Reseña
Bauman, Z. y Bordoni, C. (2016): Estado de crisis
Bauman, Z. y Bordoni, C. (2016): Estado de crisis
Reflexión Política, vol. 19, núm. 38, 2017
Universidad Autónoma de Bucaramanga
. Estado de crisis. 2016. Barcelona |
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Recepción: 09 Junio 2017
Aprobación: 06 Octubre 2017
Zygmunt Bauman y Carlo Bordoni han publicado su obra titulada Estado de crisis en la colección Estado y Sociedad de la editorial Paidós. Este libro ha sido traducido al castellano por Albino Santos Mosquera.
Es preciso recordar que, hasta su reciente fallecimiento, Bauman fue catedrático emérito de Sociología de la Universidad de Varsovia, tras haber sido docente en las Universidades de Leeds, Tel Aviv o la London School of Economics. Este sociólogo de origen polaco y reconocido internacionalmente, es autor de una abundante obra que gira en torno al concepto de modernidad líquida (Bauman, 2002). Entre sus numerosas obras conviene citar Amor Líquido (2005), Vida líquida (2006), Miedo líquido (2007) o Ceguera moral (2015). Gracias a esa labor incesante y su perspectiva innovadora, ha obtenido numerosos premios, tales como el European Amalfi Prize for Sociology and Social Sciences en 1992, el Theodor Adorno Award en 1998 y, junto con Alain Touraine, el Premio Príncipe de Asturias de Comunicaciones y Humanidades en 2010. En cuanto a Bordoni, este es un ensayista italiano especializado en sociología de la cultura que ha sido profesor de Sociología en las Universidades de Pisa y Florencia, en el Instituto Oriental de Nápoles y en la Academia de Bellas Artes en Carrara, del que fue director entre 1990 y 2003.
La presente obra, escrita a cuatro manos, hace un recorrido por las múltiples formas que ha tomado la crisis en las sociedades contemporáneas, caracterizadas por el cambio constante. Como lo reconocen los propios autores, “el objetivo final de esta obra es presentar un análisis original e inédito de la situación de la sociedad occidental actual que abarque diferentes aspectos: desde la crisis del Estado moderno hasta la democracia representativa, desde la economía neoliberal hasta el proceso de salir de la sociedad de masas” (p.9). En definitiva, se trata de una especie de diccionario de la crisis en el que estos dos pensadores analizan, con perspicacia, todos los elementos relacionadas con ella.
Más precisamente, en la primera parte del libro, titulada “Crisis del Estado”, Bordoni subraya que el término crisis es reducido a menudo a su dimensión económica que alude a una fase de recesión caracterizada por un freno de las inversiones, una disminución de la producción y un aumento del desempleo. Se culpa a la crisis de todos los malos y, tratándose de una responsabilidad despersonalizada, los individuos se liberan de cualquier implicación (p.11).
En la crisis actual, los países afectados están demasiado debilitados y carecen de la fortaleza suficiente para invertir, de modo que se ven condenados a aplicar recortes que, lejos de mejorar la situación, agravan sus males, incrementando la recesión y sus efectos nefastos sobre la población. “En el fondo, esta crisis se caracteriza por la conjunción simultánea de un cúmulo de apuestas arriesgadas a escala internacional (…) y de las medidas adoptadas en el ámbito local para contrarrestarlas” (p.13). La globalización ha terminado imponiéndose con el triunfo del mercado mundial, estandarizado y homogeneizado (p.14). Concretamente, “los despidos privan a las familias del necesario poder adquisitivo, agotan sus ahorros y disminuyen sus niveles de consumo, lo que, a su vez, se refleja en el comercio y la producción. Esto abre la puerta al estancamiento, ya que entonces el Estado y el Gobierno (…) presionan en la dirección contraria incrementando los impuestos” (p.17). Pero, la especificidad de esta crisis, nos dice Bordoni, es su duración, de modo que tengamos que acostumbrarnos a vivir con ella porque ha venido para quedarse (p.18).
Según Bauman, la crisis transmite, por una parte, una sensación de incertidumbre y de ignorancia en cuanto a la dirección que están a punto de tomar los acontecimientos, y, por otra parte, una necesidad de intervenir, es decir, de seleccionar las medidas oportunas, decidir cómo aplicar las lo antes posible e implementarlas efectivamente. En ese sentido existe una contradicción, dado que un estado de incertidumbre y de ignorancia no parece ser la mejor situación para elegir las medidas correctas que permiten emprender la dirección adecuada (p.18). La desazón es aún mayor sabiendo que, a diferencia de la crisis de 1929, no esperamos ninguna solución de una mayor regulación, nacionalización y acción colectiva y, aunque quisiéramos emprender esa vía, no podríamos ya que el Estado actual carece de medios y recursos necesarios para ejecutar las tareas que se requerirían para lograr una supervisión efectiva de los mercados (p.23). De hecho, en la actualidad el Estado se ha visto expropiado de una parte considerable de su poder, del que se han posesionado fuerzas supraestatales que operan en un “espacio de flujos” (Castells, 2012) fuera de cualquier control político (p.23). En resumidas cuentas, “la crisis actual difiere de sus precedentes históricos [porque] la estamos viviendo desde un contexto de división entre el poder y la política. Este divorcio provoca una ausencia de agencia o capacidad de acción” (p.24).
Para comprender esta situación, Bordoni se refiere a Étienne Balidar, según el cual la escisión inseparable entre lo local y lo global ha producido una especie de “estatismo sin Estado” que se manifiesta a través de la gobernanza (p.25). Esto provoca un efecto paralizante que se deriva en una limitación del sistema político al ámbito local, donde las instituciones públicas gestionan aspectos rutinarios y se muestran incapaces de resolver los problemas acuciantes que el poder global, encarnado por los mercados, impone con una frecuencia cada vez mayor (p.25). De hecho, “las decisiones se toman en otro lugar por los poderes fácticos (…) que, por su naturaleza supranacional, no están obligados a observar las leyes y ordenanzas locales. No están sometidos a las limitaciones de lo políticamente aconsejable o conveniente, ni a las necesidades de naturaleza social” (p.25). Así, la gobernanza sustituye al Estado en lo referente a la política.
Como lo subraya el sociólogo italiano, la escasa consistencia de los gobiernos nacionales y su incapacidad para adaptarse al cambio, satisfacer las nuevas necesidades organizativas y garantizar un nivel de protección social, que el proceso de globalización requiere, implica que la ciudadanía busque la solución en otra parte. Esto se traduce en una creciente aversión a los partidos políticos, lo que puede desembocar en una anti-política que da pie al populismo (p.27). “La anti-política garantiza la continuación del juego político entre los partidos, pero la vacía de significación social, ya que el ciudadano se ve obligado a cuidar en su propio bienestar” (pp.28- 29). Eso hace que el individuo se sienta progresivamente abandonado a su suerte, condenado a gestionar sus recursos de manera óptima en la medida en que no puede contar con la ayuda de una sociedad en vía de licuefacción y un Estado cada vez más alejado.
En ese contexto, los gobiernos nacionales se limitan a elaborar convenios que son “acuerdos provisionales que, desde el primer momento, no son convincentes ni pretenden ser duraderos” (p.31). Esto significa que dichos gobiernos se ven condenados a anunciar soluciones, legislar para darles validez y, en el mejor de los casos y años después, ponerlos en práctica. La labor de los gobiernos se entorpece al someterse a presiones contradictorias, que generalmente son imposibles de conciliar, y que provienen de los electores y de los mercados globalizados. Los gobiernos son ampliamente responsables de esta situación, puesto que han aplicado políticas neoliberales consistentes en la desregulación de la economía que ha desembocado en una separación creciente entre el poder y la política (pp.33-34). El pacto entre el poder y la política se ha disuelto, dando lugar a un poder liberado de cualquier control político y a una política aquejada de un creciente déficit de poder. Esto ha desembocado en “un descenso de la confianza popular [sobre] la capacidad de los gobiernos [de] abordar con eficacia las múltiples amenazas a la condición existencial de sus ciudadanos” (p.34).
Precisamente, si Estado y Nación iban de la mano y se apoyaban mutuamente, ese binomio ha empezado a debilitarse a partir de finales de los años 70 del pasado siglo con la disolución progresiva de la modernidad (p.41). De hecho, el permanente estado de crisis en el que vivimos abarca igualmente al Estado moderno cuya estructura, funcionalidad y eficacia están cada vez menos adecuadas a los tiempos presentes (p.42). En efecto, el Estado moderno se muestra incapaz de mantener los compromisos adquiridos con los ciudadanos, lo que se traduce en pérdida de legitimidad. Esta crisis del Estado coincide con la apertura de las fronteras, la velocidad de los intercambios comunicativos, la globalización de la economía y la cultura mundializada, porque la comunicación desarrolla la imaginación y “nos hace tomar conciencia de nuestras diferencias con respecto a otros y (…) produce el deseo y la acción” (p.46). En ese sentido, la separación entre la política y el poder ha sido letal para el Estado moderno, sobre todo para los Estados democráticos porque estos últimos se fundamentan en la participación ciudadana en la toma de decisiones y en el control de los órganos de gobierno (p.44).
En semejante configuración, nos dice Bauman, los decisores suelen “diferir, prevaricar, no enseñar nunca las cartas para no revelar el juego que se lleva [a cabo], resistirse a tomar decisiones y, con ello, evitar atarse de pies y manos, y hacer que las intenciones propias resulten inescrutables a los demás; todos estos son medios recién descubiertos de mantener a otros protagonistas sumidos en la confusión, maniatados e incapacitados para tomar decisiones” (p.53). Esta actitud permite mantener abierta las propias opciones mientras se cierran las de los demás. A su vez, se conserva la impermeabilidad de las intenciones propias, de modo que los cálculos de los demás estén condenados a ser prematuros, inciertos e ineficaces (p.53). Eso hace improbable la consulta de la ciudadanía, dificulta la búsqueda de consenso y facilita la toma de decisiones unilaterales por entidades de ámbito supranacional que no se sienten ligados a ningún territorio y son libres de tomar las decisiones que consideren oportunas, independientemente de sus consecuencias a nivel nacional o local.
Estos poderes consiguen imponer sus determinaciones gracias a la aceptación de los ciudadanos que padecen “un condicionamiento del pensamiento, llevado a cabo a través del poder hipnótico de la televisión y de otros medios de comunicación de masas, cuya direccionalidad comunicativa desde arriba (…) no [hace] más que confirmar la (…) validación de la conciencia con una mayor eficacia” (p.60). El sociólogo transalpino estima que, mediante el condicionamiento transmitido por la cultura de masas, surgen unos valores efímeros utilizados por estos organismos internacionales para apoyar al mercado (p.60). El pensador polaco incide sobre el hecho de que, en la actualidad, la función de adoctrinamiento ideológico para suscitar la identificación de los ciudadanos con el gobierno de su país y la aceptación voluntaria ha sido externalizada y subcontratada a las fuerzas del mercado especializadas en suscitar el deseo, dado que son “los grandes y reconocidos maestros del arte de la tentación y la seducción” (p.65).
En la modernidad líquida caracterizada por la contingencia, la volatilidad, la fluidez y la incertidumbre, los gobernantes no pueden recurrir a la racionalidad, sino que intentan aprovechar las oportunidades que se presentan sin aviso previo y que se desvanecen al instante. En ese contexto, “el criterio de una nueva gestión, cuyos practicantes son perfectamente conscientes de que operar bajo circunstancias volátiles e (…) impredecibles, exige el cuestionamiento perpetuo del saber heredado y el rechazo de la rutina, así como la aceptación de la irregularidad y el olvido rápido” (p.69).
Esto lleva a los autores del presente libro a la segunda parte del libro dedicado a la “Modernidad en crisis”. Bordoni y Bauman discrepan al respecto puesto que el sociólogo italiano estima que la modernidad se desdijo de sus promesas, mientras que la posmodernidad las infravaloró e incluso las destruyó al llenar el vacío de imágenes, colores y sonidos, y sustituir la sustancia por la apariencia (p.73). La primera promesa de la modernidad aludía a la voluntad de controlar la naturaleza, esperanza que ha sido traicionada. Otras promesas han conocido un destino similar, como la idea de progreso, entendida como un desarrollo continuo vinculado a una disponibilidad creciente de productos y servicios que desembocan en el consumo (p.74). La crisis económica ha destruido esta idea, así como la promesa de una justicia social que iría en aumento, ya que “somos testigos (…) del desmantelamiento gradual de los sistemas de protección social o del Estado del bienestar” (p.75).
Detrás de ese debilitamiento del Estado de bienestar, se esconde la creencia neoliberal de que cada persona debe procurarse sus propios medios, sin que nadie tenga que asumir las necesidades o las deficiencias de los demás (p.75). En la lógica neoliberal se impone el principio economicista según el cual cualquier acción, concesión o servicio debe comportar su propia rentabilidad, y su coste debe ser soportado única y exclusivamente por los consumidores o usuarios de los mismos y, en ningún caso, por el conjunto de la comunidad. De hecho, las políticas de austeridad implementadas por varios países de la OCDE afectan sobremanera a los más débiles, a quiénes no pueden defenderse y a aquellos que no tienen más remedio que sufrir en silencio (p.76).
Esto significa, para Bordoni, que las crisis no pueden seguir considerándose como provisionales, sino que representan una situación permanente, característica del mundo líquido (p.77). “Del mismo modo que vivimos en una sociedad insegura, donde prevalece la incertidumbre, vivimos también en un perpetuo estado de crisis dominado por reiterados intentos de ajuste y adaptación que se ven continuamente dificultados y puestos en entredicho” (p.77). Se trata de una crisis profunda que implica una gran transformación social y económica, y que tiene raíces históricas. Para comprenderla, nos dice el sociólogo transalpino, debemos remontarnos a sus causas, vinculadas con el final de la modernidad y con “la dolorosa travesía por un controvertido periodo de ajuste [denominado ] posmodernidad” (p.78).
Bauman discrepa de esta visión al considerar que las promesas de la modernidad se han mantenido y “han salido básicamente ilesas de cada una de las crisis de fe sucesivas” ( p. 78 ) . Las que efectivamente se han abandonado son las estrategias privilegiadas para materializar estas promesas. En ese sentido, el pensador de origen polaco estima que, lejos de asistir al menoscabo de la promesa moderna, se produce la resurrección, la reinvención y la reencarnación de la misma, “despolvada y vertida con un atuendo reciclado y renovado” (p.80). En ese sentido, es ahora cuando la promesa original de la modernidad, basada en el individuo, se ha materializado, alcanzando su punto álgido. No en vano, para sostener esta idea, Bauman reconoce, por ejemplo, que “aquello que llamamos progreso no es un movimiento lineal y unidireccional sino algo más parecido a un péndulo que extrae su energía alternativamente del deseo de libertad y del deseo de seguridad” (p.84).
Aun compartiendo algunas ideas desarrolladas por Bauman, Bordoni sigue fiel a su planteamiento inicial al considerar que la salida de la modernidad es traumática porque supone un desgaste y existen resistencias. En efecto, la dificultad de despegarse de la modernidad resulta de la seguridad que nos procura al ofrecernos certezas (p.87). El sociólogo transalpino estima que la crisis de la modernidad es consecutiva a varios factores, entre los que figura la distancia que separan las condiciones de trabajo y de vida de los trabajadores y las de las clases dirigentes. De hecho, la transformación del trabajo ha ido de la mano de su desmaterialización progresiva y de la consiguiente inseguridad ( p. 92 ). Estas tendencias se han reforzado posteriormente con el advenimiento de la globalización que ha supuesto la supresión de las fronteras y el vaciado de las garantías sociales asociadas al debilitamiento de la representación democrática (p.92). “A esa crisis de los cimientos de la modernidad podemos añadir el aspecto cultural que, ligado a las ideologías y a la desmasificación, ha asestado un golpe mortal a la modernidad misma” (p.92).
Bauman se muestra más escéptico y se pregunta: ¿Cómo [sabemos] que estamos saliendo de la modernidad? (p.94). A su entender, decir que una era se ha terminado exige adoptar un punto de vista situado en el futuro. Se trata de una de las razones por las cuales cuestiona la noción de modernidad tardía y se muestra crítico ante la propensión de ciertos pensadores a proclamar el final de épocas. En realidad, “lejos de decir adiós a la modernidad, (…) estamos esperando aún a recoger los frutos de sus promesas”, sabiendo que “los frutos prometidos son el consuelo, la comodidad, la seguridad y la liberación del dolor y del sufrimiento” (p.97). El teórico de la modernidad líquida piensa que, incluso en el caso de que la aspiración a la modernidad hubiese desaparecido, se hubiera creado un nuevo relato (p.97).
Por su parte, Bordoni reconoce que el periodo posmoderno ha dejado de existir. “Ese es el nombre que damos al breve momento histórico transcurrido entre la década de 1970 y el fin del siglo XX, un periodo abrumador y caótico en el que se pusieron en entredicho todos los valores y las certezas previas de la modernidad” (p.98). Ese pensamiento ha impregnado todas las esferas de la sociedad y no solamente el sector cultural. “ L a posmodernidad, con su exaltación del individualismo y su declive de la solidaridad, del respeto de los demás y del comportamiento civilizado que habían marcado el auge de lo moderno, terminó (…) mostrándonos el rostro de una sociedad que había revertido la situación en la que imperaba la ley de la supervivencia del más fuerte” (p.103). Esto se acompaña, según el sociólogo italiano, de una incontrolable necesidad de auto-complacencia del individuo que necesita desarrollarse y elevarse por encima de los demás para salir del anonimato. Lo consigue exaltándose, exhibiéndose o vendiéndose a sí mismo en el mercado de la aceptación social (p.104). Lo importante es atraer la atención, despertar la curiosidad y suscitar el interés de los demás, dado que “ser visible significa existir” (p.104).
Desde el principio, Bauman se ha mostrado crítico con la noción de posmodernidad al considerar que presupone la desaparición de la modernidad y tiene una connotación negativa (pp.108-109). Más allá, estima que “todos los elementos cruciales y, de hecho, definitorios de nuestra realidad de principios del siglo XXI que el concepto de 'modernidad líquida' pone inevitablemente en un primer plano, eran los que el concepto mismo de posmodernidad omitía de toda consideración o relegaba por completo a un segundo plano“(p.111).
Precisamente la modernidad líquida se caracteriza por su incapacidad de elaborar un relato coherente. De hecho, “la nueva historia (…) es un relato digital que recorre el planeta entero y registra todas las expresiones humanas, con independencia de la importancia social de quienes la emiten. Todo entra a formar parte de esta historia universalizada y unánime” (p.133). Su expansión ilimitada y su fragilidad acaban debilitándola al punto de que no pueda ser interpretada. Los rastros electrónicos que dejan detrás de sí las personas constituyen las huellas de su paso por el mundo y constituyen una forma alternativa de hacer historia, que acaba sustituyéndose a la historiografía clásica hecha por especialistas y transmitida a través de los libros de texto (p.133). “La nueva historia, lejos de tratar de funcionar como una perspectiva general del conjunto de la comunidad como tal, se transforma en una caótica suma de acciones personales, divididas, fragmentadas e inservibles para una compresión futura” (p.134).
De aquí, Bauman y Bordoni pasan a la tercera parte de su obra consagrada a la “Democracia en crisis”. De hecho, la actual crisis del Estado moderno se traduce en la creciente desconfianza popular (pp.141-142) que intenta controlar reduciendo la deuda pública y aplicando recortes, en lugar de centrarse en su misión de proporcionar servicios adecuados a los ciudadanos. Esto genera confusión y desorientación, y “todos esos sentimientos, impresiones y experiencias se combinan en un 'síndrome de incertidumbre' acompañado de un 'síndrome de incomprensión'” (p.150). Al debilitar las instituciones democráticas, la crisis socava los únicos instrumentos de acción colectiva y sumerge a la ciudadanía en cierta desesperanza ante el poder de las fuerzas extraterritoriales localizadas en ese espacio de flujos que se mantienen fuera del alcance de los instrumentos de control político (p.152). Esto no supone idealizar la democracia pasada ya que “nunca ha habido una edad dorada de la democracia” y, en cierta medida, “la crisis es la condición normal de la democracia” (p.156).
Eso no significa que no se observe un declive del proceso de democratización que Colin Crouch (2004) ha expresado con la noción de posdemocracia. Lo define como una crisis del igualitarismo y una trivialización de los procesos democráticos en la que la política pierde progresivamente el contacto con los ciudadanos (pp.169-170). Entre los efectos que caracterizan la posdemocracia podemos destacar: 1) la desregulación; 2) la caída de la participación ciudadana en la vida política y en las elecciones;
3) el regreso del liberalismo económico; 4) la decadencia del Estado del bienestar; 5) la prevalencia de los grupos de presión; 6) la política como espectáculo; 7) la disminución de las inversiones públicas; y 8) la preservación de los aspectos formales de la democracia (pp.170- 171). Es difícil salir de la posdemocracia porque “ está impulsada por intensos intereses compartidos y se ha convertido en parte de la cultura de nuestro tiempo ” (p.172) . Fundamentalmente, esta posdemocracia se debe a la incapacidad del Estado moderno para actuar como interlocutor fuerte y decisivo, regulando la economía y garantizando la seguridad.
Esto demuestra que el concepto de democracia es fluctuante y que evoluciona con la sociedad. “De gobierno del pueblo (…) pasó a adquirir un sentido social mucho más amplio (…) y hoy significa la aspiración general a la igualdad y al disfrute de unos mismos derechos para todos los ciudadanos” (p.178). En ese sentido, las manifestaciones de protesta traducen un deterioro de la democracia que conduce la ciudadanía a movilizarse y a exigir el respeto de los fundamentos democráticos. Son cada vez más conscientes del poder adquirido por la economía como mecanismo de control social y saben perfectamente que “si [dejan] que la economía y los mercados dirijan [sus] vidas, [se verán] conducidos hacia una sociedad globalizada que ha marcado claras diferencias sociales y que está compuesta por una mayoría empobrecida, privada de garantías y servicios; y por una minoría privilegiada” (p.179). En esa configuración, la ciudadanía solo puede influir en la política local, que constituye un ámbito de acción poco significativo y que se limita a la gestión de los asuntos cotidianos.
Al término de la lectura de este libro titulado Estado de crisis, fruto de un diálogo entre Bauman y Bordoni, es preciso subrayar la pertinencia de los argumentos desarrollados y la coherencia de sus pensamientos respectivos, que discrepan a veces, y especialmente en lo relativo a su teorización de la crisis de la modernidad. A su vez, los autores no dudan en beber de diferentes fuentes e ilustrar sus planteamientos con el uso de ejemplos provenientes de la actualidad, de la filosofía clásica y de la literatura. Se trata asimismo de una obra sumamente bien escrita, a pesar de tratarse de un debate, al presentar de manera ordenada sus tesis, todo ello en un estilo fluido de agradable lectura. No en vano, y de cara a matizar esta valoración positiva, ciertos sub- apartados no guardan una relación directa con el objeto de estudio y perjudican el seguimiento del hilo conductor. A su vez, el libro padece de algunas redundancias y ciertas reflexiones en torno al Leviatán de Hobbes que son innecesarias.
En cualquier caso, la lectura de este libro se antoja ineludible para cualquier persona interesada en la triple crisis del Estado, de la modernidad y de la democracia.
Bibliografía
Bauman, Z. (2002): Modernidad líquida. Madrid: S.L. Fondo de Cultura Económica de España.
Bauman, Z. (2005): Amor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos. Madrid: S.L. Fondo de Cultura Económica de España.
Bauman, Z. (2006): Vida líquida. Barcelona: Paidós.
Bauman, Z. (2007): Miedo líquido. La sociedad contemporánea y sus temores. Barcelona. Paidós.
Bauman, Z. (2015): Ceguera moral. La pérdida de sensibilidad en la modernidad líquida. Barcelona: Paidós.
Castells, M. (2012): Redes de indignación y esperanza. Los movimientos sociales en la era de internet. Madrid: Alianza.
Crouch, C. (2004): Posdemocracia. Madrid: Tauru