Yuval Noah Harari. DE ANIMALES A DIOSES. UNA BREVE HISTORIA DE LA HUMANIDAD. Barcelona, 2014 Debate. Trad. de Joandomènec Ros. 496 pp.

From animals to gods: A brief history of humankind

Nubis Pulido
Universidad de Los Andes, Venezuela

Yuval Noah Harari. DE ANIMALES A DIOSES. UNA BREVE HISTORIA DE LA HUMANIDAD. Barcelona, 2014 Debate. Trad. de Joandomènec Ros. 496 pp.

Revista Geográfica Venezolana, vol. 58, núm. 2, pp. 514-519, 2017

Universidad de los Andes

Harari Yuval Noah. DE ANIMALES A DIOSES UNA BREVE HISTORIA DE LA HUMANIDAD. 2014. Barcelona. Debate. 496pp.

De animales a dioses. Breve historia de la humanidad es un libro escrito por Yuval Noah Harari (1976), joven profesor de Historia de la Universidad Hebrea de Jerusalén, especialista en historia medieval e historia militar y, recientemente, después de obtener su doctorado en Historia en la Universidad de Oxford, estudioso de la historia del mundo y los procesos macro-históricos

Esta obra de talante original, lenguaje atrevido y provocador, constituye, en sus 496 páginas, un esfuerzo por sintetizar la larga historia de la humanidad; este recuento abarca desde el comienzo de nuestra especie (Homo sapiens) con su progresivo y definitivo predominio por encima de otros grupos humanos contemporáneos, y describe las grandes etapas en su evolución: la cognitiva, la agrícola y la científica, etapa última en la que el autor se detiene para enunciar algunos supuestos razonados acerca del futuro de nuestra especie.

Este obra consta de cuatro partes, la primera: La revolución cognitiva, en la que apelando a la física (big bang), química (átomos, moléculas e interacciones) y biología (organismos), Harari describe los orígenes del mundo y la aparición sobre la Tierra del género Homo, «un animal sin importancia»; su evolución hasta que el Homo sapiens, «hombre sabio», dominara sobre otros organismos y especies humanas, al tiempo que se producía una «revolución cognitiva» con la creación de un lenguaje ficcional. En esta interpretación, coincidente con la de otros historiadores, el lenguaje hizo posible la conquista del mundo y constituyó el fundamento de la superioridad del Homo sapiens como especie.

En este apartado se recalca, de manera importante, el rol atribuido al lenguaje como elemento clave en las transformaciones fundamentales de la vida en el planeta. De acuerdo con Harari, el lenguaje le concede al Homo sapiens una capacidad excepcional para transmitir información acerca de todo, incluso, y de manera importante «de cosas que no existen en absoluto» (pág. 37). Ello entonces le permite crear mitos comunes que le confieren una capacidad también única: la de la cooperación.

Aun cuando, según el autor, no puedan ser consideradas «mentiras», y a diferencia de la realidad objetiva, esas «ficciones colectivas» –ficciones porque corresponden a relatos «imaginarios» o representaciones que no existen «no hay dioses en el universo, no hay naciones, no hay dinero, ni derechos humanos, ni leyes, ni justicia fuera de la imaginación común de los seres humanos» (pág. 41)–, constituyen creencias compartidas que hacen posible la cooperación humana a gran escala, bajo diferentes modalidades: tribus, iglesias, ciudades, imperios, naciones, estados, organismos supranacionales, multinacionales globales. Según el autor, es este logro el mayor alcance cualitativo en la historia del ser humano y el que en definitiva permite explicar que «un simio insignificante» se convirtiera en «el amo del planeta».

En la segunda parte de esta obra: La revolución agrícola, Harari describe la evolución humana desde una sociedad de cazadores-recolectores nómadas, hasta otra de agricultores y pastores sedentarios. Esa transformación, además del incremento poblacional, llevó aparejada la creación de organizaciones complejas que permitieran manejar la producción y distribución de bienes cada vez más cuantiosos. Tales formas de organización se tradujeron en una disposición social jerárquica, que sustentada, una vez más, en los mitos compartidos, se estructuró en grupos, con una reducida minoría privilegiada en la cima, formada en su etapa inicial por: reyes, funcionarios gubernamentales, soldados, sacerdotes, artistas y pensadores; y una amplia mayoría de campesinos, en la base. Bajo esa dinámica de generación y apropiación de los excedentes, la revolución agrícola impulsó la política, las guerras, el arte y la filosofía. Y pese a algunas reivindicaciones posteriores, ese orden social jerárquico imaginado, ha evolucionado, mas no ha desaparecido (plebeyos-esclavos; patricios-siervos; brahmanes-shudras; blancos-negros e indios; ricos-pobres).

En el contexto de esta segunda etapa evolutiva, y asociado a la diferenciación en grupos o clases, Harari examina otro tema de gran interés, el patriarcado, interpretado como una forma adicional del dominio histórico de los grupos más poderosos sobre los más débiles, en este caso en el binomio: hombres-mujeres.

En la tercera parte de la obra: La unificación de la humanidad, Harari describe como la evolución hacia formas de complejidad mayores de la sociedad, se acompañan de constructos imaginados cada vez más refinados. Respondiendo a ello, hoy –bajo el orden político moderno–, la igualdad y la libertad individual, se erigen como los valores fundamentales de la sociedad. No obstante, estos valores no logran conciliar la contradicción que confrontan entre sí –«garantizar que todo individuo será libre de hacer lo que le plazca es inevitablemente una estafa a la igualdad» (pág. 187)– y mas pareciera que ésta, como otras contradicciones en el pasado, constituyeran «los motores de la cultura, responsables de la creatividad y el dinamismo de nuestra especie» (pág. 187).

También resalta el autor la compleja e inevitable interrelación de las culturas humanas y, retando tesis contrarias, conjetura su inexorable tendencia hacia la unificación. En la misma tónica, esta vez rebatiendo los actuales discursos nacionalistas que exaltan las culturas «auténticas», Harari afirma «si por «auténtico» queremos decir algo que se desarrolló de forma independiente, y que consiste en tradiciones locales antiguas, libres de influencias externas, entonces no quedan en la Tierra culturas auténticas. A lo largo de los últimos siglos, todas las culturas cambiaron hasta hacerse prácticamente irreconocibles por un aluvión de influencias globales» (pág. 192).

Según Harari, los orígenes de la globalización y unificación de las culturas se remontan entonces, a diferencia de lo comúnmente defendido en la literatura, al primer milenio a. C., bajo tres órdenes universales: el monetario, el imperial y el religioso. Para los comerciantes, el mundo era un mercado único y sus habitantes, clientes potenciales; para los conquistadores, el mundo entero, un imperio único y los humanos, súbditos potenciales; para los profetas, el mundo se sostenía sobre una única verdad y todos los humanos eran vistos como fieles en potencia.

En este contexto, tres factores o fuerzas unificadoras han sido claves para determinar el orden que ha regido la evolución de la humanidad. El dinero, ese valor de nuestra imaginación común o constructo psicológico, «el más universal y eficiente sistema de confianza mutua que jamás se haya inventado» (pág. 203); el orden imperial, el cual dada la diversidad cultural y la flexibilidad territorial que puede abarcar, se erige como la forma de organización política más eficiente en la historia humana; y, la religión (con sus actuales expresiones o ideologías modernas: liberalismo, comunismo, capitalismo, nacionalismo y nazismo), ese sistema de normas y valores fundamentados en la creencia de un orden sobrehumano.

La cuarta y última parte de esta obra: La revolución científica, permite a Harari dilucidar su propio teorema: más que una revolución del conocimiento, la revolución científica es una revolución de la ignorancia. La ciencia moderna admite manifiestamente la ignorancia colectiva en relación con los asuntos trascendentales, ello le ha concedido la facultad de ser «más dinámica, adaptable e inquisitiva que cualquier otra tradición previa del conocimiento. Esto ha expandido enormemente nuestra capacidad de comprender cómo funciona el mundo y nuestra capacidad de inventar nuevas tecnologías» (pág. 285).

La solución de muchos problemas por la ciencia ha llevado aparejado otro mito, el de que la humanidad puede resolver todos los problemas a través de la adquisición e implementación de nuevos conocimientos; no obstante, como advierte Harari, la ciencia es el resultado de la actividad humana, y «como todos los otros campos de nuestra cultura, está modelada por intereses económicos, políticos y religiosos» (pág. 300). La ciencia sola no puede establecer sus propias prioridades, ella está supeditada a los intereses económicos, políticos e ideológicos dominantes, es decir a los tres órdenes universales que rigen la evolución de la humanidad: monetario, imperial y religioso bajo sus manifestaciones modernas, libre mercado, imperio global y liberalismo -impregnado del culto a la felicidad, con la carga subjetiva que ello supone-.

Por último, la reflexión sobre el futuro del Homo sapiens en el planeta y el gran poder que le conceden la ciencia y la tecnología para manipular las restricciones que impone el mundo que le rodea –así como sus propias limitaciones (su cuerpo y mente)–, lleva al autor a imaginar las posibilidades de una vida inorgánica, liberada de los grilletes que le impone la biología.

El mito de la ciencia y la tecnología como garantes de un mundo mejor hace suponer que hoy, el Homo sapiens está dotado de «poderes que siempre se han considerado divinos, como la creación de vida, la eterna juventud, la transformación de nuestra propia naturaleza genética e, incluso, la capacidad de leer la mente mediante cerebros conectados por ordenadores» (pág. 282) ¿Homo Deus? Pero, teme Harari, que en ese afán por el desarrollo tecnológico, junto con la búsqueda de la «amortalidad», a imagen del proyecto Gilmalesh, pudiera comprometer la vida en el planeta –el deterioro climático y la extinción de otras especies, son sólo algunas manifestaciones–, e incluso conducir al Homo sapiens, parodiando el mito de Frankenstein, a generar su autodestrucción y remplazo por seres distintos.

Aun cuando coincidamos con algunas de sus apreciaciones, está claro que Harari, como todo Homo sapiens, está indefectiblemente influenciado por los mitos colectivos a que hace referencia en su obra. Podríamos identificar de un lado al catastrofismo, mito que, le hace suponer que hoy el sapiens está fraguando un futuro desastroso para la humanidad «A lo largo de las últimas décadas hemos alterado el equilibrio ecológico de nuestro planeta de tantas formas nuevas que parece probable que tenga consecuencias nefastas. Hay muchas pruebas que indican que estamos destruyendo los cimientos de la prosperidad humana en una orgía de consumo temerario» (pág. 415).

Del otro, el humanismo, mito que le posibilita disertar sobre las fuentes de la felicidad dentro de un abanico de posibilidades: como resultado de factores materiales –la salud, la dieta o la riqueza–; como alcance de expectativas subjetivas –vinculadas al conjunto de condiciones posibles, en el contexto histórico en que se vive–; como producto del accionar de factores bioquímicos y genéticos, determinados por las sensaciones placenteras que, ante ciertos estímulos, generan el sistema nervioso, las neuronas, las sinapsis y las sustancias bioquímicas –serotonina, dopamina y oxitocina–; como el revelar el sentido la vida, o, por último –tal cual planteara Buda y nos lo recuerda Harari–, como el abandono definitivo, no sólo de «la búsqueda de los logros externos, sino también la búsqueda de sentimientos internos» (pág. 433).

La influencia de ambos mitos en el autor, o tal vez uno nuevo –cuyo nombre debamos acuñar–, le llevan a finalizar su obra con un juicio personal y una suerte de mea culpa colectiva: «causamos estragos a nuestros socios animales y al ecosistema que nos rodea, buscando poco más que nuestra propia comodidad y diversión, pero sin encontrar nunca satisfacción. ¿Hay algo más peligroso que unos dioses insatisfechos e irresponsables que no saben lo que quieren?» (pág. 457).

En definitiva y pese a la incontrovertible influencia, que sobre el autor ejercen los mitos que hoy dominan el accionar colectivo, las consideraciones que, sobre los orígenes y el futuro de la humanidad, expone Harari en su obra son dignas merecedoras de una atenta y provechosa lectura.

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