Economía social y solidaria y conflicto social. Consideraciones sobre las formas de gobierno de la fuerza de trabajo en el umbral de nuevos cambios socio-técnicos
Economía social y solidaria y conflicto social. Consideraciones sobre las formas de gobierno de la fuerza de trabajo en el umbral de nuevos cambios socio-técnicos
Theomai, núm. 36, pp. 162-178, 2017
Red Internacional de Estudios sobre Sociedad, Naturaleza y Desarrollo
Número 36 (tercer trimestre 2017) - number 36 (third trimester 2017)
Revista THEOMAI / THEOMAI Journal Estudios críticos sobre Sociedad y Desarrollo / Critical Studies about Society and Development
TheomaiIntroducción
Las formas de organización basadas en lo que se conoce como economía social y solidaria comenzaron a extenderse de manera visible en nuestro país y Latinoamérica especialmente a mediados y fines de la década del ’90 en el marco de sucesivas crisis. Ancladas en prácticas de resistencia (que revitalizaban algunos de los postulados de la economía social del siglo XIX), las organizaciones de la economía social y solidaria se perfilaron como una “alternativa” a las imposiciones del mercado capitalista. Sin embargo, luego de la crisis de 2001 y, especialmente con la crisis de 2007 a nivel mundial, no sólo se amplían los estudios académicos sobre el fenómeno sino que tanto organismos nacionales como internacionales comienzan a tener un especial interés por estas prácticas que son incluidas en políticas de desarrollo local, tanto en el ámbito rural como urbano, con el propósito de institucionalizarla y reglamentarla.
Este mundo heterogéneo de prácticas, luchas y discursos fue cristalizándose en conceptualizaciones muy vinculadas a formas de construcción de un deber-ser-ideal y, paradójicamente, a la limitación de los campos de acción en función de las exigencias de los mercados y al mandato de que cada sujeto se transformase en productor y consumidor. De modo que, a pesar de las críticas al neoliberalismo y a la economía de mercado, éste es considerado como un “mecanismo de integración” (Coraggio, 2014).
Las formas que adquiere el trabajo humano no pueden considerarse de otro modo más que dentro de las condiciones históricas en las cuales se desarrollan. Cuando Luckács (2004) plantea al trabajo como motor de la praxis social, considera que “la esencia ontológica del deber ser en el trabajo se dirige, sin duda, al sujeto que trabaja, y determina no sólo su comportamiento en el trabajo, sino también, su relación consigo mismo como sujeto del proceso de trabajo” (Luckács, 2004: 127). El deber ser en el trabajo fomenta propiedades de los sujetos que serán decisivas en su praxis. Sin embargo, este deber ser influye también en los demás aspectos de la vida de los sujetos.
No existen prácticas que sean independientes del conjunto de relaciones históricas en las cuales funcionan. Por eso, aunque las prácticas son singulares y múltiples, deben ser estudiadas como formando parte de un ensamblaje, de un dispositivo que las articula.
En este sentido, consideramos que un análisis de la gubernamentalidad a la luz de los cambios en los procesos de acumulación de capital constituye el punto de partida para comprender las transformaciones en los sentidos del trabajo y el énfasis puesto sobre la economía social y solidaria.
[La gubernamentalidad] es un complejo de tácticas-técnicas que desde diversos dispositivos se despliegan sobre los cuerpos individuales y colectivos y que tienen como efectos la construcción y la autoconstitución de sujetos en base a normas e ideales. La gubernamentalidad, expresión que combina gobierno y mentalidad, nos indica un sendero: el de que el poder anida en nuestras relaciones, pero también en eso que llamamos el “yo”. Éste se gobierna o conduce a sí mismo, no es una mera marioneta sino un ensamblaje de prácticas en las que elementos imaginarios y elecciones conscientes se articulan y remiten al propio deseo e ideales que nunca son ajenos a la propia cultura. El concepto de gubernamentalidad posee la riqueza de intentar articular las líneas de fuerza políticamente trazadas a través de diversos dispositivos, entre ellos el Estado, con los procesos de subjetivación en los que el yo se conforma en base a ideales. Gubernamentalidad alude al ensamblaje de procesos objetivos y subjetivos, vincula racionalidades políticas y subjetivación (Murillo, 2011:99).
Precisamente, la gubernamentalidad refiere al estudio de la capacidad de autocontrol del sujeto y sus vínculos con las formas de dominio político y explotación económica (Lemke, 2006). La gubernamentalidad designa las diferentes formas de racionalidad, de instrumentalizar las conductas y las esferas de prácticas destinadas de diversos modos a controlar los individuos y las colectividades, e incluye formas de autogobierno como técnicas para orientar a otros (Foucault, 2007).
En virtud de lo anterior, el ejercicio del poder no es lineal, es desigual y móvil. La regionalidad y la materialidad del poder, así como su carácter productivo, constituyen tres dimensiones centrales del análisis del poder2.
En este sentido, podemos plantear la siguiente hipótesis: en el marco de las mutaciones socio-técnicas, el dispositivo de la economía social y solidaria se constituye como fuente de extracción de plusvalía social cuya condición de posibilidad ha sido una paulatina resignificación de los sentidos del trabajo que apela a la potencialidad del ser humano como fundamento del gobierno de sí a partir de un supuesto deber ser ideal. Las relaciones entre saber, poder y gubernamentalidad se vuelven centrales para comprender las transformaciones en las formas de gobierno de la fuerza de trabajo. Cuando hablamos de gobierno de la fuerza de trabajo nos referimos al modo en que las transformaciones en los procesos de acumulación de capital dinamizan, de manera conflictiva, diversas formas de reencauzar y subordinar heterogéneas formas de trabajo bajo su control, al tiempo que, se relaciona con (re)configuraciones de los procesos de subjetivación que construyen al sujeto-trabajador.
El presente artículo se centrará en el análisis de documentos de organismos nacionales e internacionales, como así también, en la discusión con diversos autores con el fin de plantear algunas reflexiones teóricas respecto de las transformaciones y tendencias del capitalismo actual. Resulta necesario tratar a los documentos como “monumentos” o restos arqueológicos lo cual nos permite deconstruir ciertas evidencias y establecer la materialidad de los acontecimientos. Lo importante es dar cuenta de cuáles son las condiciones de posibilidad de lo que se dice. En este sentido, entendemos al poder como una relación social y como una relación de fuerzas, siempre vinculado con formas de saber. Su carácter relacional y cambiante permite a los mecanismos de poder circular en prácticas discursivas y extradiscursivas (instituciones, ordenaciones urbanas, códigos del “ver” y “hablar” presentes tanto en sentido común como en las afirmaciones científicas, etc.) construyendo formas de vida y sujetos. De modo que la dimensión productiva del poder le confiere la capacidad de apoyarse, retomar y resignificar deseos, valores, esperanzas, temores, intereses propiciando formas de “identificación” de los sujetos (Foucault, 1979 y 1991).
Crisis y tendencias socio-técnicas en el capitalismo actual
Las nociones de “mercados eficientes” e “información disponible” encuentran sus cimientos en el neoliberalismo. Apertura de nuevos mercados, deslocalización de las empresas, desempleo y exceso de mano de obra, desencadenaron en el 2007 una nueva crisis de sobreproducción y con el propósito de contrarrestarla Estados Unidos y otras economías avanzadas promulgaron la oferta de crédito que generó niveles de especulación insostenibles con los productos financieros “tóxicos”. Mientras la burbuja inmobiliaria explotaba, el sistema bancario se desplomaba, el mercado inmobiliario y la industria de la construcción junto a sus cadenas productivas caían. Así como también se desplomó la demanda agregada que tuvo efectos en diversos sectores, como la industria automotriz.
Si consideramos que las crisis son formas de dinamismo de los procesos de acumulación de capital, cabe preguntarnos cuál es la transformación que se está gestando en el seno del capitalismo actual, especialmente, aquellas vinculadas a las relaciones sociales de producción, el desarrollo de las fuerzas productivas y las prácticas gubernamentales que la acompañan.
Transformaciones que son contempladas en un informe del FMI (2011)3, en el cual se sostiene que las economías avanzadas deben hacer frente a los costos humanos de las tendencias estructurales (cambio tecnológico basado en las aptitudes y mayor prevalencia de cadenas de oferta mundiales), de la misma manera en que actuaron para reducir los costos humanos en la Gran Recesión (2008-09). En este sentido, la propuesta se basa en el “reciclaje laboral”, la mejora de la educación y el aumento de la productividad de sectores no manufactureros, con el fin de lograr una mayor “cohesión social”. Sobre este último punto, el Banco Mundial en su World Development Report (2013), sostiene que los micro emprendimientos tienen una importante incidencia en la creación de puestos de trabajo que contribuyen a generar mayor “cohesión social” y resolver conflictos. En resumen, la preocupación de los organismos internacionales gira en torno al creciente desempleo, el “reciclaje laboral”, la “cohesión social”, en definitiva: una avalancha de intereses centrados en cómo gestionar el conflicto social y sus riesgos.
Si tenemos en cuenta lo antes mencionado, la crisis del 2007 allanó el camino de la hegemonía global del capitalismo financiero, transnacionalizado, cuyo pilar es el imperativo de la descentralización de la información-conocimiento, la producción y los activos. Por consiguiente, dicha crisis se constituye en tanto una forma dinámica de cambiar las relaciones sociales de producción y reencauzar las fuerzas productivas sobre la base de las tendencias estructurales ya mencionadas por el FMI. Las crisis del 60’ y 70’ habilitaron la implementación del neoliberalismo como ortodoxia mundial, asimismo, consolidaron el sistema de producción depurada4 influenciado por el llamado “toyotismo” y cambió los modelos de organización del trabajo y de la producción a nivel global; la transnacionalización de la producción cuenta aquí con su fundamento. Ahora bien, la crisis de 2007 permite plantear algunas similitudes: baja rentabilidad empresarial, especulación financiera y desempleo. Razón por la cual, entre el temor, la incertidumbre y la esperanza, se alzan las tendencias de nuevos sistemas de fabricación que se ajustan al “reciclaje laboral” sugerido por el FMI: las “tecnologías emergentes” y las formas de organización descentralizadas y flexibles, a saber, los micro emprendimientos y, de allí, el énfasis en la idea de sujeto-emprendedor5 y las formas de organización de la “economía social y solidaria”.
En consideración de esto último, los años posteriores a la crisis del 2007 visibilizaron el uso de dichas “tecnologías emergentes”, en especial, las impresoras 3D. Esta tecnología existe desde la década del ’80 pero, recién en los últimos años, se ha extendido en el sector industrial. En el marco de los métodos tradicionales, un ingeniero tarda cuatro meses para crear un prototipo con un costo de U$S 500 mil; la impresora 3D tarda cuatro días a un costo de 3.000 dólares.
Las impresoras 3D imprimen finas capas de plástico, arena, metales (titanio y acero) y recientes experimentaciones con células vivas, los apila hasta culminar una pieza tridimensional que, previamente, fue creada por un programa de diseño. Su utilización abarca distintos sectores (construcción, medicina, textil, uso doméstico).
El Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación productiva (2015), en un documento titulado Impresión 3D en Argentina: acciones, proyectos, actores; adelanta que la innovación es un componente esencial de la sociedad del conocimiento, en la cual la tecnología y la ciencia sirven a la generación del valor. Ciencia, tecnología, internet de las cosas, impresoras 3D y el conjunto de tecnologías emergentes con impacto tanto económico como social que apuntan a la creación de nuevos productos y servicios, aumentan la competitividad y construyen nuevos perfiles profesionales. Un “nuevo paradigma tecnológico” según el citado documento. Argentina cuenta con capacitaciones de recursos humanos en estas “nuevas” tecnologías en relación con distintos sindicatos (SMATA, UOM, UOCRA, CGERA, CAFYDMA Y CeFoSeCámara Metalúrgica de Santa Fe) que operan desde el año 2014. En Argentina, ya se han diseñado partes estéticas para el Volkswagen Suran Luxury Concept y piezas de la Ford F100 con impresoras 3D.
En un principio restringido al sector industrial, el uso de las impresoras 3D ha avanzado hacia micro emprendimientos enmarcados en la economía social y solidaria6 (Dafermos, 2016; Irigoyen García, 2016; Oliván Cortés, 2016; Pérez-Ramirez y CastilloAguilera, 2016; Subirats, 2012; Valenzuela, 2016). Dicho avance se enmarca en una tendencia mundial, aún muy incipiente, denominada sistema de fabricación distribuida.
El BID/INTAL (Instituto para la Integración de América Latina y el Caribe) y el Foro Económico Mundial7, señalan que el sistema de fabricación distribuida –con base en la fabricación digital- acorta los tiempos de producción y diseño, a la vez que reduce al máximo costos de transacción. Se trata de la producción en pequeñas cantidades a partir de lo cual se resalta la importancia de los emprendimientos y pequeñas empresas. Los pasos de este sistema de fabricación, según el BID/INTAL, son los siguientes: en primer lugar, las empresas realizan el diseño del modelo virtual del objeto y, en segundo lugar, los usuarios/productores compran el diseño, descargan el archivo digital en la impresora 3D y fabrican el objeto (accesorios, ropa, muebles, alimentos/materias primas: plástico, vidrio, metales, tejido humano). La manufactura aditiva permite la producción “por encargo” sin ajustes mecánicos en el proceso de producción y sin inventarios, la personalización masiva de la producción (innovación y reinvención de viejos productos), la producción instantánea y rápida distribución a nivel global y la circulación global de diseños en nuevos mercados. De modo que el intercambio será de bienes físicos y de diseños digitalizados (servicios) – este sería el mercado más rentable y reduciría los márgenes de controles de los gobiernos sobre los flujos comerciales-.
Cabe mencionar que el BID/INTAL sugiere que América Latina y el Caribe, como región proveedora de materias primas, cuenta con el potencial de suministrar materiales utilizados como insumos básicos para la fabricación digital, lo cual plantearía una solución a los problemas del desarrollo, la pobreza y la inclusión social.
El sistema de producción distribuida plantea una nueva forma de terciarización, puesto que no sólo implica a los procesos de producción sino también a las formas de distribución, intercambio y consumo de las mercancías (las empresas proveerían sólo de los archivos de diseño de sus productos en el mercado). Este sistema de organización flexible no sólo descentraliza la producción sino los costos de producción y toma de decisiones. El sujetoemprendedor es la figura del trabajador-descentralizado: deslocalizado, auto responsable, flexible y orientado por la solidaridad, la simpatía y la reciprocidad. Un sujeto-trabajador que, paulatinamente despojado de los derechos históricos de la clase trabajadora, se dona a sí mismo en la persecución de una “sociedad más justa y sustentable”, paradójicamente, anclado en los imperativos de la competencia, la propiedad y el consumo. La tecnología emergente crea la ilusión en los sujetos de ser propietarios de los “medios de producción”; ficción que intenta desvanecer todo conflicto en términos de lucha de clases, omitiendo que en el largo plazo serían las grandes corporaciones las beneficiarias de los “nuevos mercados digitales”.
En relación a las tendencias mencionadas, el ministro del Ministerio de Modernización, Tecnología e Innovación ha destacado en distintas entrevistas, la relevancia del desarrollo, la sostenibilidad y la felicidad como base de los microemprendimientos. El emprendedor es aquél capaz de tomar el control de su vida y generar las herramientas necesarias para construir con autonomía su propio destino8.
Según palabras del ministro, el emprendedurismo en Argentina tiene un gran desafío para las próximas décadas: transformarse en el motor que le permita al país consolidar un modelo de estabilidad económica sostenible en el tiempo. Durante los últimos 30 años el mundo atravesó una transformación vertiginosa, tal vez como en ningún otro período de tiempo en la historia. Esa transformación, que se apalancó en la tecnología, ha permitido generar una red de relaciones comerciales inimaginables hace algunas décadas. La transabilidad de las asociaciones comerciales borró los límites físicos convencionales. Ya no sólo existe una globalización en las cadenas productivas, sino también en la de los servicios. Ese contexto, en el que la velocidad de cambio y la desaparición de las barreras físicas tradicionales son factores protagonistas, genera una gran oportunidad para muchos países, en especial para los que están en vías de desarrollo: la oportunidad de transformarse y de hacerlo rápidamente9.
Doble tendencia del capitalismo: creación de tiempo libre y creación de plustrabajo
En relación a las tendencias más arriba mencionadas, Marx (2007) sostiene que el capital tiende a anular el espacio por el tiempo. El momento espacial puede considerarse como la transformación del producto en mercancía y la mercancía no es tal sino cuando está en el mercado. De modo que el tiempo de circulación interviene en la creación de valor, bajo la apariencia de desvalorización. En este sentido, Marx (2007) destaca la importancia de la velocidad: el capital puede valorizarse en un espacio de tiempo dado, donde puede reproducir y multiplicar su valor, lo cual dependerá de la velocidad de la circulación. Esto último, representa un momento de la determinación de valor. El tiempo de trabajo realizado se presenta como actividad que pone valor y el tiempo de circulación del capital aparece como tiempo de desvalorización. En este sentido, el tiempo de circulación absorbe plustrabajo en todo su movimiento hasta el mercado, por eso sigue valorizando al capital:
“la circulación del capital es realizadora de valor, así como el trabajo vivo es creador de valor” (Marx, 2007:35). Por consiguiente, la tendencia es siempre, por un lado, crear tiempo disponible, por otro, transformarlo en plustrabajo. Doble tendencia que adquiere importancia a la luz de las actuales mutaciones socio-técnicas.
El profundo incremento del desempleo y la precarización del trabajo dio lugar a un doble proceso: por un lado, al modificarse las condiciones materiales de existencia de numerosos sectores de la población, se construyeron formas “alternativas” de organización para la producción, intercambio y consumo de bienes y servicios, en tanto formas de resistencias frente a los mecanismos de expulsión del mercado de trabajo. Por otro lado, y casi al mismo tiempo, diversos sectores (público, organismos internacionales, corporaciones, fundaciones) comienzan a recopilar y construir saberes sobre dichas prácticas, en función del cual se delinean estrategias de gobierno en torno a la gestión del desempleo de manera rentable a partir de su subordinación en los procesos de mercado. Hecho que implica, asimismo, el gobierno de lo social, es decir, del modo en se construyen las relaciones sociales.
La reciente vinculación entre las tecnologías emergentes y la economía social y solidaria parece indicar un último paso en la transformación del tiempo disponible en tiempo de trabajo. El desarrollo de las fuerzas productivas reduce el tiempo de trabajo necesario, no determinan el valor del producto, pero sí determinan el plusvalor. En este marco, el desarrollo del capital fijo muestra hasta qué punto el conocimiento social general se ha convertido en fuerza productiva inmediata y, en este sentido, el modo en que las condiciones del proceso de la vida social misma han quedado bajo los controles del general intellect y configuradas bajo el mismo. El general intellect en tanto saberes y conocimientos acumulados históricamente, es una categoría histórica que permite dar cuenta del desarrollo de las fuerzas productivas y que remite a fases específicas del capitalismo.
Soto Chacón (2006) sostiene que actualmente, el trabajador es empleado dentro del proceso productivo no sólo por su fuerza y habilidad sino por su ser social, por su general intellect:
[…] lo hayamos hoy dentro de cada trabajador (sus virtudes, su capacidad para innovar, aprender, responder a imprevistos, su personalidad, sus modos de cooperación, su capacidad de producir enunciados y saberes, su creatividad, su capacidad de entregar afecto, en definitiva su subjetividad), recordemos, es la propia alma la que se ha vuelto medio de producción, es el General Intellect el que se ha vuelto máquina-herramienta. El capital fijo es el cerebro colectivo, y por lo tanto, nos encontramos en un proceso real de subsunción de lo social en el capital (Soto Chacón, 2006: 57).
La consideración de esta categoría es retomada también por autores como Virno: el Uno que los “muchos” tienen ya siempre a sus espaldas coincide por muchos aspectos con aquella realidad transindividual que Marx ha llamado general intellect o “cerebro social” (…) El general intellect es el nombre que le pertenece a la ordinaria facultad humana de pensar con las palabras, cuando ella se vuelve la principal fuerza productiva del capitalismo maduro (Virno, 2011: 148). La innovación perpetua propia de las formas de vida en el capitalismo actual presupone, según el autor, la capacidad de pasar de reglas bien definidas a la regularidad bio-antropológica. Razón por la cual se pregunta lo siguiente: “los trabajadores cognitivos, compartiendo aquella “naturaleza común” que es el general intellect, ¿son individuos absolutamente distintos o, por lo que respecta a su ser “cognitivos” e “inmateriales”, no existe diferencia entre especie e individuo?” (Virno, 2011: 179). Su planteo sostiene la analogía entre el par potencia/acto y el par preindividual/individuo (Virno, 2011: 184). La consideración de la doble dimensión histórico-cultural y biológica de los individuos, ahora desdibujados en la “multitud” (el Uno de los muchos) parece avalar cierta “inmaterialidad” del sujeto portador de una subjetividad universal. Sin embargo, podemos decir que el sujeto es una construcción pero es una construcción emplazada históricamente, que actúa y piensa de modo específico.
En este sentido, si el trabajador cognitivo del “postfordismo” sugiere una forma específica de apropiación de ese general intellect, a continuación trataremos de establecer el modo en que dicha apropiación se extiende en la construcción del sujeto-emprendedor – el trabajador deslocalizado – en el dispositivo de la economía social y solidaria. Este último, se funda sobre formas de gobierno (y gobierno de sí) que enfatizan en la potencialidad del ser humano y en un deber ser que supone una subjetividad universal que pretende establecer específicos esquemas de percepción de los mundos de vida que intentan reorientar saberes y prácticas.
Asimismo, la creciente importancia del ámbito local y de las comunidades para las actividades alternativas de innovación, nos invitan a pensar las mutaciones simbólicas del trabajo humano, los procesos de subjetivación y las transformaciones en las formas de gobierno de la fuerza de trabajo.
Poder, potencia y conflicto social
En relación a la economía social y solidaria, Elizalde Hevia (2011) sostiene que la solidaridad está anclada en nuestra propia naturaleza que se hace presente ante nuestra conciencia en la forma de emociones, ideas, sentimientos que se expresan en conductas y conforman una realidad antropológica y ética. Por tanto, en el contexto de globalización y exclusión hay una “mayor demanda de solidaridad” (Elizalde Hevia, 2011: 34). Asimismo, Razeto Migliaro (2013) plantea que las actitudes que adoptamos cuando pensamos, sentimos, aprendemos, proyectamos, amamos, actuamos, conocemos y nos relacionamos, determinan nuestros éxitos y nuestros fracasos. En este sentido, propone el deber de “trabajar sobre sí mismo” para distinguir a las personas que son y quieren ser constructores de una nueva civilización. En concordancia con esto, será necesario “… un proceso de purificación de la conciencia, de desarrollo espiritual, que implica la mitigación de los intereses individuales y la superación del egoísmo y la mezquindad” (Razeto Migliaro, 2013: 52).
La centralidad del sentimiento de solidaridad en la economía social y solidaria, ha sido tratada en numerosos estudios (Razeto, 1997; Gaiger, 1999; De Melo Lisboa, 2004; entre otros). A la par del carácter universal de la solidaridad, surge la idea de “potencia” o “potencialidad humana”. Según Lévy (2004), en relación a sus planteos sobre la construcción de “inteligencia colectiva” y una “economía de lo humano”, señala que la potencia es conferida por la gestión óptima de los conocimientos, ya sean técnicos, científicos, del orden de la comunicación o relativos a la relación ética con el otro. La potencia facilita, libera, acumula energía; en cambio, el poder bloquea, subordina, dilapida.
Según el autor, la producción continua de subjetividad será, en el próximo siglo, considerada la actividad económica principal. Individuos y microempresas son los más aptos para la reorganización permanente del espacio económico mundializado. De este modo, la inteligencia colectiva será la base para el nuevo vínculo social, a la vez que sostiene la construcción de una economía de lo humano. Este liberalismo ampliado plantea que cada uno sería productor (y consumidor) individual de cualidades humanas en una gran variedad de “mercados” o contextos, sin que nadie pueda apropiarse de los “medios de producción” de los que serían despojados los demás: “se trata de que el capital será el hombre total y lo humano la nueva materia prima” (Lévy, 2004: 29).
Por su parte, Rifkin (2014) plantea que el empleo humano liberado por la automatización del trabajo será trasladado a la economía social (o bien, procomún colaborativo). Dicho “traslado” no sólo refiere a una descentralización de la producción, sino también, a lo que llama la “autoproducción”. Esto último refiere a que, con las nuevas tecnologías (impresoras 3D, Internet de las Cosas), según Rifkin (2014), cualquiera puede ser un sujeto-propietario mientras sea un sujeto-consumidor, es decir, que sea capaz de producir y consumir a la vez. El procomún como forma de gestión de la actividad económica parece concordar mucho más con nuestros instintos biológicos [se refiere a la empatía] que la cruda imagen de un mercado anónimo en el que la mano invisible recompensa mecánicamente la conducta egoísta en un juego de suma cero (Rifkin, 2014: 204).
En relación a las “potencialidades humanas”, Coraggio y Razeto Migliaro coinciden en la idea de potenciamiento de las capacidades de producción de los seres humanos. Respecto de la economía popular, consideremos la siguiente cita:
El trabajo es su principal capacidad, pero cuentan también con otros recursos y una potencia en acto de producción y reproducción de riqueza (valores de uso producidos o naturales) que queda oculta para la ideología económica hegemónica pero es de gran peso económico […] es preciso combinar el determinismo natural de la ética (debemos sostener la vida si es que vamos a existir y tener cualquier tipo de fines) con la apuesta a una sociedad democrática que pueda debatir, elaborar y codificar no sólo conceptos particulares de la buena vida sino de la vida social en general (Coraggio, 2014: 28).
En el mismo sentido, Razeto Migliaro (2012) sostiene, desde la perspectiva del “buen consumo”, que en el consumo realizador de las personas (basado en la creatividad, la autonomía y la solidaridad), las necesidades ya no se presentan como carencias o vacíos que llenar con objetos, sino como potencialidades. Dichas necesidades son detonantes de actividades, iniciativas y procesos tendientes a convertir en acto lo que está solamente en potencia, como virtualidad, en cada individuo y en cada grupo. De modo que una nueva estructura de la producción se irá creando a medida que más personas y grupos vayan adoptando los criterios de moderación, correspondencia, persistencia, integralidad, equilibrio, jerarquización, potenciación, integración y cooperación que son propios del 'buen consumo' y del buen vivir (Razeto Migliaro, 2012).
Luego de este breve recorrido, podemos resumir algunos postulados clave para nuestro análisis: la solidaridad en tanto anclada en nuestra propia naturaleza, la forma de relacionarnos determinan nuestros éxitos o fracasos, el objetivo de una nueva civilización, la necesidad de un proceso de purificación de la conciencia para superar el egoísmo, la construcción de una ética de la solidaridad para sobrevivir, la producción continua de subjetividad, la competencia situada en el terreno ético, los sujetos concebidos en términos de productores/consumidores de cualidades humanas, la idea de potencia vinculada a las ideas de gestión óptima y maximización, el potenciamiento de la capacidad productiva humana como potencia en acto de producción/reproducción de riqueza y las necesidades concebidas en tanto potencialidades.
De esta manera, el ser en potencia y el ser en acto parecen estar en el meollo del tema que abordamos. En este sentido, se plantea a la solidaridad en términos de un principio anclado en nuestra naturaleza y, por lo tanto, universal. De modo que Razeto Migliaro (2013) propone el deber de “trabajar sobre sí mismo” para distinguir a las personas que son y quieren ser constructores de una nueva civilización.
Razón por la cual, en virtud de lo anterior, sostenemos que se trata de construir una “metafísica del ser-solidario” que supone la superación de la multiplicidad de conciencias hacia el universal. Dicha superación está implícita en el universal (ser-solidario) que, a la vez, tiende hacia la homogeneización o uniformidad de las formas de construcción de subjetividades. Suponer que el ser es en potencia, negaría en principio que el ser es lo que es en un contexto o momento específico. La contradicción se produce cuando lo finito pretende asumirse en su particularidad como universal. E investir a la solidaridad de un carácter universal o natural, alberga dicha contradicción.
Para el caso del dispositivo de la economía social y solidaria, la mediación del otro (expertos, diversos agentes económicos, instituciones y organismos nacionales e internacionales que atraviesan su organización), cuenta con una eficacia mistificadora en el plano ontológico de las relaciones sociales concretas, es decir, los momentos existenciales de la praxis humana, como la alegría, la amistad, el amor, la esperanza, la solidaridad, como así también, el modo en que los sujetos se relacionan con sí mismos y con los otros, se sustancializan en universales que, pronto, adquieren el status de un supuesto ideal. Dicha mediación “pone” en los sujetos un ser que no son desde una posición de legitimidad construida en el marco de específicas relaciones de poder. Se supone que la solidaridad existe en potencia en los sujetos, anestesiada por el egoísmo reinante de la economía de mercado, y sólo basta con el deseo o voluntad de ser solidario para producir el pasaje del ser en potencia al ser en acto. Pero parece suponerse aún más: los sujetos son lo que son por naturaleza y, en este sentido, el hábito o la costumbre, cumplen el papel de “adormecer” o “despertar” ciertas facultades o sentimientos que están en sí impresos en esa propia naturaleza. Por consiguiente, es preciso que los sujetos se construyan a sí mismos en el modo de ser del deber-ser. Este último aparece como ya dado; descarta toda contingencia socio-histórica.
En este sentido, el vínculo social es pensado en relación a la potencialidad individual de auto-constituirse como un bien útil a sí mismo y a los otros. Sentimientos y valores se objetivan como bienes portadores de relaciones sociales rentables. El trabajo sobre sí mismo (o gobierno de sí) implica, asimismo, formas de auto explotación y auto transformación, o sea, la gestión óptima de las propias capacidades y afectos en relación a la demanda de los otros.
En suma, sostener que determinados modos de ser, pensar y hacer y, con ello, determinadas cualidades, afectos y valores se encuentran en potencia en los seres humanos, puede vincularse con un gobierno de lo posible (Presta, 2016), es decir, de aquello en potencia que debe pasar a acto en función de un criterio de rentabilidad y maximización que establece el orden de mercado.
La expansión de la idea de “potencia” apela a una noción puramente represiva del poder con el propósito de tornar borrosa la malla de poderes híbridos, dispersos, invisibles, multifocales, productivos y, a la vez, especializados. Se trata, entonces, de formas de ejercicio de poder basadas en la sustancialización de valores, sentimientos y capacidades que conduce a la creación de universales reguladores y auto-reguladores que encierran la puesta en valor de las subjetividades humanas (mercantilización y consumo de subjetividades). Al valorizarlas, lo heterogéneo, distinto y cambiante, cae bajo un parámetro igualador: todo ser humano por naturaleza posee la potencia de ser solidario, de ser emprendedor, de ser innovador; el deseo –concebido de manera acotada a la necesidad de consumo– se constituye como el mediador del pasaje al acto.
Precisamente, las “tecnologías emergentes” y las tendencias hacia formas descentralizadas de producción utilizan como base formas de organización, prácticas, valoraciones y utopías de la economía social y solidaria para elevarlas a un supuesto deber ser del trabajo a la que todo ser humano debe aspirar como un bien para sí mismo y para los demás.
El poder es una relación de fuerzas que se ejerce y, por ende, supone resistencias. Habría una relación dialéctica entre poder/resistencia que moviliza los cambios. Las relaciones de poder cambian al ritmo de las resistencias y vicerversa. El efecto de una resistencia es una consecuencia que no estaba en un “origen”, lo cual establece la importancia de la contingencia de los enfrentamientos. Sin embargo, no debemos olvidar que las relaciones de poder son desiguales y asimétricas, suelen concentrarse, intentan cristalizarse pero también se ajustan, se adaptan, se transforman. En este sentido, se abre un interrogante: ¿Si la economía social y solidaria se transformó en un dispositivo de la racionalidad de gobierno neoliberal, entonces, qué ha sucedido con el sujeto de la resistencia?
Históricamente, ha sido la clase trabajadora asalariada el sujeto central del conflicto social, sin embargo, esto ha cambiado en los últimos años. Dados los avatares de los sistemas de producción capitalistas, ya a fines de la década de 1990, la clase-que-vive-del-trabajo (Antunes, 1999) se planteó como sujeto de transformación más allá de la sociedad salarial. Sin embargo, la dinámica entre poder/resistencia conlleva, asimismo, formas de colonización y autocolonización que desbibujan ciertos ámbitos tradicionales como la esfera del tiempo de trabajo/ tiempo de ocio, capital y trabajo, trabajo de ejecución y trabajo de concepción. Las contradicciones que hemos planteado hasta ahora establecen una dinámica específica entre poder/resistencia: un entramado heterogéneo de apropiaciones y resignificaciones multifocales que transcienden las barreras de clase (estructuradas en torno a la relación salarial) y se ubican en el terreno de una lucha por el ser-social y el sentido del trabajo humano.
No estamos ya en el ámbito del sujeto de la resistencia sino del sujeto-en-resistencia. En el marco del dispositivo de la economía social y solidaria, se trata de un sujeto que es interpelado por la contradicción misma de sus condiciones materiales de existencia y la promesa de salvación. Una paradoja que se plantea entre resistir a los requerimientos del mercado y, a la vez, el imperativo de ser un sujeto competidor, capaz de desarrollar su potencial para alcanzar un supuesto ser-ideal: la figura del emprendedor. La economía social y solidaria se abre como el campo de disputa entre las definiciones de “sujeto” –especialmente, como emprendedor, como ser-solidario- y la realización del trabajo humano no alienante.
Frente a la resignificación de las desigualdades en términos de “focos de oportunidades” y la construcción de una metafísica del ser social, nos encontramos con éste sujeto-en-resistencia. El mismo lazo afectivo que es foco de estrategias de gobierno es, al mismo tiempo, un ámbito contingente de lucha y resistencia. A pesar de la profunda intención de controlar el elemento de imprevisibilidad de la praxis humana a través del “gobierno de lo posible”, el arte de gobierno neoliberal no puede saltar el obstáculo del carácter contradictorio e incalculable de las pasiones humanas.
El gobierno de lo simbólico y las transformaciones en los sentidos del trabajo. Algunas reflexiones preliminares
Resulta fundamental avanzar, al menos de manera preliminar, sobre las siguientes preguntas: ¿Por qué estas llamadas “tecnologías disruptivas o emergentes” avanzan en el contexto actual vinculadas a movimientos sociales y organizaciones de la economía social y solidaria? ¿Por qué el énfasis en la cuestión de la potencia se propone transformar los sentidos del trabajo hacia formas comunitarias y cooperativas?
En relación al primer interrogante, ya hemos considerado algunas cuestiones como la creciente descentralización de las relaciones sociales de producción. Asimismo podemos argumentar que las tendencias señaladas podrían marcar una transformación profunda en los procesos de acumulación del capital y los modelos de organización de la producción en los próximos años. La coexistencia del sistema de producción depurada y el sistema de fabricación distribuida podrían estar indicando procesos de concentración/descentralización. Concentración de los grandes capitales industriales y financieros en productos de alta gama y descentralización a partir de una nueva forma de terciarización de la manufactura de bienes consumibles de amplio espectro. Las tecnologías emergentes permiten la socialización de los riesgos y costos en manos de las organizaciones de la economía social y solidaria que, a su vez, aportan un “plus de valor” anclado en la confianza respecto del carácter sustentable y solidario de los procesos de producción (ideas de prosumidor o consumo responsable).
De allí también el interés de los organismos internacionales en relación a la economía social y solidaria queda explícito en la siguiente cita de un documento del Banco Mundial:
Se trata de generar emprendimientos productivos de pequeña escala orientados al autoconsumo o a la comercialización en circuitos locales o eventualmente más amplios. Estos emprendimientos permitirían alcanzar tres objetivos: regenerar lazos sociales por la vía de la asociación para producir y vender; recuperar la “cultura del trabajo” por la vía de los incentivos para sostener y expandir los emprendimientos; y proveer a los beneficiarios de un medio de vida. Los micro-emprendimientos son de naturaleza solidaria porque requieren la cooperación de los beneficiarios para crearse y sostenerse, proporcionan a todos los involucrados un ingreso generado por su propio esfuerzo, y les permiten apreciar los frutos del trabajo colectivo, lo cual redunda en la valoración positiva tanto del trabajo como de la asociatividad (Bonvecchi y Smulovitz, 2006: 16).
La construcción de un corpus de saberes y definiciones en relación a la economía social y solidaria en manos de corporaciones, organismos nacionales e internacionales e instituciones académicas, permitió la constitución y consolidación de un sujeto específico, aunque endeble: el sujeto-emprendedor.
En este sentido el sujeto-emprendedor es el sujeto de la complementariedad y el gobierno de sí, mas no del conflicto. La colonización de la esperanza conlleva la colonización de lo posible. En un mundo signado por transformaciones constantes en el mercado de trabajo, reestructuraciones en los procesos de producción capitalistas, concentración de capitales, desempleo y precarización del ser, paradójicamente, la respuesta a la búsqueda de nuevos mercados y la máxima deslocalización de la producción se halla en una sola fórmula: descentralización e incertidumbre en tanto mecanismos de regulación y auto-regulación de los conflictos sociales amparados bajo la idea de una supuesta autonomía en tanto dimensión central de una nueva “cultura del trabajo”.
Según Marx (1999), los procesos de acumulación de capital se encuentran con los efectos de la ley de tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Los procesos de expansión acelerados pronto encuentran su tope. Pero los capitalistas pueden hacer algunas cosas para contrarrestar esta ley: aumentar del grado de explotación de la fuerza de trabajo, reducir de los salarios por debajo de su valor, abaratar de los elementos que forman el capital constante y generar una superpoblación relativa. Aun así, estas crisis son siempre dinámicas. Razón por la cual podemos pensar que, precisamente, la puesta en práctica de una gubernamentalidad específica constituye uno de los tantos factores que se transforman en este dinamismo de las crisis capitalistas. Se propicia no sólo la construcción de “nuevos” sujetos, sino también, se reanudan heterogéneas formas de subsunción del trabajo en el capital acordes, las cuales pueden producirse de manera indirecta, tanto a través del sistema de precios del mercado como de formas de organización “flexibles” que asumen los costos y riesgos de producción.
Sin embargo, permanece un interrogante: ¿Por qué la importancia de los afectos, los valores, los esquemas de percepción y los mapas cognitivos como dimensión constitutiva de la transmutación del ser-social? Una respuesta posible radica en lo siguiente: ante las transformaciones mencionadas, la dimensión simbólica del trabajo humano, conjuntamente con los deseos, valoraciones y afectos que suscita, son ya “obsoletos” a partir de la última crisis. La forma empleo, la estabilidad, los derechos sociales de la clase trabajadora, los conflictos de clase, las identidades colectivas, entre otros; en tanto componentes simbólicos de la percepción del trabajo humano, han sido transformados en las últimas décadas, con especial énfasis en la actualidad. Esto no significa la eliminación de toda resistencia y conflicto pero sí un constante y persistente objetivo de restarles visibilidad y fuerza.
El empleo ha devenido en ocupación, la estabilidad en la incertidumbre de asumir riesgos y los derechos sociales en auto-responzabilización ante la “escasez social” productora de pobreza (pasaje del derecho a la oportunidad). Si la sociedad en general ha de adquirir la forma “empresa”, entonces el “nuevo trabajador” necesita de habilidades socioemocionales y rasgos de personalidad, estabilidad emocional, extraversión, meticulosidad, autocontrol, coraje” (BM, 2015).
No es la venta de fuerza de trabajo lo importante en las nuevas tendencias tecnológicas sino el don de las capacidades de trabajo, el don de sí. En este sentido, el emprendedurismo y el emprendedor como figuras que asumen los “costos de transacción” del sistema de precios y coordinan los recursos en el marco de organizaciones flexibles, a la vez, que concentran transformaciones en las relaciones entre procesos de subjetivación y formas de gobierno.
Las tendencias tecnológicas plantean una radical descentralización de la producción y digitalización del trabajo humano, paradójicamente, en un contexto de concentración de grandes capitales, la creación de nuevos mercados y el consumo de “bienes personalizados” como parte constitutiva de las formas de autoproducción.
La importancia de las relaciones sociales radica, por ende, en que son la base del “sentido común”, de las formas de socialización de la cultura. Y si el sujeto se ha transformado en “productor de subjetividad”, pues entonces, las relaciones sociales se han convertido en una renovada fuente de plusvalía social y las “tecnologías emergentes” se constituyen como formas de explotación “indirecta” de la fuerza de trabajo -no hay venta de fuerza de trabajo ni relación salarial; el don de sí encuentra su mediación en el mercado-. La producción a partir de dichas tecnologías plantea no tanto el consumo de mercancías sino de las cualidades subjetivas y colectivas plasmadas en ellas.
El trabajo posee una dimensión simbólica que refiere a signos y símbolos vinculados a conocimientos, valoraciones, emociones, sentimientos, ilusiones y utopías (Reygadas, 2002: 106). Resulta central para una antropología del trabajo, dar cuenta de “la eficacia simbólica de los procesos materiales sin reproducir la unilateralidad y el determinismo que acompañan a la mayoría de las metáforas de impacto” (Reygadas, 2002, 107). Según Reygadas (2002) debemos tener en cuenta tanto los efectos culturales de la actividad laboral, es decir, los significados que emergen con el trabajo y el modo en que impregnan otros mundos de la vida y, al mismo tiempo, los efectos de la experiencia social sobre la actividad laboral. En este sentido, “la cultura del trabajo no se genera de forma exclusiva en la actividad laboral, sino que tiene su origen en el conjunto de la producción simbólica de la sociedad” (Reygadas, 2002, 112). De modo que las instancias de socialización que van desde la familia, la religión, la escuela y los medios de comunicación, configuran estos sentidos en un contexto determinado.
Si tenemos en consideración las transformaciones en la composición orgánica del capital y las prácticas gubernamentales, podemos pensar que la racionalidad de gobierno neoliberal apunta al gobierno de lo simbólico como parte de los procesos de autoformación y autocolonización (importancia del autocontrol). El gobierno de lo simbólico constituye el gobierno de los esquemas de percepción, sentimientos y valores. Razón por la cual se resignifican el don y la reciprocidad –ahora como principios fundantes del cálculo maximizador– en tanto fundamentos de relaciones-sociales-en-el-mercado, o sea, como relaciones sociales rentables. Dicho gobierno de lo simbólico procura transformar los sentidos del trabajo: si bien los significados transitan desde la actividad laboral hacia la cultura y desde la cultura hacia la actividad laboral, se prescinde de la constitución histórica de los sujetos a partir del modelo abstracto e ideal del “sujeto-emprendedor”. Completamente desvinculado de cualquier determinación material y sólo sujeto a determinaciones formales, su deber es “descubrir y desarrollar” su potencial y llevarlo al acto. El gobierno de lo simbólico prescribe significados, sentidos y utopías valiéndose de las dimensiones culturales presentes en una sociedad, se apropia de las resistencias que ofrece e intenta transformar las contradicciones en relaciones de complementariedad. Conquista la cultura, la puebla de significados y la gobierna. Si consideramos que los símbolos son parte de un proceso social, éstos permiten ajustar las tensiones internas a los grupos sociales y reducir los conflictos en las relaciones de los sujetos con su medio ambiente circundante, por ende, en cierta medida transforma lo obligatorio en deseable y organizan la experiencia y los comportamientos. Motivo por el cual podemos inferir que los símbolos pueden conllevar un proceso de naturalización de formas de pensar y actuar. Libertad, autocontrol, autonomía, ocupación, incertidumbre, autorresponsabilidad, solidaridad se condensan en el símbolo del “emprendedor” en tanto que representa y evoca una realidad superadora del “trabajo asalariado” y un ideal de “control sobre el propio destino”10.
En trabajos anteriores, hemos analizado cómo la transformación de las formas de gobierno de la fuerza de trabajo que apunta al gobierno de la potencialidad de las relaciones sociales. Lo “social” es constituido como ámbito de construcción de nuevos lazos locales en un medio regulado por la desigualdad y la competencia (Presta, 2016).
De modo que la ética de gobierno de sí implica un movimiento dialéctico entre ser otro que sí mismo y ser sí mismo. Dicha coexistencia contradictoria se concentra en el ser-por-venir. De allí que hablamos del gobierno de lo posible que fija un horizonte, mediante el sentimiento de esperanza. La centralidad de la economía social y solidaria en el sistema socio-económico capitalista, pensamos que implica el gobierno de los sujetos y poblaciones a partir de formas de poder construidas sobre la potencia ficcional de la esperanza. El gobierno de lo simbólico guarda relación con el gobierno de lo posible pues el trabajo humano implica utopías e ilusiones, un poder-ser y un deber-ser-ideal.
Por consiguiente, la economía social alberga en su seno las contradicciones del sistema capitalista sin lograr resolverlas. Se halla atravesada por distintas racionalidades de gobierno que contribuyen a prolongar dichas contradicciones y ejercer formas de gobierno de la fuerza de trabajo a través de las mismas. La utopía como salvación y la salvación como esperanza, se ubica en una lucha constante por resemantizar las resistencias y conflictos.
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Notas