Recepción: 17 Agosto 2016
Aprobación: 05 Septiembre 2016
Resumen: Partiendo de referentes epistemológicos enmarcados en la consolidación de los saberes modernos, el artículo muestra cómo estos referentes fueron adoptados por intelectuales colombianos para entender la situación del país, en la primera mitad del siglo XX. Desde esta mirada, la sociedad colombiana no había alcanzado estadios superiores de desarrollo y se encontraba en minoría de edad, por lo que podía ser catalogada como una sociedad infante de la que se debía desconfiar. Para los médicos Miguel Jiménez y Luis López de Mesa, condiciones genéticas y geográficas hacían de los colombianos una versión deformada de los pueblos europeos y anglosajones y proponen la adopción de políticas eugenésicas relacionadas con la inmigración de europeos, medidas educativas para favorecer el disciplinamiento del cuerpo y estrategias higienizadoras, todo con el fin de mejorar la raza.
Palabras clave: Biopolítica, darwinismo social, degeneración racial, eugenesia, positivismo.
Abstract: Starting from epistemological reference that is framed in the consolidation of modern knowledge, the article shows how these references were adopted by Colombian intellectuals to understand the situation of the country in the first half of the twentieth century. From this perspective, Colombian society had not reached higher stages of development, that means that the country was in a minority, so, it could be classified as an infant society to be wary. Doctors Miguel Jimenez and Luis Lopez de Mesa suggest that genetic and geographical conditions made the Colombians a distorted version of the European and Anglo-Saxon peoples, so that, it is proposed the adoption of eugenic policies related to immigration of Europeans, as well as educational measures to promote the discipline of the body and hygienic strategies, all in order to improve human race.
Keywords: Modern knowledge, positive philosophy, social darwinism, eugenics, racial degeration.
Introducción
Desde finales del siglo XIX teorías positivistas, evolucionistas y eugenésicas sobre la pretendida superioridad de la raza blanca, tuvieron eco en América Latina. Las poblaciones latinoamericanas no parecían llenar los requerimientos de la civilización y preocupados por el peso que la herencia racial podía tener en el desarrollo del continente, intelectuales y políticos asumieron una concepción evolucionista de la historia, consideraron a las repúblicas latinoamericanas como inacabadas, carentes de identidad, de modernidad y con poca capacidad de progreso, y a sus habitantes como “tropicales”, “atrasados” y “racialmente degenerados”.
La diversidad biológica fue interpretada como signo patológico de degeneración y constatación del atraso étnico. Como conclusión de las leyes mendelianas de la herencia y del darwinismo social, se promovieron políticas tendentes a mejorar la raza, superar el estado de “barbarie” y alcanzar el ideal de “civilización”, y se constituyeron desde la eugenesia y la antropología, agendas públicas que incluían la promoción de inmigración europea para el blanqueamiento racial, y medidas de protección social en materia de higiene y educación.
En Colombia, tras la serie de insurrecciones y el clima de anarquía que caracterizaron el siglo XIX hasta la funesta Guerra de los Mil Días, se buscaba un modelo capaz de garantizar la entrada de la república al concierto de las naciones “civilizadas”, lo cual implicaba profundas transformaciones relacionadas con la estabilidad de los caracteres raciales de la población, la plena explotación de las riquezas y la apropiación de las formas de producción capitalista.
Partiendo de un marco epistemológico signado por la consolidación de los saberes modernos y la filosofía positivista, este artículo pretende mostrar la manera cómo ideas relacionadas con el darwinismo, el organicismo y evolucionismo social, influyeron en los pensadores de la degeneración de la raza, específicamente en Miguel Jiménez López y Luis López de Mesa.
1. Positivismo y saberes modernos
En los albores del siglo XIX las ciencias naturales alcanzan gran desarrollo y prestigio, lo cual lleva a creer que la implementación de sus presupuestos y procedimientos al estudio de la sociedad, garantizarían un conocimiento objetivo del mundo social. Ese afán por hacer del estudio de lo social una ciencia positiva llevó a que aquellos saberes que tuvieran pretensión de cientificidad, definieran sus estrategias de conocimiento, con referencia a los métodos empleados por las ciencias naturales. Así, el positivismo se propuso establecer los fundamentos de lo que debería ser una verdadera ciencia del mundo social.
El positivismo comtiano2 consideró que desde tiempos antiguos, la humanidad había asistido a un continuo progreso del conocimiento. La matemática, astronomía, física, química y biología fueron presentadas como manifestaciones sucesivas de creciente progresión de conocimiento que desplazando las especulaciones religiosas y filosóficas, habían conquistado la explicación científica de entidades formales y naturales. El siglo XIX trajo el ascenso de las ciencias naturales, siendo la biología punto de referencia para la erección de la ciencia que habría de dar cuenta de las entidades sociales: la sociología.
Desde el positivismo se entendió que la producción de conocimiento científico sobre lo social, debía hacerse trasladando al estudio de los fenómenos sociales los criterios y procedimientos de las ciencias naturales. La sociedad es vista como una realidad objetiva, regida por leyes universales y eternas; la tarea del científico social es descubrir las leyes a partir de la observación de los fenómenos sociales, pues si la naturaleza y la sociedad comparten una misma lógica, entonces el único modo para conocerla sería el método científico. De ahí que el afán por descubrir las leyes que rigen el comportamiento social esté asociado a la aspiración de manipular las condiciones y circunstancias en que operan dichas leyes, para lograr determinados efectos deseados. Así el positivismo instauró las bases para la sociología apelando a las certezas epistémicas y metodológicas que estaban en los principios de las ciencias naturales y su método científico (Serna, s.f: pp. 16-17).
Hacia la segunda mitad del siglo XIX, se evidencian las limitaciones de las ciencias sociales, para comprender y explicar la vida social desde una perspectiva unidisciplinaria y en consecuencia, se amplían sus enfoques y métodos con nuevas miradas de la realidad. Es entonces cuando un conjunto de saberes dispersos, sometidos a la tutela de discursos filosóficos y políticos fueron influidos por el pensamiento sociológico con su certeza epistémica y metódica. Esta doble certeza permitió la conversión de unos saberes en disciplinas modernas, confiriéndoles unas formas autónomas de abstraer objetos, de procesarlos en el lenguaje y de conducirlos a representaciones. Así, saberes como la historia, la psicología y la antropología se fueron plegando a esa doble certeza, aunque cada una definió objetos, metodologías y representaciones de forma diferente.
Las certezas epistémicas y metodológicas condujeron a afirmar el mundo social como una entidad objetiva, aunque cada disciplina desarrolló unos lenguajes propios. Así se afirmó la concepción que hizo del mundo social una entidad común, pero parcelada en diferentes objetivos, que estaría sometido aún método común, aunque desarrollado con metodologías, lenguajes y representaciones distintas, que hizo que la pretensión de una ciencia social fuera cediendo ante la diversidad disciplinar (Serna, s.f: pp. 20-24). Saldarriaga Vélez (2000) se refiere a una “matriz de formación de lo social”, conformada por “los saberes médicos, biológicos, psicológicos y experimentales, que veían lo social como el ámbito de los movimientos poblacionales, las relaciones entre organismo y medio ambiente, la influencia del clima, la herencia y la raza; su modo de intervención partía de la experimentación médica sobre grupos marginales, el examen y los test psicobiológicos…” (pp. 334-335).
La emergencia de las ciencias sociales ha sido un proceso comprometido con la expansión del proyecto moderno, con sus ideologías y su ideal de control de la naturaleza y la sociedad. En tal sentido, los contenidos de las disciplinas sociales y sus fronteras correspondieron, no tanto a la naturaleza de su objeto de estudio - la vida social - como a intereses y concepciones políticas e ideológicas predominantes en el momento. Las ciencias sociales se constituyeron en una manera de ver y comprender el mundo y, en cierta medida, han sido referentes para las actuaciones éticas, políticas, económicas y sociales.
Discursos derivados de teorías como el evolucionismo aportaron fórmulas capaces de dar respuestas a las preguntas que sobre el orden social circulaba en los escenarios culturales y las comunidades de científicos sociales de la época. En este contexto se interpretó a Colombia como una nación en condición de minoría de edad, que en tanto país periférico, requería la apropiación que sus intelectuales hicieran de los saberes modernos. Saberes, como el evolucionismo social, que apostaban por una intervención desde la política y la educación, como estrategias que permitiera la evolución y el progreso de los sujetos y sociedades infantes circulaban a nivel mundial y su apropiación, suministraría la fundamentación conceptual e ideológica de los llamados pensadores de la degeneración de la raza.
1.1 La eugenesia o la construcción del “otro”
En 1883 el antropólogo británico Sir Francis Galton, acuñó la palabra eugenesia a partir del vocablo griego eugens que significa “bien nacido”, “de buena raza”. Quiso con ello abarcar los usos sociales por los cuales el conocimiento de la herencia puede ordenarse para alcanzar el objetivo de la “mejor descendencia”. Su propósito fue optimizar las disposiciones heredadas consideradas positivas y valiosas mediante un buen “cultivo” o “crianza,” para mejorar las disposiciones naturales de la población, favoreciendo la reproducción de los “saludables” e impidiendo la de los enfermos físicos y mentales (Runge, 2005, p. 133).
Se instaura así una antropología “fundada en el encumbramiento de la higiene y con ello del varón adulto y blanco, a partir del cual la ciencia definió la normalidad y una jerarquía de las capacidades y posibilidades humanas. Marginados y degradados quedaron los niños, los enfermos, todos los desviados, los indígenas, los negros, los mestizos, los pobres y las mujeres. Para todos se fundaron ciencias capaces de estudiarlos y meterlos en cintura: pedagogía, puericultura, higiene, psiquiatría, etnología, sociología y ginecología” (Pedraza, 1996, p. 121).
Eugenesia y antropología compartieron el proyecto sociocultural de la modernidad, que definió la “forma normal” del ser humano y de la sociedad, por lo cual otras formas de ser, de saber y de organización fueron consideradas no solo como diferentes, sino como arcaicas, primitivas o pre modernas (Lander, 2000, pp. 23-24). El éxito social fue atribuido a una dotación genética innata y superior, mientras los individuos o grupos vistos como no exitosos, fueron tomados como productos de una herencia pobre. Los vínculos entre eugenesia y antropología llegaron a ser estrechos, es así como una “eugenesia antropológica” hizo de su objeto primordial la búsqueda de una metodología apropiada para hallar la “correcta medida del hombre”.
La creciente industrialización, las migraciones internas y el auge de la urbanización hacían evidentes los males de la modernidad y sus trágicas consecuencias. Las problemáticas prevalecientes en las urbes en expansión, fueron interpretadas como evidencia de una degeneración en marcha. La mirada eugenésica descubrió una legión de alcohólicos, alienados, ciegos, cretinos, criminales, convulsos, débiles mentales, deformados, dementes, epilépticos, esquizofrénicos, idiotas, invertidos sexuales, locos, maniaco depresivos, mongólicos, raquíticos, retrasados, tarados, tuberculosos, sifilíticos,… (Palma, 2002, p. 101). La lista se hizo interminable, se conformó una categorización social compleja del “otro” y su degradación, y a partir de ella una política de lo social donde aquellos seres enfermos, “idiotas o degenerados”, “desocupados” y “hambrientos” estaban condenados a vivir en un estado de obligada miseria y a incrementar la indeseable clientela de los manicomios, asilos, hospitales y cárceles.
La eugenesia promovió el manejo científico y racional de la constitución hereditaria, asumió que las habilidades naturales de los seres humanos derivan de la herencia y que una selección cuidadosa, por medio de matrimonios controlados durante diversas generaciones, haría posible producir una raza de hombres altamente dotados. Se conjeturaba, que la sociedad podría agilizar lo que la naturaleza en el pasado había hecho lentamente; su objeto consistió en mejorar la “naturaleza humana” o preservar la “pureza” de grupos humanos particulares. En consecuencia, propuso favorecer la reproducción de determinados individuos considerados mejores y más aptos, e inhibir la reproducción de los inferiores e indeseables para prevenir que legaran su ineptitud. Su cimiento se construyó sobre los siguientes supuestos: las diferencias biológicas y sociales entre los individuos son fruto de la herencia, y solo en pequeña medida, del medio; el progreso y la evolución de las especies son asegurados por un proceso de selección natural; las condiciones de bienestar de la civilización moderna (medicina, asistencia social, ….) tienden a impedir la influencia selectiva negativa de la naturaleza sobre los menos aptos; dicho impedimento ha desembocado en un proceso de deterioro y degeneración de la especie humana por lo que se hace necesaria la implementación de medidas propicias para contrarrestarlo (Palma, 2002, pp. 54-56).
La plataforma de acción eugenésica incluyó medidas como la restricción de matrimonio y la esterilización a grupos particulares de enfermos, control de la inmigración y de la natalidad -el aborto eugenésico -, asuntos que fueron discutidos profundamente, aunque su aplicación real se restringió a países donde la acción eugenésica fue más agresiva3. Con la eugenesia, fenómenos políticos en su carácter son convertidos en científicos, de ahí su relación con los grandes temas de la historia moderna, tales como el nacionalismo, el racismo, la higiene social, la sexualidad y el género.
2. Herbert Spencer y el evolucionismo social
Con la publicación de Darwin (1859), los conceptos relacionados con el “Origen de las Especies” van a ser asimilados rápidamente por Herbert Spencer. En sus obras se encontraran ideas referidas a la “supervivencia de los más aptos” y afirmaciones que expresan que la conquista de un pueblo por otro ha sido la victoria de lo social sobre lo antisocial, o del mejor adaptado sobre el peor adaptado. La base del spencerismo es la teoría de la evolución, de la cual tomará sus principios para el análisis de la sociedad, dando inicio al evolucionismo social.
El evolucionismo social spenceriano tuvo además como soporte, la doctrina socioeconómica de Malthus, en especial su Ensayo Sobre la Población (1798). En él enfatiza que las sociedades ajustan su población a los medios de subsistencia. Otras ideas malthusianas compartidas por Spencer fueron las referidas a que las instituciones políticas están en armonía con los deseos del pueblo; una sociedad de negocios es una unión en que la autoridad de uno de los socios es reconocida tácticamente como superior a la de los demás, ideas que resultarían determinantes para que en el siglo XIX se enfatizara en que el discurrir de las entidades sociales y naturales, por la descompensación entre población y recursos, está determinada en términos de la lucha por la supervivencia, en la que sólo los más aptos sobreviven. Así el evolucionismo social se convirtió en expresión de idearios liberales que defendieron la propiedad privada, el derecho al lucro y la minimización de la acción reguladora del Estado.
2.1 Evolucionismo y progreso social
La obra de Spencer está dominada por la idea de que a través de los tiempos ha habido evolución y progreso. Desde su primera obra, Estática Social, afirma: “tanto en los organismos como en la sociedad, el progreso es el paso de una situación en que partes iguales desempeñan funciones iguales a otra situación en que partes diferentes desempañan funciones diferentes…” (Timasheff, 1977, pp.49 -53). Comprendió que el paso de la homogeneidad a la heterogeneidad era una ley universal del progreso, esta es una de las apropiaciones más notables que hace Spencer de la teoría biológica de su tiempo.
En Los Primeros Principios (1862)4 se formulan tres leyes fundamentales tomadas de la física de su tiempo: la ley de persistencia de la fuerza, la ley de indestructibilidad de la materia y la ley de continuidad del movimiento. A ella se añadieron cuatro proposiciones: la persistencia de la relación entre fuerzas, o la uniformidad de la ley; la transformación y equivalencia de las fuerzas; la tendencia de todas las cosas a moverse siguiendo la línea de menor resistencia5 y de mayor atracción y por último, el principio de alteración o ritmo del movimiento. Spencer pensó que el resultado unitario de aquellas siete leyes podía formularse en la ley de la evolución.
De la economía política aprendió que lo que caracteriza el progreso es la división del trabajo, por lo que quiso estudiar sí también este principio tenía aplicación exacta en biología. Desde su visión naturalista sostenía que tanto en organismos como en la sociedad, el progreso es el paso de una situación en la que partes iguales desempeñan funciones iguales, a otra en la que partes diferentes desempeñan funciones diferentes; es decir, el paso de lo uniforme e indiferenciado a lo multiforme diferenciado. El aumento de la complejidad en los niveles orgánicos y supraorgánicos implicaría progreso, entendido como movimiento constante de mutación en el que formas culturales antiguas se abandonan para que puedan adquirirse otras nuevas.
El proceso evolutivo era para Spencer la fuerza primera, el motivo impulsor que lo explica todo y la fuerza que determina todo el devenir. De ahí que ese llamado de la modernidad, a tematizar y argumentar sobre la sociedad a la luz de la idea de progreso, encuentre respuesta a partir de la suprema ley de todo devenir: la evolución (Runge, 2005, p. 136).
Para el caso de la evolución social el autor presenta las siguientes líneas de razonamiento: el hecho principal de la evolución está en el paso de las sociedades simples hasta diversos niveles de sociedades compuestas. Estas últimas nacen por agregación de algunas sociedades simples; mediante nuevas agregaciones de sociedades compuestas, nacen sociedades doblemente compuestas; por la agregación de sociedades doblemente compuestas nacen sociedades triplemente compuestas6.
Con la idea de progreso, Spencer logra fusionar postulados de la ciencia social y la ciencia biológica, en un punto convergente que es la ley de la evolución, considerada como ley suprema de todo devenir. Desde el evolucionismo social las comunidades de científicos sociales de la época, quisieron dar respuestas a las preguntas sobre la organización y el orden social.
2.2 Visión orgánica de la sociedad
Spencer mantuvo como base de su teoría sociológica evolucionista la analogía orgánica - identificación de la sociedad con los organismos biológicos -. Sostenía que “tan por completo está la sociedad organizada según el mismo sistema de un ser individual, que podemos percibir algo más que analogías entre ellos; la misma definición de la vida es aplicable a ambos. Únicamente cuando se advierte que las transformaciones experimentadas durante el crecimiento, la madurez y la decadencia de una sociedad se conforman a los mismos principios que las transformaciones experimentadas por agregados de todos los órdenes, inorgánicos y orgánicos, se ha llegado al concepto de sociología como ciencia” (Timasheff, 1977, p. 55). A favor de esta visión, hace el siguiente análisis: Un niño crece hasta llegar a ser hombre, una pequeña comunidad se convierte en una gran ciudad, un pequeño estado se convierte en un gran imperio. Así como las sociedades y los organismos crecen de tamaño, así también aumentan en complejidad y en estructura- los organismos primitivos son simples, mientras que los superiores son complejos -. En las sociedades y en los organismos, la diferenciación progresiva de estructura va acompañada de una diferenciación progresiva de funciones. Si hay un organismo con órganos complejos, cada órgano desempeña una función específica; si hay una sociedad subdividida en muchas organizaciones diferentes, estas tienen funciones diferentes. (Timasheff, 1977, p. 56).
2.3 Darwinismo Social
Según los planteamientos de Darwin, la evolución actúa sobre los seres vegetales y animales en términos de su eficacia reproductiva y de su capacidad de supervivencia. En la lucha por la existencia, tienen mayores posibilidades de subsistir los individuos más fuertes y con mayor capacidad de adaptación al medio. La descendencia de estos propende a heredar los rasgos favorables y a perpetuarlos en las generaciones siguientes. De allí que los individuos menos adaptados y los más débiles no tengan las mismas probabilidades de sobrevivir y tiendan a desaparecer (Runge, 2005, p. 139).
Para que subsista una especie superior cualquiera, según lo postula Spencer, sus miembros deben ser tratados de distinto modo en su infancia y en su edad adulta, principio que es explicado haciendo ver que los servicios de los padres deberán ser tanto mayores cuanto menos capaces sean sus hijos de atenderse y atender a los demás, disminuyendo a medida que vayan adquiriendo medios de bastarse a sí mismos. Cuando un individuo ha adquirido el uso completo de sus fuerzas, cesa de recibir los socorros de sus padres y queda abandonado a sí mismo. Durante el resto de su vida, el individuo recibe beneficios proporcionales a su mérito, recompensas equivalentes a sus servicios. En competencia con los individuos de su propia especie, luchando con los individuos de otras especies, el individuo degenera o sucumbe o prospera y se multiplica, según sus cualidades. Evidentemente, un régimen contrario – si los beneficios recibidos fuesen proporcionales a su inferioridad- sería funesto a la especie, pues favorecería la propagación de los individuos inferiores y se entorpecería la de los mejores dotados causando la degeneración de la especie y su desaparición7.
Para adaptarse al estado social, los humanos no solo deben perder su naturaleza salvaje, sino adquirir las facultades que exige la vida civilizada, transición que ha de ser abundante en penalidades, pues “Todos los males que nos afligen…son el inevitable cortejo de la obra de adaptación que se está cumpliendo. La humanidad ha de someterse a las necesidades indispensables de su nueva posición, amoldarse a ellas y resistir lo mejor posible las desgracias que son su corolario. Hay que seguir el proceso y aceptar el sufrimiento”. De ahí que “Ningún poder sobre la tierra, ninguna medida imaginada por los legisladores hábiles, ningún proyecto destinado a rectificar el curso de las cosas, ninguna panacea comunista, ninguna reforma pueda disminuir aquel sufrimiento en un ápice: puede, sí, aumentarse su intensidad….el cambio lleva consigo una cantidad normal de sufrimiento que no puede ser reducida sin atentar a las leyes de la vida”. Spencer enfatiza en que pretender mitigar estas consecuencias naturales del proceso adaptativo sólo “favorece la multiplicación de los más ineptos con perjuicio de los más aptos, y tiende a llenar el mundo de personas para quienes será una carga la vida cerrando las puertas a aquellas otras para quienes la vida sería un placer” (Spencer, 1884, pp. 139-141). Para Spencer la existencia de ciertas dinámicas de lucha por la supervivencia de los seres vivos es resultado de la extinción de los menos aptos, idea en la que se sustenta la defensa de la no intervención estatal en asuntos como la educación y la higiene pública.
2.4 Individualismo y el papel del Estado
Spencer postula que las actividades particulares han favorecido más el desenvolvimiento social, que las impulsadas por efecto de la intervención gubernamental8. Considera que el egoísmo cumple una función social, pues al servir de estímulo a la acción en beneficio propio, contribuye al mayor bienestar del mayor número.
Aspiraba a que la sociología demostrara que los hombres no deben intervenir en el proceso natural que se opera en una sociedad, pues considera que la naturaleza está dotada de una tendencia providencial que le permite librarse de los menos capaces y acoger a los mejores dotados, que no son seres superiores desde el punto de vista moral, sino los más sanos e inteligentes9. Spencer es categórico al sentenciar que el mandamiento “comerás el pan con el sudor de tu frente”, es sencillamente el enunciado cristiano de una ley universal de la naturaleza, a la que se debe el estado actual de progreso de la humanidad, y por la cual toda criatura incapaz de bastarse así misma debe perecer (Spencer, 1884, p. 45).
Sus ideas económicas son una defensa del libre cambio, y un ataque frontal al proteccionismo económico, del cual manifiesta que su pretendida protección envuelve una agresión10. Creía que la naturaleza sabe a dónde va y prepara un futuro mejor para la humanidad, por ello afirmaba que “cualquiera sea la estructura social, la naturaleza defectuosa de los ciudadanos ha de manifestarse necesariamente en actos perniciosos. No hay alquimia política suficientemente poderosa para transformar instintos de plomo en conducta de oro” (Spencer, 1884, p. 91).
Propone que se estudie sistemáticamente el encadenamiento entre la causa y el efecto, tal como se manifiesta en los seres humanos reunidos en sociedad: “Los simples hechos generales conocidos hoy, a saber, que hay cierta conexión entre el número de nacimientos, defunciones, matrimonios y el precio del trigo…debe ser suficiente para hacer ver a todo el mundo que los deseos humanos, guiados por la inteligencia, obran casi siempre uniformemente” (Spencer, 1884, pp. 125-126). Para Spencer el individuo es lo fundamental, la sociedad no debe interferir en la vida de los hombres, el individuo tiene que actuar y, al actuar, hará lo mejor para él y para la sociedad. Si el individuo es el centro de lo político, entonces la sociedad sólo puede entenderse como una compañía por acciones para la mutua protección de las personas.
2.5 Spencer y la educación
Crítico de la educación de su tiempo, Spencer defenderá la educación privada impartida bajo la responsabilidad del libre criterio de grupos de ciudadanos particulares. Dicha educación, giraría en torno a los siguientes principios pedagógicos: se debe proceder de lo simple a lo complejo y de lo empírico a lo racional; todo proceso educativo debe propiciar el autodesarrollo del individuo, esto es, la habilidad, la inteligencia y la capacidad de adaptación a situaciones generadas por efecto de la innovación tecnológica, planteadas con claridad como cualidades de los más aptos para sobrevivir; los currículos deben referirse de manera muy especial a las futuras actividades del individuo, en su cualidad de ciudadano y de trabajador; para formar un buen ciudadano es indispensable fortalecer su cuerpo y vigorizar su espíritu (Spencer, 1884:60).
Las opiniones de Spencer tuvieron enorme aceptación y dominaron los círculos intelectuales desde 1865 hasta la tercera década del siglo XX, contexto en el que las apuestas de futuro se dieron como implementación del sistema económico y político capitalista, con la colaboración de saberes modernos, que, como el evolucionismo social, habría de permitir legitimar las nuevas prácticas y las nuevas representaciones sociales que configurarían lo que Max Weber había definido como “espíritu capitalista”.
3. Evolucionismo social y el problema de la degeneración de la raza en Colombia
La simpatía de Spencer por el libre cambio y el desarrollo industrial, por el predominio de la ciencia positiva frente a la creencia o al dogma y sus ideas de evolucionismo social seducen a los visionarios del progreso, entre ellos a los médicos Miguel Jiménez López (1875-1955) quien presentó en 1918, una conferencia titulada Nuestras Razas Decaen y Luis López de Mesa (1884-1967), el más intelectual de los políticos colombianos de la primera mitad del siglo XX y quien participó en el movimiento eugenésico promovido por Jiménez López. Las conferencias sobre la raza evidencian la apropiación de planteamientos del evolucionismo spenceriano y darwiniano, de la antropología criminal y la antropometría que se constituyen en referentes para explicar la defectuosa conformación racial de la que se desprendían las taras en lo intelectual, moral y social de la nación.
Durante las primeras décadas del siglo XX, en el marco de una reflexión sobre lo nacional, influenciada por la guerra de los Mil Días y la pérdida de Panamá, la élite intelectual de la generación del centenario11, provoca un movimiento de reimaginación de la nación, apoyado en la apropiación de los saberes modernos ligados a la biología, la medicina y la antropología, ciencias que aportaran un nuevo lenguaje para pensar la nación en términos raciales.
Dicha visión implicó una ruptura con ese país tradicional que se había desangrado repetidamente durante el siglo XIX y que había permanecido inmóvil ante su desmembración. Se trataba ahora de proyectarse hacia el futuro, con el apoyo de saberes y prácticas legitimadas por la ciencia ; sin embargo, el cuestionamiento por la capacidad de progreso de la población colombiana que rondaba, daba lugar a un doble horizonte de interpretación: de una parte, el salto a la modernidad con sus procesos de industrialización y urbanización y el cese de las guerras civiles, y de otra, la preocupación por la defectuosa constitución psíquica, moral y física de los colombianos como causa de los males de la república.
López de Mesa consideraba que Colombia enfrentaba tres grandes peligros: una soterrada amenaza estadounidense de restringir nuestra soberanía nacional, una insuficiencia de educación que hace de nuestro pueblo un niño incapaz de luchar victoriosamente por la vida, y la escasez de recursos económicos para el desarrollo. La experiencia de vivir en Estados Unidos donde adelantó estudios de psiquiatría y psicología, lo llevó a asumir una postura más pragmática frente al coloso del norte12. Llegó a considerar que Norte América, como conductora de una misión universal ineludible, representaba la más alta realización de una etapa histórica, donde su ciencia, industria, higiene, democracia, trabajo, riqueza, educación pública, las comodidades materiales, el vigor de vida y la alegría de vivir, son digna de imitar. Para este pensador, la renovación que el país necesitaba se lograría enviando al exterior centenares de jóvenes, por lo que llegó a proponer que parte de la indemnización estadounidense pendiente por la pérdida de Panamá, se pagase en becas para estudiantes nuestros (Cámara de Representantes, 1981, p. 20). Reconocía que aunque Colombia no fuera un pueblo o una raza histórica – entiéndase poderosa, civilizada y moderna- poseía una grandeza gracias a su estratégica situación geográfica que le permitía contar con la presencia de todos los climas y todos los cultivos, lo cual le daría la posibilidad de cumplir con una misión aglutinante y central tanto en lo geográfico como en lo racial.
A pesar de todas las esperanzas que el profesor tenia centradas en Colombia, reconoce la existencia de serias dificultades que imposibilitan la misión histórica de síntesis relacionadas con la imposibilidad de armonizar el medio físico y las características raciales; a partir de entonces centra su pensamiento en torno a dos grandes campos: la caracterización del territorio colombiano y sus posibilidades, y la lógica de las mezclas raciales (Villegas, 2005, p. 221).
3.1 El Diagnóstico: determinismo geográfico y racial en la concepción nacional
Miguel Jiménez López consideraba que los colombianos se encontraban pasando por un proceso de degeneración13 colectiva, que debía llevar a los intelectuales de la época a repensar el asunto de la raza en términos de progreso o degeneración. En este sentido, la colombiana sería una raza menos apta para la lucha por la vida que sus ascendientes indígenas, negros y blancos. Realizó una serie de investigaciones y estadísticas relacionadas con mediciones antropométricas y la revisión de las enfermedades más comunes, para intentar demostrar que la población colombiana presentaba signos inequívocos de degeneración en lo físico, lo psíquico y lo moral.
La degeneración física de los colombianos se manifiesta en baja estatura, un índice cefálico mediano, cercano a la suprabranquicefalía, según la clasificación del médico francés Paul Topinard, una tendencia hacia las disimetrías craneanas, enanismo, desarrollo adiposo excesivo del cuerpo femenino y labio leporino, alta mortalidad, longevidad manifiestamente inferior y otros aspectos como: la reducida cantidad de urea eliminada por los bogotanos, su menor número de glóbulos rojos y su temperatura inferior a los promedios europeos; enfermedades como artritis, insuficiencias glandulares, intoxicaciones renales, cáncer, tuberculosis y lepra que se encuentran con frecuencia anormalmente alta. La degeneración psíquica es evidenciada en la falta de ideas propias y en la continua imitación de lo que se hace en otras partes sin innovar. La impaciencia, emotividad e inestabilidad mental que provocan constantes guerras civiles, reformas constitucionales y una alta tasa de criminalidad, suicido y locura, son claros indicadores de un estado social patológico. La degeneración moral se manifiesta en el sectarismo, el fanatismo, la prostitución, la criminalidad infantil, la toxicomanía y las perversiones sexuales, así como por la empleomanía y el éxodo rural hacia las ciudades (Jiménez, 1920, pp. 3-39). Estos signos estaban claramente localizados geográfica, social y racialmente pues afectaba sobre todo a zonas rurales distantes de los centros urbanos, a los más pobres y a negros e indígenas que se alejaban del fenotípico blanco.
Jiménez pensaba que la mezcla racial entre españoles - aventureros e inmorales – e indígenas, “degenerados” por naturaleza, daba como resultado una raza mestiza cada vez más degenerada. También adujo otras causas de la degeneración como el clima, la alimentación poco proteica, la falta de higiene, la deficiente educación, el alcoholismo y la miseria.
3.2 Colombia, una civilización de vertiente
Para López de Mesa el estudio de las razas es indisoluble al estudio del territorio y del clima. Analiza el impacto negativo del trópico americano en animales -evidencia la presencia en el norte del continente, de especies animales de mayor tamaño, especialmente en los cuadrumanos (primates), especies que se degeneran rápidamente por razones altitudinales o enfermedades tropicales - y en humanos14. A ello se agrega que las especies animales y las poblaciones humanas han emigrado siempre en América, de norte a sur, marcando desde entonces, el sino imperialista de Estados Unidos.
De ahí que considerara a Colombia como poco apta para la vida superior pero pródiga en especies inferiores, formas paleozoicas agresivas e inútiles para el progreso civilizatorio y el bienestar humano. Al plantear los inconvenientes geográficos, para el caso colombiano López de Mesa analiza que “...ante esta naturaleza hostil el inmigrante colombiano no tuvo, como el estadounidense, los caminos del mar a la vista para el comercio fecundo,… por lo que tuvo que treparse al lomo de los Andes para evadir la selva azarosa y tuvo que interponer quinientos o mil kilómetros de escarpadura y ciénagas, de ríos torrenciales y bosque virgen para hacerse casa vividera” (López de Mesa, 1966, p. 82). Concluye que ni las grandes alturas ni los territorios bajos han sido fructíferos para el progreso; aspecto que evidencia al analizar que nuestra república es una civilización de vertiente15 que depende económica y socialmente de las poblaciones ubicadas entre los 500 y1.800 m.s.n.m, donde la agricultura rinde rápidas cosechas.
3.3 Análisis racial de la población colombiana
La caracterización racial de Colombia resulta un tanto ambigua si se sigue a López de Mesa, pues el concepto de raza se refiere a una tipología genética de la que se desprenden ciertos rasgos de comportamiento sociocultural e incluye elementos de orden geográfico. El análisis sobre la conformación nacional lo hace sobre la composición e índole de los grupos raciales que la pueblan. Enfatiza en el lastre de un pasado aborigen sobre el potencial nacional al considerar que lo indígena por su contribución de genes imperfectos ha tenido un efecto perverso sobre la raza iberoamericana y colombiana. El país es segmentado de acuerdo al predominio de una u otra raza en las que aquellas áreas de predominio ibérico son consideradas como las más promisorias en el desarrollo y liderazgo nacional. Su análisis sobre la población colombiana partirá de consideraciones geográficas y raciales16.
Los indígenas, población que calculaba en un 30%, fueron considerados seres débiles, dada su escasa alimentación acompañada del consumo de chicha y guarapo, a lo que se sumaba una vida de trabajo excesivo y penoso y una melancolía profunda provocada por la derrota de la conquista que los llevó al suicidio y que marcó su desgano vital. Conservan en sus tradiciones, reacciones bárbaras como la falta de respeto a la propiedad, la crueldad en los castigos, el utilitarismo, el fanatismo, la poca importancia del honor y la idolatría, por lo que no duda en afirmar: “En las capas inferiores de predominio aborigen, tanto en las ciudades como en regiones campesinas, se observa todavía la moral relajada de un pueblo ignorante y deprimido…De ahí que sea notorio todavía un comportamiento indeseable, tal es el poco respeto por la propiedad ajena, la crueldad fría, casi torpe, de sus castigos y venganzas, la incuria de las relaciones sexuales, que va hasta el incesto, la mentira y falsedad en todas sus formas, la embriaguez que buscan para alejarse de la realidad…También la carencia de aseo personal” (López de Mesa,1970, p. 75).
De la raza española, que prevalece en Santander, el oriente y sudeste de Antioquia y Caldas, y que considera el segundo eslabón que articula la entidad nacional, afirma: “Fue el español el elemento aglutinante para ella - la raza indígena - y para la inmigración de origen africano que luego hubo en el periodo de la Colonia. Raza demócrata, de un gran corazón hospitalario, sufrida en la adversidad y generosa en la bonanza; ella supo, y quizá solo ella pudo, mezclar su sangre con la de los vencidos y a ellos comunicar el fermento de una común aspiración a ser algo, y algo siempre mejor, en el individuo, en la familia, en la municipalidad, en la república” (López de Mesa, 1970, p. 39). No obstante de la raza hispánica aconseja huir puesto que “... España gusta seguir el plano de la menor resistencia… no tiene paciente el cerebro para la síntesis suprema a la manera de Kant, de Newton, de Goethe, de Comte porque ni en ciencia ni en filosofía sostienen un esfuerzo de gestación lenta. Al frio del norte no la recoge a pensar, su sol la saca a prisa por la ventana de la imaginación, de la fantasía, del canto…” (Cámara de Representantes, 1981, pp. 51-52).
Al afrodescendiente que permanece casi puro en el Chocó, lo describe como un niño grande, voluptuoso, que ríe con todo el cuerpo, es curioso, vanidoso, zalamero, tiene las virtudes de la fidelidad y el compañerismo. Este tercer eslabón es dado a la magia, las danzas, las selvas, los abalorios, los colores brillantes, los olores acres, el juego, la bebida y la sensualidad, son parlanchines y vanidosos. El haber sido desplazado a las regiones deletéreas del Atrato, Magdalena, bajo Cauca y Costa del Pacífico, detuvo su natural proliferación. Concluye que el negro es un niño sensual que se contrapone al viejo prematuro que es el indígena.
El mestizo del oriente del país - mezcla de chibcha y español – es descrito como de mediana estatura o muy pequeña, color amarillento o cobrizo en quienes predomina la sangre aborigen, a veces manchado los pómulos y la frente, cabello negro y boca en algunos muy arqueada al modo de peces, ojos oblicuos poco expresivos, de temperamento reservado, complejo y taciturno. La mestización torna ovalado y suave el rostro indígena, agracia y aviva los ojos, pule la silueta y ennoblece notablemente el conjunto (López de Mesa, 1970, p. 81). “….tiende a una cultura en profundidad: la introspección, la reserva, la larga rumia de sus propósitos, la cortesía, la parquedad del gesto, la vocación por las profesiones de mayor sutileza, jurisprudencia, política, sacerdocio, artes manuales; su devoción por la tierra y los partidos políticos más inclinados a la tradición, un no sé qué de restricción mental y de escepticismo que siempre vigila, y mucho estorba a veces su pensamiento, son caracteres de una raza que mira principalmente hacia dentro, de una raza que tiende a una cultura en profundidad” (López de Mesa,1970, p. 14). Son afables y gentiles, hospitalarios con los extranjeros, caritativos con los indigentes y generosos con los amigos; todo ello se transforma regularmente en hipocresía o afán por el “chismorreo”.
Al mulato se refiere como efusivo, dadivoso, arrebatado por la danza, la risa y la sensualidad. No obstante: “El temperamento del mulato, exuberante en superficie, no se muestra rico en profundidad: Mientras la fortuna lo protege proclama gustos a – y aun jactanciosamente- los mejores atributos de la buena conducta, pero en cuanto asoma la menor adversidad o una oportunidad insospechable, sucumbe todo el edificio de su ética adjetiva” (López de Mesa, 1970ª, p. 404).
Considera que la raza indígena experimenta algunas mejoras, pues tiende a ser absorbida por la blanca española, fenómeno que incluiría al mestizo que sufre un proceso de progresivo blanqueamiento. De este modo, la melancolía y honda depresión del indígena han estado presentes hasta cierto punto en el mestizo, lo que lo ha hecho menos apto para la lucha por la vida.
A diferencia del indígena, la raza negra y sus derivados mulatos muestran una gran energía que les ha permitido sobrevivir e incluso expandirse fuera de sus territorios enfermizos - riveras del cauca, del Magdalena y el Atrato, extensas zonas de la costa Atlántica y Pacífica, verdaderas hoyas deletéreas -. Plantea que se debe evitar su cruce de la raza negra con el resto de la población “La mezcla del indígena de la cordillera oriental con ese elemento africano y aún con los mulatos que de él deriven sería un error fatal para el espíritu y la riqueza del país: se sumaría, en lugar de eliminarse, los vicios y los defectos de las dos razas y tendríamos un zambo astuto e indolente, ambicioso y sensual, hipócrita y vanidoso a la vez, amén de ignorante y enfermizo. Esta mezcla de sangres empobrecidas y de culturas inferiores determina productos inadaptables, perturbados, nerviosos, débiles mentales, viciados de locura, epilepsia, de delito, que llenan los asilos y las cárceles cuando se ponen en contacto con la civilización.” (López de Mesa, 1927, p. 12).
En síntesis, el colombiano sería un “pueblo de tipo mongoloide, de baja estatura, feo de fisonomía, musculatura recia para la marcha… con inclinación al hurto, a la crueldad, a la cobardía, al embuste, a la bebida embriagante, a la promiscuidad sexual y probablemente a la mugre” (López de Mesa,1970ª, p. 285); a la vez que le reconoce virtudes como la hospitalidad y la bondad además de ser amante de la cultura y del orden, pero carente de la reciedumbre de una disciplina personal eficiente.
El catálogo de deficiencias que observa López de Mesa en los pueblos del interior andino contrasta con los rasgos con que identifica aquellas zonas donde el mestizaje fue más bien moderado, o donde la sangre ibérica fue originalmente de especial calidad, como en el caso de santandereanos y antioqueños. “Grupo éste - los santandereanos- derivado principalmente de españoles, muy poco mestizado de indígena y casi nada de africano…Grupo racial de aventajada estatura, buen color, acento agradable…” (López de Mesa, 1970, p. 80).
Del costeño opina que es un pueblo infantil que aún no tiene organizadas sus reacciones dentro de un canon, pueblo de emoción y de explosiones. Así, cada raza tiene una serie de características asociadas que marcan una continuidad entre lo fenotípico y lo comportamental.
Como conclusión plantea que “el español tenía afuera sus ideales, su norma de religión, de moral y de gobierno; el aborigen se hallaba desposeído, humillado, roto individual, familiar y nacionalmente; el africano llegaba sin entidad ni sueño, adjetivado a todas las negaciones del destino. De ahí que los tres componentes de la nueva nacionalidad piensen hacia atrás, tengan por delante el resentimiento, se miren recíprocamente adversarios, no se asocien ni ayuden ni entiendan”. Consecuencia de lo anterior, la economía que surgió fue paupérrima, mal aprovechada y peor distribuida aún, en donde los indios residuales, los negros libertos, los mestizos y los mulatos que iban surgiendo constituyeron clase inferior, ínfima, ignorante e indigente casi irremediable (López de Mesa, 1966, p. 121), mientras la aristocracia nacional “Sostienen, en sus mejores elementos, ciertas familias de eximia tradición moral, la noble estética del espíritu, la discreta distinción en el hablar y en el vestir, el encausamiento de emociones, pasiones y sentimientos dentro de las normas universales del buen gusto; lo que pudiéramos resumir en cuatro virtudes: pulcritud moral, discreción, gentileza y filantropía” (López de Mesa, 1970, p. 69).
Del diagnóstico pesimista sobre el estado del pueblo colombiano, parten entonces diferentes formas de intervención social, médica y pedagógica tendentes a la regeneración racial. Saberes y las prácticas modernas fueron asumidas de forma acrítica y con la plena confianza en que sus fórmulas mágicas serían la tabla de salvación para nuestro pueblo. Desde de esta mirada, la conformación de una nación moderna y civilizada, con una población considerada bárbara, infantil y enferma, era una tarea casi imposible.
Este es el contexto que da lugar a la polémica sobre la degeneración de las razas en Colombia. Aspectos culturales, raciales y geográficos constituyeron los criterios para considerar a nuestra nación en minoría de edad, condición que se transforma en espacios y tiempos panópticos, es decir, en objetos de intervención y vigilancia, formas de biopoder y gubernamentalidad entendidas como formas factibles de ejercer el poder sobre la sociedad.
4. Biopolítica o políticas de intervención
En Colombia a principios del siglo XX, las condiciones de vida de la población, en especial de los más pobres, fueron asuntos eugenésicos de primera línea, ya que era causa y síntoma de enfermedades hereditarias cuyo ciclo podía ser interrumpido si se implementaban las medidas adecuadas. El miedo a la degeneración, podía ser controlado por la posibilidad de la regeneración, esperanza que se perdía si se asumía una noción dura, en la que la herencia sería un fenómeno prácticamente inmodificable. La eugenesia neolamarquiana se articulaba mejor con las preocupaciones por el progreso, la civilización y la salud nacional, pues no negaba esa posibilidad, sino que la postergaba hasta que se hicieran las reformas sociales necesarias.
Frente al supuesto estado de imperfección, depredación social y anomalía étnico-cultural del pueblo colombiano, las propuestas de corte eugenésico no se hacen esperar. Dichas medidas incluyeron el cultivo de los “mejores dotados”17, una política inmigratoria -por lo cual se expide la ley 144 de 192218 -, la implementación de medidas a favor de la educación, una fuerte política higiénica, el mejoramiento de viviendas y de la alimentación, la lucha contra enfermedades y campañas antialcohólicas.
4.1 Inmigración
Sangre fresca para el país Como principal estrategia eugenésica, Jiménez López estuvo a favor de la inmigración europea y norteamericana, consideradas fuertes y laboriosas que podían transmitir sus cualidades a la raza colombiana, para revertir el proceso de degeneración colectiva19. Los criterios para fomentar la inmigración con miras al mestizaje serían: “raza blanca, talla y peso un poco superiores al término medio entre nosotros; dolicocéfalo; de proporciones corporales armónicas; que en él domine un ángulo facial de ochenta y dos grados, aproximadamente; de facciones proporcionales para neutralizar nuestra tendencia al prognatismo y al excesivo desarrollo de los huesos maxilares; temperamento sanguíneo nervioso, que es especialmente apto para habitar las alturas y las localidades tórridas; de reconocidas dotes prácticas; metódico para las diferentes actividades; apto en trabajos manuales; de un gran desarrollo en su poder voluntario; poco emotivo; poco refinado; de viejos hábitos de trabajo; templado en sus arranques, por una larga disciplina de gobierno y de moral; raza en la que el hogar y la institución de la familia conserva una organización sólida y respetada; apta y fuerte para la agricultura; sobria, económica y sufrida, y constante en sus empresas.” (Jiménez, 1920, pp. 38-39).
Toma como referente del “hombre normal” o “promedio de la especie humana” patrones europeos, a partir de las cuales se determina qué es lo degenerado y que no lo es. La talla y lo robusto serán los indicadores de lo normal, de lo desarrollado y saludable. Además de la degeneración, entendida como degeneración enfermiza de un tipo primitivo, se refiere a otras degeneraciones reproducidas a través del mito de la emotividad excesiva y de la sexualidad desenfrenada, en tanto muestra patológica de un “hipofuncionamiento tiroideano” (Jiménez, 1920, p. 19).
Ante la “evidente” decadencia racial, la solución solo podía ser el rejuvenecimiento con “sangre fresca, pues en la medida en que el mal estaba ya en el cuerpo, las soluciones no podían ser simplemente sociales. Se hace evidente así, una ideología pro inmigratoria fundamentada en los saberes modernos –medicina, psicología, antropología, craneología, etc.-, y en ciertos estereotipos raciales ligada a una biopolítica y a una eugenesia de la población, donde el cuerpo aparece como signo fehaciente, bien de la decadencia o bien del progreso de la población. El cuerpo fuerte y sano se convierte en pieza indispensable para el progreso del país que por entonces comenzaba su proceso de modernización. (Runge, 2005, p. 150).
Para López de Mesa la raíz de las dificultades nacionales estaba relacionada con la falta de unidad sociocultural o la carencia de un perfil racial homogéneo y la escasa integración territorial del país. Consideró que un mestizaje acelerado y una inmigración planificada, a la manera de instrumento de ingeniería social, podrían superar los obstáculos raciales20. Es optimista en cuanto el futuro21, pues observa que los procesos de mestizaje en curso, producirán una raza uniforme fuertemente influenciada por la herencia aria. En tal sentido propone tomar urgentes medidas en asuntos de inmigración y asumir las riendas del poblamiento de Colombia puesto que: “El fenómeno del poblamiento se cumple por imposición ineluctable, ya con los elementos adecuados, ya con los venidos a menos o ineficaces de suyo: No quisimos nunca estudiar a fondo este problema, confiados en que las leyes del azar nos son propicias: La resultante es que donde pudiéramos tener ahora unos cuantos millones de ciudadanos de buen cruzamiento, asimilados y cultos y tan patriotas como los descendientes de don Sebastián de Belalcázar, vemos ocupado el puesto por cepa más débil cada día, y por inmigradores de dudoso aprovechamiento racial y cultural” (López de Mesa,1970ª, pp. 405-406).
Enfatizaba en que el grupo racial que ocupaba el país necesitaba mezclarse más activamente con inmigración del norte europeo22 cuya sangre corrija algunos defectos que van resultando de la fusión étnica, aporte conocimiento y hábitos que fortalezcan la industria y la cultura y contribuya a contrabalancear algunos vicios de carácter que estorban el desarrollo de una civilización histórica entre nosotros. “La caridad y el patriotismo mandan que atendamos el levantamiento de la población indígena y negra que vegeta muy distanciada de la civilización en algunas regiones del país, enferma, inculta y pobre… es necesario pensar audazmente, por centenares de millones, por miles de inmigrantes, aunque haya que hacer al principio concesiones, cuando estas hayan de favorecer a futuros pobladores de la república (Cámara de Representantes, 1981, p. 49).
En cuanto a los judíos, es evidente su matiz antisemita, al calificarlos como astutos, crueles y con una “orientación parasitaria de la vida”, por lo que su inmigración sería poco beneficiosa. Como canciller del gobierno de Eduardo Santos (1938 -1942), alertó al cuerpo diplomático colombiano en los diversos países, para que pusieran todas las trabas humanamente posibles al visado de nuevos pasaportes, con el fin de impedir que el país se viera inundado de judíos, rumanos, polacos, checos, búlgaros y hasta rusos e italianos, por ser considerados como una minoría inconveniente para la nacionalidad y un estorbo para el desarrollo económico del país. Ante la solicitud de la Unión Panamericana, para que Colombia permitiera la entrada de refugiados extranjeros de todas las nacionalidades, López de Mesa respondió que lo permitiría solamente si se trataba de “inmigrantes de buena índole racial y moral”. Además de la inmigración, consideraba que nuestra cultura necesitaba también mayor cantidad de libros alemanes e ingleses “que nos den aquel equilibrio en el razonamiento, parquedad en el juicio, su sentido de las grandes ideas, el respeto por los sentimientos ajenos, su “fairplay” en los negocios, la política, el estudio, el respeto de los derechos adquiridos, condiciones de carácter que algo se trasmiten en la comunicación espiritual” (Galvis, 1986, pp. 240-245).
Su propuesta parte de considerar que se deben propiciar las condiciones necesarias para poder contar con una población instruida, favorable a la innovación y al cambio y capacitada para explorar las riquezas de la nación; de ahí que se deba facilitar la inmigración de extranjeros que ayuden al logro de tal propósito23. Lo anterior se traduce entonces, en la implementación de estrategias eugenésicas de selección racial, que permitan el mejoramiento como raza del pueblo colombiano, todo lo cual implicaría el sometimiento del pueblo a un Estado biocrático al cual define como “el gobierno de la vida, el derecho a vivir lo mejor posible. Es la afirmación de la existencia en su conservación, en su recreo, en su procreación y en su perfeccionamiento” (López de Mesa, 1926, pp. 146-147).
No obstante, Colombia nunca pudo atraer una gran cantidad de migrantes para realizar el sueño de tener una raza de mestizos con mediterráneos y nórdicos aclimatados al país. Así lo mostró la última frustración de la misión histórica de Colombia, que atormentó a Luis López de Mesa: el cruento periodo de la violencia, el cual evidenció que ni aun las minorías selectas social y racialmente estaban preparadas para esta misión.
4.2 El cuerpo como factor de distinción: estrategias educativas e higienizadoras
El problema sanitario o higiénico estuvo entre las preocupaciones de las élites24 y del Estado. Prácticas eugenésicas materializadas en campañas higienistas y antialcohólicas, restaurantes escolares y controles médicos constantes, hicieron de la escuela el espacio propicio para tomar el control del desarrollo fisiológico y orgánico de la infancia y de sus familias. La escuela constituye la punta de lanza de la lucha masiva contra la propagación de “factores hereditarios negativos” y para erradicar las endemias y las patologías.
La educación escolar sería un importante espacio para la intervención de esta “penosa realidad,” pues desde allí se podían formar los hábitos morales e higiénicos en las masas. Las fronteras de la escuela intentarían operar como fortalezas infranqueables que actuarían como filtros a través de los cuales las herencias “degeneradas” del pueblo no conseguirían incidir y por ende permitiría menguar sus efectos sobre las nuevas generaciones (Muñoz, 2005, p. 142).
Jiménez criticó la educación verbalista, centrada en el libro y la memoria. Propendía por una formación práctica, que incluía la educación física, pues con ella se estaría moldeando, desde muy temprano, la personalidad en tanto la voluntad disciplinada y autónoma. En consecuencia, la educación física sería el centro de la formación de la infancia25, restándole importancia a la educación intelectual, que aunque válida y deseada, es solo posible desde la base de un desarrollo físico adecuado. Propone implementar en los infantes diferentes ejercicios que habrían de permitirles formar el cuerpo para los oficios propios de mundo moderno e interiorizar los valores del espíritu capitalista (Runge, 2005: 153).
Hacia 1930 se implementan reformas educativas, se crean algunas escuelas normales, se difunde la enseñanza de la sociología, la antropología, la geografía y la etnografía. Como Ministro de Educación (1934-1935) López de Mesa, lanza el Programa de la “Cultura Aldeana”; aspiraba con dicho programa a mantener la estructura básica de los campos y fomentar el progreso de los pequeños poblados mediante la combinación de planteamientos biologicistas, propuestas médicas-higienistas para la defensa de la raza y la incorporación de la cultura en la educación pública, para hacer del cinematógrafo, la radiodifusión y la colección de libros Samper Ortega, órganos para la difusión y masificación de la cultura (Villegas, 2005, pp. 230 – 232).
Para López de Mesa, la regeneración racial a través de la herencia de cualidades adquiridas por los progenitores, hacía posible la construcción de una civilización en el trópico, pues sin negar el efecto deletéreo de este, admitió que la acción humana podía transformar favorablemente el medio, mediante un tipo de intervención estatal fundamentada científicamente. Sostenía que había que cultivar las actividades en el orden volitivo en función de la salud del cuerpo y de la industriosidad, y combatir así lo que denominaba la vagancia de funciones26. Plantea que el principio de la acción ordenada debe manifestar en todo: en un cuerpo bien dispuesto, vigoroso, disciplinado, autocontrolado y sano, en el espíritu racional calculador y organizador27.
En López de Mesa el cuerpo aparece como criterio de distinción entre el orden y el desorden, entre lo no degenerado y lo degenerado y entre lo civilizado y lo inculto. El cuerpo actúa como medio de distinción, de ahí su énfasis en ciertas formas de comportamiento, de presentación, de disposición y de tratos hechos valiéndose del cuerpo28. La belleza, el vigor, el control, la clase y la distinción del cuerpo emergen así como una cuestión de élite. (Runge, 2005, p. 159).
Por medio de prácticas de obediencia, de disciplina, de autocontrol, y de ejercicios intelectuales y físicos se pretendió educar al “yo” y combatir la degeneración. Así, lo que se admitirá de pensadores como Spencer será la importancia que tienen tales prácticas en la educación, en la instrucción y en la práctica de civilizar al ser humano, y en el cuidado de niños y jóvenes. A través de la raza y del cuerpo, las élites establecieron su poder social, aprovechando los signos de degeneración para afianzar las distinciones. En tal sentido, las diferencias corporales y raciales aparecieron también como diferencias de clase. Pensar en la higiene como parte de una estrategia eugenésica, implicaba la preocupación por el cuerpo y por la salud de la población como un problema político y social, de cara al control y al gobierno de la población - biopolítica y biocontrol - (Runge: 2005, pp. 144 y 162 -164).
Este nuevo estado de conciencia eugenésica tuvo en López de Mesa un connotado defensor. Consideró que el lugar principal de aplicación de estas medidas era la familia, a la que el Estado debería vigilar y cultivar no solamente en el ámbito educativo sino también en cuanto a la salud de los cónyuges, puesto que: “En los tiempos actuales la balanza ha cambiado, y es el indeseable el que más se reproduce por falta de control, de orgullo de su estándar de vida y de moralidad…Antiguamente, la mortalidad de los inferiores, y la acción benéfica del campo sobre la especie en general, equilibraba en mucho este desnivel…Estudios de psicología experimental anuncian la existencia de un cuarenta por ciento de individuos cuya inteligencia es inferior a la normal en países tan privilegiados como la América del Norte. De este bajo fondo surge la mayor delincuencia y, desgraciadamente, la mayor reproducción de la raza. Si tales cosas son así, como parece, en pocas generaciones la imbecilidad se apoderará del mundo, y hará regresar al hombre al tiempo de las cavernas, sin la esperanza que aportaba entonces el vigor primigenio de los trogloditas” (López de Mesa, 1926, pp. 115-116). Ante esta catástrofe en ciernes, Estado y ciudadanos “de bien” se debían escudar en lo que denominaba, el instinto social de previsión29 para defender el futuro de la humanidad, a través de la selección del genio.
Algunos influyentes pensador e s contradijeron la tesis de la degeneración racial. Para Simón Araújo, por ejemplo, las propiedades biológicas no eran las causas de las deficiencias nacionales, sino producto de la extrema pobreza de los colombianos. De este modo, la decidida acción del Estado como garante del progreso, mediante la construcción de vías, el apoyo a la industria y el fortalecimiento de la educación, influirían directamente en un mayor bienestar intelectual y moral de la raza colombiana. Posición similar defenderían Calixto Torres Umaña y Jorge Bejarano, al considerar que las debilidades de la raza colombiana no se debían a su degeneración biológica, sino a la ausencia de hábitos alimenticios adecuados, al chichismo y a la falta de higiene, los cuales se transferían hereditariamente y favorecían la debilidad racial. Por su parte, Lucas Caballero argumentaba que la presencia de instituciones democráticas era testimonio irrecusable de un avanzado estado de civilización, y los médicos Alfonso Castro y Jorge Bejarano pusieron en entredicho la credibilidad científica de la craneonometría y la antropología criminal como métodos en los que se sustentaban la teoría de la degeneración, defendida por Jiménez López y López de Mesa. (Villegas, 2005:213-214).
Epílogo
La pregunta por el tema racial en Colombia, se vio influenciada por visiones políticas e intelectuales mundiales, que contextualizadas al país, fundamentaron el pensamiento de los autores de la degeneración de la raza. Desde una mirada positivista, interpretaron que nuestra sociedad no había alcanzado estadios superiores de desarrollo, se encontraba en minoría de edad y era una sociedad infante de la que se debía desconfiar. Estos intelectuales interpretaron que la degeneración racial se daba por condiciones genéticas y geográficas que hacían de nuestros nacionales una versión deformada de los ideales estéticos, intelectuales y morales de los pueblos europeos y anglosajones. En este sentido, la raza nacional tenía una debilidad de voluntad, que dificultaba el control de los impulsos, por lo que los colombianos podían ser caracterizados como “instintivos naturales”, dueños de “una fuerte sensibilidad” que daba un tono afectivo que nos asemeja a los niños.
La interiorización de ciertas imágenes modernas del cuerpo y de las normas sobre su salud y su enfermedad, fueron posibles gracias al papel estratégico y mediador que cumplió la escuela. Mediante un estilo de vida saludable, que incluía el movimiento y el cuidado del cuerpo, se habría de llevar al individuo a su perfeccionamiento. La idea de cuerpo activo, disciplinado y saludable, quedaba articulada a las premisas de la concepción de progreso. Se privilegió el concepto de cuerpo como simple material, como naturaleza funcional y como medio de producción. Así el proceso de industrialización y de modernización de Colombia se encontró en relación directa con la estrategia educativa de cualificación del cuerpo para la producción y el rendimiento. Homogenización y formación de “cuerpos dóciles” , capaces de autocontrol, de autorregulación, de automatización, se convirtieron entonces en las grandes consignas.
Oportuno es resaltar la influencia del pensamiento racista sobre las formas de representar y comprender la realidad sociohistórica de Colombia y sobre las políticas adoptadas con relación a estrategias de regeneración racial y sus correlatos legislativos, educativos y políticos. El análisis de López de Mesa conjuga racismo y clasismo al adjudicar a los sectores populares melancolía enfermiza, pereza y unos rasgos genéticos y culturales heredados de los indígenas, que ponen de manifiesto una población mentirosa, ladrona y con carácter volátil, que constituyen obstáculos para el desarrollo del país.
En su modalidad contemporánea, el viejo nacionalismo europeo se universalizó y adquirió el carácter de teoría política, fuertemente influenciado por las corrientes del darwinismo social, tomando la forma extremista del fascismo, en la época en que López de Mesa iniciaba su vida política y emprendía sus reflexiones sobre la conformación nacional de Colombia. Algunos elementos propios de esa visión de mundo son relevantes en el pensamiento de López de Mesa: la jerarquización social – racial con el blanco en la cima; la preservación de la pureza de la raza como misión histórica y como garantía de unidad nacional; el desprecio por las “desviaciones” raciales y genéticas, por considerarse semilla de la debilidad nacional; la búsqueda de homogeneidad en el fenotipo, en la lengua y en la cultura; la primacía del Estado y la subordinación del individuo a la nación y el desprecio por lo popular constituyen elementos convergentes con la concepción fascista de la sociedad y la nacionalidad.
En lo político se asoma un proyecto constitucional plenamente coincidente con su visión, en el que crítica instituciones como el Congreso de la República y los partidos políticos, por permitir el ascenso de personajes “mediocres y no aptos” para tareas legislativas y de gobierno; propone un ejecutivo con amplios poderes, la representación en el legislativo de los gremios – sin incluir a los trabajadores- y de los talentos superiores de la sociedad. Aclara que en caso de no realizarse estos cambios, las instituciones desaparecerán por decrepitud, sometidas a una especie de darwinismo político.
La obra de López de Mesa evidencia la dimensión alcanzada por los estereotipos racistas y antidemocráticos en ciertos grupos dirigentes de la época e ilustra sobre el proceso de legitimación intelectual de valores reaccionarios por parte de los individuos y colectivos portadores del conocimiento científico. Dicha legitimación sirvió como soporte de la estructura de poder y como instrumento para la propia movilidad social y política de los intelectuales involucrados. La visión de unos sectores populares “perezosos, mentirosos y ladrones” no es extraña aún hoy en algunos dirigentes de la clase política colombiana – por ejemplo las declaraciones discriminatorias en 2012 de un diputado antioqueño con respecto a la población afro del Departamento del Chocó, o los de una reconocida congresista en 2015 con respecto a los mestizos y los indígenas del Cauca - no hace sino reflejar el profundo antagonismo y la desconfianza que existe entre los distintos grupos de la sociedad.
Mientras la preocupación del Estado se centró en impulsar el progreso y la civilización a través de medidas eugenésicas sobre ciertos aspectos demográficos, las reformas estructurales necesarias para paliar los inconvenientes propios de la industrialización, la urbanización y la desigual distribución de la tierra, serán rápidamente abortadas o aplazadas por el temor a la plebe, considerada poco apta para el ejercicio pleno de la ciudadanía.
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Notas