Historia de la Ciencia

Ignacio Ramírez, su interés científico y filosófico

Ignacio Ramírez, his scientific and philosophical interest

J. Loreto Salvador Benítez
Universidad Autónoma del Estado de México, México

Ignacio Ramírez, su interés científico y filosófico

CIENCIA ergo-sum, Revista Científica Multidisciplinaria de Prospectiva, vol. 25, núm. 2, 2018

Universidad Autónoma del Estado de México

Aprobación: 14 Julio 2017

Resumen: Más allá de la literatura, la jurisprudencia y la política, Ignacio Ramírez, el Nigromante, asumió el compromiso de estudiar, analizar y compartir cuestiones de la ciencia y la filosofía como posibilidad de incidir en la educación y la cultura de una población sumida en creencias religiosas, que combatía como hombre de letras desde la Ilustración. La vigencia de su ejemplo intelectual plantea prospectivamente la exigencia mínima a quienes administran y dirigen al país para que asuman una formación científica y humanística (filosófica) a efecto de que sirvan digna y honestamente a la comunidad humana que representan, como lo hizo él en su tiempo.

Palabras clave: ciencia, hipótesis, pensador, política.

Abstract: Beyond literature, jurisprudence and politics, Ignacio Ramírez assumed the commitment to study, analyze and share issues about science and philosophy, as a possibility to influence the education and culture of a population immersed in religious beliefs, as well as the reason why he fought as a man of letters since the Enlightenment he adopted. The validity of their intellectual example prospectively, raises the minimum currently requirement to those who administer and head the Mexican goverment, so that they assume a scientific and humanistic (philosophical) formation, in order to serve honestly to the human community they represent, as he did in his time.

Keywords: science, hypotheses, philosopher, politics..

Introducción

1. El instinto y la convicción como caminos

Ignacio Ramírez Calzada fue antropólogo, filólogo, historiador, literato, filósofo y también abogado. Su trabajo académico e interés intelectual y político por los asuntos del país emergente, después de trescientos años de conquista, lo hacen un sobresaliente y polémico pensador, como lo atestiguan y confirman los escritos publicados en medios impresos de México en el siglo XIX. Francisco Sosa, escritor de aquella época, reconoce sus atributos: facilidad de comprensión extrema, de inteligencia clarísima que le permitió hacer acopio de ciencia en sus profundos estudios. “Pero era tal el poder de su palabra, que aun cuando a nadie pudiera ocultársele que sostenía paradojas en muchas ocasiones; que a pesar de las huellas que dejaban los dardos de su sátira, Ramírez era querido, admirado por todos los que le escuchaban” (Altamirano, 1977: 118).

Ignacio Manuel Altamirano afirma de él:

“Hasta sus enemigos más acerbos le hacen plena justicia. Fue un hombre de bien en toda la extensión de la palabra. Podía decirse de él, lo que Tito Livio decía del viejo Catón:[1] Su honradez no fue atacada nunca; desdeñaba el favor y las riquezas; frugal, infatigable, sereno en el peligro, abríase dicho que su cuerpo y su alma eran de hierro. Hombre siempre bueno, tantas veces perseguido por las potestades a quienes combatía, siempre atado como Prometeo a la roca de la miseria, en la cual las únicas Oceánidas[2] que lo consolaban eran el pueblo, la juventud y su propia conciencia” (Altamirano, 1977: 119).

Se reconoce a Ramírez como el eminente pensador, el inmaculado liberal, el gran apóstol de la Reforma. Ninguna exageración radica en esta distinción, porque él es aliento y espíritu de la reforma juarista.

En el diálogo “La Verdad y el Lenguaje” establece Ramírez (1871: 1):

Yo soy positivista: todo hombre que no es infalible, absoluto, ni intolerante, debe ser positivista; es decir, debe buscar la realidad de las cosas […] [y expone su postura] ya antes me había dedicado a las ciencias naturales y conservaba la mortificación de que en ellas no había logrado emplear ni teología, ni mi metafísica, ni mi fraseología retórica, ni la poética. Antes bien, siempre se me prevenía que la impropiedad en los nombres es la primera causa de los errores […] [más adelante precisa su estilo y método] me veo comprometido a seguir mi instinto, mi íntima convicción […] [que] los hombres son hijos de las palabras […] el corazón humano siempre es el mismo” (Don Simplicio, 1846: 1).

La vida de el Nigromante, “tan fecunda en sucesos importantes, tan unida a los cataclismos políticos que han cambiado la faz de la nación mexicana, tan interesante para la historia y para la literatura patrias” […] [su vida permite observar] “el desarrollo de su pensamiento y de su acción, en las interesantes peripecias de su existencia social y moral” (Altamirano, 1977: 17).

De lo anterior destaca su interés por la ciencia, al tiempo que asume una postura metafísica, poética y retórica. Recordemos que fue un gran tribuno y, en su momento, cuando ingresó varias veces a la cárcel, él mismo asumió su defensa. Como orador entonces y libre pensador, supo de lo que hablaba cuando afirma que los hombres “son hijos de las palabras”. Guardar coherencia entre la afirmación y la acción resulta difícil, pero en el caso de Ramírez su palabra y pensamiento son consecuentes con sus actos.

2. Ramírez científico. El universo se conserva por leyes de la materia

Ignacio Ramírez es reconocido en el ámbito público desde la jurisprudencia y la política nacional. Su faceta y producción en otras áreas es menos ponderada, pero no por ello intrascendente. En su época, el discurso de Ramírez exponía una nueva teoría para México. “Se fundaba en los principios más severos de las ciencias exactas y en las más recientes investigaciones científicas de Europa, entre ellas la de la indestructibilidad de la materia” (Maciel y Rosen Jélomer, 1984: 27). Sobre el materialismo como idea, Ramírez logra la cumbre en su poesía, que a decir de Martínez (1984: 8), se trata de “un lirismo desolado y altivo”

¿Qué es vuestra vida sino tosco vaso

cuyo precio es el precio del deseo

que en él guardan natura y el acaso[3] [...]

Cárcel es y no vida la que encierra

privaciones, lamentos y dolores

ido el placer, la muerte, ¿a quién aterra?

Madre naturaleza, ya no hay flores

por do mi paso vacilante avanza:

Nací sin esperanza ni temores;

vuelvo a ti sin temores ni esperanza.

Aquí destaca el discurso lírico como medio para aclarar y explicar –desde su experiencia y sensibilidad poética– aquello que lo mueve a la pregunta y la reflexión: la vida, la naturaleza, la muerte, en sí mismas cuestiones ontológicas (relativas al ser). Ramírez se ocupó de ellas, y lo que se cuestiona es una ausencia de profundidad y rigor. No obstante, hay que considerar que alguien como él, preocupado por sentar las bases para la naciente República, político en esencia, dispuso de poco tiempo para atender asuntos de ciencia, filosofía y religión, profesionalmente hablando, como es ahora el caso de científicos e investigadores institucionales. Aun con lo anterior, el aporte que en su tiempo realiza es valioso y pertinente porque está confrontando a una estructura mental dominante cuya base radica en la iglesia.

En torno a su formación en la ciencia recuérdese que Ramírez frecuentaba las sociedades científicas, liceos, también los pocos gabinetes, observatorios y laboratorios que existían en aquél tiempo. En su ingreso a la Academia de Letrán[4] fundada en 1836 por personalidades de grande influencia, Ramírez se presentó, previamente aceptado, como socio de número, para exponer y defender la tesis: “No hay Dios;[5] los seres de la Naturaleza se sostienen por sí mismos”. El escritor Hilarión Frías y Soto (en Altamirano, 1977: 29) describe magistralmente el momento:

A pesar de que reinaba un altivo exclusivismo en el seno de aquella Academia, que no dejaba ingresar a ella a neófitos de las letras sino después de algunas pruebas, un día se vio penetrar en aquel recinto a un joven de aspecto sombrío, de rostro prolongado, cuyo color oscuro tenía los reflejos verdosos del bronce por la infiltración biliosa, cuyos pómulos prominentes denunciaban la raza azteca, cuyo labio grueso se plegaba por una sonrisa burlona y sarcástica, y cuyos ojos centelleaban por sus pupilas brillantes de inteligencia y rodeadas con una esclerótica inyectada de sangre y bilis.

El traje del joven revelaba su pobreza, y sus maneras el encogimiento típico del colegial.

Según el reglamento de la Academia, el candidato tenía que presentar una tesis de introducción. Ramírez ocupó la tribuna, y al leer el tema de su discurso, aquellas cabezas cubiertas de canas y de lauros se levantaron con asombro, fijándose todas las miradas con avidez en el joven orador, que acababa de lanzar en aquel santuario de la ciencia un pensamiento que fulminaba sus creencias y los dioses de aquel areópago.

Frías y Soto (en Altamirano 1977: 33) sigue narrando aquel momento:

Ramírez, entretanto, desenvolvía en su disertación una teoría enteramente nueva, fundada en los principios más severos de las ciencias exactas, y deduciendo de una serie inflexible de verdades experimentales la conclusión, inaudita hasta entonces, de que la materia es indestructible, y por consiguiente eterna: en este sistema, podía suprimirse, por tanto, un Dios creador y conservador.

“Ramírez, con una intuición soberana, casi por un fenómeno inexplicable de adivinación,[6] llegaba a formular las avanzadas conclusiones […] No hay Dios: los seres de la naturaleza se sostienen por sí mismos” (Frías y Soto en Altamirano, 1977: 33). Con este enunciado irrumpe Ramírez ante una sociedad poco ilustrada, fanatizada por el imperio secular de España. El Nigromante, a decir de Frías y Soto, se anunciaba como “el apóstol de una revolución religiosa y filosófica”, y su discurso “dejó desbordar un torrente de ciencia que asombró a sus oyentes, inundó la ciudad y se derramó después por todo el país. […] los pensadores de su época aceptaron las ideas de el Nigromante, pero no se atrevieron a reconocerlo públicamente; no obstante lo respetaron y lo estimaron como un genio superior” (Frías y Soto en Altamirano, 1977: 33).

Altamirano expone, por su parte, que “la presencia de un hombre que ataca las ideas religiosas, causa todavía grande impresión en su auditorio, siquiera este auditorio sea científico”. Se refiere por supuesto a Ignacio Ramírez a quien llama: “apóstol entusiasta de la libertad de pensamiento, representante avanzado de una nueva era”. Como discípulo de Ramírez, Altamirano tiene gratitud y reconocimiento para su maestro. Afirma de él: “verdadero precursor del adelanto científico en nuestra patria, como el más audaz y resuelto enemigo del oscurantismo y como el gran predicador revolucionario, que desde 1845 había adoptado como lema de su vida “Recedant omnia vetera; nova sint omnia[7] [Apártense las cosas viejas, sean todas nuevas] Que todo lo viejo se renueve (Altamirano, 1977: 43). Esto evidencia la apertura que mostraba el Nigromante en sus lecturas, pues dicha referencia está contenida en distintos documentos católicos, como en el Sacrissolemnis juncta sint gaudia (Himno de Maitines al santísimo sacramento), también como epígrafe en el Día de Corpus (Barcelona 1822), También aparece en el Hymnus del Ritual Trinitario (Madrid, 1771). Donde lo haya localizado y leído, la paradoja aquí estriba en que Ramírez ocupa una cita del propio discurso cristiano y por ende “creacionista”, para su propia causa revolucionaria y naturista. De otra manera, siendo un crítico acérrimo de la iglesia, por lo que ésta representó trescientos años atrás en el país, no hay prejuicio en él para abrevar y conocer de sus propias fuentes.

3. Hipótesis y teorías en Ramírez

A su salida del Instituto Literario de Toluca, Ignacio Ramírez emigra a Baja California, “donde hizo el admirable descubrimiento de la existencia de zonas perlíferas, analizando a la vez, en luminosos artículos, los preciosos mármoles que existen allí, y cuya formación explicaba el sabio por la hacinación de conchas marinas” (Frías y Soto en Altamirano, 1977: 68). Podemos interpretar aquí el manejo de una hipótesis en la formación del mármol, que correspondería ahora a los investigadores retomar y exponer a la “falseabilidad” en el sentido de Popper.

Sobre los aportes a la ciencia, Altamirano destaca el ensayo de Ramírez sobre las Sensaciones, escrito en 1848, “y los fisiologistas dirán si la ciencia contemporánea no ha confirmado las teorías que el sabio mexicano estableció y explicó hace cuarenta años” (Altamirano escribe la biografía de el Nigromante en 1889). En filología están sus Lecciones, que debían ser la introducción a un curso de literatura, “habiendo llamado la atención de los lingüistas y filólogos europeos y americanos. En geología y paleontología, sus estudios sobre la Baja California y otras comarcas, en sus "Cartas a Fidel" da cuenta de su profundidad de observación y en química sus discursos sobre la lluvia de azogue indican su conocimiento de esta ciencia (Altamirano, 1977: 112).

En botánica, Altamirano refiere un hecho poco conocido que evidencia la aptitud para los estudios por parte de Ramírez. Fue comisionado por el sabio Leopoldo Río de la Loza, junto a otros eminentes naturalistas (Alfonso Herrera y Gumesindo Mendoza) a presentar un dictamen sobre los bosques en el país ante la Sociedad de Geografía y Estadística. Ramírez realiza el trabajo y luego lleva a que sus colegas de comisión lo firmen, pero Herrera se opone a ello no por estar en desacuerdo, “sino complacido de la ciencia que encierra y de la belleza del estilo, pero tengo un gran escrúpulo” argumentó. Ramírez entonces fue un naturalista que dio muestra de sus conocimientos en física y meteorología. Como presidente de la Sociedad de Geografía y Estadística “se hallaba al corriente de los adelantos científicos o los adivinaba por intuición” (Altamirano, 1977: 114). En pedagogía las ideas de Ramírez pueden leerse en su “Proyecto de enseñanza primaria” (El correo de México, 24 X: 1) elaborado en 1873, que contiene un conocimiento profundo de métodos que en su momento no supo aprovechar el Ayuntamiento de México. En ese documento proclama “un progreso positivo y seguro en el sendero estrecho que recorre el simple jornalero”. Previene de no instruir a los alumnos, “no enseñarles una o más profesiones, sino ponerlos en aptitud de ser los primeros en el oficio que escojan”. Ramírez alentaba una instrucción apegada a los principios científicos: enseñar “dos o tres idiomas vivos, siendo uno de ellos cualquiera de los indígenas”. Porque los indígenas no alcanzarán una verdadera civilización, observa, “sino cultivándoles su inteligencia por medio del instrumento natural del idioma en que piensan”. Sólo este proyecto es humanitario, refrenda.

En relación con la ciencia, Ramírez tenía claro sus conceptos, como el de la hipótesis. De ella afirma que consta necesariamente de dos clases de hechos, a saber: a) primera clase “el hecho o hechos que se quieren explicar” y b) segunda clase “los hechos que sirven para explicar los primeros”. Así para explicar la luz se necesita primero, por ejemplo, conocer la luz y en segundo, conocer las ondulaciones si se explica por este sistema, o conocer la emisión de partículas si se explica por el sistema de emisión atomística. “Cuando es disputable uno de los dos datos la hipótesis no es científica; cuando uno de ellos no es conocido, la hipótesis es absurda. Esto sucede con las hipótesis espiritualistas o inmateriales” (Ramírez, 1987: 299). En otro momento aborda la teoría de los equivalentes, los complementarios. Se trata de un tema de compensaciones. A la letra afirma: “Todos los fenómenos están sujetos a la equivalencia y a la complementación. La equivalencia produce la igualdad; lo más o lo menos suponen en todo: de aquí las matemáticas”.

En la lógica y en el lenguaje la igualdad es la compensación; el complemento se busca por la causa y el efecto, por la parte y el todo, ya sea el todo sucesivo o simultáneo. En las ideas, una sensación provoca sus iguales y sus complementarios. La economía política examina la equivalencia de los valores y los valores complementarios que producen la igualdad (Ramírez, 1987: 299).

El interés de Ramírez arribó a la fisiología, a la neurociencia, particularmente sobre las memorias; al respecto expone sus explicaciones:

Hay memoria local y memoria general, o memoria primaria y memoria secundaria. Los grupos de sensaciones y de movimientos comienzan por ser locales; pasan en un grupo de nervios y músculos, y en ese grupo se reproducen. Esto se deduce de lo que pasa en los experimentos sobre los miembros posteriores, cuando la mitad inferior del cuerpo se ha separado de la posterior. Estos grupos percibidos por el encéfalo, son a su vez conservados y modificados por el mismo encéfalo. Percibir es una segunda sensación; es sentir en el aparato general lo que siente el aparato local (Ramírez, 1987: 300).

Ramírez abrevó del espíritu de la Ilustración; en distintos momentos plantea su postura, como las anteriores. Deslindaba al creacionismo y la revelación, a quienes “no se les debe ningún descubrimiento: y ella jamás demuestra ni discute, sino que absolutamente se impone. No obliguemos al dogma –sentenciaba– a intervenir contra su voluntad en nuestras investigaciones científicas; arranquemos al mundo de las manos de la teología para contemplarlo”.

Más precisamente establecía: “sea cual fuere el sistema que se adopte sobre el origen del mundo, la ciencia gira sobre este principio: el universo y sus partes se conservan y reproducen por las leyes generales y constantes de la materia. Los pueblos bárbaros no conocen esas leyes, y obligan a la divinidad a intervenir… en los insignificantes fenómenos de la naturaleza”.

Ramírez es anticlerical y sus razones expone; entre ellas critica la “causa primera” del creacionismo, en otras palabras que un Dios generó todo. “Los trabajos abstractos e hipotéticos sobre la causa primera, no solamente tratándose del origen del universo, sino de todas las materias, conducen a los más absurdos opuestos”. Denuncia, al tiempo de resaltar, los instrumentos más ingeniosos que se multiplican en el afán por descubrir la verdad; lo absurdo podrá creerse, escribe, “pero jamás figurará ni entre las artes ni entre las ciencias” (Ramírez, 1984: 8). Precisará también que las ciencias y las artes “no florecen sino entre los rayos de la demostración y de la experiencia: la soberanía individual rechaza los dogmas, porque todo dogma es una voluntad ajena y toda soberanía quiere ser independiente”. Cabe precisar aquí la influencia del pensamiento científico moderno con la experimentación como punta de lanza y el consecuente distanciamiento de la interpretación creacionista del mundo y del hombre por parte de la iglesia.

4. El Nigromante: jacobino y materialista

No obstante lo radical de sus ideas, el Nigromante se gana el respeto y amistad de los principales intelectuales de la época (Maciel y Rosen Jélomer, 1984: 27). Se asume como un “materialista político”[8] y más precisamente se autonombra Nigromante del Jacobinismo. Ramírez afrontó el reto de explicar al ser humano, en el contexto, tiempo y orden social que le tocó vivir, “prescindiendo del Absoluto y recurriendo a un estricto naturalismo que ubicó en la naturaleza la determinación única y última del pensamiento y la sociedad” (Ibarra García, 2012: 153).

El liberalismo en el México postcolonial es representado, entre otros destacados intelectuales, por Francisco Zarco, Guillermo Prieto, Ignacio Manuel Altamirano, Justo Sierra, Vicente Riva Palacio e Ignacio Ramírez; éste último, la mente

más combatiente y la personificación más radical del espíritu jacobino de la Reforma […] [Ramírez] educador, periodista, escritor, orador y temible polemista, fue ante todo un militante político y un pensador crítico que defendió el sistema de gobierno republicano y federalista, combatió los privilegios de la Iglesia, pugnó por los derechos de la mujer y la educación indígena, y se opuso a la opresión de las clases populares(Ibarra García, 2012: 155).

El Nigromante comprendió y señaló que en tanto se excluyera a las mujeres, que representaban más del cincuenta por ciento de la población, el país no dejaría de padecer los prejuicios de la desigualdad social. Así, con su crítica Ramírez, “mejor que ningún otro teórico o político del siglo pasado”, evidenciaba “su profunda comprensión de la realidad nacional, revelándose como uno de los primeros ideólogos que entendieron el verdadero significado de la independencia y sus consecuencias” (Maciel, 1984: 35-36).

En relación con la lengua mexicana, Ramírez pensó en el náhuatl. Consideraba que el gobierno al establecer cátedras voluntarias ponía “la ciencia al alcance de los estudiosos [obteniendo así] para la sociedad las inmensas ventajas”. Para México, el conocimiento de la lengua náhuatl, amén de interesante, representa “una clave científica y un instrumento poderoso de relaciones sociales” (Ramírez, El correo de México, 1867: 1).

Ramírez en su “Carta al Diablo” (Don Simplicio, 1846,12: 2) escribe que

el hombre es un tronco

Seco y tirado en el suelo,

Un zoquete,

pero un zoquete dañoso

que solo piensa en delitos

Pero en otro momento, al destacar “La soberanía de la inteligencia” versará (Don Simplicio, 1846, 19: 3)

Da a tu cuerpo penitencia,

Porque te encadena al suelo,

Hasta que vueles al cielo / A ser pura inteligencia?

[…]

Para cada cosa hay ciencia;

Y con escasa medida

A cada hombre repartida

Ha sido la inteligencia.

¿Hay inteligencia, dílo? [sic]

Cual sol, que todo ilumina

Yo encuentro en la más divina,

Breve llama, gran pabilo.

Si pocas veces lo bueno

Halla el sabio para su uso,

¿No lo llamarás iluso

Si dice, haré el bien ajeno?

En otro tema, sobre las fiestas modernas, resulta interesante la agudeza de observación de el Nigromante: “están calculadas para hacer olvidar el pueblo sus intereses. Son apariencias con que engañan sus deseos. Quiere libertad, se le conceden máscaras; quiere placeres, se le enseñan en la otra vida; quiere venganza, y se le da un Judas” (Don Simplicio, 1846, 32: 2).

5. El pensador y filósofo positivista

Ramírez leyó y conoció de las obras de Diderot, d’Alembert, Rousseau y Voltaire, entre muchos otros. Libros de estos autores fueros deshojados y arrojados al suelo al ser detenido, mientras impartía la cátedra de literatura, para ser conducido a la prisión de Tlatelolco (Arellano, 2009: 63). No obstante las desventuras que su estricta observancia de la ética que asumía, como la defensa de sus ideales nacionalista, en su valor civil ratificaba que “lo más sagrado que tiene un hombre es su honor y la patria”. De ahí que, dada su erudición y elocuencia, Francisco Zarco lo ratificara como el ideólogo de la Constitución de 1857, visionaria y vanguardista. Sostuvo como constituyente que negar la educación a cualquier ciudadano que lo emancipe de la miseria se configura como un gran crimen, y también que “el saqueo al erario público debe ser considerado un delito grave y equiparable a la traición a la patria” (Ramírez, 1857).

El Nigromante fue un pensador que compartió sus intereses en la ciencia y filosofía no sólo desde la tribuna pública, en tanto político y ministro, sino también a través del periodismo. En 1867 El Correo de México publicó “Los estudios metafísicos”; para la época, el país, la cultura, de alguna manera es ejemplar. Abre su argumentación así:

Se casa un joven con una anciana; aunque no pueden tener hijos, el matrimonio se autoriza y conserva, porque, al fin, representa la unión de la Iglesia con Cristo: así sucede con la metafísica; representa la unión del entendimiento humano con la divinidad; ¿qué importa que ese contubernio sea infecundo?

En su exposición Ramírez recurre a Lao Tse: “Si el Tao pudiera recorrerse, no sería el eterno, el inmutable Tao. Si el nombre de Tao pudiera nombrarse, no sería el nombre eterno, inmutable. Sin nombre, el Tao es el principio del cielo y de la tierra; con nombre, Tao es la madre de todos los seres”. En los Vedas se afirma que “debemos conocer la alma para distinguirla de la materia; así no tendremos ni transmigración ni almas en pena”. Pero también Ramírez cita a Patandjali quien afirma que “Iswara, Dios, el Ente, es el Supremo Ordenador, y un espíritu diverso de los otros espíritus; es el padre de los primeros seres creados”. De ahí da un salto a los griegos quienes “robaron mucho de la India, por lo menos desde Pitágoras hasta Aristóteles. La doctrina de Platón no tiene novedad sino en lo brillante del estilo, y es interesante por haberla admitido San Juan como base filosófica del cristianismo. El Ente es creador, como creador es el verbo, el logos” (Ramírez, 1867).

Con esto deseamos destacar el interés intelectual de el Nigromante en asuntos filosóficos, más allá de los literarios y políticos donde destacó.

Como puede observarse, Ramírez se ocupó también de argumentaciones filosóficas cuyas temáticas y preocupaciones compartía por diversos medios, sobre todo mediante la escritura y la oratoria.

En su reflexión sobre el Ser recurre al filósofo Spinoza, quien sostuviera: "Todo lo que existe pertenece a una sustancia, ya se comprenda bajo este u otro atributo". La metafísica, a decir de Ramírez (1867), nace de la revelación, de la poesía, la abstracción y de la hipótesis. En el primer caso se trata de un Dios conocido de todos. La poética busca con la imaginación el origen del universo, y al hallar la duda la envuelve en flores; la metafísica de las abstracciones formula clasificaciones, generales y vagas, que no presta servicio a los descubrimientos de las ciencias y la metafísica hipotética se viene abajo al sólo negarle la hipótesis.

Todo sistema metafísico –arguye el Nigromante– se reduce a una red de suposiciones que “jamás salen de límites estrechos”. Él asume la postura que la metafísica “causa males, aplicada a las ciencias”. Argumenta a su favor: “Los trabajos abstractos e hipotéticos sobre la causa primera, no solamente tratándose del origen del universo, sino en todas materias, conducen a los más absurdos opuestos: uno es el punto de partida para los metafísicos, donde la lógica los guía; en lo que no es posible que se pongan de acuerdo, es en el sentido” (Ramírez, 1867). La primera parte del artículo tiene su aporte, pero en esta última evidencia juicios de valor, cuando menos discutibles. No obstante, para su época, en una sociedad en nacimiento y construcción donde reina el analfabetismo y se alienta el dogma y la ignorancia, resulta significativo y aleccionador.

Por otra parte, Ramírez había leído y asimilado bien:

las nociones vitalistas y materialista que se habían vuelto populares en Europa. Entre los autores en que fundamenta sus escritos se encuentran Adam Smith y Jeremy Bentham. [No obstante] La heterogeneidad y dispersión de sus textos hace difícil un estudio riguroso de su pensamiento, pues aunque sus ideas fueron en muchos campos verdaderamente brillantes, no lograron ser lo suficientemente tejidas dentro de un entramado sistemático (Ibarra García, 2012: 155).[9]

Dada la influencia europea de la época, Ramírez entendía adecuadamente el espíritu de la Ilustración, y

cuando las condiciones lo exigían, aventuraba ideas, reflexiones y explicaciones que realmente manifiestan un espíritu analítico, muy diferente de las formas en las que se entendían los hechos sociales, de ahí que sus exposiciones refieran perspectivas teóricas enteramente nuevas en México. Su discurso se fundamentaba en los principios más estrictos de las ciencias exactas y en las más recientes investigaciones científicas de Europa, entre ellas las de la indestructibilidad de la materia. Especialmente interesantes resultan sus reflexiones sobre el hombre, el pensamiento y el lenguaje, así como sobre la sociedad (Ibarra García, 2012:156).

En el siglo XIX ningún pensador nacional se ocupó de comprender al ser humano y a la sociedad. Ramírez lo hizo: afrontó el reto de su explicación

con una lógica de pensamiento que prescindiera del Absoluto y que partiera de la naturaleza […] renuncia a cualquier a priori trascendental. En algunos casos, su afán por disociarse de un fundamento trascendente, de un absoluto, de la metafísica y la teología, lo condujo a orientar su mirada a las ciencias naturales (Ibarra García, 2012: 156).

Hay que ubicar el intelecto de Ramírez en la transición de un pensamiento colonial y religioso; posterior a la Independencia un sistema político-social e ideológico va cediendo lugar a otro en emergencia. Ramírez participa del esfuerzo por superar formas de pensamiento del pasado. Se trata de una etapa de transición donde los fenómenos sociales son inéditos respecto al pasado inmediato. Así,

la antigua lógica subjetivista y absolutista es sustituida por una lógica relacional procesual. […] Ramírez aborda el cambio de lógica en la comprensión de la espiritualidad de las formas de vida humana,… señalando que la crítica al conocimiento y a la normatividad debe dirigirse a la estructura argumentativa con la que la religión interpreta al mundo (Ibarra García, 2012: 158).

Agustín Aragón[10] afirma que Ignacio Ramírez, “debe contarse entre los genios más nobles”, no obstante que sea casi desconocido entre las nuevas generaciones. De ideas claras y radicales opiniones, muchos ven a el Nigromante como “precursor de una nueva filosofía”; sin duda la gran escuela del siglo XVIII que se resume en “la fórmula de Augusto Comte: Reorganizar sin Dios ni rey”.

En cuestiones de arte manifiesta

dominio de la inteligencia y del sentimiento en el que Ignacio Ramírez batía sus alas de águila, fue un precursor en México. Evitó siempre la forma pedantesca y la dogmática; y sus estudios críticos no carecen de apreciaciones tan ingeniosas como profundas […] fue un revolucionario en política y un positivista en la educación e instrucción de la juventud; fue un gran liberal progresista […] si fue un librepensador, fue también en cierto sentido un filósofo positivista y sirvió a su país tanto en el aspecto crítico como en el aspecto orgánico de la razón humana.

Conclusiones

Cuando afirma Ramírez que “los hombres son hijos de las palabras” está en un terreno filosófico y moral, es decir ético, amén de científico y político porque la idea expresada y concentrada en el signo lingüístico de la palabra, contiene emoción y razón derivada de la experiencia de vida de los semejantes, nuestros prójimos que dan sentido al amor, la amistad, la benevolencia, philia y solidaridad sí, pero también a la enemistad, discordia, egoísmo y maleficencia. Las palabras articulan discursos, permiten esgrimir razones que mediante la experimentación científica apuntalan comprueban o desechan hipótesis, articulan teorías que explican las cosas y los hechos, fenómenos naturales y metafísicos.

Pero también el Nigromante ratifica que el corazón humano es siempre el mismo. Habrá que entender la afirmación en la naturaleza de las emociones y sentimientos, amor-odio, donde cambian las circunstancias y las condiciones de existencia. Erich Fromm en El corazón del hombre (1982)cuestiona si éste es lobo o cordero y analiza las distintas formas de violencia, la biofilia y la necrofilia, esto es el amor a la vida y a la muerte. El Nigromante, guardando las prudentes proporciones, se ocupó del mismo tema cien años antes.

Distintos objetos de estudio ocuparon su interés científico; no obstante la imposibilidad de profundizar y sistematizar un trabajo profesional al respecto, queda clara la respuesta a la crítica que se le ha formulado por cuanto a la cuestión: ¿dónde están sus obras? Los tiempos históricos convulsos de transición que le tocaron vivir en carne propia operan a su favor. Su quehacer político acaso le demandó más dedicación y esfuerzo que la heurística y la poiesis de la investigación científica y filosófica. Han quedado, sin embargo, temas expuestos de gran relevancia como los ya referidos; por ejemplo, sobre la hipótesis, el lenguaje y la verdad, las ciencias exactas, el naturalismo, el positivismo. Ignacio Ramírez fue precursor del progreso científico en México en un tiempo de guerras intestinas y externas por el poder y riqueza del país. Cabe destacar su método de trabajo intuitivo, cuando reconoce seguir su instinto e íntima convicción respecto a sus deducciones de diversa índole.

Cabe destacar también que la hipótesis de el Nigromante respecto a la formación de mármoles debido a la hacinación de conchas marinas, no es distante y ajena a una cuestión similar que se estableció como polémica un siglo antes. Habrá que contextualizar que la humanidad transita por ciclos sucesivos de conocimiento, cuyos errores corrige continuamente la ciencia, rehabilitando hipótesis que antaño fueron desechadas por erróneas. Así tenemos que en el siglo XVIII los naturalistas negaron la autenticidad zoológica a las conchas fósiles, argumentando que sólo eran simulaciones artificiosas en tanto otros sostenían acaloradamente lo contrario en discusiones no exentas de insultos, hasta que Buffon,[11] ilustre naturalista de la época, sentenció la controversia con pruebas plenas a favor de los segundos.

Ramírez versifica:

Da a tu cuerpo penitencia,

Porque te encadena al suelo,

Hasta que vueles al cielo

A ser pura inteligencia?

Al respecto, no haremos propiamente hermenéutica de la poesía de el Nigromante, pero cabe la precisión aquí sobre la referencia al cielo como cosmos. La filosofía de los estoicos identificaba dos principios universales: la materia y la razón. El Universo es logos y deriva del Todo, inteligencia divina (Providencia) que ordena la naturaleza (materia). El hombre tiene una parte de esa razón, el alma es parte del logos universal (Cfr.Salvador Benítez, 2014: 17). La referencia a la Tierra-suelo (physis) corresponde a la cosmovisión platónica, donde el cuerpo es una especie de prisión para el alma que, con el advenimiento de la muerte, se libera de él.

También, la alusión al bien ajeno, común, del prójimo:

Si pocas veces lo bueno

Halla el sabio para su uso,

¿No lo llamarás iluso

Si dice, haré el bien ajeno?

Aquí sobresale una lección de filosofía moral: procurar el bien del Otro, del prójimo, tal como él mismo lo hacía. Pero, ¿no es acaso el bien-estar común un precepto político irrenunciable no obstante que en ello tenga cabida la ilusión de una vida buena y mejor?

Ahora bien, la autoformación intelectual de Ignacio Ramírez, más allá de la jurisprudencia, la oratoria y la política donde sobresalió con creces, abarcó a la ciencia y a la filosofía como instancias de comprensión y explicación del ser humano –el mexicano indígena en proceso de evolución intelectual vía la educación para liberarse el dogma de la fe impuesta por trecientos años de colonización mental–, la existencia en sociedad y la vida en su relación con la naturaleza. La vida y obra ejemplar de el Nigromante puede y debe ser un patrón a seguir por la clase política nacional que en gran parte dista mucho de ser ilustrada, dando paso con ello a la improvisación, el oportunismo y el fenómeno de la corrupción política. La exigencia mínima para quienes administran y dirigen al país es una formación científica y humanística (filosófica) para que sirvan digna y honestamente a la comunidad humana que representan, como lo hizo Ignacio Ramírez cuyo legado constituye un valor por compartir y reivindicar entre las generaciones jóvenes de mexicanos.

Análisis prospectivo

La figura histórica y política de Ignacio Ramírez Calzada sobresale por su obra literaria y periodística que se ha impuesto al paso del tiempo de manera estereotipada al mostrar a un personaje clave, que se le ha llamado incluso apóstol de la Reforma en México, periodo trascendental en la configuración de la naciente República. Se habla mucho de él como jurisconsulto, orador y polemista, acérrimo adversario de la iglesia y sus representantes en nuestro país, pero poco se conoce de sus contribuciones en otras áreas como la ciencia y la filosofía. Una crítica, acaso injusta, que se ha formulado a el Nigromante radica en la pregunta: ¿Y dónde está su obra literaria, política, científica o filosófica? Las condiciones de existencia del ilustre liberal mexicano lo llevaron a experimentar una vida de vaivenes políticos a grado tal de ir de la cárcel al poder en varias ocasiones, en las cuales demostró una férrea convicción en sus ideales asentada en el amor al país y su población sufriente. Tal es el motivo, más que comprensible, porque recurre a la difusión de sus ideas a través del periodismo, además del interés en la instrucción de un pueblo sumido en la ignorancia y analfabetismo.

Pero algo digno de destacar es la formación académica intelectual del político y prócer. Se trata de una inteligencia nativa del México postcolonial que pensó y actuó desde su lugar de origen colocándose del lado de los oprimidos y despojados de sus propias tierras. Se podría decir que en él se cumple la aspiración platónica del gobernante filósofo, porque fue un intelectual y pensador, si bien nacionalista, atento a los avances de la ciencia y la filosofía en el mundo. No sólo empuñó las armas en defensa del país, sino que como político y servidor público dio muestra fehaciente de rectitud y honorabilidad, como de formación profesional. Sin desproporciones se puede afirmar que fue un hombre sabio, cuya vida pública es cívica, moral y éticamente ejemplar. No se enriqueció en los puestos públicos de primer nivel que ocupó por méritos y capacidades propias. Tal es el ejemplo y actualidad indiscutible de su legado para la clase política del país. Más que ceremonias luctuosas, suntuosas en su memoria, debería reivindicarse su legado político y moral e imponerse como norma de conducta en los servidores públicos de las administraciones federal, estatal y municipal de México.

En estos tiempos de corrupción desmedida y desbordada, pública y privada que erosiona a las instituciones nacionales y mundiales, es oportuno tener presente el ejemplo de vida y obra de un pensador comprometido con sus ideales y sus connacionales como Ignacio Ramírez. La exigencia mínima e imprescindible para todo ciudadano que asuma puestos de representación popular y de la función pública, donde está de por medio la administración justa y transparente del erario público, es una formación académica-educativa y una capacitación funcional-operativa. Es inadmisible que se siga tolerando el arribismo, la improvisación y el oportunismo político que propician, entre otros factores, el fenómeno de la corrupción en las instituciones públicas. Dicho de otra manera, al político y al servidor público se les debe exigir rigurosa formación profesional, donde preceptos científicos y filosóficos guíen sus actos a efecto de apuntar y asegurar la dignidad, la honorabilidad, la justicia y la libertad para consigo mismos y con los conciudadanos, a quienes representan y sirven. Esto es posible en el marco de las iniciativas que procuran combatir y frenar la corrupción en la clase política y las instituciones.

Se podrá refutar esta prospectiva como idealista en tanto que se trata de una aspiración a otra manera distinta de asumir y conducir los asuntos de la organización en la comunidad humana, sobre todo por la diferencia temporal de por medio. La sociedad mexicana de la época de Ramírez está emergiendo como nación independiente después de trescientos años de colonia. El Nigromante lucha en diversas trincheras por una efectiva emancipación, el paradigma decimonónico por antonomasia, respecto a la Iglesia y la corona española. Ahora, en el siglo XXI se impone una globalización económica e ideológica que todo lo arrasa; ante ello, no se vislumbra un pensamiento y espíritu revolucionario, ejemplar como el de Ramírez que afronte y resista desde el conocimiento y la razón los embates del exterior.

Con lo anterior, no se aspira a hacer de un pensador y héroe de la patria un nuevo ídolo que venerar. Cabe precisar que han sido las ideas en torno a la ciencia y a la filosofía de su época que profesaba y compartía el Nigromante, lo que posibilita comprender a un personaje clave y determinante de la Reforma en México en su dimensión justa de intelectual comprometido con su comunidad, sus instituciones y país que representan. El camino seguido para tal efecto ha sido la búsqueda y exploración de las nociones sobre la ciencia, la abstracción y la reflexión sobre los hechos y circunstancias, manifiestos en argumentos y expresiones diversas contenidos en las Obras completas de Ignacio Ramírez y otras fuentes alternas que han permitido acercarse y conocer un poco más el pensamiento de un mexicano, cuyos actos y conducta en la vida pública y política de México ha sido ejemplar y, por ende, digno de seguir sus pasos.

Referencias

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Don Simplicio. (1846, 7 de febrero). Carta al diablo. Tomo II. Segunda época, 12.

Don Simplicio. (1846, 4 de marzo). Al Tiempo. Tomo II. Segunda época, 19.

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Salvador Benítez, J. L. (2014). Pobreza como ausencia de vida buena. Una interpretación desde la filosofía estoica. Toluca: UAEM.

Notas

[1] Político romano conocido como el censor –censorius– porque defendía las tradiciones romanas de la influencia de Oriente.
[2] Ninfas del mar, hijas de Océano y Tetis. En otra acepción de la mitología griega Oceánidas eran dioses fluviales, personificaciones de los ríos a los que se suponía gobernados por ellos. Hesíodo los describe como hijos de Océano y Tetis (Hesíodo, 2015).
[3] Aquí se puede inferir que el poeta, tal vez se aluda al ocaso, como fin(alidad), por su referencia a la muerte, acaso denota casualidad en tanto azar, circunstancia.
[4] La Academia de Letrán (1836-1838) nació a efecto de “mexicanizar la literatura”, que se emancipara de otras, como la española, de ahí que sus miembros miraran hacia la literatura francesa, italiana e inglesa. Agrupó a “los mejores escritores e intelectuales de la época”: entre ellos los hermanos Juan Nepomuceno y José María Lacunza, Guillermo Prieto, Manuel Payno, Manuel Orozco y Berra, Andrés Quintana Roo, quienes se avocaron a la poesía, la narración, el periodismo cultural y la dramaturgia. La fundación de este grupo literario implicó “la democratización de la escritura” y el inicio de la literatura en el México independiente.
[5] Nietzsche en La gaya ciencia (1882), sección 125 afirma: “¡Dios ha muerto! ¡Dios sigue muerto! ¡Y nosotros lo hemos matado! ¿Cómo nos consolaremos los asesinos de todos los asesinos? Lo más sagrado y lo más poderoso que hasta ahora poseía el mundo, sangra bajo nuestros cuchillos –¿quién nos enjugará esta sangre?” (Nietzsche, 2014: 440).
[6] Ignacio Ramírez firmó muchos de sus escritos bajo el pseudónimo de el Nigromante. La palabra nigromante designa a aquel que practica la nigromancia, que es una manera de adivinación o de predicción. El término procede del griego necromanteia; necrós “cadáver”, manteia “adivinación”, mantis “adivino”. La referencia al adivino y con él a la magia, encantamientos y fenómenos de esta índole tiene una tradición mítica e histórica que se encuentra incluso en Sócrates, con regularidad en los diálogos Cármindes, 155e, 157c, 176b y Menón, 80a-b. Véase Banquete 194b (Platón, 2010: 726). Dada la confrontación radical que Ramírez sostenía con la iglesia, una lectura del pseudónimo puede implicar la provocación a sus representantes, pues cabe recordar que la magia está presente en experiencias religiosas en muchas partes del mundo; no obstante, ha sido proscrita de la religión, al menos la judeo-cristiana.
[7] El enunciado procede del Día de Corpus (Barcelona 1822), que a manera de epígrafe reza: Sacriis solemnis junctasint gaudia, Et ex praecordiis sonent praercondia; Recedant omnia vetera; nova sint omnia, Corda, voces et opera. La traducción sería: “Júntense los gozos con las sagradas solemnidades, y suenen los pregones de los corazones; ea apártense las cosas viejas, sean todas nuevas, corazones, voces y obras”
[8] Denuncia que “las propiedades están distribuidas con mucha desigualdad”. La tercera parte de los bienes raíces pertenece al clero; otra tercera parte a los descendientes de nuestros conquistadores, y el resto está abandonado (Don Simplicio, 1847: 3)
[9] Investigadora del Centro de Estudios Europeos de la Universidad de Guadalajara, México.
[10] “Ignacio Ramírez, Filósofo positivista”; Discurso leído en la Sociedad “Ignacio Ramírez” el 19 de agosto de 1902; Revista Positiva, No. 22, 1 de octubre de 1902, pp. 439-444, en Obras completas VIII, pp.122-127.
[11] Georges Louis Leclerc (1707-1788), conde de Buffon, naturalista, botánico, matemático, biólogo, cosmólogo y escritor francés. Junto con su compatriota Jean-Baptiste Lamarck (1744-1859), también naturalista, quien fue uno de los grandes hombres de la época en la sistematización de la historia natural, cercano en su influencia a Linneo. Buffon pretendió compilar todo el saber humano sobre el mundo natural en su obra en 44 volúmenes Histoire naturelle. Se les podría considerar como los fundadores de las ciencias de la naturaleza, entre otros.

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