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JUVENTUDES Y CONFLICTOS COMUNITARIOS.¿CÓMO PENSAR/HACER-SE SALUD CUANDO EL CONFLICTO SE IMPONE?
Scripta Ethnologica, vol. XLI, pp. 96-116, 2019
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas



Resumen: En este artículo proponemos poner bajo un lente analítico una serie de experiencias de campo en las que se entrecruzan diversas acciones en investigación dirigidas a comprender y mejorar la salud de los sectores más desfavorecidos de Córdoba capital (Argentina). En este desarrollo analizamos ciertos procesos conflictivos entre generaciones diferentes que se dan en contextos situados del conurbano cordobés donde los/las jóvenes, sus familias y entorno próximo forman parte de un corpus empírico construido a partir de múltiples encuentros conflictivos en el espacio público. Desde un enfoque metodológico cualitativo con pregnancia en las etnografías en la acción (Autor, 2017) arribamos a una serie de resultados que emergen de procesos de indagación donde nos fuimos encontrado con diversas situaciones en que nuestras categorías analíticas colapsaban y por tanto nuestros repertorios de acciones se derrumbaban. Desde una serie de encuentros con las juventudes empobrecidas presentaremos experiencias donde cabe la interpelación sobre lo que es la salud, sobre si es posible pensar en salud cuando los repertorios mortíferos abundan en lo cotidiano. Pensar/hacer-se en salud ya no sólo desde nuestra cosmovisión profesional, sino en lo que entre los diferentes actores se iba tejiendo y que en algún punto daban cuenta de ciertos desajustes y des-anclajes entre unos (profesionales) y otros (pobladores). Estas inflexiones praxicas nos llevaron a plantear ciertas re-configuraciones en el modo de entender la salud en general y sobre cómo pensar/hacer-se salud cuando el conflicto comunitario se impone en estos contextos situados.

Palabras clave: Salud, Juventudes, Conflicto comunitarios.

Abstract: In this article we propose to put, under an analityc eye, a series of experiences about the knowledge’s field, in where diferents investigative actions and research are meant to be understood and tried to change for better the health conditions of the most disadvantaged sectors in Córdoba Capital (Argentina). In this writing, we analize certain controversial processes between generations that are in situaded contexts like the outcast zones of the city, where young people –boys and girls- and so theirs families, and their surrounding enviroment, are part of an empirical corpus, built from a series of conflictive meetings, developed in the public place. From a qualitative metodologic focus, with an etnographic action pregnance (Author, 2016), we have reached a series of results that that made our analityc categories collapse, reason why our repertoire of actions have collapsed too. From this series of meetings with the impoverished youth, we will present a kind of experiences, where there is a sort of interpelations related to health, about whether it is possible to think in health when mortuary repertories are so present in daily life. Think about/become in health, not only from our profesional view, but in what was being woven between the different actors, and at some point they showed certain imbalaces and des-anchors between some (professionals) and others (residents). This praxis inflections took us to propose to do certain re-configurations in the way of understand health in general, and about how to think about/ become health when the community conflict is imposed in this situated contexts.

Keywords: Health, Youth (s), Community conflicts.

Entrada y aspectos metodológicos

Cómo pensar lo saludable cuando en el espacio de práctica investigativa en salud nos encontramos con situaciones de pobreza material/económica extrema, cuando en los barrios se han multiplicado los comedores, los conflictos comunitarios son permanentes y las redes de apoyo mutuo se fragmentan, cuando lo que mueve los recursos de subsistencia giran en torno a las economías marginales (Epele, 2010), la paralegalidad (Reguillo, 2012) y el narcotráfico, como pensar-hacer-se en salud cuando las instituciones de salud, educación, derecho y desarrollo social están sumamente desfinanciadas y desafiliadas de procesos comunitarios que dan sentido a esas problemáticas, cuando las juventudes muestran altos niveles de conflictos violentos y al mismo tiempo no pueden salir de sus barrios por el cerco real (y también simbólico) que las fuerzas de seguridad generan día a día, cuando la agencia está del lado del delito y la distribución/venta de drogas, más que de la inclusión educativo laboral, cuyos posibles destinos son el encierro (muerte simbólica) o la muerte. Como pensar la salud cuando advertimos en las entrevistas realizadas que un alto número de familias tiene integrantes muertos (por enfermedades o enfrentamientos con la policía u otras bandas) o en las cárceles de la miseria (Wacquant, 2000).

Estas preguntas emergen de una serie de experiencias de campo diversas y analizadas desde el intercambio entre las trayectorias que conforman el equipo de investigación acción en torno a ciertos procesos conflictivos entre generaciones diferentes que se dan en contextos situados (Montenegro y Pujol, 2003) del conurbano cordobés y que comparten el estar atravesados por condiciones socioeconómicas de pobreza. El corpus empírico se configurò a través del registro y el análisis de múltiples prácticas situadas: reuniones de red, encuentros con los jóvenes en diferentes instancias (talleres, espacios del “Confiamos en Vos” (1), espacio de jóvenes, diferentes situaciones demandas a La Red) vinculadas a la vulneración de derechos de niños y jóvenes (violencia familiar, conflictos en relación al consumo de sustancias y las fuerzas de seguridad, etc.), talleres, espacios formativos, entrevistas, diálogos informales, encuentros casuales, espacios de organización comunitaria-política, planificaciones y cursos de acción, intervención en situaciones de conflicto, entre otras actividades que permitieron conocer desde la perspectiva de los actores, las vivencias, las cosmovisiones, y las historias en torno a los conflictos que los atravesaban. Estos procedimientos se emparentan con lo que Segato llamaría “antropología de demanda” (Anton, 2016).

Hablaremos de La Red como un conjunto de organizaciones de base, políticas, religiosas, instituciones de salud y educativas que vienen trabajando sostenidamente desde 2010 para abordar colectivamente situaciones “complicadas que se vivían alrededor de sus organizaciones”. Es preciso puntualizar que el modo de conocer los conflictos públicos estuvo tamizado por los adultos referentes o familiares vinculados a La Red, madres que, dentro de sus modos de resolución, se acercaban a las organizaciones para pedir ayuda sobre situaciones problemáticas que no podían resolver, existía una demanda que trascendía las posibilidades familiares y la propia operativa de la organización, y justamente por ello llegaba a La Red.

Las etnografías en la acción (Rebollo, 2017) fue la metodología utilizada,que mixtura la Investigación Acción y la etnografía. A esta última, como una metodología particularmente útil para conocer las significaciones de los conflictos entre generaciones diferentes, al posibilitar la construcción de “una etnografía tendiente a desentrañar las estructuras de significación, llevando a cabo la construcción de un tipo especial de descripción de carácter antropológico” (Das y Poole, 2008, p. 08).

Según Guber, en esta metodología “el investigador describe una realidad particular, animada por complejos de relaciones que atañen y vinculan distintos campos de la vida social” (2001, p. 12). La etnografía posibilitó desarrollar un relato-retrato vívido del campo investigado a través de las múltiples tramas que conforman esa particular dinámica comunitaria y participar de otro modo en diferentes momentos que abrieron a una diversidad de significaciones en torno a lo que los sujetos construyen sobre su experiencia. Siguiendo a Vasilachis, consideramos que esta metodología presupone un ejercicio permanente para desmantelar los prejuicios etnocéntricos dando lugar así, a la posibilidad de transitar hacia a la comprensión de y con los otros. Produciendo “una profunda articulación entre la experiencia personal y los conocimientos adquiridos, entre los saberes del sentido común y los saberes profesionales...” es decir, un constante “…diálogo entre teorías académicas y nativas” (2009, p. 177).

De este modo, se configura una estrategia de campo asentada en un diseño de tipo cualitativo (Valles, 2003; Vasilachis de Gialdini, 2009), dentro de la metodología utilizada por Hecht, Martínez y Cúneo (2008) en la línea de investigación etnográfica (Das y Poole, 2008; Vasilachis de Gialdini, 2009; Guber, 2001) y acción participativa (Chávez Méndez y Sanabria, 2003; Fals Borda y Rodríguez Brandao, 1986) donde confluyen aportes de la sociológica, la antropología y la psicología social-comunitaria. Se combinaron diferentes instancias en la investigación que posibilitaron aprender junto a las cosmovisiones de los actores, a través de técnicas de registro de información que combinan notas de campo, observación, observación participante, entrevistas semi-estructuradas y en profundidad.

Poner bajo un lente analítico una serie de procesos comunitarios conflictivos entre generaciones que se dan en contextos públicos situados del conurbano cordobés, procura problematizar acciones en investigación dirigidas a comprender para mejorar la salud de los sectores más desfavorecidos de Córdoba capital y permitirá avanzar sobre la complejidad delas temáticas/problemáticas que abordamos y emergen como “objeto” de estudio, reconociendo dimensiones subjetivas que se superponen y que son atravesadas por condiciones de desigualdad social.

Estos enclaves metodológicos abrieron un campo sensible a situaciones en las que colapsaban nuestras categorías analíticas y repertorios de acciones. Experiencias donde cabe la interpelación sobre lo que es la salud; no sólo desde nuestra cosmovisión profesional, sino en lo que entre los diferentes actores se iba tejiendo y que en algún punto daban cuenta de ciertos desajustes y des-anclajes.

El articulo procura entonces, poner en evidencia ciertas inflexiones praxicas que nos llevaron a plantear ciertas re-configuraciones en el modo de pensar/hacer-se salud en general y pensar/hacer-se desde un modo distintivo salud comunitaria en sus contextos situados.

Campo de acción y prácticas de la investigación aplicada en salud. Aproximaciones a las juventudes y al conflicto generacional.

Respecto de este campo de acción y prácticas de la investigación aplicada en salud nos interesa explicitar que nuestros modos de construir conocimiento se generan a partir de los diversos temas/problemas que en esas mismas experiencias emergen. Proponemos una pinza praxica (acción-investigación-acción) que, por un lado ajusta, calibra y resitúa nuestras prácticas en aquello que hacemos ante lo que emerge, insiste, prevalece u opera en la inestabilidad de lo social-comunitario, y la otra palanca de la pinza procura profundizar nuestras lecturas, comprender los sentidos de esos emergentes sociales que son relativos y específicos de los modos de padecer de los colectivos. Nos asentamos en esta estrategia praxica porque nuestro fin último -mejor dicho primero- es conocer para comprender y generar procesos tendientes a trasformar la realidad en diversos niveles de acción, operando en un derecho fundamental y en una dimensión sumamente performativa de la realidad como lo es la salud.

Las prácticas que aquí ponemos en el plano de la reflexión forman parte de un corpus en investigación/acción cuya praxis esta tamizada por la mixtura de propuestas teóricas-prácticas producidas en Latinoamérica como la psicología social comunitaria, la antropología social, ciertos aportes de la sociología, cierta versión historiográfica y las perspectivas decoloniales que han brindado numerosos aportes al modo de entender y abordar los emergentes y/o cotidianos fenómenos sociales que forman parte del repertorio de prácticas de este nutrido campo de acción que es la investigación aplicada en salud.

Antes de pasar al posicionamiento conceptual es importante resaltar que una de las decisiones tomadas en el proceso investigativo, por cuestiones de delimitación temática, fue centrar la mirada en aquellos conflictos que se desenvuelven en el espacio público y no otros identificados típicamente en la esfera privada como la violencia familiar, de género, las actividades comerciales o de producción clandestinas radicadas en domicilios (venta de drogas, talleres clandestinos, compra-ventas, casas de empeño, aparados (2), entre otras).

Segùn De Certeau (2010) el espacio público es un proceso de apropiación de lugares, trayectos, de relaciones de vecindad, de la economía local y sentimientos que emergen de la dinámica conocimiento – reconocimiento. Se constituye en el “escenario” donde lo más personal de los sujetos y los grupos se hace visible (Portal, 2009, p. 59). Podría decir también “lugar de lazo colectivo” (Lewkowicz, 1998) que “supone como tema pues dominio público, uso social colectivo y multifuncionalidad por su fuerza mixturante de grupos y comportamientos, y por su capacidad de estimular la identificación simbólica, la expresión y la integración cultural” (Borja, 1998, p. 02). Delgado lo presenta además como “un espacio paradójico, testimonio de todo tipo de dinámicas enredadas hasta el infinito, abierto, en el sentido de predispuesto a conocer y crear informaciones, experiencias y finalidades nuevas…” (1999, p.195). También “…trenzamiento de subjetividades e intereses co-presentes que coinciden episódicamente en lo que es -o debería ser- un horizonte abierto, intermitente, poroso y móvil…” (1999, p. 205).

Siguiendo el análisis realizado por Portal acordamos con que el espacio público “aparece cada vez más desdibujado en la experiencia urbana, y la relación entre público/privado se superpone y complejiza, haciendo difícil su distinción y generando nuevas formas de organizar el espacio social” (Portal, 2009).

Esta perspectiva permitió centrar la atención sobre aquellos conflictos intergeneracionales que se presentan en un espacio relacional que se anuda con lo colectivo, lo cual rompe con la tradicional división entre lo público y lo privado. Así, las calles, la plaza, la esquina, el club o la escuela en sí mismos no garantizan el status de lo público, porque en las calles o en la plaza pueden existir conflictos que por su naturalización o latencia no se enlazan a lo colectivo y aunque tradicionalmente se los pensara como públicos, en nuestro caso no se ajusta a nuestra delimitación (Ej: no siempre los conflictos de convivencia comunal vinculados al consumo o la relación con las fuerzas de seguridad son conflictos públicos, es más podría verse cierta latencia y naturalización respectivamente). O bien, aquello que tiene status de “privado” por desarrollarse puertas adentro de la vivienda, puede tomar estado público al transcender estas fronteras y enlazarse con el colectivo próximo (Ej: violencias, trabajos clandestinos). Es decir, entendemos el espacio público no en contraposición a otro espacio u ordenamiento, sino como un espacio relacional, pero público.

Estos planteos sobre el espacio público, procesos de apropiación en escenarios donde se expone lo personal y se constituye lo colectivo, posibilitan pensarlo como un espacio no neutral donde los conflictos y negociaciones se redefinen continuamente entre los grupos sociales (Delgado, 1999).

En tanto el corpus empírico está compuesto por un nutrido repertorio de conflictos entre jóvenes y adultos de sectores pobres del conurbano cordobés (el delito, el consumo, la violencia familiar y entre pares, las detenciones policiales, el abuso de autoridad, etc.) es que procuramos posicionarnos sobre la concepción de juventud y conflicto generacional. Es decir, cómo el modo de concebir al sujeto juvenil, a las juventudes, y sus conflictos con el mundo adulto pueden reconfigurar el pensar/hacer-se en salud. Es preciso para tal fin, vigilar integralmente nuestras trayectorias como investigadores, hacernos cargo de nuestras matrices de aprendizaje (Pichon-Rivière, 1989) y develar la construcción histórica de nuestra disciplina respecto a la noción y a las prácticas de estos trayectos vitales al que nos interesa llamar juventudes.

Juventudes y conflictos comunales

El estudio de conflictos comunitarios nos llevó al encuentro de situaciones sumamente disonantes, que emergían de situaciones/acciones/decisiones en las que todo aquello que concebíamos como saludable se diluía entre las posibilidades de una práctica en investigación que pudiera comprender, desde la perspectiva de los actores, las significaciones de los jóvenes y de los adultos en relación a sus conflictos cotidianos. En este sentido las nociones de juventudes y conflicto fueron claves para identificar los efectos de trama del tejido intergeneracional en los conflictos en el espacio público.

Las juventudes como dimensión relacional

Comprender estos tránsitos vitales dispares, alojando diversas expresiones y significaciones de las tramas comunitarias que le da sentido a ese grupo social que se muestra de maneras múltiples y plurales, permitió un acercamiento próximo a las significaciones juveniles. Se denominan juventudes, en tanto son portadoras de diferencias y singularidades que construyen su pluralidad y diversidad en los distintos espacios sociales (Duarte, 2002) donde ponen de manifiesto su divergencia con particularidades y especificidades en cada sociedad y en cada intersticio de ella.

Reconocemos a un sujeto singular diferente a las infancias y la adultez que denominamos juventudes. Esto implica poder visualizar a este sujeto en su especificidad y relaciones en la construcción social incesante que se hace en los contextos situados respecto a estos tránsitos de la vida social. Pero, además, nos interesa aportar una mirada que entienda a las juventudes “en tanto trayectos subjetivos performados en una historia en constante cambio por los avatares de una urdimbre social siempre dinámica que implica la presencia de experiencias tan heterogéneas y particulares como multiplicidad de características sociales y materiales” (Rebollo, 2017, p. 135).

La perspectiva asumida, implicó ya no solamente centrarnos en aquello que los jóvenes protagonizaban en sus conflictos, sino que abrió a las relaciones que establecen entre ellos y con otros. Es decir, nos permitió poner en el centro de la escena la cuestión relacional, en primer lugar porque sus características resultan de una tensión entre la categoría sociocultural asignada por la sociedad (conformada por un conjunto de instituciones “adultas”) y la actualización subjetiva a partir de la interiorización diferenciada de los esquemas de la cultura vigente (Reguillo, 2000, p. 23). En segundo lugar, dijimos que el modo de ser joven se construye en relación al lugar que se ocupa dentro de la dinámica social. Los modos de ser joven están “condicionados” por la comunidad que otorga sentido según las pautas interaccionales establecidas entre unos y otros. En tercer lugar, estas nominaciones (jóvenes, adultos, niños, etc.) responden a categorías históricamente construidas que han sido interiorizadas en los esquemas de representación y por lo tanto en los modos de concebir y comprender los trayectos humanos. Estas categorías (joven y adulto) están definidas por los límites que imponen las otras. Limites que además de separar son zonas de contacto donde las generaciones libran sus diferencias. Cuarto, y ultimo, esta perspectiva abrió una distancia, una tensión y un intercambio permanente con los actores locales, tanto jóvenes como adultos, que en general presentaban una mirada cercenante sobre las juventudes, nos referimos al uso extendido de adolescencia, que divide el trayecto vital en etapas, fases evolutivas que normalizan y patologizan.

Estas aperturas conllevaron a descentrarnos de esos jóvenes y sus experiencias turbulentas que encandilaban la posibilidad de ver un poco más allá. Este giro comenzó cuando advertimos que aquellos espacios de, para, y con jóvenes que transitamos en el campo tenían una especificidad que servía para nuclearlos, pero los problemas que ellos traían era imposible de ser pensados en función de esos otros adultos que ellos señalaban como determinantes en sus conflictos (la madre, el padre, el transa, el policía, el suegro, etc.). Pero a su vez, el hecho de estar en contacto con situaciones de crisis, de conflicto, nos llevó “naturalmente” a contar con otros diferentes en lo generacional. De este modo, asumir los trayectos en clave relacional nos puso en contacto no solamente con esos otros generacionales familiares, sino que permitió ver vinculaciones más amplias y de modo más integral aquello que se configuraba como una dinámica comunitaria conflictiva.

El conflicto es publico… el reniegue como categoría local

Podríamos decir, en base a la experiencia investigativa, que la expresión “renegar”, “reniegue”, “renegando” sería la categoría local más clara e insistente al momento de expresar la conflictividad entre jóvenes y adultos. El reniegue siempre fue utilizado para expresar una tensión previa a un conflicto “estoy harta del reniegue con eso”, “estuve renegando toda la noche con él…”, como al conflicto en sí mismo “no sabes lo que fue anoche…renegamos toda la noche”, “le tiraron piedras, le reventaron el auto, no sabes lo que fue…reniegue puro”. El reniegue no es individual, es siempre con otros, en relación a otros. En general nos encontramos con que los jóvenes hacen renegar a los adultos más allá de quién lo manifieste. Según el diccionario de la RAE (2016) renegar significa “Negar con instancia algo”, “Detestar, abominar”. Ambas acepciones se enlazan con el uso coloquial, cotidiano y de sentido común con el que los actores insisten en nominar sus conflictos y tensiones con otros.

Resulta aquí fundamental plasmar la idea de conflicto que se fue forjando a nivel teórico, tanto por las implicancias que tuvo en el abordaje del tema en cuestión, como por lo que posibilita analíticamente respecto del campo. En términos generales la idea de conflicto remite a distintas situaciones, como pelea, confrontación, imposibilidad, contingencia, crisis, etc., a las que habitualmente se les atribuye un signo negativo. Sin embargo, una mínima reflexión acerca de todas ellas revela que el conflicto no es ni negativo ni positivo, sino que simplemente “es” (Nató et al, 2006, p. 76). Es decir, alude a la coexistencia de conductas (motivaciones) contradictorias, incompatibles entre sí. En esta definición se hace referencia a los conflictos desde una dimensión interpersonal. La idea de conflicto aparece en el terreno psicológico desde sus orígenes de la mano de Freud (1901) y la teoría del trauma. Sin embargo, conceptualmente es Bleger (2003, pp. 151-155) quien dará al tema un abordaje específico, y más allá de los planteos psicoanalíticos de carácter metapsicológico, al concebir al conflicto como consustancial con la vida misma, en tanto significa un elemento propulsor en el desarrollo del individuo, como puede llegar a constituir una situación patológica; hay en ello un pasaje gradual e indiviso entre normalidad y patología, dado por un incremento cuantitativo y un cambio cualitativo de los conflictos. Bleger sostiene que lo ideal no es la ausencia de conflictos, porque ellos constituyen la contradicción en la unidad de la conducta y, por lo tanto, su fermento dialéctico de cambio y transformación. Lo que importa es el destino de los conflictos y la posibilidad de resolverlos o sobrellevarlos.

Estos aportes desde la psicología muestran su campo de aplicación en la conducta y en el plano interpersonal, sin embargo el conflicto puede, también y complementariamente, interpretarse desde una óptica social. Nató et al (2006) toma la idea de proceso conflictivo de Marinés Suares entendido como un proceso interaccional entre dos o más partes, en el que predominan las interacciones antagónicas, remarcando el carácter positivo que conlleva el antagonismo como dinamizador de la evolución humana. En este marco invita a reflexionar sobre “relaciones de conflicto”, asumiendo que en toda relación existe conflicto, es decir sin conflicto no hay relación posible. Tales postulados se asientan en la propuesta de Remo Entelman quien define al conflicto en general “como una especie o clase de relación social en que hay objetivos de distintos miembros de la relación que son incompatibles entre sí...” o en la que “todos o algunos miembros de la relación los perciban como incompatibles” (Nató et al, 2006, p. 77).

Los aportes de Lewis Coser (1970) amplían la mirada y habilitan la disociación de la unidad lucha de clases y conflicto social, al poner el centro del análisis en la importancia que poseen para evitar la osificación del sistema social, forzando la innovación y la creatividad. Este aspecto óseo, aquello que se cristaliza, es interpretado por Foucault, como el síntoma de una realidad social asimétrica y sostenida en el gerenciamiento de la vida y con ella el de la muerte. La vida humana sólo puede ser doblegada, modulada, sometida, en tanto la muerte sea gerenciada como una amenaza latente o manifiesta (Murillo, 2008).

Vale decir, que se escogen estos aportes porque muestran los múltiples niveles en los que se expresa el conflicto según el anudamiento diverso a la trama comunal. De este modo, el conflicto que genera un joven consumidor de drogas ilegalizadas (Camarotti, 2012) con su familia y su co-relato en un entorno cercano próximo familiar y vecinal, se puede ubicar dentro del nivel individual – grupal, y es muy distinto al alcance de los conflictos con las fuerzas de seguridad o con las organizaciones comunitarias y sus políticas públicas o la pelea entre bandas o la muerte de un joven que se pueden ubicar dentro del nivel grupal-comunitario y llegar a anudarse con nivel social- comunitario (Vidal, 1991). Es decir, existen conflictos que justamente por su anudamiento colectivo van ampliando su órbita de operativa, generan enlace con un mayor número de actores. Por ejemplo, la muerte de un joven en tentativa de robo generó un intercambio con la policía que tomó estado público a nivel ciudad.

Cuando se le preguntó a los jóvenes participantes los motivos de la revuelta respondieron que fue porque “estamos cansados de que nos maten…” “teníamos que salir porque si no esto sigue pasando”. En su expresión situacional no fue que salieron por la muerte de su “compañero” sino por ellos mismos, por su futuro.

Advertimos, en contacto directo con estas situaciones, que todo conflicto tiene una base interpersonal o una afectación en ese nivel, más allá de que la disputa no lo sea y de los niveles en que éstos se puedan expresar según las condiciones que brinda el contexto. Siguiendo con el ejemplo anterior, veremos que al ser una muerte “esperable” dentro del relato comunitario hizo que esta conflictividad sucumbiera. De hecho si bien todos los relatos coincidían, y por ello se dio la disputa con la policía, en que había muerto porque la policía lo dejó morir, la familia y otros actores no concretaron ningún tipo de demanda legal al respecto, ni realizaron otras acciones para que esta situación se visibilizara de otro modo.

Para Grimson (2011), lo que se manifiesta en estas cristalizaciones son tramas culturales en la que desde diversos lenguajes se disputarían sentidos simbólicos, materiales, valores y territorios que por la convivencia son comunes en un territorio de diferencia. De este modo, los conflictos pueden estructurarse en el lenguaje del poder, o bien desplazarse de las fronteras de lo decible, también crean posiciones de sujeto imprevistas en movimientos instituyentes, y a veces, esos lugares de enunciación terminan siendo reabsorbidos por la hegemonía (3). Respecto al éxito de los proyectos hegemónicos, el autor citado, va a decir que no se vincula con la anulación de aquello que se opone o genera conflicto, sino más bien por la capacidad de instituir un lenguaje, un campo simbólico, donde el conflicto pueda desarrollarse.

Lo que se desprende de los diferentes argumentos puestos en juego respecto del conflicto, y asentándonos en la idea de conflicto desde la complejidad, es que tanto en el plano interpersonal como social la dimensión cultural está directamente condicionando los conflictos humanos. Sean estos porque se desarrollan en lo indiviso entre lo normal o lo patológico donde se desplazan las fronteras de lo decible, o bien porque el conflicto social, desde una perspectiva foucaultiana, es el síntoma de una realidad social que se anuda con la dimensión del poder. Pero también el conflicto genera innovación y creatividad instituyendo nuevas formas de interacción, que pueden o no ser reabsorbidas por la hegemonía.

Desde estos enclaves y ya habiendo demarcado teórico y empíricamente aquellos conflictos públicos es que comprenderemos al conflicto en el espacio públicocomo un proceso social e interaccional, entre dos o más partes, donde coexisten intereses, motivaciones y conductas que trascienden la esfera privada, se presentan como incompatibles y tienen como espacio de manifestación aquellos “lugares de lazo colectivo”.

Pensar hacer/se en salud. Entre Des-anclajes y desajustes en el encuentro

Utilizaremos como estrategia analítica un breve registro de campo que aparece en uno de los encuentros por los que el proceso de investigación acción nos fue llevando: luego de dos horas de una reunión familiar motivada por los últimos acontecimientos de un joven que preocupaban a la familia, y también a quienes escriben, Federico (19 años) hacía rato que no decía nada y no respondía a ningún tipo de pregunta, estaba pero no estaba, los padres y hermanos fueron quienes principalmente protagonizaron la reunión y durante un momento en que nos fuimos levantado ya cerrando la charla, Horacio -el padre del joven- en aquella ronda donde estaban todos menos el joven en cuestión, concluye alzando la voz con la intención de que su hijo, que se había levantado de la mesa y se dirigía a su pieza, oyera “pero si lo único que tiene que hacer es dejar esa gilada (las pastillas) y hacerle solo a la droga… si solo tomara droga… así (gesticula con la mano llevándosela a la nariz) porque no aprende y toma piola”.

Aturdidos en el momento por la conclusión del padre,dijimos algo respecto a lo complicado que es el manejo de la cocaína y dimos por concluido el encuentro (NC, Rebollo, 2017). Resonaba una pregunta, ¿Cómo podía ser que un padre recomiende que su hijo consuma cocaína como pauta de cuidado? Algo de lo que sucedió allí podía vincularse con la biografía de Horacio, infinita como toda vida. En tal sentido, pudimos conocer de este padre su pasado vinculado al consumo de drogas, sus años en la cárcel por robo, su carácter “fuerte” y el encuentro con la iglesia como lugar “saludable”, si bien “siempre se vuelve al primer amor”, decía Horacio haciendo referencia a la “droga”, él hacía más de un año y medio que no consumía y trabaja todos los días en el carro para sostener económicamente a su familia.

El contacto con estos conflictos nos puso en contacto con múltiples situaciones como la descripta arriba, donde cabía la interpelación sobre lo que allí sucedía. No sólo desde nuestra cosmovisión personal /disciplinar, sino en lo que entre los diferentes actores se iba tejiendo y que en algún punto daban cuenta de un desajuste, de un des-anclaje; donde madres recomendaban a sus hijos consumir otras drogas (alcohol, Mariguana, psicofármacos) para dejar “la pastilla”; o “por ahí prefiero que salga robar porque cuando sale va consciente…sino anda perdido” plantea una madre con resignación.

Estas viñetas comunitarias fueron configurando un campo específico donde surgió como interrogante ¿por qué se expresan estos enunciados de madres, padres y referentes adultos sobre los jóvenes? Porque cuando Horacio plantea que su hijo consuma cocaína podemos interpretar que en su biografía existen múltiples anclajes que permiten decir lo que se dice, dichos en los que no podríamos asentar por nuestro sesgo disciplinar y cultural. Sin embargo, advertimos que cuando la madre de otro joven dice que prefiere que robe para que su hijo esté lúcido, allí se genera un desajuste, un des-anclaje biográfico y subjetivo, porque esa madre se moviliza cotidianamente para que su hijo no robe dándose estrategias para generar trabajo. Lo cual se diferencia del anclaje que existió, en muchas familias, respecto de la habilitación del consumo (mariguana) de sus hijos en el espacio de sus casas como lugar seguro. Aquí lo que ancla no tiene que ver con la experticia de consumo propia de los adultos, sino con el uso extendido y cotidiano de las drogas en el sector. Además ancla porque este consumo no reviste conflictos, en general, como otras sustancias.

A partir de la identificación de estos anclajes y desanclajes en las interacciones (Rebollo, 2007) es que procuro plasmar en este articulo la necesidad de un proceso de problematización que deviene de nuestra posición como investigadores, agentes de salud y los modos de significar de los propios actores aquellos eventos que se evidenciaron en el campo. El tratamiento de la cuestión conllevaría una re-configuración del modo de entender la salud y nos permitiría concebirla desde una perspectiva situada en las comunidades en las que los conflictos públicos calibraban dinámicamente los procesos de salud que allí radican.

En este marco, el análisis de los registros puso en evidencia que parte de los anclajes y des-anclajes se vinculaban con aquellos conflictos cotidianos, el conflicto era un problema para unos y otros, y justamente los tenía como protagonistas a ellos mismos. La cuestión era generacional. Para los jóvenes esas “viejas chichas”, o adultas chismosas, que se meten e interfieren en sus vidas eran un problema, como lo era para los adultos esos jóvenes “criados por el viento”, es decir solos, sin rumbo claro y sin posibilidad de entendimiento. Lo cual, marcaba que algo entre los jóvenes y los adultos sucedía y que no era justamente un potenciador de las relaciones, sino todo lo contrario. Las vivencias, las cosmovisiones, los sentires, las prácticas y significaciones que distinguían a los jóvenes de los adultos estaban signadas, precisamente, por sus diferencias. Distancia que se ponía de manifiesto a través de tensiones y malestares motivados por des-anclajes que en muchas oportunidades provocaba conflictos que los actores locales referenciaban como “el reniegue”.

Efectos de trama que operan en salud

A continuación se comparten algunos arribos del proceso investigativo que consideramos relevantes en el momento de pensar y hacer/se en salud. Efectos que son, desde la perspectiva antropológica asumida, en clave situada y sumamente difícil de ampliar a otras tramas comunitarias. Sin embargo, el registro sistemático de estas situaciones brindadas por otros trabajos en barrios de Córdoba (Bermúdez, 2011; Blázquez, 2010; Buthet et al, 2009; Carreras y Cuello, 2009) muestra que los efectos de trama están sumamente ligados a los efectos de estructura. Es decir, lo que se plasma, como en todos los niveles analizados, es una recurrencia de eventos conflictivos en el espacio público y justamente lo que aparece como con mayor conflictividad es aquello que la estructura impone y dispone en este sector.

En este marco, los puntos que presentamos a continuación tienen que ver con procesos de trama (situada y estructural) en torno a los conflictos comunales donde observamos se incrementan los marcadores de vulneración y que repercuten de modo significativo en los procesos de salud comunal.

1- El barrio:“vivimos en zonas rojas…”, “qué vamos a salir si somos una brasa” “míralo a este esta preventiva a full”, “Y… hay que ver… no somos más menores…” (Ante la ley) (N C, Rebollo, 2017).

Estos relatos de los jóvenes expresaban lo que circulaba a nivel comunitario y mediático, forjando determinados modos de identidad barrial (Gravano, 2003) negativizada (Chaves, 2005).

El estar reflexivamente en el espacio barrial comenzó a mostrar que aquellos conflictos públicos que pululaban cotidianamente tenían ubicaciones determinadas dentro del barrio, a la vez que fuera de éste, esos conflictos no sucedían o sucedían en una proporción significativamente menor, lo que puso en evidencia la existencia de una relación entre este sector empobrecido y la recurrencia de conflictos públicos. Correlación que fue confirmada al informarnos que en este sector era el lugar con mayores índices de jóvenes judicializados en los últimos dos años y con más número de denuncias efectuadas por vulneración de derechos en el Servicio de Protección de Derecho central. Datos que se desprenden, respectivamente, a partir de la consulta a técnicos de SENAF Provincia (4) y al Servicio de Protección de Derechos (SPD) (5) de la municipalidad de Córdoba.

2- Las válvulas del consumo: en el trabajo de campo asociaciado a esta investigación nos encontramos con la centralidad del consumo de drogas en las situaciones abordadas de conflicto público. Ësto tendría vinculación con la circulación extendida y cotidiana de la venta de drogas ilegales en el sector (Ardiles, Castro y Rebollo, 2015). El consumo de drogas podría leerse como una trama cultural donde se disputan sentidos simbólicos diferenciados respecto a la drogas entre los jóvenes y los adultos, cuya materialidad, las drogas, el movimiento diferencial de los cuerpos (vendedores callejeros, compradores, mulas, guardadores, etc.), las armas, las violencias ejercidas sobre los cuerpos, el deterioro de su uso o la muerte formaban parte de repertorios comunes dentro de esa territorialidad en disputa. Ajustando un poco más la mirada notamos también que en realidad es en estos barrios donde el conflicto tiene su posibilidad de desplegarse con más insistencia y actores involucrados. Si ponemos el foco en el delito o en el consumo veremos que la recurrencia de estos eventos pulula cotidianamente. Lo que no quiere decir que estos fenómenos estén circunscritos allí, sino más bien advertimos una conflictividad segura (Op. Cit, 2015), lo que se protege/regula/controla es el ingreso a la ciudad, lo que pasa hacia dentro de los barrios parecería que no es de incumbencia de la policía. Aparece la metáfora de la válvula, todo puede ingresar pero se regula y se restringe la salida. No solamente se quiere remarcar la omisión de este actor en sus funciones básicas, sino que a raíz de lo observado, la omisión es una práctica intencionada. En los relatos del conflicto esta acción queda develada, ya que las prácticas policiales diseminadas por el sector median, por acción u omisión, muchas de las interacciones y tránsitos de los actores. Se sitúa a las instituciones, en general, como parte de los mundos adultos, fundadas, pensadas, dirigidas por ellos, y se circunscribe a la institución policial, y sus efectores, como organismo adultocéntrico, patriarcal y punitivo en cuya operatoria los más afectados en las intervenciones policiales (detenciones, demoras, requisas, maltrato, tortura, etc.) son los jóvenes varones.

3- Micro mapas epidemiológicos: el acercamiento a una situación de conflicto traslucía, en clave bola de nieve, una ramificación del padecimiento, como un micro mapa epidemiológico de los problemas de salud. Es decir, ya no sólo hablamos de las situaciones de padecimiento abordadas a través de La Red, algunas ya descriptas, sino lo que se evidenciaba de modo “tangencial” a partir de esas historias. Referimos a las enfermedades, diabetes, HIV, cáncer en adultos y gástricas, dermatológicas en niños (desde la dirección del centro de salud barrial plantean que a nivel “epidemiológico lo que más se ve son infecciones intestinales y a nivel cutáneo en los niños” (NC, Rebollo, 2017) y señala al respecto que estas enfermedades se deben factores ambientales como la calidad del agua y el contacto con basurales, líquidos cloacales y napas contaminadas), las consecuencias psicomotrices en la primera infancia por el consumo de drogas de las madres (el jardín maternal plantea que esta problemática afecta a varios niños que asisten al jardín. En este marco la directora impulsa un espacio para madres para tematizar sobre diversos temas vinculados a la convivencia y el buen trato), la cantidad de jóvenes y adultos que residen en cárceles o están judicializados, familias judicializadas y niños excluidos de sus hogares, las cicatrices producto de peleas o de alguna intervención quirúrgica, entre otras marcas reales y simbólicas.

4- Conflictos cultuales: En la interlocución con los adultos (referentes comunitarios, docentes, profesionales del centro de salud, etc.) aparecen repetidas veces expresiones que dan cuenta de ciertos des-anclajes con los jóvenes“se han perdido los códigos”, “ya no tienen valores”, “lo que pasa es que se ha perdido cultura del trabajo”, “solo trabajan para drogarse”, “es que no les importa nada, sólo les importa la ropa o ir al baile” y viceversa. Para los jóvenes esos adultos andan “chichiando”, es decir chismeando, hablando de los demás, acción que es valorado por los jóvenes de modo negativo, porque de algún modo, dicen, “hablan sin saber”, “no entienden nada” “ni saben” “nadie les llamo” o “quien les pidió algo” “ropa tendida” “pero si son unos verdugos bárbaros” “ahora vienen a hacerse los amigos”. Dichos que nuclearemos en dos enunciados utilizados de modo condensado respecto al conflicto que relatan los protagonistas; en el decir de los adultos “se han perdido los códigos” y en decir de los jóvenes “no entienden nada”. Decires donde lo cultural emerge como trama de disputas en la dinámica del conflicto. En estas cristalizaciones de sentido se exterioriza una conflictividad inter generacional donde la diferencia de configuración cultural (Grimson, 2011) entre los trayectos sería una de causantes principales de los anclajes y des-anclajes subjetivos que motorizan el conflicto.

5- Conflictos situados: el andamiaje teórico y la formación antropológica posibilitaron pensar en términos de conflicto situado. El reniegue, tan polisémico como el conflicto, estaba delimitado y definido por los mismos actores. A diferencia de una mirada centrada en situaciones virulentas o muy notorias, lo que fuimos encontrando en esa delimitación situada fueron hechos manifestados en el marco de un proceso que se libraba entre lo individual-grupal y comunitario que posibilitaban, o no, que un evento determinado se transformara o pudiera ser significado en términos de conflicto. En este sentido los procesos de naturalización y desnaturalización juegan un papel trascendental en los desplazamientos que los actores hacen de sus interacciones, algunas veces hacia la trasformación y otras hacia la mera reproducción acrítica.

Si bien entendemos, por los autores trabajados y a partir del campo, que el conflicto es un proceso multi-determinando por diversos acontecimientos, es preciso señalar que los actores explicitan solo algunos como “el conflicto”. Nuevamente anclajes y des–anclajes; el conflicto parece ser que a una mujer le quiten los hijos debido a la denuncia que realizaron sus vecinos por su consumo de cocaína y no la violencia extrema ejercida por su pareja que llegó a apuñalarla por “celos”. O bien, el conflicto no es el delito cometido por un joven o la golpiza consecuencia de intentar robar, ya que es una práctica habitual, reconocida por su familia y la comunidad, sino que el conflicto se expresa porque al joven se lo encuentra frecuentemente muy drogado. Estos ejemplos, como otras situaciones, muestran que aquello que se nombra como conflictivo para los actores involucrados posee una estrecha relación con lo que se enlaza y se hace público. Podría decirse, entonces, que el conflicto a nivel comunal tiene que ver con un proceso histórico y relacional que puede estar latente, estallar o bien manifestarse en micro-conflictividades cotidianas naturalizadas. Cuestión a la que hay añadir el carácter contingente de los conflictos.

6- Efectos y afectos en torno al conflicto: en los conflictos públicos notamos cierta fuerza tendiente hacia la evitación, a la negación, como una tendencia de las partes para que no acontezca. A este dinamismo lo identificamos al advertir que la exposición de la disputa puede poner en evidencia cuestiones que tanto jóvenes como adultos eligen que no tomen estado público; o bien porque implica consecuencias no deseadas, como que se hagan visibles aspectos negativos de la generación propia, o bien postemos a perder la disputa. Así, aquello que se reproducía cotidianamente se pone en cuestión y lo que era seguro, hasta ese momento, se tiñe de incertidumbres. El encuentro de dos repertorios que entran en conflicto, imposibilita que estos se desplieguen con la seguridad previa a la experiencia y luego de ese evento conflictivo reconocido por los actores protagonistas, la seguridad de esos repertorios será puesta en cuestión, o formará parte de esos repertorios las posibles consecuencias del exponer en el espacio público esa diferencia.

Es importante resaltar que los conflictos públicos relevados en el corpus empírico de esta investigación (ej.: violencia física, violencia institucionalizada, etc.), dejan un registro en quienes están involucrados, una sensación de inseguridad en sus propias formas de estar en el barrio, en los lugares seguros. Es decir, lo que queda manifiesto es que aquello que se afectó, se modificó, es su seguridad, lo cual posee total vinculación con el hecho de que el conflicto irrumpe trastocando las rutinas cotidianas.

Siguiendo con la argumentación, cuando planteamos que pueden formar parte de esos repertorios las posibles consecuencias del exponer en el espacio público esa diferencia hacemos alusión, por ejemplo, a la connivencia del poder político, las fuerzas de seguridad y las redes vinculadas a la venta y distribución de drogas ilegales. Los actores, jóvenes, adultos, organizaciones e instituciones conocen algunos de las acciones posibles si se pone en evidencia esa diferencia entre la trama de la comunidad organizada y la trama de lo ilegal o paralegal respecto a las drogas.

A modo de conclusión

En este artículo nos interés o visibilizar la repercusión de los conflictos observados en el espacio público en la salud de los actores involucrados, conflictos en los que estábamos involucrados como agentes externos. Lugar que en el proceso de problematización, a la luz de los aportes antropológicos, posibilitó el desencuentro de las propias matrices disciplinares y cosmovisiones de vida y habilitó un diálogo con las prácticas y concepciones de los actores locales, romper con la dicotomía “nos” y “otros” para abrirnos al encuentro con el otro y en ello procurar un nos-otros, un “entre” culturas en salud.

En el recorrido realizado presentamos una serie desajustes, anclajes y des-anclajes en torno a las situaciones de conflicto que conllevó un proceso de problematización de las múltiples inscripciones (de género, de generación, de clase, matrices disciplinares/institucionales) y los modos de significar de los propios actores acerca de aquellos eventos que se desvolvieron en el campo. La atención sobre estos dinamismos en los modos de pensar hacer-se en salud conllevó una re-configuración del modo de entender la salud y habilitó un modo distintivo de comprender la salud situada/comunitaria en el espacio practicado.

Tomando los aportes del corpus teórico de culturas terapéuticas (Papalini, 2014) es que concebiremos a la salud situada como una dimensión integral y nodal para las múltiples formas de “estar bien” en comunidad. Salud como aquel territorio real y sobre todo subjetivo en el que los procesos saludables –y los no saludables- tienen sus sentidos más profundos y significativos, espacio primario desde donde emergen causas de las problemáticas que expresan el padecimiento subjetivo, lugar de prácticas y saberes que orientan el sentido de las trasformaciones en los procesos de salud; procesos donde podremos re-direccionar nuestras prácticas a partir del registro sistemático de las mutuas modificaciones que genera el encuentro con las tramas comunitarias que se enhebran en lo social y la reflexividad nutrida de ese intercambio que nos cambia.

Ante la pregunta; ¿cómo pensar/hacer-se salud cuando el conflicto se impone? consideramos imprescindible, ante todo, construirla en ese nos-otros, teniendo en cuenta los anclajes y des-anclajes mutuos en la configuración de lo saludable y en la construcción de lo problemático. Porque desde nuestra perspectiva visualizamos ciertos problemas-conflictos como centrales que no loson para el otro, por ejemplo, en general tanto jóvenes como adultos pusieron el acento en el consumo. Sin embargo, en las viñetas utilizadas en este artículo consideramos que el problema era otro (Ej: vulneración cotidiana de derechos) y donde el consumo en todo caso era manifestación de este. A la luz de la experiencia, la definición de un problema es algo que está en un “entre” dinámico que es posible ir construyendo con aquello que habilita el encuentro.

Desde estos enclaves, es que creemos necesario re-calibrar la mirada sobre los trayectos comunitarios, ya que en ellos se van configurando actores locales (en este caso jóvenes y adultos), de modo tal que los involucrados en la conflictividad puedan forjar una concepción de sujeto situada y no plena de escencialismos (tendientes a una anulación negativizada o romántica e incondicional del otro) que nos alejan de un encuentro posibilitador en el marco de la Salud.

Las movilizaciones aquí expuestas conllevan el desafío permanente de una práctica y análisis centrados en el encuentro humanitario y real en la diferencia, que requiere del entendimiento profundo de las formas de vida que se desplieguen en estos contextos, para resituar con esos otros prácticas ligadas al “mejor vivir” y los modos en que se manifiesta el padecimiento, y aportar de ese modo a un abordaje situado en salud cuyas estrategias promuevan la desnaturalización de situaciones de padecimiento, procesos tendientes a trocar lo latente por lo manifiesto, y una resolución más “saludable” de los conflictos que se impone en esos territorios como efectos de estructura.

Pero en su faz práctica el proceso de investigación muestra que en la mayoría de los casos de conflicto relevados se presenta un variado abanico de resultantes no deseadas que poco o nada tiene que ver con lo que se define como saludable desde la diversidad de actores involucrados en el proceso conflictivo. Entonces, queda un interrogante abierto: es el conflicto un potenciador de las interacciones humanas, favorece y fortalece los procesos de salud comunal?

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Notas

1. Política de inclusión laboral de la Agencia de Promoción del Empleo y Formación Profesional del Gobierno de Córdobadestinada para jóvenes entre 16 y 24 años.
2. Lugar donde se cosen las piezas de que se compone el calzado antes de ponerle la suela. Muchas fábricas en vez de hacer cargo del total de mano de obra derivan a otros “talleres” clandestinos. Todo este trabajo principalmente ejecutado por mujeres, es en negro y muy mal pago.
3. “La hegemonía no es la anulación del conflicto sino, más bien, el establecimiento de un lenguaje y campo de posibilidades para el conflicto. No implica que los subalternos no puedan organizarse y reclamar, sino que lo hagan en los términos establece la hegemonía”, “pero en necesario distinguir los procesos de conflicto que trabajan dentro de los limites hegemónicos de lo que trabajan en las fronteras de la hegemonía sobre esos mismos limites, buscando transformarlos” (Grimson, 2011).
4. Equipo técnico de la Secretaria de Niñez, Adolescencia y Familia. Esta información fue recabada en el marco de una reunión solicitada desde esta Secretaria a la red con el objetivo de comenzar a articular por determinados jóvenes del sector que por diversos motivos estaba judicializados. Desde septiembre del 2014 este equipo técnico participa activamente de la red procurando evitar las consecuencias de la judicialización y el encierro desde las herramientas y procedimientos habilitados por la ley 26.061.
5. La consulta con la coordinadora SPD central se dio a partir de la imposibilidad como red de generar estrategias que modifiquen las situaciones “extremas” que llegaban a la red. En este caso la necesidad de articulación con el SPD central se dio en marco de las diversas estrategias tejidas alrededor de “Laura. Es importante resaltar que no existe un SPD en la zona lo cual obliga a radicar las denuncias en SPD central.


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