Hacemos mejor ciencia que la ciencia misma. Las teorías de la conspiración como discurso académico
We are better at science that science itself. Conspiracy theories as academic discourse
Hacemos mejor ciencia que la ciencia misma. Las teorías de la conspiración como discurso académico
Aposta. Revista de Ciencias Sociales, núm. 76, pp. 80-107, 2018
Luis Gómez Encinas ed.
Recepción: 19/04/2017
Aprobación: 11/07/2017
Resumen: A través del análisis de los textos de una revista digital dedicada a los sucesos del 11 de septiembre del 2001 en Nueva York, este trabajo estudia las imbricaciones y divergencias del discurso teórico conspirativo y las ciencias. Se presta particular atención a las ciencias sociales. En el trabajo se arguye que la teoría de la conspiración analizada es mejor entendida como una hipertrofia del discurso científico que como un discurso reñido o ajeno a la ciencia misma.
Palabras clave: Teorías de la conspiración, ciencias sociales, epistemología, 11 de septiembre.
Abstract: Analyzing selected texts from an online journal devoted to the September 11, 2001 in New York, this paper studies the imbrications and divergences between conspiracy theory discourse and the sciences. Especial attention is given to the social sciences. It is claimed that the conspiracy theory analyzed in this paper is better understood, not as something alien or at odds with scientific discourse, but as a hypertrophy of that discourse.
Keywords: Conspiracy theories, social sciences, epistemology, September 11.
1. INTRODUCCIÓN
Desde las ciencias sociales tiende a sorprendernos la difusión de lo que solemos denominar como teorías de la conspiración, definidas de manera mínima como la creencia en que los eventos son causados por agentes concretos e identificables que hábilmente esconden sus motivos y accionar 1. Por lo general, además, entendemos que tales teorías de la conspiración contradicen o difieren de las explicaciones comúnmente aceptadas y en particular de las explicaciones basadas en las ciencias. En este trabajo describiremos tan sólo uno de los aspectos relevantes de las teorías de la conspiración: la insistencia en ser consideradas como buena ciencia, frente a la mala ciencia establecida. Al hacerlo, esperamos arrojar luz sobre cómo estas teorías asumen como propia la retórica científica.
Este artículo se referirá a una de las principales líneas de argumentación teórico conspirativa relativa a los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 2. Veremos a los largo de los siguiente párrafos dos afirmaciones recurrentes en los textos que se citarán: (1) somos científicos y académicos y nos adherimos fielmente al método científico y; (2) no hacemos teorías de la conspiración (al contrario, las narraciones oficiales son las verdaderas teorías de la conspiración).
La organización Truth, Architects and Engineers for 9/11 tiene como principal objetivo solicitar una investigación independiente que demuestre que las torres gemelas de Nueva York fueron en realidad derribadas por medio de explosivos plantados internamente por agentes de una conspiración del gobierno de los EEUU. Su documento principal es una petición a tal efecto firmada por 1788 arquitectos e ingenieros acreditados profesionalmente 3. La organización fue constituida por el arquitecto Richard Cage, quien se presenta como especialista en construcciones a prueba de fuego.
El tema central de la narración de AE911 Truth es que el colapso de las dos torres gemelas y de la torre número 7 del World Trade Center, no se debió al impacto de aviones comerciales, sino a una demolición controlada con explosivos. Consistente con su narración, en principio técnica y no política, la organización ha evitado especular explícitamente en sus textos sobre las culpas o motivos que llevaron a los autores del evento a tal desenlace, pero sugiere que la demolición controlada tuvo que ser parte de una operación interna (“it was an inside job” es una frase que se ha convertido en consigna de todo el 9/11 Truth Movement) a partir de explicaciones meramente técnicas derivadas de la forma y de los efectos y consecuencias del desplome. Gran parte de las intuiciones y análisis de AE911 Truth son puestos de manifiesto en publicaciones de cientos de páginas documentales y una película de casi dos horas de duración llamada 9/11 Blueprint for Truth. Además, el grupo ha organizado un encuentro anual de expertos, con toda la parafernalia academicista de este tipo de encuentros.
2. EXPLICACIONES CONSPIRATIVAS Y PARAFERNALIA ACADÉMICA
Antes de entrar de lleno en el análisis, debemos dedicar unos párrafos a la organización Scholars for 9/11 Truth & Justice (Scholars for 9/11, 2013), de la que procede la fuente. Esta organización fue formada en enero de 2007 como heredera de la organización anterior llamada Scholars for 9/11 Truth, la cual colapsó por divisiones internas. Tal historia de estas divisiones es tangencialmente interesante para nuestro caso, en cuanto que refleja la necesidad de mantener las narrativas dentro del marco secular racional y, por lo tanto, dentro de lo considerado como creíble por una mayoría de miembros que se adscriben a la ciencia como narradora socialmente legítima de los eventos. En el 2005 James H. Fetzer (Profesor de Filosofía de la Ciencias jubilado de la Universidad de Minnesota) y Steven Jones (Profesor de Física de la Universidad Brigham Young en el estado de Utah), conformaron la primera organización para agrupar a académicos escépticos de las versiones oficiales. Sin embargo, algunos de los miembros iniciales comenzaron a sospechar de las versiones del propio Fetzer, aunque la mayoría apoyaba la hipótesis de la demolición controlada utilizando explosivos ya mencionada, Fetzer sostenía que la demolición había sido llevada a cabo por medio del uso de armas de energía dirigida, o bien de pequeñas armas nucleares. El segundo de los fundadores, Steven Jones, y el grupo más nutrido de miembros, decidieron que las teorías de Fetzer no eran consistentes con la evidencia científica y que, por lo tanto, exponían al grupo al ridículo y al rechazo público. Decidieron por tanto separarse de Fetzer y formar la segunda organización mencionada.
Posteriormente, hubo otras rupturas y purgas similares a la de Fetzer, en prácticamente todas ellas se enfatizaba el afán rigurosamente fáctico y científico de la organización; al momento de escribir este artículo, este grupo se presenta en su página web como: “un grupo de académicos y simpatizantes dedicados a las preguntas no respondidas respecto al ataque del 11 de septiembre de 2001 a través de la investigación científica rigurosa y de la educación del público” 4.
En un giro de lenguaje revelador que veremos repetida en las siguientes páginas, Jones llama a la explicación oficial que afirma la existencia de 19 secuestradores como teorías oficiales de la conspiración. Su explicación, a diferencia de las de la organización Architects & Engineers for Truth que mencionamos antes, incluye dos elementos, por un lado una explicación con motivos y culpas del evento catastrófico y por el otro, las explicaciones técnico/científicas de cómo se produjo tal evento que fungen como base racional y secular para su explicación.
La explicación del primer orden sigue, para Jones, el patrón de una excusa para la agresión, o la creación de un casus belli artificial. El evento habría sido planeado por un grupo llamado Project for a New American Century, al cual pertenecerían los por entonces secretario de defensa Donald Rumsfeld y el vice-presidente Dick Cheney. Este grupo de conspiradores tendría entre sus propósitos la transformación de los Estados Unidos en la única superpotencia mundial. Ellos, junto a 20 grupos neo-conservadores más planificaron, según Jones, los ataques del 11 de septiembre como excusa para un ataque preventivo de agresión global contra Afganistán, luego contra Irak, y pronto, contra Irán.
También el antiguo colega de Jones, James Fetzer, opina que la conspiración tiene ramas más complicadas. El tercer edificio que colapsó sin ser impactado por avión alguno, el WTC7, en realidad habría sido la sede del centro clandestino de la CIA para coordinar los ataques, de allí su conveniente colapso y destrucción para borrar toda huella de la conspiración. Fetzer no niega la presencia de aviones siniestrados, pero considera que los aviones fueron tan sólo una distracción o tapadera de la verdadera operación encubierta.
Scholars for 9/11 Truth & Justice publicó hasta 2013 una revista arbitrada de acceso abierto en Internet (Journal of 9/11 Studies) 5. El objetivo principal del siguiente apartado es presentar con detalle el modo narrativo que sostienen algunos de los artículos de esta revista, precisamente porque dan cuenta del peso otorgado a la justificación científica como criterio probatorio o exculpatorio. La muestra de artículos aquí citados no pretende ser exhaustiva, pero si suficiente para ejemplificar el discurso de la revista.
3. JOURNAL OF 9/11 STUDIES
Una de las cosas que pueden hacer sospechosas ante la academia a una revista arbitrada como la Journal of 9/11 Studies es que muchos de los artículos están escritos por los mismos autores. Esto es siempre una posibilidad en revistas muy especializadas, en temas en las que la comunidad de expertos es reducida, pero es poco probable si el proceso de arbitraje ciego es seguido con rigurosidad. De los 70 artículos publicados hasta la fecha (la página fue consultada por última vez para este estudio en enero de 2014 y los artículos analizados van desde junio de 2006 a julio de 2013), el más prolífico autor es Frank Legge, quien aparece como autor o coautor de 13 de ellos. Le siguen el fundador de la organización Steve Jones con 8 apariciones, Kevin Ryan con 6, Gregory Jenkins con 5, Tony Szamboti con 3 y aparecen 2 veces Kevin Barrett, Paul Schreyer, Graeme MacQueen, Laurine Manwell y Cate Jenkins. Para este artículo he seleccionado como ejemplos relevantes 7 de los trabajos publicados.
Veremos a los largo de los siguiente párrafos dos afirmaciones recurrentes: (1) somos científicos y académicos y nos adherimos fielmente al método científico y; (2) no hacemos teorías de la conspiración (al contrario, las narraciones oficiales son las verdaderas teorías de la conspiración). Aquí interesa detallar la manera en que se narran los eventos y la percepción de los mismos. En particular se hará énfasis en cómo esas narraciones se apoyan en las ciencias como legítimas narradoras de los eventos. Estas narraciones no sólo no pretenden competir con las explicaciones oficiales basadas en argumentos técnico/científico, sino que se presentan ellas mismas como las explicaciones técnico/científicas.
Se divide aquí la exposición en dos grupos de disciplinas: el primer grupo es de artículos de orden técnico/instrumental, escritos por lo general por ingenieros, arquitectos y físicos dedicados a cálculos y exposiciones en un lenguaje técnico de difícil compresión para el lego. Este primer nivel representa la base técnico/científica utilizada para la construcción de una explicación racional y científica de los eventos. Esta narración es seguida por un segundo grupo de artículos los cuales podrían agruparse como pertenecientes al ámbito de las ciencias sociales, entendidas estas en el sentido más amplio. Incluye escritos de sociólogos, psicólogos, historiadores e internacionalistas, entre otros. Aunque aquí nos interesa sobre todo el segundo grupo de artículos, también es importante dedicar atención a los primeros, pues es en éstos que se revela con claridad la necesidad de enmarcar las explicaciones en un lenguaje técnico/científico que apela a la razón secular.
4. LOS ARGUMENTOS TÉCNICOS
Un tema central que recorre muchos de los 70 artículos publicados por la revista hasta la fecha consultada, se refiere a explicaciones técnicas del colapso de las torres gemelas que llevan a los autores a, primero, dudar de las explicaciones oficiales sobre aviones secuestrados por terroristas; y segundo, a proponer como hipótesis alternativa que explica el derrumbe la existencia de una demolición controlada con explosivos. Por lo general, este tipo de artículos evitan aseveraciones sobre la culpabilidad de los eventos. Lo importante en ellos es la insistencia constante en ser considerados como científicos. Ellos forman la base de conocimiento técnico, racional y científico a partir del cual otros artículos de la misma revista apoyarán su evaluación ética de los eventos.
La introducción de uno de ellos, firmado por el propio Steven E Jones, Revisiting 9/11/2001—Applying the Scientific Method (Jones, 2007) da buena cuenta del tono científico y serio al que aspira toda la revista (a pesar de que no todos los colaboradores están necesariamente de acuerdo con la hipótesis específica de Jones sobre cargas explosivas sembradas en la estructura). Según Jones, se debe comenzar por deslastrar el trabajo de descalificaciones, como lo puede ser el llamarlo una teoría de la conspiración:
“Hay algo que es importante resaltar: esto es un asunto serio. Esto no es ‘ciencia loca y marginal’, o ‘teoría de la conspiración’ que pueda ser rechazada sin al menos considerar los datos. Hay una necesidad de escrutinio científico en esto, tal como espero demostrar en este trabajo. De hecho, mis colegas y yo en este momento sentimos que tenemos los datos suficientes como para concluir que la colisión de aviones con las dos torres NO es suficiente como explicación del acelerado y completo colapso de ambas torres y del edificio WTC7. Concluimos que la evidencia de que la destrucción y colapso de los edificios del WTC involucró cargas de demolición (tales como cargas explosivas o incendiarias) es convincente” (Jones, 2007: 55).
Jones discute en su artículo las complejas consideraciones técnicas sobre los avances en la posibilidad de fusión nuclear a temperatura ambiente. La conclusión a la que arriba Jones es que sí es posible tal fusión en frío. El artículo hace entonces un pequeño pero revelador excurso sobre lo que significa el método científico. Puntualiza Jones que en el método científico comenzamos por la observación o la recolección de datos (Jones usa una expresión que agrupa ambas cosas: we gather observations). Esta observación, o recolección de observaciones, o de datos, nos indica según el autor que todos hemos visto a las torres colapsar, no inclinarse y caer (topple over), sino derrumbarse sobre sus propios ejes. Además, están los datos u observaciones de los tiempos del colapso y de un material fluido anaranjado saliendo de las torres minutos antes de tal colapso. El polvo y las ruinas son también material físico que podemos observar y analizar. Nos dice Jones: “Todas estas observaciones constituyen datos físicos duros y evidencias” (Jones, 2007: 60)
Continúa instruyéndonos el autor sobre las etapas del método científico y nos indica que el siguiente paso es la formulación de una hipótesis para explicar las observaciones, y que tal hipótesis debe ser lo más consistente posible con los datos. El paso final es confrontar la hipótesis con esos datos a través de pruebas y experimentos que, a su vez, generarán datos adicionales: “Espero que veas que el método científico se trata de un proceso iterativo de enfrentar la data a la evidencia física dura” (Jones, 2007: 60), explica condescendientemente el autor tratando al lector, al que presume lego 6, de manera directa y en segunda persona. El último paso es la publicación en revistas científicas arbitradas. No lo dice explícitamente Jones, pero es de suponer que el Journal of 9/11 studies es tal revista científica arbitrada donde el método científico tal último paso.
Posteriormente el autor da un giro retórico común a otros artículos de la revista en relación a las narrativas oficiales sobre los eventos: estas adquieren la denominación de teorías oficiales de la conspiración (oficial conspiracy theories). Jones resume a estas teorías oficiales haciendo un breve bosquejo de ellas realizando, por así decirlo, una especie de simplificación teatralizada: “19 hombres secuestraron unos aviones, armados tan sólo con sus boletos y unas hojillas, y mataron a más de 3.000 americanos en un par de horas” (Jones, 2007: 60). Esta historia, de acuerdo al autor, ha sido aceptada acríticamente y no se sostiene, ya que existen serias dudas de que el método científico haya sido respetado y adecuadamente aplicado por las “teorías oficiales de la conspiración”. Como contrapunto el autor afirma lo siguiente: “La meta provisional de varios científicos y mía, es publicar el corpus de evidencia acumulada y el análisis en una revista científica reputada y establecida [mainstream]” (Jones, 2007: 61).
A fin de enfatizar tal carácter científico, la revista incluye una serie de artículos provenientes de autores pertenecientes, por así decirlo, a las ciencias duras. Así, entre los primeros artículos publicados en 2007 junto al de Jones cabe señalar un corto ensayo de Kenneth L. Kuttler (Kuttler, 2007), quien presentado en su reseña biográfica como profesor de matemáticas de la universidad de afiliación mormona Brigham Young, de la que también es profesor Jones. En tres páginas repletas de fórmulas matemáticas, Kuttler pretende demostrar la imposibilidad de que la estructura del edificio número 7 del WTC se desplomase en caída libre en tan solo 6,5 segundos tal como se observa en los videos (su cálculo matemático requiere que la estructura se desplome en no menos de 8,3 segundos). Este autor dice que no quiere apresurar conclusiones, pero éstas se siguen del resultado matemático realizado, y llevan a Kuttler a desconfiar de la versión de la caída libre. Por el contrario agrega evidencias a la hipótesis de la demolición controlada con explosivos, dado que la acelerada caída parecería indicar que el edificio no encontró resistencia en los primeros pisos y que, por lo tanto, estos fueron de alguna manera pulverizados.
Algunos de los artículos sin embargo van un poco más allá de la mera explicación técnico-científica, y se atreven a tratar las consecuencias que las encubridoras, o en el mejor de los casos deficientes explicaciones oficiales, presentan para la democracia y por lo tanto son artículos fungen como bisagras entre los técnico/científicos y los que denominaremos científico sociales en el siguiente apartado. De los 13 artículos de Frank Legge, presentado en la revista como PhD y consultor en temas relativos a sistemas lógicos, he seleccionado como ejemplo el trozo que aparece a continuación proveniente de un artículo del primer número de la publicación: “9/11 – Evidence Suggests Complicity: Inferences from Actions” (Legge, 2006). Se trata de un examen de los informes oficiales del 9/11 y, más que un artículo académico, está redactado de modo que aparezca como manifiesto del grupo. En el resumen inicial del artículo se afirma que “este trabajo provee algunos comentarios sobre las tendencias que se han desarrollado y que van en detrimento de la democracia y de las libertades personales. Se requiere con urgencia más investigación sobre estos temas” (Legge, 2006: 17).
Como se desprende del título y del resumen, Legge considera que la evidencia de los eventos (demolición controlada, explosivos plantados) apunta a que la verdadera culpa ha sido escamoteada en las explicaciones oficiales. Si la evidencia indica escamoteo, entonces alguien por fuerza es cómplice. Legge es precavido en cuanto a la evidencia y sugiere que es circunstancial, pero, a su entender, apunta directamente a la responsabilidad de la “administración de los Estados Unidos”:
“Hay evidencia circunstancial que una parte de la administración de los Estados Unidos estuvo involucrada en el ataque. Es cierto que había un gran deseo por parte de algunos miembros [de la administración] de encontrar un 'evento catalizador' parecido a Pearl Harbor para proveer el ímpetu necesario para una invasión a Afganistán e Irak, sin embargo el deseo no es prueba de complicidad. El hecho de que los ataques aéreos a Afganistán comenzaron el 9 de octubre, menos de un mes después, tampoco es prueba de complicidad, pero sugiere la posibilidad de que los planes de invasión ya existieran” (Legge, 2006: 17).
Legge sugiere aquí el conocido argumento del 9/11 como casus belli provocado por el gobierno norteamericano para atacar a Afganistán e Irak, pero, entiende que el hecho de que los eventos dieran una oportuna excusa a esos sectores gubernamentales para poner en práctica sus planes bélicos, no es suficiente prueba de complicidad. Legge sale al paso de una simple argumentación conspirativa basada en el principio de a quién beneficia el evento, para situarse en una enumeración de evidencias, todas circunstanciales como admite el autor pero que, en conjunto, pretenden por acumulación cargar su argumento de más peso. La lista inculpadora es la siguiente:
i) La negativa por parte de los investigadores de los informes oficiales siquiera a examinar la posibilidad del uso de explosivos. Esos investigadores no podían estar bajo el control de al-Qaeda, comenta Legge, pero esta negativa prueba la complicidad de los investigadores de los tres informes oficiales comentados por el autor en los eventos, lo cual expande la red de conspiradores a un amplio sector de la sociedad norteamericana, más allá de la cliqué neo-conservadora, puesto que, en los informes citados por Legge participan diversas agencias estatales y para-estatales, así como representantes de ambos partidos políticos, demócratas y republicanos.
ii) La manera en que colapsaron los edificios. El argumento de Legge es complejo, e incluye un supuesto importante respecto a los motivos de los culpables en combinación con los argumentos técnico/científicos mencionados antes: mientras que nada nos indica que al-Qaeda quisiera reducir las pérdidas humanas causadas por el ataque (al contrario, querría que fueran muchas), los verdaderos perpetradores, de acuerdo con Legge, intentaron en medio de lo posible reducir esas pérdidas (que sin embargo fueron miles).
Legge hace también mención al tema del observador cercano, un guiño a la teoría de que la tercera de las torres, la que se derrumbó a pesar de no haber sido impactada por los aviones, albergaba el centro de comando de los conspiradores y fue precisamente demolida para ocultar las pruebas de la conspiración. ¿Por qué la segunda torre colapsó de esa manera aun cuando los conspiradores querían evitar pérdidas de vidas? Esta es la explicación de Legge:
"Evitar pérdidas innecesarias de vidas parece haber sido la preocupación de los perpetradores, si juzgamos por lo que pasó con la torre WTC 1, pero en el caos de WTC 2 ésta parece dar paso a una preocupación distinta. El cambio de procedimiento se habría dado por la importancia crítica que tenía mantener la ilusión de que los edificios habían sido destruidos por los impactos de aviones y por el fuego. Si la parte superior de WTC 2 se hubiese tambaleado más y caído a tierra [en lugar de desplomarse de manera recta sobre sí misma] los perpetradores se habrían enfrentado a un dilema. Podrían haber demolido la parte inferior que no estaba calentada por el fuego, pero habrían puesto el complot en evidencia. Para evitar este dilema la torre debía ser derribada [had to be dropped] en el momento que empezó a tambalearse para así esconder el uso de explosivos (...)”
“Dado que se usaron explosivos y de que se hizo el intento de, en lo posible, evitar que se inclinase la WTC 2, es razonable creer que no fue al-Qaeda quien llevó a cabo la demolición” (Legge, 2006: 18).
Nótese que para Legge la prueba de la motivación de evitar pérdidas humanas innecesarias recae sobre la manera en que colapsó la primera torre. La segunda torre colapsó de forma diferente de manera que no dio tiempo a la evacuación. La clave de la argumentación de Legge está precisamente en la noción de control, como en el término demolición controlada. Ambos argumentos enfatizan conjuntamente el grado de control ejercido en el proceso y colocan el énfasis precisamente en el ocultamiento de los explosivos como proceso que escapa a tal control. Si una torre se tambalea demasiado, de acuerdo con el autor, se desploma hacia un lado y hay que evitar que esto suceda porque habría más destrucción de la deseada (cuánta destrucción y muerte es aceptable no está especificado en la narrativa de Legge y es una decisión que parece recaer sobre el control y la ética del mencionado agente conspirador cercano al evento). Además, pueden hacerse visibles los explosivos (presumiblemente porque una vez que la torre se inclina demasiado es evidente que caerá hacia un lado y, al hacerlo, se evidencia la demolición controlada); pero si se acciona el mecanismo de control/destrucción de explosivos para evitar que se tambalee y se desplome de manera segura sobre sí misma, no hay tiempo para evacuar a los pisos inferiores (lo cual hipotéticamente reduciría el número de víctimas al rango de lo aceptable). El tiempo es entonces crucial, y la consideración que termina prevaleciendo es la de esconder la conspiración. Los explosivos deben detonarse en el momento justo en que se produzca el deseado desplome vertical sin que se haga evidente que el movimiento lateral de la torre la descolgaría naturalmente sobre uno de sus lados. Legge concilia las motivaciones (no causar tantas muertes) con los hechos (hubo muchas muertes) a través de la negociación controladora del conspirador cuya escala motivacional cambia de prioridades, y pone por sobre todo la necesidad de encubrir el uso de explosivos, pues no hacerlo delataría la conspiración. Tenemos aquí un claro ejemplo de certeza en las capacidades híper-controladoras de la tecnología, en este caso se supone que los conspiradores son capaces de acomodar su capacidad destructiva, gracias a su control de los explosivos, a los imprevistos. La técnica se adapta y permite esconder los errores de los conspiradores.
iii) Los Juegos de Guerra. Legge parece argumentar que el gobierno se preparó para un evento así, precisamente con el objetivo de no aparentar estar preparado. De acuerdo al autor, el gobierno norteamericano había recibido numerosas advertencias de que secuestros de aviones eran eminentes. Se planearon juegos de guerra en los que se simulaban tales secuestros. Pero, tal preparación no era para evitar los ataques, al contrario: “los juegos [de guerra] aseguraron que las fallas al intentar interceptar a los aviones secuestrados pudieran ser atribuidas al personal que recibía información confusa y a la incompetencia al manejar esta información” (Legge, 2006:19). De no haber practicado el gobierno tales juegos de guerra, quizás Legge habría argumentado que tal falta de preparación es evidencia de la conspiración del gobierno en los eventos.
iv) No se interceptaron los aviones. Este punto es un corolario del anterior. Legge admite que habría sido difícil interceptar el primer avión, pero los otros, según él, permanecieron suficiente tiempo en el aire como para ser interceptados y derribados. Los informes oficiales hablan de la confusión existente a la hora de decidir si los aviones, que no respondiesen a las advertencias hechas por radio, debían ser derribados o no. En junio, se había aprobado una resolución que exigía que cualquier orden de intercepción debía ser ratificada directamente por el vice-presidente (Donald Rumsfeld), lo cual, según los informes oficiales, demoró la orden hasta que fue ya muy tarde. Para Legge, el hecho de que tal resolución fuese aprobada en junio, pocos meses antes de los ataques, es evidencia (circunstancial admite el autor) de que había todo un plan conspirativo para que la fuerza aérea no derribase los aviones.
v) Exclusión de observadores independientes. Según Legge es sospechoso que después de los ataques se prohibiese el acceso al sitio y se exigiese a los trabajadores no llevar cámaras.
vi) Rápida retirada de los escombros. A pesar de que, según Legge, estos deberían haber permanecido en su sitio por más tiempo como evidencia forense. El autor no especifica cuanto habría sido el tiempo apropiado para la investigación forense.
vii) Eliminación de las cámaras de seguridad en el Pentágono. Según Legge, agentes del FBI arribaron a los alrededores del Pentágono pocos minutos después del ataque y retiraron las cámaras de seguridad de los alrededores. El hecho de que los agentes fuesen tan expeditos evidencia que sabían que ocurriría un ataque y el sitio preciso en el que ocurriría. ¿Por qué no las retiraron antes si ya sabían del ataque? Porque habrían hecho demasiado evidente la conspiración, argumenta Legge, de nuevo haciendo énfasis en que el conspirador ha de aparentar no estar preparado para el evento.
viii) Las cajas negras de los aviones. Según el autor inicialmente se dijo que estas no habían sido encontradas, posteriormente que sí, pero que eran ilegibles; finalmente, algunas de las grabaciones fueron publicadas. Para Legge todo ello denota, no la confusión y los errores propios de autoridades incompetentes lidiando con una situación límite, sino una cadena de mentiras que sólo puede llevar a una única conclusión: lo poco publicado hasta ahora ha sido editado por los conspiradores.
ix) El uso ilícito de información privilegiada. Legge afirma que en los días previos a los ataques hubo un incremento extraordinario en las transacciones bursátiles de las acciones de las aerolíneas involucradas, lo cual implica que había inversores que sabían de los ataques y que tenían además información precisa de a qué líneas pertenecían los aviones que se utilizarían. Este último punto expande significativamente la red de cómplices a un número indeterminado de intermediarios inversores. Además, según hace notar el autor, como la bolsa sabe exactamente la identidad de los que hacen transacciones y se ha negado a revelarla, hay que incluir también en la conspiración a ciertos intermediarios financieros.
Concluye Legge que, según la evidencia circunstancial pero abrumadora, no fue al-Qaeda la organización que planificó y llevó a cabo los ataques. Entonces, ¿quién fue? La enumeración fáctica7 de estas evidencias da paso en el artículo de Legge a su proposición sobre la identidad de los culpables y sus motivos. Recordemos que de acuerdo al título del artículo la evidencia sugiere complicidad, y por tanto “en consideración a toda la evidencia aquí presentada, no parece haber otra alternativa que concluir que parte de la administración de Estados Unidos estuvo involucrada en los eventos del 9/11” (Legge, 2006: 18). Pero habría que concluir además que el complot incluyó no sólo a parte de la administración, sino también a un número importante de ciudadanos norteamericanos. En este sentido, “cuando pensamos sobre la posibilidad de complicidad es natural preguntarse cómo es posible que gente que profesa tener en sus corazones los más altos intereses de la nación puedan estar involucrados en un proyecto tan malvado. La única explicación posible para esta participación es que pensaron que estaban sacrificando a unos pocos por el bien de muchos. El presunto bien más alto sería mantener el control de las decrecientes fuentes de petróleo” (Legge, 2006: 22).
Desde el punto de vista demostrativo tres movimientos parecen imprescindibles para dar verosimilitud a la interpretación de Legge: primero, demostrar que existe alguien que tiene la voluntad de hacer el mal; segundo, que ese alguien además de querer tiene el poder para ello; y tercero, que existe fehaciente evidencia de que ese alguien ha hecho el mal, que ha sido ejecutor de tales acciones. Pero es precisamente esta última evidencia la que está ausente en este tipo de teorías de la conspiración. Para Legge, y como veremos a continuación para en artículos que exploran las motivaciones de los agentes, es suficiente con demostrar la supuesta existencia de agentes con mala voluntad y con poder para hacer el mal. La evidencia dura del vínculo directo entre esos agentes y el evento en sí, es dejada a los artículos técnicos que, por medio de fórmulas matemáticas complejísimas sobre la resistencia física de las estructuras, análisis de materiales químicos y demás artilugios propios de las ciencias duras, tratan de demostrar estos vínculos, y sin embargo estos mismos argumentos técnicos suponen la existencia del agente malvado detrás de los eventos. Veamos a continuación la serie de artículos que, desde las ciencias sociales, intentan establecer los motivos de los agentes.
5. LOS ARGUMENTOS DE LAS CIENCIAS SOCIALES
Toda la evidencia producida, tanto por las ciencias duras como por las ciencias sociales, es resumida por Joseph P Firmage (no hay especificación de su afiliación académica) en su artículo “Intersecting Facts and Theories on 9/11” (Firmage, 2006). El autor agrupa en 42 hechos las evidencias conducentes al apoyo de los que denomina como las tres teorías alternativas de explicación de esos hechos:
“(a) la teoría de la conspiración oficial en la que 19 islamistas radicales tomaron a los Estados Unidos por sorpresa; (b) las explicaciones basadas en la implicación de algunos elementos de la administración de Bush que sabían de los inminentes ataques y que permitieron que sucediesen; y (c) interpretaciones que sugieren que algunos oficiales [del gobierno] diseñaron los ataques y los causaron” (Firmage, 2006: 19).
Cada uno de los 42 hechos (evidencias) es categorizado, dependiendo de si ofrece para cada una de las tres teorías (interpretaciones) apoyo factual que el autor denomina: sensiblemente razonable, plausible o sospechoso. El análisis del autor indica que todos los hechos hacen que la tercera de las teorías sea sensiblemente razonable, mientras que la segunda recibe alrededor de un tercio de apoyos sensibles, un tercio de plausibles y otro tanto que la hace sospechosa. La narrativa oficial, denominada por el autor como una teoría de la conspiración oficial, aparece como abrumadoramente sospechosa: apenas 4 de los 42 hechos parecen apoyarla.
Para ilustrar el método que usa Firmage para categorizar cada uno de los 42 hechos bastará con un ejemplo. El hecho número 2 se titula: Enardecidos islamistas quieren matar americanos, el autor lo analiza de la siguiente manera:
“Muchos textos profesionales han explicado la larga tensión histórica entre los pueblos islámicos y las políticas occidentales. Hay más que suficiente evidencia para apoyar la tesis de que existen motivos entre los islamistas radicales como para perpetrar algo tanto o más violento que el 9/11. Sin embargo, dado que las operaciones de falso positivo [false flag] funcionan mejor cuando hay un miedo entre el público general preexistente ante aquél que será falsamente culpado, la existencia de amenazas reales y serias de elementos radicales islamistas son compatibles con las teorías de complicidad y de causación por parte de los Estados Unidos” (Firmage, 2006: 21).
Por tanto, el hecho 2 es para Firmage uno de los pocos (tan sólo 4 de los 42) que brinda un apoyo razonablemente sensible a la narración oficial del evento. El autor admite que hay evidencias que demuestran que grupos de islamistas radicales mostraban antes de los ataques motivos y voluntad como para llevarlos a cabo. Pero, entonces da un nuevo giro interpretativo y argumenta que la plausibilidad de ese hecho es en sí misma lo que lo hace sospechoso para el intérprete. Su premisa es que el evento fue un falso positivo para justificar acciones bélicas por parte del gobierno. Así, todo se convierte en evidencia de esa premisa: los conspiradores neo-conservadores generaron previamente el miedo necesario para culpar a los islamistas radicales mucho antes de los eventos. El hecho 2, que antes parecía apoyar la narración oficial de los hechos, es neutralizado pues se convierte, para el autor, en apoyo también sensiblemente razonable a las teorías que inculpan al gobierno norteamericano tanto en complicidad como en diseño.
Al final Firmage presenta una serie de respuestas a posibles objeciones a su demostración a través de los hechos en relación al argumento de que el 9/11 fue diseñado y ejecutado por el gobierno de los Estados Unidos, controlado por un grupo de neo-conservadores que deseaban permanecer en el poder a toda costa. De esas respuestas, una es particularmente interesante porque intenta hacer frente a una objeción que, hemos visto, es común hacer a este tipo de teorías: el evento es de tal magnitud que implicaría la complicidad, en su diseño, ejecución y posterior encubrimiento, de una progresión cuasi-exponencial de complotados hasta incluir a un porcentaje significativo de la población norteamericana e incluso mundial.
El autor admite que esta es una de las objeciones más difíciles de responder para investigadores como él. Pero cree poder aportar luces sobre el asunto sugiriendo un número mínimo de personas necesarias para el complot, un centro duro de iniciados de alrededor de una docena de personas con completo conocimiento del plan. Supuestamente este grupo tendría un representante en cada una de las agencias gubernamentales importantes, desde la Casa Blanca hasta la CIA. Un segundo grupo (denominado segunda órbita) de unos 100 operarios encargados de cosas como colocar los explosivos en las torres. Y por último un tercer grupo de miles de personas actuando sin conocimiento del plan. Firmage admite que mantener el secreto del plan representaba dificultades para los conspiradores, y que la probabilidad de que algún soplón entre los poco más de cien conjurados hable es significativa. Pero según el autor, el hecho de que no haya surgido tal informante, prueba que los conspiradores han tomado todas las precauciones posibles, lo cual prueba a su vez que ha existido una conspiración muy eficiente para mantener el secreto de la conspiración.
Otro artículo digno de mención es 118 Witnesses: The Firefighters’ Testimony to Explosions in the Twin Towers de Graeme MacQueen (MacQueen, 2006). Lamentablemente la revista no menciona su afiliación académica, pero en otro artículo del mismo autor se narra que MacQueen posee un PhD en literatura y religión asiática de la Universidad Harvard y es profesor jubilado de la Universidad McMaster en Canadá, donde trabajo durante aproximadamente 30 años. Una consulta por internet a la Universidad McMaster confirma el vínculo de MacQueen a esa institución.
El artículo comienza con el siguiente problema:
“Uno de los más grandes misterios del 11 de septiembre de 2001 es el colapso de las Torres Gemelas. Las afirmaciones hechas el mismo 9/11 de que explosiones contribuyeron a ese colapso han persistido, pero estudios que apoyan la narrativa hecha por el gobierno de los Estados Unidos han ignorado estas afirmaciones. Mucho está en debate: si se demuestra que las explosiones fueron cruciales en el colapso, la narrativa oficial sobre al Qaeda debe ser radicalmente alterada o incluso abandonada completamente” (MacQueen, 2006: 47).
MacQueen, como haría cualquier científico social, ha decidido ir a las fuentes y ha desentrañado un corpus de testimonios orales recopilado por órdenes del Comisionado de Bomberos de la ciudad de Nueva York entre octubre de 2001 y enero del siguiente año. Los testimonios son de bomberos, médicos de emergencias y técnicos paramédicos, y están transcritos en más de 12.000 páginas 8. Para trabajar este enorme material MacQueen crea cinco categorías que le ayudarán a clasificar las “percepciones” de los sujetos, estas son (MacQueen, 2006: 48):
-La percepción de que las torres se quemaban.
-La percepción de partes de cuerpos humanos sobre las calles a medida que llegaban los bomberos y los paramédicos a la escena.
-La percepción de gente saltando al vacío desde los edificios.
-La percepción de las torres colapsando y, especialmente, la percepción del inicio de ese colapso.
-La percepción de la nube de polvo circulando por las calles del edificio una vez que se produjo el colapso.
De estas cinco categorías, el artículo se dedicará al estudio de la cuarta, la percepción que los sujetos han tenido del colapso de las torres. Nótese el giro interesante que MacQueen le da a esa cuarta categoría, pues lo importante no es la percepción del colapso en sí, sino la percepción del inicio de ese colapso.
Fiel al método científico, este autor plantea dos grupos de hipótesis que someterá a revisión usando los testimonios referentes a la percepción categorizada en cuarto lugar:
“Muchas hipótesis han sido planteadas para explicar el colapso de las Torres Gemelas, pero podemos considerar estas hipótesis como agrupadas en dos categorías: un grupo de hipótesis de acuerdo a las cuales las explosiones fueron un factor crucial para el colapso (a las que llamaré hipótesis de explosión o HE), y otro grupo, de acuerdo con las cuales, las explosiones no fueron un factor crucial para el colapso (hipótesis de no-explosiones HNE). Las HE incluyen, por ejemplo, sugerencias de que había explosivos en los aviones, mini explosivos nucleares en los edificios, explosivos posicionados previamente que quebraron las columnas y pulverizaron los edificios (por buenas razones esta última es la hipótesis más popular). Las HNE incluyen una combinación de fallas en la armadura de acero, debilitamiento del centro y perímetro de las columnas, hundimiento de los pisos, todo lo cual es típicamente atribuido a la combinación del impacto de los aviones y al calor generado por el combustible en llamas que de alguna manera resultaron en el colapso progresivo y total de los edificios” (MacQueen, 2006: 49).
Las hipótesis son entonces puestas a prueba frente a los testimonios de los testigos. Si los testigos percibieron, o piensan haber percibido explosiones que los mismos testigos juzgan cruciales para el colapso de las torres, se considerará tal testimonio como evidencia de la HE. Si no percibieron explosiones, entonces es evidencia de la (ahora transformada en esta parte del artículo en hipótesis nula) HNE. Saltemos el hecho evidente de que en sentido riguroso demostrar que ha habido la percepción en los actores de tal evento no equivale demostrar la existencia de tal evento, cuestión que el autor también pasa por alto, y continuemos con la manera particular en la que éste encuentra corroboración de la HE.
De los 503 testimonios del corpus en cuestión tan sólo 33 mencionan directamente explosiones, sin embargo MacQueen logra abultar el grupo de testigos de explosiones a 118 al incluir como demostraciones de la HE a aquéllos que usan metáforas afines a explosión (“like a volcano”), o sinónimos en inglés de explosión (“blast”, “blew up”), lo que representa, después de ese ajuste, el 23% de todos los testimonios. A primera vista de este porcentaje no parece que MacQueen tenga entre manos una demostración muy robusta de la HE. Sin embargo, sigue en el artículo la parte más interesante de la narrativa del autor, el argumento contrafáctico que acabamos de ver también utilizado por Firmage para explicar por qué aún no ha surgido ningún soplón que revele la conspiración. ¿Por qué la gran mayoría de los testigos no mencionan explosiones? Según el autor, no es porque no hubiesen ocurrido tales explosiones, sino por otras razones: en primer lugar porque en las entrevistas no se preguntó a los testigos directamente sobre las explosiones, ni siquiera se les preguntó por el colapso de las torres, los testimonios fueron voluntarios y abiertos; en segundo lugar, porque algunos de los testigos no estaban cerca de las torres cuando estas colapsaron; en tercer lugar, porque algunos de los testigos estaban muy ocupados en otros asuntos y no estuvieron atentos al colapso de las torres; en cuarto lugar, porque algunos testimonios son sucintos e incluyen pocos detalles; y por último, porque muchos de los testimonios incluían expresiones ambiguas que podían ser interpretadas como testimonios de explosiones.
Más importante aún, MacQueen considera que debemos tener en cuenta el tiempo transcurrido entre el evento y la recolección de los testimonios (entre uno y tres meses). En ese periodo hubo tiempo, según el autor, más que suficiente para que la explicación oficial se convirtiera en dominante. De modo que muchos de los que en un principio creyeron percibir explosiones, cambiaron de idea y ahora revisan sus experiencias para ajustarlas a la narrativa correcta. Una autentica conspiración del silencio explica que los resultados de la investigación del autor no sean todo lo robustos que cabría esperar en apoyo a la hipótesis de las explosiones, sabiendo por supuesto de antemano que en realidad ocurrieron tales explosiones, pues tal cosa habría quedado demostrada por la evidencia científica publicada en otros artículos de la revista que hemos citado en el apartado anterior.
6. LA PSICOLOGÍA SOCIAL DE LA NEGACIÓN LLEGA EN AYUDA DE LAS CIENCIAS SOCIALES
¿Cómo es que a pesar de la estatura académica autoproclamada por los exponentes de estas teorías, de la amplia evidencia científica expuesta en la revista y resumida en los dos apartados anteriores, y de la intensa actividad proselitista desarrollada por el 9/11 Truth Movement, la verdad revelada por el grupo aún no haya sido aceptada universalmente?
Varios textos publicados en la revista pretenden dar explicaciones psicológicas y socio-psicológicas de tal resistencia. Comencemos con las del primer tipo a través de dos artículos escritos por Laurie A. Mandwell titulados: Faulty Tower of Beliefs. Part I. Demolishing the Iconic Psychological Barries to 9/11 (Mandwell, 2007), y Faulty Tower of Beliefs. Part II. Rebuilding the Road to Freedom of Reason (Mandwell, 2007b). Mandwell nos es presentada, al momento de publicar su artículo, como Licenciada y Magister en biología y psicología por la Universidad de Waterloo y candidata a doctora en neurociencias del comportamiento por la Universidad de Guelph. En su extenso trabajo, publicado en dos partes, la autora pretende “hacer un revisión de los estudios científicos relevantes sobre los procesos cognitivos, emocionales y de comportamiento que surgen como respuesta a la información que contradice las creencias duras de la gente sobre el 9/11” (Mandwell, 2007: 2). La autora no niega el propósito político de su revisión: “Si queremos entender mejor las razones por las que la gente no está dispuesta a investigar y a evaluar otras posibilidades [sobre el 9/11] debemos proceder de una manera más informada e involucrar a los otros en una discusión más productiva” (Mandwell, 2007: 2).
Además al comienzo de su trabajo Mandwell nos hace una pequeña confesión sobre su propio despertar a estas revelaciones. Un despertar que está íntimamente relacionado con la introspección personal profunda, guiada por el método científico riguroso propio de su formación como “neurocientífica” del comportamiento. De hecho, después de cientos de horas de cuidadosa consideración, nos narra, ella fue capaz de arribar a sus conclusiones por sí misma a través de una introspección de reminiscencias cartesianas que le permitió, usando una enorme fuerza de voluntad, explorar sus propios sesgos y errores psicológicos con respecto a los eventos del 9/11 para, a partir de allí, poder evaluar objetivamente la evidencia existente. Según la propia autora, “para poder divulgar información como neurocientífica del comportamiento, me he apoyado en el método de la investigación, pero, como persona que es susceptible de sesgo y de error en el razonamiento, como cualquier otra, también debo estar vigilante a que mi visión de mundo siempre está bajo examen, junto a la visión científica” (Mandwell, 2007: 3). Esta confesión es seguida por una larga disquisición sobre estas barreras psicológicas y los diversos métodos para su superación.
El primer punto de Mandwell respecto a estas resistencias es que las actitudes generales previamente formadas son una barrera para la discusión objetiva de los eventos del 9/11. Las actitudes generales, incluyen aquellas relativas a la patria, a la nación, al gobierno, a los medios, a la ciencia y a la religión. Según ella, las actitudes pueden ser activadas de manera manipulativa, porque muchas actúan desde el inconsciente. La autora cita la literatura de la psicología social que demuestra que al presentar a sujetos con evaluaciones negativas sobre posibles eventos futuros, estas personas obviamente tenderán a tener una actitud negativa hacia esos eventos. Luego, sugiere, las actitudes pueden ser implantadas o, al menos, manipuladas para condicionar las evaluaciones de posibles eventos. Mientras más fuertes sean estas actitudes, más fuertes, y por tanto manipulables, serán las reacciones ante este tipo de eventos, lo cual a su vez las pone bajo la égida de un mecanismo básicamente irracional.
Lo más interesante del argumento de Mandwell es su insistencia en que la aceptación de las narraciones oficiales de los eventos están comprometidas por procesos mentales que son defectuosos (faulty mental processes). Su intento, realizado con maestría narrativa y extenso uso de la literatura de la psicología social, es demostrar que lo verdaderamente irracional es quedarse anclados en la explicación oficial la cual, en una vuelta adicional de tuerca, conspira para manipular el componente irracional inconsciente presente en cualquier evaluación de los hechos. Lo racional es lograr derribar esas barreras actitudinales y abrirse a las explicaciones alternativas como las sugeridas por Scholars for 9/11 Truth.
Aquí un ejemplo de como la autora aplica este proceso re-educativo:
“Considerando que los eventos del 9/11 fueron extremadamente agresivos y violentos, el recuerdo constante de estos ataques contra los Estados Unidos, y la iracunda respuesta de algunas personas, presentados diariamente por los medios del mainstream Americanos, sin presentar de manera equilibrada muchas otras reacciones, como la tristeza, el dominio de las emociones o incluso el perdón. Es muy posible que mucha gente imite mucho más las reacciones más agresivas que las más controladas. De nuevo, la activación automática de la rabia y de la agresividad evita que las personas tomen decisiones informadas y razonadas. Para que pueda surgir el pensamiento racional, es necesario un periodo de ‘enfriamiento’. Sin embargo a nivel societal esto no ha ocurrido en los años después del 9/11, con la creciente cultura de miedo promulgada por la ‘guerra al terror’ de la actual administración de los Estados Unidos” (Mandwell, 2007: 13. Resaltado de la autora).
Esa agresividad, advierte Mandwell, puede dirigirse a los medios alternativos, expertos disidentes y académicos que cuestionan la narración oficial. Confrontados con la intromisión del caos enorme de los eventos del 9/11 la gente tiende, según la autora, a parapetarse en la visión de mundo ya establecida y por lo tanto a apoyar la narración oficial, no importa cuál sea ésta y cuan racionales, científicas y convincentes sean las narraciones alternativas que cuestionan esa narración oficial.
El argumento de Mandwell es el espejo directo de la explicación oficial de los eventos. Mientras muchos sostienen que la intromisión catastrófica del caos en el orden despierta insatisfacción y ansias por explicaciones alternativas, Mandwell por el contrario, argumenta que el impacto catastrófico fortalece las actitudes irracionales de ira y miedo que hace que la gente se refugie en la autoridad de las narraciones oficiales. Por supuesto, la autora supone el uso consciente de técnicas de manipulación de esas actitudes por autoridades que conspiran en acción y encubrimiento de su participación en esos eventos catastróficos. Para Mandwell, la gente enfrentada con amenazas catastróficas al orden, no cuestiona las explicaciones del mal establecidas sino que prefiere apoyarse en el sesgo del consenso, en la seguridad de lo conocido.
La segunda parte del trabajo de Mandwell (2007b), presenta una serie de consideraciones prácticas para ayudar a los proponentes de narraciones alternativas de los eventos del 9/11 a superar las barreras cognitivas de los sujetos refugiados en la seguridad de sus mecanismos de defensa ya descritos. La forma en que la autora describe el acercamiento a las formas narrativas alternativas adquiere caracteres de un proceso de conversión épica desde la mentira oficial a la verdad. De hecho, el mito rector de la narrativa que escoge Mandwell para este proceso de conversión es el de la caverna narrado en La República de Platón. Evidentemente, en este caso, el papel del que vuelve la mirada de la pared de la caverna para ver el mundo tal cual es y regresa para convencer a los recalcitrantes prisioneros de que viven en las sombras, es reservado a los pocos iluminados que intentan convencernos de que las versiones oficiales de los eventos pertenecen al mundo de esas sombras:
“El proceso de cuestionar las creencias en la Alegoría de la Caverna no es diferente a lo que experimentan muchas personas, incluso la mayoría de las personas, que se acercan al movimiento para la verdad sobre el 9/11 hoy día. Al principio, el proceso de experimentar una nueva visión de mundo puede ser aplastante y aterradora y puede resultar en que muchos se retraigan en sus viejas creencias, donde se sienten seguros e incluso contentos” (Mandwell, 2007b: 17).
La principal preocupación de Mandwell respecto al camino hacia la verdad, análogo a la salida de la caverna platónica, es insistir, al igual que en la primera parte de su trabajo y de hecho en toda la revista, en que las narraciones presentadas por el Scholars for 9/11 Truth & Justice no son teorías de la conspiración. Mandwell nos recuerda el argumento de que el término teorías de la conspiración es a menudo un subterfugio fácil para desprestigiar el trabajo de académicos y de científicos por develar la verdad escondida.
Mandwell termina su extenso trabajo haciendo directamente al lector una petición. En tono profético apela a la necesidad de que las ciencias y a las humanidades se unan para construir la verdadera explicación del evento catastrófico, no hacerlo pudiera resultar en un nuevo y más grave mal:
“Te pido, tal cual Sócrates pedía a Glaucón, que consideres las extrañas imágenes de la realidad que se te han mostrado y te arriesgues a aventurarte fuera de esa prisión de pensamientos encadenados, que salgas del mundo de las falsas sombras, y te asomes al reino libre de la razón y a un nuevo camino. Te pido que guíes con tu ejemplo, mientras que otros tan sólo están dispuestos a seguir, explorando la evidencia y contribuyendo al debate. Y todo esto lo pido por la más imperiosa de las razones: si la gente de las ciencias y de las humanidades no se unen para forzar una solución inmediata y pacífica, es indudable que nos enfrentaremos en cambio a una solución inevitablemente violenta. Te dejo con una pregunta final: ¿Dónde está tu voz y como será escuchada?” (Mandwell, 2007b: 63).
7. CONCLUSIÓN
El meollo de esta conclusión está en que la búsqueda de explicaciones propuesta por los autores de la revista aquí analizada pretende aportar una certeza de tal grado que supere la duda propia de la ciencia misma. No es el caso que los autores revisados aquí, cuando dudan de las explicaciones oficiales, apelen a los dioses, o a los extraterrestres, o a cualquier otra fuerza extramundana, sino que por el contrario apelan al discurso que ha sido socialmente legitimado como el que explica los eventos sociales. Pero lo hacen de una manera que convierte tal discurso en una expresión utópica de un mundo abierto y transparente, perfecto y coherente y por tanto perfectamente explicable si tan sólo se aplican de manera extremadamente rigurosa lo métodos de la ciencia. Los autores tratados aquí parten de una duda inicial, apelando a lo consideran un deber científico de inspiración cartesiana de duda de todo lo dado, para arrancar de allí a buscar la verdadera certeza de lo dado.
Todorov, entre otros, ha caracterizado esta forma de asumir el discurso científico como una fe: el cientismo. Las teorías de la conspiración aquí expuestas no son, o mejor no son sólo, discursos “locos” o marginales, delirantes fantasías de paranoicos postseculares sobre extraterrestres, Illuminati, Jesuitas, Masones, etc. Muchas teorías de la conspiración de moda por supuesto son exactamente eso, pero no las que nos han interesado en este trabajo, no las que pujan real y efectivamente en el campo agonístico de las narrativas para explicar estos eventos hoy día. Lo que hemos expuesto aquí es un discurso con falencias metodológicas pero sofisticado, estas narraciones apelan a una forma discursiva que las hace palatables al gusto racional y secular de nuestro momento, participan de la misma ansiedad científica, y religiosa, por explicar y narrar los eventos en el mundo.
La conclusión final es que es precisamente esa cualidad la que las hace refractarias a las refutaciones científicas. Estas explicaciones pretenden ser más científicas que la ciencia misma.
8. BIBLIOGRAFÍA
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National Commission on Terrorist Attacks Upon the United States (2004). Final Report of the National Commission on Terrorist Attacks Upon the United States. Washington: Government Printing Office. http://www.9-11commission.gov/report/
Notas
Notas de autor
Información adicional
Formato de citación: Pérez-Hernáiz,
H.A. (2018). “Hacemos mejor ciencia que la ciencia misma. Las
teorías de la conspiración como discurso académico”. Aposta.
Revista de Ciencias Sociales, 76, 80-107, http://apostadigital.com/revistav3/hemeroteca/hugoaph3.pdf