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PUEBLOS MIXTOS Y “DE ESPAÑOLES” AL SUR DEL ORINOCO: LA PARTICIPACIÓN DE LOS ZAMBOS, MULATOS, CIMARRONES Y OTRAS GENTES DE COLOR EN EL POBLAMIENTO Y CONTROL TERRITORIAL DE LA GUAYANA ESPAÑOLA. SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XVIII
MIXED PEOPLES AND “DE ESPAÑOLES” SOUTH OF ORINOCO: THE PARTICIPATION OF THE ZAMBOS, MULATOS, CIMARRONES AND OTHER COLOR PEOPLE IN THE POPULATION AND TERRITORIAL CONTROL OF THE SPANISH GUAYANA. SECOND HALF OF THE 18TH CENTURY
PUEBLOS MIXTOS Y “DE ESPAÑOLES” AL SUR DEL ORINOCO: LA PARTICIPACIÓN DE LOS ZAMBOS, MULATOS, CIMARRONES Y OTRAS GENTES DE COLOR EN EL POBLAMIENTO Y CONTROL TERRITORIAL DE LA GUAYANA ESPAÑOLA. SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XVIII
Boletín Antropológico, vol. 36, núm. 95, pp. 165-192, 2018
Universidad de los Andes
Recepción: 15/10/17
Aprobación: 18/01/18
Resumen: Este artículo presenta los resultados de una investigación que hace referencia a la participación de afrodescendientes en la fundación de pueblos mixtos y “de españoles”, en el Orinoco medio, como una estrategia de poblamiento y control territorial iniciada por los misioneros y autoridades coloniales durante la segunda mitad del siglo XVIII en la Guayana española. Se muestra la formación de comunidades que han persistido hasta el presente y que por las condiciones de su fundación y por el carácter heterogéneo de sus primeros habitantes no forman parte del imaginario de lo afrovenezolano.
Palabras clave: Guayana, Orinoco, Zambo, Mulatos, Cimarrones.
Abstract: This article presents the results of an investigation that refers to the participation of Afro-descendants in the founding of mixed peoples and “of Spaniards”, in the middle Orinoco, as a strategy of settlement and territorial control initiated by the missionaries and colonial authorities during the second half of the eighteenth century in Spanish Guiana. It shows the formation of communities that have persisted until the present and that by the conditions of its foundation and by the heterogeneous character of its first inhabitants are not part of the Afro-Venezuelan imaginary.
Keywords: Guiana, Orinoco, Zambo, Mulatos, Cimarrones.
1. INTRODUCCIÓN
Este artículo se propone un acercamiento inicial a una interrogante sobre la presencia de africanos y sus descendientes en la fundación del pueblos mixtoas y “de españoles”1 del sur del Orinoco durante el período colonial (Estraño, 2014). A pesar de que las fuentes históricas muestran la región como un refugio para los cimarrones de la colonia holandesa del Esequibo y Demerara, especialmente durante el siglo XVIII (Harris y Villiers, 1911), las referencias sobre fugitivos asentados al sur del Orinoco son casi inexistentes y sólo se reducen a San Luis de Guaraguaraico (Humboldt, 1985 [1814]) y San Luis de Erevato (Gómez, 1967). Por ello hemos querido “rastrear” a los cimarrones y en general a los africanos y sus descendientes en la documentación bibliográfica de la época, encontrando la presencia de fundaciones realizadas a partir de los años 50 del siglo XVIII, de acuerdo con un plan de poblamiento y control territorial que comenzó a implementarse durante la Expedición de Límites al Orinoco y luego fue defendido y desarrollado por Manuel Centurión, gobernador de la entonces provincia de Guayana entre 1766 y 1776. Como primera aproximación metodológica fueron consultadas fuentes secundarias, principalmente compilaciones de documentos originales hechas por historiadores de la región de Guayana, por lo que se hace necesaria una segunda etapa para consultar archivos y así profundizar en el tema.
2.INDAGANDO LOS ESPACIOS FRONTERIZOS ENTRE POLÍTICAS E IMAGINARIOS SOBRE LA NACIONALIDAD VENEZOLANA
Durante la segunda mitad del siglo XVIII la Corona española implementó estrategias de expansión y control territorial en sus colonias de ultramar, enmarcadas en un reformismo de frontera que a nivel continental se orientó hacia la ocupación de los espacios marginales de las sociedades coloniales para lograr el control del comercio americano, hasta entonces dominado por otras potencias extranjeras (Lucena, 1996). Estas acciones edificaron las bases para la regionalidad americana del siglo XIX y provocaron el surgimiento de identidades y alteridades colocadas en un marco de relaciones de poder, donde las élites coloniales y republicanas jugaron un rol determinante en la construcción de los imaginarios nacionales (Anderson, 1993), pero también los mecanismos de resistencia y las agendas propias de los grupos subalternos marcaron importantes movimientos en la configuración de lo que después se conformaría como las naciones americanas.
En Venezuela, como en Latinoamérica, el referido avance hacia las fronteras estuvo acompañado por políticas de mestizaje hacia los segmentos subordinados de la sociedad, principalmente indígenas, africanos y sus descendientes. La continuación de dichas políticas durante los siglos XIX y XX, dio lugar al desarrollo de la ideología del mestizaje (Klor de Alva, 1995; Pérez y Perozo, 2003) a partir de la cual las historias e historicidades de los diferentes grupos humanos, así como la diversidad cultural que resultó del proceso colonial, quedaron invisibilizadas bajo la idea de una nación mestiza. Más aún, el aparato conceptual del mestizaje se instaló como un velo sobre lo que llamaríamos los proyectos civilizatorios subalternos, para referirnos a la creación o transformación de identidades y alteridades, vínculos de parentesco, redes sociales y reglas de convivencia que tienen una vinculación intrínseca con la creación de territorialidades y con la subversión de los modos de existencia impuestos, todo ello como respuesta insurgente a ese gran proyecto oficial llevado a cabo por las élites coloniales y republicanas, en este caso en el territorio venezolano. El ejemplo más claro de cómo tales proyectos subalternos han sido ejecutados desde la época colonial lo muestran las fundaciones en las que participaron negros, zambos, mulatos y mestizos, en condiciones jurídicas variables, es decir, como esclavizados, negros libres, libertos, cimarrones o gente de color. Al respecto, los trabajos de Acosta Saignes (1984), Brito Figueroa (1993)2 y Ramos Guédez (2001), han evidenciado cómo durante todo el período colonial los africanos y sus descendientes en muchos casos fueron involucrados, pero en otros actuaron como protagonistas en el proceso de poblamiento venezolano, principalmente en la región centro-norte del país y en los llanos.
Para Ramos Guédez (2001) aquellos núcleos humanos tuvieron sus antecedentes en: 1) las capellanías de negros, es decir comunidades de esclavizados y otras gentes de color que se agrupaban en los alrededores de las haciendas de cacao y que estaban a cargo de un capellán que se encargaba de adoctrinarlos. A esta categoría podríamos sumar los asentamientos que surgieron como consecuencia de la importación de esclavizados para otras actividades extractivas, el cultivo de otros productos como el café y el azúcar, y la ganadería, también mencionados por el autor; 2) los cumbes o palenques que se formaron en los alrededores de los asentamientos coloniales; 3) los pueblos fundados por negros y mulatos libres; y 4) un cuarto tipo de poblamiento, ordenado por las autoridades en 1702 para reducir en poblados a los indios, españoles, negros y mulatos libres que vivían dispersos y sin control de las autoridades.
Las fundaciones descritas por Ramos Guédez entrañaron procesos de apropiación territorial, resignificación de patrones impuestos, creación de formas culturales y construcción de identidades, que incluso para la primera categoría generaron dinámicas socio-culturales ajenas al proyecto civilizatorio de las autoridades coloniales. Tales proyectos subalternos se han mantenido en un proceso de creación y re-creación continua, incluso hasta el presente. Así lo demuestran las investigaciones históricas y antropológicas que se han realizado en torno al tema y que han contribuido también al desarrollo de un imaginario sobre lo afrovenezolano, cuyas bases conceptuales pueden encontrarse, por ejemplo, en los trabajos de Jesús “Chucho” García (2005).
Hasta ahora la mayoría de las investigaciones, así como la representación política sobre la afrovenezolanidad (García, 2005), se han ubicado en el paradigma afrocentrista (Toasijé, 2014), a partir del cual se ha resaltado la ancestralidad africana de los descendientes de esclavizados en Venezuela, dejando de lado la redes de relaciones que han entrañado la transformación de matrices culturales originarias a partir del encuentro de múltiples intersubjetividades, que desde el período colonial hasta el presente se han formado entre los afrodescendientes y otros sectores de la sociedad. No obstante, desde principios del siglo XXI algunos investigadores hemos comenzado a explorar las tramas culturales, así como las relaciones políticas creadas entre afrodescendientes e indígenas (Tiapa, s.f.; Estraño y Pérez, s.f.; Pérez, 2000; Pérez y Perozo, 2003; Ruette, 2011; Pérez y Estraño, 2013), formulando las primeras indagaciones acerca de esos modos de existencia subalternos que se ocultan detrás de los imaginarios, de las categorías nominales y de las representaciones creadas desde los diferentes lugares del poder.
Al respecto, en su texto Ramos Guédez solamente desarrolló las tres primeras formas de poblamiento, dejando pendiente la exploración del cuarto tipo de fundaciones, que a diferencia de las anteriores no necesariamente se mantuvieron en las cercanías de las regiones donde se concentraron las principales actividades económicas del período colonial. Por el carácter aparentemente más heterogéneo de sus primeros habitantes, dichas fundaciones se enmarcaron en las referidas políticas de mestizaje, lo cual podría explicar que no hayan sido incluidas en el imaginario de lo afrovenezolano. De hecho, bien podrían categorizarse dentro de las llamadas sociedades criollas, un tipo de fundación creado a partir de la confluencia de individualidades y grupos subalternos, que configura un interesante espacio para el estudio del surgimiento de sociedades e identidades fronterizas cuya aparición ocurrió en el oriente de Venezuela, los llanos y al sur del Orinoco, donde la estructura de la sociedad colonial colindaba con otras estructuras ajenas a su control (Tiapa, s.f.). Tal es el caso de las fundaciones promovidas por las autoridades españolas en la Guayana española, a mediados del siglo XVIII, cuyo desarrollo exploraremos a continuación.
3. LOS PUEBLOS MIXTOS Y “DE ESPAÑOLES” AL SUR DEL ORINOCO.
Desde los inicios de la conquista española en el siglo XVI hasta mediados del siglo XVIII, el modelo de exploración, conquista y colonización centrado en las tierras costeras e insulares de las llamadas Indias Occidentales, implementado por la corona española, marcó un casi total abandono de las zonas interiores del actual territorio venezolano, particularmente del extenso territorio ubicado al sur del Orinoco. Las difíciles características geográficas y ambientales, por un lado, y la férrea resistencia de los caribes, en alianza con los holandeses (Whitehead, 1988; Civrieux, 1976), por el otro, mantuvieron a la región guayanesa libre de asentamientos españoles y durante más de doscientos años el único centro poblado que existió fue la “ciudad” de Santo Tomé, un pequeño pueblo fundado inicialmente en las riberas del Orinoco, cerca de su confluencia con el Caroní (Perera, 2006).
Esta dificultad de los españoles para conquistar de hecho la inmensa provincia de Guayana creó las condiciones para que otras potencias europeas, Inglaterra, Francia y Holanda, tomaran progresivamente los territorios de la zona costera oriental que actualmente forman las Guayanas Inglesa, Francesa y Surinam. Entre los siglos XVI y XVIII los holandeses instalaron factorías en el río Esequibo y formaron vínculos comerciales con los indígenas de la región, principalmente kari ̀ñas, o caribes de acuerdo con la denominación de la época (Civrieux, 1976), y gracias a ellas garantizaron el acceso y relativo control de las vías fluviales y comerciales de los ríos Ventuari, Caura, Paragua y Caroní. Durante los siglos XVI y XVII la Corona española no dio especial importancia a estos avances y los gobernadores de la provincia, así como los misioneros de las órdenes religiosas asignadas a la región, enfrentaron muchos problemas en sus intentos por controlar y reducir a los indígenas en pueblos de misión, principalmente por la carencia de apoyo militar y de recursos para enfrentar los continuos ataques caribe-holandeses.
A pesar del relativo desinterés de las autoridades, tras casi dos siglos de intentos fallidos, en los años 20 del siglo XVIII los representantes de las tres órdenes religiosas con mayor trayectoria en la exploración del Orinoco, los franciscanos observantes, los jesuitas y los capuchinos catalanes, habían acumulado suficiente experiencia y conocimientos de la región como para proponer y aplicar sus propias estrategias de avance. Estas intenciones confluyeron en una concordia promovida en 1734 por el entonces gobernador de la Provincia de la Nueva Andalucía, Carlos Sucre (1731-1740), a partir de la cual las tres órdenes se dividieron el territorio guayanés (Gómez, 1967). El propósito del acuerdo fue generar acciones en conjunto de las fuerzas religiosas y las militares, para doblegar la resistencia caribe y controlar las rutas fluviales del Orinoco y sus afluentes, que formaban las principales vías para el comercio caribe-holandés (Gómez, 1967; Perera, 2006).
Tras la concordia, los 20 años que siguieron presenciaron el avance progresivo de los jesuitas en el alto Orinoco y de los capuchinos catalanes en el eje Paragua-Esequibo, que implementaron la reducción misional de poblaciones no caribes, a través de incursiones que en el caso de los capuchinos estuvieron acompañadas de milicias (Civrieux, 1976).
Mientras tanto los observantes también prepararon un grupo armado con negros, mulatos y mestizos de los Valles de Aragua, donde fundaron dos pueblos, llamados villa de San Bautista de Aragua, hoy Aragua de Barcelona, en 1734, y El Pao en 1744. El objetivo de los observantes era reforzar la defensa de sus poblados y avanzar hacia el Orinoco (Gómez, 1967). Ya para ese entonces la visión de los jesuitas y franciscanos, compartida por Sucre, coincidía en la necesidad de reforzar las misiones con pueblos de españoles, los cuales además de ayudar a “civilizar” y transmitir hábitos cristianos a los indígenas, asegurarían el control y defensa del Orinoco (Román, 1970). Siguiendo esta línea los misioneros franciscanos propusieron formar un triángulo de poblaciones españolas entre Mamo, El Pao y el Caura (Ojer, 1966). Al mismo tiempo, ya desde los años 20 los jesuitas habían sugerido la estrategia de atraer negros, mulatos y pardos como habitantes, especialmente a la región del Caura (Román, 1977). Mientras tanto el siglo XVIII trajo consigo importantes movimientos en la península. En el marco de las Reformas Borbónicas, las autoridades españolas implementaron un conjunto de medidas políticas y económicas que tuvieron una clara repercusión en las colonias ultramarinas. Entre los propósitos fundamentales de las reformas estuvieron aumentar los controles de las colonias, buscando erradicar el contrabando y posicionarse en los territorios marginales, para generar nuevos y mayores ingresos (Lucena, 1996; 1993). Para lograr tales objetivos era fundamental el conocimiento territorial y la fundación de pueblos de españoles que estuvieran bajo el control de agentes de la corona y no de la iglesia católica, un propósito que dio paso a una serie de expediciones al continente americano, dentro de las cuales tuvo particular impacto para la región guayanesa la Expedición de Límites al Orinoco (1754-1761).
En 1754 los agentes de la expedición llegaron a la región con el plan de fijar límites con la Guayana portuguesa, tomar medidas para frenar el avance de las potencias vecinas, especialmente los holandeses, así como realizar exploraciones y fundaciones orientadas a restar el poder de los misioneros sobre la región. Para lograr los dos últimos propósitos, los agentes de la expedición, dirigidos por el capitán José de Iturriaga, tenían la tarea de fundar pueblos de españoles que estuvieran bajo la administración de agentes militares, pero además, debían dar la libertad a los cimarrones del Esequibo para ganarlos a la tarea del poblamiento y defensa territorial de la región (Ramos, 2016 [1946]).
3.1. Fundaciones en el alto Orinoco
Entre 1758 y 1760 José de Iturriaga ordenó la fundación de varios pueblos: en el alto Orinoco en 1758 San Fernando de Atabapo, San José de Maipures y Santa Bárbara. Un año después, en la misma región fueron fundados San Carlos de Río Negro y San Felipe, así como el fuerte de Buena Guardia de Casiquiare. También en 1759 Iturriaga fundó Ciudad Real y Real Corona, en el Orinoco medio (Lucena, 1998; Perera, 2006; Del Rey, 2007).
A pesar de su intención inicial de mantener a los indígenas aislados de otros pobladores, las dificultades para atraer y mantener habitantes de otras regiones hicieron que aquellos “pueblos de españoles” terminaran siendo ocupados principalmente por indígenas de la región, pero también por personas de “sangre mezclada”, quienes fueron considerados vasallos de la corona y por lo tanto, “españoles”. Pero en realidad aquellos pobladores fueron individuos y grupos provenientes de otras provincias y de orígenes diferentes: indígenas guaiqueríes de Margarita, pardos, mulatos, mestizos provenientes de las provincias de Caracas y los Llanos, reos a los que se otorgaba la libertad y fugitivos del Esequibo a quienes también se les concedió la libertad, con la condición de convertirse a la fe católica, y por supuesto, jurar defender los intereses del Rey de España (Lucena, 1998).
Entre los registros sobre los habitantes de aquellos “pueblos de españoles”, encontramos por ejemplo, el siguiente comentario del Padre Felipe Salvador Gilij:
[Ciudad Real] es una de las poblaciones del Orinoco... sus habitantes son todos españoles, en el sentido en que llevan este honroso nombre en América no solo los blancos sino los mestizos, los mulatos y los negros mismos que hablan en español.(Gilij, 1987 [1768]: 73)
Posteriormente, como lo veremos en las siguientes páginas, la misma estrategia de los agentes de la Expedición se replicaría en las acciones de los gobernadores de la Provincia de Guayana. Por ello, a pesar de la ausencia de censos que discriminen la condición étnica de los pobladores, la información que arrojan los padrones de Ciudad Real y Real Corona, así como las menciones esporádicas de agentes de la corona y exploradores (Humboldt, 1985 [1814]; Lucena, 1998), permiten inferir que la mayoría de la población no indígena que hizo vida en los pueblos fundados en el sur del Orinoco fue de origen africano2, una característica que sin embargo desapareció en el trato que se les dio en la correspondencia de la época, como lo muestra, por ejemplo, el siguiente fragmento de Fr. Julián de Arriaga, en una carta dirigida al Gobernador de la Provincia de Guayana, Don Manuel Centurión, en 1773:
Por dos cartas de V.S. de 15 de febrero último, y documentos que incluyen, queda enterado el Rey de los progresos, y aumento de 43 pueblos de españoles, e indios establecidos en esa comandancia desde el año de 66 con el número de habitantes, sementeras y cabezas de ganado mayor...(Arriaga en González, 1984: 184)
La Expedición de Límites al Orinoco culminó oficialmente en 1761. En los años siguientes la mayoría de los pueblos fundados en el alto Orinoco fueron abandonados y después refundados y poblados por indígenas, mientras que los del Orinoco medio se mantuvieron y hoy en día permanecen: Ciudad Real es hoy en día San Pedro de las Bonitas, y Real Corona, fundada en la antigua misión franciscana de Moitaco, hoy en día también persiste (Ramos, 2016 [1946]). Pero además la expedición dejó una impronta en el proyecto colonizador del territorio guayanés. La exploración de recursos naturales permitió delinear importantes objetivos en cuanto a la apertura de líneas de exploración, explotación y comercialización de productos como la canela, la quina y los cacahuales silvestres del alto Orinoco y el Paraguamuxi. Asimismo, surgió el interés por los recursos madereros y se reiniciaron las exploraciones de oro y plata en la región del Caroní, ya probadas en los gobiernos de Sucre (1731-1740) y Espinosa (1740-1745). No obstante, para alcanzar este desarrollo económico era necesario lograr el control territorial y por ello parte de las recomendaciones emanadas de la expedición fueron la creación de un sistema de comunicaciones fluviales y terrestres, asegurado por una red de pueblos y puestos fortificados (Ojer, 1966).
En 1766 Manuel Centurión fue designado como gobernador de provincia, siendo una de sus principales tareas seguir los planes de control territorial y desarrollo económico de Guayana (Gonzalez, 1984). Como parte del plan, el nuevo gobernador debía continuar la política de poblamiento español. Al igual que Iturriaga, aquél militar era un fiel seguidor de la visión regalista, según la cual era necesario disminuir el control de la iglesia sobre la gente, las tierras y los recursos de las colonias. Pero Centurión además defendía la fundación de pueblos mixtos, formados por indígenas y españoles, ya que para el gobernador era necesario promover el mestizaje y la progresiva “integración” de los indígenas al “mundo civilizado” y por ello durante su administración, también promovió la fundación de pueblos mixtos y de “españoles” (Centurión, 1893 [1778]; Ojer, 1966).
La misión pobladora de Centurión implicaba crear las condiciones para que Guayana se abriera al comercio regional e internacional. De acuerdo con su visión, el control del Orinoco y sus afluentes permitiría abrir las vías para garantizar la comunicación comercial a través de Guayana entre las provincias de Barinas, los Llanos y el interior de Venezuela con las costas de Cartagena, Maracaibo, Santa Marta y Cumaná (Centurión, 1893 [1778]). Siguiendo este objetivo propuso un plan que incluía la creación de un camino de tierra que conectara el alto Orinoco con el Caura y llegara hasta la Angostura, capital de provincia. En 1776 envió una comisión comandada por Antonio Santos de la Puente a recorrer los ríos Caura y Erevato, atravesar la sierra Maigualida, bajar por el Manapiare al Ventuari y por tierra llegar al sitio de La Esmeralda. Esta era la ruta que quería abrir Centurión para evitar el recorrido fluvial entre la boca de navíos, ubicada en el delta del Orinoco, hasta San Carlos de río Negro, que duraba al menos dos meses y medio (Solano, 1984). El control de este camino sería asegurado a través de fuertes y pueblos ubicados en lugares estratégicos. Siguiendo esta estrategia el primer pueblo fundado fue La Esmeralda, al pie del cerro Duida en la confluencia del Casiquiare con el Orinoco, en lo alto del gran río.
Las exploraciones de los agentes de la expedición de límites hacia el alto Orinoco comenzaron en 1758, cuando Francisco de Bobadilla fue encargado de comprobar la existencia de cacao, hacer contacto con los yekuanas (primeros informantes sobre aquellos árboles en la región), y elegir el lugar más apropiado para la instalación de un puesto o fuerte en el río Casiquiare (Arellano, 1982). Posteriormente Apolinar Diez de la Fuente realizó una segunda incursión en 1760, a partir de la cual propuso la fundación de una ciudad en un sitio que se llamaría Esmeralda, por creer que las rocas que formaban el cerro Duida eran de esta piedra preciosa (Diez de la Fuente en Ramos, 2016 [1946]). Pero no fue sino hasta 1767 cuando, después de otras expediciones y bajo la administración de Manuel Centurión, se realizó la fundación de San Francisco de La Esmeralda, siendo sus primeros pobladores indígenas principalmente yekuanas y arauacos, a los cuales Centurión agregó familias de “españoles” que había logrado reclutar para tal propósito (Arellano, 1982).
No hay mayor información acerca de aquellos “españoles” que complementaron la fundación de La Esmeralda. Pero en 1800 a su paso por aquella región, Humboldt (1985 [1814]) reportó que el poblado tenía ochenta habitantes, y que a pesar de su pequeño tamaño se hablaban tres lenguas indígenas, siendo la principal la yekuana. Asimismo relató lo siguiente:
Sorprendiónos encontrar en la Esmeralda muchos zambos, mulatos y otras gentes de color que, por vanidad, se llaman españoles y se creen blancos porque no son rojizos, como los indios. Estas gentes viven en miseria más espantosa. La mayor parte de ellos ha sido desterrada aquí. Para fundar apresuradamente las colonias en el interior del país en el que se quería prohibir la entrada a los Portugueses, Solano había recogido en los Llanos y hasta en la isla de la Margarita, vagabundos y malhechores que la justicia había perseguido inútilmente hasta entonces, y los hacía remontar el Orinoco para unirles con los desterrados indios que había secuestrado en los bosques (Humboldt, 1985 [1814]: 343)
Humboldt parece confundirse en relación con el momento e identidad del fundador del poblado, atribuyéndoselo a Francisco Solano, agente de la expedición de límites. Pero más allá del aparente error, coincide con las fuentes señaladas hasta ahora, en cuanto al origen de aquellos “fundadores españoles”. A continuación el explorador alemán continúa su relato, señalando que a pesar de su riqueza en recursos naturales, con pródigas plantas silvestres de cacao, cambur, añil, caña de azúcar y piña, el sitio era considerado un lugar de destierro por los habitantes y misioneros observantes de la región debido a su lejanía, sus condiciones climáticas caracterizadas por el excesivo calor y la abundancia de mosquitos. Estas razones, argumenta, fueron causa de que el proyecto fundador inicial fracasara tras la deserción de la mayor parte de sus primeros habitantes, unos hacia el Caura y el Caroní, otros hacia Brasil.
Desde su precaria fundación hasta el presente y debido a su ubicación estratégica entre los ríos Negro (Brasil) y Orinoco (Venezuela), La Esmeralda ha consolidado su valor estratégico en la geopolítica nacional y hoy en día es la capital del municipio Alto Orinoco. En la actualidad su población es multiétnica con presencia de arawakos y criollos, siendo los yekuana sus principales habitantes, los mismos que defienden que el poblado forma parte de sus territorios ancestrales (Jiménez y Perozo, 1994; Jiménez, 2015). Más allá de este reclamo y afirmación de territorialidad, para nosotros incuestionable, nos preguntamos si aquellos afrodescendientes que fueron casi obligados a participar como reforzamiento “español” en la fundación del poblado, simplemente desaparecieron al desplazarse, o tal vez formaron vínculos de parentesco con indígenas de la región sembrando el germen de los que hoy se consideran pobladores criollos, aquellos que entre otras actividades se desempeñan como “buhoneros” (Jiménez, 2015) y como tal se desplazan constantemente entre territorios nacionales y fronterizos de la región.
3.2. Fundaciones en el Caura
Siguiendo el plan propuesto, Centurión alentó nuevas fundaciones de pueblos mixtos en el Caura: San Carlos (1767), San Luis de Erevato (1771), San Pedro de Alcántara (1775). Todos mantenían una ubicación estratégica en las riberas del río para asegurar la comunicación entre el alto y medio Orinoco. Principalmente San Luis, que por su ubicación en la boca del río Erevato aseguraba y protegía la transición con el Ventuari. En 1773 el gobernador había mandado a construir un fortín con tropa y artillería y dos años después el poblado contaba con 161 habitantes, entre ellos algunos fugitivos de Esequivo, unos libres y otros esclavos del Rey (Gómez, 1967: 159-161). Aparecen por primera vez referencias directas de los fugitivos del Esequibo, en lo que se muestra como una microsociedad con una clara complejidad étnica y jurídica, al mencionar la presencia de indígenas, cimarrones, negros libres y esclavizados.
Pero además de los pueblos mencionados, hay indicios de que Centurión proyectó la fundación de otro pueblo en las riberas del Caura, posiblemente San Luis de Guaraguaraico, al promover el desplazamiento de los primeros habitantes de San Francisco de Iniquiare hacia el raudal de Mura, tal y como lo señala el siguiente fragmento:
El pueblo [San Francisco de Iniquiare] había sido fundado en 1772 con indios de la nación paudacota; contaba al presente con 192 almas [1775]. La casa del misionero servía de iglesia. Les habían hecho recoger prematuramente sus labranzas para dar principio a una fundación que dicen van a hacer en Mura, donde hoy hay tres soldados casados que se ponen de vecinos y unos negros fugitivos del Landa (Gómez, 1967: 161).
Es posible que “Landa” sea una contracción de “Holanda”, lo cual dejaría claro que se referían a los fugitivos de la vecina colonia holandesa de Esequibo y Demerara. Por otro lado San Francisco de Iniquiare también era conocido como Aripao (Caulín, 1966 [1779]) y el pueblo fundado en el raudal de Mura fue San Luis de Mura o Guaraguaraico, aparentemente refundado a finales de los 80 del siglo XVIII por el gobernador Miguel Marmión (1785-1790) (Marmión, 1999 [1788]). Esta información aporta nuevas perspectivas acerca de tal fundación, hasta ahora no consideradas en la literatura histórica y antropológica de este pueblo que ha sido caracterizado como el único que ha persistido de aquellas fundaciones de pueblos mixtos promovidas por Centurión en las riberas del Caura (Pérez, 2000; Estraño, 2014).
3.3. El caso del eje Caroní-Esequibo
En 1771 Centurión fundó la “ciudad” de San Gabriel de Güirior, ubicada en la cabecera del río Paragua. Junto con La Esmeralda y San Luis de Erevato, este poblado formaba parte de los tres puntos ubicados en los confines de las misiones del río Caroní, Caura y alto Orinoco (Humboldt, 1985 [1814]), establecidas para proteger y controlar el paso hacia las principales rutas fluviales del sur del Orinoco. Por su ubicación, Güirior entraba en la administración capuchina. Sin embargo, debido a las pugnas entre Centurión y los misioneros de aquella orden religiosa, el gobernador no asignó al poblado el carácter de centro misional, por lo que tuvo una corta existencia en comparación con el resto de los pueblos del Caroní (Consejo de Indias, 1984 [1776]).
A diferencia de las políticas de los observantes, los capuchinos catalanes defendían la idea de mantener a los indígenas aislados de otros segmentos étnicos y sociales, una posición que lograron sostener contra la visión de Centurión, quien no logró intervenir en su sistema misional (Gonzalez, 1984). Sin embargo, debido a las frecuentes fugas de los indígenas estos misioneros también acudieron a la estrategia de los pueblos de españoles, con el objetivo de tener aliados a la hora de hacer entradas, es decir, expediciones para atraer indígenas y para capturar a los fugitivos. Pero los capuchinos fueron más exitosos al atraer familias de origen europeo, lo cual pudiera atribuirse al prolífico sistema económico que desarrollaron, gracias a la instalación de hatos ganaderos complementados con la agricultura y con la incipiente exploración y explotación de los yacimientos auríferos de la región (Alvarado, 1979 [1755]; Diguja, 1979 [1761]). En 1762 los capuchinos fundaron la villa de San Francisco de Upata y en 1770 Barceloneta, ambas con familias canarias que llevaron algunos esclavizados para la el trabajo en sus cultivos (Anónimo, 1979 [1745]; Mello, 1979 [1765]).
Otra notable diferencia entre los capuchinos y los observantes fue su costumbre de enviar informes sobre el estado y habitantes de sus poblaciones a sus superiores, que de manera más o menos sistemática comprenden el período entre 1743 y 1816. De esos documentos, compilados por Carrocera (1979), llama la atención la ausencia de referencias acerca de rochelas o cumbes en la región, o sobre presencia de cimarrones en los pueblos de misión. Este dato coincide con la información suministrada por Princep (1975) en cuanto al estado de las misiones capuchinas tras la Guerra de la Independencia, donde encontró habitantes indígenas y sólo en dos ocasiones mencionó algunos esclavizados en los hatos cercanos a Upata.
Entonces, ¿qué sucedió con los fugitivos del Esequibo? Hasta los años 60 del siglo XVIII el cimarronaje desde el Esequibo hacia el Orinoco fue obstaculizado por los caribes, quienes actuaron como cazadores de fugitivos y mercenarios de los holandeses (Harris y Villiers, 1911; Civrieux, 1976). Una vez que los misioneros y militares españoles controlaron el sur del Orinoco, los caribes se replegaron y la información que se desprende de las fuentes históricas es que los fugitivos del Esequibo utilizaron las rutas comerciales para llegar a las misiones capuchinas, y de allí fueron enviados, o se desplazaron hacia la capital de la provincia, formando asentamientos alrededor de Angostura bajo la condición de negros libres. En 1788 el Gobernador Miguel Marmión reportó el envío de morenos fugitivos del Esequibo hasta el Caura. De acuerdo con el informe, una vez allí, bajo la tutela de los militares que controlaban la región, aquellos nuevos pobladores se dedicaron a la agricultura, y por todo ello se esperaba que llegarían a ser de alguna utilidad y al contrario en la capital y sus contornos, [donde estaban] aumentando ya considerablemente su número, [razón por la cual] empezaban a ser perjudiciales y a dar cuidado (Marmión, 1999 [1788]: 250).
Nuevamente Marmión hace referencia a San Luis de Guaraguaraico, develando que el poblado era utilizado para reubicar parte de los fugitivos del Esequibo que se concentraban en Angostura. En el mismo informe Marmión también menciona a los cimarrones que poblaban los territorios limítrofes de las colonias holandesas y señala que la unión entre aquellos y los indígenas podría ser peligrosa para los habitantes de la Guayana española.
3.4. Fundaciones en el Orinoco medio
De las fundaciones hechas por Centurión las que alcanzaron mayor permanencia en el tiempo fueron las del Orinoco medio. En 1771 en las cercanías del río Aro fueron fundadas las villas de Carolina y Borbón, ambas con pobladores “españoles” e indígenas (Callejón et. al. 1884 [1771]; Díaz de Arce, 1984 [1772]). En 1773 fue fundado San Isidro de la Piedra “con 203 individuos, sacados la mayor parte de la antigua fundación de Uyapí” (Gómez, 1981: 63). Ese mismo año se fundó la villa de Caicara en la desembocadura del Cuchivero, frente a la antigua misión jesuita de Cabruta. Al igual que Carolina, Caicara tuvo pobladores que á su costa de ellos han venido de la provincia de Caracas para el mejor comercio del Orinoco y seguridad de las nuevas reducciones de indios del Erevato y del Ventuario (Callejón et. al. 1884 [1771]). En 1769 Centurión entregó a sacerdotes seculares las misiones capuchinas de Maruanta de habitantes waraos, y Panapana, con habitantes caribes, reforzando ambos poblados con algunas familias “españolas” (Callejón et. al. 1884 [1771]).
4. LOS PLANES DE POBLAMIENTO DESPUÉS DE CENTURIÓN
En 1776 Centurión salió de la Gobernación de Guayana y se creó la Intendencia de Ejército y Real Hacienda de Venezuela, una institución que realizó nuevas reformas destinadas a incrementar el control español sobre el actual territorio venezolano. Su primer intendente, José de Ávalos, trazó un nuevo plan para Guayana, esta vez centrado en la revitalización del Orinoco medio y el poblamiento de la región ribereña comprendida entre Angostura y el Esequibo. Como primera consecuencia el plan fundador de Centurión se paralizó, Ávalos encargó a Felipe de Inciarte la tarea de explorar la región de Pomerón, comprendida entre el Orinoco y el Esequibo, y llevar a cabo un plan fundador que una vez más incorporó a los fugitivos del Esequibo. Dicho plan, nunca se ejecutó, pero resulta interesante que parte del plan contemplaba la fundación de pueblos mixtos, sin otorgar cargos de poder a los descendientes de africanos e intercalando dichos pueblos con haciendas y hatos de blancos (Lucena, 1992).
5. LA POBLACIÓN GUAYANESA DE INICIOS DEL SIGLO XIX
En su caracterización de la población de Guayana para principios de la era decimonónica, Cunill (1987) describe Angostura como el centro de mayor densidad poblacional de la provincia, con un 16,5% de la población en gran parte conformada por suburbios “vivificados por indígenas mestizados, negros, zambos y pardos” (p. 848), un tipo de poblamiento que se replicaba en las villas de San Antonio de Upata y San Isidro de la Barceloneta, ubicadas en los alrededores del Caroní. Asimismo, el autor señala que las regiones del alto Orinoco y Caroní estaban habitadas exclusivamente por indígenas de diferentes grupos que habían sido nucleados en pueblos de misión, un tipo de poblamiento que se diferenciaba del Orinoco medio caracterizado por islotes de poblamiento negro y mestizo en el corredor de villas orinoquenses y en el bajo Caura. A partir de 1815 la irrupción de la Guerra de la Independencia trajo profundas alteraciones en la vida de Guayana, arrasando con los pueblos de misión y generando nuevos desplazamientos de toda la población. No obstante, los informes de viajeros encargados por el gobierno republicano de dar cuenta sobre el estado de las poblaciones de Guayana para la época, indican que el patrón de poblamiento mixto del Caura y Orinoco medio se mantuvo a pesar de la destrucción ocasionada durante el proceso independentista (Level, 1850).
6. CONCLUSIONES
Las políticas de control territorial implementadas por las autoridades españolas especialmente durante la segunda mitad del siglo XVIII, promovieron el desplazamiento de sujetos y grupos subalternos desde otras provincias del actual territorio venezolano, entre ellos negros, zambos, mulatos y otras gentes de color, a la vez que incorporaron a los fugitivos de las vecinas colonias holandesas. Desde la posición de los narradores españoles, estos grupos e individualidades fueron sumados, junto con indígenas y canarios al “proyecto civilizatorio” español. Pero si asumimos la narración de la misma historia desde el punto de vista de los descendientes de africanos, seguramente leeríamos que aquellos vagabundos, expresidiaros, y particularmente los fugitivos de las provincias vecinas se valieron de las políticas de poblamiento español para desarrollar sus propios proyectos de vida sin ser perseguidos, y también que su desempeño como parte de la sociedad de entonces resultó vital para el proyecto civilizatorio español, ya que actuaron como agentes de frontera en zonas de alto valor estratégico por su ubicación geopolítica.
La información obtenida sobre las fundaciones de pueblos de españoles en la Guayana colonial asoma nuevas perspectivas en torno al poblamiento de diversas regiones de la actual Guayana venezolana. En primer lugar, es evidente la participación de afrodescendientes en el poblamiento de un territorio que hasta ahora no forma parte del imaginario de lo afrovenezolano. Los pueblos que han permanecido desde el siglo XVIII hasta el presente, en su mayoría ubicados a lo largo del Orinoco medio, son concebidos como comunidades criollas, producto de las políticas de mestizaje promovidas por Centurión (Fernández, 1995). Pero más allá de las caracterizaciones, la presencia y permanencia de estas comunidades invita a explorar las dinámicas socio-culturales, la memoria histórica y las construcciones de identidad que a través del tiempo se han formado entre afrodescendientes e indígenas, pero también con las individualidades y grupos que transitan permanentemente en un espacio de frontera tan dinámico como el eje del Orinoco.
En segundo lugar, la información histórica sobre el destino de los fugitivos del Esequibo en el Caroní nos resulta escasa e insuficiente. Los reportes hechos por las autoridades holandesas sobre el aumento del cimarronaje hacia el Orinoco durante la década de los 50 del siglo XVIII, indican que las fugas eran frecuentes, aunque siempre en pequeños grupos de 20 fugitivos aproximadamente (Harris & Villiers, 1911). Al respecto, una investigación de fuentes primarias de la región sería el paso siguiente en la indagación sobre asentamientos cimarrones y sobre los vínculos que formaron los fugitivos con los misioneros capuchinos y los indígenas de la región. De haber ocurrido, la posible formación y permanencia de asentamientos cimarrones en la región del Caroní representaría un poblamiento afrodescendiente anterior al que hasta ahora se conoce y que fuera realizado por los pobladores de las Antillas que llegaron durante el siglo XIX a la región del Callao, movidos por la explotación minera.
En tercer lugar, la estrategia de reforzar las fundaciones del sur del Orinoco con población afrodescendiente fue inicialmente practicada y sugerida por los misioneros franciscanos y jesuitas, que ya la habían implementado en la región de los llanos y oriente del país. Asimismo, las milicias empleadas por los misioneros y por los agentes militares también estaba integrada por pardos, mulatos y otras gentes de color. Todo ello sugiere que incluso antes de la Expedición de Límites los pueblos de misión de la región guayanesa ya eran espacios de intercambio cultural entre afrodescendientes e indígenas.
Para finalizar, las referencias de los agentes coloniales acerca de los asentamientos cimarrones que se formaron en las regiones limítrofes con la Guayana española también asoman temas hasta ahora inexplorados sobre los vínculos que formaron aquellos fugitivos con los indígenas del actual territorio venezolano, sobre la posible participación de los cimarrones en las redes de intercambio comercial indígena, y en un escenario teórico más amplio, sobre la persistencia y transformaciones de las redes culturales de los habitantes originarios de las Guayanas.
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Notas