Semestre
Obsesión por la belleza femenina en Venezuela
Obsession for the venezuelan feminine beauty
Obsesión por la belleza femenina en Venezuela
Espacio Abierto, vol. 27, núm. 2, pp. 191-208, 2018
Universidad del Zulia
Recepción: 06 Enero 2018
Aprobación: 21 Febrero 2018
Resumen: Aquí tematizamos la cultura para plantear el excelente preparado natural que como campo de cultivo social tiene la Organización de Miss Venezuela. El punto fenoménico y explicativo se ubica en la pauta del machismo, originado en el modelo de madre/ macho inscrito en el concepto de matrisocialidad, como conceptualizamos la matriz de sentido en la cultura mayoritaria de Venezuela. El argumento procede de la obsesión machista que incluye el reverso del hembrismo, símbolo portado por una mujer primitiva, sensual y sexualizante. Como obsesión se vincula con un desorden étnico: el infantilismo pueril; como primitiva se asocia a lo virginal; como sensual sexualizante genera lo placentero. La belleza femenina se vive como un don natural que contiene la idea de perfección como norma de saberse y practicarse lo femenino. La función dual del varón constituye una adoración por lo femenino reforzando la autocontemplación de la mujer sobre su propia apariencia corporal. Exhibicionismo, vanidad narcisista, competencia inter-femenina, autoestima que impulsa al permanente arreglo, ostentación de pureza briosa y desenvoltura moral, recorren y preservan su autoevaluación sensible cuando se mira a sí misma. Cultivar su belleza le servirá para sobreponerse en la escena social y hasta subir en la escala social y aún de poder. Más que encantar, procura cautivar al hombre. Sus triunfos internacionales como miss, vividos como espectáculo histriónico, sostienen al yo ideal como compensación a la disminución del ideal del yo que expresando un complejo de inferioridad constituyen el ser nacional.
Palabras clave: Obsesión, belleza femenina, machismo, virginal, narcisismo, don natural.
Abstract: In this study we approach culture in order to demonstrate how the natural environment which, as a social crop field, has the Miss Venezuela Organization. The phenomenic and explicative aspect is rooted in the pattern of machismo, generated in the mother/macho model registered in the matrisocial concept, as conceptualized in the Venezuelan cultural matrix of meaning. The argument originated from the machista obsession which in turn includes its counterpart, that is, hembrism, whose symbol is a primitive, sensual, sexualizing woman. As an obsession is linked to an ethnical disorder, in other words, infantile infantilism, as primitive is associated to virginity, as sensual sexualizing generates pleasure. Feminine beauty is lived as a natural gift which in itself is embedded in the idea of perfection as a norm of knowledge standard and practice of the feminine. The dual function of the male constitutes an adoration of the feminine reinforcing woman’s self esteem upon her own body appearance. Exhibitionism, narcissistic vanity, inter-feminine competence, self esteem which impulses the constant need to make herself beautiful, ostentation of spirited purity and moral ease, preserving her sensible auto evaluation upon glancing at herself in the mirror. Cultivating her beauty will allow her to ascend upon the social scene, climbing the social ladder, even gain power. More than being charming, she tries to captivate men. Her international triumphs as miss, lived as histrionic spectacles, maintains her ideal self as compensation in relation to the decrease of the ideal self which expressing an inferiority complex constitutes the national self.
Keywords: Obsession, feminine beauty, machismo, virginal, narcissism, natural gift.
Introducción
Llama la atención sobre Venezuela el asunto de que esta nación logra obtener los principales puestos, muchas veces los primeros, en los concursos internacionales de la belleza femenina. Tanto es así que a Venezuela en el mundo se le conoce por el petróleo y por las misses universos1. El asunto se complica retrospectivamente cuando en el ámbito nacional se acepta dicho juicio foráneo, y además se le incorpora el aditivo de que nosotros los venezolanos portamos el síntoma de la obsesión de la belleza de la mujer venezolana. Leonardo Padrón, autor prolífico de telenovelas, refiere ese síntoma con ocasión de una entrevista televisiva (Globovisión, febrero 2014) en la que rechaza la acusación del gobierno nacional de que las telenovelas son culpables de la violencia en el país. Hay autores que apuntan al problema de la obsesión de la belleza femenina en Venezuela como Álvarez (2002) y Cuberos (2007).
El asunto luce interesante, por demás, si se intenta llegar a los principios explicativos de la relación cultural entre obsesión y belleza imaginada de la mujer, entre sensualidad (machista) y sensibilidad (estética), entre arte y etnocultura. Del interés podríamos pasar a analizar las diversas problemáticas sociológicas donde puede ocurrir la demostración de la belleza femenina venezolana: los concursos de belleza a nivel nacional e internacional y la organización social venezolana de expertos y técnicos; la influencia de la publicidad, donde se incorpora la lógica mercantil de la publicidad; las intervenciones quirúrgicas con orientación tanto de salud como de estética; la inversión económica en la apariencia corporal (presentación personal) en cuanto al gasto en cosméticos, vestido y calzado; la problemática moral relativa a sentirse bien con su apariencia diseñada tal como lo prescribe la cultura de acuerdo a la exhibición y el narcisismo, etc. Con todas estas problemáticas entre manos se nos complicaría el fenómeno y su diseño.
Si deslindamos el asunto del síntoma de la obsesión por la belleza femenina en Venezuela dentro de los marcos culturales, se pueden observar las características de normalidad social del gasto de dinero en el caso de las cirugías plásticas. Todavía se observa que necesarias o no por razón de salud, el motivo estético es el dominante en razón de su libertad, sin que la edad sea una limitación tanto para personas adultas (segunda edad) como de personas menores (primera edad) (Cuberos, 2007). El marco cultural permite justificar, además de la normalidad social y de su libertad estética, el interés por el ámbito particular de la producción de actores sociales, con posibilidades de aspirar al señalamiento de la belleza según deseos, conductas y realizaciones. Esta indicación nos libra de aplicaciones generales de que todo lo que afecte a un grupo de mujeres en un sitio determinado, se convierta automáticamente en un problema de todas las mujeres del mundo. Este sesgo posible exige dibujar con precisión conceptual lo que se quiere decir con el criterio de la cultura venezolana respecto de la obsesión por la belleza de la mujer venezolana.
El motivo obsesivo necesita que el análisis de la Venezuela estético-femenina sea un tanto psicodinámico. Esto pide activar un concepto antropológico con el que se observen no simplemente unos significados generales sobre la belleza femenina, sino los significados particulares modulados por la obsesión, objetivo que implica psicoanalizar la cultura de la belleza femenina en Venezuela. La interpretación se focaliza en la comprensión de un sentido común que pretende develar los matices de significado que genera una lógica cultural, y en los cuales la población mayoritaria se reconoce y se identifica. Pero también si dicha lógica cultural, conceptualizada como matrisocial, genera un valor agregado que juega como un excelente preparado para el trabajo exitoso de expertos y técnicos en lo relativo a concursos de belleza femenina. Son dos niveles en el que el primero pertenece a una dinámica inercial de la cultura y el otro a una dinámica histórica de las agencias sociales y su trabajo aprendido socio-técnicamente.
Lógica matrisocial y machismo
En esta consideración nos ceñimos a la dotación de la naturaleza cultural de que está signado el colectivo venezolano y que tiene su explicación en el concepto que hemos descrito en nuestras obras como matrisocial. La matrisocialidad es un concepto etno- psicoanalítico que representa una matriz de sentido (un ethos), originado en el análisis de la estructura de la familia nacional. Su contenido metafórico conceptual consiste en solucionar que si bien las relaciones sociales no pueden tener una lógica familiar, doméstica, sin embargo, en Venezuela las relaciones sociales tienen el señalamiento maternal, el de la familia. Son relaciones de consentimiento (su correlato reversivo es el resentimiento), y, por lo tanto, llenas de placer y felicidad. La madre consiente al hijo de un modo absoluto esperando su lealtad radical en la afectividad del mismo, condensada dicha realidad en el hondo complejo de dependencia materno-filial. Tal complejo conduce a la compulsión fundamental de que la madre no puede perder a su hijo. Como institución total (Goffman, 1972, 13) o institución de tipo cero (Levi-Strauss, 1973) de la cultura, la clave de sentido de la familia se proyecta directamente en todos los ámbitos de la vida colectiva2. Así la matrisocialidad se convierte en un instrumento conceptual que permite comprender las relaciones intrincadas no sólo de la familia, cuya figura básica es la madre, sino también de la lógica de las relaciones de la organización social, donde podemos encontrar el rasgo de la obsesión de la belleza de la mujer venezolana.
En el análisis de este rasgo, bosquejamos una progresión expositiva en tres avances: 1) la contemplación de un rasgo profundo de la cultura, muy reconocido en Venezuela: lo regresivo virginal del machismo, 2) un proceso vinculado con la publicidad general que desencadena un gasto excesivo en las intervenciones suaves (spas, gimnasio), las menores (botox, carboxiterapias) y cirugías plásticas, debido a la imitación de las imágenes y productos importados, todo lo cual habla de una estructura social recolectora; 3) en fin, un complejo de inferioridad, necesitado de una demostración nacional de carácter compensatorio: la gente sabe que su país, a pesar de ser un país rico, no soluciona los problemas más perentorios de la vida social, y, sin embargo, bajo la pulsión del yo ideal, se piensa que es un país hermoso y placentero, el de las mujeres bellas.
La consecución de la figura de la mujer y su entorno cultural de la belleza se obtiene en la orientación del complejo madre – macho, porque es donde podemos lograr sentido específico a la relación de la mujer en el entorno del hombre y su madre que la constituyen. Ya Vethencourt parte del principio localizado en la relación de madre/macho para describir la estructura atípica de la familia venezolana (Vethencourt, 1983ª). Si la figura de la mujer se tapa con la ideología cultural de lo maternal (toda mujer es una madre, nos dice la cultura), no se descubre como hembra sino en correlación con el hombre producido como macho por la sobredosis de libido femenina que, debido al complejo maternalista, la madre deposita en su hijo. Como foco central de la estructura familiar, la madre se convierte en una figura excesiva y al mismo tiempo absorbente, conformando a la familia como un semi-clán, pues la madre desarrolla todo su poder y controla toda la socialización de la descendencia. Su origen está en una egolatría maternal aceptada profundamente por los hijos y constituida a costa de la disminución de la figura del padre, reducido a un proveedor y a un marido no conyugal, vivido como un amante. La familia cobra así un hondo sentido maternalista en su estructura.
Los hijos pertenecerán totalmente a la madre, de la cual dependen como pagando una contraprestación por los sacrificios económicos y morales que padeció la madre ya desde su vientre fecundado. Así los hijos deben colaborar y reconfirmar el proceso de adoración a la madre de carácter social y simbólico, que se prolongará en los nietos con mayor contundencia como lugar de cierre de la estructura familiar. No es de extrañar que de aquí la madre adquiera “derechos” sobre los hijos, al mismo tiempo que la existencia de éstos le otorga estatus social como un privilegio otorgado por la cultura. El resultado es que la dinámica de la madre reconstituye todas las figuras de la familia de un modo regresivo, en este caso, el hijo como macho, la hija como hembra.
La sobrefigura materna inocula en los hijos el machismo, que asociado al maternalismo afectará a toda la estructura familiar y en consecuencia a las relaciones sociales. No sólo la figura del varón carga con el contenido de la ideología y la práctica machista, sino que en cuanto material simbólico total el machismo también está proyectado en todas las relaciones familiares y sociales. En la mujer (y la hija), el machismo acontece con su misma lógica aunque tenga su simbólica particular reversa; se obtiene así el hembrismo.
El machismo se origina en el consentimiento materno, cuya libido se proyecta en el varón con una contradicción simbólico-sexual de un modo inconsciente; tiene consecuencias sociales en la medida que la madre, como permisiva (alcahueta), no logra disciplinar al hijo, porque teme perder su lealtad afectuosa. Sin referencia de la figura del padre, el principio de realidad se encuentra opaco; así los bordes que definen los ámbitos de la ley y de la autoridad se encuentran ensombrecidos. La compulsión de no dejar crecer al hijo, para no perderlo, conlleva como alternativas las posibilidades de que devenga un homosexual (marico) como efecto no deseado o un macho como efecto total deseado. Cuando el hijo llega a la adolescencia, la preocupación de la madre se dirige entonces a si el hijo varón está interesado en mujeres o no, porque de ello dependen los resultados que produjo la dinámica libidinal de la madre en la sexualidad filial. El breve, el proceso machista se detiene regresivamente en el nivel de unas relaciones primitivas que se asocian a lo virginal silvestre.
La obsesión machista por lo femenino
La obsesión machista por lo femenino se elabora en el infantilismo pueril originado en el consentimiento materno y que puede catalogarse como un desorden étnico matrisocial (Hurtado, 1995: 210). Este síntoma cultural que supone la posibilidad de regresiones, y aún patologías, es una fijación en el tiempo de la madre fálica, que a su vez la sociedad interioriza en la vida de la madre y sus grandes rituales (31 de diciembre y día de la madre); más tarde los extro-yecta mediante el tiempo largo de los rituales de conmemoración de su muerte. En este lapso de retardo, se observan los síntomas de la falta de castigo, de la prohibición de la madre de que el hijo ame (se case) a otra mujer, de su intervención para que el hijo se divorcie (se separe) si se unió a una mujer, aunque puede seguir con su amistad. En estas condiciones, se puede afirmar que el hombre no tiene salvación a través de la mujer. Así se configura la obsesión sexual del varón por la hembra, y de la hembra obsesiva de su belleza vanidosamente narcisista. Y se crea el individualismo machista como paradigma de comportamiento para toda la dinámica social. La sobreprotección materna que origina este individualismo hará del hijo un incapaz de realizarse como individuo, y se crezca como hombre responsable y se configure con las figuras de cónyuge y padre.
Lo que les queda a las féminas es jugar de un modo correlativamente contrario con su obsesión a como ocurre con la obsesión masculina. Siendo la descarga libidinal materna llevada a cabo en la misma orientación femenina, la hija crece de un modo no interrumpido como hembra y así llega a ser madre engendradora. En la matrisocialidad ella pertenece de lleno a la familia y representa un núcleo de origen de desarrollo familiar. Por lo tanto va a ser protegida de un modo especial, al contrario del varón al que se abandona, porque él algún día tendrá que irse de la familia. La hija, vigilada, supone la compulsión de cómo llega a ser madre sin dejar de ser virgen. Se permite la realización sexual buena al considerarse la necesidad del varón, pero desconectada del negativismo machista que supone el aprovechamiento sexual de la mujer y expresado como engaño: es la realización sexual mala. Esta desconfianza con el varón, genera en la mujer una vuelta sobre sí misma, reconfirmándose en su autocontemplación narcisista de carácter primario.
Lo virginal regresivo
El desarrollo de la lógica matrisocial trae consigo la obtención de la categoría de madre virginal a pa
El desarrollo de la lógica matrisocial trae consigo la obtención de la categoría de madre virginal a partir de una identificación de la madre con el arquetipo correspondiente con una figura muy primitiva de mujer: es la hembra (López Sanz, 1993), así como es primitiva la figura del macho (Lacan, 1977). La hembra está en la base de la maternidad, es decir, de poder ser o llegar a ser madre, primero, y, segundo, de llegar a la maternidad plena. La primera porque aún no teniendo biológicamente hijos, ya los tiene según la cultura, es decir, los tiene con realidad simbólica, pues todos los parientes varones cercanos son sus hijos: es la doncella. La segunda porque repite con creces su maternidad en hijos que no ha tenido: es la abuela con sus nietos. Los nietos compensan y sobrepasan en realidad simbólica a los hijos que se tuvieron biológicamente. Los nietos son más hijos que los propios hijos.
Lo virginal demuestra unos resultados profundos en la organización social venezolana.
Lo hemos recalcado en diversas obras en torno a:
El respeto ubicado en la madre virgen por excelencia: la abuela. El mandato de las madres se muestra socialmente decisivo en las rebeldías sociales, por ejemplo, en tiempos del presidente Lusinchi (1984-1988) y en la retoma de la Plaza Altamira (17/03/2014). (Véase Hurtado 1999a).
La acogida recesiva de los extraños con sus diversos contenidos culturales, sociales y religiosos (Hurtado, 1999b; Hurtado 2014).
Lo mágico-religioso en la economía y política que lleva a fundar en lo cultural el sistema populista (Hurtado 1999b; 2000).
¿Cómo cada tema problematizado desarrolla todo un entramado ideológico-cultural en el colectivo venezolano? Palacios (2001; 2002) rastrea en su libro Ifigenia, Mitología de la doncella criolla el mundo simbólico en que se debate la joven venezolana y con ello todo un mundo simbólico cultural del país social. Lo hace en la medida que se atiene a que lo virginal es un complejo cultural cuya carga el venezolano lleva sobre sí sin poder quitarse ni resolver en sí mismo. Sin embargo, la psicóloga junguiana lo resuelve conforme a su crítica cultural de carácter arquetipal, cuyos insumos se lo ofrece la novela Ifigenia. Nosotros lo resolvemos explicativamente con el término de matrisocialidad y su metáfora conceptual construida de carácter freudiano y por lo tanto desde el carácter del principio de realidad. Así el entramado ideológico-cultural de la obsesión por la belleza femenina se conecta con el arraigo representado en lo virginal. Lo virginal trata de algo que no se puede tocar, de naturaleza silvestre, con carácter esquivo, que conlleva una hebra selvática de independencia fija, de intolerancia incivil, pero que espera un héroe o un mesías con drenaje narcisista con que impide el paso de lo distinto; cuadra lo desajustado en las relaciones sociales, y resuelve de un modo parejero (igualista) las contradicciones que consigue en sus relaciones de opuestos; trasmuta lo que debieran ser los verdaderos cambios en soluciones mágicas y zanja de este modo sin esfuerzo la exigencia que conlleva una vida social civilizada.
Si bien lo virginal puede verse desde un nivel psicológico, no pertenece sólo al individuo, sino que trasciende a éste y se convierte en el alma de un colectivo social; el alma es la metáfora que asumimos como etnicidad o cultura, es decir, del conjunto de sentidos con que un pueblo se orienta en la realidad y trabaja a ésta. No necesariamente es vivida ni conceptualizada como una patología3. Lo cultural no permanece en una actitud, ni en una mentalidad, avanza hacia la acción en que se encarna y desarrolla a ésta y se desarrolla con la misma. Lo virginal se asocia con un estado de naturaleza, es decir, en el nivel de lo natural silvestre, de contemplación espectacular que aspira a que las cosas no se toquen, de ternura selvática, indómita, brava, arisca. La entrada al himno nacional: Gloria al bravo pueblo representa una autocomplacencia de lo heroico como bravura indómita. En este grito de separación, casi sagrada, se pretende alcanzar la pureza y la perfección de nuestro ser venezolano con toda la independencia de un individuo primitivo o primigenio, en su autenticidad antropológica. El venezolano no lo vive como un arquetipo, ni menos como un estereotipo, aunque se pretende anclar en un atavismo lo primero, y en una forma esclerótica lo segundo; es vivido históricamente, como se viven los mitos en los pueblos que luchan contra el ángel del destino, del tiempo representado como una jaula o como una noria dando vueltas en el mismo sitio, (Hurtado, 2013).
El complejo virginal anuda todos los aspectos de un orden asistémico (desarreglado) que al investigador le corresponde encontrar su lógica y al actor portador de la cultura asirlo en su vida social, como una herida siempre abierta a la que tiene que ponerle cuidado no le destruya. Depende del colectivo portador que el complejo sea una fuente de riqueza según un contenido que se administra con inteligencia, o se deja a la inercia que se mueva con su gracia natural. En lo que el venezolano se piensa como deseo brioso en cuanto realidad en provisión, secreta, indomable, se presenta lo virginal en espera de la acción. Positivamente, lo virginal implica frescura, diafanidad, receptividad, y entonces aflora el pensamiento afirmativo del país, de la familia como lo más firme que siente, lo heroico del esfuerzo cotidiano, la resolución de sus ambigüedades y contradicciones mediante el igualitarismo parejero con el cual “cuadra” lo problemático existente en las relaciones sociales, y mantiene a éstas en recesión laboral de la realidad.
Negativamente, lo virginal indica lo excluyente porque no me identifico con ello, y lo desconozco para no contar con ello en mi existencia. Implica una rigidez de tratamiento de los problemas debido al pensamiento concreto, incivil, con que se opera. Es como se desechan las convenciones, la moral civilizada, la construcción del país que pesa porque la ley se vive como una tiranía. Dentro de la intolerancia social, surgen las permisividades como los consentimientos que se demandan al colectivo nacional, se rebotan los compromisos que se traducen en las cómodas complicidades.
En breve, la positividad y la negatividad de lo virginal, relativo a la administración de la realidad, convergen en el encuentro de lo natural y su encanto de vivirlo, en la pureza de la autoctonía y el pensamiento cultural de su perfección, aunque lo positivo se traduzca como vitalmente auténtico y lo negativo como socialmente agónico. Pero ahí, en ese foco de lucha por mantenerse en la autenticidad primordial, es donde se inscribe la obsesión por la belleza de la femineidad venezolana.
Narcisismo vanidoso y gusto por su propio cuerpo
¿Cómo se funda el encanto natural tal como se vive en la lógica matrisocial? Como una cuestión virginal, y lo virginal desde el machismo4. El marido puede autocontemplarse en su mujer diciendo: mira que mujer me gasto, y con ello la coloca en exhibición para demostrar su machura. Si alguien se acerca a ella, el marido indica que se la ve pero no se la toca. La autocontemplación virginal se proyecta en el narcisismo del marido, y se corresponde con la actitud arisca que se presenta en la mujer. Tocarla empañaría su pureza natural que debe contener mi mujer, que extiendo también a las demás, mis hijas doncellas.
En lo virginal exhibido se incorpora la sensualidad corporal. La mujer venezolana acostumbra a mostrar amplias zonas de sus pechos. Los viajeros que pasaban por Caracas ya en el siglo XIX nos dejaron testimonios de los pechos femeninos a medio aflorar, y su discurso presenta su escándalo al pensarlo como una inmoralidad reinante en esta parte del nuevo mundo (Troconis, 1990b: 155, 163). Pareciera que la moda actual ha potenciado dicha costumbre debido a la industria cultural de la publicidad. El asunto no termina en la ideología de la pasividad de la mujer contra lo que nos pone en guardia Vethencourt (1983a), porque en estudios actuales (Cuberos, 2007) aparece la gran actividad de la mujer en torno a la presentación social de su cuerpo, como parte de la dinámica machista y su narcisismo hembrista. En Cuberos, aparece, como en un teatro con sus entre-bastidores en la antesala de las clínicas, todo el mundo femenino que ha accedido al ámbito de las cirugías plásticas, en referencia a la mamoplastia. Por más que se hable de rehacer nalgas y caderas. Lo propiamente femenino, que demuestra su pretensión personal, son las mamas. Allí aparece el gusto en plena actividad, en el sentido estético o del juicio, según Kant (1975); en otros términos, surge la sensibilidad femenina en torno a gustar su cuerpo como se desearía desde un principio de naturaleza o normalidad.
El juicio ronda en torno a percibir la perfección de su cuerpo cuando va a presentarse en el escenario público, es decir, fuera de la intimidad familiar. Es una presentación de sí (Goffman, 1979: 83) que se puede caracterizar como superficial, vanidosa, a veces frívola, y, recubriendo la escena, el tinte de inmoralidad sexualizante que determina la sobreposición de lo espectacular como un juego afirmativo del gusto o estética de la mujer venezolana por sí misma. Esto último es la que le ocupa y preocupa (como obsesión compulsiva). Por eso, toda su acción va dirigida a procurar esa imagen de su cuerpo con el objeto de que la vean, y para conseguirlo no escatima recursos en dinero, tiempo, sometimiento a técnicas de belleza, hasta abandono de los deberes maternales, etc. Ya constatar esto último en algunos casos resulta escandaloso (desorden étnico) para la lógica matrisocial.
Sin embargo, la mujer venezolana piensa que los recursos para intervenciones con objeto de mejoras de lo que ya admite que tiene de bella por naturaleza, indica un grado sumo de insatisfacción por su cuerpo; se suma ello a su preocupación social u obsesión emotiva. La mujer venezolana trata de pensarse como mujer a la perfección, es decir, de completar lo natural que ya se cree que tiene de por sí bio-culturalmente. En procura de este objetivo llega a entrar en contradicciones con otros complejos culturales como el de madre virginal, de macho y hembra, de suciedad (peligro) y pureza (belleza), con lo sensible cultural como llamar la atención, la competencia y rivalidades con otras mujeres, la autoestima y la marca simbólica de su misma feminidad narcisista (Cuberos, 2007: 93, 109).
Autocomplacencia femenina y problemáticas obsesivas
Una obsesión excesiva por mejorar su cuerpo estéticamente puede llevar a la mujer a descuidar su oficio de madre. Si se llega a esto emerge un problema grave para el comportamiento cultural. Cuando una mujer se centra en sí misma en demasía, en cómo se cree que debe aparecer, se empieza a dudar acerca del cuidado y atención de los hijos. Si una mujer es objeto de estos comentarios por sus compañeras de oficina, le va a afectar de tal modo que prefiere renunciar al trabajo, y desaparecerse del ambiente laboral por no poder soportarlo (Cuberos, 2007: 60, 93, 103). Que se asocie el esfuerzo por mejorar la belleza del cuerpo a la causa de un embarazo, no cabe en el pensamiento, ni de la mujer ni del cirujano. Si ocurre el embarazo se asume que se ha perdido el tiempo y recursos. No desmoraliza a la mujer, pero cree que no le han salido las cosas bien. El cirujano mismo piensa que se ha echado a perder su trabajo porque la maternidad no debe entrar o interferir en el proceso de lograr la autocomplacencia de la mujer por estar a gusto placentero con la belleza de su cuerpo (Cuberos, 2007: 60)5.
La mujer guarda en secreto un espejo para verse a sí misma. Concentra en él su autovisión de mirarse radicalmente bella. En este universo cultural, no existe la mujer fea. “En este país no hay mujeres feas sino sin dinero, claro si no tiene dinero no tiene para comprar un maquillaje, o un blush o unas cejas, pestañas postizas o ponerse un tatuaje encima de una mama o atrás en la espalda. Eso cuesta dinero por más tonto que sea. Entonces no hay mujeres feas sino mal arregladas” (Dr. Castillo en Cuberos, 2007: 103). De existir alguna mujer fea, habría que eliminarla compulsivamente. En este cometido concurren la vanidad y la belleza, la envidia y la mirada en los rostros de otras. Ambas, vanidad y envidia, producen mágicamente la belleza como autocomplacencia. No es necesario sino una leve compulsión para que emerja la obsesión femenina: “Hay mujeres que lo hacen [mamoplastia] por complacerse ellas mismas, por mirarse en el espejo y verse lindas, sentirse atractivas, que las miren, que les pongan atención…una mujer quiere sentirse importante, necesita que le digan algo” (Lina en Cuberos, 2007: 102-103).
El gusto por la belleza se juega, en primer lugar, en la competencia dentro del grupo femenino. El juego de las miradas ajenas se prolonga entre las mujeres, y genera rivalidades por competir en el llamado de atención. La competencia entendida como comparación constante con el otro, cuya referencia es el cuerpo del otro, se despliega como un indicador del exhibicionismo. Aquellas compañeras de trabajo “tenían un puesto más superior pero a lo mejor eran gordas, a mí me hicieron la vida imposible, pero me la hicieron” (Margarita, en Cuberos, 2007: 92). En el ejercicio de la comparación de los cuerpos se desarrolla también la envidia entre las mujeres que juega en seguida un papel obsesivo. “La mujer es muy envidiosa. Yo estuve trabajando en una empresa en donde a mí la envidia me arropó y me estaba volviendo como loca” (Margarita en Cuberos, 2007: 93).
Vinculadas las intervenciones sobre el cuerpo femenino para su belleza con el desarrollo de la autoestima, logran su objetivo satisfaciendo el narcisismo femenino, para luego las mujeres destacarse en la escena social como realización plena de su narcisismo. El narcisismo cultural se debate entre la frivolidad y la egolatría. Lo que no quiere decir que las intervenciones sobre su cuerpo no las asume la mujer venezolana como una vanidad que enfrenta riesgos, pero que como efecto de demostración la hacen valiente en su vida social. Antes que avergonzarse, la mujer venezolana compromete en ello su moralidad. Porque el comportamiento cultural, resuelto como norma, se desliza hacia la búsqueda de la imagen corporal con el objetivo de adquirir un estatus social desde la visión que logro atraer sobre mí presencia física. “Se entiende como un combate de imágenes personales en las que se puede estar siempre mejor: es una competencia. Yo tengo que verme mejor que tú porque las dos estamos en el mercado y necesito marido o novio o un tipo con quién casarme y bueno…entonces se llega como a una obsesión y a una competencia sin límites en el mercado” (Dr. Castillo, en Cuberos, 2007: 95).
En el país de las mujeres bellas, uno de los índices con que se piensa a Venezuela, se profundiza la obsesión por la belleza femenina en el complejo de la suciedad/pureza, que porta el actor social venezolano, y específicamente la mujer en cuanto que para mejorar su presencia de belleza tiene que someterse a un ritual de limpieza corporal de cara a su presentación en público. Es una condición tropical, pero sobre todo está vinculado con una compulsión de la cultura matrisocial. La suciedad se asocia con la basura y la destrucción de lo público; representa un peligro sustentado en la fase anal en que se debate la cultura venezolana. Pero por otro lado, está la obsesión por el aseo corporal, vinculado fundamentalmente con el baño. Este constituye un ritual, como de asignación obligatoria, para la mujer cuando ésta va a salir de casa para asistir a una actividad profesional o amical. La mujer sale a la calle con la marca de frescura del baño corporal. El choque entre el peligro público y la pureza del cuerpo privado se lleva como un resentimiento del que no se puede desprender el actor venezolano. Lo que queda fijada es esa asignación cultural, por la que el baño con miras a salir de casa pertenece al ritual de la belleza femenina en lucha o en defenderse de la suciedad de lo social callejero.6
Realización mítica y desenvoltura moral
Ahondando en el ritual de belleza articulado con el cuidado del sí mismo femenino, se obtienen dos aspectos: uno, relacionado con el arreglo, que incluye la búsqueda de estar siempre arreglada de acuerdo a las reglas o criterios de los medios de comunicación y la publicidad; el otro, el relacionado con el cultivo de las cualidades internas, espirituales, intelectuales. La naturalidad se erige como una cualidad interior por excelencia; ella resalta la belleza también del cuerpo. Se trata de las personas bellas por su pureza corporal que promueven y fortalecen su espiritualidad con miras al culmen de su cuidado de la belleza como totalidad de sí. Como saben que la apariencia corporal tiene sus límites de belleza, las mujeres preocupadas atienden a lo imperecedero de su mundo interior para que lo espiritual tenga un papel compensatorio en el mantenimiento de su belleza.
Dicho proceso da como resultado la expresividad en un cuerpo espiritual que asociamos con el garbo. Si bien este vocablo es un italianismo, Alonso (1958: 51) observa que para el español el garbo está inyectado del brío y la desenvoltura. Tanto o más teatral que la mujer española, la mujer venezolana realiza con creces su comportamiento socialmente desenvuelto, más lleno de sensualidad sexualizante. Así podemos parafrasear con Alonso (1958: 71) que sólo quién ha vivido por largo rato en Venezuela podrá al final elevarse a la circunstancia local, morder debajo de la piel venezolana el zumo perenne, cultural, la honda verdad estética que ahí se expresa a través de la belleza del cuerpo femenino, su brío y su desenvoltura míticos. Estas cualidades que brotan del interior de la persona, las observamos como sobradas en la demostración de la belleza femenina venezolana. Si ceñido a la naturalidad, lo virginal de la estética venezolana los foráneos pueden observarlo como un asunto exótico, es porque, pese a ellos, dicha estética pertenece a un complejo cultural donde se aúnan sin solución definida las dos virtudes morales, la inteligencia y la picardía. En varios concursos internacionales, ese garbo inteligente y pícaro de la miss venezolana ha sido el criterio que cierra a su favor en el logro del primer puesto ganador.
La capacidad de pulir al tope el espejo en que se mira la mujer venezolana, toda vanidosa por su virginalidad, se ciñe también a sus aspectos míticos de recolector que la configuran: un aspecto, el de la intervención corporal, se convierte en un proceso que la demanda su juicio o gusto por la perfección, el cual asume como un derecho natural de su cuerpo. Así cosecha belleza sin haber trabajado modelos de belleza expuestos en las páginas o pantallas de moda de la publicidad. El otro aspecto es el del gasto en que incurre por las intervenciones corporales, adornos y vestidos.
Con la transformación de la apariencia corporal, la mujer objeto de intervención estética, pretende que eso les cambie la vida y con ello sus suertes, como subir en el estatus social, y hasta ascender en la escala de poder en la empresa o en la política o en el prestigio en su vida social. Muchas mujeres no son mayor cosa desde el punto de vista social y su proyección como las ascensoristas, enfermeras, secretarias, pero un par de tetas intervenidas las dispone a pensar en grande. Hay secretarias que van mejor vestidas que la vicepresidenta de un banco, con unas uñas acrílicas, zapatos de marca, maquillaje, peluquería. Uno dice si esa tipa gana el mínimo, y parece que no le importa echárselo todo encima (Dr. Castillo en Cuberos, 2007). De este modo, la imagen corporal adquirida hace el resto con miras al estatus y la marca social resemantizados.
Obsesión de la miss y compensación nacional
En este ambiente de atención a la belleza femenina, la cultura juega con el papel de la sensualidad virginal. A nivel de educación se suele decir éste es un país de mujeres lindas y bellas; pero el discurso popular va a decir éste es un país de mujeres buenotas, con sentido sensual sexualizado. Esa mujer si está buena, murmura alguien en el grupo de varones y todos se quedan con la mirada siguiéndola según pasa por la calle. Si nos montamos en la sublimación, aparece la belleza de la mujer venezolana como un valor agregado de la naturaleza, pero si descendemos a la realidad cultural y detectamos sus atractivos o elementos de atención, aparece la hembra en su carácter de capturadora de machos, y, por lo tanto, emerge en la vida sensual de lo bello el complejo de la vagina dentada, cuyo correlato es el complejo del pene cautivo7.
En el entramado de estos complejos se cierne la obsesión de la belleza femenina como hembrismo. Estamos cerca de la Artemisa o Diana cazadora de hombres, y muy lejos de Afrodita, la encantadora de hombres, es decir, de la salvación del hombre a través del eterno femenino (Cf. Vethencourt, 1983b: 136-138). En un caso, la atracción virginal termina por operar como red cazadora (obsesión negativa), en otro caso, la atracción social encantadora termina en la sublimación o liberación masculina. El síndrome de la obsesión virginal remata en la claudicación de los hombres (y de las mujeres) en favor de la Démeter, la gran madre regresiva. Según Palacios (2001), Ifigenia era una mujer sacrificada y resentida, desdeñosa, casada con un hombre que desprecia: es el arquetipo de la madre mártir de nuestros análisis matrisociales. Cuando es lo virginal lo que domina, el sacrificio no trae renovación, sino desdén. A través de la obsesión matrisocial por la belleza de la mujer que se autocontempla vanidosamente a sí misma, no trae la salvación ni para el hombre (para que deje de ser macho, creciendo como individuo) ni correlativamente para ella (para que se supere como hembra –cultural-, creciendo también como mujer del encanto conyugal y social).
La obsesión por la belleza femenina en Venezuela está lejos de representar una huída o un sucedáneo o sedante social como contraparte a las inestabilidades política y económica actuales en el país. Ya antes de la crisis actual, Venezuela tiene historias de misses universos que alcanzan el primer puesto en los concursos internacionales. Por otra parte, la esquizoparanoia venezolana (Ramos, 1984: 27-34; Hurtado, 1995)8 permite al colectivo social separar los acontecimientos cualesquiera que sean en la coyuntura histórica, y abstenerse de unos y otros haciéndose el desentendido (hacerse el loco con los problemas). Como la realidad venezolana tiene mucho de una reality show, de un espectáculo, es así como también vive mágicamente de un modo espectacular la hermosura de sus mujeres, y la mujer misma se vive a sí misma como espectacular. Esto se duplica ante la contemplación y triunfo de sus mujeres en los concursos internacionales, que se despliegan asimismo, aunque de otro modo como espectáculos, en escenarios mundiales.
Si la obsesión por la belleza femenina se vive como espectáculo, realidad cuya matriz de sentido se origina y se soporta en el machismo-hembrismo, este complejo cultural primitivo, inmaduro y regresivo implicará de fondo un problema de inferioridad nacional, cuyo correlato es una megalomanía como desquite a partir del yo ideal9. Por eso toda personalidad y figura venezolana que tenga éxito internacional, sea el petróleo o un técnico del petróleo, un director de orquesta, un cocinero, una cantante o actriz, una selección de fútbol, así como una miss universo, tendrán la función social de un papel compensatorio nacional. A falta de la producción, o al menos el planteamiento, de un proyecto de sociedad (civilización en términos de Alfonso Reyes), la personalidad de la miss nos compensa de nuestra indigencia machista y nacional. El problema es que el síndrome de la obsesión nos coloca en la difícil posición de dar con la solución del problema nacional, haciendo de la miss un espectáculo compensatorio con el que, según nuestra crisis permanente de pueblo (Briceño Iragorri, 1972) no logramos aprender a vivir para reconstruirnos, contando con lo que somos, es decir, cargando aún con nuestros complejos destructivos10.
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Notas