Resumen: La prensa se asumió como un medio de comunicación de masas desde mediados del siglo XX, no obstante, su papel trascendió como mecanismo educativo al incorporarse el discurso de determinado partido político, en este caso, el correspondiente al Partido Liberal, como estrategia pedagógica para instruir políticamente al electorado. El Diario de Pereira y Vanguardia Liberal de Bucaramanga surgieron como bastiones del liberalismo. Desde sus páginas comunicaron a sus lectores la necesidad de fortalecer la democracia, pero las décadas de los años 30 y 40 del siglo XX estarán marcadas por la defensa del “trapo”. El surgimiento de la violencia fue propiciado por la defensa férrea del color azul o rojo en medio de la intransigencia de la Iglesia católica y el papel político y 'civilizatorio' desempeñado por los principales periódicos del país.
Palabras clave:Partido ConservadorPartido Conservador,Partido LiberalPartido Liberal,PrensaPrensa,República LiberalRepública Liberal,ViolenciaViolencia.
Abstract: The press was assumed as a means of mass communication since the mid-twentieth century, however, its role transcended as an educational mechanism to incorporate the discourse of a particular political party, in this case, the corresponding to the Liberal Party, as a pedagogical strategy to educate the electorate politically. El Diario de Pereira and Vanguardia Liberal de Bucaramanga emerged as bastions of liberalism. Through their pages they communicated to their followers the need to strengthen democracy, but the decades of the 30s and 40s of the 20th century will be marked by the defense of the “rag”. The emergence of violence was fostered by the iron defense of the color blue or red in the midst of the intransigence of the Catholic Church and the political and "civilizing" role played by the main newspapers of the country.
Keywords: Conservative Party, Liberal Party, Press, Liberal Republic, Violence.
Artículos
Prensa, política, “civilización” y violencia en la República Liberal (1930-1946). Vanguardia Liberal de Bucaramanga y El Diario de Pereira1
Press, Politics, “Civilization” and Violence in the Liberal Republic (1930-1946). Vanguardia Liberal of Bucaramanga and El Diario of Pereira
Recepción: 19 Agosto 2017
Aprobación: 20 Septiembre 2017
Introducción. La prensa, un medio 'civilizatorio' para hacer política. La violencia política fomentada desde la prensa. Conclusiones. Bibliografía
El editorialista del periódico El Espectador Mauricio García (2017) en una de sus columnas escribió acerca de la odiocracia, quizá la “forma política” imperante en Colombia desde las épocas de la Conquista. Quienes se interesan por la historia política de los años 30 y 40 del siglo XX en Colombia, aún recuerdan los relatos de quienes en esos años pelearon por defender el “trapo rojo o azul”. Rememoran quienes vivieron aquellas épocas que desde los púlpitos, los curas incitaron a la feligresía a defender las ideas conservadoras. El monopolio ideológico y cultural de la Iglesia católica era tal, que le permitió escudar al Partido Conservador y orientar a sus copartidarios desde cualquier parroquia colombiana. Este tipo de actuación, en aquel momento, fue señalada por el periódico Vanguardia Liberal:
En nuestra condición de liberales hacemos llegar Su Señoría nuestra protesta contra prédicas subversivas, nada evangélicas de nuestro párroco, queremos además declararle que en nuestro derecho no cederemos una línea ni dejarémonos impunemente atropellar. Salvamos nuestra responsabilidad cualesquiera sucesos lamentables pudiera provocar actitud desafiadora párroco Jordán. Liberalismo irá a las urnas hacer efectivo su derecho, resuelto defenderse de cualquiera personas, así hállense revestidas de hábito sacerdotal, que lleven amenazas a vías hecho2.
En respuesta, el Partido Liberal, para las mismas décadas de los años 30 y 40 del siglo pasado, con su ascenso al poder después de la Hegemonía Conservadora que duró aproximadamente 44 años, debió buscar mecanismos que le permitieron, al igual que lo hizo la Iglesia católica, defender el “trapo” rojo y propagar las ideas de modernización que dieron paso al país hacia el progreso en términos económicos, sin descuidar los horizontes de paz e igualdad que debieron instaurarse en la nación colombiana.
La “tinta roja” derramada en los periódicos liberales de los años 30 y 40 se convirtió en la prédica que permitiría al liberalismo mantenerse en el poder durante 16 años. La prensa libre, la política electoral ganada en las urnas y la educación para toda la sociedad fueron los pilares sobre los cuales se construyó la idea de una República Liberal (1930-1946). Las ciudades de Pereira y Bucaramanga se convirtieron en bastiones del liberalismo colombiano, y El Diario y Vanguardia Liberal, en sus respectivas ciudades, en los medios de comunicación escrita que lograron consolidar al Partido Liberal a nivel regional.
El liberalismo tomó un nuevo auge desde las primeras décadas del siglo XX. A pesar de estar por fuera del poder político, empezó a consolidar un discurso renovado sobre la cuestión social en el que, además, dejó atrás las ideologías radicales y anticlericales del siglo XIX que motivaron un sinnúmero de pugnas políticas y las consabidas guerras civiles durante toda la centuria decimonónica. Con el comienzo de la República Liberal, en 1930, se abrió campo a una nueva forma de interpretar la problemática nacional en pleno proceso de despegue de la industrialización en Colombia, el cual situó en la agenda política la lucha de sectores obreros que empezaban a poblar masivamente las principales ciudades del país. Estos cambios constataron el ingreso del país a un proceso de modernización económica y cultural, el cual fue una de las reivindicaciones del liberalismo al adoptar el intervencionismo estatal para construir un Estado social de derecho. A la par de esta apuesta, el panorama internacional mostró también signos de transformación como la Revolución Bolchevique, las protestas estudiantiles en Córdoba (Argentina), la Primera Guerra Mundial, la crisis de los años 30 y las teorías de John Maynard Keynes sobre el papel central del Estado como regulador de la economía capitalista:
El mundo todavía no se recupera de la devastación de la Primera Guerra Mundial y ya se anuncian los vientos de la segunda. La crisis económica golpea en todos los frentes, dejando a su paso quiebras y despidos. En Colombia el gobierno conservador de Miguel Abadía Méndez hace agua por todos los costados. A la corrupción y la crisis económica se suman la reacción por la masacre de las bananeras y el asesinato del estudiante Bravo Pérez. Como si no bastara con eso la jerarquía católica, que es en realidad la que escoge los candidatos conservadores, no se decide por uno de los opcionados y eso conduce a que el partido llegue dividido a las elecciones de1930. Guillermo Valencia y Vásquez Cobo participan en la contienda cada uno por su lado. El Partido Liberal aprovecha ese momento y alcanza la presidencia del país en cabeza de Enrique Olaya Herrera (Colorado, 2016).
Durante la primera mitad del siglo XX en Colombia, la prensa local se constituyó en el escenario estratégico para dirimir las confrontaciones políticas que se dieron entre las facciones de la dirigencia. Las noticias que difundieron dichas publicaciones relataban con especial interés, los postulados partidistas, el auge del movimiento sindical a nivel local y nacional; pero, asimismo, advirtieron sobre los peligros del conservatismo y de los excesos del comunismo:
El país vive horas de intensidad casi dolorosa. [No obstante,] el doctor Olaya Herrera se presenta al país como cabeza y como numen de un nuevo régimen social. Es él la figura prócera que hace posible, mediante su personificación perfecta, esta resurrección del espíritu cívico que, dentro de los angustiosos momentos actuales, se eleva de todos los campos ideológicos (...)Baste saber que las más serenas mentes del Partido Conservador y la totalidad del liberalismo civilista, sin que de él se excluyan los elementos universitarios y obreros que amplían su radio y extienden su alcance, empuñan la bandera de la restauración republicana y los acordes del himno nacional desatan la marcha que no podrá detener el corrillo de los ancianos ingeniosos3.
Incluso, se tomó partido en el fraccionamiento político al interior del liberalismo. Los discursos se constituyeron en una impronta novedosa sobre la cuestión social: el intervencionismo estatal y la modernización permitieron la unión de los periódicos con las ideologías imperantes en el país en aquella época. Bien se ha dicho que el periodismo y la política han estado ligados desde el siglo XIX en Colombia. Como dice Enrique Santos: “la pluma ha sido tan valiosa como la espada en las pugnas partidistas” (Santos, 1989, p. 118). La prensa de la época jugó un papel importante en la historia colombiana como promotora de ideas, como formadora política y como mecanismo para inducir a la confrontación, máxime si se tiene en cuenta que era el único medio de información, con un amplio despliegue a nivel regional y con un poder que se incrementó con el ingreso de nuevos sectores al juego político. La prensa, tanto liberal como conservadora, fue consciente de la emergencia en el plano político de nuevos sectores alejados antes de la consabida disputa liberal-conservadora, los cuales no desearon seguir interviniendo en la política solamente con la emoción del partidismo, sino ser incluidos en plataformas que se acercaran a los grandes problemas que agitaba la opinión del país. La política ya no era solamente una cuestión de grupos de poder tradicionales, pues los periódicos tenían como función atraer, convertir, discutir, persuadir y, sobre todo, convencer al electorado que estaba integrado por el campesinado y los obreros radicados en las ciudades colombianas. Para el tercer decenio del siglo XX, la prensa, a nivel nacional y, especialmente, en el ámbito regional, se consolidó en materialidad técnica y en contenidos. La modernización de la prensa, con nuevas secciones especializadas para diferentes públicos y con un discurso que puso en debate muchos de los grandes problemas del país, iría de la mano con la aparición y expansión de nuevos públicos. Para la prensa era necesario vincular al público lector con la situación política para atraer, formar y convencer al electorado.
La prensa, además de divulgar ideas, sirvió para la gestación y movilización de identidades partidistas; por tanto, se le debe considerar como un actor de primera línea en las luchas políticas del país. Los periódicos Vanguardia Liberal en Bucaramanga y El Diario en Pereira siempre estuvieron vinculados a la política partidista y fueron influyentes en el comportamiento político de los ciudadanos. Tanto los periódicos liberales como la prensa conservadora asumieron una posición difusora de sus ideas durante la República Liberal (1930-1946), señal de esto fue la gran cantidad de rotativos a nivel regional que se establecieron con una clara militancia partidista, a pesar de las dificultades empresariales que en algunos casos no le permitieron a estos proyectos periodísticos pasar de ser efímeras experiencias. Algunos lo lograron con el tiempo, otros no tuvieron esa suerte.
La relación entre prensa y política partidista en Colombia como influencia central en el comportamiento político de los ciudadanos, se puede observar en los periódicos Vanguardia Liberal . El Diario. Fundados respectivamente en 1919 y 1926 por reconocidos líderes regionales, estos periódicos asumieron la posición de difusores de las ideas liberales durante la República Liberal (1930-1946). Ambos cumplieron el rol de instancias orientadoras de las bases partidistas liberales, tal como lo hicieron en simultáneo, diarios como El Espectador (Bogotá), El Heraldo de Antioquia (Medellín) y El Relator (Cali). En Colombia en estos años se fundaron gran cantidad de periódicos a nivel regional, con un acentuado sesgo partidista pero también con un claro propósito empresarial y modernizador. Como lo señaló Isidro Vanegas (2010), no fue muy común encontrar en los países de América Latina tantos periódicos consolidados e influyentes fuera de la ciudad capital y a lo largo de zonas alejadas y tan diversas entre sí, como Medellín, Barranquilla, Cartagena, Pereira, Cali, Pasto, Bucaramanga, Cúcuta, Popayán, Ibagué y Manizales, entre otras. Por intermedio de la prensa, los dirigentes regionales trabajaron intensamente en la orientación de la ideología partidista liberal o conservadora y se mostraron incondicionales con los líderes políticos locales y nacionales en los periodos electorales. Las regiones fueron grandes bastiones del periodismo partidista, ejemplo de ello fueron las ciudades de Bucaramanga y Pereira.
Líderes liberales como Alejandro Galvis Galvis y Emilio Correa Uribe, fundadores de Vanguardia Liberal . El Diario, respectivamente, e impulsores de las ideas liberales en sus regiones, se consideraron a sí mismos miembros activos de las formas organizativas del Partido Liberal promovidas desde la prensa misma. Las formas organizativas del Partido Liberal estaban enfocadas en los procesos electorales como la socialización, la politización, el proselitismo, la financiación de las campañas y la participación de las mujeres que, aun cuando no tenían derecho al voto, ya empezaban a hacer su aparición en la esfera política.
Establecer la orientación política difundida en la prensa como expresión del interés colectivo de individuos capacitados para discutir los temas de la vida pública moderna, fue algo difícil ya que el público que se informaba por medio de esta, no era realmente amplio. La prensa colombiana fue el escenario para ratificar y defender la vigencia de los grupos de poder, pese a que esta no era el principal medio de difusión política por las altas tasas de analfabetismo. En el periodo de la República Liberal, las diferencias socio educativas eran notorias en todo el país y las tasas de analfabetismo eran muy similares para hombres y mujeres. En el departamento de Santander, según el censo del año de 1938, con una población total de 614710 habitantes, se registró una tasa de alfabetismo de 209148 personas entre hombres y mujeres, es decir, 406562 ciudadanos no contaban con un mínimo de educación, de estos, el 52% (211392) eran mujeres y el 48% (195170) correspondió a hombres. Si bien no existió una diferencia marcada para el analfabetismo entre géneros, sí era mayor el número de mujeres analfabetas porque tenían menos posibilidades de acceso a la educación primaria.
En cifras consolidadas, el analfabetismo en el departamento de Caldas fue particularmente muy diferente si se le compara con la situación del país en general. Para el año de 1938 el departamento de Caldas registró niveles mayores de alfabetismo: de un total de 769968 habitantes, el 55% eran alfabetos (421253) y el 45% (348 715) eran analfabetos. En cuanto a distinción por género, la situación era muy similar a la del departamento de Santander y en el país en general. El analfabetismo en Caldas registró una pequeña diferencia entre hombres y mujeres: el 51% (177 790) correspondió a hombres y el 49% (170 925) a mujeres (Acevedo y Correa, 2016, p. 88). A partir de estas cifras fue fácil deducir el alcance de la prensa en su función de orientación política y también la acogida que tuvieron otros medios de difusión política como la radio, aun cuando tampoco era fácil su acceso. En razón de estas cifras, se infirió que el púlpito era el medio de persuasión política en medio de las altas tasas de catolicismo en el país y los bajos niveles de alfabetismo.
Aun cuando las tasas de analfabetismo eran muy altas, los periódicos, semanarios y revistas fueron el medio de difusión de las principales ideas y acontecimientos del panorama nacional, una conexión entre la capital y la provincia que permitió, incluso con desfases temporales, constituir redes informativas que posibilitaron la “presencia” del Estado en los rincones más apartados de la nación.
Dentro de la política colombiana se inscribió un fenómeno interesante pero ciertamente poco estudiado: las sociabilidades políticas. Por intermedio de asociaciones se establecieron fuertes lazos y nexos entre los miembros de los partidos políticos y la sociedad. Sin embargo, este concepto se limitó a la conformación de las sociedades democráticas entre los siglos XVIII y XIX. Si bien la sociabilidad no estuvo tan relacionada con la civilización de las costumbres, sí fue el lugar para la creación de crítica, opiniones y, especialmente, el establecimiento de una forma de analizar la política: los editoriales. En este espacio de opinión se promovieron “odios y amores” hacia cada uno de los partidos políticos. De esta forma, los periódicos asumieron su función como espacios de opinión, crítica y oposición. En el caso particular de la prensa, estas secciones llegaron a todos los niveles de la sociedad, lo cual los constituyó en centros visibles de poder y órganos de análisis del panorama político.
Los titulares de las noticias, sus contenidos y los editoriales fueron sumamente importantes en las coyunturas políticas para el fomento de la participación electoral, pero estos llamados a la acción estuvieron cargados de odios heredados, que fueron transmitidos a los lectores. Como lo señaló Julio César Londoño, la prensa inició como medio de opinión, luego de muchas batallas moderó el tono y disimuló el sesgo con astucia, tratando de tapar una verdad innegable: “el periodismo no es más que el chisme procesado a escala industrial” (Londoño, 2015).
A partir de los años 30 del siglo pasado el periódico no fue solo un medio de opinión y de información, también fue un medio educativo para instruir, formar y guiar a los ciudadanos hacia su participación en la vida pública. Por lo tanto, el Partido Liberal buscó este contacto con la sociedad colombiana valiéndose de los periódicos como medios de socialización y promoción de sus campañas políticas. La prensa, igualmente, fue mediadora cultural que permitió construir dinámicas y relaciones políticas, pues era común para la época que quien tenía un periódico, era alguien destacado en el ámbito cultural, que tenía, obviamente, un bagaje intelectual que le permitía, además, introducirse en los juegos políticos desde la disidencia y la oposición hasta la crítica. La prensa era consciente de su función y como tal trató de mostrar su interés en las contiendas electorales de una manera supuestamente diáfana y condescendiente hacia sus contrarios:
Toda la vida hemos sido partidarios de una política elegante de acercamiento con los conservadores, pues como toda la vida hemos sido liberales, no hemos necesitado de insultar al adversario ni de negarle sus méritos, para que se crea en los nuestros. De allí que ahora recibamos con positiva complacencia de buenos colombianos, el acuerdo a que han llegado en la dirección del partido adversario, para ordenarle a sus huestes que se preparen para intervenir el venidero torneo electoral. Es esta, desde luego, una nueva política en el partido de la oposición, pues que hasta hoy se ha tenido allí la táctica de la abstención plena y de la oposición sistemática (...) De allí, pues, que recibamos con entusiasmo la idea del conservatismo de presentarse a las urnas en el próximo debate de octubre. Tendremos los liberales mejor entusiasmo en lucha, iremos a ella con mejor fervor, porque contaremos con el incentivo del enemigo que provoca a la contienda y los municipios con cabildos formados por hombres de uno y de otro bando, podrán solucionar más ampliamente sus grandes problemas, ya que nosotros entendemos de forma muy elegante y muy patriótica, qu e l a inteligencia, el talento y las condiciones perfectas de administración no son patrimonio de uno sólo de los partidos4.
El bipartidismo existente en esa época en Colombia permitió establecer caudillismos. Estos emergieron con más contundencia en tiempos de elecciones y en la conformación de directorios políticos y juntas municipales, organizaciones de base que influyeron en la vinculación del ciudadano común a los movimientos políticos. Este ciudadano, denominado pueblo, tuvo un rol decisivo en las justas electorales por su voz y, especialmente, por su voto. Para lograr este cambio de comportamiento en el habitante común fue fundamental, en primera instancia, acudir a los periódicos regionales, al mismo tiempo que a los programas radiales, las conmemoraciones públicas y otras mediaciones culturales.
Los periódicos se convirtieron en fábricas ideológicas al servicio de los partidos políticos, en especial, del Partido Liberal. E l posicionamiento de Vanguardia Liberal . El Diarioen sus respectivas sociedades locales y regionales, no solamente pasó por su fortalecimiento como empresas periodísticas. A la par que informaron sobre los principales hechos noticiosos con una clara posición política, los dueños de los rotativos, los periodistas y colaboradores tomaron consciencia de la necesidad de edificar una serie de representaciones sobre sí mismos y su oficio. La función de la prensa, el periodismo y el periodista fue mostrar su ideología política, para lo cual enfatizaron en los procesos técnicos que mejoraron la evolución técnica y temática de la prensa, la circulación y distribución de la misma. Como algo novedoso, insistieron en la importancia del suscriptor como sujeto que no solo compraba el periódico para mantenerse informado, sino como miembro de un partido político al cual era necesario convencer ideológicamente parar fortalecer concepciones y doctrinas partidistas. La labor de orientación política de la prensa fue posible debido a la autolegitimación de los medios de comunicación, los cuales se presentaron ante sus usuarios como los guardianes de la verdad y de los intereses públicos. La construcción de esta imagen se acompañó de la exhortación a una entidad abstracta de la que no se dudó su existencia y a nombre de la cual hablaron: la opinión pública.
En el desarrollo de su papel de voceros, El Diario . Vanguardia Liberal trataron un asunto que permitió el diálogo entre la cultura y la política. Uno de los temas de los que se ocuparon los gobiernos liberales durante su regreso al poder en los años 30 y 40 fue el de forjar la opinión pública por intermedio de firmes y beligerantes posiciones ideológicas. Los dos diarios l iberales más importantes de Bucaramanga y Pereira abordaron tópicos relacionados con la opinión pública durante este periodo, sobre la base de considerar su ejercicio periodístico al servicio del progreso y la civilización, especialmente en los sectores populares. El periódico fue importante no solo como medio de difusión de ciertos hechos noticiosos de relevancia sobre estos temas, sino como una tribuna para demandar de las autoridades políticas y la sociedad en general, una mayor atención por “elevar el nivel cultural del pueblo”:
¿Qué va ser la oposición? El presidente López ha concretado los términos de su renuncia en su deseo patriótico de contribuir a promover un cambio decisivo en las relaciones de los partidos y el gobierno que haga más efectiva y eficaz la empresa de la administración y defensa de la república. Lo que el país quiere, dice, y soy el primero en compartir ese anhelo es un cambio fundamental de las condiciones políticas que garantice el orden, fortalezca el régimen civil colombiano y cree un ambiente de tranquilidad para un gran trabajo de colaboración nacional de las actividades públicas y privadas5.
En esta medida, la experiencia regional no fue ajena a las grandes trasformaciones que se vivieron en aquellos años. De manera que la prensa asumió el discurso de la transformación sin renunciar a postulados partidistas y a principios del periodismo que animaron un espíritu civilizador y de empresa.
El periódico como empresa fomentó el comercio y la industria a nivel departamental en Santander y Caldas, y paralelamente, incrementó su productividad con la incorporación de nuevas máquinas, novedosas secciones y modernos métodos periodísticos y publicitarios que captaron la atención del público, haciendo de los impresos un negocio vinculado a la política. De esta manera, las mejoras e innovaciones técnicas permitieron a los diarios consolidarse en una nueva etapa periodística y política, en la que pasaron de ser diarios de oposición a defender los intereses del gobierno. Aun así, estas posiciones no impidieron a los periódicos aupar una labor civilizadora y educativa en sus páginas:
Ha llegado para Colombia una época en que las masas ya no se dejan engañar. La conciencia de sus derechos y la realidad de las circunstancias políticas han despertado en ellas con ufanía y arrogancia, y en vano será que se intente variar la convicción o entibiar los fervores con la predicación insensata de que el liberalismo acabará con las Iglesias y los curas, arrasará los conventos y violará a las monjas, exterminará, arruinará y disolverá la nacionalidad. El liberalismo, como partido de gobierno es un partido supercivilizado6.
Los periódicos liberales enfatizaron en las ideas retrógradas del Partido Conservador y mostraron a la Iglesia católica como una institución retardataria; por tanto, la Hegemonía Conservadora fue la culpable del atraso industrial y técnico que se evidenciaba en el país. El Partido Liberal, en cambio, se mostró como promotor de las ideas civilistas y amante del progreso.
La intención civilizatoria y educativa de los periódicos estuvo acompañada de nuevos campos de distribución y alcance, seguida por el rompimiento de las barreras geográficas que no permitieron las relaciones entre diarios de las diferentes regiones. No obstante, la gran cantidad de efímeras experiencias periodísticas surgidas y concluidas en diferentes ciudades colombianas, El Diario de Pereira y Vanguardia Liberal de Bucaramanga, lograron mantener su circulación.
Pese a estar por fuera del poder político en las dos primeras décadas del siglo XX, el liberalismo tomó un nuevo aire y empezó a consolidar un discurso renovado sobre la cuestión social, en el que, además, dejó atrás las ideologías radicales liberales “laissez-fairistas” y anticlericales que motivaron un sinnúmero de pugnas políticas y las consabidas guerras civiles durante la segunda mitad del siglo XIX. El liberalismo se abrió campo a una nueva forma de interpretar la problemática nacional, la cual, en pleno desarrollo del proceso de industrialización en Colombia, situó como escenario de resolución la lucha de sectores obreros que empezaron a poblar masivamente las principales ciudades del país.
Renán Silva (2005) señaló que durante este periodo, los gobiernos liberales desarrollaron en el país un proyecto de modernización política, cuyos ejes principales fueron la educación y la cultura. Y aunque los gobernantes liberales nunca construyeron en rigor una idea moderna de ciudadanía, sí reelaboraron el marco de las relaciones entre los dirigentes y el pueblo a partir de una hibridación entre formas modernas y tradicionales de entender al pueblo como “sujeto activo”, el cual intervino en el devenir social y al mismo tiempo necesitó ser guiado y educado por sus dirigentes. Por una parte, extendió la cultura a las masas y, por otra, valoró la actividad cultural de las masas. En este marco, la noción de “cultura popular” cumplió un papel determinante en las acciones institucionales, las cuales estuvieron encaminadas a lograr una mayor incorporación de los sectores de la población que se consideraron necesarios para el desarrollo nacional, apelando a la difusión y al fomento de la cultura entre el pueblo.
En un enfoque un tanto distinto, autores como Carlos Mario Perea fundamentaron las investigaciones sobre este periodo de la República Liberal a partir de un sugerente posicionamiento de la prensa en el debate de lo tradicional y lo moderno (Perea, 1996). Para Perea, el discurso político de los años 40, liberal y conservador por igual, fue en esencia una hibridación de postulados modernos (pueblo, democracia y nación) formulados desde una perspectiva tradicionalista; una mixtura que marcó el desfase entre lo simbólico y la práctica política. La confrontación partidista llevada a términos violentos correspondió más al contraste entre las aprehensiones simbólicas que los miembros de cada colectividad tenían del ejercicio partidista, de su rol en el mismo y de los sentidos de pertenencia derivados de ello, que de una confrontación surgida entre contradictorias posturas modernizantes y tradicionalistas adoptadas por los dirigentes liberales y conservadores, en ese orden.
Para Perea, el estudio de prensa en este periodo fue una opción metodológica que pudo ampliar el panorama de las investigaciones sobre la historia política colombiana, por constituirse en vehículo difusor de los símbolos en que se sustentó la disputa política, efecto del auge de este medio de comunicación en Colombia, en un escenario precario para su producción y a pesar de los bajísimos niveles de lectura de la población, como ya se señaló. En cuanto a la violencia, resultó ilustrativo el interés de Perea por ubicarla en los marcos de la cotidianidad en que tuvo lugar y de entender cómo, mediante las simbologías políticas construidas en la prensa por liberales y conservadores, el ejercicio de la “sistemática eliminación del otro” fue progresivamente validado en la cultura política colombiana como el medio para solucionar los conflictos.
En este periodo significativo de construcción del Estado-nación y de modernización del país, la importancia de la prensa se mantuvo y fue en aumento debido a su capacidad para dar cuenta de las principales transformaciones suscitadas por la ampliación de los procesos de participación política y la dinamización de la economía nacional. Esto, mediante la disposición de sus columnas para hacer llamados de acción y reflexión a las colectividades políticas, económicas y sociales respecto de diversos aspectos de la vida pública local, regional, nacional e internacional. Los periódicos narraron las difíciles condiciones de estabilidad política que tuvieron que desafiar los distintos gobiernos liberales y el sinnúmero de enfrentamientos regionales que dieron lugar a formas de violencia partidista que se recrudecieron a partir del año 1946.
Vanguardia Liberal . El Diario informaron reiterada e intencionadamente sobre los diferentes acontecimientos que se presentaron en la dinámica política de finales de la década de los años 20 e hicieron énfasis en aquellos acontecimientos políticos que fueron en detrimento de la imagen pública del gobierno de Miguel Abadía Méndez, y que, de paso, sirvió para fortalecer, ante los lectores, aquella idea que empezaba a hablar de una posible oportunidad de resurgimiento del Partido Liberal. Otro tanto ocurrió en la prensa afín al Partido Conservador de la época, que, a pesar de las divisiones internas, siguió siendo promovido como un partido triunfador, disciplinado y vital para la preservación de las costumbres y el orden social en medio de los significativos cambios económicos y tecnológicos de la época. Las coyunturas electorales que se dieron entre 1930 y 1946, las candidaturas presidenciales de Olaya Herrera, López Pumarejo, Santos Montejo y las divisiones generadas en 1946 entre las candidaturas de Gaitán y Turbay permitieron identificar las conexiones entre prensa y orientación política difundidas por estos periódicos:
El liberalismo continúa implacable en su tarea desorientadora y sus más destacados órganos de publicidad y vocería se convierten en estiletes penetrantes que desgarran la carnadura y la espiritualidad de los más denodados caudillos. Ni Santos, ni López, ni Echandía, ni Turbay, ni Luis Cano, ni Carlos Arango Vélez logran salir airosos de este espectáculo aterrador de antropofagia política que sólo ha tenido antecedentes en hordas errantes de jíbaros amazónicos7.
La información política se entrecruzó con elementos significativos del contexto nacional e internacional, como el conflicto colombo- peruano, la Guerra Civil Española, la reforma constitucional de 1936, la política de buena vecindad con Estados Unidos y, obviamente, la Segunda Guerra Mundial. La dinámica electoral nacional de aquellos años quedó registrada con un sinnúmero de detalles en el día a día de publicaciones regionales como El Diario . Vanguardia Liberal. Sus consignas y debates políticos fueron diversos, pero se centraron en un objetivo político común: persuadir a sus copartidarios para participar enérgicamente en las actividades electorales y alcanzar, mediante la mayoría de votos, la conquista del poder representado en las diferentes corporaciones públicas del orden local, departamental y nacional. Mediante un lenguaje directo se trató de obtener el favor de los electores, apelando a la tradición del respectivo partido; se movilizaron sentimientos partidistas llamando a la participación en las batallas electorales, no se tuvo recato en descalificar mediante diversos dicterios e injurias a sus oponentes políticos y señalar con suma beligerancia los posibles casos de fraude.
Un aspecto importante del estudio sobre la prensa en este periodo de la República Liberal, fue la manida idea de la incorporación del pueblo a la política. Esta intención permitió la llegada de nuevos militantes políticos que cuestionaron el papel de los jefes del partido en cada ciudad. La prensa promovió, con cierto entusiasmo, el liderazgo de los actores políticos que a su juicio debieron representar a los copartidarios del liberalismo, al mismo tiempo que vilipendiaron a sus adversarios en la competencia electoral. En los periodos de campaña los diarios movilizaron al electorado, bien fuera “educando” a un elector sobre los cambios en la legislación electoral y su impacto en los resultados de los comicios, o bien motivando la participación ciudadana y su responsabilidad en el éxito de la jornada electoral. La prensa a nivel local también libró su propia batalla por conquistar adeptos y hacer elección tras elección; en suma, toda una movilización de la opinión pública que contribuyó a conquistar las urnas.
La participación directa de la prensa en las elecciones permitió reconocer su intención “civilizatoria” y educativa en la democracia colombiana, pues los temas de campaña y las cualidades de los candidatos fueron aspectos muy relevantes en ciertos momentos para un periódico como El Diario –alterno a Vanguardia Liberal– que fungió de faro orientador para el electorado:
1. El Dr. Gaitán no es liberal, n i conservador, ni socialista; él es gaitanista porque sólo se quiere a sí mismo. 2. Abstenerse de votar siendo liberal, votar por Gaitán o votar por conservatismo es la misma cosa. 3. Si Ospina Pérez llegara a triunfar, él no gobernaría al país, lo gobernaría Laureano Gómez y toda la caverna reaccionaria. 4. La Masacre de las Bananeras fue obra de los conservadores. No lo olvidéis trabajadores. El golpe de Pasto fue organizado por conservadores e inspirado por Gaitán. 5. Hitler, para engañar al pueblo alemán y llevar al mundo a la guerra más desastrosa de la historia, levantó campaña racial sosteniendo que la sangre “aria” era la más pura. Gaitán ha levantado una idéntica campaña para engañar al pueblo colombiano. 6. Hitler y Mussolini se decían los hijos auténticos del pueblo; hablaron también de oligarquías y “restauración moral” para llevar a sus pueblos a la más terrible esclavitud. También eran grandes agitadores y lanzaban gritos para luego, a quienes no obedecían, mandarlos a los campos de concentración. 7. El enemigo número uno del pueblo, es el demagogo. Gaitán es el primer demagogo de Colombia. 8. Las prestaciones sociales en Colombia, son obra de la lucha organizada de los trabajadores y del Partido Liberal. Ni Ospina Pérez, ni Gaitán, han contribuido para ello. 9. Gaitán no tiene programa. El programa de Ospina Pérez no sería realizado por estar en contradicción con los intereses conservadores. El candidato liberal, Dr.Gabriel Turbay, tiene un programa discutido con su partido, con la CTC y con el Partido Socialista, y él corresponde, no sólo a las ideas liberales, sino a las aspiraciones del pueblo. 10. El dilema para el pueblo es:democracia o reacción. Gabriel Turba y representa a la democracia; votando por él se defiende el régimen y el porvenir del pueblo colombiano. Además el país entero sabe que Gaitán ha levantado todas las consignas del conservatismo para desmoralizar y dividir al Partido Liberal, y8 no tiene ninguna posibilidad de triunfar8.
Al examinarse las dinámicas electorales regionales desde los resultados hasta el ambiente electoral que recrearon los periódicos en cada ciudad, a lo largo del periodo de la República Liberal, con las consecuentes “tomas de posición política” por parte de los editorialistas de los periódicos, se pudieron mostrar algunas facetas más “íntimas” de la vanagloriada República Liberal, incluyendo los esfuerzos de las directivas del partido, a nivel local y departamental, por mantener más compactas las bases partidistas, en medio de una creciente tendencia hacia la polarización política y los faccionalismos de turno que se hicieron cada vez más frecuente se intransigentes, elección tras elección. Por parte de los dirigentes liberales y de muchos de sus principales “publicistas” en los diarios capitalinos y regionales, se hizo gala de que con el liberalismo en el poder llegaba “la hora más gloriosa para la patria”, pero fue una frase que por su repetición continua, empezó a ponerse en entredicho. A la par de esto, en algunas regiones se fomentó la democracia por medio de una constante movilización social, también se evidenció que en muchas regiones se empezó a generar un caldo de cultivo de odios partidistas que sirvieron para fomentar la violencia.
Si bien hasta los años 30 del siglo pasado los periódicos se limitaron a reproducir los enfrentamientos entre liberales y conservadores, en las décadas posteriores fue notorio un cambio de perspectiva en su función. La estricta mediación política que desempeñaron fue transformada, pasando de reproducir los antagonismos y sectarismos partidistas de la vida pública nacional a consolidarse como medios “civilizatorios” y educativos que fortalecieron la democracia nacional. De las disputas partidistas de índole personal se derivó en disputas ideológicas que permitieron al elector tener una formación democrática acorde con la modernización y el progreso que se requería en Colombia. No hay que olvidar que desde los púlpitos, los “curas” indicaban por quién se debía votar:
En nombre de Dios y de la Iglesia Católica, os hago saber que tenéis que votar por el candidato del conservatismo y de la causa del cristianismo y de la Iglesia, el doctor Carlos Arango Vélez, pues si no obráis así, cometeréis pecado mortal, ya que el candidato del liberalismo, el doctor Alfonso López, está excomulgado y quienes voten por él, lo serán también9.
Este tipo de prédicas llevaron a los periódicos a jugar un papel determinante en la educación política de los ciudadanos. En muchos casos, su vocación partidista no se limitó a exponer los principios ideológicos del partido o a promover a los candidatos de sus afectos políticos, sino a tomar posturas radicales y a incitar, mediante el uso de un lenguaje de guerra, la causa partidista. Los señalamientos de hostilidad se dieron de parte y parte, apelando a un imaginario retórico polifacético con múltiples referencias históricas, morales, teleológicas, el cual fue sometido a diversos medios de persuasión con el objetivo de capitalizar los intereses electorales del momento. El recurso de la violencia terminó justificándose. Los párrocos azuzaron a sus feligreses a la “guerra religiosa”, lo que fue motivo de fuertes pronunciamientos por parte de los editorialistas de filiación liberal para justificar el paso a las vías de hecho.
Ciudades como Bucaramanga y Pereira no fueron ajenas a este acontecer de confrontación nacional. La masacre de las bananeras y el asesinato del joven estudiante universitario Gonzalo Bravo Pérez fueron motivo de movilizaciones de la población durante las campañas de los años 30, varias de las cuales terminaron en refriegas colectivas en los parques de Pereira y Bucaramanga. Con el arribo de Olaya Herrera a la presidencia, el ambiente rural en el departamento de Santander se tornó más candente. Los sacerdotes convirtieron el púlpito en el espacio predilecto para alentar a la resistencia conservadora. “Capataces en vez de pastores” fue uno de los titulares de Vanguardia Liberal para exponer un caso puntual presentado con el párroco de Los Santos, Luis Alberto Castillo, quien convirtió la “cátedra sagrada” en “tribuna de difamación e insulto” para el liberalismo10. No fue muy distinta la situación pregonada desde El Diario de Pereira:
¿Qué comentario debe merecernos este paso? Tal vez no seamos nosotros, que pertenecemos a las izquierdas tradicionales, los llamados a juzgar un hecho que no por tan absoluto, deja siempre de mortificar la conciencia cívica del país (…) Pero ahora, está absolutamente demostrado (…) que en Colombia no es el pueblo ‹SOBERANO› [sic], ni es siquiera la mayoría conservadora del Congreso la que designa el ciudadano. En Colombia no es el presidente el que manda, sino el Arzobispo11.
El Partido Conservador desde las parroquias y el Partido Liberal desde los periódicos incitaron a las provocaciones partidistas. Quienes detentaron el poder –del tipo que fuera, incluido el de la opinión pública–, lo utilizaron en pro de la estabilidad del liberalismo o, en caso contrario, en favor del conservatismo para no perder su dominio ni sus bases electorales, porque, a pesar del carácter moderado con el que se promocionó la transición de la Hegemonía Conservadora a la República Liberal con la figura de la “Concentración Nacional”, la repartición burocrática se convirtió en fuente inagotable de discordias.
Los mensajes fueron temerarios y operaban en la lógica de la agresión conservadora y la reacción liberal, o viceversa. El Diario tuvo que ver con la polarización liberal que se vivió en Colombia, y fueron contundentes las situaciones en que acudieron más a la incitación violenta que al diálogo político:
Por la estabilidad del liberalismo en el gobierno, liberales de Pereira, a la plaza pública como una ¡BATALLA! Por la defensa de los postulados liberales, con el nombre de GABRIEL TURBAY, (…) Contra la reacción conservadora, liberales de Pereira, a la plaza pública como una ¡BATALLA! Contra los irrespetuosos de los hombres del liberalismo, a la plaza pública como una ¡BATALLA!12.
Para el caso de Santander, algunos municipios empezaron a perfilarse como fortines de cada partido político. Lugares como Gámbita, Guadalupe y San Joaquín, entre otros, fueron escenarios de violencia entre liberales y conservadores. La influencia de la Iglesia católica en los municipios de la provincia de García Rovira fue el principal insumo para una posterior violencia, más fuerte, reconocida por su crudeza. Santander se fragmentó entre liberales y conservadores mientras que en el departamento de Caldas la migración a los centros urbanos no se detuvo.
Desde los periódicos se invitó a las huestes liberales a defender la República de “los aprestos bélicos del conservatismo”13, a recargar motivos contra los discursos obstinados de Laureano Gómez y a contener la campaña de la Iglesia católica en favor del Partido Conservador. Los periódicos liberales y las prédicas conservadoras contribuyeron a que en el país se instalara un estado de “hostilidad manifiesta” que se incrementó con el paso de los días o con la llegada de una nueva temporada electoral. En las referencias de Vanguardia Liberal se halló un registro importante de hechos violentos que se vivieron en el departamento de Santander y en su capital, Bucaramanga. En el caso de Pereira, en El Diario no fue tan fácil evidenciar que se hubieran presentado acontecimientos violentos de manera sistemática durante este periodo en Pereira, ni que el tema de la violencia fuera tan central en el acontecer periodístico; no obstante, sí fue posible encontrar hechos de agresiones físicas o pronunciamientos verbales violentos en algunas localidades de la región cafetera o del occidente colombiano.
Las diferencias ideológicas entre rojos y azules, el odio visceral de unos contra otros, junto con la invitación a defender su respectivo “trapo”, bien desde el púlpito o desde los periódicos, demostró la inevitabilidad y profundidad de un sentimiento que se albergó en los corazones y las mentes de los colombianos. El anhelo de destruir al contradictor, más que a sus ideas, llevó a que Colombia se sumiera en la época oscura y trágica de La Violencia. Como anotó García: “más tarde llegó Laureano Gómez para detestar a Alfonso López Pumarejo, y después apareció López Michelsen para odiar a Pastrana…y en esas seguimos” (García, 2017).Un panorama similar se vivió hacia 1942. Mientras se hacían los preparativos para las elecciones del 3 de mayo, en las que resultó elegido López Pumarejo, Vanguardia Liberal registró incidentes en el Valle, Caldas, Cundinamarca y Santander, e invitó a los liberales a asistir a las urnas de votación con cualquier tipo de arma lista en el bolsillo. En la misma edición se reprodujeron comunicados emitidos por los comandos laureanistas en los que se advirtió: “prepárense los conservadores a tomar el poder. La hora de la revancha ha sonado. Si usted es conservador y quiere un nuevo Núñez, vote por el candidato del frente nacional, doctor Carlos Arango Vélez; a las urnas copartidarios”14.
La situación de violencia continuó siendo delicada durante el proceso eleccionario de 1946. La división interna del liberalismo llevó a los simpatizantes de ambos bandos a asumir posturas extremas y recalcitrantes:
Bien pudimos apreciar anoche que las fuerzas liberales continúan divididas en tres grandes agrupaciones, cada una de las cuales ambiciona obtener el poder. El candidato Gaitán con sus fuerzas insolentes y fanatizadas, el llamado frente nacional que aun cuando todavía no está orientado hacia nombre alguno, aún persiste en que se suceda el “milagro” y finalmente los amigos del doctor Turbay, quizá menos grandes en número, pero los únicos que tienen una organización efectiva. En tanto que el fenómeno de la división por tres continúa acentuándose en todo el país, los conservadores dentro de una política de “moscas muertas” siguen haciendo sus preparativos para lanzar a última hora un candidato propio (…) Ahora está muy claro el enunciado del problema: el liberalismo continúa dividido en tres grandes fuerzas, las que ayer se delinearan perfectamente en la plaza pública de Pereira15.
De igual manera, en las calles de Bucaramanga se presentaron enfrentamientos entre gaitanistas y turbayistas. Seguidores de Gaitán atentaron contra Vanguardia Liberal lanzando “unos guijarros y unas botellas de aguardiente”16. Meses después fueron los periódicos conservadores El Deber . El Norte, las víctimas de enfrentamientos. Una vez más se fomentó el imaginario de que en ciertas ocasiones, en determinados contextos, la violencia era la respuesta natural por parte del pueblo:
En las masas impulsadas por el despecho, alimentadas por el odio, la locura del desastre llega al frenesí. A veces se cometen actos de violencia, asesinatos, incendios. Se busca al enemigo para destruirlo o para morir. Se quiere justificar la derrota con algo físico y no con la insoportable inocencia de esas balotas, de ese silencio disciplinado de rebaño que va al sacrificio17.
La posición de la que gozaron los periódicos en el campo político como órganos y voceros del liberalismo oficial les permitió dirigirse a los militantes, políticos locales y nacionales para proponer y prescribir una serie de acciones que no tuvieron otro propósito que el de fortalecer el dominio liberal. En medio de las fuertes discrepancias y señalamientos con el bando conservador en las elecciones de 1946, el columnista liberal Pedro Juan Navarrete invitó a defenderse y dejar de lado las buenas maneras, pues la pelea era peleando:
Lo que se impone es la violencia, la dureza en la expresión en las manifestaciones públicas, ardorosas y cálidas. Ni siquiera el acto elemental de reconocerle méritos al adversario. La regla inflexible es: todo lo que haga o diga el enemigo es malo y perverso. Al contrario, todo lo que haga y diga el copartidario es excelente y acertado18.
No hubo puntos medios. Este tipo de comunicados, que se reprodujeron prolíficamente en todos los diarios liberales o conservadores, fue una muestra palpable del estado de ánimo belicoso e intemperante de los comportamientos partidistas del momento. Los llamados a la civilidad que fueron la nota predominante en otros momentos de las contiendas políticas, se dejaron relegados cuando llegaban las justas electorales para recurrir a los sentimientos y a un lenguaje escueto, sin adornos, sin ambages, en un tono seco y perentorio. De este modo, la República Liberal, considerada como una de las etapas de menor violencia en la historia de Colombia, comparada con épocas posteriores de finales de la década de los años 40 y con cifras de años más recientes, fue susceptible de ser catalogada como una etapa de incubación de la violencia política que vendría a ser conocida luego como La Violencia.
La caída de la República Liberal se debió en gran medida al fraccionamiento de las diversas huestes políticas del liberalismo en cada región. Esto se constató para los casos de Santander y Caldas, los cuales expresaron la situación vivida en el contexto nacional para el periodo. Vanguardia Liberal . El Diario se valieron del uso de una terminología alegórica, religiosa y simbólica para conferirle un carácter épico y dramático a las pugnas políticas. La prensa manifestó el carácter contingente y variado de la política en estos años, asumiendo de paso un protagonismo de primer orden en su intención “civilizatoria” y educativa, y principalmente en su intervención electoral.
Fue necesario superar la tendencia a querer ver, solamente en este periodo, los síntomas de cambio y de renovación de la política al operar la transición de un régimen conservador a uno liberal. La República Liberal debió estudiarse como un periodo, sin duda, de transformaciones políticas y culturales en la nación colombiana, pero también como la génesis de la violencia política, la cual ha sido un referente en la historia de Colombia a lo largo del siglo XX y durante los años que han transcurrido en este siglo XXI. Como reiteró García: “tal vez tenemos un sistema político en donde no impera tanto el poder del pueblo (democracia), ni tampoco el poder de una élite (aristocracia), ni el de un déspota (tiranía), tal vez ni siquiera el de los ricos (plutocracia), sino el poder del odio; algo así como una odiocracia” (García, 2017).
Esta odiocracia pervive hasta nuestros días. Primero fue la persecución de la Iglesia católica a los liberales; luego el surgimiento de La Violencia con su posterior alternativa del pacto frentenacionalista entre liberales y conservadores para saldar la paz. Posteriormente, la transformación de la denominada Violencia en la violencia subversiva, la violencia paramilitar, la violencia del narcotráfico y seguimos en una violencia con diferente nombre pero con una igual base: “la sistemática desaparición del otro”, de aquel que piense o actúe diferente. Actualmente, ad portas de un nuevo proceso electoral y con dos procesos de paz, uno pactado con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) y otro en marcha con el Ejército de Liberación Nacional (ELN), la pregunta es: ¿vale la pena seguir practicando la odiocracia por defender un partido político o una religión?