Psicología Social, Política y Comunitaria
LOS EFECTOS DEL SEXISMO, LOS ESTEREOTIPOS IMPLÍCITOS Y EL LENGUAJE INCLUSIVO EN LA BRECHA DE GÉNERO
The effects of sexism, implicit stereotypes and gender-fair language in the gender gap
LOS EFECTOS DEL SEXISMO, LOS ESTEREOTIPOS IMPLÍCITOS Y EL LENGUAJE INCLUSIVO EN LA BRECHA DE GÉNERO
Anuario de Investigaciones, vol. XXVI, pp. 147-153, 2019
Universidad de Buenos Aires
Recepción: 12 Marzo 2019
Aprobación: 18 Octubre 2019
Resumen: El presente trabajo tiene como objetivo abordar la forma en que ciertas condiciones sociales y mecanismos psicológicos refuerzan los roles tradicionalmente asignados a los diferentes géneros. Además, se propone exponer las ventajas que brinda el uso del lenguaje inclusivo en este respecto. Para ello, se desarrolla la teoría del sexismo ambivalente. Tanto el sexismo en su cualidad hostil como benevolente tiene efectos negativos en la disminución de la brecha de género, sin embargo, el sexismo benevolente tendría efectos más perniciosos en el corto plazo. En segundo lugar, se enuncian las implicaciones de los estereotipos como cogniciones sociales implícitas. La participación diferencial de los géneros en ciertos ámbitos lleva a formas de cognición social que dificultan que, por ejemplo, las mujeres sean consideradas en igualdad de condiciones que los varones para realizar grandes logros. Por último, se analiza al lenguaje inclusivo como posible herramienta para reducir la brecha de género.
Palabras clave: Género, Sexismo, Cogniciones sociales implícitas, Estereotipos, Lenguaje Inclusivo.
Abstract: The aim of this work is to describe how certain social conditions and psychological mechanisms strengthen the attribution of traditional roles to individuals with different genders. Moreover, it intends to introduce some of the benefits that gender-fair language (GFL) brings to this matter. Firstly are developed the guidelines of the ambivalent sexism theory. Hostile and benevolent sexism have negative effects for the gender gap, however, benevolent sexism seems to be more damaging in the short term. Secondly are stated the implications of stereotypes as implicit social cognitions. The dissimilar participation of the different genders in most domains leads to forms of social cognition that make it difficult, for example, for women to be acknowledged as great goal achievers on equal terms as men. Finally, GFL is analyzed as a possible tool to reduce the gender gap.
Keywords: Gender, Sexism, Implicit social cognitions, Stereotypes, Gender-fair language.
Introducción
La asimetría de género en el cumplimiento de los derechos de la ciudadanía representa un desafío en América Latina y en la mayoría de los países del mundo. Para analizar esta problemática, el World Economic Forum (WEF) realiza anualmente el Informe Global de la Brecha de Género (The Global Gender Gap Report) donde se construyen índices compuestos por datos de participación económica, educativos, de salud y de poder político de mujeres y varones. El último reporte señaló que mundialmente continúa habiendo una brecha de más de un 30% entre estos dos géneros. Las cifras más desiguales se hallaron en el índice de participación económica y de oportunidades (e. g. equidad salarial, ratio de profesionales mujeres y varones) y en el de empoderamiento político (e. g. ratio de cantidad de mujeres en bancas parlamentarias y ratio de mujeres en nivel ministerial) donde las brechas ascienden al 41% y 78% respectivamente (World Economic Forum, 2018).
En consonancia con estos resultados, las investigaciones que analizan el uso del tiempo en Argentina señalan que la distribución de tareas entre el género femenino y masculino continúa siendo desigual. Según estos datos, las mujeres dedican en promedio tres horas más por día al trabajo doméstico no remunerado y dos horas más al cuidado de personas en comparación con los varones (Calero, Dellavalle y Zanino, 2016; INDEC, 2014).
Estos datos apuntarían a que la división de roles sociales relacionados con el trabajo doméstico y remunerado continúan influenciados por el género, aun cuando las ratios globales relacionadas con los niveles de alfabetización, asistencia a escuela primaria, secundaria y terciaria de mujeres y varones se encuentran casi balanceadas (World Economic Forum, 2018).
Desde la psicología se han formulado múltiples teorías acerca de cuáles son las fuentes de reproducción de estas desigualdades. Entre ellas se encuentran los efectos de las manifestaciones sexistas, como también la influencia más sutil de estereotipos de género. El análisis de estos mecanismos es necesario para poder evaluar cuáles son las formas de intervención más efectivas que pueden llevarse a cabo para acelerar este proceso.
Debe tenerse en cuenta que la mayoría de los datos estadísticos estatales y de las organizaciones internacionales, como las investigaciones mencionadas en este trabajo, fueron realizadas analizando únicamente a mujeres y varones cisgénero (tanto en su abordaje empírico como de manera teórica). Dicha práctica representa un marco teórico estrecho para los temas ligados al género, ya que el carácter cultural de este constructo debería ser abordado de una manera más compleja y diversa (Budgeon, 2013; Hyde, Bigler, Joel, Tate y van Anders, 2019).
Aunque probablemente algunos de los mecanismos descriptos impacten de manera similar en las personas de la comunidad lesbiana, gay, bisexual y transgénero (LGBT), es necesario que la psicología como disciplina provea un mayor número de investigaciones empíricas donde se analicen los constructos relativos al género permitiendo estudiar la especificidad de los fenómenos para otros géneros más allá de los tradicionales.
Aportes de la psicología al estudio del prejuicio sexista
Algunos años después de que el prejuicio empezara a ser considerado como una problemática social y la psicología lo tomara como objeto de estudio, Allport (1954) lo define como una “antipatía basada en una generalización inflexible y errónea, la cual puede ser sentida o expresada, dirigida hacia un grupo como totalidad o hacia un individuo por ser miembro de un grupo” (p. 9). Dicha definición, sin embargo, entró en conflicto en la década de los 80, cuando las demostraciones más explícitas de prejuicio se vieron reducidas e iniciaron las teorizaciones sobre su conversión hacia formas de expresión más sutiles (Etchezahar, Ungaretti y Rabbia, 2018).
En consonancia con estos desarrollos, Glick y Fiske (1996) proponen la teoría del sexismo ambivalente, la cual tiene en cuenta que la conceptualización del prejuicio hacia las mujeres únicamente como antipatía u hostilidad es poco representativa de la totalidad del fenómeno. Aluden a que históricamente y hasta la actualidad las imágenes culturales sobre la mujer no han sido uniformemente negativas, sino que también existen ejemplos de figuras femeninas veneradas. A partir de esta idea, en su teoría del sexismo ambivalente piensan a este constructo de manera bidimensional, dividiéndolo en las categorías hostil y benevolente.
Mientras la primera dimensión se relacionaría con la definición clásica de Allport (1954), el sexismo benevolente implica una serie de actitudes interrelacionadas que son sexistas en el sentido de ver a las mujeres estereotípicamente y en una restricta cantidad de roles, pero que a su vez tienen un tono afectivo positivo para quien la realiza, alentando a comportamientos usualmente clasificados como prosociales o íntimos (Glick y Fiske, 1996). Esta forma de sexismo implica creencias acerca de que varones y mujeres tendrían características diferentes, pero complementarias; que los varones estarían incompletos sin el amor de una mujer; y que el rol de los varones sería proteger y apoyar a “sus” mujeres, llevando a la perpetuación de los roles tradicionales de género y a su concepción como “más débiles” (Shnabel, Baranan, Knede, Bareket y Lazar, 2015).
En este sentido, tanto el sexismo hostil como el benevolente, justifican que los varones tengan más poder que las mujeres promoviendo la reproducción de las desigualdades de género. En primer lugar, la esencialización de las características de los grupos sería un sustento para que la división cultural del trabajo sea percibida no sólo como justa, sino como natural e inevitable. En segundo lugar, la atribución de cualidades diferentes, aunque positivas para las mujeres, podría incentivar su aceptación en la distribución de los roles sociales, incluso cuando las actividades desempeñadas tradicionalmente por los sujetos masculinos tienden a ser juzgadas como aún más valiosas (Jost y Kay, 2005).
Para poder echar luz sobre si los estereotipos de género complementarios alientan a la satisfacción con el orden de géneros vigente, Jost y Kay (2005) manipularon dicha variable experimentalmente. En su estudio, en una fase inicial se expuso a participantes femeninas y masculinos a afirmaciones con diferentes estereotipos de género y luego se procedió a evaluar sus niveles de justificación del sistema de género. El concepto de justificación del sistema refiere al proceso psicológico a través del cual se legitiman las disposiciones sociales vigentes, aunque las mismas impliquen un perjuicio para quienes las defienden (Jost y Banaji, 1994).
Los resultados de esta investigación indicaron que al ser expuestas a estereotipos comunales o positivos las mujeres aumentaron su puntuación en justificación del sistema. Por su parte, los sujetos masculinos no mostraron diferencias significativas en ninguna de las situaciones experimentales. Estos resultados apoyarían la hipótesis de que la percepción de legitimidad del sistema social puede verse aumentada por prejuicios en los que se restringe la actividad de las mujeres a ciertos roles tradicionales en un tono valorativo positivo.
Otros estudios se han interesado por indagar si ser blanco de prejuicios sexistas tiene implicancias en el rendimiento de las personas. En uno de estos diseños, luego de exponer a grupos de mujeres a diferentes formas de sexismo, se les propuso realizar una tarea que supuestamente sería tenida en cuenta la contratación en un empleo. Dicha tarea requería principalmente de un uso exigente de la memoria de trabajo (Dardenne, Dumont y Bollier, 2007). A partir de este diseño se observaron diferentes resultados según el tipo de sexismo manifestado a las participantes. Por un lado, cuando las participantes eran expuestas a comentarios abiertamente hostiles, su desenvolvimiento no se diferenció del grupo control. Por otro lado, en la condición de sexismo benevolente, las participantes tuvieron peores resultados (específicamente, a este último grupo se le transmitió que por ser mujeres necesitarían más ayuda proveniente de sus pares varones refiriendo implícitamente a su falta de habilidad).
Además, dicha investigación indagó los niveles de preocupación, inseguridad y autoestima detentados en las diferentes situaciones de sexismo, teniendo en cuenta que éstas suelen funcionar como intrusiones mentales que limitan el rendimiento de los individuos. En este punto los resultados también fueron de acuerdo con las hipótesis, se hallaron mayores niveles de intrusión mental en las circunstancias donde se exponía a prejuicios de sexismo benevolente. Los prejuicios sutiles, a pesar de haber sido más difíciles de detectar como sexismo para las participantes, implicaron efectos incluso más perniciosos que las declaraciones claramente hostiles.
Es necesario mencionar, sin embargo, que si bien este estudio analiza los efectos de los comentarios sexistas en el corto plazo, existe evidencia que indicaría que la exposición crónica a la discriminación propiciada por el sexismo hostil se relaciona con niveles más bajos de bienestar (Dardenne et al., 2007).
Las investigaciones anteriormente descriptas analizan cómo los prejuicios impactan en la aceptación del sistema vigente y en la performance en actividades donde se utiliza la memoria de trabajo, sin embargo, no evalúan cómo las formas de sexismo afectan la interacción entre el género femenino y masculino y el papel que estas tienen en la replicación de las desigualdades entre estos géneros. Con este objetivo Shnabel et al. (2015) llevaron a cabo una serie de diseños experimentales donde se evaluó qué tipo de conductas de ayuda eran solicitadas o proporcionadas tras el priming de diferentes formas de prejuicio. En la misma, se tuvieron en cuenta dos formas de pedir o brindar ayuda: la orientada a la dependencia y la orientada a la autonomía. Por un lado, la ayuda orientada a la dependencia es aquella en la cual se prioriza la inmediatez en la resolución de la tarea y la generosidad de quien ayuda proveyendo directamente la solución a la problemática. En cambio, cuando se brinda ayuda orientada a la autonomía se proveen herramientas para afrontar independientemente la situación a la vez que se promueve el sentimiento de competencia de quien la recibe.
Los cuatro estudios realizados en dos países diferentes (Israel y Hungría) hallaron una relación entre la exposición o el acuerdo con afirmaciones de sexismo benevolente y las conductas de pedido o entrega de ayuda. Estos resultados son particularmente relevantes si se tiene en cuenta la amplia cantidad de variables que impactan en las actitudes de ayuda (provenientes de la situación y de quienes la proveen y reciben).
Comparando entre grupos de varones, aquellos que habían sido expuestos o tenían una predisposición mayor al sexismo benevolente tendieron a orientar su ayuda hacia mujeres a la dependencia. Por su parte, las mujeres en iguales circunstancias o características demandaron en mayor medida el pedido de esta forma de ayuda a varones cuando se las contrastaba con otro grupo de igual género. Dichos resultados no tuvieron lugar cuando las interacciones fueron entre personas de un mismo género o se tenía en cuenta la variable de sexismo hostil. Cuando se compararon las interacciones entre mujeres, el sexismo benevolente no se relacionó con el tipo de ayuda demandada. En cambio, cuando estas eran entre varones, el sexismo benevolente se relacionó con un aumento en la provisión de ayuda orientada a la independencia, haciéndose aún más marcada la diferencia de comportamientos cuando quien ocupaba el rol de estudiante era una mujer.
Los resultados de la investigación mencionada no sólo respaldan cómo el sexismo benevolente impacta en las relaciones entre varones y mujeres, sino que también apuntan a que dichos cambios refuerzan los roles tradicionales de género (Shnabel et al., 2015).
La teoría de los estereotipos implícitos
Como se mencionó en el apartado anterior, la existencia de prejuicios hostiles o benevolentes hacia las mujeres tiene efectos negativos en la búsqueda de la igualdad entre el género femenino y masculino. Ambas formas de prejuicio tienden a incrementar la concepción del sistema vigente como justo, o bien, reproducen de diferentes formas las desigualdades. De manera semejante, otras investigaciones que indagan acerca de los mecanismos por los cuales se forma la brecha entre los géneros, analizan cómo las experiencias anteriores afectan el juicio de las personas, incluso cuando no son recordadas al momento de la toma de decisiones.
Greenwald y Banaji (1995) realizan una compilación de los fenómenos psicológicos donde cierta información que no es accesible a través de introspección produce efectos en la conducta. En su trabajo las llaman cogniciones sociales implícitas y desarrollan algunas fuentes de evidencia empírica que respaldan su aporte en la conformación de las actitudes, autoestima y estereotipos de las personas. Estos constructos requieren de evaluaciones indirectas, no por evitar la intervención de la deseabilidad social de los individuos, sino porque su carácter implícito lo requiere teóricamente.
Para el análisis de los sesgos de género el constructo más útil es el de estereotipo. Los estereotipos representan conjuntos de creencias compartidos socialmente sobre rasgos que son característicos de quienes pertenecen a cierta categoría social. Estos, a diferencia de las actitudes, no son una evaluación consistente, sino que pueden aunar creencias con implicancias evaluativas divergentes. La relevancia en su análisis radica en que los estereotipos guían el juicio y las acciones de quienes los poseen, llevando a que se comporten como si las personas con las que interactúan detentaran los rasgos incluidos en el estereotipo (Greenwald y Banaji, 1995).
Una investigación ampliamente retomada para la representación de la forma en que los estereotipos afectan el juicio de las personas es la desarrollada por Goldberg (1968). En la misma se le entregó a un grupo de participantes una serie de ensayos con la presunta autoría de varones y mujeres. Como resultado se obtuvo de manera sistemática una más baja evaluación de los ensayos de las mujeres (para resultados recientes en la aptitud percibida para ofertas de trabajo ver Moss-Racusin, Dovidio, Brescoll, Graham y Handelsman, 2012). Por otro lado, investigaciones posteriores han señalado la forma compleja en que este fenómeno se relaciona con las experiencias anteriores de los individuos señalando que la vigencia de estos efectos aumenta cuando los ensayos remiten a áreas mayormente ocupadas por varones que mujeres (Eagly y Mladinic, 1994).
Otro diseño experimental para analizar los efectos de los estereotipos presentó a sus participantes dos listas con nombres de personas famosas y no famosas, con igual proporción de varones y mujeres (Banaji y Greenwald, 1995). La segunda lista, enseñada al cabo de veinticuatro horas, poseía algunos nombres coincidentes con la primera lista. A partir de este diseño, se proponía que quienes participaban determinaran qué nombres correspondían a personas famosas y cuáles no. Como resultado se halló un mayor efecto de familiarización para los nombres masculinos, es decir, estos nombres tuvieron una mayor prevalencia de ser categorizados como “famosos” cuando eran presentados en la segunda lista respecto de los nombres femeninos. Esta investigación apoyaría la existencia de un sesgo hacía asociar a los varones con mayores logros (Greenwald y Banaji, 1995), incluso cuando la actividad no se circunscribe a un contexto disciplinario determinado.
Por último, otra investigación que analiza de manera indirecta los estereotipos sobre mujeres y varones se centra en la forma diferencial en que se les atribuye poseer creatividad (Proudfoot, Kay y Koval, 2015). En la misma, luego de mostrar imágenes del ámbito de la arquitectura y del diseño de modas adjudicadas a varones y mujeres, las y los participantes debían evaluar cuán creativa creían que era. La elección de estos ámbitos se corresponde con el hecho de que en la arquitectura los estereotipos relacionados con la masculinidad aplican en mayor medida que en el diseño de modas. Los resultados indicaron que el género tuvo un efecto en la evaluación del nivel de creatividad únicamente en el ámbito de la arquitectura, donde la creatividad otorgada a las mujeres fue menor que para los varones.
Todos estos resultados apuntarían a que las experiencias anteriores tendrían un efecto residual en los juicios, llevando a que estos sean subóptimos en muchas ocasiones. Un gran incentivo para estudiar este tipo de fenómenos es su influencia en áreas que involucran decisiones importantes tanto en el plano social como económico (Greenwald y Banaji, 1995).
Efectos del lenguaje inclusivo en la brecha de género
En los últimos años en la Argentina, la discusión acerca del uso del lenguaje inclusivo (LI) trascendió la esfera académica alcanzando a una mayor parte de la población. Esto puede verse en la aprobación del uso del LI en algunas universidades nacionales (Filo.news, 2019; La Nación, 2019), en su utilización en una sentencia judicial (Página 12, 2019) y en la creación de manuales que alientan su uso en organismos de gobierno como la Dirección de Estadísticas y Censos de la Ciudad de Buenos Aires (Dirección General de Estadísticas y Censos, 2019).
El LI representa aquel uso del lenguaje en el cual no se reconoce al género masculino como genérico de la humanidad, siendo una práctica que se realiza sólo cuando se refiere a personas, no así cuando se habla de cosas o animales (Chenlo, 2014). A pesar de que gramaticalmente la utilización de las palabras que abarcan personas de distintos géneros (e.g. “todos”, “derechos del Niño”) son términos no-marcados, existen investigaciones, abordadas más adelante, que indican que el uso de masculino genérico promueve la transmisión de estereotipos y discriminación a través del lenguaje (Sczesny, Formanowicz y Moser, 2016; Vervecken, Hannover y Wolter, 2013).
El LI propone diversas maneras de evitar términos donde el masculino funciona como genérico como la doble forma femenino y masculino (también llamada feminización), términos más neutros como “personas” o “ciudadanía” (neutralización) o colocar un “@”, asterisco, “x” o “e” en la vocal que indica el género gramatical de las palabras (Chenlo, 2014).
Específicamente, la utilización de términos neutros o el uso de letras o símbolos sin marcas de género tienen la ventaja de superar la concepción binaria del género incluyendo en su enunciación a aquellas personas que no se reconocen con ninguno de los géneros tradicionales (Tavits y Pérez, 2019). Otra de las razones que avala el uso de las formas neutralizadas del LI es su mayor precisión, ya que no asumen que quienes conforman cierto grupo se identifican con los pronombres personales “él” o “ella”. Estas son representativas también de aquellas personas cuya identidad se encuentra por fuera de dicho binomio, quienes en español prefieren el pronombre “elle” u otros (Lee, 2019).
Según investigaciones con diferentes diseños realizadas en el campo de la psicología, este uso del lenguaje tendría efectos positivos para disminuir la brecha entre los géneros en múltiples situaciones.
En investigaciones donde participaron niños y niñas de escuela primaria se analizó si el LI producía variaciones en la representación de personas femeninas en puestos de trabajo tradicionalmente masculinos y en el interés que manifestaban las niñas en realizar alguno de estos trabajos. En ambos países estudiados, en la situación donde se utilizó el LI aumentó la cantidad de mujeres a las que se les asignaba el presunto puesto de trabajo, además, las niñas se manifestaron más proclives a realizarlo (Vervecken et al., 2013). Este fenómeno podría estar relacionado con que (de manera similar a lo que indican para el género gramatical de los objetos Boroditsky, Schmidt y Phillips, 2003) no hay razones parar descartar que cuando niños y niñas aprenden a hablar supongan que existe una razón para que el género gramatical utilizado para abarcar a todos los géneros sea el masculino. En definitiva, muchas otras distinciones gramaticales sí remiten a razones ligadas al género observables en la realidad.
Incluso teniendo en cuenta esta salvedad para quienes se encuentran en la infancia, algunos estudios tienen resultados que apoyan que el genérico masculino vuelve más costosa la evocación de personas y personajes femeninos también en la adultez. En un estudio se preguntó a diferentes personas respecto a sus personalidades preferidas de ficción (e.g. héroe o heroína de novela) y de la realidad (e.g. pintor o pintora) con tres versiones: utilizando el masculino como genérico, fórmulas neutrales o tanto el sustantivo femenino como el masculino. Como resultado se observó un aumento significativo de las mujeres mencionadas en las condiciones de neutralización y feminización por sobre aquellas donde se implementaba el masculino como genérico (Gygax, Gabriel, Sarrasin, Oakhill y Garnham, 2008; Stahlberg y Sczesny, 2001).
Otros trabajos indican que el uso del masculino como genérico tiene consecuencias prácticas en el ámbito laboral. Stout y Dasgupta (2011) llevaron a cabo tres estudios donde se describía un trabajo a participantes mujeres y varones utilizando el masculino como genérico, términos neutrales o términos en ambos géneros. Tras analizar la percepción de sí en función del trabajo, se halló que las mujeres tenían un menor sentimiento de pertenencia, motivación e identificación con el mismo cuando no se incluían la forma neutral o feminizada en el discurso.
Por último, como ya se mencionó al inicio del trabajo, si bien la mayoría de las investigaciones llevadas a cabo sobre LI hasta el momento resaltan los beneficios que esta práctica tiene para las personas de género femenino, existe evidencia de que el LI tiene efectos favorables en los sentimientos positivos y aceptación hacia las personas LGBT (Tavits y Pérez, 2019). Esto sucede incluso cuando se controla la deseabilidad social de quienes participan.
Una hipótesis de los mecanismos que subyacen a estos resultados es que los pronombres funcionen como priming de determinadas categorías de género en la memoria, las cuales a su vez afectan las opiniones de las personas respecto a los roles de los géneros. Por otro lado, esta práctica tendría la potencialidad de impactar en la memoria, actitudes y creencias en el largo plazo (Tavits y Pérez, 2019).
Otra razón podría estar relacionada con que el LI dirija la atención de los individuos a la categoría de género, la cual es reconocida por al menos una parte de la población como fuente de sesgos. Este efecto es particularmente deseable si se tiene en cuenta que existen investigaciones en cogniciones sociales implícitas que indican que la focalización de la atención en aquello que representa un potencial sesgo (o concientización) minimiza las intrusiones no deseadas en el juicio (Greenwald y Banaji, 1995).
De acuerdo con lo expuesto, los complejos mecanismos a través de los cuales surge el prejuicio sexista y las cogniciones sociales implícitas dañinas para las identidades de género no masculinas requieren de una amplia modificación de nuestra sociedad, que cambie de las estructuras discriminatorias, para ser suprimidas (Campagnoli, 2014). Aún teniendo esto en cuenta, las investigaciones empíricas sobre LI indican que las alteraciones en el lenguaje son una herramienta que produce efectos que promueven la igualdad de los géneros desde las representaciones, actitudes y comportamientos de las personas
Discusión y conclusiones
Si bien ha habido avances en la disminución de la brecha de desigualdades entre el género femenino y masculino, su vigencia hasta nuestros días vuelve necesaria la investigación sobre sus mecanismos de reproducción. En este sentido, la psicología ha realizado múltiples aportes. Por un lado, las creencias y la existencia de mensajes que sustentan al sexismo ambivalente en cualquiera de sus formas serían perniciosas para que la sociedad avance hacia una mayor igualdad entre los géneros. El sexismo benevolente, además, presenta como dificultad el ser más complejo de detectar. Por otro lado, la posesión de estereotipos implícitos conduce a la discriminación y a sesgos en juicios de alta relevancia social y económica, llevando a la reproducción de las desigualdades.
Por su parte, el lenguaje inclusivo no sólo representa una forma más precisa para expresarse, sino que tendría efectos positivos como herramienta para reducir la brecha entre géneros. Este lleva a un descenso en el sesgo de sobrerrepresentación de sujetos masculinos y aumenta la inclinación de las mujeres a realizar trabajos en diferentes ámbitos típicamente masculinizados. En adición, existe evidencia empírica que indica que impacta favorablemente en los sentimientos positivos hacia personas LGBT. Esta serie de efectos positivos son evidencia que respalda el impacto beneficioso que tendría su implementación cotidiana y en instancias institucionales donde las personas aspiran a participar y ser incluidas.
Próximas investigaciones podrían indagar respecto a los efectos del sexismo benevolente en ámbitos más allá de la memoria del trabajo. En adición sería de utilidad pensar formas de intervención que vuelvan más fácil detectar esta forma de prejuicio en toda la población. En cuanto al lenguaje inclusivo, son necesarios nuevos estudios interdisciplinarios con profesionales lingüistas y del área de comunicación que permitan integrar los conocimientos de cada campo para indagar cuáles son las formas más viables de aplicación del lenguaje inclusivo en nuestro contexto.
Como conclusión, si bien en los últimos años ha habido una reducción de las desigualdades de género y un aumento de los derechos de mujeres y personas LGBT, en la actualidad persisten tanto formas tradicionales como más sutiles de prejuicio. Estas, además de implicar actitudes y comportamientos sesgados hacia las personas, promueven mecanismos sociales y psicológicos que refuerzan las desigualdades. Por otro lado, esta temática continúa requiriendo la atención de las ciencias sociales, dado que son necesarias nuevas investigaciones donde los prejuicios de género sean conceptualizados concibiendo al género desde su diversidad inherente.
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