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Izquierdas uruguayas y algunas experiencias educativas y formativas: Montevideo, 1920-19501
The Uruguayan left and some educational experiences: Montevideo, 1920-1950
Izquierdas uruguayas y algunas experiencias educativas y formativas: Montevideo, 1920-19501
Educação Unisinos, vol. 20, núm. 2, pp. 146-154, 2016
Universidade do Vale do Rio dos Sinos
Recepción: 09 Diciembre 2015
Aprobación: 11 Marzo 2016
Resumen: Este artículo explora algunas de las experiencias educativas desplegadas por anarquistas, socialistas y comunistas en Montevideo entre 1920 y 1950. Se enfoca en las iniciativas desarrolladas en ateneos y círculos de estudios, cursos de formación y en bibliotecas. Estas iniciativas formaban parte -junto a otras prácticas como veladas y festivales, deportes, conmemoraciones, rituales- de un amplio repertorio de actividades alternativas en circuitos culturales construidos por estos tres grupos e ideologías de izquierda en ese periodo.
Palabras clave: educación, izquierdas, culturas, Montevideo, Uruguay.
Abstract: This article explores some of the educational experiences developed by anarchists, socialists and communists in Montevideo between 1920 and 1950. It focuses on the initiatives developed in cultural centers and study circles, training courses and libraries. These initiatives - together with other practices, such as cultural evenings and festivals, sports, celebrations, rituals - were part of a wide range of alternative activities in some cultural circuits created by these three groups and leftist ideologies during this period.
Keywords: education, left, cultures, Montevideo, Uruguay.
Hacia 1919-1920 Montevideo era una ciudad tensada entre diferentes fuerzas y opciones. Se vivía en la "república conservadora" con los sectores menos liberales en el Estado. Por su parte, las sociedades de resistencia, la Federación Obrera Regional Uruguaya (FORU) y la izquierda se rearmaban en un contexto de dura conflictividad, en la que se aprestaron todos a luchar por sus derechos y reivindicaciones. Junto a la "lucha", después de la jornada laboral los gremios ofrecían jornadas nocturnas para que sus miembros se capacitaran, se formaran políticamente y tuvieran momentos de "expansión".
Un obrero militante tenía la opción -y la "obligación"- de instruirse y formarse -"iluminarse"-, convocado por los gremios y los partidos de izquierda, desde los oradores, la prensa, y más adelante desde la radio. Los espacios en que los militantes de izquierda se alimentaban política y culturalmente y desarrollaban su sociabilidad eran los ateneos y centros de estudio anarquistas, las escuelas comunistas, los seccionales, centros y bibliotecas socialistas. Las juventudes organizaban "cursos de capacitación", como la Juventud Socialista de Montevideo en los años treinta y las Juventudes Libertarias en los cuarenta. Con gente de izquierda pero de integración ideológica amplia, las "universidades populares" buscaron brindar a las clases populares conocimientos prácticos para ingresar al mundo del trabajo y "elevar" su educación.
Para realizar las veladas, recordaciones, actos y conferencias -que combinaban acción política, prácticas culturales artísticas, formativas y lúdicas- se utilizaban los locales de ateneos y círculos y frecuentemente teatros y cines comerciales. Se incentivaba la lectura desde las bibliotecas, ateneos y escuelas, a nivel individual y como "lecturas comentadas" en grupo. Los periódicos y las editoriales partidarias promovían determinadas lecturas, comentaban libros para leer e "iluminarse", proponían un "plan" -"lecturas recomendadas"- apostando a formar lectores críticos.
Ateneos
Desde las distintas vertientes ácratas y como fruto de una concepción que valoraba especialmente la educación y las actividades culturales, el "ateneo" fue usado como ámbito de organización y de formación. Los ateneos tuvieron importante implantación en regiones europeas como en España desde mediados del siglo XIX (Navarro Navarro, 2005). Fueron especialmente valorados en Uruguay, existiendo el Ateneo de Montevideo -con intelectuales liberales y socialistas- y otros en ciudades del interior, los cuales no tenían un carácter obrero ni específicamente de izquierda.3
En el barrio Sur montevideano, en la calle Río Negro entre Canelones y Maldonado, se encontraba uno de sus ejemplos más notables, el Centro o Círculo Internacional de Estudios Sociales. Fundado por un grupo "de inmigrantes italianos", en su mayoría sastres, en 1897 y que comenzara sus actividades al año siguiente, tuvo un tono predominante anarquista. Fue el más conocido y tal vez el que tuvo una mayor extensión temporal, llegando sus actividades hasta 1928. Lugar de debates, cursos y conferencias, biblioteca, ámbito para actos gremiales y las ricas y polivalentes veladas culturales, fue al mismo tiempo centro de apoyo a los conflictos obreros y a las publicaciones gremiales e ideológicas, más bien libertarias (Zubillaga y Balbis, 1988, p. 87-100; Vidal, 2010, p. 40-41).
En la primera de sus varias visitas al Centro Internacional, el protagonista de la novela Oficio de Vivir Gabriel relató que "Segundo apuró sus tareas, yo las mías, y a las 21 y 30 estábamos en un local de la calle Río Negro, a tres cuadras del mar y frente a un gran conventillo, cuyos vecinos, dado el calor reinante, estaban todos sentados en la vereda" (De Castro, 1959, p. 144). La ácrata española Juana Rouco Buela (1964, p. 27-28) lo recuerda "como un gran salón con un escenario adecuado para estos actos, y algunas habitaciones que eran dedicadas a las Secretarías", y al que también se llamaba "Casa de los Anarquistas". Agregó también que por allí "desfilaron con sus conferencias, controversias y actividades, todos los anarquistas del Uruguay y de la Argentina, intelectuales o no", que se realizaban los actos de la FORU y que también "diariamente nos encontrábamos los obreros, los anarquistas y los intelectuales". Estos recuerdos de Rouco Buela nos introducen en el clima de hervidero social y de ideas, así como de encuentro creativo -reuniones, periódicos, manifiestos- y alternativo que logró alcanzar el Centro a comienzos del siglo XX.
Según Gabriel, "fuera del salón de actos, muy espacioso, la Biblioteca era bastante exigua por cierto y estaba instalada en una sala anexa". Una de las atracciones fundamentales para estar "al día" era la lectura de los periódicos. Estos eran locales y del resto de países con los cuales se mantenía intercambio, entre agrupaciones, sindicatos y personalidades del movimiento libertario. Señaló Gabriel que "un propagandista de ostentosa corbata negra y roja, melena incipiente, me vendió el periódico 'Regeneración', órgano de los revolucionarios mexicanos", y en otra de sus visitas al Centro Internacional encontró obreros leyendo 'Avanti' de Italia y 'La Protesta' de Buenos Aires (De Castro, 1959, p. 149, 170, 238). Entre los libros de su Biblioteca un asistente al Centro podría encontrar Conflictos entre la religión y la ciencia, de William Draper, que lucía el sello "Sociedad de Resistencia - Montevideo - Unión O. Talabarteros y Anexos"; de Anatole France, Le puits de Sante Claire, con el sello "Sociedad de Resistencia - Solidaridad - Montevideo - Obreros Sastres"; y Al margen (Críticas literarias y científicas), del anarquista Rafael Barrett, publicado por O.M. Bertani Editor en Montevideo, en 1912.4
Desde la agrupación anarquista individualista "El Hombre" (El Hombre, 173, 14/02/1920, p. 4) se relataba la formación del "Ateneo Libre" en 1920 y las diversas funciones que debería cumplir. Abarcaba al menos dos franjas etarias delimitadas con las correspondientes escuelas -niños y adultos- remarcando que se debían tener en cuenta en el primer caso sus opiniones y apetencias, su "autonomía". Planteaba desarrollar también un aspecto cultural sustantivo a través de las "conferencias" por parte de hombres de "valía intelectual". Y reservaba el espacio de los domingos para paseos con una doble finalidad, el conocimiento "iluminador" y la sana recreación en medio de la naturaleza.
Los centros, ateneos y bibliotecas podían ser más modestos y tener como sede las casas de los militantes, instaladas en barrios más populares, o en el caso que señalo a continuación, en una pequeña ciudad capital de Departamento. Tal es el caso del Centro Elevación de la ciudad de Minas, en la casa del compañero Julio Valerio, "respondiendo a sus más vehementes anhelos de difundir la luz entre los proletarios" (El Sindicalista, 13, 21/04/1922, p. 2). El objetivo iluminista subrayado en la convocatoria aludía a la necesidad de la educación entre los trabajadores y "desheredados de la fortuna". El lugar que los recibiría seguramente era tan modesto como los mismos proletarios minuanos que allí asistirían a buscar educación y los caminos de la redención social.
El Sindicato Único de la Aguja y Afines (SUA) se creó en 1920 a partir de los sindicatos previos que reunían a los sastres, pantaloneras, chalequeras y costureras. En diciembre de 1924 el SUA creó el "Ateneo Popular" (SUA, 08/12/1944). Se puede suponer que tanto el local, ubicado en Río Negro 1180, como la Biblioteca del viejo Centro habían quedado a cargo del SUA. Paralelamente el Centro Internacional fue sufriendo un debilitamiento que lo llevó a concluir sus actividades hacia 1928. Por esas fechas el SUA patrocinó la construcción de un nuevo edificio en el mismo sitio, buscando volver el Ateneo Popular una experiencia ateneística de conformación ideológica y un público más amplios. Se destacaba que dicha obra sería "de apreciable beneficio para el enriquecimiento de la cultura de la clase trabajadora, que, dicho sea de paso, está bastante descuidada en estos momentos" (Unión Sindical, 10, 24/01/1928, p. 3).
En 1930 el Ateneo Popular estaba instalado en el nuevo edificio. En la interna del Sindicato de la Aguja se pudo ver la necesidad de aclarar los límites y relaciones entre ambas instituciones, lo que evidenciaba polémica. El Secretario del SUA distinguió entre el "espíritu puramente clasista" del sindicato y su lucha por un "mejoramiento integral" de la clase, y el del Ateneo, que es "cultural, no clasista", abierto a quienes buscaran la elevación "intelectual, moral y artística del pueblo todo y no de una clase" (Unión Sindical, 15, 01/05/1930, p. 4). Esto implicaba agrandar el radio de acción al campo obrero en general y aún al "campo popular", aunque no llevara "divisas ni banderas". Y se abría el terreno al Ateneo para relacionarse con otras instituciones, de acuerdo a las razones de sus miembros, de varias "filiaciones políticas e ideológicas". Este análisis más agudo sobre la noción "clasista" del sindicato y el más amplio del "espíritu cultural" del Ateneo se basaba en la intención de tener un acercamiento mayor al "pueblo" y una revalorización del "papel revolucionario" de lo cultural y una política de alianzas concreta. Se puede percibir una dirección ideológica plural del Ateneo, con anarco-sindicalistas y socialistas. Fue clara la participación del PS al influir en la obtención de fondos para las obras del nuevo edificio. Fueron ediles socialistas los que lograron una resolución en tal sentido por parte del legislativo municipal, dominado por colorados batllistas (El Sol, 844, 11/05/1930, p. 1; El Sol, 852, 06/07/1930, p. 3).
"Escuelas" y cursos
En las primeras dos décadas del siglo XX tuvieron cierto auge las escuelas racionalistas, en general anarquistas seguidores de la Escuela de Francisco Ferrer, no conociéndose sobre su continuidad en los años veinte, donde comienza este estudio (Libertaria y Muñoz, 2009, p. 30-34; Garay, 2015). Las izquierdas crearon experiencias formativas en lo "político-ideológico", desde conferencias a cursos de formación, y "escuelas" como las comunistas. En los años treinta la Juventud Socialista de Montevideo planteó crear el "instrumento necesario para capacitar a sus afiliados" con un Seminario constituido por "Cátedras libres y grupos de investigación", con cursos, conferencias y cursillos (El Sol, 1207, 4ª semana, 09/1936, p. 5). Entre esos cursos: "Economía y finanzas" (Emilio Frugoni), "Marxismo" (Roberto Ibáñez); "Cátedra para obreros: Profilaxis, enfermedades venéreas, etc." (Darío Pizzolanti y los Doctores Firpo y Cardoso); "Socialismo y religión" (Fernández Artucio) (El Sol, 1209, 2ª semana, 10/1936, p. 2). Más adelante las Juventudes Libertarias organizaron sus propios "cursos de capacitación".
En los orígenes del novel Partido Comunista -con esa denominación desde abril de 1921- la labor de formación militante debe haber significado un fuerte desafío para su dirección, contemplando tanto la diferenciación y el debate ideológico con los socialistas como la propia realidad y limitaciones internas. La estructura en centros heredada del socialismo dejaba grandes flancos, en especial la carencia de "cuadros" políticos e intelectuales. Por esto, las "escuelas comunistas" debían desempeñar un papel clave en la socialización e internalización de la ideología bolchevique.
En Buenos Aires de los años veinte y hasta mediados de los treinta, las agrupaciones infantiles comunistas contaban con "la escuela comunista interna" destinada a los "compañeritos más destacados", siendo dirigida por un encargado "quien nos dicta cursos clasistas" (Camarero, 2007, p. 237). Los comunistas montevideanos participaban en las "escuelas comunistas", existiendo una escuela comunista "central" -en Yi 1633- y otras en distintas seccionales (en el Cerro, en la 12ª seccional). Se realizaban cursos fundamentalmente para trabajadores, siendo sus horarios a partir de las 21 horas (Justicia, 1050, 07/03/1923, p. 1). En el mismo número, en un recuadro lucía la consigna: "Todos los comunistas deben concurrir". A veces el llamado a asistir abarcaba específicamente a la clase obrera, y en otras a los miembros de la juventud comunista. En junio de 1924 se anunciaba la continuación de las clases de la Escuela Comunista de la seccional 20ª (Agraciada 121), a cargo del compañero Martínez Catalina (Justicia, 1437, 10/06/1924, p. 1).
En el marco de una adecuación ideológica y política del PCU a las nuevas políticas de la Tercera Internacional se tendió a "bolchevizar" el partido, depurándolo de los "vicios y errores" de una organización nueva y expuesta a la contaminación "burguesa y reformista". En el proceso de bolchevización Martínez Catalina "hacía suyos los cuatro puntos de la Internacional Comunista sobre bolchevización", mientras que los "cursos de bolchevización" comenzaron en enero de 1926, según Justicia, con el fin de formar militantes "para hacer la revolución" (Justicia, 12/01/1926, in López D'Alesandro, inédito). Las cuestiones doctrinarias debían quedar supeditadas a las luchas sociales, pues "un partido que se limita a la propaganda doctrinaria, es un partido que no encara seriamente el problema de la revolución, y por tanto no es comunista" (Justicia, 26/01/1926, in López D'Alesandro, inédito). Este proceso se prolongó durante todo ese año con vistas a la realización del "congreso de bolchevización". En este contexto se expulsó al dirigente y -único- diputado comunista Celestino Mibelli, acusado de "una clara desviación de los principios comunistas" (López D'Alesandro, inédito, p. 5-6). El "congreso de bolchevización" realizado en 1927 confirmó esta acción. A comienzos de 1928 los comunistas afiliados eran convocados a la "Escuela Leninista" -nueva denominación, acorde al proceso bolchevizante- que funcionaba en el local de Yí 1633. Se establecía la designación obligatoria de afiliados como "discípulos" de la escuela, a cargo del Comité Central de la Organización Juvenil. Los cursos regulares de la Escuela comenzarían el 27 de enero a las 21 horas con la disertación de Marcos Pérez sobre "socialismo utópico", el "socialismo científico" de Marx y Engels, la Primera Internacional y la Segunda Internacional, y el Revisionismo (Justicia, 2549, 26/01/1928, p. 6).
En una actividad del Partido "hacia las masas" y no a los "militantes" como en sus escuelas, se propagandeaba en mayo de 1928 el comienzo de "cursos de iniciación cultural" en el Centro Cultural E.G. Muller -ubicado en Guaviyú e Independencia-, dictando clases de varias materias escolares y del liceo (Aritmética, Lenguaje, Geografía e Historia Americana y Nacional). Los cursos serían gratuitos y se destinaban a obreros y empleados "sin distinción de sexos", desde las 20 y 30 horas (Justicia, 2640, 15/05/1928, p. 4). Por esos años, una de las "bibliotecas obreras" y un club deportivo de Buenos Aires, vinculados a los comunistas, tenían un nombre similar -"Enrique G. Muller", aunque desconozco su origen y vinculación (Camarero, 2007, p. 224, 244). Sus funciones se parecían más a la de las "universidades populares" que en los años siguientes tendrían gran desarrollo.
En ese periodo los comunistas buscaban atraer a los trabajadores proponiéndoles instancias educativas y culturales alternativas a las estatales o privadas (en general religiosas) y a los contenidos ideológicos de la escuela y la educación "burguesa". Consideraban que allí se realizaba una "enseñanza patriotera y militarista", recurriendo a "maestros lacayos" que inculcaban a los niños las "corrompidas" teorías de la sociedad burguesa (Justicia, 2657, 04/06/1928, p. 3). Denunciaron el caso de un alumno, "hijo del compañero Servando Rodríguez", que fue castigado por el maestro al negarse a cantar el himno nacional, quien se defendió respondiendo "No soy patriota, ni mi padre quiere que cante eso". Citando el caso de una fiesta escolar en la Escuela del Cerro, los comunistas rechazaban el uso de ritmos musicales o literatura, calificando de "arrabalerismo" al tango, de "patriotismo" el recitado de poesías del Viejo Pancho y el canto del Himno nacional, y de "militarismo" las marchas de tal carácter. De esto se podía desprender su planteo de la necesidad de una escuela alternativa "revolucionaria".
Las iniciativas de formación de las "escuelas comunistas" debieron acompasar los cambios políticos de la organización partidaria en las dos siguientes décadas. Seguramente, al periodo de "bolchevización" siguieron otros tramos con sus propios énfasis y modalidades, autores, profesores, manuales, de los que aún poco se conoce. La literatura más reciente sobre el Partido Comunista se ha ocupado principalmente de periodos posteriores, centrándose en el abierto hacia 1955 (Silva Schultze, 2009, p. 66-71; Turiansky, 2010; Leibner, 2011). Veamos el testimonio de un comunista que ingresó a la organización a fines de los años cuarenta. Wladimir Turiansky sostuvo que "La Escuela del partido funcionó siempre, que yo recuerde, siempre [...] debe haber estado desde los tiempos de formación del partido" (Turiansky, 2007). Desde los años cuarenta "había una Escuela diurna, en la cual el afiliado, el militante salía de la militancia durante un mes o dos por ejemplo, y se concentraba en el estudio"; además, "había lo que se llamaban 'cursos vespertinos', en que vos te dedicabas algunas horas semanales al curso, es decir, no necesitabas abandonar la militancia". Los cursos de la escuela "eran sobre la base de algunos libros, en general eran ediciones soviéticas y algunos libros de dirigentes políticos uruguayos, [...] de Arismendi, sobre economía de Eduardo Viera, de [José Luis] Massera". El asistente tenía que leer esos textos y luego rendir una especie de examen. Además, luego de esos cursos algunos afiliados "eran seleccionados para completar su formación económica y filosófica en los países socialistas", en especial en la URSS.
Bibliotecas y lecturas
Pensar en bibliotecas obreras y de izquierda es pensar en lectores y lecturas, las que se hacían en común y en solitario; en una sala específica; en actos concretos para cuidar o acrecentar el acervo bibliográfico, sus revistas y periódicos; en contenidos; en actividades conexas con el "saber guardado" en las publicaciones, pues su sala podía albergar cursos, conferencias y debates. ¿Qué hacían los trabajadores y los militantes en las bibliotecas? Leían, se reunían con otros compañeros, aprendían, asistían a actividades conexas como conferencias y debates "con tribuna libre".5
Atendiendo a sus orígenes, los más generales o "iluministas" y los más pragmáticos, se ve que respondían en un sentido que implicaba la independencia de clase, pues eran instituciones creadas por organizaciones constituidas en gran parte -o en su totalidad- por trabajadores, generalmente sin respaldo económico externo y menos aún estatal, y para el propio uso y enriquecimiento cultural. Además de las bibliotecas de grupos y partidos de izquierda, algunas podían considerarse obreras, en particular las de origen sindical, pudiendo diferenciarlas de otra posible categoría integrada por las "bibliotecas populares" y experiencias como las "universidades populares". ¿Cuáles eran los límites y fronteras de la biblioteca? Era difícil encontrar una biblioteca de este tipo desligada e independiente. Surgía y estaba organizada desde un sindicato, un centro o seccional partidario, un ateneo o el grupo de afinidad de un periódico, y por eso sus lindes con aquellos eran difusos o incluso constituían una "dependencia" de los mismos.
Eran un ámbito privilegiado para las lecturas, en una sociedad que realzaba su valor y de ideologías que pretendían elevar la capacidad intelectual y moral de sus miembros, lo que exigía promover el acceso a las publicaciones. Esta función se combinaba con la propaganda de la prensa propia, de la biblioteca y de los centros partidarios o gremiales. Entre las "lecturas recomendadas" había de todo tipo, en primer lugar los libros, folletos y revistas, periódicos nacionales y de otros países, que eran comentados y sugeridos para su compra por las editoriales partidarias y "sectoriales". La biblioteca era un lugar de sociabilidad en que ocurrían breves contactos y relaciones entre los lectores, el bibliotecario y militantes. Además, podía funcionar como espacio de la formación política y cultural, individual y colectiva, sobre la base de la discusión y la asistencia a conferencias y cursos.
Entre los libros más comunes se hallaban los de índole política -de anarquistas, marxistas, liberales y republicanos- y de disciplinas en boga, como sociología y economía política. Fundamentales eran los de literatura en todas sus variedades, en especial las novelas de naturalistas y realistas del siglo XIX y comienzos del XX, franceses, ingleses y rusos. Un rubro también importante eran las publicaciones de "ciencias" naturales y la geografía, y en ciertas bibliotecas gremiales y populares los libros "de estudio" y de conocimientos generales, en especial para la Secundaria, Liceo o las "escuelas industriales" (enseñanza técnica).
La estructura institucional podía ser muy sencilla pero precisa: el bibliotecario -en general se trataba de un cargo en la dirección gremial- quien establecía un conjunto de normas: a través de su propio accionar -de los controles que hacía-, de las indicaciones en los libros a través de "sellos", de la habitación destinada a la lectura de los socios. A veces existía una "comisión de biblioteca", por ser una institución más compleja, o estar compuesta por jóvenes con disponibilidad de tiempo. Si bien era variable el tamaño y el número de libros, las bibliotecas disponían entre 300 y 1.000 libros. Su importancia dependía del tipo de organización y del medio social del que emergían y se nutrían.
Las bibliotecas en el entorno de los años veinte. A fines de los años diez los socialistas -del PS aun no fragmentado- tenían una visión iluminista sobre el papel de la cultura y de la biblioteca. Sostenían la importancia de desplegar un conjunto de acciones como conferencias de divulgación abarcativas de lo científico y lo artístico. En ese plan ocupaba un lugar destacado la "biblioteca" y la función formativa fundamental que debía ocupar. Partiendo del nivel organizativo más básico, el "centro" socialista sostenía la imbricación de ambos, pues "todo Centro socialista es una biblioteca", no concibiéndose una agrupación socialista "sin su bagaje de libros, para instruir a los afiliados, y, a menudo, a muchos que todavía no lo son" (El Socialista, 272, 09/03/1918, p. 1).
Por otra parte, el Sindicato Único de la Aguja prestaba una atención particular a su Biblioteca. A través de su periódico Despertar iba exhibiendo la lista de los libros disponibles y en sucesivas ediciones un "suplemento", en artículos firmados por "el bibliotecario". Se instaba explícitamente a apreciar las bondades de la lectura de libros, su importancia para desarrollar el hábito de la lectura y en especial ciertos libros y publicaciones "recomendados". El papel del bibliotecario impulsando la lectura se ejercía a veces de formas muy poco sutiles en un estilo que podría considerarse hasta agresivo. Apelaba por ejemplo a que "Debajo de su sombrero tiene mucha materia gris en reposo. Hágala trabajar" (Despertar, 94, Setiembre 1921, p. 949). Si se trataba de las mujeres -eran vistas como "hermanas en dolor"- el mismo bibliotecario daba este consejo: "Nunca vayas sola. [...] Cuando no vayas con tu madre, ve con tu hermana o amiga o (¿por qué no decirlo?) con el que amas. Pero nunca olvides, nunca, ¡óyelo bien!, del libro". Y "elige tu libro", pues "el autor lo ha escrito para ti [...] y traba estrechas relaciones con tu alma". Señalaba la noticia "Tenemos nueva biblioteca" y sus horarios -lunes, miércoles y viernes de 8.30 a 10.30 de la noche-, indicando que el tiempo máximo de préstamo era treinta días (Despertar, 97, 03/1922, contratapa). Una de las recomendaciones básicas era que los ejemplares prestados "los conservaran en buen estado", los devolvieran con prontitud de forma que siguieran circulando, "ya que no contamos con gran cantidad de volúmenes y son solicitados con insistencia por otros compañeros" (Despertar, 96, 01/1922, p. 994). En otro artículo -posiblemente del bibliotecario- se decía que "el libro es la antorcha que ilumina la obscura inteligencia del hombre" y "te enseñará a comprender la vida, a interpretar lo justo, a interpretar la verdad, a gustar de la belleza, a sacrificarte por el bien", culminando con un "¡Leed, hermano mío, y saldréis de las tinieblas en que habitáis" (Despertar, 105, 07/1923, p. 9). De todas estas invitaciones y acciones para fomentar la lectura, se puede inferir que había una situación de probable desinterés. En una "asamblea plenaria" a fines de 1922 el bibliotecario informó sobre la biblioteca, la necesidad de aumentar la "designación mensual" y encuadernar los volúmenes, votándose por unanimidad su propuesta (Despertar, 103, 03/1923, p. 18, "Societarias").
La importancia del rol de custodio del bibliotecario era evidente cuando los "deudores" de libros se eternizaban en devolverlos, amenazando y luego publicando sus nombres y llegando a plantear "cobrarles" su costo (Despertar, 95, 11/1921, p. 965). Por otra parte, los donantes ayudaban a acrecer los materiales de la entidad, indicándose sus nombres y los títulos que se incorporaban; por ejemplo, se agradecía al Profesor naturista Castro la entrega de nueve volúmenes (de Malatesta, Herbert Spencer y Rafael Barret), a Molina de "¿Qué es el Arte?", de Tolstoi, y a Pascale por su donación del libro "Del asesinato considerado como una de las Bellas Artes", de Tomás de Quincey (Despertar, 98, 05/1922, p. 1023). Otra forma de impulsar la lectura y la biblioteca era la publicación de la "nómina de libros" existente. Se elegía un lugar bien visible de Despertar, la contratapa, para ir mostrando en sucesivos números todos los ejemplares que disponía la biblioteca. En uno de ellos se indicaba los títulos desde el número 160 al 185 (Despertar, 97, 03/1922, contratapa). Allí aparecían uno de Malatesta, El Capital de Marx, otros de Tarrida del Mármol, de Luisa Michel, cinco novelas de Maupassant, y cuatro de O. Mirbeau.
¿Con cuántos socios contaba la Biblioteca, y cuántos lectores? En un "Balance" del sindicato, en julio y agosto de 1922 se señalaba el pago de la contribución por parte de 428 y de 460 afiliados respectivamente a las distintas secciones del gremio (sastres, pantaloneras y chalequeras, otros); si bien no podemos suponer que todos fueran socios de la biblioteca, nada se los impedía, ya que no se debía abonar por ello. En un extenso y pormenorizado "Balance de la Biblioteca" del SUA que el bibliotecario Arcángel Pascale realizó a mediados de 1922, se realizó la evolución del stock de libros entre julio de 1921 y julio de 1922, incluyendo las compras y las donaciones (Despertar, 101, 10/1922, p. 1065-1068). Se pasó de 184 "obras completas" (más 11 repetidas) a 391 obras. También organizó una "estadística" de los préstamos, pasando de 11 en octubre de 1921 a 258 obras prestadas al 25 de julio de 1922. El nuevo balance indicó que, partiendo de un total de 383 obras, se llegó en julio de 1923 a 487 (Despertar, 106, 10/1923, p. 10-12).6 En un artículo destinado "a los lectores" el bibliotecario planteaba contribuir desde su tarea a "una cultura mayor en los obreros", a través de diez breves "tesis", destacando el papel de la inteligencia -en relación a las "tácticas económicas" del sindicato- y el necesario apoyo a la "cultura", la vida espiritual y el soporte fundamental constituido por las lecturas y la biblioteca (Despertar, 106, 10/1923, p. 9).
Por otra parte, los comunistas reconocían la necesidad de implementar y acrecentar las bibliotecas partidarias y disminuir las debilidades en ese campo. A comienzos de los años veinte una iniciativa de "Rifa pro Biblioteca del Partido" intentaba mejorar las bibliotecas de los "centros" comunistas, pues era "necesario organizar una biblioteca central, donde los compañeros puedan hallar y consultar las obras doctrinarias, cualquiera sea su especie" (Justicia, 1063, 22/03/1923, p. 6). Un estudio para las bibliotecas comunistas de Buenos Aires entre 1920 y 1935 señala que "además de las tareas formalmente asignadas (la promoción de la lectura y el almacenamiento de libros) allí se realizaron múltiples experiencias de instrucción y sociabilidad cultural: cursos, lecturas comentadas, conferencias, obras de teatro, concursos de poesía, veladas literarias y musicales", advirtiendo también que su especificidad estribaba en que sus "propuestas científicas y eruditas debían subordinarse al objetivo de la lucha de clases" (Camarero, 2007, p. 222-223).
Una reflexión importante sobre las bibliotecas sindicales y sus problemas se realizó desde el ácrata Solidaridad en 1926. Se planteaba el deber de "crear bibliotecas populares" para facilitar "al pueblo los medios de educación y cultura" imposibles de lograr sin desarrollar un "esfuerzo colectivo", detectando la escasa lectura "en nuestras agrupaciones y sindicatos" (Solidaridad, 27, 21/08/1926, p. 2). Para un nuevo tipo de biblioteca exigían: un local "apropiado y exclusivo", un "eclecticismo completo" en todo tipo de obras ("artísticas, filosóficas, literarias, científicas, históricas, etc."), un bibliotecario que fuera un "conocedor del libro" que orientara lecturas, "inclinaciones y gustos"; y que hubiera "cursos de lecturas comentadas" para jóvenes.
En los treinta pareció cambiar la semántica de la palabra "biblioteca", ampliándose su significado y tendiendo a abarcar funciones como las que cumplía una editorial, que promovía la venta y la lectura de los libros que editaba y distribuía. En ese sentido funcionó la iniciativa socialista que se denominó "Biblioteca Democracia y Libertad". Desde marzo de 1936 se publicaba en El Sol listados de los libros de la mencionada biblioteca. Por ejemplo, en la tercera semana de marzo figuraba la lista de los libros de la letra T a la V, apareciendo dos de Tolstoi, cuatro de León Trotski, uno del socialista italiano Turati y uno de Del Valle Iberlucea (El Sol, 1183, 3ª semana, 03/1936, p. 2). Como forma de extender la experiencia a un público más amplio organizó un "primer acto cultural" de la "Biblioteca popular en formación", en el Ateneo de Montevideo. Participó el escritor socialista Montiel Ballesteros, que habló sobre la función social de las bibliotecas, y la "distinguida intelectual" argentina Dr. Alicia Moreau de Justo, quien "pronunció una pieza oratoria de calidad exquisita", destacando que la organización de la biblioteca era una "de las obras que provocan admiración" (El Sol, 1183, 3ª semana, 03/1936, p. 6). Una de las funciones -si no la única y exclusiva- fue la editorial. Produjo la edición de libros a tono con el espíritu antifascista y antifranquista de mediados de los años treinta. Argumentaba la publicación en el entendido que la Biblioteca perseguía "estas dos altas finalidades, la de realizar belleza y la de crear en los espíritus una predisposición a encarar los problemas de la vida en actitud de responsable militancia". Editó una publicación que se introducía en la situación que por la que atravesaba España, cuya guerra civil se había iniciado hacía muy poco. Ese libro sobre la actualidad española era "España Heroica", se vendía al precio de $0.60, y contenía artículos de socialistas y republicanos españoles, argentinos y uruguayos, entre ellos Ángel Osorio y Gallardo, Nicolás Repetto, Indalecio Prieto, Frugoni, Alicia Moreau de Justo, Manuel Azaña, Paulina Luisi y Francisco Largo Caballero. A comienzos del año siguiente, aparecía un listado de libros conjunto de esta Biblioteca con las bibliotecas "Francisco Bilbao" (¿chilena?) y la argentina "Sociedad Luz" (El Sol, 1225, 3ª semana, 02/1937, p. 2). Esto nos habla de la comunicación e intercambios entre las organizaciones culturales de la región, en especial entre los vecinos Uruguay y Argentina. Los temas cubrían una amplia temática e iban desde los directamente políticos y referidos al socialismo o la cuestión española, a los de religión y ateísmo, de ciencia y la escuela positivista, así como de literatura. Las "lecturas recomendadas" iban de temas socialistas ("Los congresos socialistas", de Adolfo Dickman; "Por la educación científica y antidogmática", de Américo Ghioldi) a científicos y culturales ("Ameghino", Homenaje de la Sociedad Luz, y "El teatro de Pirandello", de J.M. Monner Sans).
La biblioteca "Rafael Barret" de las Juventudes Libertarias. A comienzos de 1940 la organización ácrata juvenil llevaba adelante un proceso de "reorganización" de su biblioteca. Esta contenía libros de literatura, arte, ciencia, sociología, textos de clases, y de los escritores libertarios y sociólogos "que no se encuentran en las librerías" por ser muy caros (Voluntad, 25, 06/1940, p. 3). Se proponía abrir una "sala de lectura" con periódicos y revistas libertarias y la prensa en general. Tomando como tradición una cultura de solidaridad y colaboración, se invitaba a participar: "Secundad esta iniciativa generosa. Donad un libro", y se convocaba a los compañeros residentes en el exterior a enviar todo tipo de publicaciones, revistas y periódicos anarquistas. Al año siguiente se señalaba el crecimiento de la biblioteca, destacando haber llegado a los 300 ejemplares, y proponiéndose llegar a los "mil volúmenes" (Voluntad, 31, 01/1941, p. 4). A fines de los cuarenta, las Juventudes Libertarias contaban con actividades de biblioteca los días sábados entre las 21 y 30 y las 23 horas, e invitaban a participar en "esos días de gratas horas de compañías y charlas anarquistas" (Voluntad, 90, 09/1949, p. 4). En un registro de Juventudes Libertarias denominado "Índice General Inicial" se incluían 607 ejemplares, y al final de su última página contenía la inscripción "Done un libro" (Juventudes Libertarias, s.d.). Según Dante D'Ottone (2009), las bibliotecarias encargadas de realizar estas tareas eran su compañera Hilda Parrilla y Judit Dellepiane, la esposa de Carlos Manuel Rama. Esta apuesta a construir colectivamente ese instrumento cultural y formativo se nutría de una concepción amplia para establecer el corpus de libros a promocionar. Fue así que la biblioteca incorporó variedad temática e ideológica -con posturas y matices variados del campo del "movimiento obrero" y las corrientes internacionalistas-, de modo de contribuir más ricamente al proceso de formación de los militantes libertarios. Se puede identificar como una biblioteca sustancialmente de temas y autores políticos y sociológicos, en la cual también existía un espacio para la literatura y reflexiones más amplias.7 Posiblemente el público lector de esta biblioteca estuviera constituido por jóvenes provenientes del medio estudiantil y las capas medias, aunque es presumible que también tuviera cercanía con jóvenes trabajadores de los barrios con influencia libertaria en los que se asentaban estas Juventudes.
Colofón
Se han recorrido algunas propuestas educativas y prácticas culturales de las izquierdas en su proyecto de educar e "iluminar" a los trabajadores. Consideré específicamente las actividades "puertas adentro" o "en el salón", las que lograron atraer a un segmento de las clases populares. Comunistas, socialistas y anarquistas buscaron organizar a los trabajadores y "el pueblo" en ateneos anarquistas, en centros socialistas, en escuelas comunistas, y todos ellos junto a miembros de otras ideologías en las universidades populares; fundaron bibliotecas y promovieron lecturas.
Las escuelas y cursos de capacitación de las tres corrientes tuvieron un sentido político e ideológico destinado a los núcleos militantes más cercanos, en tanto las prácticas en ateneos, bibliotecas y "universidades populares" buscaron abarcar un público más amplio, en actividades de instrucción, recreación y lúdicas. Estas dos últimas funciones fueron especialmente buscadas en festivales y veladas, mientras que las "universidades populares", no incluidas en este texto, -con integración ideológica amplia y no sólo de izquierdas- proyectaron un acercamiento a las clases populares a partir de sus necesidades educativas y de instrucción para el mundo del trabajo. Los ateneos estuvieron animados por los libertarios, aunque en algunos, como el Centro Internacional y más adelante el Ateneo Popular, participaron también socialistas. Ellos abarcaron, según los momentos y sus posibilidades -los hubo grandes y también chicos- múltiples tareas como la organización, formación, debates, conferencias, exposiciones, lecturas comentadas, biblioteca, apoyo a la prensa y los gremios y actividades lúdicas como las veladas.
Referencias
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Notas