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El oficio del etnógrafo

Joanne Rappaport
Georgetown University, Estados Unidos

El oficio del etnógrafo

Revista Colombiana de Antropología, vol. 58, núm. 1, pp. 200-202, 2022

Instituto Colombiano de Antropología e Historia - ICANH

Mis reflexiones iniciales al leer el artículo de Guzmán y Suárez giraron en torno a lo que para mí constituye la práctica de la etnografía: estar, acompañar y participar en los quehaceres diarios y los eventos especiales. Las entrevistas formales, encuestas, talleres, etc. forman parte de la etnografía, pero la base de la práctica de etnógrafas y etnógrafos es pasar tiempo juntos —la expresión en inglés para esto sería deep hanging out—. Esto es precisamente lo que proponen Guzmán y Suárez. Me imagino que es una respuesta a las cambiantes prácticas etnográficas de las últimas décadas, mediante las cuales los investigadores llegan, recolectan su material y ni siquiera duermen en la comunidad. Aunque posiblemente se trate de una reacción a la violencia, muchos campesinos lo entienden, según me han contado ellos mismos, como un rechazo a su manera de vivir y a su hospitalidad.

En mi propio trabajo sobre el movimiento indígena en el Cauca aprendí que es importante pasar tiempo en las comunidades para poder entender cómo la gente de a pie —los que nutren las movilizaciones— entiende la política de las organizaciones, porque el movimiento indígena no se dirige únicamente desde la cúpula sino, simultáneamente, desde las mismas comunidades. Claro que uno puede entrevistar a los comuneros, pero en las entrevistas grabadas las cuestiones políticas, educativas, etc. se articulan formulaicamente, sin reflejar las experiencias y los pensamientos de la gente; para eso se necesita un entendimiento “a ras del suelo”.

La práctica de deep hanging out funciona en combinación con una negativa a regirse por el proyecto original, como enfatizan Guzmán y Suárez al argumentar que la investigación debe surgir de la misma experiencia en el campo. No obstante, a diferencia de los autores, creo que el proceso de escribir un proyecto de investigación vale la pena en la medida en que ayude al investigador a generar los múltiples caminos posibles para su pesquisa. Sin embargo, este tiene que ser un ejercicio de imaginación, no una ruta definitiva a seguir. En el campo, uno tiene que seguir su intuición: escuchar a la gente, observar qué consideran importante, abrirse a las perspectivas que proponen. Por ejemplo, en mi trabajo sobre los investigadores del Consejo Regional Indígena del Cauca, fue a lo largo de varias temporadas de investigación que me di cuenta de que era importante incluir a los colaboradores no indígenas como sujetos de investigación, a instancias de los varios interlocutores que conocí en el camino. Estos colaboradores no figuraban en mi proyecto inicial.

Una reflexión posterior sobre el artículo me llevó a pensar en cómo se puede compartir esa cotidianidad en los contextos supralocales que muchos etnógrafos suelen estudiar hoy en día: movimientos sociales, instituciones gubernamentales e internacionales, regiones, etc. La propuesta de Guzmán y Suárez funciona para los entornos rurales y, tal vez, para una antropología urbana localizada. Sin embargo, en muchos casos es imposible compartir las labores cotidianas porque son demasiado especializadas o porque hay restricciones que lo impiden: por ejemplo, investigaciones sobre la cultura de los laboratorios, los juzgados o con militares. Obviamente, en estos casos la observación y las entrevistas dirigidas cobran más importancia, pero, de todas formas, resulta necesario pensar qué significa, en estos contextos, deep hanging out, es decir, cómo hacer posible captar su cotidianidad.

Guzmán y Suárez traen a colación uno de los problemas que yo considero centrales en el ejercicio etnográfico: ¿cómo hacer que no sea un proceso extractivo? Para estos autores, lo que hace que la etnografía sea extractiva es el hecho de restringir la investigación a los temas y metodologías prestablecidos en el proyecto inicial. Yo agregaría que, aunque es cierto que las metodologías colaborativas pueden mitigar el carácter extractivista de la etnografía, muchas veces también tienden a limitar la investigación a las preguntas preestablecidas y a ciertas técnicas previstas por los investigadores. No obstante, creo que tenemos que ir más allá y reflexionar sobre el porqué de la investigación etnográfica: ¿qué quieren hacer los etnógrafos con los aprendizajes que adquieren en el campo?, ¿para qué hacemos etnografía? Es importante pensar en cómo se comunica lo que se ha aprendido, a quiénes, por qué medios y en qué lenguaje. ¿Cuál debería ser la relación entre el acompañamiento en el campo y los argumentos finales?, ¿hasta qué punto y con qué métodos se retiene la voz de la comunidad?, ¿a quiénes está dirigido y en qué formatos? Son preguntas importantes y contestarlas no es tan fácil como uno supondría, pues las necesidades de la comunidad y las de los investigadores no siempre están alineadas y no siempre tenemos el entrenamiento adecuado para comunicar los resultados en formatos asequibles. Finalmente, ¿quién tiene el derecho de hacer etnografía? Esta cuestión se está debatiendo en muchas comunidades indígenas hoy en día y nos sugiere que nuestra práctica de visitar a la gente y extraer información de ella no es un proyecto viable o sostenible a largo plazo. La reflexión de Guzmán y Suárez nos urge y nos insta a pensar en esas importantes preguntas.

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