Dossier
LA PROMOCIÓN INTEGRAL Y CREATIVA DE LA DIVERSIDAD COMO REQUISITO PREVIO PARA LA CONSTRUCCIÓN DE LA UNIDAD
LA PROMOCIÓN INTEGRAL Y CREATIVA DE LA DIVERSIDAD COMO REQUISITO PREVIO PARA LA CONSTRUCCIÓN DE LA UNIDAD
Revista Iberoamericana de Teología, vol. XIX, núm. 36, pp. 75-104, 2023
Universidad Iberoamericana, Ciudad de México

Recepción: 28 Febrero 2022
Aprobación: 29 Agosto 2022
Resumen: Durante muchos siglos, la Iglesia católica se ha preocupado por promover la unidad, no solo dentro, sino fuera de ella. El Papa y los obispos juegan un rol muy importante en esta promoción, y de hecho una de sus funciones es la de ser garantes de la unidad tanto dentro de las Iglesias locales como en la Iglesia universal. Desgraciadamente, esto ha ido en detrimento del incentivo a la diversidad. Si esta diversidad no es plenamente respetada y debidamente fomentada, es imposible alcanzar una verdadera unidad. El reconocimiento de la diversidad es fundamental dentro de la evangelización eclesial —asumiendo que la diversidad no rompe con la unidad esencial de la Iglesia—, pues el mundo es cada vez más diverso, y las pluralidades en todas las dimensiones están reclamando su derecho a la existencia.
Palabras clave: Unidad, diversidad, promoción, identidad, sueño, creatividad, integral.
Abstract: During centuries, the Catholic Church has been concerned with promoting unity, not only inside her widespread communities, but in the whole world. The Pope and the bishops have played an essential role to encourage this necessary unity, and in fact one of their main functions consists in being a guarantee of this unity, not only within the local churches, but also in the entire Catholic Church. Unfortunately, that has gone in detriment of stimulating diversity. When this diversity is not fully respected and duly valued—assuming that this diversity doesn’t break the essential unity of the Church—, it is impossible to reach a true unity. The promotion of plurality is essential in the path of the church evangelization, inasmuch as our world is even more diverse, and pluralities in all dimensions claim their right to their existence.
Keywords: unity, diversity, promotion, identity, dream, creativity, integral.
LA PROMOCIÓN INTEGRAL Y CREATIVA DE LA DIVERSIDAD COMO REQUISITO PREVIO PARA LA CONSTRUCCIÓN DE LA UNIDAD
THE CREATIVE AND INTEGRAL PROMOTION OF DIVERSITY AS A PREVIOUS REQUIREMENT TO BUILD UP UNITY
José Sánchez Zariñana*.
Universidad Iberoamericana Ciudad de México hjose.sanchez@ibero.mx
Fecha de recepción: 28 de febrero 2022 | Fecha de aceptación: 29 de agosto 2022
RESUMEN
Durante muchos siglos, la Iglesia católica se ha preocupado por promover la unidad, no solo dentro, sino fuera de ella. El Papa y los obispos juegan un rol muy importante en esta promoción, y de hecho una de sus funciones es la de ser garantes de la unidad tanto dentro de las Iglesias locales como en la Iglesia universal. Desgraciadamente, esto ha ido en detrimento del incentivo a la diversidad. Si esta diversidad no es plenamente respetada y debidamente fomentada, es imposible alcanzar una verdadera unidad. El reconocimiento de la diversidad es fundamental dentro de la evangelización eclesial —asumiendo que la diversidad no rompe con la unidad esencial de la Iglesia—, pues el mundo es cada vez más diverso, y las pluralidades en todas las dimensiones están reclamando su derecho a la existencia.
Palabras claves: unidad, diversidad, promoción, identidad, sueño, creatividad, integral.
ABSTRACT
During centuries, the Catholic Church has been concerned with promoting unity, not only inside her widespread communities, but in the whole world. The Pope and the bishops have played an essential role to encourage this necessary unity, and in fact one of their main functions consists in being a guarantee of this unity, not only within the local churches, but also in the entire Catholic Church. Unfortunately, that has gone in detriment of stimulating diversity. When this diversity is not fully respected and duly valued—assuming that this diversity doesn’t break the essential unity of the Church—, it is impossible to reach a true unity. The promotion of plurality is essential in the path of the church evangelization, inasmuch as our world is even more diverse, and pluralities in all dimensions claim their right to their existence.
Keywords: unity, diversity, promotion, identity, dream, creativity, integral.
La Iglesia católica ha promovido desde tiempos inmemorables la unidad, no solo entre los miembros que la integran, sino en la humanidad misma. La aspiración a la unidad ha sido entendida por la Iglesia como un mandato de su Señor de diferentes maneras en el Nuevo Testamento: como una invitación a la unidad (“Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado”, Jn 17, 21); como un reconocimiento de la unidad en medio de la multiplicidad (“Como el cuerpo, que siendo uno, tiene muchos miembros, y los miembros, siendo muchos, forman un solo cuerpo, así también Cristo”, 1 Cor 12, 12); como el plan de Dios de integrar toda la creación en Cristo Jesús (“En él decidió Dios que residiera la plenitud; por medio de él quiso reconciliar consigo todo lo que existe”, Col 1, 19). Incluso la Iglesia tiene la unidad como una de sus notas o dimensiones características[1].
Y la Iglesia ha comprendido que su misión es promover la unidad entre los seres humanos y la unidad de ellos con Dios y con la creación. Así lo indica, por ejemplo, la Constitución sobre la Iglesia Lumen Gentium, la cual afirma que la Iglesia “es en Cristo como un sacramento o señal e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano” (Lumen Gentium, 1964, 1). Pero, como podemos ver, trabajar por esta unidad no es solo misión de la Iglesia, sino que ella ha de ser en sí misma un signo perceptible de la realización —aunque sea parcial— de dicha unidad. En esta invitación, que está íntimamente ligada a su modo de ser y a su misión universal, se siente impelida a hacer concreta dicha unidad no solo a nivel espiritual, sino en todas sus dimensiones:
Las condiciones de estos tiempos añaden a este deber de la Iglesia una mayor urgencia, para que todos los hombres, unidos íntimamente con toda clase de relaciones sociales, técnicas y culturales, consigan también la plena unidad en Cristo (LG, 1).
Si en los tiempos del Concilio Vaticano II se pensaba esa unidad fundamentalmente en las relaciones humanas de todo tipo (comunitarias, sociales, regionales, nacionales), los signos de los tiempos actuales insisten en integrar en su misión universal la necesaria reconciliación con la creación. En ese contexto, el papa Francisco retoma en su carta encíclica Laudato Si’ la problematicidad de la relación de la comunidad humana con la naturaleza. Cita, entre otros, al patriarca Bartolomé en su denuncia contra la “desfiguración y destrucción de la creación”[2] y contra las acciones de los seres humanos que destruyen la “diversidad biológica en la creación divina”[3] o que degradan la integridad de la tierra, las cuales el patriarca ecuménico califica como “un crimen contra la naturaleza” que es al mismo tiempo “un crimen contra nosotros mismos y un pecado contra Dios”.[4] En contra de esta dinámica destructiva, e inspirándose en San Francisco de Asís, el Papa apuesta por la esperanza de que podamos revertir nuestra dinámica depredadora y podamos reparar, cuidar y embellecer entre todos nuestra “casa común”:
El desafío urgente de proteger nuestra casa común incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que las cosas pueden cambiar. El Creador no nos abandona, nunca hizo marcha atrás en su proyecto de amor, no se arrepiente de habernos creado. La humanidad aún posee la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común (Laudato Si’, 2015, 13).
En la misma línea, un teólogo de la liberación que ha integrado la dimensión ecológica en su reflexión contemporánea ha sido Leonardo Boff. Crítico de una civilización occidental que contempló durante muchos siglos a la naturaleza como simple servidora del ser humano —que se consideraba rey del universo, con lo cual este quedó al juego de los intereses humanos—, estima que estamos invitados a superar el ethos expoliador que retroalimenta permanentemente la crisis ecológica y a entrar, más que en una teoría distinta, en una nueva actitud hacia este cosmos en el que estamos insertos:
No se trata tanto de una nueva doctrina cuanto de una actitud alternativa, de profunda veneración y confraternización con el universo y de compasión y ternura con todos los miembros de la comunidad cósmica y planetaria.[5]
Y así como Francisco de Asís sirve de inspiración al papa Francisco como “ejemplo por excelencia del cuidado de lo que es débil y de una ecología integral” (LS, 10)[6], el mismo santo es retomado por Boff no solo como paradigma moderno de aquel que confraterniza y se llena de compasión ante la comunidad cósmica y planetaria, sino como inspirador espiritual que servirá de “contrapunto al espíritu que produce la devastación de la Amazonía y de nuestro planeta. [7]
Si Laudato Si’ es una carta encíclica que alberga un proyecto de construcción de una casa común, el papa Francisco ha expresado más recientemente en su documento Fratelli Tutti abundantes iniciativas para que caminemos juntos —no solo como Iglesia, sino como humanidad— hacia una construcción común de la fraternidad/sororidad, proyecto naturalmente inscrito, como hemos visto, dentro del anuncio de Jesús en el Evangelio y desafío permanente para todos los hombres y mujeres en un mundo escindido por el pecado, los conflictos humanos, la diferencia de intereses y la falta de coincidencia en los proyectos individuales y sociales, los cuales una y otra vez han fallado en resolver no solo el problema de la subsistencia humana, sino la convivencia entre los seres humanos del planeta.
Sin embargo, en la promoción de la unidad a lo largo de la historia, la Iglesia católica ha pagado un precio alto: ha olvidado que, desde su gestación como comunidad de seguidores de Jesús, se movió siempre en la diversidad de concreciones en la vivencia del mensaje evangélico. El movimiento cristiano primitivo no fue en absoluto monolítico, sino muy plural, como corresponde a una realidad sumamente viva, participativa y que se desarrolla en contextos diversos y dinámicos. Muy pronto, después de los judeocristianos de Jerusalén, surgen los judeocristianos helenistas, así como las comunidades paganocristianas. El Nuevo Testamento, por otra parte, manifiesta la existencia de diversas comunidades dentro de un mismo ambiente mixto de cristianos de procedencia judía o grecohelenística. Ahí podemos distinguir, entre otras, las comunidades paulinas, las joánicas, las comunidades a las cuales se dirigen los evangelios sinópticos (mateanas, marcanas, lucanas). Además, encontramos distintos conceptos de Iglesia, complementarios entre sí, como aparecen en la Carta a los Efesios, en la Carta a los Romanos o en la Primera Carta a los Corintios. La diversidad de maneras de concebir la Iglesia se prolongó en el llamado periodo postapostólico, en la llamada era de los “Padres apostólicos” que siguió al cristianismo primitivo. Las comunidades cristianas, en medio de su diversidad, se experimentaban entre sí en una unidad muy intensa, pues se alimentaban de la Palabra, del sacramento, de la fe, la esperanza y la caridad. Eso les permitía integrar las distintas diferencias que existían entre ellas: políticas, culturales, estructurales, de género. Los Padres de la Iglesia fueron creativos en describir cómo se vivía en esas comunidades la vida eclesial, y plasmaron en imágenes, de distintas maneras, esta vivencia: la Iglesia es “esposa de Cristo”, “receptáculo de la verdad y del Espíritu (san Ireneo), “Mysterium lunae”, “Nave que surca el mar de este mundo”, “Arca de Noé”, “Barca de Pedro”, etcétera.[8] Durante el cristianismo previo a la incorporación de la Iglesia al Imperio romano, la comunidad eclesial no era para los creyentes la casa de piedra, sino la asamblea reunida en y con Cristo. Moraba en ella el Espíritu con su templo. Estaba enriquecida por la diversidad y sentía esa unidad en la diferencia.
Estas consideraciones anteriores son esenciales en la evangelización que se quiere realizar. Porque la Iglesia se encuentra con un mundo cada vez más diverso. El diálogo con lo distinto, pero sobre todo el reconocimiento del valor que aportan los otros, tanto en sus valores humanos como en sus mismos valores religiosos, es parte esencial de la evangelización actual. Ya es imposible pensar que todo el mundo será cristiano y que todos los países y culturas aceptarán a Cristo como el único mediador para la salvación. La apertura a la diversidad y a los distintos modos de encontrar la verdad será uno de los pilares de una evangelización que pueda tener sentido para nuestros contemporáneos.
Por lo anterior, aunque no se puede renunciar al trabajo por la unidad de los seres humanos —y en ello insistiremos al final de este trabajo—, la Iglesia necesita tomar conciencia de que la verdadera unidad se puede alcanzar solo si se promueve en la cotidianidad la diversidad, tanto individual como colectiva.[9]Diríamos, en otras palabras, que la diversidad es el camino, la unidad es la meta (aunque necesite al menos algunas manifestaciones parciales). Esto es lo que plantearemos en este artículo. Pero añadiremos algo importante: la promoción de la diversidad ha de ser integral y ha de ser creativa. Para la Iglesia católica, la diversidad no debe solo ser “tolerada”: debe ser realmente aceptada como una realidad, valorada en lo que aporta ya a enriquecer la faz de la tierra, y discernida, pues se han de integrar aquellos elementos que son coherentes con el Evangelio y que ayudan a la construcción de una sociedad y de una comunidad humana más plenas, integradas en una naturaleza que se respeta y valora porque es parte esencial de nuestra vida y de nuestra subsistencia como universo.
La promoción integral y creativa de cada individuo es un requisito indispensable para la construcción de la comunidad eclesial y humana
La promoción integral de los individuos
La importancia de la consideración de cada individuo para ir integrando, enriqueciendo, formando a la comunidad/sociedad/localidad podemos rescatarla de la práctica del mismo Jesús. El Nazareno anuncia la llegada del Reino y su práctica se dirige a los individuos concretos, que son mencionados en distintos tipos de dolencias, enfermedades, sufrimientos: sordomudos (Mc 7, 31-37), ciegos (Mc 8, 22-26), leprosos (Mc 1, 40-46), epilépticos (Mc 9, 14-29), paralíticos, lunáticos, endemoniados (Mt 4, 24). Para analizar la acción de Jesús, tomaremos como ejemplo al endemoniado de Gerasa (Mc 5, 1-20).
Si analizamos más de cerca este pasaje, podemos ver que la situación de este poseso es realmente lamentable:
Al desembarcar, le salió al encuentro desde un cementerio un hombre poseído por un espíritu inmundo. Habitaba en los sepulcros. Nadie podía sujetarlo, ni con cadenas; en muchas ocasiones lo habían sujetado con cadenas y grillos y él los había roto. Y nadie podía con él. Se pasaba las noches y los días en los sepulcros o por los montes, dando gritos y golpeándose con piedras (Mc 5, 1-5).
Es normal que los relatos de endemoniados causen susto, al mismo tiempo que curiosidad y morbo. Lo que muchas veces no se percibe en el relato es su condición humana. Este hombre está totalmente deshumanizado. Lo está en todos los niveles:
a) Tiene una nula autoestima personal: “golpeándose con piedras”.
b) Se encuentra “muerto en vida”: mora en los sepulcros (este hecho es mencionado tres veces), que son el lugar donde se descomponen los cadáveres y viven los muertos.[10]
c) Está aislado de la vida de los demás: vive en los montes y en los sepulcros, y de seguro los habitantes del lugar le temían: habían querido controlarlo, pero no habían podido.[11]
d) Permanece lejos de Dios. Naturalmente, si está poseído por un demonio, es difícil encontrar a alguien más alejado de Dios, enemigo de los demonios.
Sabemos que Jesús curó muchas enfermedades físicas y dio de comer a los que tenían hambre. Salvó a la mujer adúltera no solo de las consecuencias de su pecado moral (adulterio, Jn 8, 4), que era el apedreamiento, sino también del pecado mismo (“Yo tampoco te condeno. Vete, y no peques más”, Jn 8, 11). De la misma manera, salvó a un paralítico no solo de la parálisis (Mc 2, 11), sino también del origen de la parálisis, según la creencia judía: el pecado (Mc 2, 5).
La expulsión del demonio de este hombre multisufriente también es una liberación que no se limita a una liberación del pecado. De hecho, resulta ser una liberación múltiple:
a) “Vestido.” Aunque no se menciona en la situación del poseso que estuviera desnudo, el relato hace suponer que al menos estaba en harapos, lo mismo que sucede con el hijo pródigo en el evangelio de Lucas, que es vestido con las mejores ropas en señal de la devolución de su dignidad (Lc 15, 22).
b) “Y en su sano juicio.” Lo mismo que en el caso anterior, la manera de actuar del poseso mientras estaba en su situación deplorable se puede comparar a la de un demente, armado de una fuerza descomunal, incapaz de ser sujetado (comportándose como un loco “al que hay que atar”) y haciéndose daño con piedras. Hay una restitución psicológica.
c) Una vez “reconstituido física y psíquicamente”, es reconducido a su comunidad. La reacción del exposeso es de querer seguir a Jesús. Pero Jesús no se lo permite[12], y lo envía a su comunidad. El hombre es reincorporado no solo a la familia, sino a su entorno amplio (región de Decápolis). El hombre sanado será parte digna de esa comunidad: podrá presentarse sin temer el rechazo.
d) “Cuéntales todo lo que el Señor, por su misericordia, ha hecho contigo”. El hombre curado restablece su relación con Dios, de quien ha obtenido misericordia, y puede anunciar las maravillas que Dios ha hecho con él. Por otro lado, es muy probable que, dentro de la intención teológica que tiene Marcos en este envío de Jesús a su región, se esté anunciando prolépticamente la misión de Jesús a los paganos, como lo supone J. P. Meier.[13]
Podemos ver, por tanto, que la actuación de Jesús ha afectado en todas sus dimensiones al hombre poseído. Lo ha curado físicamente, psicológica y afectivamente, comunitaria y socialmente, espiritualmente. Tenemos en este geraseno un hombre nuevo en su integralidad.
Destaquemos de esta recuperación de la actuación de Jesús la relación entre individuo y comunidad. Esta atención a los miembros en particular como uno de los medios por los cuales se construye la comunidad también la podemos encontrar en las cartas paulinas. En el símil que hace Pablo de la Iglesia como el Cuerpo de Cristo, habla del cuidado que se debe tener de cada miembro del cuerpo, cuya función no solo ha de ser descubierta, sino valorada para el funcionamiento armónico del cuerpo:
El cuerpo no está compuesto de un miembro, sino de muchos. Si el pie dijera: “como no soy mano, no pertenezco al cuerpo”, no por ello dejaría de pertenecer al cuerpo […] si todo el cuerpo fuera ojo, ¿cómo oiría? Si todo fuera oído, ¿cómo olería? […] Ahora bien, los miembros son muchos, el cuerpo es uno. No puede el ojo decir a la mano: “no te necesito” […] Más aún, los miembros del cuerpo que se consideran más débiles son indispensables […] Dios organizó el cuerpo dando más honor al que menos valía (1 Cor 12, 14-15.17.20-22.24).
De este texto podemos rescatar lo que Pablo imagina como una relación armónica entre individuo y comunidad:
a) La diversidad es una realidad: ni somos iguales, ni hacemos lo mismo: “Si el pie dijera: ‘como no soy mano, no pertenezco al cuerpo’, no por ello dejaría de pertenecer al cuerpo” (1 Cor 12, 15).
b) La función de cada miembro de una comunidad es indispensable e insustituible. “Si todo el cuerpo fuera ojo, ¿cómo oiría? Si todo fuera oído, ¿cómo olería?” (1 Cor 12, 17).
c) Los miembros más débiles son los más indispensables. Contrariamente a lo que piensa la sociedad actual, una “sociedad de descarte” de los “débiles”, de los “inútiles”, Pablo llama la atención sobre el papel central que desempeñan los débiles en la composición del cuerpo (1 Cor 12, 22).
La atención de los pobres, tanto en la práctica de Jesús como en la de la Iglesia primitiva, constituía una prioridad de primer orden para la consolidación y la expansión de la Iglesia. Y ello ha implicado, por supuesto, la atención particular a cada uno de sus miembros para que, de verdad, exista la unidad (nunca perfecta, por supuesto) en el seno de las comunidades.
Sin ningún problema podemos leer en documentos oficiales conciliares, pontificios y latinoamericanos, antiguos y recientes, la preocupación por la liberación integral de los seres humanos. El papa Francisco no es la excepción. Complementemos el acento en la dimensión de integralidad de la actuación pastoral eclesial con uno de sus textos recientes. Es de llamar la atención que, para el pontífice, la fraternidad no se puede construir sin que se valore a cada persona “más allá de la cercanía física, más allá del lugar del universo donde haya nacido o donde habite” (Fratelli Tutti, 2020, 1). Para el Papa esto es extremadamente importante, al grado que repite casi literalmente esta expresión más adelante cuando afirma que, para caminar hacia la amistad social y la fraternidad universal, es necesario “percibir cuánto vale un ser humano, cuánto vale una persona, siempre y en cualquier circunstancia” (ft, 106). Podríamos decir de otro modo: no se puede afirmar la fraternidad (unidad) mientras no se afirma a cada individuo (diversidad). En el terreno colectivo (como veremos más adelante), no se puede afirmar la unidad universal mientras no se valore y se afirme la diversidad cultural, social, histórica, política, religiosa de cada pueblo o comunidad humana. Así, si bien en la teología católica se hace un llamado a guardar un equilibrio entre la unidad y la diversidad, programáticamente es necesario construir primero la diversidad, en un horizonte en que esta diversidad ha de tener la posibilidad de expresarse plenamente, de manifestar su aporte, de dejar aflorar su riqueza. Solo así podrán apreciarse sus aportes y su contribución a la humanización de las relaciones, al cuidado del planeta, al respeto a la vida, al encuentro de soluciones que permitan resolver los problemas más acuciantes de nuestro tiempo. Eso tendrá, finalmente, una repercusión universal.
La promoción creativa de la individualidad
La promoción de la diversidad no solo debe ser integral, sino creativa. El siguiente texto conciliar, Presbyterorum Ordinis, nos será muy útil para entender las implicaciones de un trabajo creativo, paciente, cercano y duradero para construir la diversidad en las personas que atendemos.
Sabemos de sobra que una de las funciones principales de los presbíteros es la construcción de la unidad de la Iglesia. En esta actividad, la eucaristía es una de las herramientas privilegiadas para que la comunidad se una en la profesión de fe del Señor que nos convoca y para que se alimente con la palabra de Dios, la comunión sacramental y el servicio mutuo, elementos indispensables para que esta congregación inspirada por el Espíritu sea una Iglesia viva. En medio de este trabajo delicado de los presbíteros, el Concilio ha precisado bien qué tipo de acompañamiento han de dar los sacerdotes a cada miembro de sus comunidades:
Escuchen con gusto a los seglares, considerando fraternalmente sus deseos y aceptando su experiencia y competencia en los diversos campos de la actividad humana, a fin de poder reconocer juntamente con ellos los signos de los tiempos. Examinando los espíritus para ver si son de Dios, descubran con el sentido de la fe los multiformes carismas de los seglares, tanto los humildes como los más elevados (Presbyterorum Ordinis, 1965, 9).
No está de más desglosar y analizar de este breve párrafo los contenidos del acompañamiento que debería dar a cada uno de los integrantes de la comunidad:
a) “Escuchar con gusto a los seglares, considerando fraternalmente sus deseos.”
La figura del pastor de la Iglesia, que habría de ser imitación del Buen Pastor que “da la vida por sus ovejas” (Jn 10, 11) es una imagen muy querida en la historia de la Iglesia, pero ha estado olvidada en el diván del cuidado pastoral para dar paso a la pedagogía de la vigilancia del “no pecar”. La consideración de los deseos, obviamente, no está ligada a simples anhelos humanos, sino a lo que san Ignacio de Loyola, en el discernimiento de los deseos que moran en nuestro interior, recupera como viniendo del buen espíritu. Estos buenos deseos nos impulsan a amar más, a servir, a entregar nuestra vida por Dios y por los demás, en el contexto de nuestra incorporación a la misión de la Iglesia.
Por otra parte, el gusto del pastor al que alude el documento no es simple disposición de acogida, sino verdadero gozo cuando el acompañante capta que Dios está inspirando al cristiano para actuar guiado por el Espíritu. Estamos hablando, entonces, de un acompañante espiritual que posee experiencia de la presencia divina en la vida humana y que, por ello, tiene una mínima sensibilidad para captar a Dios en los “santos deseos” y en los actos concretos de amor realizados por los fieles bajo la inspiración del Espíritu.
b) “Aceptando su experiencia y competencia en los diversos campos de la actividad humana.”
Un mínimo de contacto humano y social con la realidad cotidiana en la que estamos insertos podría hacernos caer en la cuenta de que los laicos y las laicas son en múltiples ocasiones más competentes que los presbíteros en muchas áreas no solo de la vida económica, empresarial, comercial, bancaria en que se desenvuelve, sino también en el área apostólica. Por ejemplo, la vida parroquial se desarrolla en distintos terrenos individuales y sociales: las relaciones humanas (los grupos parroquiales son un tejido de múltiples intercambios personales); la organización de actividades sociales (las kermeses, las rifas, la atención a los ancianos de la parroquia requieren una capacidad de gestión, realización y eficacia); la atención y el cuidado de los enfermos (sobran madres de familia, enfermeras, cuidadoras que atienden ancianos y enfermos en casa); el acompañamiento de jóvenes en dificultades (no hay madre de familia con hijos mayores que no haya lidiado con los problemas típicos de la adolescencia); la enseñanza de los niños (la catequesis requiere un arte de manejo de los niños en su conducta y en su aprendizaje); el manejo de un negocio (no hay parroquia que funcione sin dinero). Desgraciadamente, la minusvaloración histórica de los laicos en la vida de la Iglesia es un handicap del que muchos párrocos y vicarios de las diferentes diócesis no se acaban de sacudir y ha hecho que toda la experiencia y competencia de los fieles haya sido desaprovechada durante muchos siglos (y lo decimos sin exagerar). Consideramos que una de las reformas que tiene que atravesar a la Iglesia en su funcionamiento es la reorganización y descentralización de la estructura económica. Ya comienza a suceder en algunas diócesis de Estados Unidos, donde se forman grupos de laicos y laicas que colaboran fuertemente en las finanzas parroquiales y que descargan al párroco del peso de la administración. La compleja administración de parroquias con grandes ingresos y obras múltiples hacen indispensable el trabajo en equipo párrocos-religiosos/as-laicos, para responder integralmente a los desafíos que plantea la zona territorial atendida por la parroquia.[14] Esta es una de las maneras en que la experiencia laical —con la conciencia también de que toda asunción de un cargo administrativo implica riesgos— habría de ser aprovechada por la Iglesia para una mayor eficiencia y eficacia en su labor pastoral.
c) “A fin de reconocer conjuntamente los signos de los tiempos… Examinando los espíritus para ver si son de Dios.”
Como a los laicos se les ha considerado “infantes” en la Iglesia, cristianos cuya única función fue durante muchos siglos “dejarse gobernar y obedecer las directrices de sus pastores”,[15] no se les ha considerado capaces de detectar el paso de Dios en la historia y lo que Él desea para la Iglesia y la humanidad, ni se les ha adiestrado en el arte del discernimiento. Este reconocimiento de los signos de los tiempos es un desafío no solo para los laicos, sino para el mismo clero; es decir, ha de ser un discernimiento conjunto, en donde se escucha el paso del Espíritu en toda la comunidad cristiana y por cada uno de los miembros. Por otra parte, implica, además, una honda vida espiritual y un vaivén pedagógico que atestigüe la vida cristiana que se desprende de la inspiración del Evangelio y la comprensión del Evangelio que se deriva de un seguimiento fiel del Señor Jesús. Por eso, reconocer los signos de los tiempos y examinar el Espíritu que se hace sentir en ellos van íntimamente ligados, pues solo se puede reconocer la voz de Dios en los signos de los tiempos si se ha desarrollado el don del discernimiento, y no se pue- de aprender a discernir si no se ha intentado vivir según la voluntad de Dios en medio de nuestra limitada comprensión de lo que Él desea de cada uno de nosotros.
d) “Descubran con el sentido de la fe los multiformes carismas de los seglares, tanto los humildes como los más elevados.”
La aparición de los “carismas” está en perfecta coherencia con el contexto, pues los carismas son los dones recibidos del Espíritu que han de ser empleados en beneficio de la comunidad cristiana y humana. Son dones otorgados por el Espíritu para servir a los demás, y no simples cualidades recibidas para provecho o crecimiento personal.
Como hemos dicho, con este único documento, con las consecuencias pastorales que se desprenden para los presbíteros, nos podemos dar cuenta de que no se puede construir la unidad en ningún grupo eclesial si no vemos por el bien, el crecimiento, la formación apostólica, espiritual, humana, social de cada uno de sus miembros. Sólo fortaleciendo, construyendo, ayudando a que cada uno de los individuos de la comunidad —laicos/as, religiosos/ as, presbíteros incluidos, que también tienen muchas áreas de crecimiento en este camino realmente conjunto y de apoyo mutuo— vaya aportando lo suyo (desde sus dones diversos a los individuos de la comunidad) en vista a que se vaya forjando una verdadera fraternidad cristiana (y humana).
La promoción integral y creativa de cada colectividad es requisito indispensable para la construcción de la unidad universal
Si ya hemos mostrado la importancia de la atención a los individuos para que en la comunidad cristiana se logre la verdadera unidad, ahora vamos a ver la importancia de que las colectividades particulares puedan ser desarrolladas para que la unidad local, regional, nacional y mundial pueda tener nombre y apellido.
La promoción integral de las comunidades humanas parciales en vista de la universalidad
Para empezar, y siguiendo un esquema parecido al apartado anterior, la atención a las diferentes agrupaciones humanas ha de ser integral y tiene que considerar todos los aspectos de la vida humana. Comencemos retomando lo que el documento de Santo Domingo nos dice al respecto.
El documento afirma la inseparabilidad del trabajo de la evangelización y de la promoción humana, argumentando que entre ellas existen “lazos muy fuertes” (Nueva evangelización. Promoción Humana. Cultura Cristiana, 1992, 157).[16] Antropológicamente, es imposible escindir a la persona humana, pues no es un ser abstracto, sino un “ser sujeto a los problemas sociales y teológicos” (sd, 157). Teológicamente, no es posible disociar el plan de la creación y el plan de la redención, pues hay situaciones muy concretas de injusticia que hay que combatir y una justicia que hay que restaurar (SD, 157). Porque “¿cómo proclamar el mandamiento nuevo sin promover, mediante la justicia y la paz, el verdadero, el auténtico crecimiento del hombre?” (SD, 157) (Evangelii Nuntiandi, 1975, 31). Santo Domingo, además, se encarga de clasificar los terrenos —viejos y nuevos— en donde la Iglesia tiene retos enormes y una labor que realizar. Citamos los más relevantes:
• Derechos humanos (SD, 164-1687), pues ha de resaltarse la igualdad de todos frente a Dios, la dignidad de toda persona humana, y la necesidad de defenderlos no solo en el ámbito social, político o económico, sino de asegurarlos en un marco jurídico apropiado (SD, 166).
• Ecología (SD, 169-170), pues se ha alertado la gravedad de la crisis ecológica[17] y la urgencia de un esfuerzo colectivo para remediarla.
• La tierra como don de Dios (SD, 171-177). Aunque la tierra como planeta ha sido dada a todos los seres humanos para que la cuiden y sea distribuida de modo que todos puedan contar con un espacio digno de vida y de convivencia, la tierra como un lugar físico para la obtención de los frutos de la misma tiene un significado muy particular para las poblaciones campesinas e indígenas. Porque ella, en estos contextos, consiste en un “conjunto de elementos que forman la comunidad indígena”. La tierra es esencial para muchos de los pueblos indígenas y aborígenes, pues “es vida, lugar sagrado, centro integrador de la vida de la comunidad. En ella viven y con ella conviven, a través de ella se sienten en comunión con sus antepasados y en armonía con Dios” (SD, 177).
• Empobrecimiento y solidaridad (SD, 178-181). La pobreza de numerosas poblaciones en el campo, en los márgenes o en las zonas remotas o aisladas de los países no solo no se ha resuelto, sino que se ha recrudecido. Ahora, además, hay una conciencia más aguda de problemas de extrema gravedad sobre todo en las grandes ciudades: “los rostros aterrorizados por la violencia diaria e indiscriminada; los rostros angustiados de los menores abandonados que caminan por nuestras calles y duermen bajo nuestros puentes; los rostros sufridos de las mujeres humilladas y postergadas; los rostros cansados de los migrantes, que no encuentran digna acogida; los rostros envejecidos por el tiempo y el trabajo de los que no tienen lo mínimo para sobrevivir dignamente” (SD, 178).
Como podemos ver, el documento no solo habla de individualidades, sino de colectividades parciales, de grupos numerosos que viven en las ciudades y en las zonas rurales y cuya vida está amenazada.
Un camino muy parecido recorre el papa Francisco cuando piensa en esas colectividades parciales, en esos pueblos aislados o alejados en el sur de América, en esas comunidades indígenas. El pontífice ha construido también un esquema complexivo para que la Iglesia se involucre en el gran pulmón mundial brasileño en su exhortación apostólica postsinodal Querida Amazonia. La estructura de su documento no se construye con imperativos éticos, sino con los sueños que como humanidad hemos de despertar para salvar —en este caso— una parte del planeta cuya función es indispensable para la supervivencia de nuestra Tierra:
• El sueño social. Se concreta en la defensa de los derechos para los más pobres: “una Amazonia que luche por los derechos de los más pobres, de los pueblos originarios, de los últimos, donde su voz sea escuchada y su dignidad sea promovida” (Querida Amazonia, 2020, 7). Pero esa Amazonia tiene que ser rescatada en sus recursos naturales, pues los bosques están siendo talados, las minas están siendo irracionalmente explotadas, los ríos están siendo contaminados, el tipo de cultivo de las tierras ha cambiado para favorecer al narcotráfico. Esto está originando una migración masiva a las ciudades y los habitantes de la Amazonia engrosan los cinturones de miseria de las urbes, pues las oportunidades de trabajo y de mejor vida son escasas o nulas. O peor: no han sido infrecuentes los pueblos arrasados, las mujeres violadas, los hombres cercenados, los indígenas explotados (QA, 15).
• El sueño cultural. El papa Francisco sueña “con una Amazonia que preserve esa riqueza cultural que la destaca, donde brilla de modos tan diversos la belleza humana” (QA, 7). En esa Amazonia, existen infinidad de pueblos con una identidad cultural y una “riqueza única en el universo pluricultural” (QA, 31). Es notable la sabiduría cultural aportada por los distintos pueblos, transmitida por medios orales, con narraciones y leyendas que recogen la historia de los primitivos pobladores que heredaron sus tradiciones, pero que se están perdiendo en sus encuentros con Occidente. Urge el encuentro intercultural y el diálogo como vía de entendimiento y crecimiento mutuo (QA, 35-37).
• El sueño ecológico. Asimismo, el pontífice sueña “con una Amazonia que custodie celosamente la abrumadora hermosura natural que la engalana, la vida desbordante que llena sus ríos y sus selvas”. Urge la salvaguarda del agua —columna vertebral de todas las culturas (QA, 45)—, el rescate de las diferentes especies animales (QA, 16), la protección de sus bosques (QA, 48), y el conocimiento y la preservación de los complejos ecosistemas que dan vida y sostén a todo el bioma amazónico (QA, 49).
• El sueño eclesial. El Papa sueña finalmente “con comunidades cristianas capaces de entregarse y de encarnarse en la Amazonia, hasta el punto de regalar a la Iglesia nuevos rostros con rasgos amazónicos” (QA, 7). Se requieren misioneros audaces que se inserten en el mundo selvático y den su corazón y trabajo por sus pobladores (QA, 63); se pide una inculturación que escuche y dialogue con los pobladores, que recoja sus riquezas y que las lleve a la plenitud de acuerdo con el Evangelio (QA, 66); se precisa entender y promover el “buen vivir” al que aspiran los habitantes de la Amazonia (QA, 71); se necesitan ministerios capaces de responder a las demandas más sentidas de los pobladores autóctonos y que alimenten sacramental y espiritualmente a las comunidades (QA, 85-86).
El análisis anterior responde a la estrategia integral de todo esfuerzo misionero. Pero también queremos insistir en que, en esta evangelización completa que se vislumbra —aunque compleja en su realización—, tiene prioridad el trabajo con las colectividades parciales que existen en los distintos países y regiones. Y aquí tanto Santo Domingo como el documento Querida Amazonia ofrecen luces muy reveladoras.
Santo Domingo, antes que el papa Francisco, había hablado de la evangelización inculturada, diciendo que había que buscar la salvación y la liberación integral de un determinado pueblo o grupo humano “que fortalezca su identidad y confíe en su futuro específico” (QA, 243). Y si ciertamente la Iglesia defiende los auténticos valores culturales de todos los pueblos, especialmente de los oprimidos, indefensos y marginados (SD, 243) (con lo cual estamos hablando de una pastoral eclesial con sentido de universalidad), cada pueblo con su propia cultura ha de situarse en su respectiva identidad social, de acuerdo con su cosmovisión, sin perder su lugar en la constitución de la unidad del conjunto (sd, 244).
De hecho, la parte de la necesaria afirmación de la particularidad está expresada en este párrafo altamente significativo:
Para una auténtica promoción humana, la Iglesia quiere apoyar los esfuerzos que hacen estos pueblos para ser reconocidos como tales por las leyes nacionales e internacionales, con pleno derecho a la tierra, a sus propias organizaciones y vivencias culturales, a fin de garantizar el derecho que tienen de vivir de acuerdo con su identidad, con su propia lengua y sus costumbres ancestrales, y de relacionarse con plena igualdad con todos los pueblos de la tierra (sd, 251).
Pero no olvidemos la otra cara de la moneda: el desarrollo de la individualidad en la colectividad. La importancia de la integración en un conjunto es reafirmada por el documento cuando se habla de la integración latinoamericana. Este esfuerzo por la defensa de la particularidad de los pueblos y de las culturas se iría por la borda si se aísla de un esfuerzo colectivo por la paz, la solidaridad, la cohesión y el entendimiento de las diversas culturas, pueblos, regiones. El esfuerzo de la particularidad se puede extender a la vida de las naciones, que no pueden vivir de manera independiente. El documento en este sentido es contundente:
La experiencia ha mostrado que ninguna nación puede vivir y desarrollarse con solidez de manera aislada. Todos sentimos la urgencia de unir lo disperso y de unir esfuerzos para que la interdependencia se haga solidaridad y esta pueda transformarse en fraternidad (SD, 204).
La promoción creativa de las colectividades parciales es indispensable para la unidad universal
Como hemos visto, no basta una promoción integral de la diversidad cultural de los pueblos, de las etnias, de las comunidades indígenas, de los grupos de la urbe aislados y atomizados. Hay que ir más allá: la creatividad en el fomento de su desarrollo particular es un don de Espíritu también. Para trazar algunas líneas de esta creatividad, nos ayudaremos también del documento Querida Amazonia, donde el Papa es más prolífico en señalar de manera específica qué elementos de las culturas hay que reforzar para que adquieran una identidad más clara y firme. La podemos describir en cinco áreas principales:
a) La estrecha relación con el entorno natural.
Los habitantes de la Amazonia tienen una ventaja natural: han nacido ahí y su cosmovisión está determinada por ese lugar de nacimiento. Eso les da una particular sensibilidad con la naturaleza y un aprecio muy significativo por ella. Además, este hábitat natural les ha permitido gestar un modo en que se han constituido como seres humanos en su intercambio con él:
Cada pueblo que logró sobrevivir en la Amazonia tiene su identidad cultural y una riqueza única en un universo pluricultural, debido a la estrecha relación que establecen los habitantes con su entorno, en una simbiosis —no determinista— difícil de entender con esquemas mentales externos (QA, 31).
b) Alto sentido comunitario.
Como la mayor parte de las culturas primitivas, sus luchas de supervivencia se han podido realizar y han tenido éxito porque poseen una alta capacidad de fraternidad y un espíritu de comunión humana. Al Papa le asombra cómo, sin disminuir la importancia que se le pueda conceder a la libertad personal, se evidencia que los pueblos originarios de la Amazonia tienen un fuerte sentido comunitario. Constata que “el trabajo, el descanso, las relaciones humanas, los ritos y las celebraciones” constituyen una parte fundamental de su herencia común. “Todo se comparte, los espacios privados —típicos de la modernidad— son mínimos. La vida es un camino comunitario donde las tareas y las responsabilidades se dividen y se comparten en función del bien común. No hay lugar para la idea de individuo desligado de la comunidad o de su territorio” (QA, 20).
c) El cuidado de las raíces.
Cuando se dirigió a los jóvenes de la Amazonia en el Encuentro Mundial de la Juventud Indígena,[18] el papa Francisco recuperó algo que tres años antes había escuchado de los jóvenes de Cracovia: “Asumimos la memoria de nuestro pasado para construir la esperanza con valentía”. Para el pontífice, este compromiso que asumieron los jóvenes polacos puede servir de ejemplo para los jóvenes indígenas de la Amazonia y de punto de partida no solo para reflexionar y celebrar su fe en Jesucristo, sino para que tomen conciencia de una labor esencial que deben realizar en favor de las culturas indígenas del continente: ser agradecidos por la historia de sus pueblos y valientes frente a los desafíos que les esperan. Estos jóvenes brasileños han de volver a las culturas de origen y hacerse cargo de sus raíces, “porque de las raíces viene la fuerza que los va a hacer crecer, florecer, fructificar”.[19] Esta advertencia fue retomada por el Papa en su documento Querida Amazonia (QA, 33), cuando habla de la necesidad de la recuperación de las raíces para la supervivencia de los pueblos originarios.
d) Recuperar la voz de los ancianos.
Para rescatar las raíces culturales, se requieren “vehículos humanos”. Ahí encontramos la palabra de los ancianos de las comunidades. El papa Francisco se deja inspirar por Mario Vargas Llosa para hacer esta exhortación, pues el escritor peruano, en su novela El hablador, recalca la importancia del relato de los ancianos en la construcción de la identidad cultural e histórica:
Esos primitivos habladores que recorrían los bosques llevando historias de aldea en aldea, manteniendo viva a una comunidad a la que, sin el cordón umbilical de esas historias, la distancia y la incomunicación hubieran fragmentado y disuelto.[20]
El mismo Papa retoma esta idea en Christus Vivit, su documento dirigido a los jóvenes, con estas palabras:
Por eso es bueno dejar que los ancianos hagan largas narraciones, que a veces parecen mitológicas, fantasiosas —son sueños de viejos—, pero muchas veces están llenas de rica experiencia, de símbolos elocuentes, de mensajes ocultos. Esas narraciones requieren tiempo, que nos dispongamos gratuitamente a escuchar y a interpretar con paciencia.[21]
e) Encontrar fuentes de expresión de su identidad y de sus valores a través del arte, cultura, literatura.
Finalmente, el papa Francisco descubre esencial no solo la recuperación de las riquezas de los pueblos en sus tradiciones, historias, ancianos, folclor, costumbres, sino que los pueblos puedan encontrar distintos modos de expresarlas, de comunicarlas, de integrarlas. Ahí toma un papel relevante el arte, la música, la danza, la poesía, el arsenal de expresiones artísticas que poseen ya las culturas primitivas o que los mismos misioneros pueden complementar, enriquecer, potenciar:
Por otra parte, también en los sectores profesionales fue desarrollándose un mayor sentido de identidad amazónica y aun para ellos, muchas veces descendientes de inmigrantes, la Amazonia se convirtió en fuente de inspiración artística, literaria, musical, cultural. Las diversas artes, y destacadamente la poesía, se dejaron inspirar por el agua, la selva, la vida que bulle, así como por la diversidad cultural y por los desafíos ecológicos y sociales (QA, 35).
Como vemos, la unidad de las comunidades, de los países, de los continentes y del mundo pasa por el desarrollo creativo de las particularidades: personas, pueblos, culturas, naciones individuales. Sin renunciar a la unidad deseada y teniéndola como horizonte, es imprescindible el despliegue y la potenciación de la particularidad, para no caer en la tentación del uniformismo en aras de una unidad que sería finalmente falsa, artificial o incompleta. Esta promoción de la plenitud de la particularidad no solo no va contra el Evangelio, sino que es una genuina manifestación del mismo.
Es cierto que el desarrollo de la particularidad implica el riesgo del aislamiento cultural. Pero aquí ha de entrar un voto de confianza hacia el mundo indígena y hacia las comunidades primitivas. El papa Francisco valora la intuición de los pueblos originarios al afirmar:
La inculturación eleva y plenifica. Ciertamente hay que valorar esa mística indígena de la interconexión e interdependencia de todo lo creado, mística de gratuidad que ama la vida como don, mística de admiración sagrada ante la naturaleza que nos desborda con tanta vida (QA, 73).
La inculturación[22] es una empresa arriesgada y es un proceso largo y complejo. Pero, si es auténtica y está cimentada en el Espíritu que quiere dignificar la vida de los pueblos que luchan por recuperar la enorme riqueza cultural, ecológica y religiosa de la gran Amazonia, tiene que llevar por delante una fe puesta en obras. Una fe que se llama confianza en sus pobladores.
Conclusión
La diversidad en todos los ámbitos (cultural, económica, política, social, étnica, cristiana, eclesial, religiosa, etcétera) es cada vez más palpable a medida que experimentamos más de cerca, en parte por los medios de comunicación y también en parte por la universalización de nuestras instituciones y de nuestros contactos con otros mundos, que estamos en un mundo constituido por muchos mundos. La Iglesia, en su empresa evangelizadora, no puede reprimir, suprimir o intentar uniformar la pluralidad de comportamientos, de modos de vivir y de pensar, de formas de ser y de soñar que se presentan en los múltiples microuniversos que están interactuando en nuestro planeta. La evangelización eclesial, en sus modos de inculturación, en su diálogo con la modernidad y con los distintos modos de creer, ha de permanecer en una apertura constante y sensible a las maneras como Dios, fuera de la Iglesia y del mundo cristiano, se ha manifestado y se sigue manifestando.
Las llamadas “semillas del Verbo” son no solo pequeños indicios de que Dios no ha limitado su acción a la comunidad cristiana, sino enormes frutos de la acción de Dios que han brotado a lo largo de la historia a través y en medio de hombres y mujeres de toda raza, cultura, etnia y religión. La Iglesia ha de estar preparada para detectarlos, valorarlos y potenciarlos. Obviamente, las culturas que se han desarrollado fuera del contexto cristiano tienen mucho que purificar y mejorar. Pero esta revisión también aplica para la civilización de tradición cristiana occidental y oriental. El diálogo y la apertura a la riqueza de los pueblos, culturas y personas ajenas al horizonte cristiano es esencial. La valoración y la potenciación de la diversidad que va conforme con los valores del Evangelio es un trabajo que todo misionero ha de emprender. Al mismo tiempo, dicho misionero también deberá realizar un discernimiento respetuoso de las concreciones históricas de los pueblos que no entran en su horizonte creyente, de modo que pueda apreciar y valorar las que han servido al crecimiento y la maduración de esos pueblos y culturas, como también para que pueda ser crítico de aquellas concreciones que son incompatibles con la solidaridad, el amor, el respeto a los derechos de los individuos y de los pueblos. Al mismo tiempo, el proceso también se da a la inversa: los agentes eclesiales recibirán elogios por el aporte que el cristianismo ha ofrecido a los distintos pueblos en la historia, pero asimismo deberán aceptar humildemente los cuestionamientos que las demás culturas y religiones plantean al mismo cristianismo, que también deberá purificar los elementos espurios que existen en sus individuos e instituciones. El respeto, la valoración y la promoción de la diversidad en las personas y en los pueblos no solo compete a los agentes eclesiales, sino que es una dinámica que debe permear la convivencia de todos los seres humanos en todos los terrenos en los que está inserto, como hemos visto.
Pero no hemos de olvidar, como señalábamos al principio, que esta diversidad ha de ir a la par del horizonte de unidad que como humanidad tenemos enfrente, y ese esfuerzo de unidad debe ser realizado también por los distintos actores que componen la diversidad de sociedades, culturas y religiones de nuestro orbe. Por ello, para no olvidar el horizonte de la unidad universal a la cual todos estamos invitados, podemos volver a inspirarnos, como lo hizo el Papa actual, en san Francisco de Asís. Leonardo Boff[23] recupera aspectos de su espiritualidad que nos pueden servir enormemente no solo para la unidad de los esfuerzos eclesiales, sino para la verdadera reconciliación con el cosmos que necesitamos todavía lograr, y muy en particular en Occidente. Solo enunciaremos los elementos que consideramos más útiles para nuestro propósito, dejando al lector que pueda ver su desarrollo más amplio en el capítulo del libro del teólogo brasileño mencionado:
• Hemos de resaltar la importancia de la confraternización con los elementos cósmicos, que son verdaderos signos sacramentales de presencia divina, y que, de algún modo, concuerdan con el “rico panteón de divinidades” que los paganos intuían poblando todos los espacios de la naturaleza. El ser humano, según Boff, “debe confrontarse con ellas, autorregularse por ellas, integrarlas dentro de un proyecto de libertad y así sintonizar con la vida de todo el universo”.[25]
• Como consecuencia de lo anterior, y siguiendo el ejemplo de san Francisco, la tradición monacal de Occidente —que tanto influyó en su desarrollo espiritual— debería transitar desde la búsqueda de Dios en la contemplación profunda a dejarse sorprender por Él en “las arrugas de lo cotidiano, en el rostro sudado y en las manos encallecidas de las personas”.[26]
• Así como el Concilio Vaticano II invitó a todos los cristianos, y en particular a las congregaciones religiosas y las agrupaciones cristianas de todo tipo a ir a las fuentes bíblicas, a la tradición de los Padres de la Iglesia, a la inspiración de los fundadores de nuestras distintas órdenes religiosas, lo mismo hizo san Francisco en el siglo xiii —y que sigue siendo un llamado actual—: quiso “vivir la manera del santo Evangelio".[27]Tomar esto como punto de partida nos servirá para un discernimiento crítico del estado de salud de nuestra Iglesia institucional, de la vida religiosa, de las comunidades, asociaciones, agrupaciones cristianas actuales, de nuestra vida como laicos y laicas insertos en el mundo.
• El contexto en el que san Francisco hace concreta la opción por el Evangelio es en la conversión a los pobres. Optó por los más pobres entre los pobres; vivió con ellos, los cuidó, los acarició y comió “de su escudilla con ellos”.[28] En su carta encíclica Fratelli Tutti, el papa Francisco hace una abundante descripción de innumerables problemas de nuestro mundo roto y afirma que, “ante tanto dolor, ante tanta herida, la única salida es ser como el buen samaritano” (FT, 67), marcado por la misericordia, sin importarle “si el hermano herido es de aquí o es de allá” (FT, 62). De la misma manera, para Leonardo Boff, a partir de esta opción por los pobres es cuando se descubre el Evangelio como buena noticia y al Pobre por excelencia, Jesús Crucificado.[29]
• Finalmente, con san Francisco se da una transición importante. Su ser “hermano-siempre-alegre” dejaba atrás el cristianismo severo de los penitentes, el cristianismo hierático y formal de los palacios y de las curias clericales, para conquistar a sus contemporáneos con su bondad y simpatía, con su abrazo y su amor espontáneo y loco por todas las criaturas. ¿Dónde tiene su origen esta capacidad de entusiasmo y de apreciación de la belleza de las criaturas? En la liberación de las fuentes del corazón y de las vertientes del Eros. Es esta su fuerza motriz, y la que lo llevó a identificarse con los pobres, con Cristo crucificado y con todos los seres de la naturaleza.[30] Esta fuerza lo lleva a con-vivir, con-sentir, com-partir, co-mulgar con ellos.
No queremos terminar sin añadir un aspecto fundamental que contribuye de manera esencial a la construcción de la unidad. En su mensaje navideño del 25 de diciembre de 2021, Urbi et Orbi, el papa Francisco se dirigió al mundo entero para advertir la importancia del diálogo en la construcción de la paz. En medio de la crisis en la que el mundo entró a raíz de la pandemia de Covid-19, estuvieron a prueba “nuestra capacidad de relaciones sociales”, y tuvimos la tentación de abandonar el diálogo entre naciones, las cuales podían tender a cerrarse en sí mismas.[31] Las naciones podían sentirse inducidas a “tomar atajos”, en vez de recorrer “los caminos más lentos del diálogo”.[32] En realidad, para el papa Francisco, estos son los caminos que conducen a la solución de conflictos y, en último término, a la unidad de las personas, comunidades y naciones. En este largo camino de la humanidad hacia el entendimiento entre los pueblos y naciones, las autoridades políticas tienen una labor ineludible para pacificar las “sociedades devastadas por tensiones y conflictos”.[33] Pero, como bien sabemos, las autoridades de los diferentes países son solo una parte de la solución. El mensaje está dirigido también a todos nosotros, pues cualquiera está en posición de contribuir a la paz y a la reconciliación de los pueblos. El papa Francisco pide a Dios por todas las personas que se sumen a este esfuerzo de trabajar “en favor del encuentro y el diálogo”.[34]
Referencias
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Notas