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Sufrimiento, silencio y sabiduría: contribuciones desde Etty Hillesum

Suffering, silence and wisdom: contributions from Etty Hillesum

Rosana E. Navarro S.
Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá, Colombia, Colombia

Sufrimiento, silencio y sabiduría: contribuciones desde Etty Hillesum

Revista Iberoamericana de Teología, vol. XV, núm. 29, pp. 61-89, 2019

Universidad Iberoamericana, Ciudad de México

Recepción: 11 Enero 2019

Aprobación: 27 Marzo 2019

Resumen: A lo largo de la historia de la humanidad, las experiencias de dolor y sufrimiento han acompañado la vida de todo ser humano, de diferentes modos, en los más diversos contextos. La realidad del mundo que vivimos no es una excepción. Estamos permanentemente expuestos desde muchos frentes, pero, fundamentalmente, porque un rasgo constitutivo de la condición humana es la vulnerabilidad y, con ella, los múltiples riesgos de toda índole que día a día debemos asumir, entre ellos, el dolor y el sufrimiento.

En esta reflexión nos aproximaremos a la evolución del sentido del sufrimiento en la experiencia personal de Etty Hillesum, su relación con el silencio y la sabiduría; todo esto como clave para contribuir a una recomprensión del sentido de la vida hoy, en medio de las múltiples situaciones de crisis y conflictos que vive la humanidad.

Palabras clave: sufrimiento, silencio, sabiduría, Etty Hillesum.

Abstract: The experience of pain and suffering accompany the life of all human beings, in different ways, in the most diverse contexts throughout the history of humanity. The reality of the world we live in, is no exception, we are permanently "exposed”. Experiences of pain and suffering travel with us during life, however, there are many ways of approaching and understanding this reality.

In this reflection, we will approach the evolution of the meaning of suffering in Etty Hillesum’s personal experience, her relationship with silence and wisdom, all these as a key to contribute to the understanding of the meaning of life today amidst the multiple situations of crisis and conflict that humanity lives.

Keywords: Suffering, silence, wisdom, Etty Hillesum..

Introducción

Ante el progresivo aumento y diversificación de acciones de toda índole, que desfiguran lo humano y que generan dolor y sufrimiento, se plantea esta reflexión que desde la perspectiva de la teología espiritual —y en diálogo con otras perspectivas— puede aportar una nueva aproximación a esta realidad. Incluso, repensar el sentido del silencio: el silencio de Dios ante el sufrimiento, el silencio del que huyen muchos hombres y mujeres, o el silencio que buscan desesperadamente quienes están hartos de la vida que llevan. Se pretende hacer evidente, desde una experiencia de vida como la de Etty Hillesum, la posibilidad de articular y aportar salidas en el dinamismo de la relación sufrimiento-silencio-sabiduría.

Conforme a lo anterior, mucho se ha escrito sobre el tema. En esta ocasión se profundiza en el sentido que tiene la experiencia del sufrimiento que acontece en la vida de Etty Hillesum, una mujer judía holandesa, cuya corta vida (1914-1943) da cuenta de una intensidad única. Bajo la guía de Julius Spier, su psicoquirólogo, los últimos dos años de su vida fueron el escenario donde recogió y pudo articular la experiencia adquirida en su existencia que movía inquietudes afectivas, sexuales, espirituales y sociales; todo ello, en el contexto de la segunda Guerra Mundial. Como millones de judíos, Etty murió en la cámara de gas en el campo de concentración de Auschwitz. Dejó escrito un diario en 11 cuadernillos e innumerables cartas. Sus escritos se han publicado en varios idiomas.2

Etty Hillesum vivió muy de cerca la experiencia del dolor físico y emocional. Mientras observaba, impotente, el dolor de otros, descubría la inminencia de uno mayor y de un crecimiento exponencial del sufrimiento en medio del sinsentido de la guerra; realidades éstas que aún hoy subsisten y tienden a incrementarse, junto con el riesgo de afirmar lo que no es humano. Etty fue testigo de la ruptura de su sociedad y del derrumbamiento de todo lo que parecía fuertemente consolidado en el mundo occidental y, especialmente, en Europa.

Dado que la vida de esta mujer se hace cada día más vigente, es preciso aproximarnos detalladamente a su relato, al modo que acontece y se transforma su experiencia de sufrimiento, ligada íntimamente al redescubrimiento del silencio y a la apertura que hace a la sabiduría, como ese saborear interna, plena y gozosamente la vida tal y como es, y como se despliega ante nuestros ojos cuando nos habita el amor mayor.

Dolor y sufrimiento: aproximaciones

La complejidad de los acontecimientos que suceden cada día en el mundo pone en evidencia diversas crisis; entre ellas, la humana, en la cual se acentúa la experiencia de vulnerabilidad: vulnerabilidad vulnerada ante el dolor y el sufrimiento.

Dolor y sufrimiento son dos términos que usamos cotidianamente. La International Association for the Study of Pain (iasp) plantea como definición del dolor, “una experiencia sensorial y emocional displacentera con lesión tisular real o potencial, que es descrita en tales términos por el sujeto que lo padece” (1994). En una perspectiva que desborda a la ciencia médica, el dolor se nos presenta como una realidad donde, después de muchos esfuerzos por definir y aclarar, es un asunto que nos supera, porque implica la totalidad del ser humano; porque es verdaderamente algo que, cuando se padece, excede el universo de las palabras con las cuales podemos describir: nos resulta ininteligible, único.

Dentro de las muchas aproximaciones a este asunto, no existe hasta el momento una única definición, tampoco una perfecta distinción entre dolor y sufrimiento pues, aunque el sufrimiento es considerado como la perspectiva subjetiva del dolor, esta precisión se suele disolver ante la gran variedad de aproximaciones en las que se precisa el uso de ambos términos indistintamente. Interesa más en este escrito aproximarnos desde una mirada mucha más integradora del ser humano, enriquecida por algunas comprensiones de la filosofía y la psicología, entre otras.

Para los psiquiatras de la escuela fenomenológica,3 por ejemplo, el dolor no se puede reducir a una sensación o percepción. Éste es un sen- timiento desagradable y, por tanto, es vivido y padecido por alguien.

Para las culturas antiguas el dolor era el efecto producido en el cuerpo debido a la invasión de espíritus malignos, de demonios. Los encantamientos y los exorcismos constituían el modo usual de combatir el dolor o la enfermedad en el caso de las culturas del Egipto antiguo. Se buscaba ejercer una influencia sobre los invasores.4

Remontándonos a los tiempos de Aristóteles (1993, 162-164), el dolor era concebido como un tipo específico de emoción que tocaba al ser humano en lo más hondo de su intimidad. Incluso, como afirma Paula Arizmendi:

En la antigua Grecia ya Esquilo atestiguaba en su tragedia Agamenón esa verdad que antaño era lugar común: que el camino hacia la sabiduría tenía que pasar por la vereda del sufrimiento. No era la felicidad o el placer aquello que llevaba al conocimiento: era su contrario, el arduo camino del sufrimiento: “Porque Zeus puso a los mortales en el ca- mino del saber, cuando estableció con fuerza de ley que se adquiera la sabiduría con el sufrimiento” (Arizmendi 2015, 153-167).5

Con Descartes6 se comenzó a difundir la idea del dolor como una disfunción biológica; sin embargo, desde los estudios de Freud se afianza la dimensión afectiva del dolor. Para este autor (Freud 2018), el sufrimiento amenaza al ser humano desde tres frentes: el cuerpo, que está condenado a la descomposición y la disolución, y que no puede prescindir del dolor y la ansiedad como señales de advertencia; el mundo externo, que puede enfurecerse contra nosotros con fuerzas destructivamente abrumadoras y despiadadas; y, finalmente, de nuestras relaciones con otros seres humanos, enfatizando que éste es, quizá, más intenso que cualquier otro.

Compartimos así la idea de Ignasi Fuster (Fuster 2004, 263-277), quien compara el sufrimiento con un mal. En este sentido, García Baró escribe que el dolor “es la experiencia consciente del mal, la experiencia del mal como mal, o, en otras palabras, la experiencia del mal en su mal- dad” (2006, 47). En su comprensión, el peor mal, si se puede hablar así, es el que arrebata el sentido, y lleva al ser humano al sinsentido total; y esto hace el dolor.

Por lo anterior, en el dolor hay “un exceso de existencia” (Bárcena 2004, 65) y, seguramente, así es. Los relatos de tantos sufrientes, como el de Etty Hillesum, así lo atestiguan. Nuestra existencia está preñada de sufrimiento: en el cuerpo, en la mente, en el espíritu. Aun así, el ser humano se resiste a él; buscamos por todos los medios evitarlo, construimos la vida tratando de hacerla llevadera, ligera. Incluso, para algunos creyentes, la oración se convierte en la opción para garantizar una vida sin sufrimiento o para pedir a Dios que aleje toda posibilidad de sufrimiento.

La negación del dolor como componente necesario del mundo ha tenido un tardío florecimiento en la posguerra. Son estos unos años que se señalan por una extraña mezcla de barbarie y humanitarismo; se parecen a un archipiélago en el que los islotes de los vegetarianos estuvieran situados al lado mismo de las islas de los antropófagos. Un pacifismo extremo al lado de un incremento monstruoso de los equimamientos bélicos (Jünger 2008, 3)

En estas circunstancias vale la pena preguntarse cuál es el sentido del sufrimiento, por qué en una sociedad como la nuestra, con toda clase de avances y logros científicos y técnicos, el ser humano, sin importar su nivel educativo o económico, no ha podido suprimir el sufrimiento de su vida.

Más aún, por qué pareciera que, a mayor progreso científico-técnico, subsiste una buena parte de la humanidad en condiciones de profunda carencia y sufrimiento.

Pensar el sufrimiento humano es aproximarnos a nuestra existencia y pensar desde ella. A diferencia de las aproximaciones abstractas y puramente discursivas, el sufrimiento nos confronta, nos interpela y cuestiona el sentido humano que somos y aspiramos a ser; aparece ante la enfermedad, ante la muerte: es el riesgo de la vulnerabilidad de la vida, de nuestras relaciones, y es consecuencia de lo que Marcel denomina la “negación del ser”. Esta negación se hizo evidente en la traición a lo humano debido a la guerra.

Nuestra incompletud, si así la podemos llamar, se muestra como una ansiedad infinita evidenciada en la vulnerabilidad, la cual, de modo particular, se expresa en la alteridad doliente de otro ser humano. Éste es el origen y la raíz de nuestra tarea y de nuestra esperanza en el mundo.

La experiencia del sufrimiento en la vida de Etty Hillesum

El itinerario vital de Etty está lleno de oscilaciones y cambios, de agudas crisis y momentos elevados. Ella quiere comprender y llegar al fondo de esas cúspides y de esas caídas. Por eso, en su relato se entrelazan estrechamente vivencias personales, las fuentes a las que acude, sus relaciones afectivas, la situación de los judíos, la conciencia de la guerra, su familia, etcétera. Entre las vivencias personales, aparece la conciencia de sus dolores en distintas expresiones. En otras palabras, Etty sufre, como consecuencia del dolor que ocasiona la guerra, aunque inicialmente el sufrimiento se asocia con dolencias físicas y, sobre todo, con la complejidad de sus relaciones afectivas.

En el ámbito físico, el cuerpo de Etty Hillesum es una expresión casi permanente de dolores de cabeza (Hillesum 2002, 136, 183, 253, 294, 321, 419, 434, 531),7 de estómago (Etty 2002, 78, 80, 83, 98, 103, 122, 127, 128, 136, 147, 187, 214, 253, 284, 293, 294, 321, 372, 409, 531, 533, 660.), de muelas (Hillesum 2002, 284), etcétera.

Mi cuerpo es un hogar para muchos dolores; están escondidos en cada esquina, primero sintiéndose uno y luego el siguiente. Me he reconciliado con eso, también. Y me pregunto cómo puedo trabajar tan bien e incluso concentrarme en todos mis dolores (Hillesum 2002, 284).

Aun así, para ella la relación entre el dolor físico y emocional también es muy clara:

Solía pensar que los dolores de cabeza, dolores de estómago, reumatismo y condiciones desagradables similares no eran más que físicas, pero ahora puedo ver en mí que sus principales causas son psicológicas. El cuerpo y el alma son uno en mi caso. En el momento en que algo sale mal con mi psique, algo va mal con mi cuerpo también. Es por eso que la higiene mental es tan terriblemente importante para mí. La gran ganancia de estos últimos seis meses es que me he dado cuenta de eso y que ya no culparé más a mi cuerpo (Hillesum 2002, 121).

Ante los sucesos amenazantes de la guerra, los cuales, poco a poco, ocupan un lugar central entre los temores y sufrimientos de la población, Etty se debate entre el sosiego y el temor, entre sus pensamientos que busca asimilar y su cuerpo que siente y se desintegra:

Mi mente ha asimilado todo lo que ha sucedido en estos últimos días. Hasta ahora, los rumores han sido infinitamente peores que la realidad, al menos para nosotros en Holanda, ya que en Polonia los asesinos parecen estar a punto de llorar. Pero, aunque mi mente ha llegado a un acuerdo con todo, mi cuerpo no. Se ha desintegrado en mil pedazos, y cada trozo tiene un dolor diferente (Hillesum 2002, 456).

Aparentemente, el insumo fundamental de Etty es su propia experiencia, su reflexión permanece siempre en estrecha conexión con la realidad, su única seguridad existencial.

En el transcurso de su relato describe cómo aprende poco a poco a convivir con todos sus dolores. En su vida, el sufrimiento juega un papel importante. Será tema de muchas de sus anotaciones, no tanto por el deseo de una reflexión intelectual, sino un camino para comprender su sentido a partir de una situación real en la que el dolor está presente.Y esta realidad la vive desde su casa. Su madre Rebecca es una judía rusa, cuya familia había padecido persecución; su padre Louis es un hombre reservado con un matrimonio turbulento, en medio de lo cual el fuerte carácter de su madre incide bastante.8

Al complejo clima familiar se suma la situación de la guerra, la cual constituyó para Etty una fuente de reflexión. Al preguntarse sobre oración y sufrimiento, se siente guiada a nuevos niveles de comprensión y aparece el sentido del con, del otro, del , y la importancia de la unión para fortalecer la esperanza compartida ante la inminencia de la muerte. Este paso de Etty al nivel del estuvo acompañado y animado por sus lecturas, entre ellas, de modo particular, la del poeta Rilke, a quien Gabriel Marcel, citando el estudio de Angelloz se refería con estas palabras:

Rilke --dice-- nos parece haber adoptado en este punto la doctrina teosófica: el hombre está hecho para elevarse por medio del sufrimiento a un grado superior, su existencia terrestre no representa más que un estadio en la evolución, que le conduce desde un origen misterioso hasta un desvanecimiento total [...] Por la muerte volvemos a conectar con el sufrimiento puro con vistas a una existencia ulterior (Marcel 2005, 264).

En ocasiones, cuando habla de sufrimiento parece confundida. En el transcurrir cotidiano, lo que llama sufrimiento está muy atado a su deseo afectivo-sexual, haciendo depender inicialmente su sufrimiento de las sensaciones de apego, celos, rechazo por las que atraviesa. Así, por ejemplo, cuando afirma:“y tal vez aún pueda llegar una noche en que rezaré por ti, sin pequeñas reservas ni celos” (Hillesum 2002, 443). O cuando escribe:

Quería poseerle de una manera u otra y odiaba a todas las mujeres de las que me había hablado, estaba celosa de ellas, y pensé, inconscientemente, que tal vez me tocara ahora a mí. Sin embargo, sentía que se me escapaba. En realidad, todo eran sentimientos mezquinos, en absoluto de alto nivel (Hillesum 2002, 24-25).

Por lo anterior, la evolución del sentido del sufrimiento en Etty va de la mano con la evolución de su proceso espiritual. Las incesantes preguntas que habitan su interior se conjugan con los efectos del odio que día a día se recrudecen hacia los judíos, y con la experiencia vital de su afectividad y sexualidad. Pareciera que su vida afectiva y su temperamento inciden poderosamente para recoger e integrar desde sus experiencias vividas una comprensión madura acerca del sufrimiento. La pasión como apetito poderoso, como anhelo profundo que experimenta en sus relaciones con Han, con Julius, también padece a causa de la vulnerabilidad. En otras palabras, en la fuerza, la intensidad y el ardor del encuentro erótico se vislumbran la fragilidad, las implicaciones de la exposición al otro, algo sobre lo cual no es posible mantener el control. Es en esta dirección que Richard R. Gaillardetz describe la pasión en el ámbito sexual vinculada a la vulnerabilidad:

Es este sentido de vulnerabilidad que subyace a la palabra pasión lo que deseo resaltar. En el corazón de la sexualidad humana hay un anhelo y un miedo a la vulnerabilidad. Anhelamos ser “conocidos” por otros de una manera que evite todas las máscaras y estudie las proyecciones. Sin embargo, tememos la vulnerabilidad precisamente por el riesgo de que, siendo conocidos por ella, seamos rechazados. En consecuencia, la principal tentación de todas las relaciones íntimas es evitar la vulnerabilidad en favor del control (Gaillardetz 2009, 75-89).

En el centro de la fuerza afectiva y sexual habitan el temor, la vulnerabilidad, la posibilidad del rechazo, y, por tanto, el sufrimiento. Intimidad y sufrimiento se abrazan, y en esta conciencia Etty afirma:

Sí, somos mujeres, tontas, idiotas, mujeres ilógicas, todos buscamos el Paraíso y lo Absoluto. Y, sin embargo, mi cerebro, mi cerebro capaz, me dice que no hay absolutos, que todo es relativo, infinitamente diverso y en movimiento eterno, y que es precisamente por esa razón que la vida es tan emocionante y fascinante, pero también muy dolorosa. Las mujeres queremos la eternidad en el hombre. Sí, quiero que diga: “Cariño, eres la única, y te amaré por siempre”. Sé, por supuesto, que no existe el amor eterno, pero a menos que él lo declare por mí, nada tiene significado. Y lo estúpido es que realmente no lo quiero, no lo quiero para siempre o como el único en mi vida, y aun así lo exijo. ¿Exijo el amor absoluto de los demás porque soy incapaz de darlo yo misma? Y luego siempre espero el mismo nivel de intensidad, cuando sé por mi propia experiencia que no puede durar. Y vuelo tan pronto como noto que el otro se está volviendo tibio. Eso es un complejo de inferioridad, por supuesto, algo así como: si no puedo inspirarlo lo suficiente como para estar ardiendo por mí en todo momento, entonces prefiero no tener nada en absoluto. Y es tan condenadamente ilógico, que debo deshacerme de eso. Después de todo, no sabría qué hacer si alguien realmente estuviera ardiendo por mí todo el día. Me molestaría y aburriría y me haría sentir atada. Oh, Etty, ¡Etty! Ayer por la noche, él dijo: “Creo que soy para ti el paso previo hacia un amor verdaderamente grande” (Hillesum 2002, 105).

En este relato, Etty representa un modo en que el yo expuesto al otro sufre y, en ocasiones, cede y provoca que el sujeto claudique, renuncie y se derrumbe. Sin embargo, sus constantes reflexiones y preguntas, ese volver sobre sus actos y poder nutrir su existencia desde la progresiva lucidez que le fue brindando el descubrimiento del silencio, impide que sucumba.

Por tal razón, Etty no deja ningún detalle de su vida fuera del proceso en que se ha propuesto trabajar, por eso también su experiencia sexual va de la mano con una espiritualidad que se fortalece y se afianza, desde la vulnerabilidad consciente y, por tanto, de un sufrimiento colmado progresivamente de sentido.

De modo que su conciencia y curiosidad de mujer, la lucidez intelectual, el desarrollo espiritual y el sufrimiento real no pueden separarse. Descubre la imposibilidad de separar su vivencia personal de los acontecimientos dolorosos, de la reflexión y del crecimiento espiritual:

A veces creo que la situación ideal se logrará cuando vivo sólo objetivamente y cuando ya no tenga que sufrir por todo, sino que en mí los dos estados son inseparables. Tampoco puedo permitir que mi desarrollo intelectual evite el desarrollo espiritual: los dos deben ir de la mano, y en realidad estoy muy agradecida de que así sea. Finalmente, extraigo todo mi conocimiento objetivo de mis experiencias subjetivas y quizás ésa es la base más sólida y confiable para el conocimiento humano, aunque también es la más “dolorosa” (Hillesum 2002, 118).

Para Etty, el sufrimiento adquiere rasgos propios, que se van dibujando en su propia experiencia. En su relato aparecen frases impactantes de los autores que lee,9 sin embargo, al comienzo ella misma se descubre aún inconsistente, en ausencia de comprensión de la complejidad del sufrimiento:

Y no hagas sufrir a los demás sólo porque te encuentres sufriendo: ¡no seas tan pequeña e infantil! […] Oculté mi cabeza entre sus rodillas y luego lo arrastré al suelo, su cuerpo sobre el mío: para ser honesta, simplemente “carente de gusto”. […] No, mi pequeña niña, escribes hermosos pasajes sobre “paciencia” en Rilke, pero aún tienes que ponerlo en práctica, ¿puedes oírme? Debes vivirlo, de lo contrario no servirá de nada (Hillesum 2002, 266-267).

Su comprensión va creciendo progresivamente. El sufrimiento, esa realidad ineludible, está muy lejos de parecerse a la búsqueda del látigo y del silicio (que acompañaron la experiencia espiritual en el mundo medieval y de la modernidad cristiana). Se trata de aceptar lo inevitable, de afrontar en lugar de evadir.

Ayer pensé esto: hay una gran diferencia entre el placer sensual que uno siente al buscar sufrimiento y la aceptación del sufrimiento como tal. El primero es un masoquismo enfermo, el segundo, en realidad, es una aceptación saludable de la vida: ni siquiera necesitamos buscarlo, pero cuando se nos impone, no debemos tratar de evitarlo. Y se impone en cada paso, aun así, la vida es hermosa. Sufres más jugando a las escondidas con el dolor y maldiciéndolo (Hillesum 2002, 182-183).

Poco a poco su perspectiva revelará una interesante lucidez. El sufrimiento es parte de la vida, no tiene caso enfrentarse a él, aunque tampoco se trata de buscarlo. Es más, el auténtico sufrimiento conduce al ser humano a lo que ella, inspirada en las anotaciones de Spier, llama una “pasividad activa” que “consiste en aceptar y perdurar algo irrevocable, y así es como se liberan nuevas fuerzas” (Hillesum 2002, 27). Así, el sufrimiento fortalece. Etty consigue aceptar el dolor y superar el sufrimiento, reconoce que la estabilidad y la ausencia de dolor no son posibles. Esto hace emerger la conciencia del sufrimiento como lugar de progresiva madurez en la realidad de sus relaciones. Etty lo afirma: “Yo sé que, en unos años, voy a estar agradecida por todo lo que ha madurado en mí a través del sufrimiento por él, ya que es sólo gracias a él que las fuerzas creativas latentes en profundidad han comenzado a dar señales de vida" (Hillesum 2002, 370).

La experiencia se hace madura cuando Etty es capaz de integrar a su propia vida el sufrimiento real de los otros, cuando hace suyos los dolores de otros desde la fuerza que da la confianza en Dios, fruto de su experiencia espiritual, la cual ha sido para ella un camino doloroso, desafiante, de mucha disciplina y salpicado de múltiples colores, emociones y vivencias de su cotidianidad, de sus relaciones, de su particular forma de ver y acercarse a la realidad.

[…] tengo talento para experimentar todo lo que un ser humano puede experimentar, sentir y sufrir, no sólo a mi manera, sino también como a muchos otros. Los vicios más grandes no me son ajenos, pero también tengo una gran fe en Dios y un espíritu de sacrificio y amor por la humanidad. Lo experimento todo, en cuerpo y alma, amargo, sombrío y profundo dentro de mí. […] No puedo escribir, pero experimento la vida, el cuerpo y el alma, de minuto a minuto, con todos sus giros, tonos y colores. Experimento personas, y también experimento el sufrimiento de las personas. Y a partir de esa experiencia, las palabras pueden algún día esforzarse por subir a la superficie, palabras que tendré que pronunciar y que brotan de una fuente tan verdadera que seguramente encontrarán su camino. Quizás sean palabras muy torpes, pero tendrán que decirse (Hillesum 2002, 433).

En esa progresiva lucidez existencial, Etty descubre en el sufrimiento su potencial humanizador: el sufrimiento puede vivirse a la altura de la dignidad del ser humano, incluso la muerte.Todo ha de vivirse más allá de los estigmas que hayamos puesto producto de los temores que nos habitan. Así, el sufrimiento puede ser incluso una fuente de fuerza y de vida para uno, para otros. Algo que suena tan sinsentido para una sociedad líquida como la nuestra, de relaciones volátiles, en donde el sufrimiento se trata de evitar o evadir a toda costa.Y, no obstante, hoy como ayer o más que ayer:

El sufrimiento no está por debajo de la dignidad humana. Es decir: uno puede sufrir con dignidad o sin dignidad. Quiero decir: la mayoría de los occidentales no entendemos el arte del dolor, y vivimos obsesionados con mil miedos. Y la vida que la gente vive ya no es una vida real, sino hecha de miedo, resignación, amargura, odio, desesperación. […] Uno debe aceptar la muerte, incluso la más atroz, como parte de la vida (Hillesum 2002, 459).

Y esta convicción de la fuerza, fruto del sufrimiento, está en consonancia con lo que en su momento Nietzsche expresó:

Aquellos hombres que en definitiva me interesan, son a los que les deseo sufrimientos, abandono, enfermedad, malos tratos, desprecio; yo deseo, además, que no desconozcan el profundo desprecio de sí mismos, el martirio de la desconfianza de sí mismos, la miseria del vencido; y no tengo compasión de ellos, porque les deseo lo que revela el valor de un hombre: ¡que aguanten con firmeza! (Nietzsche 2018, 905).

Etty plantea el secreto oculto del sentido del dolor cuando estamos interiormente preparados.10 Este secreto consiste en la fuerza que emana cuando el sufrimiento es asumido e integrado:“e incluso del sufrimiento uno puede sacar fuerza. Debes ser consistente hasta el final. […] Y rendirse no significa resignarse o morir, sino ofrecer la pequeña ayuda que me es posible allí donde Dios me ponga” (Hillesum 2002, 477- 478). Por esta razón,“si todo este dolor no ensancha nuestros horizontes y no nos vuelve más humanos, liberándonos de las bagatelas y las cosas superfluas de esta vida, ha sido inútil” (Hillesum 2002, 502).

En síntesis, Etty vive la experiencia del sufrimiento en estrecha correspondencia con el complejo mundo de su situación familiar, sus relaciones afectivas, las preguntas que confrontan sus contradicciones personales o la amenaza inminente y real de la guerra suscitada por el odio, al ser testigo del dolor de los otros.Y es en ese escenario de sus búsquedas interiores, del deseo de conocerlo todo, de su incansable tarea de observar lo que acontece a su alrededor, de sus relaciones, de sus duelos, de sus luchas, de sus anhelos, que va tejiendo pacientemente su propia comprensión y talante frente al sufrimiento, como un asunto íntimamente ligado a la vida, necesario para aprender a vivirla a plenitud.

¿Cómo el sufrimiento puede ser fuente de sentido? Dentro de las formas culturales y paradigmáticas de relación con el sufrimiento, Bárcena menciona los modelos heroico, victimista y el estético (Bárcena 2004, 66-67). En el intento de comprender la experiencia de Etty podemos identificar en ella el modelo estético: el sufrimiento que reconstruye y renueva estéticamente la existencia. En Etty, el sufrimiento se recompone en la alegría del artista que se hace su propia imagen de la realidad y la plasma con nuevos modos que significan y resignifican continuamente la vida. Esto es muy claro en una de sus anotaciones:

Con toda la destrucción, con todo mi cansancio, sufrimiento y todo lo demás, esto es constante: mi alegría, la alegría del artista al observar las cosas y al moldearlas mentalmente en una imagen propia. Leeré con compasión las últimas expresiones en los rostros de los moribundos y los preservaré. Sufro junto con aquellos con los que ahora hablo todas las noches y que, la próxima semana, trabajarán en algún lugar olvidado de la mano de Dios, en una fábrica de municiones o Dios sabe dónde, si todavía se les permite trabajar, así que hago una nota mental de cada pequeño gesto, cada enunciado, cada expresión facial, y lo hago con desapego casi frío. Abordo las cosas como un artista y espero que más tarde, cuando sienta la necesidad de contar todo, tenga el talento necesario para hacerlo (Hillesum 2002, 478).

Toda su experiencia es recogida de forma breve en este descubrimiento central: “En última instancia, lo que más importa es soportar el dolor, enfrentarlo y mantener intacto un pequeño rincón del alma, pase lo que pase” (Hillesum 2002, 483).

Pero quizá, el mayor hallazgo en medio del sufrimiento sea descubrir que más allá de la razón que llamamos occidental existen otros motivos que ésta no comprende, que se establecen en medio del pensar, pero se afianzan en el vivir y experimentar en el orden sapiencial. Etty relata su experiencia con el sufrimiento y la de tantos otros. A pesar de su mente inquieta, no se desgasta en consideraciones teóricas; más bien acoge y abraza el sufrimiento, gesto en el cual descubre transformación y horizontes de sabiduría. Es otra gran intuición de esta mujer que expresa en una de sus cartas en diciembre de 1942:

El sufrimiento humano que hemos visto durante los últimos seis meses, y que aún vemos a diario, es más de lo que se puede esperar que todos comprendan en medio año. No es de extrañar que todos los días escuchamos en todos los tonos de voz: “No queremos pensar, no queremos sentir, queremos olvidarnos lo antes posible”. Me parece que éste es un peligro muy grande. Es cierto que aquí suceden cosas que en el pasado nuestra razón no habría considerado posible. Pero quizás tengamos facultades distintas de la razón en nosotros, facultades que en el pasado no sabíamos que teníamos, pero que poseen la capacidad de lidiar con lo incomprensible. Creo que, para cada evento, el hombre tiene una facultad que lo ayuda a manejarlo (Hillesum 2002, 579).

Para Etty, el sufrimiento es un escenario de aprendizaje. De modo que aceptar lo aparentemente inaceptable le genera una enorme ganancia: la capacidad de asumir el dolor y el sufrimiento de una forma que se aleja de todo masoquismo y que le produce un ensanchamiento interior muy profundo que, a su vez, la moviliza hacia los otros desbordada por el sentimiento de responsabilidad y generosidad. De esta manera, el sentido del sufrimiento para Etty consiste justamente en asumir para transformar, en sentir de un modo particular que la llevará al despertar de los sentidos interiores y dar el paso de integración del amor eros en el amor ágape.

El silencio como parte de la vida

El silencio (del latín silentium, del verbo silere y significa estar callado, callar), un gran ausente de nuestro tiempo y, a la vez, el tesoro buscado por muchos en su deseo de hallar sosiego y sentido. Es el tesoro de los místicos, los poetas y los artistas.

Hay silencios cómplices; silencios de terror, de muerte; silencios de oscuridad y sin sentido; silencios de dolor sin nombre; silencios que requieren recomprenderse, descubrir su victoria en la derrota.

Manuel López habla de la necesidad de depurar el silencio (López 2007, 63-67), y seguramente así es. En la vida nos encontramos con varios tipos de él, incluso lo experimentamos: hay un silencio durante la angustia, que nos comprime en momentos difíciles. Ese silencio que no sabe decirse porque está como bloqueado por aquello que desgarra al ser humano por dentro, porque parece no encontrar el modo y el momento de romperse y convertirse en palabra, en llanto, en queja, en grito o en abrazo. Hay también un silencio provocado por la indiferencia o la insensibilidad que decimos odiar, pero que conservamos como una defensa, bajo la pretensión de evitar el sufrimiento; es un silencio que corroe y destroza por dentro. Existe el silencio de la impotencia, del miedo paralizante, que bloquea nuestras relaciones; el silencio que se resigna y oprime las palabras bajo la amenaza, la duda, la desconfianza, el terror. Estos silencios no facilitan el crecimiento, no posibilitan el acceso al ser.

En ocasiones, el silencio juega con la palabra y en ese juego se descubre su valor:

Luego, un erudito avanza y dice: háblanos entonces de la Palabra. A lo que él responde, diciendo: ustedes hablan cuando no quieren escuchar el rumor de los pensamientos que les atormentan. Cuando no logran refugiarse en la soledad de su corazón, se ponen por entero en sus labios, y las palabras que pronuncian no son sino divertidos pasatiempos, pues, casi todo lo que dicen son palabras vacías. Como un pájaro en el cielo, el pensamiento puede abrir sus alas en la jaula de las palabras, pero no encontrar allí su vuelo. Algunos de entre ustedes, sin darse cuenta y sin pensar, por lo tanto, revelan verdades que incluso ni ustedes mismos comprenden. Y finalmente hay quienes, poseyendo la verdad interior, sin premeditación y a pesar de ellos mismos, hasta sin palabras, la revelan, pues en lo más profundo de ellos mismos experimentan el puro y silencioso ritmo del espíritu. Cuando encuentren un amigo en la calle o en la plaza del mercado, dejen que el espíritu que está en ustedes anime el lenguaje que ustedes articularán. Deja que la voz en tu voz hable al oído en su oído. Pues en su alma quedará inscrita, por siempre, la sinceridad de tu corazón, como el sabor del vino es recordado después de haber ya olvidado el color, cuando nada queda (Gibrán 2009, 58).

Dejar habitar el silencio parece ser la consigna del profeta, de modo que es el silencio expresivo del ser, aquél en el que la palabra necesita ausentarse porque está de más. En este punto conviene plantear la relación estrecha entre lo que Santiago Guerra (2006, 53) llama el silencio psicológico, el silencio como realidad teologal y el silencio espiritual. El silencio psicológico se refiere a ese estrecho recinto interior que recoge la conciencia, la mente, la voluntad en la raíz del alma humana. El silencio teologal hace inseparable la experiencia del escondrijo interior del alma y Dios. El silencio espiritual es aquel que busca hacerse camino para la experiencia profunda de Dios.

El silencio requiere unas mínimas condiciones para surgir; entre ellas, la experiencia y aceptación consciente de la propia vulnerabilidad: esa especie de fisura existencial, ese pequeño espacio de luz que se cuela por la herida abierta, espacio que nos recuerda que el control absoluto se nos escapa de las manos y nos introduce en el umbral del otro, del tú, del nosotros.

¿Cómo acercarnos al silencio? El silencio es un no decir, una no palabra original y originante. El silencio es ausencia colmada de presencia, es vacío de vacío, es la calma, es la paz que habita el alma cuando la vida se pronuncia plenamente. El silencio es pensamiento mudo que contempla extasiado la belleza de la Vida. El silencio es contenerse para dar lugar a la expresión, el modo, la palabra del hermano. Es un paréntesis, una pausa, un momento de lucidez genuina, que abre infinidad de horizontes, posibilidades, caminos que humanizan.

La experiencia del silencio en la vida de Etty Hillesum

Y en toda la existencia nutrida de Etty, qué lugar ocupaba el silencio y de qué modo éste y el sufrimiento se entrelazan.

El encuentro de Etty con el silencio se da gradualmente, en medio de su confusión por los sentimientos encontrados, en la conciencia de su caos interior. En este proceso se siente conducida por el partero de su alma, bajo la fuerza de una atracción física que la desborda.11 En el silencio que fue descubriendo Etty también tuvo un papel central la experiencia de la guerra, su realidad de exclusión, de odio, de sufrimiento profundo y de muerte.

La disciplina diaria que fue consolidándose y que desarrolla en su diario comenzó con el deseo de escucharse. Había muchas voces resonando, pero ella intuía una en especial que anhelaba escuchar, y curiosamente todo inicia “en el suelo”, inclinando la cabeza, en un ejercicio que al comienzo no resulta productivo:

Así que me retiré a la esquina más alejada de mi pequeña habitación, me senté en el suelo, me metí entre dos paredes, incliné mi cabeza. Sí. Y estaba allí. Absolutamente quieta, contemplando mi ombligo por así decirlo, esperando piadosamente, si las nuevas energías querían burbujear en mí. Mi corazón estaba una vez más congelado y no fluía; todos los canales estaban bloqueados y mi cerebro estaba atorado como una pesada tuerca. Y cuando estaba allí sentada, esperaba que algo comenzara a fluir dentro de mí (Hillesum 2002, 92).

Y con el esfuerzo de este ejercicio que se hizo cotidiano, Etty se va encontrando con la fuerza de atracción del silencio y descubre el riesgo de la palabra, su peligro y vacuidad. Cuando la palabra se reduce a instrumento se utiliza y se ignora que toda palabra es fruto del silencio y conduce al silencio:

A veces siento que cada palabra que se habla y cada gesto que se hace simplemente sirven para exacerbar los malentendidos. Entonces, lo que realmente me gustaría es escapar a un gran silencio e imponer ese silencio a todos los demás. Sí, cada palabra puede agravar el malen- tendido en este mundo demasiado concurrido (Hillesum 2002, 131).

Sin dejar por fuera ninguna de sus experiencias vitales, Etty, una mujer apasionada, encuentra en sus variaciones afectivas un ansia de eterna y estable unión que sabe que no existe y que más bien se parece a la muerte, en su vacío y su silencio.

Anoche no lo amaba. La noche anterior lo amaba muchísimo. Siempre algo diferente. Yo quiero algo firme. “Nada sino el cambio es eterno”. A veces lo olvido y busco un punto de referencia. Pero ninguno existe. Sólo en la muerte. Y eso probablemente explica todo este anhelo por la muerte, el vacío, la bóveda protectora de ese gran silencio. Y ahora vas a trabajar, maldita sea (Hillesum 2002, 133).

Su lucha interior la conduce a la experiencia de pequeños momentos de quietud sobre los que ella misma se reprocha, al no permitir que ésta se desarrolle en toda su extensión, que sea su estado natural de vida. Reconoce con lucidez que la quietud, ese silencio que busca, pasa por el sobresalto interior, la inquietud, la lucha, el desasosiego, en últimas, el sufrimiento:

Esta mañana es toda mía. Y ahora que me he hecho sentar tranquilamente, sola con este libro de ejercicios, puedo ver lo duro que todavía es, cuánto uno está gobernado por la inquietud y la impaciencia. Siempre la misma vieja excusa: no tengo el tiempo, estoy demasiado ocupada. Pero todo se reduce a la propia inquietud. No permitir que la quietud se desarrolle en toda su extensión, sino estar satisfecho con esos momentos demasiado breves de paz e introspección que se tejen cada vez más en mi vida cotidiana. Pero por pura impaciencia todavía tropiezo con los pequeños intervalos de quietud, estoy demasiado satisfecha, con facilidad me engaño al pensar que me estoy “escuchando” a mí misma. […] Uno tiene que ser sacudido desde el propio centro a un estado de inquietud una y otra vez para recuperar una paz mayor una vez más. Uno nunca debe estar demasiado seguro de nada, porque entonces todo el crecimiento se detiene (Hillesum 2002, 245-246)

La recurrencia de la necesidad de quietud la acompaña: “Sin embargo, he logrado mucho. Una vez más, recorrí los límites de mi reino interior, volví a vivir en silencio, no del todo silencioso, y me di cuenta de lo mucho que necesitaba eso” (Hillesum 2002, 249).

Y hay un hallazgo muy interesante, el silencio no sólo se encuentra en los momentos en que se retira en soledad, el silencio ya habita, ya está en medio del bullicio, la compañía, el estudio, las preguntas. Es un arte, el arte de encontrar la fuente desde la que interiormente se nutre cada momento de la vida:

[…] a pesar de la gran cantidad de personas, las muchas preguntas, los estudios variados, uno siempre debe tener un gran silencio dentro de uno, un silencio en el que uno siempre puede retirarse, incluso en medio de todo el ajetreo y el bullicio y en medio de las más animadas conversaciones. Uno siempre debe seguir tomando fuerza fresca desde su interior (Hillesum 2002, 310).

Desde la fuerte influencia de Rilke en su vida, Etty extrae la necesidad de encontrarse, descubrirse a la escucha permanente de la experiencia de sí, ese secreto y silencioso espacio interior debe permanecer incluso en medio del mayor bullicio de la vida:

Ése es mi gran anhelo también. Debemos llevar nuestra experiencia dentro de nosotros, colocarla en el centro de un espacio tranquilo dentro de nosotros y escucharla allí. Eso es algo que no puedes hacer si prestas demasiada atención al entusiasmo que asalta a tu pobre yo desde fuera. Estar solo. Quietud. No importa cuánta gente bulliciosa haya en ti. ¡Sin vanidad (Hillesum 2002, 336).

Por eso su deseo de escribir solamente aquellas palabras:

[…] naturalmente entretejidas en un gran silencio, no aquellas que simplemente sirven para ahogar el silencio y separarlo. Simplemente deberían enfatizar el silencio. […] Las pocas grandes cosas que importan en la vida se pueden decir en pocas palabras. Odio la acumulación de palabras. Si alguna vez escribiera, pero, ¿qué? Me gustaría referirme brevemente a un fondo sin palabras. Para describir el silencio y la quietud y para inspirarlos. Lo que importa es la relación correcta entre las palabras y la falta de palabras, la falta de palabras en la que sucede mucho más que en todas las palabras que se pueden unir. Y el fondo sin palabras de cada cuento, o lo que sea, debe tener un matiz distinto y un contenido discreto, al igual que las impresiones japonesas. No es un silencio vago e incomprensible, porque el silencio también debe tener contornos y forma. Todo lo que las palabras deberían hacer es prestar la forma y los contornos del silencio. Cada palabra es como un pequeño hito: una ligera elevación en el suelo junto a un camino pla- no e interminable a través de amplias llanuras (Hillesum 2002, 394).

Este deseo de Etty en relación con las palabras está muy en relación con aquella glosa de Panikkar: “El silencio es uno. Las palabras son muchas” (Panikkar 2015, 275). En el fondo, es la búsqueda de lo que este autor llama “el espíritu en la palabra”, o la primacía del mito sobre el logos, o la inocencia del que no tiene nada que decir, porque todo ya está dicho. “Y toda calla. Sin embargo, en el vasto silencio hay un nuevo principio, una señal y un cambio” (María Rilke 2003).

Para Etty el aprendizaje sobre el sufrimiento y el silencio es una tarea diaria en la que se entremezclan el bullicio, la angustia, la esperanza, la inquietud, el gozo, la palabra, la ausencia, el rechazo, también el abrazo. Sufrimiento y silencio se entrelazan. El sufrimiento se hace camino hacia el silencio. El silencio se nutre de conciencia y aceptación de aquello que nos desgarra y conmueve las entrañas. Lo inevitable del dolor y la violencia provocada por el odio se transforma. Surge el artista que describe, colorea de esperanza lo que carece de todo sentido humano. El silencio se hace elocuente y lúcido bajo el pincel y la pluma de aquél o aquélla a quien el sufrimiento no amedrenta, porque pacientemente se ha labrado la certeza gozosa de un amor mayor en su corazón, en su mente, en su cuerpo. Sensación de abrazo de infinito que colma, que calma y que anima en la tarea incansable de ser mano que estrecha, presencia silente para el otro, el que sufre y padece a nuestro lado, aquí y en las fronteras, en las mil y más guerras que se siguen librando cada día en tantos rincones de nuestro único mundo.

La sabiduría o atrapar el sabor de las cosas

Decir sabiduría hoy, no resulta comprensible del mismo modo para todos. En este mundo, tan saturado de modelos de vida que se sostienen en la complejidad técnica, el lujo, la riqueza, el confort, el rigor académico, el poder, etcétera, las comprensiones acerca de la sabiduría son muy diversas: desde quienes creen que consiste en hacer bien las cosas, o en saber resolver problemas de la vida y la convivencia humana, o llegar a poseer una personalidad madura e integrada (en algunas corrientes de la psicología), hasta quienes consideran que la sabiduría consiste en el conocimiento profundo de la realidad (perspectiva filosófica), o en el conocimiento de Dios (perspectiva teológica).

Según Panikkar (2015, 473), el término alemán weisheit (sabiduría) está ligado desde la etimología con los términos vida y visión. Según esto, es sabio quien sabe vivir y sabe ver. El recorrido por la etimología griega (sophia) y latina (sapientia), y por algunos pensadores, da cuenta de una comprensión de sabiduría como experiencia, habilidad, pensar de modo prudente, decir la verdad, escuchar la naturaleza, pensar en el todo, incluso San Buenaventura relacionó el término latino con sabor, saborear y degustar.

En razón de lo anterior, hoy de nuevo surge la inquietud por la razón de ser del quehacer filosófico, se busca recuperar la inicial estrecha relación entre el filosofar y la vida del sabio. Será también por ello que, aunque se siga profundizando en la razón bajo múltiples denominaciones (razón instrumental, razón crítica, razón práctica, razón ilustrada, comunicativa, etcétera), la búsqueda del ser humano regresa siempre a su fuente original, superar las barreras del conocimiento y hallar a través de un movimiento experiencial ese modo de conocer emanado del hecho de convertirnos en observadores y oyentes atentos de la vida, comenzando por la propia. Es filosofía perenne.

Aproximarnos a la sabiduría —al menos a una primera reflexión en estas páginas— es descubrir que no es posible ignorar que desde que el ser humano vive sobre la tierra se las ha ingeniado para rescatar los tesoros que mueven y dan sentido a la existencia. Es tal el impulso que lleva por dentro cada ser humano que en el transcurso de la historia no se ha podido ignorar su búsqueda. En todas las culturas de oriente y de occidente, del norte y del sur prevalecen en la memoria, en la celebración, en los grandes libros orientadores, las claves, los signos y algunos de los hallazgos propios del camino de la búsqueda de la sabiduría. En cada gran cultura y cada religión se preservan y se enseñan los tesoros de los sabios, de aquellos que, reconociendo en sí mismos el anhelo de un equilibrio mayor, han conseguido conectar con ese hilo que, desde el interior más íntimo de mí, del otro, del nosotros, provee la esperanza, el sentido de la vida, de los otros. El sabio recupera la conciencia de nuestro ser encarnado, la contingencia que a la vez nos habla de infinito, la riqueza inmensa del saber del no saber, y la invitación a vivir a plena conciencia y gozo cada minuto de la vida.

A la luz de lo anterior, la sabiduría integra la experiencia de nuestra existencia junto a la necesidad y el deseo del saber que, al lado de dicha experiencia, se convierte en sabor. La sabiduría se comprende sólo en esta relación existencia-amor y conocimiento-saber-sabor. Es una experiencia integral y a la vez integradora que da sentido a la vida.

“Quedeme no sabiendo, toda ciencia trascendiendo”12

Estas palabras de Juan de la Cruz sirven para dar un marco a la fase final de nuestra reflexión. El camino de Etty Hillesum, poblado de experiencias, de preguntas, de dolores, de libros, de abrazos, de confusión y de anhelos, es un camino en la sabiduría, si entendemos la sabiduría “como actitud de fondo que depende de nuestra propia transparencia, de la autenticidad de nuestra vida. La sabiduría es armonía personal con la rea- lidad, unión con el Ser, el Dao, el Cielo, Dios, la Nada…” (Panikkar 2015, 477).

En el proceso de reflexión, sobre sufrimiento y silencio en Etty Hillesum, hemos logrado establecer que el sufrimiento, como conciencia de una ausencia, como sensación de que algo falta, como necesidad profunda de alivio, en cuanto se hizo en ella experiencia consciente que acepta “aquello que hace falta”, representa una evolución hacia el crecimiento espiritual, madurez afectiva, sentido de alteridad. El camino en la experiencia de sufrimiento la condujo al silencio, que en perspectiva espiritual es disponibilidad, pureza de corazón, fruto del desasimiento.13

Desde las primeras páginas de su diario, Etty es consciente de la necesidad de “olvidarse de sí”, y de la lucha interior que esto supone, por ello afirma: “Todo debe ser más natural y simple: yo misma debo desaparecer por completo”. […] el olvido de sí se convirtió desde el comienzo en un firme propósito y deseo. Al final de su diario, llega incluso a ver la necesidad de olvidar aquellas palabras que han viciado su sentido. Ésa es la finalidad del “olvido de sí”, volver a los orígenes, a lo sencillo y simple para recuperar el ser auténtico que somos (Navarro 2017, 85).

Al comienzo, Etty se refirió a la sabiduría como un conocimiento por conquistar, esa sabiduría sublime de siglos que reposa en los libros.También escribió sobre el deseo de sumergirse en la sabiduría de las edades que la conduciría al fondo de sí misma.

A veces anhelo una celda de convento, con la sabiduría sublime de siglos establecidos en estanterías a lo largo de la pared y una vista a través de los campos de maíz —debe haber maizales y deben agitarse con la brisa— y allí me sumergiría en la sabiduría de las edades y en mí misma. Entonces quizás pueda encontrar la paz y la claridad.14

Motivada por sus lecturas, el acompañamiento de Julios Spier y su interés personal, llegó a descubrir su intención de poder detrás de la búsqueda de conocimiento y pide a Dios sabiduría:

El conocimiento es poder, y ésa es probablemente la razón por la que acumulo conocimiento, por el deseo de ser importante. Realmente no lo sé, pero, Señor, dame sabiduría, no conocimiento. O más bien, el conocimiento que conduce a la sabiduría y la verdadera felicidad y no al tipo que conduce al poder. Un poco de paz, mucha bondad y un poco de sabiduría: cada vez que tengo esto dentro de mí, siento que lo estoy haciendo bien (Hillesum 2002, 95).

Y esa sensación de que la sabiduría habita su interior y clama una salida15 confirma muy bien la descripción de Panikkar acerca de este concepto:

El hombre está habitado, transido hubiera preferido decir, por una doble fuerza, por un dinamismo centrífugo que lo impulsa hacia el exterior atraído por la Belleza que brilla desde fuera, y por un dinamismo centrípeto que lo impulsa hacia el interior aspirado por la Verdad que ha de descubrir en sí mismo. Dejarse llevar sólo por el primer impulso es frivolidad, cuando no concupiscencia, y sólo por el segundo es egoísmo, cuando no soberbia. La sabiduría es la armonía entre la atracción de la Belleza y la aspiración a la Verdad. En el centro se encuentra el Bien que es bello y vero al mismo tiempo —como ya descubrieron los griegos— (Panikkar 2015, 121).

Conclusión

Cuando la guerra y el conflicto difunden desolación y angustia, se hacen evidentes los rasgos más oscuros del ser humano y crece la sensación de desolación y desesperanza. El peso del sufrimiento tiende a derrumbar la confianza de muchos hombres y mujeres, y los conduce hacia el sinsentido. Sin embargo, en el corazón de Etty, el sufrimiento se transforma amparado en la fuerza del silencio para mantener a toda costa la apuesta por lo humano.

Hay una especie de lamentación y bondad amorosa, así como un poco de sabiduría en algún lugar dentro de mí que clama por ser liberada. A veces, varios diálogos diferentes me atraviesan al mismo tiempo, imágenes y figuras, estados de ánimo, un destello repentino de algo que debe ser mi propia verdad. Amor por los seres humanos por el que se debe luchar arduamente. No a través de la política o una fiesta, sino en mí mismo. Todavía hay mucha vergüenza falsa de la que deshacerse. Y ahí está Dios. La chica que no podía arrodillarse, pero aprendió a hacerlo en la tosca alfombra de coco en un baño desordenado. Tales cosas a menudo son más íntimas incluso que el sexo. La historia de la niña que aprendió a arrodillarse gradualmente es algo que me encantaría escribir de la manera más completa posible (Hillesum 2002, 148)

El mundo interior y el mundo exterior, con todos sus movimientos y ruidos, fue el escenario de las preguntas existenciales que interpelaron a

El mundo interior y el mundo exterior, con todos sus movimientos y ruidos, fue el escenario de las preguntas existenciales que interpelaron a Etty durante su vida. Su solución no fue huir, tampoco victimizarse, su opción fue vivir en continuo aprendizaje, sin evadir los sucesos, aun los más dolorosos y difíciles. ¿Cómo ocurrió esto? El camino fue el paciente aprendizaje del silencio, en ello sucedió una transformación, una metanoia, en la que su cotidianidad y su futuro inevitable se convirtieron en su tesoro, en el lugar de la manifestación del don de ser, ser ella misma. Así, su experiencia consciente de sufrimiento, junto a su progresiva comprensión de la profundidad del silencio como ese no lugar de la ausencia y del sentido, hicieron posible la apertura y disposición a la armonía de una sabiduría, ciencia del no saber que va poblando su interior, que la invita a salir de sí, a desear desenterrar a Dios de los corazones, a ayudar a Dios, a ser bálsamo sobre tantas heridas.

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Notas

1 Doctora en Teología y magister en Educación de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá, Colombia. Profesora de la facultad de Teología de la misma universidad desde 1991. Profesora de Teología Espiritual en el Instituto Carmelitano de Espiritualidad desde 2016. Directora de la Fundación Etty Hillesum desde su constitución en 2013. Correo electrónico: rosana.navarro@javeriana.edu.co.
2 Actualmente la versión completa de su obra en español está en proceso de traducción.
3 Esta comprensión se puede ampliar en el artículo Pedro Marina González. “Psiquiatría y dolor crónico”. Revista Psicosomática y psiquiatría 1: 70-80, 2017.
4 Cfr. María Mejía, Vanessa Díaz y Manuel Paulo. “El Médico ante el dolor humano.” Revista venezolana de Sociología y Antropología v. 15, núm. 42: 88-103, 2005.
5 La autora cita a Esquilo. Tragedias. Madrid: Gredos: 380, 1986.
6 Descartes, citado por Francisco López-Muñoz y Cecilio Álamo. “El tratado del hombre: interpretación cartesiana de la neurofisiología del dolor.” Revista Asclepio 52: 239-267, 2000.
7 Traducción propia.
8 Como cuando Etty comenta: “Mischa me anunció la llegada de papá para el sábado por la noche. La primera reacción fue: es terrible. Mi libertad, amenazada. Qué molesto. ¿Qué puedo hacer con él? En lugar de decir: qué agradable que el buen hombre pueda escapar de su irritable esposa y de la aburrida ciudad de provincias” (Hillesum 2002, 157).
9 Transcribe una cita de Suarès, por ejemplo: “Pain is not the site of our longing but the site of our certainty […] I do not claim that we must look upon pain as perfection. Indeed, we must do all we can to rid ourselves of it. But we must be acquainted with pain. Real man is neither master of his pain, nor a fugitive from it, nor its slave: he must be pain’s redeemer.” (Hillesum 2002, 183).
10 “La causa más grande del sufrimiento en mucha de nuestra gente es su absoluta falta de preparación interior, lo que los hace renunciar mucho antes de poner un pie en un campamento. Creen que nuestro destino ya está sellado, nuestra catástrofe completa.” (Hillesum 2002, 494).
11 Junto con el deseo de una pareja estable, aunque ella misma se cuestiona al respecto.
12 Expresión de Juan de la Cruz en uno de sus poemas místicos.
13 Para Eckhart, el desasimiento es la máxima virtud que el ser humano ha de cultivar, como completo abandono de sí para que el vacío dé lugar al encuentro con lo Divino (Eckhart 2018, 237-244).
14 "Sometimes I long for a convent cell, with the sublime wisdom of centuries set out on bookshelves all along the wall and a view across the cornfields–there must be cornfields and they must wave in the breeze– and there I would immerse myself in the wisdom of the ages and in myself. Then I might perhaps find peace and clarity” (Hillesum 2002, 71).
15 “There is a sort of lamentation and loving-kindness as well as a little wisdom somewhere inside me that cry to be let out” (Hillesum 2002, 148).
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