La filosofía del lenguaje de Eugenio Coseriu a la luz de la investigación psicológica sobre formación de conceptos: acerca del lenguaje como sistema de coordenadas conceptuales básicas*
Eugenio Coseriu's Philosophy of Language and Concept Formation in Psychology: Some insights about Language as a Coordinate System for Basic Concepts
La filosofía del lenguaje de Eugenio Coseriu a la luz de la investigación psicológica sobre formación de conceptos: acerca del lenguaje como sistema de coordenadas conceptuales básicas*
Lengua y Habla, núm. 20, pp. 72-95, 2016
Universidad de los Andes
Recepción: 02 Abril 2016
Aprobación: 16 Junio 2016
Resumen: El presente artículo se propone discutir la actualidad de las tesis coserianas acerca del papel esencial del lenguaje en la formación de conceptos y en el modelaje del pensamiento y el razonamiento humanos. Haciendo suyas ideas tanto de Aristóteles (par onomázein-légein), Hegel (según quien el lenguaje brinda al sujeto acceso a los universales) y Humboldt (para quien el sujeto comprende el mundo a partir de la estructura de su lengua), Coseriu sostiene que las categorías básicas con que el individuo enfrenta su medio inmediato son categorías aportadas por la lengua materna, las cuales no por fundamentales son definitivas y son luego superadas por el saber científico. Se propone un cruzamiento de la filosofía coseriana del lenguaje con ciertas teorías psicológicas sobre formación de conceptos de reconocida importancia para someter a contrastación empírica las asunciones de aquella. Atendiendo a los planteos de Jean Mandler y Katherine Nelson la posición coseriana se resiente en su costado menos estrictamente lingüístico. Fuera de toda crítica, el texto pretende reivindicar la importancia de Coseriu para disciplinas cercanas a la lingüística y promover un diálogo más fluido entre su concepción general del lenguaje y los estudios temáticamente convergentes de otros campos intelectuales, en especial la psicología.
Palabras clave: Eugenio Coseriu, filosofía del lenguaje, psicología del desarrollo, formación de conceptos, adquisición del lenguaje.
Abstract: This papers aims at updating E. Coseriu's theses about the central role of language in concept formation, and human thought and reasoning modeling. By using some ideas from Aristotle (onomázein-légein levels), Hegel (language provides us access to universals), and Humboldt (the structure of a language affects its speakers' view of the world), Coseriu claims that basic and definite categories used in immediate context come from native language, though later they may be displaced by scientific knowledge. This article shows a link between Coseriu's language philosophy and some psychological approaches about concept formation, so that Coseriu's assumptions may be objectively analyzed. Following studies from Jean Mandler and Katherine Nelson, Coseriu's theory appears to be somewhat fragile on its non linguistic side. Beyond criticism, this article seeks to highlight the importance of Coseriu's contribution for linguistics and related disciplines, and to promote better communication links between his language theory and other similar approaches from related disciplines, such as psychology.
Keywords: Eugenio Coseriu, philosophy of language, developmental psychology, concept formation, language acquisition.
Der Weg der lautlichen Wiedergabe der Dinge ist also ungängbar; man mub sich den Bedeutungen als solchen zuwenden
El monumental legado de Eugenio Coseriu en materia lingüística, en particular en romanística, constituye un corpus multilingüe del que incluso a los profesionales de esta especialidad sólo será accesible una parte acotada. De este conjunto de lenguas y nociones técnicas, un tópico concreto resulta sustantiva y necesariamente transversal al edificio de la construcción teórica coseriana. Se trata de su visión del lenguaje como corte inflexional entre la dimensión humana, donde el concepto distingue la intelección del medio circundante y de las relaciones intersubjetivas, y un espacio diverso, previo, sin palabra, donde no existe otra actividad mental que la intuición difusa, un poco al modo en que el famoso esquema saussureano sugiere una masa amorfa de significados antes de que surja el orden del signo lingüístico (Saussure, 1916).
Coseriu suscribe una posición en que se integran fundamentalmente discriminaciones clave que recoge de Aristóteles, Hegel y Humboldt (Mairal & Santana, 1990), y que sitúa al lenguaje, de un modo genérico, como el emplazamiento o médium del conocimiento racional, artífice de las categorías con que la inteligencia se eleva desde la simple referencia al entorno inmediato hasta la esfera de las abstracciones más sofisticadas. El lenguaje es el origen del saber en tanto conceptual, pero solo provee un primer acercamiento al mundo y hay que separar esta aproximación, primera y vital, del conocimiento en sentido científico. Aquel configura aquella plataforma cognitiva, condición sine qua non pero a la vez insuficiente, desde la que los niveles del saber se elevan a nuevas alturas de rigor y precisión, del modo en que la lengua materna aporta la matriz de toda futura lengua que pueda adquirirse (no en la esfera de las constricciones de tipo gramatical, sino en la de aquellos cimientos que hacen de todas las lenguas un sistema dotado de nombres y de reglas de combinación).
En efecto, en ese primer nivel nominativo-conceptual no está presente todavía la racionalidad en plenitud, que aportará más tarde las categorías más objetivas, translingüísticas, de lo que sean las cosas, i.e. predicando de ellas tal y como son en realidad (tà ónta ós estín légein, por retomar la fórmula de Platón en El Sofista que resueltamente repetía Coseriu). “Esto significa (...) que el lenguaje y sus categorías internas no se relacionan propiamente con la facultad de pensar, sino con la facultad de conocer” (Coseriu 1982b: 240). Si el lenguaje facilita un primer acercamiento conceptual al mundo, mediado por la semántica, este mapa inaugural se encuentra destinado a refinarse y producir un saber superior, y una elaboración coherente, de la realidad natural y social. Desde el primer conocimiento del mundo, bajo la hégira de un saber racional por determinarse, será posible el pensamiento del mundo.
Lo que aquí me propongo es discutir la actualidad de esta posición según la cual corresponde al lenguaje el rol fundacional para la abstracción en la psicología del sujeto humano. La psicología contemporánea proporciona evidencia empírica suficiente para someter este planteo a una demorada reevaluación. Desde luego, nadie puede objetar que el lenguaje, cuando aparece entre las competencias comunicativas del niño pequeño (el infans), ejerce un efecto ordenador cualitativamente nuevo en sus aptitudes mentales. Pero puede llevarse a revisión que funcione como el transformador de las intuiciones inmediatas de la percepción en las primeras nociones de alcance general (conceptos), y abra por lo tanto la puerta al conocimiento como tal, convirtiendo meros entes indeterminados en genuinas cosas dotadas de propiedades. De toda la vasta producción de Coseriu aquí no pretendo sino volver a abordar, tan sólo, los aspectos vinculados con el papel del lenguaje en la acción de conceptualizar el mundo extralingüístico (die aussersprachliche Welt). En lo que sigue, (1) se presenta la filosofía del lenguaje de Coseriu de manera esquemática, (2) se efectúa un sucinto relevamiento de la situación de la investigación psicológica en materia de formación de conceptos, y (3) se contrastan ambos campos teóricos en procura de evaluar la sostenibilidad de la posición coseriana.
1. EL LENGUAJE Y EL SER DE LAS COSAS
A juicio de Coseriu (2015), las dos mayores aportaciones a la esencia del lenguaje realizadas por la tradición occidental corresponden a Aristóteles (en virtud de su distinción entre logos semantikós y logos aponfantikós, respectivamente el campo de la significación–o del nombrar– y el que concierne al juicio, el enunciado o la predicación), y a Hegel, para quien la palabra es fundacional del conocimiento, en la medida en que la aparición de la función nominativa hace surgir la posibilidad de conceptuar (sobre la presunción de que, en principio, individuum inefabile) y estas nuevas categorías globales del concepto, antes inexistentes, habilitan de allí en adelante a inteligir las cosas por encima (Aufhebung hegeliana) del aquí y ahora senso-comportamental.
La posición coseriana es al respecto taxativa: la reflexión descansa en el decir (en la predicación) que depende primariamente del nombrar (la referencia como precedente lógico obligado para la oración y más tarde el discurso –tal y como en Peirce también los rémata son requisito previo para la proposición y el argumento). Es el nombrar lo que faculta a que la cognición de tipo elemental (registro y reconocimiento de los entes del Umwelt más inmediato) se eleve a su condición de pensamiento humano propiamente dicho y encuentre su forma más genuina y distintiva en el concepto (en la opción y la obligación de pensar por, mediante, universales). Repasando aquellos lineamientos básicos de la certeza sensible hegeliana, primera figura del ascenso fenomenológico de la consciencia hasta el Espíritu, la verbalización de la intuición más despojada, ‘esto’, abarca a la totalidad de entes posibles, y aquel subsiguiente esfuerzo para precisarlo conduce a un desdoblamiento entre tiempo y espacio ‘esto-ahora’ y ‘esto-aquí’, que de ninguna forma satisface el cometido de nombrar lo singular sino que, todo lo contrario, envuelve a la consciencia en sofisticaciones de verbo y concepto cada vez mayores. Las categorías de la palabra serán a partir de entonces la materia del conocimiento en su ulterior despliegue, orfebrando la cartografía fundamental con la que el mundo de los entes (los Daseiende) deviene por su intermedio en un mundo de cosas (y la realidad biológica de reconocimiento y reacción a señales detectadas en el medio circundante deviene ordenada, solo en este punto, humanamente) [cfr., por ejemplo, Coseriu, 1999].
El lenguaje es para Coseriu imagen del mundo (Weltbild, Weltanschauung) en la duplicidad semántica que Sprache tiene en alemán: lo es por un lado en el nivel más general, como lenguaje en calidad de competencia o facultad de la psicología del hombre (como la aptitud mental identificatoria species-specific), y lo es en paralelo como lengua, según acontece que, para su perspectiva, cada lengua es un formato cognitivo que habilita y a la vez limita el abordaje posible del mundo para cada hablante: “jede Einzelsprache ein besonderes Weltbild darstellt, und zwar nicht als Sprache schlechthin, sondern als Einzelnsprache wie Deutsch, Französich usw. )” [Coseriu, inédito 1991: 1.2].2,3 En relación con el primer aspecto, que debe asumirse incluso en contra de que la cita anterior destaque “no por cierto como lenguaje sin más” (pues de otro modo se derrumba la cosmovisión estructural que hace Coseriu del lenguaje, resulta apropiado señalar que la noción de imagen aquí sostenida no es homologable a la de la teoría figurativa del Wittgenstein tractariano. Entre ambas perspectivas es posible marcar tres líneas de refracción ostensible. Mientras Coseriu piensa en una semántica a nivel de la palabra, Wittgenstein trabaja en cambio en el nivel de la proposición, lo que lo deja ubicar allí una epistemología (“La imagen coincide con la realidad o no; es correcta o incorrecta, verdadera o falsa” – Wittgenstein, 1921, 2.21); mientras aquel valora en el lenguaje al agente creador de realidad, la teoría desarrollada en el Tractatus brinda una visión reproductiva: hay una realidad que es exterior y comparte con el lenguaje una estructura lógica común (pero no la recibe del sujeto o del Espíritu, para volver sobre la huella hegeliana); por último, mientras aquel asume que las lenguas asimilan los fenómenos de manera sui generis, este va en pos de un lenguaje lógico- universal más allá de los sesgos idiomáticos particulares.
La imago mundi que el lenguaje proporciona nombra, no describe mediante enunciados ni mucho menos entiende la propiedad o adecuación de las descripciones posibles. En su estado elemental:
El lenguaje representa; pero como tal no entiende lo representado. El lenguaje contiene el ser de las cosas y manifiesta de manera inmediata la existencia humana, pero es actividad no reflexiva: el ‘continente’ y la ‘manifestación’ no pueden interpretarse a sí mismos. Sólo la reflexión sobre lo dado en el lenguaje y a través del lenguaje (…) puede llevar a la comprensión del ser (Coseriu, 1977, 55-56).
En la filosofía coseriana del lenguaje hay pues un conocimiento antepredicativo que cardinaliza la fenomenalidad del mundo. Las coordenadas conceptuales para enfrentar el mundo desde parámetros de comportamiento estrictamente humano (nociones universales y más tarde reflexión) gestionan un horizonte nuevo respecto de las previas reacciones biológicamente predeterminadas. Las categorías cardinales de esta primera construcción conceptual del mundo no son sin embargo la forma refleja de una realidad establecida: “Die Sachen sind nicht als Daseiende durch die Sprache gegeben, sondern als So- und So-Sein, Diese oder Jenes-Sein. Die Sprache fällt mit der Welt der Sachen zusammen. Sie stellt das Sein der Sachen dar” (Coseriu, 1991 –inédito, 1.4, itálicas agregadas).4 Ello supone que las cosas no derivan de lo que pudiera haber antes del nombre sino que son el efecto del impacto de los nombres sobre la materia entitativa, la cual sigue un trazado nominalmente inventado por juegos de oposición estructural (Coseriu, 1981).
En cuanto al segundo aspecto de la tesis coseriana acerca del lenguaje como imago mundi, el de la impronta de las diferentes lenguas naturales en la actividad conceptuadora de los distintos hablantes, Coseriu se ocupa de indicar aquí su precedente: Humboldt (por ej., 2015). De este retoma la noción de que cada lengua particular es un sistema clasificatorio autónomo (idea en la base de su defendida ‘semántica estructural’) y por lo tanto cada lengua ofrece un horizonte cognitivo que sesga y que condiciona, al mismo tiempo, la asunción que la comunidad de sus usuarios realice del medio natural en que se desenvuelve. Según esto, una lengua determinada restringe el acceso a los hechos del mundo en su presunta realidad intrínseca, la cual quedaría vedada por la lente de la lengua tal o cual, dado que la asimilación del mundo al troquelado de las significaciones ocurre según pautas diferenciales en cada una de ellas.
Si aquella primera y más fundamental categorización del mundo está sesgada por la estructura de la lengua particular que en cada caso ampara al individuo como su lengua materna, esta parcialidad no desemboca en la exclusión babélica de unas lenguas con otras para lo que atañe al vínculo del hombre con las cosas en cuanto a su ser más esencial. Por contraste con la conocida perspectiva de Sapir y Whorf, conforme la cual la lengua condiciona en modo insuperable el abordaje intelectual del mundo y, por defecto, la universalidad conceptual resulta de ello solo una entelequia (Sapir, 1921; Whorf, 1956/1963), Coseriu entiende que aquella urbanización de los fenómenos por la lengua materna no es definitiva y de hecho solo ofrece un primer mapa destinado a superarse en el rigor del trabajo científico. Si la palabra –la acción de nombrar– categoriza los objetos previamente sin determinar, el reticulado de campos semánticos a cuenta de las diferentes lenguas no puede por cierto resultar en dibujos idénticos interlingüísticos. Pero con todo, aun si cualquier correspondencia entre las lenguas, tomadas en su organización semántica particular y según un criterio término-por-término, es consabidamente un imposible (Coseriu, 1981), la idea de una diversa ordenación del mundo, según la estructura orgánica de las semánticas de cada lengua, no es como tal impedimento para hallar, bajo la forma actualizada y diversificada de la potencia lingüística, el idioma reflexionado de la racionalidad. Esta, para volver sobre algo ya indicado, se libera de aquellas primeras constricciones del lenguaje y vive en lo incondicionado por mor de no estar atada al lastre de los nombres.5
Allí donde la hipótesis de Sapir-Whorf afirma que la lengua no es más que un sistema conceptual cerrado, por así decir el horizonte de lo que el sujeto hablante de cierta comunidad puede pensar (la lengua X estaría marcando la frontera de lo concebible para el individuo mentalmente formateado por la estructura semántica de X), Coseriu, siguiendo a Humboldt, estima que toda lengua es un sistema abierto, plataforma habilitante para pasar de la lengua X a otra lengua Y, y luego a Z, porque a todas las lenguas subyace el lenguaje como soporte de fondo y, fundamento transversal para todas las lenguas, permite no solo la mudanza sino, de la mano, el enriquecimiento conceptual para poder pensar translingüísticamente. De esta manera, la primera realidad ingenua de puras certezas generalizadas en conceptos primitivos (surgidos por fuerza del nombrar, que conduce del registro intuitivo al plano universal) se reacomoda luego en el relevo a cuenta del saber científico (hoy en día) o dentro de alguna episteme (en tiempos precientíficos) que absorbe el orden inaugural, lingüístico, en otro de más complejidad y de mayor coherencia interna.
Aclarado este punto, a saber: que la multiplicidad de las lenguas no es obstáculo para la aspiración de universalidad, y que esta se inficiona en el sujeto humano tanto por vía del lenguaje como condición basal y primordial del pensamiento (“Voreligkeit der Sprache”, Coseriu, 2015: 326), como también por medio de la razón, que emerge de los conceptos por gracia del nombre, regresamos aquí a la cuestión central de este trabajo, consistente en reevaluar si cabe situar en el lenguaje el punto inflexional del concebir humano como tal. El mismo se desdobla en dos aristas de profunda relación, aunque de clara autonomía. Por una parte, se trata de si el concepto surge a partir del lenguaje y juntamente con el nombre como categorizador inaugural. Por otra, de si los conceptos son el punto de fractura entre una forma puramente biológica de articularse con el Umwelt y una forma específicamente humana (Coseriu, 1991), o si hay en cambio otras diversas notas distintivas que considerar que son ya humanas en sentido estricto antes de la emergencia del lenguaje, onto y filogenéticamente hablando, como por el ejemplo el tipo de interacciones –preconceptuales o extraconceptuales– del niño pequeño con sus semejantes (lectura de mente, reconocimiento del otro como sujeto de experiencias, intersubjetividad primaria – [Cfr. Dow, 2012; Trevarthen, 1998]). La primera asunción puede ser verdadera o no sin importar el valor de la segunda y viceversa. En este presente ensayo nos concentraremos en la primera, pero cabe también, muy al pasar, indicar algo sobre la segunda.
Este planteo, tan radical (hombre = lenguaje), fue por supuesto blanco de diversas críticas. La más obvia señalaba un descuido eminente de la propiedad gestáltica con la que el ser humano percibe de modo general, intuyendo buenas formas, formas cerradas y sustancializando lo que se presenta a su manera inaugural de asir el mundo (Koffka, 1935). En cuenta que esta propiedad psicológica se extiende a primates no humanos (Gómez, 2007), está claro que la percepción de formas globales no depende del nombrar sino que es anterior, y que por consiguiente el encuadre primal del mundo es subsidiario de las aptitudes ecobiológicas del individuo y no de las generalizaciones aportadas por el lenguaje. Pero allí se ha deslizado un craso error, porque las discriminaciones que Coseriu niega haber antes de la emergencia del lenguaje son las de la acción de categorizar. Las globalidades mencionadas (solo las mencionadas) de la Gestalttheorie son principios de individuación, mientras que las propuestas por Coseriu son de corte integrativo, generalizante, por lo tanto transcendentes a la circunstancia perceptual inmediata. Johannes Kabatek, conocido discípulo de Coseriu, ha subrayado que este punto de la versión coseriana del lenguaje ha sido en general mal comprendida (Kabatek, 2014), y ha destacado que de ningún modo ella posterga ese aspecto verificado en la experiencia vivencial del hombre ante el fenómeno, sino que simplemente este considerando sobre la intuición gestáltica no afecta el quiebre que supone el surgimiento posterior de la capacidad para nombrar y recortar los hechos convencionalmente, ganando con ello la opción (obligada) de acceder a los objetos por la vía (desvío) de los universales. Antes del nombrar, las formas cerradas de la percepción visual no pueden más que prestar asidero a una conducta de rasa supervivencia. Coseriu fija su postura en relación con el problema haciendo suyo el par de opuestos forjados por Aristóteles (Coseriu, 2015): sin onomázein, acción de nombrar, no hay luego légein, acción de decir y razonar.
Repárese en que la dependencia del concepto respecto de la nominación no compromete con un idealismo extremo para el que no hubiera objetos antes de la aparición del nombre. En cambio Coseriu sostiene (materialmente mucho menos, gnoseológicamente una apuesta sutil salida en todo de la cabeza de Hegel) que por nominalizarse el mundo se humaniza y que la cosa es verdaderamente tal solo cuando el lenguaje la rescata de la indeterminación. Las cosas existen, en su apreciación, más acá del lenguaje, y lo que queda más allá es fenómeno. Allí está el gran detalle: no hay del otro lado del lenguaje algún en sí elusivo, inaccesible incluso a la experiencia, sino un ente-objeto (y debe darse a ‘objeto’ todo el peso etimológico con el que Hegel lo pensó: ob-iacere), el cual, si bien ya es como tal para nosotros, carece todavía del estatuto de la cosa.
“El mundo de la experiencia física como tal no puede ser pensado” (“Die Welt der physischen Erfahrung kann als solches nicht gedacht werden” Coseriu, 1991, inédito: 6.2.1). La afirmación dice ‘pensado’ (gedacht) en virtud de la distinción, relevante en Coseriu, entre pensar y concebir (begreifen) o simplemente conocer (kennen). Por ello el significado de un nombre “No se halla al final, sino al principio de la constitución de una ‘clase’” (novena de las tesis de Estrasburgo, 1999). Es esta clase, esta demarcación o división en la fenomenalidad del mundo (la significación en sí misma, Bedeutung), lo que luego retorna, desde la consciencia al mundo, como la designación o referencia (Bezeichnung): la significación es por tanto forzosamente previa a todo reencuentro de la subjetividad empírica con lo significado. En consecuencia, la cosa será a partir de que cierta categoría librada por el nombre se proyecte sobre el ente experiencial (u abstracto, en un segundo tiempo) y le aporte consigo propiedades específicas e identificatorias. “La significación es primaria, [es] el ser-esto, la designación es secundaria y dependiente de aquella” (“Die Bedeutung ist primär, das Etwas-sein, die Bezeichnung ist sekundär und davon abhängig”, Coseriu, 1991, inédito: 6.2.2).6
Se asume entonces que hay representación mental antes de la emergencia del lenguaje, pero esta representación es simplemente el registro subjetivo de lo real en calidad de crudo y desprovisto de categorización. Antes de los nombres, la realidad no se halla todavía in- formada y por ende no es conocida sino meramente vivenciada. “Ohne Sprache ist nur die unmittelbare Vorstellung von Empfindung und Situationen möglich” (Coseriu, 1991, inédito, 3.ss.).7 En esta instancia, la coordinación necesaria entre el sujeto y su entorno natural consiste, según Coseriu, en reacciones instintivas. “In dieser Welt kann man sich nur bewegen in Kontakt mit jeweils konkretem Seienden. Diese Bewegung is jeweils etwas Einmaliges uns setzt jeweils einen unmittelbare Erfahrung oder Vorstellung voraus” (Coseriu, 1991, inédito, 6.2.1).8 El espacio de las representaciones psíquicas operativas en el plano de la coaptación del individuo con su medio ambiente (“Man kann sich sogar ein vorsprachliches Denken vorstellen”, ibídem),9 es decididamente estrecho. Esta forma de representación es solamente práctica, respuesta a las señales del medio exterior y el propio cuerpo, pero en nada semejantes a una elaboración conceptual de esa información.
Sobre el primer nivel lingüístico, el nombrar (onomázein, nivel del logos semantikós), se emplaza más tarde, establecida la cartografía fundamental del mundo, la función predicativa o el decir (légein), que trae consigo, inseparablemente, la cuestión de la verdad o falsedad de las proposiciones concertadas. Esta verdad no está en el nombre, que solo se pliega al ente como un correlato (mejor dicho, plegado a una cosa, porque en el nombrar solo se puede reencontrar, como designación, lo que en el nombre, en su campo semántico, se halla prefigurado). No obstante, como ya vimos, aquella verdad originaria que aparece con las emisiones de tipo judicativo no es definitiva, la Verdad del mundo de las cosas, sino, más modestamente, un espacio pragmático de mutuo entendimiento entre interlocutores de una lengua natural. Estas verdades compartidas por una comunidad de hablantes son precisamente aquel entretejido en que la realidad de esa comunidad adquiere la estabilidad de pensamiento imprescindible para funcionar de manera integrada, pero en lo relativo al mundo como tal, más allá de las lenguas, la última palabra corresponde al saber especializado. Coseriu afirma: “Wissenschaft und Philosophie gehen über die Sprache hinaus zu den Sachen Selbst. Nicht das Wort Baum ist Objekt der Botanik, sondern es sind Bäume selbst, wenn auch zunächst so, wie in der Sprache abgegrenzt worden sind” (Coseriu 1991, inédito, 6.5.4).10 No está muy claro o muy elaborado cómo pasa la ciencia del primer nivel conceptual, el plano del imaginario social, al concepto de mayor rigor que ella le toca elaborar. Es como si el pensamiento, una vez montado sobre la estructura semántica inicial de la lengua materna, pudiera desasirse de ella y proceder conforme con distintas reglas que sería capaz de generar por sus propios recursos, recursos en virtud de los cuales reexamina lo que le ha suministrado antes la lengua. Sólo que estas cosas, dicho a riesgo de redundar, son siempre del lenguaje. El refinamiento del universo conceptual del hombre solo puede efectivizarse como refundición constante de sí mismo. “Die vorgegeben Abgrenzungen der Sprache werden bestätigt, korrigiert oder auggehoben. Für die eigenen wissentschaftlichen Abgrenzungen wird Fachsprache geschaffen, die –bis auf den Ausdruck– nicht mehr einzelsprachlich ist” (Coseriu 1991, inédito, 6.5.4).11
La afirmación de que antes del lenguaje el pensamiento es meramente de intuiciones y preconceptual puede ligarse con cierta bibliografía de valor clásico, como la Piaget. En efecto, Piaget concibe en el desarrollo psicológico del niño una etapa sensomotriz sin participación de la ulterior función semiótica (Piaget, 1945; Piaget & Inhelder, 1969). Solo a partir de esta función el niño dispondrá de representaciones con las que auxiliarse en su acciones, suerte de vicarios intangibles (interiorizados) de la experiencia inmediata. En la etapa mencionada, el aprendizaje del niño se mantiene en el registro práctico a través de reacciones llamadas circulares (la reproducción activa y reiterada de cierto comportamiento). Ello podría dar sustento a la versión coseriana de un momento prelingüístico sin pensamiento (pero soslayando, de nuestra última cita, la indicación de que todo lo que acontece allí es ‘cada vez algo irrepetible’). Este sustento podría verse reforzado por el hecho de que las llamadas reacciones circulares terciarias corresponden al quinto subperíodo de la etapa sensomotriz (circa 12 a 18 meses), y en ella hay presencia normalmente de lenguaje. Con todo, entre muchos bemoles que podrían ponerse de relieve antes de conceder, mutatis mutandis, el aval de epistemología genética piagetiana a la filosofía del lenguaje de Coseriu, un rasgo en concreto nos impide armonizar las partes. Se trata de la diferencia radical entre hablar de lenguaje o bien de hacerlo, en cambio, de una habilidad semiótica de alcance general que incluya el dibujo, el juego simbólico, la imitación diferida y la palabra (señales todas de que existe una imagen mental almacenada). Según Piaget, la capacidad de significar se expresa de forma multivariada, sin mencionar que a esta enumeración pueden sumarse otros soportes de semiosis como vocalizaciones o gestos de diferente tipo. El diferendo se presenta entonces entre la opción de asignar al lenguaje excluyentemente un valor fundador del pensamiento (transformando así la inteligencia práctica en una herramienta abstracta respecto de constricciones ambientales hic et nunc) y la de entender las lenguas, y el lenguaje a través de las lenguas, como un sistema de representación y significación posible entre otros. Si la semanticidad del mundo, o la conversión de lo real en cuanto tal al universo de las cosas, depende de un abanico de variadas posibilidades (la función semiótica), el lenguaje queda entonces reducido a ser un engranaje en la compleja maquinaria de la entrada del sujeto al reino del concepto. La asunción de un corte radical a partir del lenguaje, tal y como defiende Coseriu, se vuelve más problemática cuando encontramos que las investigaciones en el campo de la inteligencia animal habrían verificado la existencia de un nivel de comunicación, en diversas especies, digno del rango simbólico (definido el símbolo como emparejamiento inmotivado o arbitrario entre un agente significador y un correlato con semántica). Sin ir más lejos, se puede evocar un artículo clásico de Benveniste, Comunicación animal y lenguaje humano, donde el análisis del vuelo (danza) apícola en determinadas circunstancias es comprendido como un sistema simbólico y no meramente como una señal (Benveniste, 1952). Si esto es así, no será el tipo de signo arbitrario un rasgo distintivo del lenguaje humano, y de ello habrá que derivar esta interrogación consecutiva: ¿cómo y por qué los símbolos aportan al sujeto humano la aptitud de categorizar (de conceptualizar) y no operan de modo semejante en aquellas especies en las que también sirven al acto comunicativo? ¿O cabe hablar de conceptos también en el mundo animal no-humano?12
Para Coseriu solo habría conceptos en el hombre, pero la etología nos dice que hay símbolos fuera del universo humano. Por otra parte, si la función semiótica abarca al lenguaje solamente como a un elemento de un conjunto y puede estar reglada por pautas distintas que las de, por caso, la linealidad y temporalidad de la oración (Saussure, 1916), en paralelo cabe preguntar sobre la posibilidad de que existan conceptos prelingüísticos o extralingüísticos. A ello debe agregarse que no todas las conductas infantiles (infancy entendida etapa rigurosamente preverbal) pueden situarse en la columna de respuestas automáticas o reacciones prefiguradas de coordinación con los objetos, y que es cada vez más lo que se sabe acerca de comportamientos sígnicos prelingüísticos en niños, como la gestualidad (Bates, 1976; Rodríguez & Español, 2016) –sin mencionar, por otra parte, las formas de inteligencia interactiva asemántica que aparecen durante el primer año de vida y condicionan las actividades de intercambio con los semejantes. Particularmente relevante es la aparición de la atención conjunta (hacia los 9 meses), suerte de triangulación entre el objeto, el niño y el adulto (Tomasello, 1995), que habilita a una intersubjetividad llamada secundaria, en la que los signos se emplean para un interlocutor como recursos para afectar su estado comportamental, representacional o emocional (Trevarthen, 1998). Todas estas conductas están sujetas a la integración del individuo con el entorno social y nada deben, por ser anteriores, al lenguaje. Son testimonio de un sentido preexistente a las palabras y responsables de saltos cualitativos de importancia decisiva en la psicología del niño, mojones que conducen, precisamente, hasta el lenguaje.
En este punto detenemos la presentación sucinta de la filosofía coseriana del lenguaje. El perfil esbozado cumple con los rasgos esenciales de su concepción, la cual por cierto ha sido defendida por el gran lingüista sin mayores modificaciones desde su etapa montevideana, en el comienzo de su carrera académica (1951-1963), hasta el fin de sus días. De todo ello nos interesa la discusión acerca del espacio preverbal y preveritativo en su relación con la aparición del lenguaje, cuyas categorías suman a la experiencia fenomenológica anterior las marcas de la señalización humana para moverse en el mundo.
En lo que sigue examinaremos estos contenidos desde los presentes desarrollos de la psicología científica. Por cierto, aunque la teoría que discutimos es lingüística, debe cruzarse todavía con los avances de las disciplinas vinculadas de una forma u otra al mismo objeto de interés. Por el lado de la psicología, los aportes de actualización que las investigaciones empíricas pueden llevar al legado coseriano son muchos. A propósito de ello, es cierto que Coseriu ponderó que la lingüística, y las ciencias humanas de manera general, debían cuidarse de aplicar el patrón epistemológico de las ciencias de la naturaleza (Coseriu, 1993), pero esta posición no significa que no pueda la lingüística sacar provecho de los resultados de otras ciencias (incluyendo a la psicología, parcialmente –como mínimo– una ciencia natural) ni que pueda, con indolencia, permitirse obviar esta confrontación. La obra de Coseriu merece en efecto una ponderación que vuelva sobre su sostenibilidad como cosmovisión filosófica de la condición humana. De esta conversación entre psicología y lingüística no puede sino derivar una recíproca fecundación, siempre orientada al superior designio de sumar rigor al estudio del campo del lenguaje en toda su compleja trama de aspectos y componentes.
2. PRIMITIVOS CONCEPTUALES13
La psicología de corte empírico debe ya sea avalar, ya sea impugnar, que en la conducta del sujeto humano no existe conceptualización antes de la emergencia del lenguaje como nuevo estadio del desarrollo mental. La cuestión puede desplegarse desde dos planos distintos pero convergentes. Por una parte, considerando el desarrollo psicológico normal del sujeto; por otra, discutiendo la inteligencia en primates no humanos, en concreto si esta no ha brindado pruebas de desenvolverse en un nivel más alto que el de la actividad práctica (Gómez, 2007). De estos dos caminos, por razones de espacio, tomaremos simplemente el primero, quedando pendiente el tratamiento del tema desde la psicología comparada.
En relación con la ontogénesis del concepto, herramienta intelectual imprescindible, la psicología de hoy día se encuentra dividida, en el nivel más elemental de discusión, entre posiciones innatistas (Fodor, 1998; Carey & Spelke, 1996; Pinker, 1995) y posiciones defensoras de la adquisición, durante un período de desarrollo que involucra diferentes capacidades asociadas (Mandler, 1991, 1992, 1994, 2004; Nelson, 1985, 2000; Gelman & Kalish, 2006; Rakinson & Pouilin-Dubois, 2001). Las primeras defienden la necesidad de aceptar cierta semántica conceptual básica en el nivel biológico para poder explicar la comprensión del mundo del bebé y sus progresos cognitivos. Las segundas entienden que existe evidencia suficiente para no apelar a la dotación genética humana, dado que en relación con los procedimientos sucesivos de registro y elaboración del input perceptivo- cognitivo es posible dar cuenta, suponiendo menos (entia non sunt multiplicanda praeter neccesitatem), del modo en que el niño alcanza un pensamiento de categorías abstractas (o hace su ingreso, dicho con Hegel y Coseriu, al reino de los universales). En ambos casos, la psicología objetaría que el lenguaje, en su primera función de logos semantikós, fuera el absoluto responsable de aquellos agrupamientos que trascienden la mera intuición empírica (o incluso de categorías primarias directamente ligadas a lo sensorial como, por ejemplo, en Quinn & Eimas, 1986). Habida cuenta de que no existe conciliación posible entre la visión coseriana y las posiciones innatistas, nos detendremos a analizar la opción contraria, en particular los argumentos de dos investigadoras que destacan en el campo de la adquisición de conceptos por su originalidad y honda penetración en el problema, a saber Jean Mandler y Katherine Nelson.
Mandler (1991, 1994, 2004) ha sugerido la existencia de un mecanismo de análisis perceptual a través del cual los niños preverbales (infancy) extraen, a partir de la información del medio, representaciones de carácter no intuitivo sino categorial. Este mecanismo redescribiría (al amparo de las noción de ‘redescripción representacional’ de Karmiloff-Smith, 1994) la información sensorial primaria, organizada en percepciones, de acuerdo con un patrón imaginístico (image-schemas) que sería un nuevo formato de asimilación de inputs. A partir de las coordenadas espaciales y de movimiento, el análisis perceptual (dispositivo de abstracción a partir de la imagen) sabría retener, del material ingente que arriba al sistema cognitivo, los rasgos funcionalmente útiles para configurar una psicoestructura de mayor complejidad. Estos image-schemas corresponden a nociones como animacy (condición de animado), agency (agencialidad o principio de acción) y containment (inclusión).
Mandler ha verificado que los niños preverbales no agrupan los objetos por su parecido icónico sino, contraintuitivamente, por relaciones no morfológicas (1992, 1994). Experimentalmente constató que niños de 14 meses no reunían en el mismo conjunto aves y aviones, cuyo parecido perceptual y utilitario– lleva a suponer que serían colocados en la misma clase. Ocurrió sin embargo que los niños los separaban, porque existía un principio de orden subyacente más profundo y poderoso que la semejanza perceptual: la condición animada de las aves las ponía en directa relación con perros y peces y no con vehículos (Mandler & McDonough, 1996, 1998; Mandler, 2004). Ello puede justificadamente interpretarse como prueba de la existencia de una categoría abstracta con primado intelectual por sobre los determinantes de los rasgos perceptuales. Según esta teoría, los image-schemas condicionan el comportamiento desde una instancia plenamente conceptual, esto es, desde un contenido mental independiente de los inputs sensoriales, y “proveen de un fundamento para la adquisición del lenguaje, al crear una interfaz entre los procesos continuos de percepción y la naturaleza discreta del lenguaje” (Mandler 1992: 587).14
Mandler define la noción del image-schema como configuraciones que recodifican, dentro de un vocabulario mental diferente, los percepta atesorados sucesivamente en la experiencia. El trabajo de esta transformación implica al mismo tiempo análisis y síntesis: la descomposición de las distintas instantáneas perceptuales permite la reutilización de los rasgos aislados y la construcción de una unidad mental operativa carente de precedente. Ocurre a la vez una eliminación de los detalles cognitivamente irrelevantes (desde el punto de vista del conocimiento conceptual) y la recodificación de aquellos datos preservados, ahora vertidos a un código nuevo de procesamiento. La precariedad relativa de estas unidades cognitivas (comparando con la sofisticación conceptual que el niño adquirirá más tarde, en buena medida gracias al aporte del lenguaje) es sin embargo de carácter auténticamente conceptual, dado que el contenido en juego no responde a propiedades físicas de perceptos actuales ni a las de previas imágenes almacenadas (representaciones) en la memoria de largo plazo (principio de identificación del objeto presente). En otras palabras, los image-schemas, configurados por el análisis perceptual pero sin ser ya propios de este nivel sensoperceptivo, suministran las categorías generales anticipatorias sobre las que después se montan las palabras designativas (sustantivos). Así, la propuesta es la de un nivel de representación mental intermedio entre percepción y lenguaje que facilita el proceso de adquisición de este último (Mandler, 1992).15 Las categorías mentales de este tipo “constitute the meanings that infants use to create concepts of objects, such as animate and inanimate things, and relational concepts, such as containment and support” (Mandler, 1992: 587).16
Podría objetarse que ya existen previa o simultáneamente a las categorías de Mandler otras tantas llamadas de nivel básico (perro, gato, auto – para una discusión, Mandler, 2000), de tipo objetivo, esto es: idénticas, cuando son alcanzadas, para todos los niños. Estas categorías responden, sin mediación, a las repetidas experiencias de registro de ejemplares de estas cosas cotidianas. Pero se trata en realidad de dos formas paralelas de tratar la información que arriba hasta el sistema cognitivo: categorización perceptual, moldeada en la apariencia física de los objetos, y categorización conceptual, liberada de las condiciones objetuales (sin embargo, objetiva) y encargada de las inferencias inductivas. Es aceptado que ya antes de la mitad del primer año los bebés habitan en un universo perceptivo estable (lo que significa: objetos que perduran a través del tiempo y no desaparecen al salir del cuadro perceptual – Spelke, 1985; Kellman, Gleitman & Spelke, 1987) y reconocen caras, perros, plantas o autos sin problemas. “Young infants, like lower organisms, industrial vision machinery and various connectionist programs, can form perceptual prototypes by learning to abstract the central tendencies of perceptual patterns” (Mandler, 1992: 588).17,18 Pero estas configuraciones promediales útiles al reconocimiento de los entes del medio inmediato, sin implicar la comprensión de aquello que estos entes son, no separan ninguna cualidad del array de los datos intuitivos que aporta el estímulo. Ver que un objeto tiene movimiento y concebirlo como un objeto animado es una diferencia que lleva del plano fenoménico al de una determinada esencia conceptual. De ello se sigue que la diferencia relevante se da entre reconocer un objeto específico y elaborarlo de manera desligada de las marcas perceptuales.
La teoría de Mandler no podría afectar las asunciones de Coseriu si la edad de aparición de los image-schemas no hubiera retrocedido de los 14 meses, como concluye el estudio antes citado (Mandler & McDonough, 1996) hasta casi la mitad de edad. En efecto, si así no fuera, está claro que los conceptos podrían verse ya en el niño como un resultado cognitivo debido a la verbalización, ya que la función semiótica piagetiana se encuentra instalada en el sujeto a los 14 meses. Pero sucede que se halla documentada la emergencia de conceptos con mayor precocidad que la que pretendía Piaget. La recuperación de imágenes mentales ha sido establecida hacia los 8 meses en edad promedio (Baillargeon, DeVos & Graber, 1989), lo que permite suponer que ellas se encuentran disponibles para su nueva elaboración como “condensed redescriptions” (…) “of the structure of motion (…) abstracted primarily from vision, touch, and one’s own movements” (Mandler, 1992: 590).19 En un texto ulterior, Mandler defiende que “infants also form conceptual categories at least by 7 months of age and do so un a way that largely ignores surface similarity” (Mandler, 2000: 28).20 Si los image-schemas son adquiridos antes de la maduración intelectual prevista por Piaget y atendiendo a un procesamiento informacional distinto, por un lado, de la percepción y de la manipulación sensorio-motriz, por otro, del utillaje lingüístico todavía por llegar, estos datos comprometen ya definitivamente la sostenibilidad del edificio coseriano en cuanto a la dependencia lingüística de los conceptos.
Es un considerando de importancia que los image-schemas pueden ser de distintos niveles y complejidad, sin renegar ninguno de su rol de primitivos conceptuales. Así por ejemplo Mandler sugiere, en relación con la noción de animacy (que tradujimos supra como condición animada), que es un image-schema compuesto por otros image-schemas subsidiarios, a saber los de trayectoria, comienzo del movimiento y estilo de desplazamiento. El primero indica movimiento físico de desplazamiento, el segundo la potencia para generarlo y el tercero un tipo de ritmo particular. Ninguno de estos tres motivos o características basta en sí mismo, o tomado en un par, como definición de animacy. Los dos primeros se pueden reunir acaso como el image-schema del movimiento autogenerado (self-moving), pero aún falta un rasgo no menor del movimiento de los animales (animate moving): el ‘estilo’ resultante de los mecanismos de locomoción propios de seres vivos, por así decir el swing con que se mueve el animal, con compromiso de distintas partes de su cuerpo solidariamente coordinadas, diferente del de vehículos y máquinas, en general de un tipo partes extra partes. Solo contando con los tres conceptos tenemos el image-schema de la animicidad (self-moving + animate moving= self-moving animate).
Según esta investigadora, los image-schemas “are cognitive possibility conditions or parameters to build concepts” (Mandler, 1992:595).21 Su asimilación a unas ‘condiciones de posibilidad’ puede evocar peligrosamente al sujeto transcendental kantiano e inducir la idea de que no son más que conceptos puros o vacíos de contenido, mientras que aquellos que interesan a Coseriu son de tipo empírico. Pero la expresión de Mandler, acaso una poco feliz, debe entenderse de este modo: los image-schemas poseen contenido, y contenido abstracto; son sin embargo en este nivel lo suficientemente amplios como para alojar en su seno otros más específicos. En tanto que esquemas conceptuales son conceptos, de carácter general, abstractos y objetivos, por ende interlocutores válidos para las tesis coserianas.
Fuera de la de image-schemas, existen por cierto otras designaciones para esta instancia intermedia entre la percepción y los conceptos o las divisiones propiciadas por la adquisición lingüística. Dan Slobin habla de escenas prototípicas (Slobin, 1985) y Katherine Nelson de esquemas interpretativos (Nelson, 2000). Como se dijo, se hará una presentación sucinta de la perspectiva de esta autora.
Nelson atribuye a Mandler grandes méritos, pero se aparta ligeramente de algunas de sus conclusiones (Nelson, 2000) afirmando que el fundamento de la categorización conceptual no es tanto perceptual-motor ni sigue las pautas de espacio y de movimiento, sino que resulta de asignar sentido (interpretar) la información del medio, y que por ende no son tanto las características de hechos y objetos lo que se elabora en el formato de unos primitivos conceptuales, sino las funciones prácticas que ellos adquieren en la cotidianeidad de la vida del niño (infans). En su versión, los conceptos se forjan sobre el valor funcional de los objetos y luego se extienden y alcanzan la forma de los mismos (“form follows function” – “la forma sigue a la función”, como afirma resueltamente en Nelson 2000: 50). Ello significa que la base para la conceptualización estaría en las relaciones entre objetos y hechos, en la pragmática de las acciones efectivas y en las regularidades dadas por rutinas habituales, más que en las características intrínsecas aislables a partir de los distintos entes percibidos (mecanismo de análisis perceptual de Mandler).
Siguiendo a Nelson, durante la infancia temprana se daría un progreso desde [1] las categorías de rango perceptual, ancladas al registro efectivo de los estímulos del medio, hacia [2] otras categorías globales (que son abstractivas y conformadoras de grandes trazados transversales a los distintos objetos), luego hacia [3] una categorización más fina que coincidiría con los conceptos del llamado nivel básico (correspondiente a los objetos macroscópicos de la vida diaria) y finalmente [4] hasta categorías súper y supraordinales (mamífero, utensilio, vestimenta para las primeras; perro pastor alemán, tijera escolar, pantalones Oxford para las segundas). Entre el tercero y cuarto de estos eslabones mediaría el lenguaje, capaz de brindar las formas necesarias para refinar aquel primer conocimiento de tipo global. Cuando el lenguaje se haga allí presente para el niño, este estará forzado a reordenar de nuevo el mundo de acuerdo con la cartografía que su lengua materna ponga a su disposición. Esto calza perfectamente con las ideas coserianas, dado que esta cartografía será también, en su sistema, lo que imponga sobre los objetos un orden determinado. Pero ya había antes de esta clasificación entidades mentales de estatuto conceptual, y por lo tanto cualquier división que se deba a la lengua está montada sobre una anterior, más básica, con entero derecho de llamarse conceptual. Por otra parte, esta lengua materna no puede exigir del niño ir a repelo de las constricciones perceptuales básicas. Así pues, el lenguaje no da nacimiento al mundo del conocimiento (dejando a un costado el plano del conocimiento práctico), sino que opera posibilitando un grado superior de sofisticación. De acuerdo con Nelson, logrados por el niño los conceptos de nivel básico (perro, auto, etc.), a vuelta de su encuentro con las palabras se generan conceptos de clases más amplias y más inclusivas, a la vez que otras clases incluidas en las del primer nivel.
¿Cómo podría ocurrir que las categorías verbales se impusieran sobre un suelo ausente de organización, o limitado a la vivencia sensorial, y que pudieran solamente vincular un registro presente con otro anterior (que la memoria hubiera atesorado y que correspondiera, grosso modo, miméticamente, con su imagen)? La palabra necesita un soporte de contenido que la justifique como signo (intencionalidad de Husserl y Brentano). A la vez, los recortes del mundo practicados por la lengua no pueden romper con sesgo caprichoso la estructura de recortes anteriores, dado que, de separarse exageradamente del trazado originario, el ofrecido por la biología más ancestral al niño y a la especie, habría un colapso cognitivo en el paso de una estructura a otra y quedaría por explicarse de qué modo el niño entiende cómo o para qué usan los adultos las palabras tal y como lo hacen. ¿Para qué decir ‘perro’, si no para referirse al animal que ladra y duerme al pie de cama? Hay intención del niño para nombrar eso: su mascota, y para hablar sobre él o compartir sobre él algunos comentarios con sus interlocutores inmediatos. Es obligado suponer un orden compartido y funcional del mundo para hallar alguna utilidad en dirigirse al otro, en demandarle algún objeto o compartir con él cierta experiencia subjetivamente relevante. Desde hace tiempo se utilizan las categorías de protoimperativos y protodeclarativos para denominar las expresiones comunicativas preverbales de tipo gestual en los niños pequeños (Bates, 1976). Estos dos formas de expresión temprana cumplen las funciones respectivamente apelativa y declarativas (ya distinguidas como signos begehrend/mitteilend, comunicativos y apelativos, por Martinak, [1901], más tarde integrados a las tres funciones básicas de Bühler [1931]: representativa, apelativa, expresiva). Esta comunicación prelingüística, de comprobada eficacia (con las limitaciones comprensibles), no tendría lugar sin una base de categorías delimitadas y comunes entre el niño y los adultos, asentadas sobre y generadas por el uso y las rutinas cotidianas. Allí adviene el lenguaje a mejorar la primera urbanización de relaciones y designaciones.
El lenguaje permite el aprendizaje de categorías supraordenadas y subordinadas, categorías más finas de abordaje del fenómeno, pero las básicas ya están actuando sobre el desarrollo de la cognición desde antes y para ofrecer al nombre un asidero sobre el cual montarse. Las nuevas categorías supra- y subordinadas derivan indirectamente del nivel categorial de nivel básico y directamente de la aparición de los signos lingüísticos.22
3. FILOSOFÍA Y PSICOLOGÍA DEL LENGUAJE
En su discurso de investidura como Doctor Honoris Causa por la Universidad de Granada, el onceno de su carrera académica, Coseriu desgrana una serie de principios metodológicos, epistemológicos y éticos que unifican toda su múltiple actividad intelectual: principios de la objetividad científica, del humanismo o saber originario del hablante, de la tradición, del antidogmatismo y de la responsabilidad social (Coseriu, 1993). El segundo y el tercero son recíprocamente complementarios y atañen a las dimensiones subjetiva y objetiva del conocimiento del lenguaje que, de un lado, ya tiene el sujeto, de otro, se atesora en el legado cultural (Meisterfeld, 2003). El quinto y último principio moraliza la labor no sólo del lingüista, sino la del profesional del campo del saber. El primero y el cuarto nos interesan especialmente, ya que permiten entender cuál era la actitud coseriana con respecto a su propio edificio teórico: tolerancia hacia la crítica cuando sea pertinente. El antidogmatismo mencionado compromete a aceptar la parcialidad de toda teoría, la posibilidad de que el propio saber deba lidiar con otros. “Se trata de considerar (…) todas las teorías y concepciones y establecer los alcances y límites de cada una de ellas: lo que cada una puede y no puede dar” (Coseriu, 1993:32).
Con este aval, el investigador coseriano que adhiere por formación o por libre elección a las doctrinas del maestro debería mostrarse abierto a revisar ciertas cuestiones (en realidad a revisarlas todas, como norma general de sano compromiso con la verdad en cualquiera de sus definiciones). El respeto por la actividad científica debe prevalecer sobre los resultados de los desarrollos puramente teóricos, aunque el sostenimiento de esta jerarquía imponga desechar como imposible algo pensado, y poderosamente articulado, pero al cabo insostenible frente a la evidencia nueva.
El lenguaje es visto por Coseriu como un territorio articulado con cierta coherencia interna (una posible, en este caso la de las oposiciones semánticas excluyentes), y el pensamiento humano saca de ello un beneficio tal que sería él mismo una cosecha de las formas que el lenguaje imprime sobre contenidos perceptuales previos. En sus palabras: “Die Sprache als solche ist sicherlich eine Form des Denkens. Das Denken ist jedoch nicht vollkommen auf die Sprache reduzierbar, denn es gibt auch ein vorsprachliches und ein nachsprachliches Denken” (Coseriu, 2015: 195).23 La cooperación entre lenguaje y pensamiento es constant y dialéctica, pero uno y otro no pueden identificarse. Su maridaje está sujeto a ciertos avatares que Coseriu explicita (inédito, 1991, 6.5.5):
En el establecimiento del seminario semestral de verano de 1991 Sprache und Weltbild se incluye, en el apartado 6.5.5, el siguiente cuadro, de utilidad para observar las divisiones.
Como se ve, el pensamiento intuitivo comprende no solo las representaciones mentales de cuño perceptual puro, sino también las mediadas por la aparición del lenguaje. La línea de corte vertical señala allí la inexistencia/existencia de cosas (Sachen). La segunda línea vertical separa luego el reconocimiento de las cosas (designación) de la evaluación y constante reevaluación de la coherencia interna de la primera nomenclatura debida a las lenguas particulares.
Sin embargo, todo el problema está en la primera línea de corte, porque el pensamiento intuitivo preverbal no puede asumirse como una mera reacción comportamental, asistida por representaciones, a la exigencia del medio. Y el primer pensamiento, desde la perspectiva ontogenética, tanto como el comportamiento asociado (hecha la salvedad de que para Coseriu pueden identificarse como una y la misma cosa) no es solamente de intuiciones sino también conceptual.25
La investigación psicológica parece haber acumulado material suficiente para defender la existencia de entidades mentales de orden conceptual antes de la aparición del lenguaje, resultado que conmueve el edificio filosófico que Coseriu sostuvo desde su época uruguaya. De suerte que, en definitiva, la cuestión de si la capacidad de abstracción está ligada necesariamente al lenguaje de una manera fundacional o no (la pregunta acerca de si no hay en el sujeto humano, previo a la emergencia del lenguaje, una capacidad para coherentizar el mundo inmediato y conceptualizarlo que pueda prescindir de la semantización por el signo lingüístico), debe responderse en forma negativa.
Asimismo parece difícil sostener, a la luz de la investigación en adquisición del lenguaje, que este sea como tal una estructura semánticamente organizada y definida por oposiciones (de tipo saussureano) desde el mismo nacimiento. La lengua no comienza siendo un armazón semántico, sino como palabras que, lejos de repartirse un territorio colectivo (lo significable) en distritos o jurisdicciones de compuestos significante-significado, sirven a la intención de referirse a cosas inmediatas. ‘Mamá’ no se opone semánticamente a ‘papá’ desde el inicio, ni ‘día’ se opone a ‘noche’ en el primer momento, sin ir más lejos porque la incorporación al léxico de estos pares de opuestos acaso tenga lugar en tiempos diferidos (y solo más tarde se acomoden como par). Estas palabras deben mayormente entenderse como el medio para apelar, indicar, conectarse con el otro en referencia al mundo y a los otros mismos.
Si a ello se suma que los signos del niño en general parecen surgir, como protodeclarativos y protoimperativos gestuales, para designar objetos particulares de la realidad inmediata del niño, no como rótulos de alcance general, resulta por consiguiente que inicio de la vida conceptual del sujeto no se halla ni el signo lingüístico ni ningún signo proferido, y el orden signo concepto deberá invertirse.
Todo esto incomoda, por cierto, la teoría coseriana del lenguaje en su aspecto más filosófico. Si el lenguaje no media en la relación sujeto humano-entorno como el administrador primario del medio inmediato, y al mismo tiempo distorsionador que nos pondría a distancia irreductible de lo real experiencial (juzgando desde el interés del pensamiento y la verdad), su sitio debe ir a buscarse entre el elenco de las formas semióticas en su conjunto, y su función debe entenderse al lado de los desarrollos y necesidades sociocognitivas de más vasto espectro. En cualquier caso, parece claro que hay un terreno práctico-vivencial de conocimiento del mundo que condiciona y limita nuestra comprensión del mundo desde un estrato más elemental que el del lenguaje y las lenguas particulares. Hay un orden perceptual previo que condiciona lo que podamos pensar, por vía de características funcionales del objeto o a través de su inserción funcional- significativa en hábitos y rutinas cotidianas del niño prelingüístico (las dos alternativas desplegadas en la sección 2). Ello no implica, bien lo vio Coseriu, que después el pensamiento estrictamente racional no acabe por fallar en contra de las intuiciones perceptivas. Tan solo supone que las rectificaciones posteriores sobre la interpretación primera de los datos sensoriales y la vivencia biológica (enseguida también cultural) responde a la plataforma cognitiva que el lenguaje debe ya presuponer. Esta permite la maduración de las categorías que luego pueden reevaluar lo conceptuado en la primera instancia. Así, las coordenadas de lo incondicionado (en términos filosóficos), aún en su aparente libertad extrema, operan dentro de las categorías de la entidad que han sido generadas entre los intercambios de la acción efectiva y su correspondiente interpretación funcional. Sin la categoría de objeto cabe señalar que incluso las ciencias formales se verían imposibilitadas de plantear el cálculo más simple, porque aun cuando sus objetos sean formales, son unidades permanentes que se deben, como mínimo, a la percepción o la intuición de la entidad y a la continuidad en el espacio y en el tiempo, conceptos los tres surgidos de los hábitos vitales comportamentales más tempranos.
En efecto, la semántica folk (según una etiqueta de la literatura anglosajona) se va ajustando paulatinamente al mundo real y convirtiéndose, por arte del conocimiento más complejo de la razón reflexiva, en la cartografía de significaciones que asumimos nombran, de manera óptima, lo que hay. Así, la ballena dejará de ser un pez, para ser un mamífero, porque que la apariencia ictimórfica y el hábitat marino importarán menos, según el dictamen de la comunidad de expertos, que otros rasgos que la integran, en un mismo grupo, junto al toro y al caballo. La comunidad científica lo ha determinado, y a los padres y educadores toca corregir la clasificación espontánea, por analogía, del niño. Las categorías de la ciencia no tienen prurito en desarticular el precedente lingüístico.
Es apropiado en este punto poner de relieve y de la forma más explícita tanto los yerros como los aciertos de Coseriu. Si su adhesión hegeliana lo lleva hasta la ecuación nombre= concepto, lo salva también de la trampa asimiladora lengua(s)=realidad(es): al distinguir la facultad lingüística universal del perfil cultural idiomático (Sapir-Whorf) con que una lengua particular puede perfilar en sus hablantes, conforme sus rasgos, la inteligencia del mundo inmediato y luego del mediato, la unicidad del mundo subsiste como suelo para toda expresión verbal y para toda operación lógica practicada con su excusa. En favor de Coseriu cabe también indicar que su visión recupera un costado del lenguaje soslayado por distintas propuestas contemporáneas que, con aires de revolución, ya para concentrarse en el lenguaje, ya para usarlo como una herramienta heurística todo terreno, procedían indiscutiblemente por reduccionismo (piénsese en el sintactismo de cuño chomskiano o en el estructuralismo de acento francés, donde la matriz lingüística de todo evento cultural, según se pretendió, no rebasaba el nivel de una fonología de oposiciones con dudoso grado de rigor –Rodríguez, 2011). Frente al puro afán naturalista de estas líneas de investigación, la visión de Coseriu, más amplia, encuentra espacio para la tradición humanista, de la que recoge añejos frutos reverdecidos por su mano. Este retorno del humanismo al seno de los estudios relativos al lenguaje lo reubica como un corpus de conocimientos que el hablante, por su condición de tal, sabe ya de antemano, de arte que a la lingüística no toca otro quehacer que el notariar lo que el hombre común hace con las palabras. El precio de este retorno es que, por el contraste con la lingüística naturalista, Coseriu sin embargo pase por un académico de escasa originalidad.
Infinitamente más fácil es, por supuesto, construir modelos arbitrarios y decir las cosas como no son, o como son sólo parcialmente, ocasionalmente, en una perspectiva determinada o desde n punto de vista particular. Ello, además, suele ser garantía de éxito inmediato, ya que, entre los legos y los ingenuos, los planteos antojadizos y las interpretaciones torcidas se toman a menudo por “originalidad“ , mientras que quien trata de decir las cosas como son corre el riesgo de resultar poco original, pues da la impresión de que dice solo lo que todos saben (Coseriu, 1993:27-28)
En este trabajo hemos querido ganar a Coseriu como interlocutor para la psicología del lenguaje. No puede sino lamentarse que hasta una fecha presente no hayan sido justamente valoradas su teorización y erudición en tan distintos territorios. Nos hemos concentrado sobre un tópico concreto de su vasta producción, pero resta entablar un diálogo que abarque simultáneamente otras de sus aportaciones. Si su filosofía del lenguaje se resiente, por cierto de una manera medular, con los avances de la investigación empírica en psicología, queda por realizar un examen más detallado de aquellos aspectos que han sobrevivido y que aún conservan fuerza para nutrir tanto a la lingüística como a otras disciplinas tangentes o transversales.
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Notas
Notas de autor