Notas y Documentos
La apropiación simbólica del territorio. Una tradición actualizada desde la nueva geografía cultural*
The symbolic appropriated territory, an updated tradition in the new cultural geography
La apropiación simbólica del territorio. Una tradición actualizada desde la nueva geografía cultural*
Revista Geográfica Venezolana, vol. 59, núm. 2, pp. 434-447, 2018
Universidad de los Andes
Recepción: 15 Marzo 2018
Aprobación: 15 Junio 2018
Resumen: El trabajo aborda la tradicional relación entre cultura y territorio desde la nueva geografía cultural. Para ese propósito tres bloques argumentales fueron organizados de acuerdo con una selectiva lectura biblio-hemerográfica. El primero considera el contenido de esa relación en la geografía humana tradicional. El segundo incorpora la concepción simbólica-expresiva, especialmente identidades e imaginarios geográficos y, el tercero, los retos del territorio-lugar en la dimensión global contemporánea. El recorrido conceptual evidenció la escasa presencia o ausencia de intangibles culturales tanto en la geografía regional como en la llamada geografía cuantitativa, posteriormente resarcidos por la nueva geografía cultural, corriente que hoy muestra un acelerado y variado dinamismo.
Palabras clave: nueva geografía cultural, territorio, identidades e imaginarios geográficos.
Abstract: This study examines the territorial geographic tradition from the new cultural geography point of view. According to a selective documentary review, three argumentative blocks were organized. The first block approaches the culture-territory relation in regional and landscape geography. The second one considers the innovative symbolic-expressive notion of territory, like identities and geographic imaginaries, and the third one is a short debate on challenges of the territory-places in cultural dimension of globalization. It was noted that traditional study of territoriality resulted incomplete for not answering bonds between individual non-tangibles and their territories, which were potentiated for the accelerated dynamics of new cultural geography during last decades.
Keywords: new cultural geography, territory, identities and geographic imaginaries.
1. Introducción
La cultura geográfica incluye un extenso abanico de pensamientos tradicionales y emergentes. Los primeros perduran en la conciencia y práctica disciplinarias -relación sociedad-ambiente, diferenciación regional, modelos espaciales, mientras los segundos son avances recientes de la geografía humanista y posmoderna. El territorio, uno de los conceptos centrales de la tradición geográfica, evolucionó desde su concepción como recurso material o espacio de dominio social, hacia representaciones culturales de los sujetos habitantes: un espacio apropiado por individuos y sociedades con el que mantienen lazos de pertenencia e identidad.
A partir de las últimas décadas del siglo XX esta corriente culturalista ha logrado preeminencia, sobre todo en la literatura de la llamada nueva geografía cultural (Giménez, 2009; Verdier, 2010; Martínez de Pisón y Ortega Cantero, 2010; Daniels, 2011; Lindón e Hiernaux, 2012; Zusman, 2013). Sensibilidad de lugares, poéticas del espacio, espacios vividos, arraigos territoriales, identidades nacionales, paisajes imaginarios, culturas visuales, entre otros temas, llenan los vacíos encontrados en los tradicionales meta-relatos geográficos de regiones o mercados.
En Venezuela los abordajes geográficos en este campo son relativamente escasos, aunque más frecuentes en otras ciencias sociales, particularmente en fuentes interdisciplinarias (Universidad de los Andes, 2003; Guerrero, 2009; Cáceres, 2009, entre otros). En la perspectiva geográfica se encuentran tópicos relacionados con paisajes imaginarios e identidad nacional (Ruiz Chataing, 1991; Castillo Zapata, 2000; Rojas López, 2007; Pérez Arriaga, 2009; Valero, 2015), paisajes y memoria cultural (Pargas, 2011; Pérez y Márquez, 2016), sensibilidad geo-cultural (Cunill Grau, 2007; Pérez Arriaga, 2010), geografía y desarraigo (Aché, 2017) y miradas geohistóricas del paisaje (Briceño Monzón, 2003; Rojas López, 2017; Cuevas Quintero, 2018).
Siguiendo los propósitos del Foro Cultura y Paisaje, un continuo esfuerzo de la Escuela de Geografía de la Universidad de Los Andes, que recién conmemoró su 15 aniversario en el 2017, la presente contribución examina la actualización de la relación cultura-territorio en la geografía humana, visto como un proceso inscrito en el cultural turn de las ciencias sociales y, por consiguiente, alejado de los habituales espacios corográficos, isótropos y geopolíticos de la disciplina. En breve, revelar la renovación del concepto territorial desde la mirada de la nueva geografía cultural. Para esos fines se sigue una ruta metodológica organizada en tres bloques argumentales a partir de una selectiva revisión bibliográfica y hemerográfica. El primero aborda la relación cultura-territorio en la geografía tradicional; el segundo, la innovadora concepción simbólica-expresiva de los territorios y, el tercero, la posición del lugar en la dimensión cultural de la globalización contemporánea.
2. Cultura y territorio en la geografía tradicional
La noción de territorio surge históricamente con las acciones de dominio y control sobre una determinada área geográfica a través de alguna forma de autoridad (militar, política, religiosa). De acuerdo con el postulado geopolítico del determinismo ambiental, el ‘espacio vital’ ratzeliano suponía una relación de equilibrio entre sociedad y recursos terrestres necesarios para la expansión del Estado. Por lo contrario, la pérdida de espacio territorial demostraba su desgaste geopolítico. A finales del siglo XIX y comienzos del XX, período de institucionalización de la geografía, la lucha darwiniana por la sobrevivencia fue trasladada a una especie de lucha por los territorios (Estébanez, 1992).
La carencia de evidencias históricas y geográficas sumió en el descrédito académico la tesis determinista. Por lo contrario, la propia evolución disciplinaria situó al complejo de relaciones localizadas entre cultura y naturaleza como la mejor expresión regional de la sociedad. Los conceptos de géneros de vida y paisajes culturales interpretaron el territorio en términos de improntas culturales materiales acumuladas: paisajes rurales, caminos y senderos, poblados, canales de riego, áreas agrícolas. O, también, como espacio de distribución de rasgos etnográficos, particularmente formas vestimentarias, celebraciones religiosas, gastronomías locales, dialectos, danzas lugareñas, áreas culturales.
En Francia, cuna del posibilismo geográfico, Vidal de la Blache (1922) asentó que el espacio geográfico seguía siendo naturaleza, pero repleto de técnicas y tradiciones acordes con los modos de vida regionales. Y Carl Sauer (1925), pionero de la geografía cultural norteamericana, inspirado en los estudios alemanes del landschaft, definió el paisaje como una distintiva asociación de formas naturales y culturales, que expresaba a su vez el inter-juego cultura-naturaleza a lo largo del tiempo. En esos trabajos, la estructura natural constituía la base primaria y primera de un proceso diacrónico de habitabilidad del espacio. La evolución de un género de vida o de un paisaje natural a un paisaje cultural estaba marcada por los modos de ocupación y uso de la tierra, esto es, huellas visibles resultantes de cambios históricos, responsables de configuraciones morfológicas y funcionales de regiones y paisajes.
La geografía poco o no privilegiaba atributos vividos o sentidos de los habitantes en sus lugares, pese a la influencia del romanticismo geográfico de Humboldt en el mundo intelectual de la época, aunque como apunta Mikesell (1972), algunos estudios incorporaron elementos inmateriales de los paisajes, la religión entre ellos. La ausencia de intangibles se acentuó después de la II guerra mundial. Urbanización y reducción de la población rural, movilidad espacial de personas, bienes y servicios e integración geoeconómica en redes internacionales, modificaron el modelo territorial, sobre todo de los países industrializados. La geografía comenzó a transitar rumbos neopositivistas que rescataron modelos geométricos del siglo XIX y primera mitad del siglo XX con una profusión de herramientas matemáticas y estadísticas. En consecuencia, la historia cultural y ecológica de los lugares fue desplazada por el estudio de relaciones horizontales en espacios isótropos u homogéneos.
Durante los años setenta del siglo pasado, filosofías críticas, sobre todo marxistas, y filosofías humanistas, fundamentalmente fenomenológicas, abrieron otros caminos, sin desconocer las raíces críticas de geógrafos anarquistas o los rasgos humanistas de algunos posibilistas regionales, respectivamente. Desde la fenomenología comenzó a entenderse que entre observador y observado se establecía un diálogo mediado por intereses, valores y creencias; por tanto, el conocimiento de la realidad no podía ser estrictamente objetivo (García-Baró, 1999).
Este nuevo enfoque permitió a los geógrafos comprender significaciones y representaciones de ‘los otros’ en sus espacios de vida, elementos muy difíciles de captar mediante el racionalismo científico. La visión humanista dejaba claro, entonces, que el tradicional estudio de paisajes y territorios correspondía a la propia percepción de los geógrafos, reducida a lo visible, aparente, accesible, pero sin respuestas a lo invisible, a las huellas intangibles presentes y pretéritas y a la mirada de los otros (Trinca Fighera, 2006).
3. El giro cultural. Apropiación simbólica del territorio
En los años sesenta aparecieron críticas de los científicos sociales al modelo del hombre económico al darse cuenta de que racionalidad, certidumbre y equilibrio de mercado, no se ajustaban a numerosas conductas observadas, especialmente en sociedades tradicionales o no occidentales. Las decisiones espaciales, por caso, parecían responder más a factores culturales y psicológicos que a criterios de optimización económica. En este sentido, conceptos psicoambientales y de racionalidad limitada contribuyeron sustantivamente a los estudios de percepción ambiental, orientados a explicar las decisiones humanas más por las influencias de ambientes percibidos que por ambientes reales (Wolpert, 1964; Downs, 1970). Si bien la geografía de la percepción incorporó conductas humanas y escalas inductivas y locales, no abandonó la convencional separación positivista entre sujeto-activo y objeto-percibido, al menos en su formulación original.
Las progresivas relaciones con la antropología y especialmente con el cultural turn que ocurría en las ciencias sociales, motivaron a la disciplina a indagar sobre intangibles socialmente compartidos, esto es, sentimientos, percepciones e imágenes de individuos y grupos sociales en sus lugares de vida. Así, tomó cuerpo teórico el estudio del sujeto y sus experiencias presentes o pasadas, que otorgaban sentido y significado de existencia a sus propios espacios habitados. La concepción fenomenológica se erigió, entonces, en el manto bajo el cual se consolidó la geografía humanista.
Este enfoque ganó singular atención, en especial a partir del influyente trabajo de Lowenthal (1961). Este autor inició su artículo con una cita de John K. Wright (1947: 15): “Las más fascinantes terrae incognitae son aquellas que permanecen en mentes y corazones de los hombres.” Con esta visión, Lowenthal finalizó su extensa búsqueda teórica de la relación entre mundo exterior e imágenes mentales, señalando que cada imagen o idea de nuestro mundo está compuesta de experiencia personal, aprendizaje, imaginación y memoria. En síntesis, las experiencias cercanas o lejanas a nuestra cotidianidad, quedaban integradas en nuestra imagen individual de la realidad.
Uno de los principales aportes del humanismo geográfico fue entender al territorio en términos propios de la experiencia subjetiva del sujeto: los lugares, entornos afectivos del hombre y los paisajes, entornos afectivos de las comunidades. Al margen de la experiencia humana, quedaban los espacios abstractos. De modo que solo en los primeros, territorios próximos o identitarios, se reflejaban relaciones de sentimiento entre individuos y espacios: placenteras o lúdicas (topofilias), míticas o religiosas (topoidolatrías), pero también de miedo o aversión (topofobias), (Tuan, 1974; 1977). El concepto de lugar se hizo sinónimo de territorio, esta vez cargado de símbolos y representaciones.
Ese rumbo emergente, aunque no olvidó del todo los ajustes geo-históricos en hábitats y géneros de vida, se encargó en especial de los intangibles de individuos en sus entornos territoriales. Paasi (1986), por ejemplo, siguiendo esa ruta, conjugó cuatro procesos socio-históricos en una teoría geográfica regional. Al principio un ‘proceso material’ generaba cierta organización del territorio (poblamiento y uso de la tierra), que luego continuaba con un ‘proceso simbólico’ (topónimos, gentilicios, himnos) y un ‘proceso institucional’ (gremios, grupos culturales, enseñanza geográfica e histórica, prensa regional), mediante los cuales sus pobladores se identificaban con la región. Finalmente, toda la trayectoria conducía a un ‘proceso de consolidación territorial’, según el cual la región era reconocida e identificada en la conciencia geográfica de la nación.
En ese contexto de animación teórica se afianzó en los ochenta la new cultural geography (Bailly, 1985), con la adopción de ideas antropológicas, interpretación de intangibles y críticas al universalismo occidental, todas envueltas en la creciente ‘antropologización’ de las ciencias sociales, desmaterialización del mundo y relativismo cultural, respectivamente (Lévy, 2008). La geografía cultural despejaba caminos entre el empirismo descriptivo regional, la racionalidad científica del neopositivismo y el radicalismo del marxismo ortodoxo (Rojas López y Gómez Acosta, 2010).
De esta manera, la disciplina afilió el concepto de apropiación cultural del territorio (Giménez, 2005), un espacio de pertenencia y símbolo de identidad, anclado en la historicidad y geograficidad del hombre. Era allí donde el sujeto adquiría su experiencia geográfica, una mezcla de proximidad espacial (contigüidad y permanencia) y proximidad social (historia común y valores compartidos), (Rojas López, 2008). Una lectura abiertamente distinta a la de espacios isótropos, neutros y homogéneos de los modelos neopositivistas o de los controversiales ‘no-lugares’, espacios anónimos o de relaciones efímeras e inestables (Augé, 2001)1.
El antiguo trabajo de campo y el registro histórico, en buena parte descalificados por el uso generalizado de fuentes estadísticas por los cultores del neopositivismo, volvieron de nuevo a la geografía. En esta ocasión para identificar y comprender, por medio de recursos etnogeográficos, las experiencias acumuladas y actuaciones espaciales ‘de los otros’. Así, vivencias, percepciones y entrevistas; interpretación de memorias y narrativas de viajeros, exploradores y funcionarios; lecturas de imágenes, vocabularios, toponimias y simbologías del mundo local, conformaron un conjunto de prácticas que enriquecieron el tradicional arsenal metodológico de la disciplina (Albet i Mas, 2001).
4. Identidades territoriales e imaginarios colectivos
Si bien territorios y paisajes geográficos han sido considerados espacios híbridos, pues combinan mixturas de materialidades, procesos y acciones de temporalidades desiguales (Santos, 2000), acá interesa la coexistencia y contigüidad de objetos materiales, acciones sociales y representaciones simbólicas de diferentes épocas, en tanto traen consigo múltiples y disímiles narrativas (geográficas, históricas, cartográficas, orales, cinematográficas, literarias…). O, lo que es lo mismo, lecturas de cada pasado desde el presente. Aun cuando en estricto sentido toda historia es lectura de segundo o tercer orden, a menos que sea narrada por sus propios actores, no por ello pierde su valor descriptivo o cultural, como lo atestiguan, por ejemplo, toponimia y formas culturales recreadas por colonizadores en América.
Mediante experiencias o narrativas, los sujetos interiorizan el territorio como referencia simbólica en su propio sistema cultural, incluso lo recrean en lugares de inmigración, apelando a la memoria histórica y geográfica, los recuerdos e incluso la nostalgia. Por ello la memoria, atributo predilecto de fuentes narrativas, no es un simple registro de recuerdos, sino un esfuerzo de reconstrucción mental desde el presente. Siendo que puede ser borrosa e incluso deformada por el tiempo, mantiene su interés, dado que nutre la conciencia de los pueblos. Entendiendo que todo lugar crea imágenes o significados en quienes lo habitan, dichas representaciones pasan a formar parte de la memoria colectiva y de las identidades. Por eso los territorios, compendios de diversos lugares, son depositarios de memorias, espacios de recuerdos que confieren sentimientos de arraigo y pertenencia a sus pobladores.
Esa entretejida relación cultural convierte a territorios y paisajes en ‘lugares de memoria’, definidos en términos muy amplios por historiadores franceses como objetos materiales o ideales convertidos públicamente en patrimonios por la cultura, la voluntad humana o el tiempo: paisajes, libros, mapas, banderas, himnos, edificaciones, caminos o museos (Nora, citado en García Álvarez, 2009). En geografía se prefiere el concepto de ‘lugar emblemático’, un lugar que logra permanecer en la memoria colectiva a través de narrativas2. Es de ese modo que el territorio se asume como texto, cuya lectura puede ser interpretada, aceptada o rechazada.
Actualmente, entre los temas de la ‘geografía de la memoria’ sobresalen identidades e imaginarios, dimensiones subjetivas de los territorios en la conciencia de la nación, en virtud que revelan conexiones entre forma espacial, significado simbólico y comportamiento espacial de cada historia territorial. Las identidades se entienden como construcciones simbólicas en relación a referentes culturales, signos distintivos que se forjan los individuos de sí mismos frente a otras comunidades (Ortiz, 1996; Giménez, 2009). En ese sentido, la ‘identidad territorial’ designa la pertenencia cultural de un individuo a un lugar y supone adhesión al complejo simbólico-cultural del grupo social que lo habita. Similarmente, ‘imaginarios geográficos’ -imágenes legadas del pasado alojadas en la memoria-se ligan con identidades, al crear modos diferenciados de pensar y valorar el territorio y comprender lugares o eventos pretéritos (Staszak, 2004; Cosgrove, 2008). Identidades e imaginarios, sin embargo, no son representaciones inmóviles, sino procesos culturales, de hecho más acelerados en los tiempos globales3.
En su giro hacia los mundos subjetivos, la geografía cultural continúa agregando nuevos y variados temas (exotismo, otredad, racismo, deporte, gastronomía, dialectos, género, festividades…) que dificultan su clasificación lógica en el sistema disciplinario. Evidencias de su rápido dinamismo en las últimas décadas4.
5. Regreso al territorio lugar desde el mundo global
Descubrir la territorialidad humana es también una manera de comprender la diversidad de lugares y culturas. Vienen al caso las microregiones culturales, llamadas ‘matrias’ por historiadores mexicanos, puesto que el mosaico geográfico constituye un tejido heterogéneo de matrias: un entramado de lugares, algunos en pobreza, otros en prosperidad económica o en transición, de acuerdo con particularidades socioeconómicas e históricas de regiones y naciones (Straka, 2009). Similarmente, apoyándose en las bases fenomenológicas y humanísticas de la geografía, Fortunato (2016) recoge su propia experiencia de vida en dos localidades del gran São Paulo, que revelan la carga de significados y emociones de los lugares como núcleos de la existencia humana. Precisamente, uno de los retos de la geografía cultural es reconocer la singularidad cultural de un lugar en la diversidad del espacio global contemporáneo5.
No obstante, surgen interrogantes relacionadas con la pérdida de relevancia de matrias, lugares o territorios frente a la arrolladora fuerza de la globalización. Paradójicamente, sin embargo, ahora parecen exhibir mayor trascendencia tanto en la academia como en la planeación del desarrollo. Primero, porque los impactos globales son diferenciados, mientras algunos lugares decaen, otros se reacomodan o prosperan en la corriente global. Y segundo, porque al igual que toda cultura, todo territorio es, al mismo tiempo, territorio en sí mismo, con su propia estructura, y construcción no terminada, esto es, teatro de distintos actores, que intervienen a diferentes escalas en tiempos distintos y variados propósitos.
Las redes globales, por tanto, no eliminan la territorialidad, aunque pueden transformar la propia esencia de los lugares con imposición o adopción de formas modificadas y nuevas configuraciones socioculturales. Los medios electrónicos, por ejemplo, promueven, al mismo tiempo, la cultura global y la diversidad territorial y cultural. En esos procesos de reacomodo y articulación se crean nuevas representaciones simbólicas, una especie de sincretismo local-global. Las reconocidas culturas híbridas de las colonias de inmigrantes en las grandes ciudades son claros ejemplos. Finalmente, lo local no pueda entenderse a espaldas de lo global, pues ambos son referentes entre sí: el espacio global está constituido por una red de flujos, pero en los territorios locales es donde los actores sociales alcanzan máxima interacción y proximidad.
Hoy, nueva ruralidad, geo-diversidad, ‘credos verdes’, ecoturismo, culturas locales, pueblos y periferias urbanas, entre otras demandas sociales, expresan aspiraciones y sentimientos locales en contextos globales. Esta valoración luce fundamental para la sociedad dado el desempeño esperado de la tríada territorio-identidad-actores: un territorio que genera identidades, las cuales posibilitan que actores, incluso antagónicos, puedan acordarse en torno a un proyecto común en determinadas épocas. Después del neopositivismo y el marxismo, la geografía redescubre la importancia del lugar, aprendiendo a pensar lo local para comprender lo global (Nogué y Rufí, 2001).
5. Conclusiones
Las investigaciones sobre improntas culturales, morfologías y funcionalidades regionales y paisajísticas de la geografía humana tradicional disminuyeron apreciablemente con el apogeo neopositivista de la segunda mitad del siglo XX, más interesado en optimización de flujos y conductas espaciales que en modificaciones y adaptaciones de la sociedad al medio geográfico. Desde finales del siglo pasado se asiste, sin embargo, a un creciente doble movimiento, el ‘descubrimiento’ del espacio por las ciencias sociales y el acercamiento de la geografía a las ciencias sociales, giros que revitalizaron la geografía cultural, a contracorriente de los efectos reductores de tiempos y distancias de la dominante globalización.
En ese nuevo tejido teórico, el bagaje conceptual de la geografía humana acusó un desplazamiento progresivo de la relación sociedad-espacio a la de cultura-espacio, en sintonía con el cultural turn de las ciencias sociales. De la mano con la fenomenología y la antropología, la disciplina actualizó objetivos y contenidos e incursionó en otros espacios, distintos a los corográficos e isótropos. Así, las corrientes humanistas y culturalistas priorizaron intangibles de los sujetos, más que la materialidad del espacio, y la cultura común, más que los ajustes humanos al medio.
En los tiempos actuales, el dinamismo de la nueva geografía cultural se proyecta en el amplio campo de territorios-lugares permeados por los significados simbólicos, en los que sobresalen identidades e imaginarios geográficos. Es desde esta perspectiva que se contraponen identidades territoriales de experiencias humanas e identidades múltiples del hombre global. Un esfuerzo conceptual inscrito en un propósito contemporáneo: volver al estudio del territorio y sus temporalidades en búsqueda de anclajes locales y regionales a variadas escalas frente a la fuerza homogeneizadora de la globalización.
7. Referencias citadas
ACHÉ ACHÉ, D. 2017. “Giro cultural en geografía: Diáspora y geografía en La Emperatriz de mis Sueños de Oscar Hijuelos”. Revisa Terra, Nueva Etapa, 33(53): 123-138.
ALBET i MAS, A. 2001. “¿Regiones singulares y regiones sin lugares? Reconsiderando el estudio de lo regional y lo local en el contexto de la geografía posmoderna”. Boletín de la Asociación de Geógrafos Españoles, 32: 35-52.
AUGÉ, M. 2001. Los no lugares. Espacios del anonimato. Gedisa. Barcelona, España.
BAILLY, A. 1985. “Distances et espaces: vingt ans de géographie des représentations”. L'Espace Géographique, 3: 197-205.
BRICEÑO MONZÓN, C. 2003. “La obra geográfica de Agustín Codazzi en Venezuela”. En: El paisaje: memoria cultural de Venezuela 1498-1811. pp. 203-219. Universidad de Los Andes, Facultad de Humanidades y Educación / Consejo de Desarrollo Científico y Humanístico. Mérida, Venezuela.
CÁCERES, B. (Comp.). 2009. Paisajes paralelos 1960-2000. Nueva visión de la naturaleza y la historia. Universidad de Los Andes. Consejo de Publicaciones. Mérida, Venezuela.
CASTILO ZAPATA, R. 2000. “Escribir la tierra/escribir la nación”. En: Agustín Codazzi, arquitecto del territorio. pp. 277-290. Universidad Central de Venezuela, Facultad de Arquitectura y Urbanismo / Consejo Nacional de Universidades. Caracas, Venezuela.
COSGROVE, D. 2008. “Images and imagination in 20th century environmentalism from the Sierras to the Poles”. Environment and Planning, 40: 1.862-1.880.
CUEVAS QUINTERO, L. 2018. El soberbio Orinoco, viajes, ciencia e imaginación geográfica 1799-1951. Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Geografía. México. D.F. (Tesis doctoral).
CUNILL GRAU, P. 2007. Geohistoria de la sensibilidad en Venezuela. Fundación Empresas Polar, 2 vol. Caracas, Venezuela.
CUTTER, S; GOLLEDGE, R. & W. GRAF. 2002. “The big questions in geography”. The Professional Geographer, 54(3): 305-317.
DANIELS, S. 2011. “Geographical imagination”. Transactions of the Institute of British Geographers, 36: 182-187.
DELYSER, D. & P. STARRS. 2001. (Ed). “Doing fieldwork”. Geographical Review, 91 (1-2). Special volume on humanistic geography.
DOWNS, R. M. 1970. “Geographic space perception: past approaches and future prospects”. Progress in Geography, 2: 66-108.
ESTÉBANEZ, J. 1992. “El carácter de la geografía”. En: R. PUYOL (Coord.). Geografía humana. pp. 17-65. Ediciones Cátedra. Madrid, España.
FORTUNATO, I. 2016. “Notas sobre el lugar desde el punto de vista de la geograficidad”. Revista Geográfica Venezolana, 57(1): 126-133.
GARCÍA ÁLVAREZ, J. 2009. “Lugares, paisajes y políticas de memoria: una lectura geográfica”. Boletín de la Asociación de Geógrafos Españoles, 51:175-202.
GARCÍA BARÓ, M. 1999. Vida y mundo. La práctica de la fenomenología. Trotta. Valladolid, España.
GIMÉNEZ, G. 2005. “Territorio e identidad: breve introducción a la geografía cultural”. Trayectorias, 17: 8-24.
GIMÉNEZ, G. 2009. “Cultura, identidad y memoria. Materiales para una sociología de los procesos culturales en las franjas fronterizas”. Frontera Norte, 21(41): 7-32.
GUERRERO, A. (Coord.). 2009. Los paisajes de la modernidad en Venezuela 1811-1960. Universidad de Los Andes. Consejo de Publicaciones / Consejo de Desarrollo Científico y Humanístico. Mérida, Venezuela.
GUVERICH, R. 2009. “La educación geográfica contemporánea: lo mismo y lo otro”. En: O. DELGADO MARCHENA y H. CRISTANCHO GARRIDO (Ed.). Globalización y territorio; reflexiones geográficas en América Latina. pp. 317-340. Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas. Bogotá, Colombia.
LEVY, J. 2008. “La géographie culturelle at-elle un sens?” Annales de Géographie, 660/661: 27-46.
LINDÓN, A. y D. HIERNAUX (Dir.). 2012. Geografías de lo imaginario. Anthropos. Barcelona- España.
LOWENTHAL, D. 1961. “Geography, experience and imagination: towards a geographical epistemology”. Annals of the Association of American Geographers, 51(3): 241-260.
MARTÍNEZ DE PISÓN y N. ORTEGA CANTERO (Ed.). 2010. El paisaje: valores e identidades. Universidad Autónoma de Madrid-Fundación Duques de Soria, ediciones. Madrid, España.
MIKESELL, M. 1972. “Landscape”. En: P. WARD ENGLISH & R. MAYFIELD (Ed.). Man, space and environment. pp. 9-15. Oxford University Press. London, England.
NOGUÉ, J. y J. RUFI. 2001. Geopolítica, identidad y globalización. Ariel. Barcelona, España.
ORTIZ, R. 1996. “Introducción”. En: R. ORTIZ (Ed.). Otro territorio: ensayos sobre el mundo contemporáneo: 17-22. Convenio Andrés Bello. Bogotá, Colombia.
PARGAS, L. 2011. “Paisajes imaginarios del tiempo. Entre páramos y pueblos andinos de Venezuela”. Revista de Arquitectura, 13: 13-22.
PASSI, A. 1986. “The institutionalization of regions. A theoretical framework for understanding emergence of regions and the constitution of regional identy”. Fennia, 164: 105-146.
PEREZ ARRIAGA, R. 2009. “La ciudad, lugar de identidad geográfica y cultural”. Fermentum, 19(54): 35-47.
PEREZ ARRIAGA, R. 2010. “Geografía y arte: de lo textual a lo visual en los paisajes”. Revista Geográfica Venezolana, Número Especial: Geografía Cultural, 189-218. (No editado).
PEREZ ARRIAGA, R. y J. MARQUEZ. 2016. Historia del paisaje en el páramo de Gavidia. Sitio Las piñuelas (Cordillera andina merideña). Ensayo geo-etnográfico y fotográfico. Universidad de Los Andes. Mérida, Venezuela (en prensa).
ROJAS LÓPEZ, J. 2002. “El trabajo de campo en Geografía. Una visión desde el Norte”. Revista Geográfica Venezolana, 43(1): 149-157.
ROJAS LÓPEZ, J. 2007. “Agustín Codazzi y los paisajes de una geografía imaginaria en Venezuela”. Revista Geográfica Venezolana, 48(2): 299-308.
ROJAS LÓPEZ, J. 2008. “La agenda territorial del desarrollo rural en América Latina”. Derecho y Reforma Agraria. Ambiente y Sociedad, 34: 77-97.
ROJAS LOPEZ, J. y E. GÓMEZ ACOSTA, E. 2010. Tiempos del Pensamiento Geográfico. Arquidiócesis de Mérida / Universidad de Los Andes. Mérida, Venezuela.
ROJAS LÓPEZ, J. 2017. Paisajes geográficos de Codazzi. Imágenes duraderas de la memoria. Presentación en el Foro Paisaje y Cultura. Universidad de Los Andes. Escuela de Geografía. Mérida, Venezuela.
RUIZ CHATAING, D. 1991. “Nostalgia de una gran fe. A 150 años de la obra geográfica de Agustín Codazzi”. Tierra Firme, 34: 209-211.
SANTOS, M. 2000. La naturaleza del espacio. Técnica y tiempo. Razón y emoción. Editorial Ariel. Barcelona, España.
SAUER, C. 1925. “The morphology of landscape”. University of California Publications in Geography, 2: 19-54.
STASZAK, J. F. 2004. “Les singuliéres identités géographiques de Paul Gaugin”. Annales de Géographie, 638: 354-369.
STRAKA, T. 2009. “Geohistoria y microhistoria en Venezuela. Reflexiones en homenaje a Luis González González”. En: L. MUÑOZ y J. BRACHO (Coord.). Nuevas lecturas de la historia regional y local. pp. 77-115. Ministerio del Poder Popular para la Cultura, Caracas, Venezuela.
TRINCA FIGHERA, D. 2006. “Paisaje natural, paisaje humanizado o simplemente paisaje”. Revista Geográfica Venezolana, 47(1): 113-118.
TUAN, Y. F. 1974. Topophilia. Prentice Hall. New Jersey, USA.
TUAN, Y. F. 1977. Space and place. The perspective of experience. Edward Arnold. London, England.
UNIVERSIDAD DE LOS ANDES. 2003. “El paisaje: memoria cultural de Venezuela 1498-1811”. Facultad de Humanidades y Educación-Consejo de Desarrollo Científico y Humanístico. Mérida, Venezuela.
VALERO, M. 2015. Paisajes portátiles: otros imaginarios del arraigo. Presentación en el Foro Cultura y Paisaje. Universidad de Los Andes. Escuela de Geografía. Mérida, Venezuela.
VERDIER, N. 2010. “La memoria de los lugares: entre espacios de la historia y territorios de la geografía”. En: N. ORTEGA CANTERO; J. GARCÍA ÁLVAREZ y MOLLA RUIZ-GÓMEZ. Lenguajes y visiones del paisaje y del territorio. pp. 209-217. Ediciones Universidad Autónoma de Madrid, España. https://halsh.archives-outverts.fr/halshs-00517715.
VIDAL DE LA BLACHE, P. 1922. Principes de géographie humaine. Armand Colin. Paris, France.
WOLPERT, J. 1964. “The decision process in spatial context”. Annals of the Association of American Geographers, 54: 337-348.
WRIGHT, J. K. 1947. “Terrae incognitae: the place of the imagination in geography”. Annals of the Association of American Geographers, 37: 1-15.
ZUSMAN, P. 2013. “La geografía histórica, la imaginación y los imaginarios geográficos”. Revista de Geografía Norte Grande, 54: 52-66.
Notas