III. Categorías para debatir la conflictividad estatal

Acumulación de capital y lucha de clase(s) en y a través del Estado en la Argentina neodesarrollista

Mariano Féliz
CIGIdIHCS/UNLP-CONICET , Argentina

Acumulación de capital y lucha de clase(s) en y a través del Estado en la Argentina neodesarrollista

Theomai, núm. 35, pp. 171-186, 2017

Red Internacional de Estudios sobre Sociedad, Naturaleza y Desarrollo

Número 35 (primer semestre 2017) - number 35 (first semester 2017)

Revista THEOMAI / THEOMAI Journal
Estudios críticos sobre Sociedad y Desarrollo / Critical Studies about Society and
Development
Revista THEOMAI / THEOMAI Journal Estudios críticos sobre Sociedad y Desarrollo / Critical Studies about Society and Development
Theomai

La lucha de clases es clave para comprender la dialéctica del cambio social. En y a través del Estado opera para constituir formas particulares de reproducción social. El Estado, en su forma particular, contiene, canaliza y contribuye a constituir de esa forma el conflicto social.

En la Argentina neodesarrollista, la lucha social se conformó integrando parcialmente a los actores subordinados en formas que normalizaron y moderaron sus demandas de cambio radical. Ello ocurrió al costo de la conformación de una forma del Estado débil y contradictoria, cuya contracara es la debilidad e inestabilidad del proceso de valorización de capital. Ello en el marco de una nueva estructura social del capital, construida a través del neoliberalismo.

En este trabajo analizamos las formas que asumen esas contradicciones y debilidades en el Estado y el capital (ambos como relación y proceso) en la Argentina contemporánea (neodesarrollista), y cómo las modalidades de la lucha de clases (en especial, de las clases populares y en sus dimensiones clasistas, de género, y ecoterritoriales) operan para construir dichas estrategias contradictorias y –en última instancia- irreductiblemente inestables.

I.

El proyecto de producción y reproducción de la sociedad argentina que se consolidó en la llamada ‘década ganada’ (iniciada -según el relato hegemónico- en 2003; Féliz, 2013), se conformó a partir de la ‘normalización conflictiva’ de las luchas sociales (de clase, género, ecoterritoriales, etc.). Esto implicó cierto reconocimiento político de las expresiones organizadas del pueblo y sus demandas, pero ello no eliminó el conflicto, sino que generó nuevas tensiones entre ellas, el Estado y el capital (Deledicque y Contartese, 2010). Esta “integración” en el Estado (en un sentido ampliado; Thwaites Rey, 1994) no implica su despolitización ya que la institucionalización no puede tener lugar sin el reconocimiento político de los proyectos alternativos y la búsqueda de autonomía de las organizaciones (Dinerstein, Deledicque y Contartese, 2010).

Las clases dominantes -y sus fracciones hegemónicas (grandes capitales transnacionales)- mostraron la capacidad de construir una nueva hegemonía social a la salida de la crisis orgánica neoliberal de 2001-2002 (Féliz, 2011). Ella se expresó, por un lado, en un patrón de reproducción macroeconómica capaz de integrar formas de producción y apropiación de plusvalía social, en y a través del Estado (Féliz, 2015). Por otra parte, en la conformación de una nueva modalidad del ‘sistema de dominación múltiple’ (Valdéz, 2002) que integra, atraviesa y supera la relación social de capital.

En un espacio de valor de orden dependiente (‘la economía’ argentina) la combinación de formas de producción de plusvalía y de formas de dominación social asumieron modalidades particulares.2 Ellas remiten a las formas históricas de la lucha social y su institucionalización (parcial, conflictiva, temporal) en formas sociales diversas.

El neodesarrollo como estrategia política de producción de sociedad ocupó un lugar clave en tanto expresión de la voluntad de las fracciones hegemónicas de articular un nuevo ‘patrón de reproducción social’ (Osorio, 2014) capitalista posible en la dependencia. Esa estrategia debía intentar integrar los conflictos emergentes de la crisis neoliberal y canalizarlos productivamente para el capital con el fin de constituir un marco adecuado para la producción y circulación ampliada del capital y sus relaciones sociales constituyentes (la relación de clase, pero también la relación patriarcal, la instrumentalización de la naturaleza, el racismo, etc.).

La crisis neoliberal fue una crisis amplia producto de la incapacidad de las fracciones que emergían como dominantes para seguir ampliando su capital sobre la base de mayores niveles de productividad y una mayor apropiación del valor creado (Féliz, 2011). Esa incapacidad se expresó tanto al interior mismo del capital como fuerza productiva, cuanto en la sociedad capitalista como un todo. El neoliberalismo transformó la composición social y técnica del capital, y abrió el espacio para un cambio en la composición política de las clases (Cleaver, 1985). Este cambio se percibe tanto en las transformaciones en la estructura de la clase trabajadora (entre ramas, calificaciones, etc.) como en los cambios en la organización del trabajo muerto o capital constante. El neoliberalismo en Argentina había sido efectivo en construir una nueva clase trabajadora más flexible, más precaria, junto con una estructura social del capital más transnacionalizada, más ‘moderna’ y más jerárquica.

El agotamiento en el sur global de la última fase de la era neoliberal (1995-2002) y las contradicciones internas (económicas, pero también políticas, sociales) propias del proceso en Argentina, convergieron para forzar un salto al vacío. A nivel del capital como fuerza productiva, la crisis se manifiesta en la imposibilidad de acrecentar su valorización frente a diversas formas de resistencia (Cleaver, 1992); a nivel del conjunto de la sociedad del capital, se expresa a través de la incapacidad de las clases dominantes de reproducir de forma ampliada, sin grandes sobresaltos, las relaciones sociales fundamentales (Holloway, 1992) y su hegemonía social (Gramsci, 2004).

Por un lado, a pesar del avance de la precarización de las condiciones de producción, la resistencia organizativa de los trabajadorxs pudo poner límites concretos a los intentos del capital de canalizar los límites de la acumulación sobre ellos. La nueva composición política de lxs trabajadores se expresó por un lado en nuevas formas de resistencia, tanto desde el punto de vista de las organizaciones obreras como por fuera de ellas. En 1992 surge la Central de los Trabajadores Argentinos (CTA) como desprendimiento de la Confederación General del Trabajo (CGT) y en 1994 nace una corriente interna a esta última, el Movimiento de los Trabajadores Argentinos (MTA) en torno al sindicato de Camioneros. En paralelo, a partir de 1993 comienza a articularse el movimiento de desocupados (‘piqueteros’) (Svampa y Pereyra, 2003). Por su parte, el desarrollo de las luchas ambientales, de pueblos originarios y campesinos, las luchas de los pequeños productores (urbanos y rurales), los avances del movimiento feminista, entre otras, dieron cuenta de la conformación de nuevas modalidades de articulación en el campo del pueblo, de una nueva composición política de la clase.

Estos cambios se materializaron también en un bloqueo en la forma el Estado neoliberal. Constituido como Estado mínimo, residual, represivo, fuerte, en tanto forma del capital como relación social, el Estado neoliberal en crisis resulta incapaz de canalizar políticamente las exigencias del pueblo y el capital. La convertibilidad como estrategia integral pierde eficacia, la intervención marginal y represiva del Estado se torna inútil para contener las demandas y resistencias (Féliz, 2013). El neodesarrollismo supone la constitución de otra forma de Estado que pueda contener y canalizar las demandas en la nueva composición política de las clases.

II.

En el capitalismo, las exigencias de clase se traducen a través del Estado en políticas y orientaciones específicas. La lucha de clases no se expresa en general directamente en la relación del trabajo contra el capital personificado (es decir, las empresas o empresarios) sino a través de diferentes mediaciones. No todas las demandas de las diferentes clases y sus fracciones se canalizan de la misma manera, con la misma integralidad. Por un lado, dado que el Estado es una forma del capital, procesa las demandas a través mecanismos que son -como aquel- verticalistas y burocráticos, patriarcalizados y racistas (Mészàros, 2001; Curiel y Falquet, 2005), que tienden a reproducir las relaciones de dominación múltiple. Ello se expresa en formas ‘estructuralmente situadas y estratégicamente selectivas’ (Jessop, 1998) de canalización estatal de las demandas. Las demandas populares tienden a ser primero negadas por el capital y el Estado (ignoradas, rechazadas, reprimidas) y sólo eventualmente satisfechas a través de formas institucionales específicas (por ejemplo, legislación laboral, Ministerio de Trabajo). Por su parte, las demandas del capital y en particular de sus fracciones dominantes, se canalizan en espacios institucionales estatales diferentes, tales como la política macroeconómica o monetaria.

Por otra parte, el Estado no es omnipresente, omnipotente o ausente de contradicciones. Las contradicciones reales que se producen en el ámbito de la sociedad se expresan también en la forma estatal. El Estado no está ‘por encima’ de la sociedad sino dentro de ella (Clarke, 1992). La contradicción real entre capital y trabajo en el espacio de producción o circulación inmediata de valor es mediada no sólo por las prácticas de los actores directamente en conflicto sino también por las formas institucionales que solidifican (temporalmente) esas relaciones contradictorias. Esa relación incluye tanto al capital como al trabajo (vivo) en su modalidad como forma de trabajo activa (en tanto capital variable) pero también a la relación con el trabajo como no trabajo (es decir, como trabajo no capital, trabajo en suspenso, ‘desocupado’; Dinerstein, 1999). La relación capital incluye e intenta subsumir también a otras formas de trabajo por fuera de la relación directa de explotación. Los campesinos, pueblos originarios y pequeños campesinos son sujetos de los intentos del capital de expropiarlos de sus territorios (bajo formas de ‘acumulación por desposesión’; Harvey, 2005) o de sujetarlos bajo su égida. Las mujeres son también sujetas sujetadas por el capital en la forma de la subordinación en el trabajo ‘reproductivo’ o de ‘cuidado’ (de la fuerza de trabajo, de la vida familiar -Pérez Orozco, 2014- y comunitaria, o de lo “común”, en palabras de Gutiérrez, 2015). Las y los migrantes, también, en tanto trabajadorxs pero también en tanto ‘extranjeros’ (otras/os) son pretendidos por el control capitalista (Falquet, 2014).

De esa manera, la dinámica de la valorización y acumulación de capital (es decir, la reproducción ampliada de la relación capital) se constituye no sólo en el seno del espacio de producción directo (‘la fábrica’) sino que también lo hace en el conjunto de las relaciones sociales fuera del mismo, en el espacio de la ‘reproducción’. La idea de que la sociedad contemporánea ‘es’ (al menos como tendencia) la sociedad del capital (Negri, 1992) da cuenta de esa integralidad.3

La producción directa de plusvalía social en el ámbito del trabajo ‘productivo’ de mercancías y por tanto de creación inmediata de valor, se completa -y presupone- el denominado trabajo reproductivo, indirectamente productor de (plus)valor (Dalla Costa y James, 1972). No hay uno sin el otro. Garantizar las condiciones de producción de valor y las condiciones de reproducción de las fuentes de valor (trabajo vivo y naturaleza) es un proceso complejo y contradictorio, que articula las diferentes relaciones sociales. Esas contradicciones se expresan en la relación capital y por tanto -también- en el Estado, pero los superan.

Como señalamos, esas contradicciones del capital se expresan de manera desigual a través del Estado directamente en la forma de la política laboral y la política social. Las demandas estructuralmente situadas se canalizan a través del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social (MTSS) en el primer caso mientras que en el segundo se canalizan a través del Ministerio de Desarrollo Social (MDS).4 Tanto la ley de contrato de trabajo como las normas de regulación de asociaciones profesionales (sindicatos), entre otras, operan como medios para canalizar el conflicto laboral (Féliz y Pérez, 2004). Intentan -por un lado- facilitar la gestión de la fuerza de trabajo por parte del capital y -por otro- limitar las presiones para la superexplotación laboral. Son, en definitiva, formas de mediación y co-constitución de la relación capital en el ámbito específico de la fábrica y por tal motivo dan cuenta de las contradicciones inmanentes a tal relación. Por su parte, los programas creados en el ámbito del MDS buscan contener la capacidad disruptiva de los movimientos de trabajadores desocupados y las organizaciones territoriales. Estos programas han mutado, pero en esencia han permitido durante la primera fase de la era neodesarrollista mantener la ‘paz social’ dentro de niveles adecuados a las necesidades de reproducción social del capital (Féliz y Pérez, 2007).

Las formas institucionales estatales que pretenden organizar conflictivamente las demandas del conjunto de la clase obrera activa dan cuenta de la incapacidad del capital de conseguir -por sí sólo- la conversión de fuerza de trabajo en capital variable (Féliz y Pérez, 2004; 2007; Artous y otros, 2016). Esas instituciones existen para contener las exigencias del trabajo frente al capital dentro de parámetros compatibles con la valorización del valor y a la vez intentar constituir una fuerza de trabajo valorizable.

En la era neodesarrollista el Estado es, paradojalmente, más débil a pesar de parecer más ‘presente’ (Féliz, 2017). Luego de la crisis neoliberal, el cuestionamiento del sistema político y la crisis hegemónica, forzó al Estado (como forma del capital) a ceder frente a las diferentes demandas de fracciones diversas del campo del pueblo, pero también de fracciones del capital. La necesidad de reconstruir la capacidad hegemónica de los sectores dominantes (fracciones transnacionalizadas del gran capital) desarticuló al Estado fuerte neoliberal.

En la etapa neoliberal, el Estado se había convertido -progresiva y contradictoriamenteen instrumento de esas fracciones del capital en el proceso de ‘ajuste estructural’. Ese ajuste construyó un cambio radical en la mencionada estructura del capital y conformó las bases de una nueva etapa (indefinida en sus comienzos) en la reproducción social. El proyecto de reconstrucción de la hegemonía de las clases dominantes (y la reconstrucción del poder estatal como expresión medida del poder del capital sobre la sociedad) tuvo al kirchnerismo como actor político clave (Féliz, 2016).

III.

Este énfasis primigenio en la relación capital no debe confundirnos. La relación capital (- trabajo) no es unívoca, ni cerrada. Si bien en la sociedad contemporánea está estructurada en torno a la producción y reproducción ampliada del valor, esa relación social dominante se coconstituye con otras relaciones sociales igualmente importantes en la articulación de esa reproducción ampliada: tanto el patriarcado, como el racismo y la instrumentalización de la naturaleza operan como formas de opresión/explotación que son fundamentales en la forma concreta de producción del capital. Esto significa que estas otras relaciones, que son en realidad la misma, operan como fuentes de conflictos y contradicciones que hacen a la esencia la producción y reproducción social.

El patriarcado tiene un carácter meta-estable (Amorós, 1985) que pre-existiendo al capitalismo, lo alimenta. La subordinación de las mujeres a los varones se ha convertido tendencialmente en función del capital, aunque no de manera unilateral. La expansión de las relaciones capitalistas se produjo históricamente sobre la expropiación de los saberes de las mujeres, del control sobre sus cuerpos y de la naturalización de su participación social en tanto ‘cuidadoras’ (Federici, 2011; Cielo y Vega, 2015; Dalla Costa y James, 1972).

En el capitalismo la reproducción generacional de los trabajadores y la regeneración cotidiana de su capacidad de trabajo se han convertido en un ‘trabajo de mujeres’, si bien mistificado, por su condición no-asalariada, como servicio personal e incluso como recurso natural... Pero todas las mujeres (excepto las que habían sido privatizadas por los hombres burgueses) se convirtieron en bien común, pues una vez que las actividades de las mujeres fueron definidas como no-trabajo, el trabajo femenino se convirtió en un recurso natural, disponible para todos, no menos que el aire que respiramos o el agua que bebemos (Federici, 2011: 21, 164).

La construcción social e histórica de una división ‘real’, lo que no quiere decir ‘natural’, entre producción (de valor) y reproducción/cuidado (de la fuerza de trabajo) ha sido consolidada y replicada en el tiempo en y a través del Estado. La realidad de tal separación es analítica y socio-política pero también material. Mientras en el espacio de producción prevalecen las formas mercantilizadas de organización social, en el espacio de la reproducción (en especial, ‘dentro’ de los hogares) predominan aún formas ‘feudales’ de organización (Fraad, Resnick and Wolff, 1989). La ‘reproducción’ es parte de la producción/reproducción ampliada de capital pues la reproducción ampliada de las relaciones sociales en el capitalismo presupone la reproducción ampliada de la separación entre producción y reproducción social. La reproducción tiene un papel clave en la (re)producción de la vida humana en tanto fuerza de trabajo potencial y por tanto en la producción activa de valor y plusvalor (Dalla Costa y James, 1972).

Esa separación socialmente constituida es -por ello- a la vez espacio de luchas en las cuales el movimiento feminista ha sido clave. En particular, a través de la era neoliberal y entrada la era de la transnacionalización del capital (en su primera etapa neodesarrollista, 2002-2015)5 esas luchas por y contra la imposición de la separación patriarcal de roles sociales de género han moldeado la constitución social del Estado capitalista-patriarcal.

Si en clave de ‘clase’ el Estado opera de manera ‘estructuralmente situadas y estratégicamente selectiva’, en su dimensión patriarcal ocurre algo similar. Las políticas estatales operan como medios para buscar normalizar conflictivamente las demandas de las mujeres y sujetos feminizados. La matriz patriarcal del Estado capitalista canaliza las demandas genéricas fundamentalmente en ese plano, canalizando selectivamente de esa forma las luchas colectivas de los sujetos feminizados. En particular, en la era neodesarrollista en Argentina el Estado débil neodesarrollista es abierto a normalizar conflictivamente la creciente fuerza social organizada de las mujeres y sus exigencias. La creación de espacios específicos de ‘asuntos de las mujeres’ (por ejemplo, los “Consejos de la Mujer y/o la Familia”) son la forma más evidente, pero también las políticas de ‘identidad’ o ‘reconocimiento’ (como las llama Fraser, 1997), tales como el matrimonio igualitario (aprobado en 2010) o los cupos femeninos.6 Los Encuentros Nacionales de Mujeres (ENM) son la más evidente expresión del avance del proceso organizativo.

Sin embargo, los conflictos que provienen de las relaciones patriarcales de opresión se procesan también en el resto de las políticas estatales y lo hacen -inevitablemente- de forma contradictoria, radicalmente antagónica. Las políticas laborales y sociales operan en este plano explotando institucionalmente los roles genéricos socialmente instituidos (Féliz y Díaz Lozano, 2016). De esa forma mientras el MTSS se ocupa en esencia de contener las demandas materiales de la clase obrera (fuerza de trabajo organizada) mayoritariamente masculina, mientras las políticas sociales son -de forma irregular- orientadas esencialmente a las mujeres en tanto organizadoras de la reproducción y el cuidado en el hogar, el territorio y la comunidad.7 De manera selectiva, las políticas operan sobre las mujeres empujándolas -en los hechos- sistemáticamente a roles tradicionales, a la invisibilidad del ‘trabajo reproductivo’ (aparentemente -pero sólo aparentemente- no productivo de capital).

La crisis orgánica del neoliberalismo forzó la necesidad de transformar una masa creciente de ‘políticas de empleo’ (con el plan Trabajar como paradigma) en programas masivos de transferencia de ingresos condicionadas (TIC), desde el Plan Jefes y Jefas de Hogar Desocupados (PJJHD) hasta la reciente Asignación Universal por Hijo/a (AUH), pasando por el Plan Familias, entre otros. Esos programas canalizan plusvalía social hacia los hogares en un intento de garantizar las condiciones de reproducción material de la fuerza de trabajo, reproduciendo las condiciones de precariedad que el capitalismo dependiente en Argentina conforma en el mercado de trabajo.

Las TIC operan dentro del paradigma de universalismo básico del Banco Mundial (Molina, 2006). Mientras el Estado neodesarrollista consolida la desarticulación y fragmentación del Estado de bienestar periférico, carga sobre los hogares populares -y dentro de ellos, sobre las mujeres- la responsabilidad del cuidado de sus integrantes. Si bien la política social (de redistribución marginal del ingreso) de alguna forma reconoce a las mujeres como actores socialmente relevantes (en el sentido propuesto por Fraser, 1997), tiende a replicar las condiciones de sobre-carga de trabajo no remunerado, desvalorizado e invisibilizado.

Las luchas de los trabajadores más formalizados -fundamentalmente varones- no logran superar en general las exigencias corporativas más elementales (salarios, condiciones de trabajo, aportes previsionales) y sus demandas más radicales (reducción de la jornada, mejoras en la provisión de bienes comunes -educación, salud-, etc.) son negadas institucionalmente o desarticuladas discursivamente, desplazándolas indefinidamente. Las demandas feministas tienen dificultades para ser canalizadas en ese espacio ‘masculinizado’ del movimiento obrero tradicional y sólo son integradas, y conflictivamente normalizadas, en las políticas sociales, pero negándoles su potencial disruptivo.8 Si bien hay numerosas experiencias de organización comunitaria de la experiencia del cuidado (Díaz Lozano, 2013), prevalecen las modalidades de gestión precarizadas a través del Estado y el mercado.

Mientras la tendencia imperante es a la mercantilización de la vida y destrucción de los comunes, las condiciones del mercado de trabajo generalizan condiciones de precariedad material que impiden a la mayoría de los hogares resolver de manera mercantil sus necesidades vitales. Las familias son desarticuladas, los niños forzados a la educación institucionalizada y los ancianos obligados a institucionalizarse, mientras los adultos en edad de trabajar deben resolver sus necesidades (o intentarlo) en condiciones precarias. Los niveles de ingresos promedios son tan bajos que los hogares, aun invirtiendo enormes cantidades de tiempo en el trabajo mercantilizado no están en condiciones de afrontar exitosamente las tareas de cuidado.

Las demandas de clase y género convergen frente a relaciones sociales de dominación y explotación (capitalismo y patriarcado) que exigen formas de subjetividad que violentan las relaciones humanas. El capitalismo dependiente exige la creciente mercantilización de la vida, pero impone condiciones materiales de reproducción social del trabajo que la impiden. En simultáneo, demanda la ampliación de la participación social de las mujeres en el mercado de trabajo (como complemento o sustituto del trabajo tiempo completo de los varones) pero en paralelo destruye los medios de producción del cuidado de niños, adultos y ancianos.

La precarización de la provisión estatal/comunitaria y la creciente oferta mercantil de cuidado pone a los hogares obreros contra la pared, en especial en los momentos de crisis (Rodríguez Enríquez, 2007; 2015). El neodesarrollismo en su primera etapa permite crear la ilusión de que puede resolver la contradicción: frente al deterioro de la provisión común (comunitaria y pública) del cuidado, la ampliación de la oferta laboral remunerada en los hogares y la ampliación de las TIC permite la compensación mercantil, parcial y fragmentada, de aquellos. Las obras sociales o los servicios médicos privados (en reemplazo del hospital público), la educación privada (en lugar del sistema público), la reducción del tiempo libre compensada por tiempo ‘en el mercado’ (ej. en los shoppings), etc., crean la sensación de bienestar, aun si ello sobre-carga a las mujeres de trabajo pago y no pago. Esto se combina con mecanismos de sobre-endeudamiento popular que pretenden permitir el consumo de bienes de uso socialmente necesario aun en condiciones de super-explotación laboral (y por tanto, remuneraciones socialmente -relativamente- insuficientes). Ese endeudamiento compromete el tiempo de vida de las familias -en particular de las familias obreras- que ven socialmente ‘embargado’ su futuro (tiempo y condiciones de existencia) para evitar su empobrecimiento material.

Cuando la dinámica macroeconómica se deteriora y los límites del neodesarrollo (es decir, del capitalismo en esa particular modalidad de producción/reproducción) comienza a evidenciarse, la ilusión se desarma rápidamente. La presión sobre los ingresos de los hogares, multiplican la explotación del trabajo no remunerado de las mujeres. Al deteriorarse las posibilidades de la solución mercantil, se multiplican las estrategias individuales y colectivas a niveles comunitarios. La reducción en los ingresos familiares hace inviable la posibilidad de seguir sosteniendo la reproducción ampliada de la vida (más allá de la mera reproducción material básica) en las condiciones creadas por la propia articulación social neodesarrollista.

Las relaciones sociales que organizaban la reproducción de la vida (en particular, de las relaciones sociales de cuidado a nivel familiar y comunitario) ya no existen (o persisten de manera precaria), la forma mercantil de la misma se torna crecientemente inaccesible y el Estado neodesarrollista es incapaz de compensar esa ausencia. Ese Estado aparece como ‘presente’ y en la etapa de crisis transicional (iniciada entre 2008 y 2011) multiplica el universalismo básico y la política de ‘reconocimiento’. Ello no supone cambios cualitativos, sino que exacerba la contradicción clase-genérica. En particular, la AUH y el plan Argentina Trabaja, en especial su sub-programa Ellas Hacen, reafirman una posición subordinada y sobre-explotada para las mujeres en el trabajo productivo y reproductivo. Las mujeres son las encargadas por los programas para tomar la responsabilidad del cuidado de las y los niños.

IV.

Como analizamos, el capitalismo dependiente contemporáneo exacerba las contradicciones de clase y género, a la vez que intenta canalizarlas en formas novedosas. Asimismo, profundiza la contradicción esencial capital - naturaleza. El neoextractivismo aparece como la formulación más reciente de la instrumentalización de la naturaleza en el marco del capitalismo (o si se quiere, una radicalización en su práctica histórica y fundante del mismo; Machado Áraoz, 2016). Como explica este autor la naturaleza y el ser humano son, podríamos decir, uno y lo mismo. En tanto somos individuos humanos vivientes es imposible plantear una radical separación entre la Naturaleza y la Sociedad. La contradicción Capital - Naturaleza/Vida es una y la misma con la contradicción Capital - Trabajo (O’Connor, 2001; Tagliavini y Sabbatella, 2012); la dinámica necro-económica del capital requiere -en efecto- sacrificar la vida en pos de la producción de valor abstracto (Machado Áraoz, 2016).

En la etapa reciente, neodesarrollista, las tendencias impuestas a través de la era neoliberal se consolidaron. Del mismo modo, se consolidan nuevas formas de la resistencia frente al intento de apropiación capitalista de los territorios. De la misma forma, así, operan cambios sustantivos, contradictorios, en el espacio estatal.

La nueva etapa extractivista es la faceta desarrollada y activa de los procesos de acumulación por desposesión (Harvey, 2005). Ella es la respuesta a las necesidades de crear nuevos espacios de valorización de capital en los territorios dependientes y nuevos espacios de producción de valores de uso adecuados a las demandas materiales de las potencias imperialistas. Machado Áraoz (2016) señala en tal sentido “El ‘vínculo orgánico’” que plantea Rosa [Luxemburgo] entre las economías industrializadas y las zonas coloniales remite directamente al descubrimiento del extractivismo como dispositivo colonial del geometabolismo del capital”.

La instrumentalización del territorio a las exigencias del capital no es nueva, pero sí la exacerbación transnacional de la misma. El proceso de acaparamiento de tierras para fines productivos y/o especulativos supone avances -en muchos casos violentos- sobre los territorios (Constantino, 2014). Además, la misma opera a un nivel más elevado en la medida en que la ciencia se convierte cada vez más en una función del capital. El extractivismo en la periferia se multiplica sobre la base de nuevas tecnologías de producción construidas a los fines de garantizar la producción y apropiación capitalista de valores de uso y plusvalor. Las técnicas de megaminería a cielo abierto y el fracking para la extracción de hidrocarburos por un lado, y en el otro extremo, las tecnologías de producción agroindustrial en base a los organismos genéticamente modificados (OGM), el patentamiento de la vida y el uso intensivo de agrotóxicos (Lapegna, 2016). Argentina se convirtió en paradigma de la avanzada neoimperialista sobre el territorio.

Sin embargo, esa avanzada no es ni unilateral ni libre de conflictos y contradicciones. La relación capital - naturaleza es mediada por las comunidades que habitan los territorios en disputa. Pueblos originarios, poblaciones campesinas tradicionales y pequeños productores familiares son todos sujetos de una batalla desigual contra el hambre capitalista por la tierra y sus riquezas naturales y bienes comunes (Svampa y Viale, 2014; Svampa y Sola, 2010). Contra la mirada que tiende a ver estas resistencias como secundarias, por fuera de la relación capital, entendemos que al contrario son claves para entender la dinámica de producción y reproducción del capital. Si el capital debe producir y reproducir las relaciones sociales que lo constituyen, la relación de subordinación de la naturaleza a las necesidades de valorización es fundamental en esa reproducción. Esa necesidad remite tanto a la naturaleza convertida en valor capitalista, como a la misma transformada en valores de uso capitalistas. Sin la ‘fijación’ territorial del capital, su reproducción ampliada es imposible y por ello las luchas por el control del territorio son centrales. Por otra parte, en los países dependientes la distinción entre la producción de valor y el tipo de valores de uso producidos ha sido históricamente clave para dar cuenta de nuestro lugar en el ciclo global del capital (Marini, 1973). Los países dependientes han sido ubicados como proveedores de alimentos y -de manera crecientematerias primas esenciales para la valorización del capital en los centros capitalistas.

La aceleración del extractivismo bajo la forma de acumulación por desposesión tiene que ver con la naturaleza estructural de la crisis del capital. La crisis civilizatoria (Chesnais, 2008) en el marco del capitalismo senil (Machado Áraoz, 2016) supone que las tendencias imperialistas se multiplican (Luxemburgo, 1912). La economía mundial capitalista opera como una necro-economía de frontera (Machado Áraoz, 2016) pues esa dinámica sobre los bordes del sistema (transformando la vida disponible en capital) envía “vastas reservas de trabajo, alimento, energía y materias primas a las fauces de la acumulación global de capital” (Moore, 2013).

Es en este marco de aceleración de las tendencias más destructivas del capital que han surgido con renovado énfasis las luchas hoy llamadas ambientales, ecologistas, o ecoterritoriales (Svampa y Viale, 2014). La combinación de un movimiento acelerado hacia los límites ‘ecológicos’ del capital junto con la expoliación a escala ampliada de vastos territorios en las periferias mundiales han puesto en el centro de la escena, tal vez más que nunca, a quienes enfrentan al capital en ese terreno. En Argentina, a través de la década larga del primer neodesarrollismo los conflictos contra el extractivismo minero, con el agronegocio o contra el extractivismo urbano han puesto en cuestión las formas de acción política hasta de las fuerzas sociales a la izquierda del espectro.

V.

El neodesarrollismo como forma de producción y reproducción de la sociedad capitalista en Argentina en la primera fase de la era de la transnacionalización del capital, opera como estrategia de los sectores dominantes para intentar reconstruir y ampliar su capacidad hegemónica.9 Esa capacidad remite a una combinación de prácticas que permita reproducir de manera ampliada el capital, la opresión genérica y el extractivismo en un nuevo marco imperialista.

Las luchas de clase, género, y ecoterritoriales -entre otras- forzaron primero la crisis de la estrategia neoliberal. Esa crisis fue producto de la incapacidad de las fracciones en el poder social para sostener y ampliar su capacidad de apropiación de trabajo remunerado y no remunerado.

En la etapa neodesarrollista, esas fracciones lograron primero reconfigurar las relaciones sociales de poder. Primero, desvalorizando las formas del capital (en particular, del capital variable) a partir de la salida de la convertibilidad y de una nueva estrategia de acumulación (Féliz, 2011). Esa nueva estrategia se construyó sobre la base de las condiciones materiales (estructura social y técnica del capital) y subjetivas (nueva composición política del capital) conformadas a través de la era neoliberal.

A su vez, en segundo lugar, avanzando sobre un nuevo proceso de valorización y acumulación de valor (capital) apoyado sobre la super-explotación acrecentada de la fuerza de trabajo activa remunerada y no remunerada, y sobre la incorporación al empleo de la fuerza de trabajo desocupada (en particular, femenina) a un mercado de trabajo precarizado. En esa primera etapa aumenta sostenidamente la tasa de empleo remunerado, concentrándose en el caso de las mujeres el mayor incremento en las ramas servicio doméstico (no capitalista pero de muy baja remuneración y alta informalidad) y en los varones en la construcción y la industria.10 Este proceso es acompañado del desarrollo de una política laboral que fortalece la valorización positiva del empleo asalariado masculino por contraste con una política social centrada -como señalamos- en las mujeres y con niveles de beneficios cada vez más retrasados en relación a los primeros. De esta forma, la combinación de políticas estatales construye mecanismos de integración con sesgo de género en contra de las mujeres.

En tercer lugar, el neodesarrollismo se conforma sobre un proceso de valorización apoyado en la expansión de una nueva faceta extractivista, que ratifica la condición dependiente del espacio de valorización nacional en el ciclo global del capital. Esa etapa se sostiene en la expansión de la frontera sojera-agroindustrial, la frontera mega-minera, hidrocarburífera y mega-energética, y el extractivismo urbano. Tal cual analizamos y resalta, entre otras, Segato (2016), que el extractivismo va de la naturaleza a las mujeres (como forma de la naturaleza, o recurso natural; Federici, 2011). El saqueo como forma de apropiación del territorio-naturaleza y el cuerpo-territorio de las mujeres se multiplica en la nueva etapa.

En la fase ‘progresiva’ del nuevo ciclo, las luchas sociales múltiples permiten -en el contexto de opresión y explotación general mencionado- disputar beneficios y derechos parciales. Los antagonismos sociales son metabolizados dialécticamente, convertidos en contradicciones (Cleaver, 1992) canalizadas y contenidas conflictivamente. Si bien ello da cuenta de la capacidad de construcción hegemónica y una renovada posibilidad de acumulación exitosa de capital, la inmanencia de las relaciones sociales antagónicas, de opresión y explotación, abren el campo para un tendencial movimiento hacia su crisis.

La consolidación del proyecto neodesarrollista se produce a través de un contradictorio proceso de reabsorción de los antagonismos, pero ello no es gratuito en términos de su propia reproducción. La presión de clase sobre las condiciones de valorización directa del capital constituye el primer frente que se abre y manifiesta bajo la forma de desequilibrios macroeconómicos crecientes (Féliz, 2015): inflación, apreciación cambiaria (caída en la competitividad del capital) y déficit fiscal son algunas de las primeras expresiones.

La presión social de las luchas de las mujeres se expresa también conflictivamente. Ello ocurre en las demandas por universalización de los beneficios sociales, que conducen a la creación de la AUH, en las exigencias por derechos para mujeres y sujetos feminizados, y las luchas contra el extractivismo y sus consecuencias (por ejemplo, madres contra Monsanto, en el municipio de Malvinas Argentinas, Córdoba), entre otras. Estas demandas y su modalidad de procesamiento socio-institucional ponen presión sobre las formas sociales que contribuyen a la reproducción sistémica. Tanto las demandas sobre el Estado bajo la forma de presiones sobre la fiscalidad (aumento en los gastos sociales y/o subsidios económicos) como aquellas que se expresan en conflictos abiertos contra distintos intentos de avanzar en modalidades de saqueo.

En la medida en que en la era neodesarrollista los conflictos y demandas sociales son canalizados y no neutralizados, presionan sobre las formas de la producción y reproducción sistémica. En distintos planos (de clase, género, ecoterritoriales) estos conflictos operan creando barreras crecientes a la estrategia de desarrollo.

En el caso de la Argentina reciente, la articulación de formas de resistencia con la estructura de clase y la articulación doméstica del ciclo del capital en el ciclo global, conducen progresivamente a la composición de una nueva forma de la crisis, ahora en modo de crisis transicional. En efecto, a partir del 2do lustro de la era neodesarrollista (desde 2007 aproximadamente) comienzan a converger las formas de la crisis neoliberal en el centro con la dinámica de las luchas locales y regionales. La crisis global que explotó en 2008 opera como límite al desarrollo de la acumulación de capital en la Argentina dependiente, comprimiendo la producción y apropiación de renta extraordinaria proveniente del saqueo de la naturaleza (Féliz, 2009). Esa tendencia al ajuste macroeconómico enfrenta la creciente capacidad de las fracciones asalariadas en el trabajo formal para demandar mejoras materiales. La convergencia de ambas tendencias (caída en la renta extraordinaria y creciente presiones redistributivas desde los trabajadores asalariados formalizados, mayormente masculinos) presiona las condiciones básicas de la acumulación de capital (Féliz, 2015).

Este proceso tiende a desarticular a su vez las condiciones para la construcción hegemónica, que tienden a ser desplazadas a través de la mencionada ampliación de las políticas sociales y la llamada ‘ampliación de derechos’, combinando la redistribución del ingreso hacia los márgenes (y marginal) con el reconocimiento (Fraser, 1997). Estas políticas buscan compensar la pérdida de capacidad integradora del proceso de valorización capitalista en la nueva etapa. Por otra parte, registran la existencia de demandas insatisfechas y capacidad de impugnación de las mujeres que conforman el movimiento feminista y son además el núcleo de los movimientos territoriales, ecologistas, etc.

La crisis de valorización de capital se articula con la crisis de cuidados y reproducción social. El estancamiento en el proceso de valorización pone en crisis las posibilidades de reproducción material mercantilizada de las familias. Durante la etapa expansiva del ciclo, los hogares habían podido expandir sus niveles de consumo y sustituir parcialmente trabajo familiar (de las mujeres mayormente) por consumo mercantil. La crisis condiciona las posibilidades de consumo popular a la vez que pretende forzar a las mujeres nuevamente a los hogares. La renovación de la demanda de cobertura social universal aparece como exigencia.11 Sin embargo, la política social ampliada es básica y no compensa la desarticulación del sistema de bienes públicos y de cuidados que se consolidó en la década del neodesarrollo.

Dada la naturaleza de la crisis del neodesarrollo, su dinámica es transicional. En efecto, entendemos que -por un lado- la base de la etapa expansiva fue la generalización de la superexplotación de la fuerza de trabajo y el saqueo de las riquezas naturales. No hay una presión sistémica a la desvalorización general del capital pues no hay un salto cualitativo en la forma de acumulación. La inversión en capital fijo se limitó a complementar el aumento en el capital variable sin desplazarlo cualitativamente. Por otra parte, la crisis carga sobre el Estado débil la carga de la construcción hegemónica forzando a las fuerzas políticas en el gobierno (kirchnerismo) a intentar radicalizar la estrategia política. El resultado será el llamado “populismo de alta intensidad” (Svampa, 2015) combinado con un proceso de ajuste heterodoxo o ‘sintonía fina’ que se acelerarán en el último gobierno de Cristina Fernández de Kirchner (2011-2015).

De la etapa fundacional a su momento de crisis transicional, el proyecto de neodesarrollo en Argentina ha estado atravesado por la articulación de las formas de la(s) lucha(s) de clase, género y socio-ambientales. Las mismas atraviesan el desarrollo de la modalidad específica de producción de capital en el capitalismo dependiente, en y a través de formas particulares de acción estatal. El desarrollo y la crisis son -a su vez- una y lo mismo, en y a través de las luchas del pueblo.

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Notas

2 El ‘espacio nacional de valor’ es ese territorio de producción y apropiación de valor articulado en torno a una moneda nacional. El mismo se articula con el ‘espacio global’ y su moneda mundial a través del tipo de cambio (Astarita, 2010).
3 La sociedad capital ‘es’ la sociedad del capital, pero al mismo tiempo ‘no lo es’. La relación antagonista que la constituye impide que la dominación del capital sobre el no-capital (trabajo vivo, mujeres, naturaleza, lxs otrxs) sea completa (Holloway, 2002). El no-capital es siempre, de alguna manera, exterioridad absoluta (Dussel, 1988) y de tal manera nunca está completamente subsumido a la relación social capital.
4 La creación del MDS en 1999 de cuenta de la constitución de un nuevo sujeto político que expresa la nueva composición política del trabajo. El Ministerio de Trabajo y Previsión fue creado en 1949 (en el marco de la reforma constitucional del mismo año) y es expresión de la consolidación del movimiento obrero como forma específica y fundamental de la organización de la clase obrera en Argentina.
5 La era neoliberal constituye la transición entre la era multinacional del capital a su fase transnacional (Féliz, 2015b). El neodesarrollismo aparece, así como la primera etapa en esta nueva era.
6 En Argentina la expresión institucional de las luchas de las mujeres aceleró su consolidación a partir de que la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer ganó rango constitucional en 1994 y la Convención interamericana para prevenir, sancionar y erradicar la violencia (Convención de Belém do Parà) fue ratificada en 1996 en la ley 24632.
7 La fuerza de trabajo formalizada en Argentina es mayormente masculina, mientras que las mujeres representan una parte muy baja de la fuerza de trabajo pagada (concentradas en las ramas del servicio doméstico -no capitalista, el comercio y el sector público) y prácticamente la totalidad de la fuerza laboral no remunerada en el espacio de la reproducción (Féliz y Díaz Lozano, 2016).
8 Dentro mismo del movimiento obrero, las mujeres tienen aún muchas dificultades para participar activamente en las organizaciones sindicales, siendo en general relegadas a una participación marginal en las ‘secretarías de mujeres’ de los sindicatos.
9 A pesar del cambio de ciclo político, no está claro aún que el neodesarrollismo como estrategia de construcción hegemónica en Argentina haya sido superada (Féliz, 2017).
10 El registro estadístico (en la Encuesta Permanente de Hogares, en Argentina) del empleo en ‘servicio doméstico’, de cuenta de la porción mercantilizada de una parte del trabajo de cuidado en los hogares. Señalar que el mismo es “no capitalista” busca indicar (sin cerrar el debate pero sí proponiendo una interpretación) que ese trabajo no produce directamente plusvalor, pues no produce mercancías cuya producción y venta permita apropiar plusvalor; la creación de plusvalor está asociada al uso (y no, directamente, a la producción y venta) de la fuerza de trabajo. Esto no niega que el empleo (trabajo remunerado) en el servicio doméstico sea parte esencial de la reproducción capitalista en Argentina y por lo tanto, en ese sentido, ‘trabajo capitalista’.
11 A modo de ejemplo, podemos citar la compaña impulsada por el Frente Popular Darío Santillán en 2009 que tenía entre sus demandas “Ingreso universal igual a la canasta básica de alimentos” (http://argentina.indymedia.org/news/2009/04/666673.php).
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