Regulación emocional y afrontamiento: Aproximación conceptual y estrategias

Emotional Regulation and Coping: Conceptual Approach and Strategies

Aitziber Pascual Jimeno
Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea, España
Susana Conejero López
Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea, España

Regulación emocional y afrontamiento: Aproximación conceptual y estrategias

Revista Mexicana de Psicología, vol. 36, núm. 1, pp. 74-83, 2019

Sociedad Mexicana de Psicología A.C.

Recepción: 30 Julio 2018

Aprobación: 07 Enero 2019

Financiamiento

Fuente: Vicerrectorado de Investigación de la Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea

Nº de contrato: 1/UPV 00227.231-H-14897

Resumen: El término afrontamiento hace referencia a los diversos esfuerzos que realiza la persona para librarse de experiencias emocionales negativas. Sin embargo, el término regulación emocional es más amplio, ya que hace referencia no sólo a las emociones negativas, sino también a las positivas. Son muchas más las clasificaciones que se han propuesto de las diversas estrategias de afrontamiento que de las de regulación emocional. No obstante, todavía hoy en día no contamos con una clasificación definitiva en ninguno de los dos casos. Seguramente ninguna forma de regulación emocional ni de afrontamiento se pueda considerar intrínsecamente positiva o negativa. Puede variar mucho dependiendo de la persona, de la situación o de las metas que se tengan en dicha situación. Sin embargo, no se puede negar que, en general, hay formas de regulación emocional y de afrontamiento más adecuadas que otras.

Palabras clave: regulación emocional, afrontamiento, enfoque conceptual, estrategias adaptadas, estrategias inapropiadas.

Abstract: The term coping refers to the diverse efforts we make to free ourselves from negative emotional experiences. However, the term emotional regulation is broader, since it refers not only to negative emotions, but to positive ones also. Many more classifications have been proposed for different coping strategies than for emotional regulation strategies. However, even today no definitive classification exists in either case. It is likely that no form of emotional regulation or coping can be considered either intrinsically positive or intrinsically negative, since this will depend on the individual, the situation or the goals one sets oneself in any given situation. However, it is clear that, in general, some forms of emotional regulation and coping are more appropriate than others.

Keywords: emotional regulation, coping, conceptual focusing, adaptive strategies, unsuitable strategies.

¿Qué es la regulación emocional?

En los últimos años ha aumentado enormemente el interés por el estudio de la regulación emocional, tanto a nivel teórico (Gómez Pérez y Calleja Bello, 2016; Gross y Thompson, 2007; Koole, 2010; Ribero-Marulanda y Vargas Gutiérrez, 2013; Tamir, 2011) como aplicado (Becerra et al., 2015; Medrano y Trógolo, 2014). Aunque aparentemente hay un amplio consenso respecto al concepto de regulación emocional, en realidad, en las formulaciones implícitas de los diversos autores que se han referido al tema podemos encontrar una gran variedad de posiciones (Kinkead Boutin, Garrido Rojas y Uribe Ortiz, 2011; Tamir, 2011). Por otra parte, hoy en día existe cierta confusión entre este concepto, regulación emocional, y otro concepto próximo, afrontamiento. Asimismo, existen numerosas clasificaciones sobre ambos.

Así, el objetivo principal de este trabajo ha sido arrojar luz sobre el concepto de regulación emocional, diferenciar éste del de afrontamiento y analizar las diferentes estrategias existentes al respecto. Por último, mediante este trabajo pretendemos clarificar otra cuestión de gran relevancia: ¿se puede hablar de estrategias positivas o negativas desde la perspectiva de la salud?

Respecto de la primera cuestión, varios autores (Cole, Michel y Teti, 1994) coinciden en plantear que la regulación emocional “sirve para evitar, desplazar, transformar, minimizar, inhibir o intensificar las emociones” (Campos, Mumme, Kermoian y Campos, 1994, p. 296). En esta misma línea, Gross y Thompson (2007) plantean que la regulación emocional puede amortecer, intensificar o sencillamente mantener una emoción dependiendo de los objetivos del individuo. Koole (2010), por su parte, define la regulación emocional como el conjunto de procesos por medio de los cuales las personas buscan redirigir el flujo espontáneo de las emociones.

Es importante aclarar que la regulación emocional hace referencia tanto a emociones positivas como negativas (Cole et al., 1994; Gross y Thompson, 2007). Regulación emocional no equivale, únicamente, a control o inhibición de las emociones negativas. Tampoco significa simplemente control inhibitorio de cualquier emoción, positiva o negativa; la regulación puede consistir también en la intensificación de las emociones, tanto positivas como negativas (Frijda, 1986; Gross, 2014; Gross y Thompson, 2007).

Otra de las cuestiones que convendría aclarar respecto de la definición de regulación es a qué estados emocionales hace esta referencia. ¿Sólo a las emociones (entendiendo éstas como emociones discretas)?, ¿o, por el contrario, debemos concebir la regulación emocional de una manera amplia, relacionándola con el manejo de los estados emocionales en general, incluyendo las emociones, los sentimientos, el estado de ánimo, el estrés y el afecto, en la línea de lo planteado por Koole (2010)? Gross (2014) propone el término afecto como el concepto que incluiría (1) emociones como el enfado o la tristeza, (2) respuestas vinculadas al estrés ante circunstancias que exceden la capacidad de afrontamiento del individuo, y (3) estados de ánimo (mood) como la depresión o la euforia. Gross habla de regulación del afecto (affect regulation) como el concepto que incluiría la regulación de los tres tipos de procesos. Debido a las dificultades en la diferenciación empírica entre los distintos estados emocionales, que a menudo se superponen, nos decantamos más por considerar de forma general el concepto de emoción en la línea de Koole y de manera similar a cómo propone utilizar el término afecto el propio Gross.

Por otra parte, para muchos autores la regulación emocional designa los procesos que tienen la función de modi­ficar —atenuar, fortalecer y, en su caso, transformar— tanto la experiencia subjetiva como la expresión exterior de cualquier emoción, positiva o negativa (Campos et al., 1994; Cole et al., 1994; Frijda, 1986). No obstante, en la investigación normalmente se pone énfasis en el manejo de la experiencia emocional subjetiva (Etxebarria, 2002).

Así, el concepto de regulación emocional significa que las personas no sólo tienen emociones, también las manejan. Se posicionan ante sus emociones y las consecuencias de las mismas y actúan en consecuencia. Pueden hacerlo mientras la emoción está teniendo lugar, en cualquiera de las fases del proceso emocional, o anticipadamente, antes de que ocurra. Conviene aclarar que hablar de manejo de las emociones no significa que éste sea un proceso voluntario y planificado. La regulación no siempre es voluntaria; de hecho, muchas veces no lo es (Frijda, 1986; Gross, 2014; Gross y Thompson, 2007). En cualquier caso, hemos de añadir que, a pesar de las connotaciones positivas que tiene el concepto de regulación emocional, éste hace alusión a la modificación de las emociones, sea esta modificación saludable o perjudicial y contraproducente para el individuo.

Finalmente, ¿por qué resulta tan importante estudiar la regulación emocional? ¿Cuál es el último sentido del estudio acerca de la regulación emocional? En primer lugar, la regulación emocional es importante porque la forma en que regulemos nuestras emociones va a condicionar nuestro bienestar subjetivo (Chervonsky y Hunt, 2018; Djambazova-Popordanoska, 2016; Etxeberria Arritxabal et al., 2011; Hopp, Troy y Mauss, 2011). En el estudio de Etxeberria Arritxabal y colaboradores (2011) se halló que los cuidadores de enfermos de Alzheimer que habían sido entrenados en estrategias de regulación emocional obtuvieron puntuaciones más altas en bienestar subjetivo. En esta misma línea pero en relación con el concepto de afrontamiento, en otro estudio se halló que las personas con mayores puntuaciones en estrategias de resiliencia presentaban mayores niveles de reparación emocional (un componente de la inteligencia emocional entendido como la habilidad para regular o controlar las propias emociones, positivas y negativas, y la de los demás) y mayores puntuaciones de satisfacción con la vida (Limonero, Tomás-Sábado, Fernández-Castro, Gómez-Romero y Ardilla-Herrero, 2012).

Los conceptos de regulación emocional y afrontamiento

El concepto de regulación emocional, como ya hemos señalado anteriormente, se halla estrechamente relacionado con el de afrontamiento (coping; Cole et al., 1994; Gross, 2014; Gross y Thompson, 2007; Koole, 2010), un concepto de larga andadura en psicología (Lazarus, 1966).

A pesar de que los términos afrontamiento y regulación emocional designen conceptos muy próximos, por ejemplo, se ha encontrado que el perfil de alta regulación emocional (elevada aceptación, claridad emocional, etc.) se asocia positivamente con estrategias de afrontamiento activo (Cabanach, Souto-Gestal, González Doniz y Corrás Vázquez, 2018), e incluso aunque muchos autores utilicen ambos términos como si fuesen sinónimos, lo cierto es que no son totalmente intercambiables (Jauregui, Herrero-Fernández y Estévez, 2016).

De modo general, el afrontamiento se refiere a un conjunto de esfuerzos dirigidos a manejar del mejor modo posible (reduciendo, minimizando, tolerando o controlando) las demandas internas y ambientales excesivas o estresantes. Lazarus y Folkman (1986) definen el afrontamiento como el “conjunto de esfuerzos cognitivos y conductuales, permanentemente cambiantes, desarrollados para hacer frente a las demandas específicas externas y/o internas, evaluadas como abrumadoras o desbordantes de los propios recursos” (p. 200). Por su parte, Endler, Parker y Summerfeldt (1998) lo definen como los intentos cognitivos y conductuales del individuo para resolver la discrepancia percibida entre las demandas situacionales y la capacidad o competencia personal.

El afrontamiento se ha estudiado tradicionalmente en relación con el estrés y la enfermedad (Folkman, 2011). No obstante, Lazarus y Folkman (1986) reconocen el valor que tiene el afrontamiento no sólo en el contexto salud-enfermedad, sino también en otros contextos como la familia y el trabajo.

Tras tratar de aclarar el concepto de afrontamiento, veamos en qué se diferencia éste del de regulación emocional. Como se ha apuntado anteriormente, el afrontamiento designa los diversos esfuerzos de la persona para librarse de experiencias emocionales desagradables. Es en esto, concretamente, en lo que se distinguen la regulación emocional y el afrontamiento, ya que la regulación emocional, tal y como ya se ha señalado, hace referencia a todo tipo de emociones, no limitándose a las negativas. Además, algunos autores han señalado que en el afrontamiento, en comparación con la regulación emocional, se da un mayor énfasis en periodos más largos de tiempo, como, por ejemplo, en el afrontamiento de la muerte de un ser querido (Gross, 2014; Gross y Thompson, 2007).

Una cuestión que puede ayudar a clarificar el concepto de regulación emocional es analizar sus bases neurobiológicas. Cuando experimentamos emociones, el tallo cerebral, el sistema límbico (el hipocampo y la amígdala) y la corteza se encuentran en constante interacción integrando percepciones, elaborando interpretaciones de los distintos eventos y organizando nuestras respuestas (Sabatier, Restrepo Cervantes, Moreno Torres, Hoyos De los Rios y Palacio Sañudo, 2017). Más en concreto, las técnicas neuroimagen otorgan a la corteza cingulada anterior, a la corteza prefrontal ventromedial, así como a la corteza prefrontal lateral y parietal un papel fundamental en la regulación emocional (Etkin, Büchel y Gross, 2015). En este sentido, es interesante analizar de forma diferencial qué estructuras cerebrales desempeñan un papel predominante en la regulación emocional y en el afrontamiento, para así poder llegar a comprender de una manera más profunda las similitudes y las diferencias entre ambos conceptos. Se ha observado que una elevada exposición a elementos estresantes se asocia al crecimiento de diversas partes de la amígdala mientras que los efectos en el hipocampo y la corteza prefrontal tienden a ser justamente los opuestos (Davidson y McEwen, 2012). En este sentido, los estudios con técnicas de neuroimagen (imagen por resonancia magnética funcional o fmri) muestran evidencia acerca de que la regulación que logra reducir la intensidad o frecuencia de una emoción determinada se asocia a una mayor actividad en las áreas de la corteza prefrontal y a una menor actividad de la amígdala (Ochsner y Gross, 2014).

Aunque las diferencias entre estos dos conceptos puedan parecer poco importantes, no cabe duda de que el concepto de regulación emocional supone una nueva perspectiva de análisis. Esta nueva perspectiva, más amplia, permite una visión más comprehensiva del manejo de las emociones y corrige anteriores visiones excesivamente centradas en las emociones negativas y en situaciones más o menos traumáticas y patógenas. Asimismo, arroja luz sobre —entre otros aspectos— los diversos modos en que podemos regular las emociones en la vida cotidiana.

Sin embargo, hay que decir que, hoy por hoy, la mayor parte de los estudios realizados en este campo sigue centrándose en las emociones y los estados de ánimo negativos. La atención a las emociones positivas sigue siendo menor tanto en los desarrollos teóricos como, sobre todo, en la investigación empírica (Carl, Soskin, Kerns y Barlow, 2013; Etxebarria, 2002).

Estrategias de afrontamiento y regulación emocional

A continuación se revisan las clasificaciones que se han realizado de las estrategias de afrontamiento, en primer lugar, y de las de regulación emocional, en segundo lugar.

Formas de afrontamiento

Una de las clasificaciones más clásicas es la de Lazarus y Folkman (1984), quienes distinguieron entre estrategias o procesos de afrontamiento centrados en el problema y centrados en la emoción. Las estrategias de afrontamiento centradas en el problema son aquellas que tratan de alterar el problema causante de la emoción. Este tipo de estrategias también se denominan estrategias centradas en la tarea. Esta categoría abarca más o menos estrategias parecidas a las utilizadas en la solución de un problema como, por ejemplo, la consideración de soluciones alternativas. Sin embargo, aquí se incluye un conjunto de estrategias más amplio, puesto que también entran bajo esta categoría estrategias que hacen referencia al interior del individuo: cambios cognitivos o motivacionales como, por ejemplo, ante un examen que produce ansiedad, la reducción del nivel de aspiraciones o el aprendizaje de recursos (Lazarus y Folkman, 1986).

Las estrategias de afrontamiento centradas en la emoción son aquellas dirigidas a regular la emoción que aparece como consecuencia del problema. Las hay de una amplia gama: procesos cognitivos dirigidos a disminuir el grado de trastorno emocional, como la evitación, la minimización, el distanciamiento, la atención selectiva, las comparaciones positivas o la extracción de valoraciones positivas de acontecimientos negativos, pero también procesos cognitivos dirigidos a aumentar la emoción como, por ejemplo, regodearse en un éxito, lo que podría así aumentar la emoción de orgullo. Igualmente podemos hablar de estrategias conductuales como hacer ejercicio físico para olvidar un problema o tomarse unas copas, que pueden servir, entre otras cosas, como elementos distractores. Asimismo, la meditación se ha asociado a una mayor diferenciación emocional y a menores dificultades emocionales (Hill y Updegraff, 2012), así como a la reducción de sintomatología asociada a problemas de estrés, ansiedad y depresión (Hervás, Cebolla y Soler, 2016).

Endler y Parker (1990) incluyeron en la clasificación de estrategias centradas en el problema y en la emoción, una categoría adicional: las centradas en la evitación. Este tipo de estrategias consisten en evitar el problema o la situación estresante realizando otro tipo de tareas que consigan distraer a la persona de dicho problema o situación.

En 1985, Folkman y Lazarus desarrollaron la Ways of Coping Scale. Este cuestionario ha sido uno de los más utilizados para evaluar el afrontamiento. A partir del análisis factorial de las respuestas de diferentes muestras de participantes a la versión original y a versiones revisadas de la Ways of Coping Scale, diversos autores (Aldwin y Revenson, 1987; Felton, Revenson y Hinrichsen, 1984) han identificado entre seis y nueve factores de afrontamiento diferentes. Un estudio de este tipo, con una muestra especialmente amplia en cuanto a edad y clase social, proporcionó ocho factores: tres claramente centrados en el problema —la precaución, la acción instrumental y la negociación—, cuatro centrados en la emoción —el escapismo, la minimización, la autoculpabilización y la búsqueda de significado— y uno —la búsqueda de apoyo social— que incluía ítems de ambos tipos (Aldwin y Revenson, 1987). Aunque estos estudios son interesantes, Carver, Scheier y Weintraub (1989) consideran este tipo de planteamientos factoriales insuficientes. Estos autores, tomando en cuenta los resultados de los estudios empíricos, pero partiendo también de diversas consideraciones teóricas, crearon el cope, un inventario que en la versión española incluye las siguientes categorías: el afrontamiento activo, la planificación, el uso de apoyo emocional, el apoyo social, la reinterpretación positiva, el humor, la autodistracción, la autoinculpación, la desconexión conductual, el desahogo, la negación, la aceptación, la religión y el consumo de sustancias como alcohol o medicamentos (Mate, Andreu y Peña, 2016).

Por otra parte, Skinner, Edge, Altman y Sherwood (2003) han realizado un importante trabajo de revisión de las distintas clasificaciones de afrontamiento existentes. Concretamente, identificaron, a partir de las 400 formas de afrontamiento que obtuvieron del análisis de 100 medidas de este constructo, 13 supracategorías de afrontamiento. Para estos autores, las cinco primeras categorías (resolución de problemas, búsqueda de apoyo, evitación/escape, distracción y reestructuración cognitiva) son más importantes que las cuatro siguientes (rumia, desesperanza, aislamiento social y regulación emocional), ya que aparecían en un número mayor de clasificaciones. A su vez, estas últimas las consideran más importantes que las tres siguientes (búsqueda de información, negociación y oposición). Por último, la delegación es, según ellos, la categoría menos importante, ya que únicamente estaba presente en una de las medidas revisadas.

Esta última clasificación constituye uno de los esfuerzos más interesantes por ofrecer una categorización lo más exhaustiva posible de las distintas formas de afrontamiento. No obstante, hay que decir que todavía hoy no se cuenta con una clasificación definitiva de las diversas formas de afrontar las emociones. Lo que hay son diversas categorizaciones, más o menos coincidentes, de los modos de hacer frente a las emociones y situaciones emocionales negativas.

Formas de regulación emocional

En comparación con las clasificaciones sobre las formas de afrontamiento, son muchas menos las propuestas que se han hecho sobre las formas de regulación emocional. Entre las clasificaciones propuestas nos gustaría destacar las relativas a los trabajos de varios autores que trabajan en esta área (Etxebarria, 2002; Frijda, 1986; Gross y Thompson, 2007; Koole, 2010). Estas clasificaciones tienen un gran valor, ya que no se limitan a la mera descripción y ayudan a entender el proceso de regulación emocional.

Concretamente, basándonos en la clasificación que realiza Etxebarria (2002; que a su vez se basa en la clasificación de Frijda, 1986), podemos distinguir cuatro vías fundamentales para conseguir modificar lo que sentimos: la regulación de la confrontación de los hechos, la regulación del procesamiento de la información tanto externa como interna, la regulación de las tendencias expresivas y conductuales y la regulación de las reacciones fisiológicas.

La primera vía, la regulación de la confrontación de los hechos, consiste en modificar lo que sentimos regulando nuestra exposición a los acontecimientos o situaciones que nos provocan emociones. Esto lo podemos hacer por medio de la acción (exponiéndonos, por ejemplo, a circunstancias o situaciones agradables, evitando las situaciones desagradables, etc.) o por medio de los procesos atencionales (simplemente, atendiendo a los sucesos agradables y no atendiendo a los desagradables).

La segunda vía, la regulación del procesamiento de la información externa e interna, se basa en la modificación de las interpretaciones, los pensamientos, las imágenes, etc., activados por los sucesos emocionales. Frijda (1986) lo denomina “afrontamiento intrapsíquico”. El afrontamiento intrapsíquico a menudo implica una cierta distorsión de la realidad o, al menos, un debilitamiento de la relación con la misma, por lo que suele considerarse una forma de reinterpretación o reevaluación defensiva. Esto es así en el caso de la negación, la racionalización o la proyección, por ejemplo. Sin embargo, no todo el afrontamiento intrapsíquico es de carácter defensivo. Por ejemplo, no lo son el distanciarse un poco de las cosas y mirarlas con cierta perspectiva, ni el bromear o ironizar sobre las mismas. En estos casos puede hablarse de una reevaluación constructiva, en cuanto que no se produce exactamente una distorsión de la realidad, sino, simplemente, un enfoque más positivo de la misma.

Las dos vías hasta aquí mencionadas —la regulación de la confrontación de los hechos y la del procesamiento de la información externa e interna— constituyen probablemente las principales vías para modificar la experiencia emocional. Pero aún hay otras maneras de influir en ésta.

Una tercera vía sería la regulación de las tendencias expresivas y conductuales. Tanto el dar rienda suelta a las expresiones y conductas emocionales como su supresión o inhibición sirven para regular la experiencia emocional. La inhibición o supresión de las expresiones emocionales, en especial adoptando intencionadamente una expresión o actitud diferente, incompatible con la tendencia natural de una emoción dada, puede afectar a la experiencia emocional subjetiva. Sin embargo, la supresión de la respuesta emocional externa, por sí misma, no siempre elimina ni debilita la experiencia emocional interna.

Una cuarta vía sería la regulación de las reacciones fisiológicas. Las respuestas fisiológicas se pueden regular de diversos modos: mediante tranquilizantes, sedantes, alcohol, etc., y también, hasta cierto punto, por técnicas de biorretroalimentación (biofeedback). Estas técnicas han mostrado ser útiles en muchos casos, pero lo cierto es que la meditación, así como diversos métodos de relajación y ejercicios de respiración, más sencillos y que no exigen equipos tan costosos, brindan beneficios similares. En este sentido, la meditación o mindfulness, desde unas premisas claras y sencillas, puede suponer una herramienta muy positiva para regular nuestras emociones como muestran numerosos estudios (Hervás et al., 2016; Hill y Updegraff, 2012; Kral et al., 2018; Wheeler, Arnkoff y Glass, 2017). Así, por ejemplo, se ha hallado que un entrenamiento prolongado en la práctica de la meditación se asocia a una menor reactividad de la amígdala ante imágenes negativas (Kral et al., 2018).

En una línea similar a la planteada por Etxebarria (2002; que, como hemos señalado, se basa a su vez en Frijda, 1986), Gross y Thompson (2007) hablan de cinco familias de procesos de regulación emocional: selección de la situación, modificación de la situación, despliegue de la atención, cambio cognitivo y modulación de la respuesta. Las tres primeras se corresponden en gran medida con lo que Etxebarria engloba en la regulación de la confrontación de los hechos; en concreto, el despliegue de la atención se podría considerar como una versión interna de la selección y de la modificación de la situación. El cuarto tipo de estrategia planteada por Gross y Thompson, el cambio cognitivo, se corresponde con la regulación del procesamiento de la información. Por último, la estrategia de regulación de las tendencias expresivas y conductuales y las estrategias de regulación de las reacciones fisiológicas planteadas por Etxebarria se pueden asimilar a lo que Gross y Thompson denominan modulación de la respuesta, aunque con ciertos matices.

Por otra parte, Koole (2010), en su revisión sobre la regulación emocional, plantea una propuesta bastante diferente de las clasificaciones comentadas hasta ahora. Koole defiende que las estrategias de regulación se pueden clasificar atendiendo a los sistemas mediante los cuales se realiza la regulación emocional y a las funciones que desempeñan.

Este autor habla de tres sistemas ampliamente estudiados que generan emociones: la atención, el conocimiento y el cuerpo, sistemas descritos en las propuestas de procesos de regulación emocional a las que nos hemos referido en este apartado (Etxebarria, 2002; Gross y Thompson, 2007). Por un lado, la regulación emocional ha hecho referencia comúnmente a cómo los procesos atencionales pueden influir en la emoción. Por otro lado, el conocimiento configura otro sistema que dará lugar a emociones o influirá en éstas; aquí nos referimos, por ejemplo, a la evaluación cognitiva de un determinado evento. Por último, hemos de hablar del sistema fisiológico: aquí se incluyen las expresiones faciales, las posturas corporales, los movimientos motores voluntarios e involuntarios y otras respuestas fisiológicas que influirán en las emociones.

Por otra parte, Koole (2010) diferencia tres tipos de funciones. En primer lugar, la regulación emocional puede servir para satisfacer necesidades hedónicas, a menudo de carácter impulsivo y no consciente; en segundo lugar, puede facilitar la consecución de objetivos; por último, puede contribuir a la optimización del funcionamiento de la personalidad en su conjunto. En muchos casos, estas funciones se combinan, complementándose, aunque también pueden ser conflictivas entre sí.

Koole (2010) plantea que en cada una de las tres formas de estrategias vinculadas a las diferentes funciones (cubrir necesidades hedónicas, lograr determinados objetivos o metas y optimizar la personalidad en su conjunto) pueden actuar los distintos sistemas a los que hemos hecho alusión anteriormente: el sistema de atención, el conocimiento y el sistema corporal.

¿Existen formas de afrontamiento y de regulación emocional adecuadas e inadecuadas?

Aunque es ésta una cuestión estrechamente ligada a la de la eficacia, conviene distinguirla de la misma: lo que aquí nos interesa no es tanto si una determinada forma de afrontamiento o de regulación emocional funciona —es decir, si modifica realmente la emoción en algún sentido o no— como si resulta beneficiosa o perjudicial. Determinadas formas de regulación emocional y afrontamiento pueden ser muy eficaces en relación con las metas y necesidades del individuo más destacadas en una situación dada, pero, al mismo tiempo, negativas en relación con otros aspectos importantes para el mismo individuo o los que le rodean (Frijda, 1986; Lazarus, 1966).

Antes de continuar, hemos de aclarar que en este apartado nos referiremos en mayor medida a las formas de afrontamiento adecuadas e inadecuadas, dado que éstas se han estudiado más que las formas de regulación emocional.

Lazarus y Folkman (1986), haciendo referencia al afrontamiento, plantean que no puede considerarse ninguna estrategia esencialmente mejor o peor que otra. El juicio acerca de la adecuación de una determinada estrategia debe hacerse teniendo en cuenta el contexto en que se produce. Son muchos los autores que insisten en esta cuestión: muchas formas de afrontamiento pueden ser beneficiosas para determinadas personas en ciertas situaciones, y perjudiciales para otras o para esas mismas personas en otras situaciones (Carver et al., 1989; Etxebarria, 2002; Frijda, 1986).

Probablemente ninguna forma de regulación emocional pueda considerarse intrínsecamente negativa, como tampoco positiva (Gross y Thompson, 2007). Cuál sea el modo de regulación emocional “óptimo” puede variar mucho de unos individuos a otros, según las situaciones y según las metas de los individuos en las mismas (Etxebarria, 2002; Gross y Thompson, 2007). Así, por ejemplo, normalmente se considera que una de las mejores formas de hacer frente a situaciones estresantes y emocionalmente dolorosas es que la persona realice esfuerzos activos por resolver el problema o situación desencadenante. Sin embargo, cuando las situaciones son incontrolables, este tipo de esfuerzos a menudo no sirven más que para prolongar el sufrimiento. Por el contrario, la negación, que se suele considerar muy negativa y hasta índice de la presencia de tendencias psicóticas, para Richard Lazarus y muchos otros autores que han profundizado en el estrés y las estrategias de afrontamiento, podría considerarse adaptativa en ciertas situaciones o en determinadas fases de una situación (por ejemplo, al principio de un suceso muy traumático). Otro ejemplo es el de la distracción, tanto cognitiva como conductual. La distracción, en principio, puede parecer una forma de regulación emocional bastante inteligente y, desde luego, distraerse jugando un partido de fútbol o de tenis o leyendo una novela puede estar muy bien. Sin embargo, volcarse en el trabajo o en la política para olvidarse de los problemas familiares, aunque sirva efectivamente, no parece constituir una forma de regulación emocional adecuada.

Pero aunque no pueda afirmarse rotundamente que hay estrategias que siempre resultan positivas o negativas, no podemos negar que, en general, hay formas de regulación que son mejores que otras. Por ejemplo, según Carver y colaboradores (1989), pueden considerarse formas de afrontamiento adaptativas, entre otras, según las categorías por ellos propuestas, el afrontamiento activo, la planificación, la reinterpretación positiva o el apoyo social. Por el contrario, la negación, la desconexión conductual o el recurrir al consumo de sustancias como el alcohol o los medicamentos tendrían un valor más dudoso.

Veamos a continuación qué ocurre, qué problemas se dan, en algunas de las estrategias habitualmente consideradas negativas más comunes. Aunque la rumia o el darle vueltas una y otra vez a un mismo acontecimiento doloroso, desconcertante o preocupante se suela realizar para tratar de entender lo que ocurrió, generalmente puede ser más un obstáculo que una ayuda para regular la experiencia dolorosa. Con la carga emocional, resulta difícil ordenar las ideas, éstas tienden más bien a agolparse y enmarañarse, y vuelven cada vez más confuso el problema. Además, el mismo pensamiento confuso exige seguir pensando para tratar de encontrar alguna luz que lo ilumine (Etxebarria, 2002).

El centrarse en la emoción y su expresión libre a veces puede ser útil, pero puede también dificultar la adaptación (Felton et al., 1984). El focalizar en el sufrimiento puede exacerbarlo y puede hacer que la persona olvide realizar esfuerzos de afrontamiento activo, dirigidos a resolver los problemas.

El uso de apoyo emocional, aparentemente una forma de regulación positiva, sería, según Carver y colaboradores (1989), una espada de doble filo: puede ayudar a que la persona se sienta segura y afronte la situación focalizándose en el problema, pero también puede utilizarse simplemente para dar rienda suelta a los propios sentimientos.

Una de las formas de saber si una estrategia de regulación emocional es más adecuada que otra es analizar las funciones que desempeñan dichas estrategias, esto es, analizar si se consiguen resultados positivos o negativos mediante dichas estrategias. De hecho, hay autores como Koole (2010) que, como hemos señalado anteriormente, clasifican las formas de regulación emocional según las funciones que desempeñan. Como hemos comentado con anterioridad, Koole señala que las principales funciones de las estrategias de regulación emocional son la satisfacción de necesidades hedónicas, el facilitar la consecución de objetivos y el optimizar el funcionamiento personal general. Así, respecto a la regulación emocional orientada a necesidades, Koole plantea que las estrategias cognitivas parecen relativamente ineficaces, especialmente a largo plazo. Sin embargo, en cuanto a la regulación orientada a objetivos, las estrategias atencionales y cognitivas parecen tener cierta ventaja sobre las corporales. Sin embargo, respecto a las estrategias orientadas a la persona, concluye que las estrategias corporales parecen ser relativamente efectivas. En cualquier caso, hemos de aclarar que aquí hablamos de eficacia y que dicha eficacia no tiene por qué corresponderse siempre con el carácter saludable, que es precisamente lo que nos interesa analizar.

Lo que sí parece claro es que la regulación emocional orientada a la persona se asocia a beneficios a largo plazo, tanto si se refiere a la atención como al conocimiento y al cuerpo (Koole, 2010).

En este punto, merece la pena citar un estudio que permite hablar de estrategias positivas y negativas en general (Pascual, Conejero y Etxebarria, 2016). En dicho estudio, se utilizaron tres índices o factores relativos a diferentes funciones positivas en la salud que pueden desempeñar las estrategias de afrontamiento. En concreto, se medía si se lograba disminuir la ansiedad, si se lograba satisfacción con uno mismo y, por último, si se conseguía mejorar la relación con otras personas. En este estudio, cuya muestra estaba constituida por 762 personas, 375 mujeres y 387 varones (edad: M = 16.74, dt = 0.71), se analizaron las correlaciones entre las puntuaciones en las distintas categorías de afrontamiento del Responses to Stress Questionnaire (Connor-Smith, Compas, Wadsworth, Thomsen y Saltzman, 2000) y las puntuaciones en estos tres índices. Los análisis mostraron correlaciones significativas positivas entre los tres factores y las formas de afrontamiento habitualmente consideradas positivas (resolución de problemas, regulación emocional, pensamiento positivo, reestructuración cognitiva, distracción y aceptación) y correlaciones significativas negativas entre los factores y las formas de afrontamiento que suelen considerarse negativas (evitación, negación, ilusión, rumia, acción impulsiva, inacción y escape).

A modo de conclusión

El ámbito de estudio de la regulación emocional es un ámbito floreciente y enormemente productivo. Algunos pueden temer que estimular la capacidad de la gente para regular las emociones puede reducir la experiencia emocional, pero la investigación sugiere justamente lo contrario (Koole, 2010). Parece que dicha capacidad se asocia con una mayor conciencia de las emociones y más profunda, lo cual viene a enriquecer la experiencia emocional.

Por medio de esta revisión esperamos haber contribuido a aclarar el concepto de regulación emocional, su relación con el de afrontamiento, y al conocimiento acerca de las distintas estrategias desde una perspectiva integradora. Por otra parte, creemos que puede ser interesante el desarrollo de diversos índices de salud con los que valorar en qué medida determinadas estrategias de regulación resultan beneficiosas o perjudiciales para la salud en la línea de Pascual et al. (2016).

Agradecimientos

Esta investigación se ha realizado gracias a la financiación del Vicerrectorado de Investigación de la Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea: 1/UPV 00227.231-H-14897.

Referencias

Aldwin, C. M., & Revenson, T. A. (1987). Does coping help? A reexamination of the relation between coping and mental health. Journal of Personality and Social Psychology, 53(2), 337-348. doi:10.1037/0022-3514.53.2.337

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Notas de autor

Dirigir correspondencia a: Aitziber Pascual Jimeno. Departamento de Procesos Psicológicos Básicos y su Desarrollo, Universidad del País Vasco, Aptdo. 726, 20080 San Sebastián. España. Correo electrónico: aitziber.pascual@ehu.eus

Información adicional

Citación: Pascual Jimeno, A., & Conejero López, S. (2019). Regulación emocional y afrontamiento: Aproximación conceptual y estrategias. Revista Mexicana de Psicología, 36(1), 74-83.

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