea que ha producido, al mismo tiempo, una forma renovada de intervención política que está mostrando su inmensa potencia, rebalsando todos los límites y compartimentos establecidos para contener y fijar el curso de la vida y la energía vital de acuerdo al orden masculino-dominante del capital y de la forma estatal de estructuración de los asuntos políticos. ¿Como se cambia todo? Esa es la pregunta que la insurrección de las mujeres tiene frente a sí. Nada más. Nada menos.

Sabemos que es éste un tiempo de lucha y transformación renovado. Sabemos que necesitamos rechazar, impedir, inhibir, desactivar, confrontar, bloquear los múltiples dispositivos de despojo de nuestras creaciones más íntimas y decisivas, de todo aquello que nos permite cuidar y regenerar la vida en su conjunto, la humana y la no humana. Requerimos por tanto acciones múltiples en casi todos los frentes, y requerimos ser capaces de sintonizarlas a modo de enorme coreografía. ¿Cómo lograremos expresar y dar curso a todo esto? Sabemos que no hay plataforma o agenda alguna que pueda contener nuestro más profundo horizonte interior, aunque percibimos que quizá convenga hilvanar alguna clase de síntesis parcial, haciéndonos cargo, eso sí, del peligro del ejercicio de síntesis que siempre deja algo fuera, que nunca alcanza a recubrir todos los hilos del deseo y, no olvidando nunca su carácter parcial, es decir incompleto, que se anima a nuevas aperturas.

Si expresar con palabras los horizontes de deseo y los contenidos más íntimos que bullen en la insurrección en marcha es algo infinitamente difícil, algunos de los caminos que podemos seguir para no eludir la tarea son, por un lado, el repaso cuidadoso a la regenerada capacidad que hemos alcanzado para nombrar –y alumbrar- el mundo que habitamos y, por otra, la atención, igualmente cuidadosa, a las formas de enlace y producción de vínculos mediante las cuales hemos abierto este tiempo de rebelión.

En relación a lo primero, un ejemplo elocuente lo vuelve a dar Silvia Federici. En múltiples diálogos con ella nos dimos cuenta y alcanzamos a nombrar cómo la violencia generalizada, a veces difusa, a veces virulenta contra nosotras en espacios privados es también la explotación cotidiana de nuestro trabajo reproductivo-productivo y afectivo: “a eso que llaman amor, nosotras le llamamos trabajo no pagado” (Tzul Gladys, Entrevista a Silvia Federici). Explotación del trabajo afectivo y reproductivo y violencia contra nosotras en el ámbito privado son una misma cosa y así se proyecta hacia el espacio público. La ola feminicida también ocurre para que las cosas se conserven de esa manera. Desarmar este vínculo entre “amor” y trabajo no pagado es, entonces, una tarea pendiente que necesitamos pensar. ¿Hay alguna manera de “traducir” esto en agenda reivindicativa? No, y de todos modos, requerimos hacerlo. ¿Cómo nos colocamos ante esa disyuntiva? ¿Cómo habilitamos los diálogos colectivos para que sean suficientemente fértiles y logren encarar la tarea? La disputa por el reconocimiento de renovados tipos y clases de familias, entendiéndolas no únicamente como agenda de derechos individuales en el marco del respeto a la preferencia sexual, sino como disputa por la legitimidad de otras clases de unidades sociales fundamentales para garantizar la reproducción inmediata y cotidiana de la vida es un camino a transitar. Lo relevante es que tal cosa no se inserte únicamente, es decir, no colapse de vuelta, en una agenda de reivindicación y demanda que, en primera segmenta y separa y, además, nos reinstala en condición de demandantes. ¿Cómo lo expresamos entonces?

Repasemos cómo hemos andado el camino hasta acá. ¿Cómo hemos producido la fuerza que nos ha llevado al #8M? Ante todo, compartiendo los agravios vividos y volviéndolos públicos. Repudiando públicamente lo que no admitiremos más y masivamente acuerpándonos para darnos fuerza entre diversas. Compartir los agravios vividos para resignificarlos y politizarlos es la clave del entre mujeres. Es así como masivamente distinguimos y enunciamos que la violencia generalizada soportada en espacios públicos se vincula con la agresión a nuestras creaciones colectivas y se sirve del cansancio creciente que sentimos viviendo vidas ultra-explotadas en campos, talleres, mercados, fábricas, oficinas y escuelas. Así hemos alumbrado y comprendido que explotación creciente de todas nuestras capacidades y fuerzas y violencia brutal contra nosotras son una misma cosa. ¿Formamos entonces una especie de “sindicato social” de las mujeres que integre todos los trabajos? Puede ser un camino, pero seguramente será también insuficiente.

Hemos llegado al Paro Internacional de Mujeres del 8 de marzo de 2017 también a partir del conocimiento que hemos auto-producido, de la forma de comprensión renovada que nos permite anticiparnos a los agravios, producir acuerdos y hacernos fuertes. Y eso lo hemos producido en el entre mujeres: no en la organización formal de las diferencias. Rebasando la deriva de convertirse en espacios privados de apoyo mutuo, siempre presente en el entre mujeres, hemos generado capacidades colectivas para la intervención política. Mencionar lo anterior no quiere, ni por un instante, restar la importancia a tales espacios privados de apoyo mutuo que, en más de una ocasión han sido vitales para cada mujer singular. Quiere decir, únicamente, que una invisible red de interdependencia vivida únicamente como contención ante la adversidad de la explotación y la violencia impuestas está siendo capaz de acelerada politización.

Un caso extraordinario en todo eso lo han protagonizado las compañeras acuerpadas en el Colectivo Minervas, espacio feminista popular del Uruguay. Nacido inicialmente en 2014 como “espacio específico y autónomo” integrado por compañeras que militaban, por aquel entonces, en una organización política de izquierda mixta, pusieron en marcha un fresco feminismo autónomo y “desde abajo” gestado a partir de reuniones semanales para la autoconciencia. Sus encuentros abarcaban un abanico muy amplio y diverso de temáticas: desde la coyuntura política sobre algún punto específico o la clausura cada vez mas cierta de las aperturas alcanzadas en el llamado “ciclo progresista”, hasta la ubicuidad de las formas de violencia en espacios públicos o las jerarquías informales en las organizaciones de izquierda; partiendo siempre, eso sí, de poner en común como se sentía cada quien. Esta forma de generar vínculos, de equilibrar y significar percepciones sentidas con el cuerpo y de producir razonamiento y crítica anclado simultáneamente en emoción y razón es una de las más potentes (re)creaciones organizativas de los últimos tiempos. Fue así como comenzaron a politizar la vida toda y a diseñar sus intervenciones públicas centrándose en el repudio al feminicidio, a cada uno de los feminicidios que ocurrieron en Uruguay en estos años. Mujeres que son parte del Colectivo Minervas cuentan que en el Encuentro de Feminismos del Uruguay, realizado en noviembre de 2014,

resolvimos que ante cada feminicidio o episodio de violencia extrema contra una de nosotras, saldríamos a la calle a mostrar nuestra indignación y nuestra rebeldía [...] Ante el aluvión de violencia machista hubo ocasiones en que salimos a la calle a razón de una vez por semana (Blanco, Menéndez y Migliaro, 2016)

“Comenzamos siendo unas cuantas en la calle rechazando la violencia. De 15 luego fuimos 200 y luego miles y miles”, añade Mariana Menéndez (Entrevista, 22/03/2017). El grupo feminista Minervas se articuló posteriormente con otros grupos más formales –y no tanto- en la Coordinadora de Feminismos del Uruguay. Ellas, no importa que más estén haciendo o en qué nuevas luchas estén participando, mantienen el espacio y el tiempo para su “entre mujeres” periódico. Han tenido que hacer adaptaciones cuando llegaron a ser demasiadas en un solo espacio. Reiteraron su experiencia en otras ciudades de ese país donde el enlace y el acuerpamiento para la producción de sentido y capacidad de lucha se producen de forma análoga aunque específica en cada situación. Así han ido sorteando los problemas y ganando aplomo y capacidad de impugnación al orden existente, al tiempo que su lucidez y su trabajo se incrementan16. Ellas han sido vitales para la contundencia de la movilización del #8M en Montevideo: quizá la más grande de la que se tenga recuerdo en ese pequeño país del Río de la Plata.

Destaco la experiencia de Minervas en Uruguay no porque sean únicas y ejemplares – que también lo son- sino porque en ella se condensan y expresan de manera muy clara y abiertamente intencional, rasgos fundamentales del tipo de prácticas organizativas que se han generalizado en casi todos lo sitios donde se ha hecho presente con fuerza, la impugnación insurrecta de las mujeres a la racionalidad masculina-dominante que entrampa la lucha social en toda su variedad.

La dinámica del enlace para la producción colectiva del #8M, en la mayoría de los casos, tiene similitudes con lo descrito para Minervas aunque quizá no se piense explícitamente de esa forma. Por eso el malestar vivido se ha hablado de tan diversas maneras expresándose en muy variadas consignas que tensionan razón y emoción. Las diferencias que convergen y cooperan se cuidan colectivamente buscando que no se conviertan en jerarquía y desigualdad. Se ha producido entonces una renovada capacidad de incluir(nos), de autoproducir(nos) inclusión sin necesariamente colapsar en voces “autorizadas” y “únicas”, aunque esta amenaza está presente. Renovación pues, de la política y lo político por el camino de dotarnos de inéditas figuras organizativas, que son a la vez flexibles y claras exhibiendo gran capacidad de intervención política y que, hasta ahora, lo que han logrado producir es una ola de impugnación al “sentido común” abriendo la posibilidad de consolidación de un nuevo “sentido común de la disidencia” que, desde la voz propia proferida desde múltiples lugares feminizados de la realidad social se propone “cambiar la vida”. Repolitización de la lucha en la calle desde la vida toda. Impugnación de fondo.

Algo muy hondo está ocurriendo pues, como expresa Rita Segato (2017), “mientras no desmontemos el cimiento patriarcal, que funda todas las desigualdades, ningún cambio relevante será posible”. Y justamente, juntas en las calles, deliberando y generando vínculos en casas, mercados, talleres y plazas, aprendiendo también de lo que sentimos, poniendo el cuerpo todo y no sólo la razón para parir las convocatorias y los manifiestos, confrontando paso a paso la violencia en todas sus variedades: así estamos desmontando el cimiento patriarcal del orden social capitalista y colonial.

Por eso mismo nuestras acciones colectivas adquieren la forma de desborde y de desorden. Lo que queremos no cabe en la ley ni mucho menos en tal o cual política pública, sin dejar de saber la importancia de, también, consagrar derechos que después tendrán que seguir siendo peleados; de impugnar jerarquías en el espacio público y de defender recursos materiales que hagan menos dura la existencia. Camino, por lo mismo, lleno de dificultades.

Continuar explorando, enlazando y expresando nuestros deseos puestos en marcha en la lucha contra la violencia, aprender de lo experimentado en los días de movilización como libertad, como alegría recuperada en medio del dolor y el enojo es vital para seguir alumbrando y precisando el horizonte interior de nuestra propia capacidad de lucha, para esclarecer sus contenidos y diseñar los pasos múltiples, los desplazamientos necesarios que nos alejan del incómodo lugar que el patriarcado nos ha asignado a cada una. Se abre así una renovada “política del deseo” que es distinta y contradictoria con la actual “política de los derechos”. La política del deseo, la política hablada y practicada “en femenino”, esto es, aquella que subvierte razones y creaciones de una historia narrada en clave “masculinadominante” se propone trastocarlo todo. Este tiempo habitamos, esos enormes desafíos están ante nosotras.

Bibliografía

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VARELA, Nuria: Cansadas. Una reacción feminista frente a la nueva misoginia. Madrid, España, Ediciones B, 2017.

Notas

2 La estrategia teórica que utilizaré a lo largo de las siguientes páginas para la comprensión del despliegue del horizonte de sentido que se anida en la insurrección en marcha de miles de mujeres, consiste en contrastar sus alcances prácticos –esto es, documentar las transformaciones y desafíos que lanzan al orden social en diferentes planos- con los horizontes interiores que se vislumbran y gestan al calor de la propia lucha desatada –los contenidos políticos de impugnación al orden económico y social que se ponen en juego y los desafíos a la relación mandoobediencia. Tal estrategia sirve para alumbrar lo que se va produciendo, casi siempre de manera vertiginosa, en momentos de condensación de masivos esfuerzos de lucha. He reflexionado ampliamente sobre este “artefacto metodológico” en Gutiérrez, 2009 y 2015.
3 El estudio sistemático de la violencia contra las mujeres (VCM) ha estado en el debate académico y político al menos desde comienzos de los 90, cuando Russell & Radford publican por primera vez Femicide: The Politics of Woman Killing (Russell & Radford, 1992).
4 Itandehui Reyes (Reyes, 2017) recupera y discute la idea de continuum de la violencia contra las mujeres destacando la gradación de aquellas violencias aparentemente menores de las más extremas y enlazándolas desde una perspectiva no estado-céntrica. Según Reyes, la idea de continuum alumbra el hecho que detrás de la impunidad sistemática frente a los asesinatos de mujeres, existe un orden social históricamente estructurado que continúa estructurando las relaciones de género de manera violenta.
5 Más adelante discutiré con cierto detalle tanto el contenido ampliado de la lucha contra la explotación que también están protagonizando las mujeres en tiempos recientes, como la renovación en marcha en la comprensión de este clásico término marxista para la intelección de las luchas.
6 La formulación “feminismos populares” está en la discusión colectiva en América Latina al menos desde 2014. En Quito, Ecuador, se celebró ese año un “Encuentro de feminismos populares” que reunió a mujeres luchadoras de diversos sectores (de movimientos urbano-populares –expresándome en clave mexicana-, de comunidades afectadas por proyectos extractivos de diverso tipo, de las llamadas “economías informales” –en ciertos países- y “economías populares” –en el caso argentino y parcialmente en Boivia) y de múltiples procedencias nacionales (Colombia, Venezuela, Ecuador, México, Bolivia, Perú y Costa Rica, entre otras). Ese encuentro fue auspiciado por la Oficina Andina de la Fundación Rosa Luxemburgo.
7 Una excelente diagnóstico de los múltiples asuntos pendientes, vistos desde la agenda de la igualdad para el caso del estado español, está en Varela, 2017.
8 El caso de la “legalización” del derecho a la interrupción del embarazo en Uruguay es paradigmático pues la Ley 18987 combina el reconocimiento “disminuido” de un derecho –en tanto a la vez lo tutela en términos de prescripción de un único protocolo legítimo y legal para ejercerlo- con la penalización del hecho de interrumpir el embarazo por fuera de ese canon. Sobre esta temática vale la pena releer el clásico No creas tener derechos firmado y editado por la Librería de Mujeres de Milán, 1991.
9 Para una explicación más amplia y detallada de las estrategias feministas para la producción de vínculos y equilibrios ver Rivera Garretas, 2002. En este texto, Rivera Garretas habla del “partir de sí” para habilitar los vínculos “entre mujeres” de tal manera que: “la palabra se usa y la política se hace no para representar a las cosas [....] sino para manifestar o para cambiar una relación entre sí y lo otro de sí, e incluso entre sí y sí.” Rivera Garretas, 2002: 44.
10 En el seminario “Entramados comunitarios y formas de lo político” del Posgrado en Sociología del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma de Puebla –del cual soy parte- dialogamos con las ideas de Amaia Pérez, de Silvia Gil y, en general, con el trabajo de Precarias a la deriva. Sobre todo, aprendemos de su manera de articular la noción de “interdependencia” para profundizar nuestra propia reflexión sobre la gran variedad de tramas comunitarias que garantizan la reproducción de la vida humana y no humana. De ahí que la forma en que nosotras vinculamos sostenibilidad y reproducción de la vida no es exactamente igual que la de Amaia, aunque hemos aprendido mucho de sus aportes.
11 Agradezco a Pilar García haberme hecho notar este rasgo relevante de la lucha actual y del modo como se habilitó la sintonía entre diversas en el caso de heterogéneas luchas feministas situadas en Madrid. Por lo demás, una interesante reflexión que desde otro flanco dialoga con lo que acá se expone puede buscarse en Birulés, 2012.
12 A lo largo de los últimos años, tanto en Puebla, ciudad donde habito, como en casi todos los lugares donde he sido invitada a dar pláticas y compartir reflexiones –Ciudad de México, Quito, Buenos Aires, Montevideo, Guatemala, Caracas y también en Madrid, Barcelona, Iruñea y otras ciudades del Estado español- he ido encontrando este mismo patrón de traslapamiento, hibridación, promiscuidad y desplazamiento de lugares e identidades “feminizadas” o “no masculino-dominantes” que alienta lo que podríamos llamar “convergencias insólitas” y produce, en cada sitio a su manera variantes del “juntas y fuertes feministas siempre” al que he aludido en una nota anterior.
13 Una reflexión más amplia sobre los caminos de transformación social que ponen en el centro la reproducción de la vida la hemos desarrollado en Gutiérrez, Navarro y Linsalata (2016).
14 El uso del término “escala” tiene acá un doble sentido: el del tamaño o amplitud de los vínculos y acuerdos generados y, sobre todo, uno relacionado con la música, que convoca a estar atentas al tono de la voz.
15 Ana C. Dinerstein (2016) es con quien más cuidado ha reflexionado sobre este doble contenido de la lucha: uno negativo que confronta lo que niega la vida y uno prefigurativo que parte de lo que impulsa el devenir de lo que se afirma.
16 Una parte importante de su experiencia está contenida en la revista “Escucharnos decir”, cuyo primer número se publicó en junio de 2016. “Escucharnos decir” es una revista independiente cuyo subtítulo es “Feminismos populares en América Latina” que ha nacido gracias a los esfuerzos del Colectivo Minervas en Uruguay y de las Mujeres en lucha del Movimiento Popular la Dignidad en Argentina.
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