Artículo
Agregación y composición como modos de organización de distinciones y conjuntos
Aggregation and composition as modes of organizing distinctions and clusters
Agregación y composición como modos de organización de distinciones y conjuntos
Cinta de moebio, núm. 76, pp. 64-78, 2023
Universidad de Chile. Facultad de Ciencias Sociales.
Recepción: 25 Octubre 2022
Aprobación: 03 Diciembre 2022
Resumen: El estudio de las prácticas materiales de una sociedad requiere considerar los tipos de enmarcamiento epistemológico en que se desarrollan y sus efectos sobre éstas. Los modos de categorizar y distinguir y los modos organizar y agrupar son parte del enmarcamiento de las prácticas que este texto aborda. En particular, explora conceptualmente los modos de organización de conjuntos basados en la distinción agregativa entre lo singular y lo plural y los modos de organización enfocados en el efecto compositivo de la diferencia entre molécula y masa. El ejercicio conceptual propone que ambos modos de organización sean empleados en conjunto, habilitando describir fenómenos de agregación y composición integrados sincrónica y diacrónicamente en la organización material de lo social.
Palabras clave: agregación, composición, distinción, organización, prácticas materiales.
Abstract: The study of the material practices of a society requires considering the types of epistemological framing in which they are developed and their effects on them. The modes of categorizing and distinctions, and the modes of organizing and clustering are part of the framing of the practices that this text addresses. It conceptually explores the modes of organizing sets based on the aggregative distinction between the singular and the plural, and the modes of organization focused on the compositional effect of the difference between molecule and mass. The conceptual exercise proposes that both modes of organization be used together, enabling the description of aggregation and composition phenomena integrated synchronically and diachronically in the material organization of the social.
Key words: aggregation, composition, distinction, organization, material practices.
Introducción
Los escasos pasajes dedicados por Emile Durkheim a los modos de organización material de las sociedades son, empero, útiles como referencias para datar el interés sociológico sobre tal fenómeno y, en este caso, para explorar un enfoque conceptual que facilite su estudio en los entornos urbanos. Un primer aporte es la distinción entre los fenómenos de aglomeración y de combinación en los espacios urbano o territoriales, que discute en el texto de 1903 donde revisa el libro del historiador Henri Francotte sobre el tema (Formación de ciudades, estados, confederaciones y ligas en la antigua Grecia). Durkheim propone que las operaciones de aglomeración habían dado origen a estas formas urbanas, mientras que operaciones de combinación habrían dado la base de sus modos de integración. Ejemplifica esto con la idea del sinoicismo, lo cual discute como un fenómeno de organización, político y, a su vez, morfológico, que es común a todos los modos de organización social que identifica de Francotte. En torno a eso, Durkheim sostiene que “estas transformaciones, ya sean políticas o morfológicas, requerían una renovación de los marcos sociales; pues era necesario que los grupos elementales se fusionaran en una sola organización. Se podían dar dos tipos de agrupaciones: una puramente gentilicia y otra puramente territorial. En el primero, los hombres se agrupan según su relación con los demás (real o supuesta, no importa); en el segundo, según su relación con la tierra. Ninguno de los dos principios ha servido de base exclusiva para los diferentes sinoicismos” (Durkheim 1975:247).
Lo anterior, que identifica diferencias entre prácticas políticas y prácticas morfológicas dentro de un mismo fenómeno, replica la distinción entre dinámicas orgánicas y mecánicas expuestas por Durkheim en su crítica a Comunidad y Sociedad de Ferdinand Tönnies y se explora en el presente trabajo como una distinción entre operaciones de composición y de agregación. Esto se vincula a un segundo aporte de Durkheim que tiene que ver con las entidades que son objeto de tales operaciones pues, como sostiene, “no es cierto que la sociedad se componga solo de individuos; comprende también cosas materiales que desempeñan un papel importante en la vida común. El hecho social se materializa muchas veces hasta llegar a ser un elemento del mundo exterior. Por ejemplo, determinado tipo de arquitectura es un fenómeno social encarnado en las casas, en los edificios de todo tipo que, una vez construidos, se convierten en realidades autónomas, independientes de los individuos. Así ocurre con las vías de comunicación y de transporte, con los instrumentos y máquinas empleadas en la industria o en la vida privada, que expresan el estado de la técnica en cada momento de la historia, con el lenguaje escrito, etcétera. La vida social, que se ha cristalizado y fijado sobre soportes materiales, se exterioriza y obra sobre nosotros desde fuera” (Durkheim 2012:272).
Si lo que se aglomera y se compone en las ciudades también son entidades y objetos materiales, es porque estos sostienen la vida colectiva dentro de ellas y, a su vez, son afectados por los modos de organización de éstas. De manera que es posible afirmar que “si la población se concentra en nuestras ciudades en lugar de dispersarse por el campo es porque hay en ellas una corriente de opinión, una presión colectiva que impone a los individuos esta concentración” (Durkheim 2001:50), esto debe ser también considerado para las edificaciones, vías y máquinas. Las formas particulares en que están agregados los elementos materiales constituye la extensión de “una sociedad dada, al mismo tiempo que tiene existencia propia, independiente de sus manifestaciones individuales [pues se trata de un] modo de hacer fijado […] capaz de ejercer sobre el individuo coacción exterior” (Durkheim 2001:51), de manera que su propia composición expresa un hecho social, es decir, un modo de hacer, pensar o sentir cristalizado como un modo de infraestructuración.
Si bien no será Durkheim, sino Maurice Halbwachs en sus Estudios de morfología social de la ciudad quien desarrolle una línea de estudios que integre diversos objetos materiales al análisis de los entornos urbanos, las citas anteriores tiene la virtud de exponer una preocupación temprana por el valor heurístico de los modos de composición material de la sociedad. Éstos representan un tema de interés dado que “para que la sociedad pueda tomar conciencia de sí y mantener en un grado de intensidad necesaria el sentimiento que tiene de sí misma, tiene que juntarse y concentrarse” (Durkheim 2012:468) y, en este sentido, explorar las dinámicas de agregación y concentración que permite ser reflexivos respecto de los órdenes pragmáticos que imperan en ella e integrar a esa masa faltante del universo (como diría Latour) dentro del estudio de las sociedades.
Bruno Latour, en particular, llamará la atención sobre los modos de composición utilizando la figura de colectivos, a los que describe como “un procedimiento de recolección de las asociaciones de humanos y de no humanos” (Latour 2013:389), que permite rearticular una perspectiva política eludida por ejercicios de distinción entre opuestos, como ocurre con binomios como Naturaleza y Sociedad. Para Latour, este sentido de composición “reemplaza la definición clásica de la política como un juego de intereses y poderes: el mundo común no está establecido de entrada (…) sino que debe ser recolectado poco a poco, verificando mediante un trabajo diplomático lo que las distintas proposiciones tienen en común. Componer se opone siempre a eludir, a atajo, a arbitrariedad” (Latour 2013:389), de manera que lo común no queda limitado a un plano moral, sino que tienen que ver con el mundo en común que define los estados de hecho. Ello apoya el supuesto de que la presentación de “la relación entre la medida y el valor es necesariamente circular, mejor, enredada” (Brighenti 2017:38) cuando apela a dispositivos de territorialización.
En línea con lo anterior, el presente trabajo aborda conceptualmente dos modos de organizar conjuntos a partir de diferencias de agregación y de composición. El primero de ellos está basado en la distinción mecánica entre lo singular y lo plural que sigue la diferencia entre unidad y conjunto, mientras el segundo emerge de la diferencia de efectos entre masa y molécula que expresa la distinción entre lo molar y lo molecular, en tanto narrativas de composición. El modo de organización agregativo ha sido abundantemente tratado en la literatura sociológica en función de la temprana diferencia establecida entre la noción de actor individual y las diferentes nociones de su asociación (grupo, sociedad, masividad, entre otros), aunque en este trabajo se privilegia la distinción entre las competencias de singularidad y pluralidad dada la condición técnica y estética de los objetos que podrían ser observados bajo este modelo (bloques de viviendas). Por su parte, el modo de organización compositivo es abordado desde conceptos presentes en la obra de los filósofos Gilles Deleuze y Félix Guattari, cuya fuerte influencia en la epistemología del campo de los estudios sociales de la ciencia y la tecnología y, sobre todo, en los sociólogos que estuvieron asociados a la actor-network theory como John Law, Michel Callon, Anne Marie Mol, Madeleine Akhrich y Bruno Latour, justifica su revisión conceptual.
El texto que sigue expone ambos modelos de organización de distinciones y conjuntos a partir de una revisión bibliográfica y conceptual y discute las posibilidades de su aplicación al análisis de la evolución de conjuntos basados en bloques de vivienda de interés social realizados en Chile desde 1920 a la fecha. El ejercicio permite concluir que ambos modelos de organización se complementan en escenarios sincrónicos y que se codeterminan en el escenario diacrónico de manera que no resulta conveniente prescindir del análisis de lo singular y lo plural al explicar compositivamente la organización de conjuntos de bloques de vivienda; o privarse de considerar las narrativas molares y moleculares involucradas en los modos de agregación cuando se analiza esa dimensión de los conjuntos.
Lo singular y lo plural como modos de organización de distinciones
Lo singular y lo plural conforman un modelo de organización de distinciones que es posible observar a lo largo del pensamiento sociológico como un recurso utilizado para caracterizar los tipos de vínculos que hacen variar las formas de agregación en las sociedades. Autores tempranos como Ferdinand Tönnies o Georg Simmel lo utilizan para explicar el efecto normativo de los vínculos en el actuar de las personas, ya sea en las variaciones de lo que es común entre ellas (Tönnies) o según describa la escala de la agregación de la que participan (Simmel). En autores más recientes, como Anthony Giddens, Pierre Bourdieu, entre otros, este modelo de distinción articula parámetros y modos de agencia de la estructura social, mientras que para otros como Michel Callon y Bruno Latour diferencian entre actores y macroactores (Unscrewing the big Leviathan) o para Laurent Thévenot (La acción en plural), que lo describe como un orden categórico, conlleva formas de involucramiento con el mundo.
La definición más simple de la categoría de lo singular indica que es algo que está solo o que es único en su especie, como indica la RAE, mientras que de lo plural se dice que es algo múltiple o de número mayor a uno. Jean Baudrillard propone la singularidad como un orden basado en la unicidad de los acontecimientos. Habla de objetos singulares para referirse a edificios “como el Beaubourg, eI World Trade Center, eI Biosphere 2” (Baudrillard y Novel 2000:10) y para describir un tipo de relación de los objetos que emerge de la cualidad de ser producidos material y estéticamente sin repetición. Sostiene que “una obra es una singularidad, y todas estas singularidades pueden crear agujeros, intersticios, vacíos, en el conjunto metástatico de la cultura. Pero no las veo agruparse, federarse en una especie de anti poder que podría investir al otro” (Baudrillard y Novel 2000:36) pues, “la presencia de una forma singular no sería traducible en otra forma” (Baudrillard y Novel 2000:75), o en un flujo de objetos similares. Baudrillard no opone lo singular a lo plural, sino a lo neutro, donde todas las posibilidades se neutralizan. Y a lo global, donde todas las culturas se yuxtaponen neutralizando los sistemas de valores. Lo singular en cambio aparece como un orden capaz de apelar a diferencias absolutas entre objetos, ya sean artefactuales o arquitectónicos.
Para Bourdieu, en cambio, lo singular y lo plural tienen que ver con diferentes intensidades de un valor (grandeza) que permite distinguir entre lo que devienen en común y lo que deviene en individuación. Bourdieu sostiene que “la aspiración a una práctica orientada hacia fines estéticos no es sistemática o exclusivamente propia de los individuos más cultos, es decir, más aptos para aplicar a una actividad específica una disposición general adquirida por medio de la educación; más bien aparece en individuos que tienen en común una menor integración a la sociedad, ya sea por su edad, por su situación personal o profesional” (Bourdieu 2003:80). Esta jerarquía de las legitimidades de lo individual frente a lo plural puede ser descrita también como una jerarquía de los órdenes de justificación o como una jerarquía de los valores que entran en relación en una práctica como la arquitectura. Tal como señala Reiner de Graaf, socio de la Oficina de Arquitectura Metropolitana, “en nombre de la creatividad, la arquitectura se pone del lado de la obra maestra frente al cliché, de lo único frente a lo común, de lo específico frente a lo genérico. La creatividad da prioridad a la excepción sobre la regla y elige los márgenes sobre la corriente principal” (de Graaf 2017:72).
Tal jerarquía de valores, en la que la singularidad del hecho arquitectónico es más valorada que su convencionalidad, puede ser considerada como la predominante, pero no es la única. Luis Bravo Heitemann, otro arquitecto, el principal impulsor del uso de técnicas de industrialización en las viviendas de interés social, sostenía una jerarquía donde la convencionalidad, en tanto efecto de un conocimiento sistemático dentro de una comunidad, era un valor que permitía ahorrar en trabajo y en especulación compositiva. Luis Bravo Heitmann proponía que “proyectar y ejecutar una obra de arquitectura es establecer un cierto número de hipótesis acerca del uso que la gente hará de ella, su comportamiento ante los fenómenos ambientales, etc. Tales hipótesis se apoyan en presunciones resultantes de la experiencia de los materiales en sus diversas combinaciones y del análisis de las formas de vida del grupo habitante. La vivienda de tipo económico impone un máximo rendimiento de la superficie y volumen edificados, en lo que refiere a uso, confort, apariencia y duración. Desde que la CORVI y otras instituciones habitacionales chilenas vienen ocupándose de este problema, centenares de proposiciones de diseño y construcción han sido planteadas y, muchas veces, por lo novedoso y hasta insólito de la solución propuesta, ejecutadas por vía experimental” (Heitmann 1966:21).
En contextos epistemológicos como los de la arquitectura, la estética entra en tensión con la técnica, y la distinción entre una autoría justificada por el reconocimiento individual de la habilidad con aquella justificada por la operación de un método independiente de la originalidad de la solución arquitectónica, como ocurre con el reconocimiento público de autores de obras como la Villa Portales versus la opacidad de quienes elaboraron las originales edificaciones de la Obra Demostrativa Santiago Amengual. En este último caso corresponde considerar lo señalado por Bourdieu en cuanto a que “limitada en su intensidad, la práctica no alberga, por lo tanto, ambiciones excepcionales: se limita a cumplir las funciones más tradicionales” (Bourdieu 2003:99) de manera que, si bien es posible atribuirle excepcionalidad, “no se quiere ver en ella más que un arte menor” (Bourdieu 2003:102).
En este marco, el valor de la intensidad, de la ambición y de lo tradicional, asociado a las prácticas, es útil para explorar el modo como lo excepcional representa un punto de la singularidad en que la intensidad de su individuación, en el sentido utilizado por Gilbert Simondon, le diferencia de aquellas que, por su diversa aceptación de lo convencional, se tornan más similares entre sí y por tanto menores. Mientras que el sentido de la singularidad individuada es corroborar la excepcionalidad del caso único, el de una singularidad convencional es ser plural sin dejar de ser excepcional. En el otro polo de esto, la individuación debiera desaparecer en favor de una pluralidad masiva. En cualquier caso, este modo de mensura permite enlazar la singularidad y la pluralidad por medio de una noción de identidad objetual que presenta valores entre la total individualidad y la total masividad. De esta manera, este esquema de distinción cumple lo que propone Deleuze respecto a que a una representación “no le basta fundarse sobre la identidad de un concepto indeterminado, es menester que la misma identidad está representada cada vez por un cierto número de conceptos determinables (…), géneros de ser o categorías” (Deleuze 2002:398). En tal sentido, identidad, individuación y masividad servirían a la función de categorías para articular la singularidad y la pluralidad en un mismo régimen, una representación que no es otra cosa que “el lugar de la ilusión trascendental” (Deleuze 2002:394).
Este punto es clave puesto que permite expresar un régimen de distinciones como un modo de contabilidad donde “elementos, relaciones y singularidades, constituyen los tres aspectos de la razón múltiple: la determinabilidad o principio de cuantitabilidad, la determinación recíproca o principio de cualitabilidad, la determinación completa o principio de potencialidad. Los tres se proyectan en una dimensión temporal lineal, que es la de la determinación progresiva. Por consiguiente, existe un empirismo de la Idea” (Deleuze 2002:410). En este sentido, “una singularidad es el punto de partida de una serie que se prologa sobre todos los puntos ordinarios del sistema, hasta la proximidad de otras singularidades; esta genera otra serie que unas veces converge, otras veces diverge de la primera” (Deleuze 2002:411).
De esta forma, una idea de distinción puede ser articulada no como un sistema de oposiciones entre lo singular y lo plural, sino como un orden más complejo, donde las diferentes intensidades y valores posibles de identificar o sintetizar puedan ser integradas en conjuntos situados y corpusculares (microfísica) o en conjuntos estructurales (macrofísica), puesto que “una idea (…) no es ni una ni múltiple: es una multiplicidad constituida por elementos diferenciales, relaciones diferenciales entre esos elementos y singularidades correspondientes a esas relaciones” (Deleuze 2002:410). En ambos casos es posible configurar una distinción entre lo colectivo y lo individual, entre dos intensidades que devienen de lo convencional o común y de lo individualizado.
En lo que refiere a lo plural dentro de un régimen de organización de distinciones y conjuntos, Laurent Thévenot lo caracteriza como una forma en que la acción es puesta en común, un modo de la existencia social y, sobre todo, un tipo de involucramiento con el mundo. Un régimen de dependencia de las personas y de las cosas que se garantiza mediante regímenes de ajuste, evaluación o coordinación. Para Thévenot, “la evaluación es inherente a la selección de lo que es pertinente de tomar del entorno. Al ir hacia regímenes de lo más cercano y lo más personal, nos apartamos de manera deliberada de pruebas de realidad convencionalmente pautadas por calificaciones como las de bien común. Sin embargo, en cada régimen se comprueba una realidad, la evaluación de una conveniencia que nuestro recorrido llegará a precisar” (Thévenot 2016:48). Se distinguen tres regímenes elementales de involucramiento. Un régimen de justificación, donde “las personas y las cosas involucradas en la acción justificable se califican según órdenes de grandeza que permiten evaluaciones respaldadas por bienes comunes” (Thévenot 2016:49). Un régimen del plan, donde se considera a la persona como un ente autónomo, portadora de un plan de acción que define la evaluación de lo importante y donde el contexto material es parte de lo que colabora o no con la realización del plan. Y un régimen de familiaridad, donde los vínculos particulares permiten acomodar la evaluación y la personalidad a un mundo que se despliega alrededor.
Estos tres regímenes fundamentales tienen en común describir la relación de la persona con el mundo a través de su actividad y pueden yuxtaponerse para ayudar a la narración de situaciones específicas, así como parten de la hipótesis básica de trabajo del pragmatismo sociológico: “la pluralidad del actor y de la acción y la concepción del individuo en relación con esa pluralidad” (Thévenot 2016:54). Lo que en Bourdieu se asocia con la idea de grandeza, acá se operativiza como un régimen de evaluación de los vínculos, del plan y de los valores que los justifican. Al respecto, Luc Boltanski y Arnaud Esquerre (La vida económica de las cosas) observaron que mediante la producción de eventos culturales, restauraciones, nuevas agregaciones u otros eventos, los objetos y espacios eran enriquecidos con la condición patrimonial con el fin de responder a la demanda de productos excepcionales. Esto les permite diferenciar modos de valoración de lo plural y lo singular dentro de las economías industriales y financieras que se basan en la “forma estándar” de la producción masiva de objetos y en la “forma activo” de la acumulación de valores liquidables, a las economías del enriquecimiento, basadas en la “forma colección” de los objetos enriquecidos (patrimoniales, artísticos o de lujos), que resultan capaces de neutralizar la tensión entre los valores de uso y de cambio en el objeto y radicar en ello su pragmática de producción de valor.
Estas formas de valoración relacionan a los objetos con regímenes o perspectivas dentro de los que pueden ser valorados. Para Boltanski y Esquerre esto no afecta a los objetos en sí, sino a los discursos que los rodean, los cuales colaboran con su enmarcamiento como mercancías y enuncian modos de relación pragmático presentes en el capitalismo, más que modos distintos del mismo. En corrección de lo expuesto en el texto mencionado, proponen cuatro formas de valoración: una forma estándar, “establecida por el desarrollo de la producción industrial masiva” (Boltanski y Esquerre 2017:73), la cual favorece una presentación analítica de los objetos; una forma colección, donde “la valorización de un objeto se basa en un relato asociado a figuras o eventos del pasado (…) y guarda la perspectiva de que el precio del objeto enriquecido por esta narrativa tiene muchas probabilidades de aumentar con el tiempo” (Boltanski y Esquerre 2017:74); una forma tendencia que, tal como la forma colección valora las cosas conectándolas con una narrativa pero, esta vez, basada en figuras contemporáneas, como la moda; y finalmente, la forma activo, donde “las propiedades intrínsecas del objeto -digamos, una obra de arte que pudiera subastarse- quedan borradas por sus determinantes financieros, su liquidez, por ejemplo, calculados en una presentación analítica” (Boltanski y Esquerre 2017:74). En base a estas formas de valoración, “surgen áreas de transacción específicas en las que los precios de las cosas pueden justificarse o criticarse de acuerdo con una serie de argumentos diferentes” (Boltanski y Esquerre 2017:17), lo que estructura una serie de variaciones que permite distinguir singularidades, grupos y masividades: valores de existencia, evaluación y referencia, como de agregación, disposición y desplazamiento.
Lo descrito anteriormente, en tanto representaciones de algo que sucede en la operación social de las cosas, corresponde a arreglos capaces de enunciar, no solo describir, la socialidad de los entornos sociomateriales en los que participamos en tanto “una dimensión co-constitutiva” (Jiménez-Albornoz. Teoría de la socialidad como interacción). Esta disposición, desplegada como una serie de agenciamientos sociotécnicos, se presenta a los actantes como algo que tienen en común, “un sistema de referencias comunes, de referentes comunes, (un) espacio de posibilidades” (Bourdieu 1997:56), que constituye una infraestructura semiótico material que permite actuar en el mundo a la manera de una composición, asociación o agregación de elementos, conjuntos y entidades.
Las distinciones molares y moleculares como modos de organización de conjuntos
La distinción entre lo molar y lo molecular, contenida en la obra de Gilles Deleuze y Felix Guattari como una manera alternativa a los sistemas de oposiciones en la organización de lo social, también sirve para diferenciar entre los tipos de actividades y procesos que se encuentran en movimiento dentro de lo social. Para Deleuze y Guattari (El anti edipo), la distinción molar/molecular no refiere al tamaño, la escala o la sustancia de lo observado, sino a su modo de organización, consistencia y segmentariedad, una superposición de movimientos o sedimentos posibles de observar al mismo tiempo.
Esta distinción parte del supuesto que lo observado está compuesto ya sea de segmentos, mónadas u otras entidades diferentes entre sí con algún grado de indeterminación. Sostienen que “estamos segmentarizados por todas partes y en todas las direcciones. El hombre es un animal segmentario. La segmentaridad es una característica específica de todos los estratos que nos componen. Habitar, circular, trabajar, jugar: lo vivido está segmentarizado espacial y socialmente. La casa está segmentarizada según el destino de sus habitaciones; las calles, según el orden de la ciudad; la fábrica, según la naturaleza de los trabajos y de las operaciones. Estamos segmentarizados binariamente, según grandes oposiciones duales: las clases sociales, pero también los hombres y las mujeres, los adultos y los niños, etc. Estamos segmentarizados circularmente, en círculos cada vez más amplios, discos o coronas cada vez más anchos, como en la ‘carta’ de Joyce: mis asuntos, los asuntos de mi barrio, de mi ciudad, de mi país, del mundo... Estamos segmentarizados linealmente, en una línea recta, líneas rectas, en la que cada segmento representa un episodio o un ‘proceso’: apenas terminamos un proceso y ya empezamos otro, eternos pleitistas o procesados, familia, escuela, ejército, oficio, la escuela nos dice, ‘Ya no estás en familia’, el ejército dice, ‘Ya no estás en la escuela’... Unas veces los segmentos diferentes remiten a individuos o a grupos diferentes, otras es el mismo individuo o grupo el que pasa de un segmento al otro. Pero esas figuras de segmentaridad, la binaria, la circular, la lineal, siempre están incluidas la una en la otra, e incluso pasan la una a la otra, se transforman según el punto de vista. Así ocurre ya entre los primitivos: Lizot muestra cómo la casa común está organizada circularmente, de dentro a fuera, en una serie de coronas en las que se ejercen tipos de actividades localizables (cultos y ceremonias, intercambio de bienes, vida familiar, por último, desperdicios y deposiciones). Pero al mismo tiempo cada una de estas coronas está fraccionada transversalmente, cada segmento corresponde a un linaje particular y está subdividido entre diferentes grupos de parientes. En un contexto más general, Lévi-Strauss muestra como la organización dualista de los primitivos remite a una forma circular, y pasa también a una forma lineal que engloba ‘un número indeterminado de grupos’ (como mínimo tres)” (Deleuze y Guattari 2002:214).
Estos autores, en una posición crítica respecto a las distinciones polares, sugieren que “más que oponer lo segmentario y lo centralizado habría, pues, que distinguir dos tipos de segmentaridad, una ‘primitiva’ y flexible, otra ‘moderna’ y dura. Y esta distinción coincidiría con cada una de las figuras precedentes: 1) Las oposiciones binarias (…) 2) Del mismo modo hay que señalar que la segmentaridad circular no implica necesariamente, entre los primitivos, que los círculos sean concéntricos o que tengan un mismo centro. En un régimen flexible, los centros actúan ya como otros tantos nudos, ojos o agujeros negros; pero no resuenan todos juntos, no se precipitan sobre un mismo punto, no convergen en un mismo agujero negro central” (Deleuze y Guattari 1988:215). De esta manera, lo molar y lo molecular constituirán modos en los hechos de segmentación y adquieren valores o significados o formas de ser organizados en conjuntos que son tanto contingentes como convergentes.
Estrictamente, lo molar es una forma de organización de conjuntos que apela a una unidad en que se agrupan u organizan cantidades dentro de la física fundamental. Específicamente un mol corresponde a una unidad equivalente a la cantidad de sustancia de un sistema que contiene tantas entidades elementales como átomos hay en 0,012 kilogramos de carbono 12. Si bien también funciona como un diminutivo del término 'molécula', que proviene del latín 'mole', corresponde a la unidad mínima de una sustancia que conserva sus propiedades químicas y puede estar formada por átomos iguales o diferentes. La distinción entre cantidad y unidad es sutil, pero clave para gestionar modos de orden basados en conjuntos codeterminados pues, como ya se ha mencionado, las organizaciones molares y moleculares no corresponden a un sistema de oposición, sino un modo de distinguir, categorizar o agrupar segmentos o formas de actividad. Por lo menos para Guattari (La revolución molecular) se trata de un tipo de relación entre signo y referente, de una parte, de un sistema semiótico y, por tanto, de un modo de realización y/o de agenciamiento que se resiste a un reduccionismo explicativo polar.
En relación con las distinciones antes vistas, los cuerpos molares son singulares, altamente organizados, fáciles de representar y expresar, y se perciben como conjuntos o agregados claramente demarcados y acotados que con frecuencia están alineados con actores de diversa escala. Lo molar es visible, “una estratificación molar y visible del tipo que se da en la materia, la vida, la máquina de signos, etc.” (Guattari 2017:539). Los movimientos y cuerpos moleculares, por otro lado, son vitales, incesantes y rebeldes, operando por debajo del umbral de percepción y asociados con devenires de innumerables tipos. Los devenires son, aquí, aprehendidos como “moleculares” y “minoritarios” y pueden estar alineados con acciones políticas menores o moleculares que atraviesan y socavan continuamente la imaginación molar, ya que los movimientos moleculares constituyen el potencial vital para ‘intimar y romper la gran organización mundial’” (Deleuze y Guattari 1988:291).
Como sostiene Guattari, la molecularización “no es lo mismo que el espontaneismo o la desorganización” (Guattari 2017:179). Lo molecular es definido como un tipo de metabolismo “que se produce en la sociedad” (Guattari 2017:296), por ello no es necesario “molecularizar los objetos de análisis [con el fin de] examinar de cerca su función en el seno de los grandes grupos sociales” (Guattari 2017:62), porque ya están molecularizados y se expresan de esa manera como agenciamiento y/o como investidura. Para Guattari, “el análisis molecular es la expresión de un agenciamiento de fuerzas moleculares en el que se combinan la teoría y la práctica” (Guattari 2017:65), por lo que el programa del espacio puede ser entendido como la carga, ocupación o investidura práctica y simbólica del mismo, coincidiendo con la noción de catexis que, utilizada por Deleuze y Guattari, conlleva reciprocidad entre lo social y lo individual o entre lo molar y lo singular.
Deleuze y Guattari distinguen lo molecular, lo molar y lo estructural como tres formas diferentes, aunque relacionadas, de organización. Para estos autores la “organización molar tiene por función ligar el proceso molecular” (Deleuze y Guattari 1985:330), tanto como “la estructura no se forma y no aparece más que en función del término simbólico definido como carencia” (Deleuze y Guattari 1985:320), que puede ser entendida como carencia de realización que no limita su capacidad de agenciamiento o de enunciación. De esta manera, “se impone a las máquinas deseantes una unidad estructural que las reúne en un conjunto molar” (Deleuze y Guattari 1985:317). En el conjunto molar está dispuesta la carencia de realización de la operación estructural. La distinción entre dimensiones molares y moleculares parece remitir a la diferencia entre lo social y lo individual, pero lo molecular corresponde a un plano o particularidad preindividual e infrasocial, aquello como los deseos, los afectos, las sensaciones que todavía no están individualizadas y que no son asignables a un sujeto o a una “unidad ideal que repre senta y mediatiza intereses múltiples, sino (…) una multiplicidad equivoca de deseos que en el proceso genera sus propios sistemas de localización y control” (Guattari 2017:58). Se trata, más que de una competencia de agregación, de una competencia de univocidad, donde “lo molar y lo molecular no se presentan como términos opuestos en tensión binaria, sino como tendencias superpuestas o ‘segmentaciones’” (Merriman 2019:65).
La utilidad de los segmentos en la organización de conjuntos de distinciones y conjuntos
En los estudios sociales el problema de la competencia de agregación es planteado tempranamente por Hobbes, quien establece una diferencia entre una agregación reflexiva y unitariamente organizada, el Leviathan, que hace metáfora de un periodo de monarquía absoluta en Inglaterra; y una agregación reflexiva pero heterogénea que no logra estabilización ni orden, Behemoth, lo cual alude a las tres décadas de guerras locales que caracterizaron al periodo parlamentario que siguió a la monarquía absoluta. Ambos tipos de agregaciones tienen como base conceptual a individuos, en tanto pluralidad, y se diferencian según son conducidos por una singularidad entre ellos que les da un orden donde cada segmento tiene ubicación o por una agrupación de ellos que les devuelve la imagen caótica de sus múltiples intereses individuales.
En el caso de Hobbes la competencia de agregación es afectada por su modo de integración, lo cual tiene eco en Ferdinand Tönnies, quien hacia fines del siglo XIX propone un modelo de agregación basado en los vínculos electivos y no electivos como modelos de integración que afectaban la individuación de los segmentos en que se organizaban las personas individuales y sus agrupaciones. Su coetáneo Georg Simmel sugiere que la segmentación puede implicar una versión interna, es decir, que la persona individual no es el segmento base de la agregación, sino un yo interno, un self, como propondrán posteriormente Erving Goffman (La presentación de la persona en la vida cotidiana) y Anselm Strauss (Psychiatric ideologies and institutions).
Para Simmel las personas se diferencian entre individuos y agregaciones que se distinguen relacionalmente por sus modos de agrupación. Cabe recordar que Leviathan y Behemoth son modos de agrupación. En Simmel los modos de agrupación son variados, consideran díadas y tríadas, pero también grupos más extensos, como las masas. Es la experiencia de la persona individual (self) frente a la diversidad de agregaciones en las que participa, la que tiene como efecto su segmentación interna en función de su adaptación situacional. Es lo que propone Simmel en El extranjero, Robert Park en El hombre marginal, William Isaac Thomas en La chica desajustada y que a la larga dará a Susan Leigh Star (una tardía discípula de Strauss) la posibilidad de trabajar todo lo anterior a la manera de un espacio segmentado de interacción, un espacio frontera entendido como un objeto práctico, “una técnica de lo común a través de su objetualización simbólica y material” (Vergara y Avendaño 2020:238).
Por su parte, las teorías y las prácticas de arquitectura elaboran una versión segmentaria de los espacios, primero como distribución de unidades en cuerpos de agregación diferentes, como casas, bloques o torres (Vergara et al. Sobre las tipologías y los órdenes prácticos en la arquitectura) y luego como distribución de los programas distintos dentro de éstas, definidos por el estar, el dormir, el asear y la preparación de alimentos. Tal como ocurre en las teorías sociológicas, esto lleva a la operacionalización de una versión del sí mismo individuado, como unidad/segmento, que Reiner de Graaf propone como “la caja”, una unidad de forma y espacio cuya agregación explica las formas arquitectónicas, a la vez que explica la segmentación interna de las unidades de vivienda según su adaptación a las diferentes situaciones del habitar.
La caja y el individuo resultan una unidad de operación que actúan de manera similar o simétrica en función de la segmentación y de la agregación. Para de Graaf, “la caja es una tipología flexible, la flexibilidad admite la posibilidad de lo inesperado. La caja puede utilizarse para cualquier cosa; el elemento sorpresa es su principal encanto. Las cajas albergan boleras, campos de tiro, pistas de hielo, rampas de nieve y conciertos de música que requieren tapones para los oídos, aunque fuera solo haya un silencio ensordecedor. El sexo tiene lugar en las cajas. De hecho, el mejor sexo tiene lugar en cajas situadas en polígonos industriales anónimos, solo localizables a través de oscuros sitios de Internet. Sin ningún indicio visible en el exterior (aparte del inusual número de coches caros aparcados delante), pocos sospecharían” (de Graaf 2017:77).
Para de Graaf, la competencia segmentaria y flexible de la caja es la que permite agregarla desde su forma habitación hasta sus formas urbanas. Esta competencia se expresa también como habilidad sincrética, de manera que: “la búsqueda de la caja ideal es, de hecho, la razón de que la caja exista. Desde un ideal platónico a la cabaña iluminada de Lau-Gier, o desde la tipología de Durand a los diagramas de cajas de Viollet-le-Duc, la caja es más célebre en su forma abstracta, ligada a ningún lugar ni tiempo, pero aplicable a cualquier situación. La caja se convierte en sinónimo del futuro de la arquitectura. Si la ciudad tradicional acogió la caja, la ciudad ideal existe gracias a ella. La caja se convierte en la primera opción obvia del urbanista (Haussmann pensó en las cajas a pesar de la espiral parisina de arrondissements), aplicable a varias escalas, cada una de las cuales desencadena la siguiente: de habitación a casa, de edificio a manzana. La caja actúa como un contrato; permite que los objetos y los espacios coexistan sin interferir en los asuntos del otro. Cada nueva adición apenas limita el espacio de la siguiente; por el contrario, proporciona una legitimidad cada vez mayor. El advenimiento de la industrialización significó que la producción en masa, la estandarización, la modularidad y la repetición se convirtieron en la realidad de la producción arquitectónica. Cuanto más se aproxima la caja a su estado puro, más se convierte en un rasgo ideológico. La vanguardia considera que la sociedad industrializada está mejor representada a través de sus figuras más elementales. La caja es esencial para la sintaxis de este nuevo lenguaje: desde los architektons de Kazimir Malevich hasta la Bauhaus de Walter Gropius; desde el Raumplan de Adolf Loos hasta el plan libre de Le Corbusier” (de Graaf 2017:82).
Resolver diferencias entre distinción y conjuntos. El caso de los bloques de vivienda chilenos.
Lo anterior permite resituar la distinción entre lo singular y lo plural como un efecto de la tensión compositiva entre segmento y agregación. Lo mismo sirve para la distinción entre lo molar y lo molecular. Al respecto, al analizar la obra de Proust En busca del tiempo perdido, Deleuze y Guattari describen su trama como una tensión entre organizaciones molares y moleculares de la acción donde “todo empieza con nebulosas, conjuntos estadísticos de vagos contornos, formaciones molares o colectivas que implican singularidades repartidas al azar (…). Luego, en estas nebulosas o estos colectivos, se dibujan unos «lados», se organizan series, se figuran personas en estas series, bajo extrañas leyes de carencia, ausencia, simetría, exclusión, no comunicación (…) Luego, todo se mezcla de nuevo, se deshace, pero esta vez en una multiplicidad pura y molecular, en la que los objetos parciales, las «cajas», (…), tienen todos igualmente sus determinaciones positivas y entran en comunicación aberrante según una transversal que recorre toda la obra, inmenso flujo que cada objeto parcial produce y recorta, reproduce y corta a la vez” (Deleuze y Guattari 1985:74).
Esta misma trama es útil para describir lo que ocurre con la composición del espacio segmentado, tanto dentro de las unidades de vivienda o como de las edificaciones o bloques conformados con ellas, pues su evolución tipológica comienza justamente con formas y operaciones vagas utilizadas compositiva y estadísticamente para explorar sus posibilidades de constituirse en un modo de orden eficiente. Una vez realizadas esas primeras operaciones, viviendas y edificaciones se organizan en series de departamentos y bloques, dentro de estadísticas más rígidas de viviendas y más nebulosas de edificaciones, sin embargo, su serialización, racionalización y estandarización no impide la articulación de una lógica de objetos parciales donde, justamente, la idea de “caja” es lo común a una pluralidad masiva basada en soluciones singulares.
En tanto una forma singular de segmentación, los bloques de vivienda funcionan molarmente, puesto que “suponen vínculos preestablecidos que su funcionamiento no explica, puesto que se desprenden de él (…) un funcionalismo molar, por tanto, es un funcionalismo que no ha ido bastante lejos” (Deleuze y Guattari 1985:187). Cuando esto ocurre, y va más lejos, es cuando opera como lo que los autores denominan “máquinas deseantes”, puesto que solo ellas “producen los vínculos según los cuales funcionan, y funcionan improvisándolos, inventándolos, formándolos” (Deleuze y Guattari 1985:187). Allí es cuando múltiples y pequeñas prácticas se reproducen, como los arreglos estéticos, los cierres de circulaciones, entre otros que terminan en los arreglos que implican la alteración de la forma de las edificaciones, donde se agregan pisos y habitaciones a la forma original. Ello porque su dimensión molar lo permite. A mayores tamaños de las edificaciones ello es más difícil, y generalmente no ocurre, como en el caso chileno. Pero los bloques de vivienda de tres y cuatro pisos, sobre todos aquellos que son menos singulares y, por tanto, reforzadamente menos molares, parecen habilitar las prácticas vinculares que los transforman.
Como se había señalado, estadística y molarmente, estas formas aparecen de una manera vaga, se construyen algunos casos de bloques de viviendas en el norte de Chile, otros aparecen en el centro del país, pero sin una gran similaridad entre sí, como singularidades repartidas al azar, pero como una forma organizada, proyectual y legalmente que recibe el nombre gregario de “colectivos de vivienda”. En una primera fase, los colectivos singulares constituyen un campo de producción, un “hecho total” en el sentido deleuziano o un “hecho de arquitectura” en el sentido empleado por Borchers, pues funcionan como agregaciones singulares. Será la racionalización y estandarización de sus segmentos, su evolución formal hacia la idea conceptual de “caja”, lo que permitirá que las agregaciones singulares sean agrupadas en conjuntos de bloques similares y, a su vez, que su mensura estadística deje de considerarlas casas, bloques o torres y que se aboque a contabilizar “cajas” o unidades de vivienda a partir del Censo de Viviendas de 1953.
Esto afectará las narrativas molares de los conjuntos de bloques que evolucionarán desde conjuntos constituidos por soluciones singulares (de manera que un conjunto se diferencia formalmente de los otros), hasta conjuntos constituidos por réplicas de modelos similares entre sí, independiente de su lugar de emplazamiento. La narrativa molar de la singularidad de los conjuntos cambia desde la individuación de la forma arquitectónica, a la individuación del conjunto, a la individuación de la vivienda y la moralidad plural de éstas. A la par, emerge una narrativa molecular de la unidad de vivienda, cuya replicación masiva la transforma en una nueva molaridad, una infraestructura cotidiana que depende menos de la forma construida y más de la disponibilidad y distribución de los programas de habitar. El departamento es una representación molar de la familia, que además lo es del conjunto de unidades moleculares que son las personas que la integran y que, en realidad, ostentan la capacidad creativa de la acción dentro (o fuera) de un orden estructural que reflejan que son los mismos regímenes estructurales de orden de lo social.
De manera que surge un nuevo “deseo de grupo, que pone en juego el orden molecular” (Deleuze y Guattari 1985:264) pues, en virtud de la estandarización, configura un conjunto gregario organizado estadísticamente por la similaridad de las unidades, masas de viviendas cuya existencia y dirección es explicada por los grandes números de la producción de sus unidades, mientras la dirección de éstas apunta las singularidades de su ocupación, sus vinculaciones a distancia producidas por órdenes estéticos compartidos y enmarcados en las opciones acotadas y seriadas para amoblarlas, embellecerlas, o acondicionarlas como fenómenos estructurales de masa.
En los bloques residenciales de baja altura esto encuentra líneas de fuga en la adaptación de estas. Pero el límite de lo social es más estrecho en los edificios residenciales de altura, porque las posibilidades de intervención singular de las viviendas son estructural y funcionalmente más limitadas y, por defecto, sus manifestaciones se acotan molarmente o mejor explicadas por los grandes números y se producen cómo funcionan. Lo que ocurre cuando el proceso de estandarización arquitectónica da pie a una producción masiva del bloque y de unidades de departamentos es que, finalmente, los objetos, agentes y prácticas de arquitectura quedan inscritas en el flujo de la producción viviendas y en un nuevo código, ya no propiamente arquitectónico.
Conclusiones. Agregación y composición como una operación integrada
Lo anteriormente desarrollado ha buscado describir conceptualmente los modos de organización de conjuntos basados en la distinción agregativa entre lo singular y lo plural y los modos de organización enfocados en el efecto compositivo de la diferencia entre molécula y masa. Para ello se ha recurrido a referencias de sociología temprana y contemporánea y de la filosofía, con el fin de evidenciar que es una problemática de larga data y con abordajes heterogéneos.
Ambos modos de organización son aludidos, por ejemplo, en diversos momentos de la obra de Emile Durkheim, sin dejar establecidas diferencias claras entre lo que describe como condiciones de composición y agregación, aunque, dado que el primer término lo utiliza para hablar de composición de sociedades y el segundo para describir formas urbanas, es posible suponer que con el primero se refiere a modos orgánicos de organización y deja el segundo para modos mecánicos del mismo fenómeno. Es conocido que Durkheim se sirve de ello para reinterpretar el modelo de organización social basado en tipos de vínculos entre individuos propuesto por Tönnies, privilegiando un diagrama compositivo por sobre un diagrama agregativo para la representación de lo social.
A pesar de ello, la recepción de Simmel y de Tarde en la temprana sociología norteamericana es especial en Albion Small y en Robert Ezra Park. El influjo de la versión local del pragmatismo determinó un predominio de fórmulas agregativas, centradas en la oposición entre individuo y grupo, para diagramar la organización de lo social que se consolida en la distinción entre las figuras de lo singular y lo plural en la sociología contemporánea. Esta última propuesta conceptual es abordada en el texto como desarrollo de una distinción que caracteriza un modo de organización agregativa de lo social basada en dos formas de segmentación diferentes solo con fines de contraste a pesar, y se señala al inicio, de que también da origen a espacios intermedios como ocurre en los estudios de Susan Leigh Star, sobre todo porque en ello persiste tanto la diferencia entre un segmento individuado, el yo, y un segmento pluralizado, la otredad.
En el texto se ha explorado conceptualmente, a su vez, un segundo modo de organización de distinciones y conjuntos donde la narrativa orgánica de su organización tiene efectos en el valor interaccional de sus componentes. Se trata de la distinción entre lo molecular y lo molar, que es propuesta por Deleuze y Guattari como una diferencia narrativa entre modos de organización, no necesariamente antagónica ni agregativa, que es útil para procesos dialécticos, no lineales, tal como era la propuesta original de Tönnies y que Deleuze complementa con la propuesta monadológica de Tarde, de inspiración leizbiniana.
Luego de exponer, brevemente, ambos modelos de organización, se ha buscado sondear su comportamiento en el análisis del caso planteado, buscando volver al problema de articular las dinámicas mecánicas de la agregación de unidades singulares en pluralidades, con las dinámicas orgánicas de la composición de narrativas moleculares y molares. La conclusión que es posible obtener de este ejercicio indica que determinar un modo de organización más adecuado que el otro es innecesario, pues ambos pueden complementarse para describir fenómenos de organización que integran operaciones de agregación y composición en el tiempo. A su vez se observa que ambos modos de organización proponen formas de involucramiento que facilita que entidades caracterizadas como básicas, singulares o moleculares, se articulen como participantes de entidades u organizaciones complejas, plurales o molares.
A partir de ello es posible sostener que tanto los regímenes agregativos, que permiten distinguir entre singularidades y pluralidades, y los regímenes compositivos, que distinguen entre narrativas moleculares y molares, pueden ser integrados como regímenes de involucramiento, que no son lineales y que, por tanto, no distinguen entre arriba y abajo, sino involucramientos n-dimensionales que son servidos, para su configuración, de las distinciones antes expresadas. En términos de la aplicación de este ejercicio conceptual a un estudio de caso como el planteado (sobre los conjuntos de bloques de vivienda de interés social construidos en Chile), estas conclusiones sugieren que su estudio ha de considerar la hipótesis de una implementación no lineal o progresiva, sino elementos que justifican su disposición singular o plural, en relación con la narrativas moleculares y molares de esta. En términos concretos esto invita a revisar, luego de una categorización de casos en función de los parámetros de organización antes mencionados, las convenciones, valores y métricas que permiten mensurar la escala de su realización en el tiempo.
Agradecimientos
Artículo elaborado y financiado en el marco de proyecto Fondecyt N°11200480 “Blocks. Emergencia, consolidación e impacto de un objeto de frontera en la comunidad de prácticas de la arquitectura chilena”.
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