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Etnografía e investigación acción en la investigación educativa: convergencias, límites y retos
Etnografía e investigación acción en la investigación educativa: convergencias, límites y retos
Revista Interamericana de Educación de Adultos, vol. 40, núm. 1, pp. 152-169, 2018
Centro de Cooperación Regional para la Educación de Adultos en América Latina y el Caribe
Introducción
En el marco de un curso de metodología del programa de la Maestría en Investigación Educativa de la Universidad Veracruzana para la formación de investigadores(as) educativos(as), comunidades académicas, caracterizadas por posicionamientos epistemológicos diferenciados, dialogan con la finalidad de encontrar convergencias y divergencias que puedan contribuir a que los(as) estudiantes construyan una posición crítica frente a diversas aproximaciones para la generación y aplicación de conocimientos. El diálogo constructivo entre estas comunidades académicas se reconoce como una actividad clave para debatir las diversas maneras en que se pueden abordar y desarrollar procesos de investigación educativa. Un punto de partida común entre ambas comunidades académicas es la concepción compartida en cuanto a la necesidad de desarrollar investigaciones que se puedan ir separando de su connotación colonial y extractivista (Smith, 1999), en un contexto en el que sus actores reconocen la persistencia de la colonialidad del saber (Lander, 2000). Por ello, también se reconoce el poder que se detenta al determinar agendas temáticas, sujetos de investigación y formas de relacionarse con ellos, uso de los resultados, etcétera.
Bajo el paraguas de lo que puede denominarse “investigación cualitativa” en el ámbito educativo —y en el contexto mexicano actual—, la etnografía doblemente reflexiva y la investigación acción participativa (IAP) constituyen alternativas epistemológicas en los posgrados del Instituto de Investigaciones en Educación (IIE) de la Universidad Veracruzana (UV). La idea de un diálogo entre Gunther Dietz y Gerardo Alatorre surgió de la necesidad de desentrañar, en el marco de un curso de metodología —y desde experiencias concretas de investigación—, lo que ambas alternativas implican epistemológica y metodológicamente, y de identificar puntos de contacto, diferencias e implicaciones concretas. Investigar sobre procesos y sujetos educativos en contextos de diversidad, diferencia y desigualdad ha sido la labor de académicos y estudiantes adscritos a distintas líneas de investigación que abordan lo educativo desde paradigmas como el de la sustentabilidad y el de la interculturalidad, desde sus acepciones prescriptivas, descriptivas y analíticas. Si bien la incidencia siempre es un efecto intencionado y que parte de la responsabilidad social de la actividad académica, el rol de los(as) investigadores(as) y el lugar que ocupa la investigación misma en procesos de transformación social varían de acuerdo con los posicionamientos epistemológicos diferenciados.
Gunther Dietz, antropólogo, ha propuesto la etnografía doblemente reflexiva como una forma de estudiar fenómenos educativos en contextos de diversidad (Dietz, 2011; 2012). Gerardo Alatorre busca enlazar la investigación en temas socio-ambientales a dinámicas participativas con actores sociales movilizados, en contextos también diversos (Alatorre, 2014; 2015). Ambos son formadores de investigadores(as) en educación y dialogaron en el marco del curso Métodos y Estrategias de Investigación, de la Maestría en Investigación Educativa de la UV, guiados por seis preguntas que fueron formuladas por la docente, Rosa Guadalupe Mendoza Zuany, quien facilitó el espacio para el diálogo a partir de su propio tránsito por el debate entre dichas perspectivas.
¿En qué consisten la investigación acción participativa y la etnografía doblemente reflexiva?
Gerardo Alatorre: La investigación acción participativa (IAP) es un tipo de investigación, pero es algo más. Considero que tiene tres funciones principales: la primera, es una función efectivamente cognoscitiva, investigativa; la segunda, tiene que ver con lo político y con el cambio social en varias escalas; y la tercera, es pedagógica: una forma de educarnos entre todos en la acción transformadora. La IAP deriva de la educación popular, que reivindica el carácter político de todo acto educativo, aunque no lo explicite ni se presente como un acto político. Toda educación es un acto político. Aun la que maneja la bandera de la neutralidad es política; es incluso más política y más peligrosa porque no explicita esa pretensión.
En la IAP hay una apuesta ética y política que constituye una filosofía más que una metodología de investigación. Y tiene un elemento de colectividad que es central, en el sentido de que es impensable la figura de un(a) investigador(a) individual en la IAP. Normalmente, éste no hace “su” investigación sino que genera un espacio colectivo para la generación de conocimiento y de poder. La apuesta no es: “hay que generar un conocimiento para conocer más, en abstracto, per se”, sino que hay un énfasis peculiar, diferente, en el “para qué” de la investigación, el cual tiene que ver con cambio social, con luchas reivindicativas de los que tienen menos poder y que, gracias a dispositivos como la IAP, pueden construir poder. Entonces, en el centro de la definición misma de la IAP educativa hay algo que hay que transformar; es decir, hay una noción de algo que es asimétrico, inadmisible, inaceptable, y ante lo cual no podemos permanecer pasivos. En estos momentos, el cambio social se posiciona en el centro del quehacer de muchos, no sólo de quienes se desempeñan en la academia. Y el hecho de reconocer asimetrías e injusticias de alguna manera introduce algo prescriptivo en el quehacer investigativo, ya que hay un deseo de un futuro diferente del presente que tenemos. Esto puede meter ruido en la investigación, en la medida en que tienes una idea de lo que debe ser, y esto puede sesgar una actitud abierta a ver lo que está sucediendo. Las asimetrías deben ser vistas a diferentes escalas; en lo micropolítico, por ejemplo, reconociendo el aporte del feminismo como teoría política, en la medida en que nos permitió observar con detenimiento la presencia de lo político en lo cotidiano. El aporte de la IAP se puede ubicar en su intención de enfrentar asimetrías desde lo micro hasta lo macro.
Gunther Dietz: Si nos situamos en la etnografía clásica, es todo lo opuesto a lo que Gerardo acaba de decir. Sí tiene que ver también con las asimetrías de poder, pero no nace como una metodología para transformar, sino para estudiar un determinado tipo de realidad que se desconoce. Recordemos que la etnografía fue, en sus inicios, una ciencia auxiliar de la administración colonial. Como todas las demás metodologías, la etnografía no es ingenua, ni política, ni académicamente.
Desde la descolonización administrativa y política del mundo en las décadas de 1960 y 1970, que no implicó la descolonización epistemológica ni metodológica, cuando surgió la IAP también se dio una ruptura entre quienes realizan etnografía y quienes son etnografiados(as). Aquí en México la llamaron “crisis de la antropología indigenista”, es decir, de esa antropología que estaba al servicio del Estado mexicano para integrar a las comunidades indígenas al Estado-nación; volviéndolas mestizas, “etnografiándolas”, se pretendía ver cuáles aspectos de su cultura eran dignos de conservarse y cuáles otros había que asimilar, cambiar, transformar, etcétera. Así, las(los) anteriormente “etnografiados” empezaron a rechazar seguir siendo “etnografiados”, es decir, tratados como informantes de forma unidireccional para la extracción de información. Por otra parte, descubrieron la etnografía como una herramienta que también podía empoderar a quien la practicaba. A partir de ahí la etnografía ha tenido una especie de historia de éxito en el curso de la cual se ha independizado de su pasado colonial y de su uso instrumental para convertirse en una metodología más generalizada, en estrecho diálogo con otras metodologías, sobre todo con las de corte cualitativo de las ciencias sociales.
Quienes practicamos la etnografía lo hacemos porque creemos que es una herramienta útil para conocer y explorar contextos que no conocemos. Por eso, una de las principales diferencias con la IAP tiene que ver con lo mencionado por Gerardo; si bien en la filosofía de la investigación de la iap hay un objetivo exploratorio y de sistematización, éste es, sobre todo, un objetivo de transformación, tanto en lo pedagógico como en lo político. La etnografía no parte de ahí. La etnografía que yo defiendo tiene la posibilidad de tener este énfasis en lo transformativo; pero quienes decimos practicar etnografía lo que originalmente queremos es explorar la realidad, y no nos atreveríamos a decir hacia dónde transformar la realidad sin haber “etnografiado” antes esa realidad durante mucho tiempo. Normalmente, necesitamos la etnografía como un método que explora la realidad de forma dialógica, para en conjunto determinar hacia dónde debe ir esa transformación social.
Una vez esbozado este origen, se puede ubicar a aquellos antropólogos(as) posmodernos como “turistas”, cuyo mayor interés en la etnografía es la experiencia etnográfica propia, ya que no la conciben como una herramienta de exploración y transformación de la sociedad. Y por otra parte, están aquellos(as) que utilizan la etnografía, más cercana a la IAP, como una herramienta de transformación de la sociedad. Lo que yo propongo es un camino intermedio en el cual conservamos ciertas idiosincracias de la etnografía que yo considero ventajosas: su cualidad exploratoria, dialógica, desencadenante de procesos de aprendizaje y de aprendizaje mutuo.
Entonces, la idea es rescatar elementos de la etnografía clásica, pero convirtiéndola en una metodología dialógica, colaborativa, y que al final de ese camino pueda ser una hermana gemela de la IAP. Esto en el sentido de que no investigamos la otredad por gusto, por exotismo; no extraemos información al estilo minero. Kvale (1996) critica dos formas de entender la investigación: la investigación extractivista y la investigación del turista que narra su experiencia. Creo que hay un camino intermedio que tiene mucho que ver con la colaboración de actores que no son informantes, sino partícipes de un proyecto de investigación etnográfica colaborativa desde la diferencia y desde la otredad. Esa es la evolución que veo en la etnografía: la paulatina independización de sus orígenes asimétricamente coloniales y su caminar hacia los propios sujetos con los que colabora.
¿Cómo distinguir la intención epistemológica y el uso de métodos en la IAP y en la etnografía doblemente reflexiva?
Gerardo Alatorre: La investigación es sólo una parte de la IAP, por ello hay que pensar en métodos de investigación, pero también en metodologías de incidencia política. En términos metodológicos esto es más complejo porque no sólo se trata de generar conocimiento. Gunther hablaba de esta tentación —en los(as) que hacemos IAP—, de pretender tener la verdad. Yo digo que sí sigue habiendo mucha IAP paternalista, que se siente con el derecho de decir hacia dónde ha de irse… Pero la IAP es un campo muy extenso y hay de todo debajo de ese paraguas que se llama IAP.
Gunther toca un elemento central que tiene que ver específicamente con lo metodológico: ¿cuál es la postura del(la) investigador(a)? Porque, efectivamente, en las décadas de 1960 o 1970, cuando nació la IAP, había claramente un elemento de exterioridad del investigador-militante. Entonces estaba muy claramente definido quiénes eran “los oprimidos” y quién era el(la) externo(a); el externo muchas veces llegaba, a lo mejor de muy buena fe, a decir: “Por aquí es el camino, hacia acá es la liberación”; tal vez sin decirlo claramente, pero con un cierto ánimo de ayudar a los grupos oprimidos, marginados, excluidos, explotados, etcétera. ¿Cómo se ve esta exterioridad del investigador(a) participativo(a) en la segunda década del siglo XXI? Yo diría que uno de los elementos que para mí ha cambiado es que se pierde esta exterioridad; es decir: “yo no soy ajeno(a) a la lucha del pueblo, yo también soy pueblo; yo —investigador(a) actor— también me indigno y también siento que tengo un poder y también le doy validez a mi poder como actor indignado, y no pretendo arrojar luz, tirar línea o convertirme medio en dirigente sin decirlo, sino más bien colaborar”. Buscar colaborar implica —metodológicamente— poner mis propios intereses sobre la mesa, darme el derecho de ser actor político. No sólo los campesinos, los obreros, los colonos son los que se van a movilizar para defender sus derechos. También yo tengo mi indignación, de manera que pongamos nuestras indignaciones en diálogo para ver juntos qué podemos hacer. A partir de eso se plantea un trabajo colaborativo e investigativo; y hay algo más que investigación, porque hay un cierto rechazo a sólo quedarse en “conocer”.
En esa parte metodológica de la IAP ligada a lo cognoscitivo, la etnografía no sólo puede ser útil, sino que debe ser útil. Debe ser un recurso para la IAP, porque ya ha mostrado sus virtudes, su fuerza y su capacidad de penetración en fenómenos sociales. Entonces, me parece que la IAP tiene que estar abierta no sólo a la etnografía, sino a otras metodologías cualitativas y cuantitativas. Debe apoyarse en el saber monodisciplinario, en la asesoría de especialistas y, por supuesto, en la etnografía también, dependiendo de las necesidades de cada proceso.
Gunther Dietz: Quisiera comenzar haciendo dos distinciones, una con la que no estoy de acuerdo, y otra que es la que siempre defiendo. En los manuales metodológicos se distingue siempre entre metodología, métodos y técnicas. Esta distinción proviene del paradigma nomológico, deductivo, cuantitativo, porque en las metodologías cuantitativas se tiene el afán de estandarizar técnicas. Ni en la investigación cualitativa, ni en la investigación participativa compartimos ese afán, porque creemos que la estandarización de técnicas es un acto de poder, una imposición. Entonces, en ese sentido, yo intento no hablar de “técnicas”.
El segundo nivel de abstracción que se utiliza en los manuales es el de métodos cuantitativos, cualitativos, etcétera. Y el tercer nivel es el de metodología, que es el “recetario oficial” de cómo se hace ciencia. Esta distinción a mí no me parece útil para lo que hacemos en la investigación cualitativa, participativa, colaborativa o transformadora. Yo prefiero trabajar con una distinción que ha venido de María Bertely (2000): la distinción entre epistemología, metodología y métodos. Y hablo de epistemología en el sentido en que Gerardo lo hacía cuando hablaba de la filosofía de investigación: definir para qué, por qué y con quiénes, antes de completar cualquier proyecto específico. A eso Bertely lo llama, retomándolo de Homi Bhabha, “locus de enunciación”: es el lugar desde el cual hablas. Una cuestión que hemos aprendido en el tránsito de la “modernidad” a la “posmodernidad” es que no hay un lugar neutro de la ciencia desde el cual hablo, tal como refería Gerardo, porque toda investigación, aun la más apolítica, es política, sólo que esconde sus intenciones políticas. Ese, para mí, es el nivel epistemológico; el más importante. Tenemos que explicitar desde dónde partimos.
El segundo nivel es el de las metodologías. Creo que a partir de los trabajos de Thomas Kuhn (2004) hemos aprendido a reconocer que en lo que Occidente llamamos academia hay distintas sendas de cómo entender la investigación; estos caminos se han ido creando por tradiciones, por inercias, por intereses políticos, desde el siglo XVI y, principalmente, desde el siglo XIX. En esas sendas hay una tradición metodológica más deductiva, y otra más inductiva, asociada a lo cualitativo. Pero, como decía Gerardo, desde las décadas de 1960 y 1970 la tradición participativa —o la tradición liberadora transformadora— ha ido generando también un espacio propio. Entonces, podemos hablar de una bifurcación de metodologías, de maneras de explicar cómo voy a realizar mi investigación, cómo la voy a validar, cómo voy a sistematizar, etcétera, y ese para mí es el nivel de las metodologías. Ahí nuevamente uno busca coherencia entre el locus de investigación epistemológico, y la metodología que se elige.
El nivel sobre el que quiero hablar ahora es el de métodos. En el caso de la etnografía, y es muy parecido en el caso de la IAP, los métodos son muy diversos. Algunos pueden tender más hacia la cuantificación, otros pueden ser más cualitativos —en el sentido de que generan narración—, y otros son métodos más cotidianos, como la observación participante y no participante (Dietz, 2017). Lo que defiendo para la etnografía es una especie de eclecticismo estratégico en referencia a los métodos, pero no a nivel de epistemología, ni de metodología. Creo que en toda investigación social uno(a) toma decisiones en cuanto a lo práctico; tenemos la posibilidad de jugar con un sinfín de recursos para construir datos, para conocer la realidad, para transformarla, etcétera. Las decisiones que se van tomando tienen que ver con el nivel de abstracción que requieren los datos.
La segunda distinción que propongo tiene que ver con la relación entre lo exploratorio y lo participativo. Se refiere a qué posición quiero tomar ante los datos que voy construyendo. La posición puede ser, como decía la etnografía clásica, “no interfieras, obsérvalos tal y como son, escóndete, porque así podrás percibir desde adentro”. Ahí hay una posición de pasividad estratégica. Y la otra posición, que también tiene su tradición en las ciencias sociales, es proactiva; quiere generar cambios, a veces en aras de la transformación social, a veces bajo el estatuto experimental de las ciencias sociales aplicadas bajo el cual, por ejemplo, se busca el conocimiento estudiando las reacciones sociales ante determinadas causas controladas.
En este nivel de los métodos deberíamos ser más dialógicos y menos “sectarios”. Las decisiones metodológicas no las podemos tomar de forma independiente de la comunidad académica a la que nos adscribimos, porque es un lenguaje que ya se ha establecido. Estas decisiones más colectivas dentro de las comunidades académicas a veces nos dividen, nos enfrentan. Pero lo que nos debería unir es este nivel de eclecticismo estratégico. Pienso que los métodos etnográficos, los participativos y los cuantitativos son perfectamente combinables.
Hay muchos condicionantes, externos a lo que hacemos —y que parten de la tradición occidental—, que nos impiden este diálogo entre métodos. El hecho es que nos inscribimos en determinadas tradiciones. Es lo que algunos autores que provienen de teorías neo-institucionales llaman path dependence: dependes de determinados senderos preestablecidos de los que no puedes apartarte. Pero creo que algunos tenemos el afán de cruzar esas sendas, de generar intercambios entre estos diferentes niveles, tanto de posición epistemológica, como de metodología. Por eso la invitación a no pensar en tu propio proyecto de investigación bajo un solo método. El método tiene que ser diversificado para poder generar datos más densos.
¿Cuál es el sentido de generar y/o aplicar conocimiento en la IAP y en la etnografía doblemente reflexiva?
Gerardo Alatorre: Yo creo que parte de los principios básicos de la IAP es evitar esta escisión entre la generación y la aplicación de conocimiento; es decir, no somos nosotros(as) quienes vamos a generar conocimiento para que después quienes toman las decisiones lo apliquen, sino que nos interesa dinamizar procesos de generación y aplicación al mismo tiempo. De hecho, uno de los elementos básicos de la IAP es que antes de que llegue el(la) investigador(a) a cualquier situación social, ya existe reflexión, acción, saberes y formación en la vida cotidiana. Hay mucha IAP molecular en la vida cotidiana de todos los grupos, aunque no se la llame investigación. La gente no espera a que lleguen los(as) investigadores(as) para conocer más sobre sus problemas. Es muy importante observar esas preexistencias de saberes y de acciones.
Y retomo lo que mencionaba Gunther respecto al locus de enunciación. Creo que el(la) investigador(a) actor participativo tiene un doble locus, porque tiene que estar en dos pistas: por un lado, reivindicar un posicionamiento de actor indignado, y por otro, asumir el locus de enunciación de un metodólogo, es decir, “además de ser indignado, yo puedo contribuir a que otros, con los que me voy a aliar, tengan elementos para mejorar su reflexión, su debate, para estimular participación”. Y hay una serie de “cómos” que se supone que el(la) investigador(a) participativo(a) maneja para promover que suceda una serie de cosas en esa colaboración.
En la IAP hay una “espiral” acción-reflexión-acción, si bien la acción en el primer bucle ya es reflexiva. Hay otros que hablan de una “espiral planeación” en la que planeas-actúas-observas-reflexionas-planeas; de que el actuar, el reflexionar y el obtener y analizar datos están íntimamente entrelazados, etcétera. Muchas veces la acción misma genera información y datos; hay un énfasis epistemológico particular en considerar a la práctica como fuente de conocimiento. Esto implica pensar en cómo potenciar esta capacidad de la experiencia de generar conocimiento; y para ello hay toda una corriente de sistematización de experiencias. La palabra sistematización también se presta para malas interpretaciones; es decir, a veces, para algunos, implica llenar un formulario con categorías prediseñadas para analizar la experiencia. Por eso surgen iniciativas como la de Pierre de Zutter (1997), quien dice: “No se trata de sistematizar nada, porque no se quiere encuadrar en categorías prediseñadas”. Él habla, entonces, de capitalización. La capitalización de la experiencia implica obtener de mi propia experiencia un máximo de aprendizajes, y parte de ese giro de la sistematización a la capitalización de la experiencia consiste en que lo más interesante en una práctica es lo novedoso, y lo novedoso, por definición, no está en un formulario predeterminado, sino que va apareciendo en el proceso.
¿Cuál es la conexión de la IAP con la incidencia? En primer lugar, si la IAP no logra incidencia, no es IAP; la incidencia es consustancial a la IAP. Algunos(as) colegas o estudiantes dicen: “Bueno, en esta parte de mi investigación voy a utilizar herramientas de la IAP”; pero yo digo: “Mejor no evoques la IAP si no estás planeando incidir. Mejor habla de metodologías con un componente participativo”. Si digo que voy a hacer IAP es porque propongo incidir, y no sólo conocer. Mi propuesta es un sistema de incidencias abierto y ecléctico, en el sentido de que cualquier incidencia es válida.
Gunther Dietz: Creo que cuando hablamos de incidencia es importante distinguir entre una incidencia explícita, deseada y controlable a través de una investigación, y una incidencia implícita o no controlable; digamos, de efecto colateral. En este último sentido, todas las investigaciones tienen incidencia. Pero el problema que tenemos no se refiere a estas incidencias implícitas, sino a que ciertas tradiciones nos impiden explicitar la incidencia y relacionarla con relevancia y con potencial transformador.
Tanto la etnografía como la IAP tienen un aspecto en común que es buscar siempre incidencias que tengan relevancia. La etnografía no se ha hecho de puro exotismo, aunque a veces así se ha presentado; siempre ha buscado la incidencia. Por eso creo que uno de nuestros retos, que no se enseña en los cursos de metodología y no se cuida mucho en los formatos de tesis, es hacer seguimiento a las incidencias de nuestras investigaciones. En cuanto a generación y aplicación de conocimiento, comparto lo que expuso Gerardo: hay una tradición —muy académica—, de considerar la generación y la aplicación de conocimiento como dos fases, sin que se haya probado que eso realmente es así. La distinción entre la generación y la aplicación de conocimiento ha sido establecida por la tradición occidental, que tenemos que problematizar y, de hecho, en nuestras investigaciones demostramos creo que no hay aplicación sin generación.
También coincido con Gerardo en preguntarme por qué debemos llamar algo “IAP” o “etnografia” si no tiene las condiciones para serlo. Llamémoslo proyecto con una orientación participativa o con un anhelo de participación, proyecto con una orientación etnográfica, pero no etnografía ni IAP. El carácter individualizante del formato de las investigaciones, así como la burocracia para “administrar” la investigación en las universidades impiden tener proyectos más participativos, más etnográficos, más dialógicos.
En lo que a mí me gusta llamar etnografía doblemente reflexiva intentamos que la generación y la aplicación de conocimiento ocurran dentro del mismo proyecto de investigación; a diferencia de las llamadas investigaciones básicas o aplicadas, en donde estos procesos se separan, nosotros(as) intentamos hacerlos en el mismo proyecto. Una diferencia con la IAP, me parece, es que no logramos hacer generación y aplicación de conocimiento en el mismo momento, tal vez porque no aspiramos a ello; porque como yo soy de fuera, con la mirada de la otredad, necesito una determinada fase que consiste en conocer el discurso del(la) otro(a); una fase en donde realmente se está generando conocimiento para mí, el no-experto. Después yo expongo lo que he conocido, y a partir de ahí comienza un diálogo. Esta es la parte más “aplicada” de la investigación, pero no es una “devolución”. Siempre les enseñamos a los(as) niños(as) que si no se roba, no hay que devolver lo robado. Si robamos después tenemos un problema ético con la devolución. ¿Por qué no mejor intentemos no robar, y así no tenemos que devolver? Mejor generar procesos de retroalimentación y de interaprendizaje en la misma investigación. He visto que cuando se hace devolución se organiza un taller o algo parecido, pero después de la investigación, como un apéndice, cuando ya no repercute en la construcción colectiva de los conocimientos; o se entrega la tesis a la autoridad, como una formalidad. Estoy de acuerdo con la necesidad de reconocer y explicitar esta preexistencia de saberes que mencionaba Gerardo, de asumir que no tenemos monopolio alguno del saber. Tenemos esa tradición occidental de creer que somos quienes nos dedicamos a sistematizar el saber, que somos los privilegiados a quienes se les paga por cultivar una determinada forma del saber que a mí me gusta llamar “saber-saber”. Lo digo por lo siguiente: trabajamos dentro de la academia y participamos de esta esquizofrenia de combinar diferentes locus de enunciación porque nos consideramos ciudadanos(as), actores, activistas, etcétera, y a la vez nos pagan como académicos y tenemos que justificar nuestra producción como tales. Creo que también es importante reconocer y “etnografiar” lo específico del campo académico. Seamos sinceros, aquí no todos(as) estamos para transformar la realidad; estamos para obtener un grado académico que nos puede servir para distintas cosas, entre otras, para conseguir trabajo. Si nuestro único objetivo fuera cambiar las condiciones de vida de la gente con la que trabajamos en las comunidades, en las organizaciones, etcétera, sospecho que no estaríamos aquí. Entonces, a mí me gustaría que reconociéramos que hay distintas formas de organizar el saber, y que estamos muy lejos de algunas, y somos bastante expertos(as) en otras. Son como juegos de lenguaje, como los llamaba Wittgenstein; son distintas formas de comunicarnos. Estoy de acuerdo con lo que mencionaba Gerardo en cuanto a que los actores sociales no nos están esperando para que vayamos a investigarlos(as), y con ello a empoderarlos(as). Pero, por otra parte, hay un poder que tiene el saber académico, y debemos tenerlo en cuenta en nuestras investigaciones. Por eso hago siempre tanto énfasis en que en todo proyecto de investigación hay fases más pasivas, de “recolección” de información, y luego hay fases más activas, de diálogo, porque es la forma en la que construimos conocimiento. ¿Cómo construimos conocimiento? Normalmente, con muy pocas excepciones, lo convertimos en texto. No está probado empíricamente que el texto, de por sí, sea una fuente más fidedigna de información, privilegiada frente a otras; así lo asumimos en la tradición académica, pero ya hay otras formas de hacerlo, por ejemplo, mediante un lenguaje audiovisual. Tenemos un sesgo verbalizante, textualista, de cómo entendemos el saber; y eso nos limita. Lo anterior nos obliga a una vigilancia epistemológica, a “etnografiar” críticamente esos diferentes usos del saber. La IAP y la etnografía están pasando por una experiencia parecida, a pesar de sus diferencias. Y es que se están “muriendo de éxito”, porque ahora dicen hacer IAP hasta en el Banco Mundial, en las agencias multilaterales, y dicen hacer “etnografía escolar” en la SEP, etcétera. No queríamos que llegaran hasta ahí, y seguro no es ese el sentido que defendemos. Hay una burocratización de las metodologías que las vuelve herramientas con otros objetivos; creo que eso hay que estudiarlo e investigarlo.
No me refiero, como Giddens y otros, desde la sociología clásica, a un saber de primer orden y de segundo orden, a un metasaber en el sentido de que “allí están ellos(as), los(as) nativos(as), con sus saberes, y yo tengo el saber supremo, que es la suma de todos los saberes”. No, yo lo veo más como islas epistemológicas diferentes, con reglas epistemológicas distintas, en las que entra la investigación académica con afán de tender puentes y volverse ella misma más híbrida, más dialógica, más participativa, pero desde el origen y desde el sesgo que impone la universidad occidental y esta descontextualización sistemática que hacemos de los saberes. La idea es reconocer otros cánones referidos a cómo se puede transmitir y transformar el saber. En eso yo necesito ciertas fases, que son las más etnográficas para mí, en las que yo simplemente abro los ojos desde mi saber versus otros saberes, para ver una forma de dialogar.
Y termino con una última cuestión, para lo cual creo que la etnografía sirve, y no sé si la IAP lo pueda hacer de la misma forma. Creo que tanto en la IAP como en la etnografía que defendemos aquí, tendemos a trabajar con gente con la que simpatizamos, con actores sociales con los que tenemos un proyecto político-pedagógico común. Por eso los(as) elegimos, ellos(as) nos eligen y hacemos alianzas. Pero me ha pasado en mis propios proyectos que el mismo actor social me ha dicho: “muy bien, Gunther, muy interesante lo que quieres hacer con nosotros(as), pero por qué no hacemos una alianza y tú espías a esos(as) de allá, porque allá está el poder, y no necesitamos que nos vengas a investigar a nosotros(as); nos gustaría saber cómo funciona el Estado”. Y, claro, ¿por qué voy a estudiar siempre hacia abajo, a las “víctimas”? ¿Por qué no estudiar a los “verdugos”? Si creemos que nuestros métodos funcionan para conocer al otro, ¿por qué no estudiar “hacia arriba” en vez de estudiar siempre “hacia abajo”? ¿Por qué no etnografiar el propio poder? Y yo creo que eso es un potencial que tiene la etnografía; por eso desgraciadamente algunos la utilizan, incluso, como parte de estrategias de contrainsurgencia. La etnografía es una herramienta muy poderosa; se puede estudiar cualitativamente a determinados grupos que son herméticos, que son difíciles de penetrar, porque el poder siempre se autoinvisibiliza y sobrevisibiliza a los “vulnerables”, a los(as) otros(as). Yo creo, entonces, que para eso necesito una metodología de investigación, pero no sería participativa con el actor mismo al que estoy “etnografiando”, sino sería más bien una investigación “por encargo” de un actor social, para penetrar en otro ámbito, teniendo en cuenta la estructura del poder. No deberíamos descartar esto, aunque sé que genera problemas éticos, vivenciales y prácticos. Es útil pensar también en una etnografía, en una investigación que llegue a esferas que no quieren ser estudiadas; porque el hecho de que no quieran ser estudiadas es, para mí, un dato etnográfico importante, y un punto de partida.
¿Cómo participan los sujetos en la etnografía doblemente reflexiva y en la IAP?
Gerardo Alatorre: Empiezo con el término “sujeto” porque cuando se está haciendo investigación en ciencia natural está muy claro que se puede utilizar la palabra “objeto”, pero si se investiga en psicología, antropología o ciencias políticas, por corrección política o académica ya no puedes decir “objeto de investigación”, sino que se opta por hablar de “sujetos de investigación”. Con honrosas excepciones, estamos en un esquema extractivo. Es un eufemismo decir que son “sujetos”; son objetos porque estoy estudiando “sobre ellos”, y esto ya los coloca en esa posición. Creo que parte del asunto de construir ese “sujeto”, de que realmente y efectivamente sea un sujeto, tiene que ver con el papel de esos actores y también con el papel de sus saberes. Me gusta una frase de Boaventura de Sousa Santos que dice: “No hay duda de que para llevar al hombre o a la mujer a la luna no hay conocimiento mejor que el científico; el problema es que también sabemos hoy que para preservar la biodiversidad de nada sirve la ciencia moderna” (Santos, 2005: 27). Entonces, ¿qué saberes y qué actores sí nos ayudan?, cuestiona Boaventura: ciertos pueblos que tienen una tradición —de siglos— de relación con sus ecosistemas, con sus aguas, sus cerros, sus suelos, etcétera; son los saberes tradicionales. Hay una validación de otros saberes, y entonces estamos hablando de diálogo de saberes. Pero ¿qué pasa en este sistema de la investigación institucionalizada que describe muy bien Gunther, donde las sociedades occidentales le encargan a una institución llamada academia la tarea de algo que se llama “construir conocimiento”?; “¿quién se dedica en la sociedad a eso?”, “ah, pues los(as) académicos(as)”. En el momento en que nos asumimos o que nos quieren obligar a que nos asumamos como especialistas en la producción de conocimiento, en ese momento no nos queda otra más que publicar, ir a entrevistar a esos sabios y sabias en las comunidades, y los llamamos sujetos. Pero ¿quién aparece en la portada con la autoría? Esos(as) sabios(as) no aparecen ahí. Hay una invisibilizacion de saberes y de actores, de sujetos, porque toda la parafernalia de la academia está diseñada para que los(as) especialistas en conocimientos, aparezcan en la portada, y los(as) otros(as) quizás en los agradecimientos y, al final, en la lista de informantes. Hay una distorsión, que incluso puede llamarse “expropiación de saberes”. Y el otro asunto tiene que ver con la participación. Efectivamente, la IAP lo explicita y en la denominación misma viene el término participación. Pero quizá hay una trampa: a veces pensamos que con enunciar que voy a trabajar de forma participativa y organizar talleres es suficiente; suponemos que sólo por convocar a un taller ya mágicamente hay participación, y no es así. La participación se debe construir metodológicamente e involucra elementos como la autoestima, la confianza, la conciencia del propio poder, los roles sociales, etcétera. De modo que la participación no es espontánea, sino que se construye, como decía, metodológicamente; se estimula a través de diferentes formas. Nunca vamos a lograr horizontalidad, pero lo importante es caminar hacia allá, y ello implica ir abriendo la palabra, es decir, el acceso a la palabra y a las ideas de todos(as), y no es fácil. Se trata de participar para generar conocimiento y también de colaborar en la acción misma, que es transformadora y emancipadora. El principio de complementariedad de saberes quiere decir “yo sé de unas cosas y tú sabes de otras, vamos a compartir lo que cada uno sabe, vamos a colaborar para generar conocimiento juntos(as)”.
A la par del intento por horizontalizar relaciones entre actores, retomo la apuesta del diálogo de saberes: ir generando horizontalidades entre sistemas de conocimiento, lo que se llama justicia epistémica. La injusticia no se expresa sólo en la invisibilización de saberes, sino también en los sistemas y medios de conocimiento, es decir, de los sistemas de producción, circulación, uso y readecuación de los saberes. La IAP le apuesta a fortalecer esos “otros” sistemas, no hegemónicos, de circulación y producción de saberes, y me parece que ahí está su principal fuerza política y epistémica.
Gunther Dietz: Muy buena la pregunta y muy difícil de responder sin caer nuevamente en la tendencia de usar un lenguaje políticamente correcto, edulcorando la realidad sin realmente transformarla. En etnografía, antes les llamaban informantes, ahora les llaman colaboradores, pero la relación con el saber de los ahora colaboradores es la misma. Lo mismo ocurre con el término participación, y estoy seguro de que en el futuro ocurrirá también con el término colaboración, que tal vez hoy nos guste un poco más porque está menos manoseado (Dietz y Álvarez Veinguer, 2014; Sartorello, 2016). Desgraciadamente, en tiempos neoliberales lo que nosotros queremos decir con lo que estamos haciendo se vuelve muy atractivo para determinados actores que quieren decir otra cosa muy diferente, y se construye todo un discurso asociado a ello. La solución que yo veo es evitar sustantivos que insinúan sustancias, como objeto y sujeto, y hablar de procesos, como objetivación y subjetivación. No se trata, pues, de decidir cómo participan los sujetos en la etnografía, sino en qué momentos de la etnografía hay procesos de objetivación y en qué momentos hay procesos de subjetivación. Yo reconozco que en determinados momentos de mi trabajo etnográfico hay momentos de objetivación en que yo necesito a alguien que me informe; y ese(a) sería un informante en el sentido de que es alguien que me explica el porqué de determinadas cosas que yo observo. Se requiere, entonces, una fase de objetivación, donde el conocimiento es un objeto.
Sin embargo, la etnografía también se distingue por promover la objetivación del(la) etnógrafo(a), ya que, al llegar a un contexto de alteridad, el primero que se vuelve un objeto es el(la) etnógrafo(a), porque es quien no sabe cómo funcionan las cosas ahí. Entonces, lo importante con métodos etnográficos es propiciar momentos de objetivación propia y ajena, lo cual también desencadena, a la vez, procesos de subjetivación. El(la) etnógrafo(a) se vuelve sujeto frente a los otros. Por eso distingo momentos de mayor subjetividad y otros de mayor objetividad: subjetividad cuando yo soy el actor que narra, que testifica y que genera un mundo de vida; y en otros momentos yo soy el que observa, el que acompaña, el que quiere entender desde afuera. Este juego entre la perspectiva emic y la perspectiva etic, mirar desde adentro con coordenadas del actor, y mirar desde fuera con coordenadas del observador, para mí son dos vertientes necesariamente complementarias.
No me puedo imaginar un proceso de investigación sin que haya estas dos dimensiones y un efecto de espiral entre cada una de ellas, porque al contrastar la visión interna con la visión del observador externo se profundiza la comprensión y se generan nuevos datos, nuevo conocimiento. El objetivo de la etnografía es generar mecanismos o marcos de una colaboración interactoral para construir juntos nuevos saberes y conocimientos. Entonces sí coincido con esta idea del diálogo de saberes, aunque sigue siendo una metáfora. Lo que más me interesa es construir saberes transformadores a partir de la confluencia de distintos saberes, algunos más académicos, otros más vivenciales, y de distintas voces. Por eso también coincido con lo que mencionaba Gerardo sobre la “falsa participación, o participación light”. No es participativo ni es colaborativo simplemente acarrear gente a talleres. Podrán tener experiencias de actos muy afirmativos de resistencia frente a un taller: “yo estoy en un taller y me obligaron a ir, pero yo resisto, yo genero algo diferente porque yo no estoy de acuerdo ni con el formato ni con los contenidos”. De modo que yo creo que necesitamos ser más exploratorios(as) en cuanto a las metodologías y los efectos que éstas tienen en la participación y en la colaboración.
¿Qué rutas visualizan para descolonizar la IAP y la etnografía doblemente reflexiva?
Gerardo Alatorre: La IAP reproduce lo colonial cuando, por ejemplo, un taller resulta una tiranía o una imposición metodológica, al decir: “Yo, externo(a), sí sé cómo estimular la participación”. Parte de la descolonización de la IAP tiene que ver con los sistemas de saberes, o sistemas epistémicos. Es decir, nuestro papel no es llevar la luz metodológica sino más bien estar atentos a cómo cada grupo, comunidad, organización rural o urbana, tiene sus formas de generar, compartir y comentar conocimiento. Hay sistemas enteros, canales, flujos por los que fluyen la información y el conocimiento, espacios en donde la gente se junta y debate. El(la) investigador(a) actor participativo más abierto, más alerta, más vigilante de esas tendencias quizá “colonializantes”, será un(a) investigador(a) actor más pendiente de cómo circula y se genera el conocimiento. Más que convocar a talleres, se busca fortalecer y democratizar esos espacios que la gente ya tiene. Primero se va a investigar en dónde se reúnen, si las mujeres y los hombres tienen los mismos espacios comunes socialmente definidos para dialogar; luego se plantea cómo promover el debate y la generación de conocimiento orientado a una equis acción o transformación. Esto tiene que ver con la vigilancia, con el estar atentos y no pretender imponer una forma o un tipo de espacio para la generación conjunta del saber. Otro elemento que también tiene que ver con lo descolonial es el humor. Parte de lo colonial son ciertos protocolos asociados a la solemnidad del saber; un elemento que hace más fluido, más asible y más interesante la generación de conocimiento en los grupos es el humor.
Gunther Dietz: Desde mi punto de vista una gran ganancia sería visualizar lo colonial de las metodologías. Nacen coloniales, son coloniales, se albergan en una institución colonial. Yo creo que lo primero es hacernos conscientes de eso a partir de un trabajo autorreflexivo. A los(as) que entrevistamos les queda clarísimo que los métodos son coloniales, extractivistas, policiales, inquisitoriales, etcétera; hay toda una tradición de cómo extraemos información y por ello no tenemos que “concientizar” a nuestros(as) interlocutores(as) sobre lo colonial de nuestras metodologías, sino a nosotros(as) mismos. Y sospecho que a veces se cree que los métodos cuantitativos son más coloniales que los cualitativos, pero no. Yo también tengo el poder cuando monto un taller, cuando genero una historia de vida, porque al fin y al cabo yo la construyo. Entonces no hay métodos, de los que aquí estamos mencionando, menos coloniales o más coloniales per se; más bien se trata de preguntarnos quién colabora, quién participa y quién define los términos. Una de las tareas más importantes para contribuir a esta descolonización es visibilizar el carácter colonial de las metodologías de investigación en ciencias sociales, en general; en segundo lugar, se trata de recolonizar, en el sentido de revertir, empoderando a ciertos actores para que puedan sacarle jugo al efecto que tienen estas metodologías que han demostrado su éxito. Etnografiar hacia arriba, etnografiar el poder, es una forma de recolonizar, y —paradójicamente— puede ser descolonizador; es revertir la jerarquía para penetrar en instancias a las que no hemos llegado. Y, por supuesto, revertir también significa transferir determinadas metodologías a actores no académicos, o a actores que están al margen de la academia y para quienes pueden ser útiles. Cuando la etnografía tuvo que dialogar con los(as) primeros(as) jóvenes indígenas que habían sido formados como etnógrafos, de pronto cambió la relación al afirmar: “Ahora yo te etnografío a ti; entonces yo puedo decidir los términos”. No es tan fácil disolver jerarquías, y la primera tarea es visualizarlas y jugar con ellas; porque eso puede tener un efecto “empoderador”. En segundo lugar, la principal tarea que tenemos, si queremos llamarlo descolonización, es hacia adentro de nuestras instituciones: cuestionar y cambiar procedimientos monológicos, monoculturales, verticales, de cómo se hace una tesis, de cómo se formulan los objetivos, de la ritualización de la defensa de la tesis, de los esquemas individualistas de transmitir conocimiento, etcétera. Se trata de impactar, como decía Gerardo, en las políticas educativas y de producción científica. Creo que ahí está una de las tareas de descolonización. Pero sólo lo podemos lograr si convencemos a colegas de otras escuelas metodológicas de que estamos colonizados. Nosotros como académicos(as), que somos los colonizadores, somos los primeros colonizados cognitiva, mental y epistemológicamente. Es importante ver quién realmente tiene la agencia para cambiar esa verticalidad.
¿Qué retos se identifican en la investigación educativa?
Gerardo Alatorre: Me gusta mucho lo que han dicho Hugo Zemelman y Boaventura de Sousa Santos sobre esta cuestión de la objetividad y de la neutralidad. La principal crítica de la academia, como institución, a las metodologías participativas se refiere a la objetividad y a la solidez del conocimiento que se genera. Es una crítica que viene de la academia que percibe a la IAP como una forma de hacer investigación; pero, como vimos, la IAP no es únicamente una metodología de investigación. Boaventura hace la diferencia entre neutralidad y objetividad; dice que necesitamos ser objetivos en nuestro trabajo, porque necesitamos un conocimiento riguroso que nos defienda del dogmatismo, y también dice que una cosa es la objetividad y otra la neutralidad: no podemos ser neutrales porque vivimos en sociedades muy injustas. Yo añadiría que si recibimos nuestro sueldo como investigadores(as) en una universidad pública, hay una responsabilidad social del investigador, y hay una responsabilidad social de la universidad.
Y, si bien Zemelman no hizo investigación acción participativa, filosófica y epistemológicamente, aportó elementos muy importantes, como cuando afirma que hay que reemplazar la relación presente-pasado (propia del razonamiento explicativo y que establece relaciones causa-efecto del pasado hacia el presente), por la relación presente-futuro, que es propia del quehacer político. Los sujetos no sólo somos resultado de una realidad, sino que somos constructores de realidades. Esto encuadra epistemológicamente lo que se llama “investigación acción”.
Por otro lado, se cuestiona a la IAP por su posicionamiento político explícito; pero sería más grave que no fuera explícito, sino oculto. Finalmente la investigación “convencional”, la investigación extractiva, tiene un posicionamiento político también, pero ese sí es oculto. Lo político permea las relaciones que se dan en el marco de la investigación, y como investigadores(as) nos posiciona políticamente de alguna forma frente a la realidad.
Otra pregunta es: ¿cómo podemos medir la calidad de la investigación? Efectivamente, hay que medirla y evaluarla. No podemos decir que esto es conocimiento simplemente porque yo lo digo. Ahora bien, los criterios para decir “éste es un conocimiento de calidad” se relacionan con evaluaciones por pares, arbitraje, indexación de revistas, etcétera. Pero ¿qué tal si la validación del conocimiento estuviera dada por el criterio de que sea conocimiento útil para revertir y disminuir una situación muy injusta, y si se estuviera logrando que esa injusticia o esa asimetría disminuya? ¿No es suficiente validación para un conocimiento?
Gunther Dietz: Si bien la etnografía no tiene una posición hegemónica en la investigación educativa, está de moda mencionarla como una posibilidad. Y luego pasa lo mismo que refería Gerardo en cuanto a la IAP: se dice que se hace etnografía porque fueron a un aula a observar. La etnografía es marginal en relación con otras metodologías de investigación, ya que cuantos más indicadores cuantitativos de rendimiento, de calidad investigativa y educativa, menos espacio para lo etnográfico. Ustedes lo pueden ver en las revistas especializadas en investigaciones educativas: ¿cuántos artículos, que te permiten 20 páginas, tienen etnografía? La etnografía no cabe, pero dos o tres tablas y un montón de estadísticas sí. Entonces nos encontramos con una tendencia a recortar la capacidad y el potencial exploratorio de la etnografía “a cachitos” de datos cualitativos que se siembran en una investigación que tiene una lógica cuantitativa o deductiva, y esto tiene mucho que ver con la necesidad de defendernos contra falsos estándares de calidad. Pero también hay una segunda problemática que atraviesa tanto la etnografía como la IAP, y es la segmentación del “mercado” de las metodologías. Los que ya tienen puestos de trabajo como investigadores(as) fijos pueden hacer etnografía porque tienen más tiempo, pero a quienes tienen una beca para estudiar una maestría no se les ocurre hacer ni IAP ni etnografía porque no acabarían en el plazo del que disponen. Lo que tenemos que hacer es defender nuestras posiciones epistemológicas y metodológicas, pero no caer en un dogmatismo. Es importante seguir defendiendo el largo aliento de nuestras formas de hacer investigación, la formación en etnografía y en IAP, incluso en contextos institucionales altamente colonizantes y verticales como la academia neoliberal, cosificada, y que busca indicadores de impacto inmediato. Además, hay que tener en cuenta que somos actores de alguna forma minoritarios en la investigación educativa mexicana e internacional.
Conclusiones
La investigación educativa constituye un campo abierto a diferentes perspectivas epistemológicas y metodológicas, en el cual la etnografía y la IAP no son hegemónicas. La investigación educativa enfrenta un contexto nacional e internacional adverso que se caracteriza por el escaso financiamiento, la definición de agendas de investigación “desde arriba” y la preferencia por perspectivas cuantitativas, frecuentemente asociadas a la legitimación de decisiones de política educativa transferidas desde instancias internacionales. El reto es formar investigadores(as) educativos capaces y con las condiciones necesarias para llevar a cabo proyectos de largo aliento, como los inspirados en perspectivas etnográficas y en la investigación acción participativa.
Por otra parte, este diálogo muestra que la etnografía no es sólo extractiva y vertical en sus relaciones con actores educativos, sino colaborativa y con clara posibilidad de incidencia para la transformación. Por su lado, la IAP no sólo busca transformar, sino también generar conocimiento a través de métodos de investigación como los etnográficos. Ambas perspectivas pueden incorporar una gama de métodos de investigación cualitativa y cuantitativa, un eclecticismo estratégico que coadyuve a la generación de conocimiento y a su aplicación, en el marco de proyectos sobre temas educativos relevantes y definidos con responsabilidad social y con miras a una incidencia en la mejora de la educación.
Referencias
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