Resumen: Este trabajo propone un acercamiento a las prácticas mortuorias de los pueblos de la quebrada de Humahuaca entre ca. 500-1550 AD a partir del estudio de las tumbas y los objetos depositados como acompañamiento mortuorio. El estudio de los rituales mortuorios, estructuras funerarias, contextos de entierro y otras prácticas vinculadas a la muerte, en tanto prácticas sociales, constituye una interesante fuente de información para dar cuenta de los procesos de cambio social, diferenciación étnica, identidad y cosmovisión, entre otros. Se han relevado más de noventa y seis entierros de los períodos Formativo, Desarrollos Regionales e Inca, registrándose cerca de mil elementos de acompañamiento funerario que han sido agrupados en categorías y clases funcionales. Entre los principales resultados hallamos que los entierros en espacios domésticos reutilizados predominan a lo largo del tiempo y que la cerámica es el elemento que se mantiene de manera preeminente en todos los períodos.
Palabras clave:prácticas mortuoriasprácticas mortuorias,cambio socialcambio social,Quebrada de HumahuacaQuebrada de Humahuaca.
Abstract: Mortuary practices of pre-Hispanic peoples of Quebrada de Humahuaca between ca. 500-1550 AD are approached from the study of the graves’ characteristics and mortuary objects. The study of mortuary practices, that is, death rituals, funerary structures, contexts of burial and other practices related to death, is an interesting source of information that can account for the processes of social change, ethnic differentiation, identity and worldview, among others. More than ninety-six burials from the Formative, Regional Developments and Inca periods were recorded; accounting for more than a thousand accompanying funerary items which have been grouped into categories and functional classes. Results show that burials in reused domestic spaces predominate over time and that pottery is the element that remains preeminent in all periods.
Keywords: mortuary practices, social change, Quebrada de Humahuaca.
Artículos
PRÁCTICAS MORTUORIAS EN QUEBRADA DE HUMAHUACA CA. 500-1550 AD
MORTUARY PRACTICES OF QUEBRADA DE HUMAHUACA CA. 500-1500 AD

Recepción: 24/02/16
Aprobación: 14/09/16
Los contextos mortuorios han despertado gran interés desde los inicios de la arqueología. Sin embargo, el estudio de las prácticas mortuorias no ha tenido un tratamiento homogéneo a lo largo del tiempo, principalmente debido a que su conceptualización y abordaje fue variando de acuerdo a los marcos teóricos y metodológicos que caracterizaron a la disciplina en sus diferentes etapas.
En el caso de la arqueología argentina, la misma ha tenido una perspectiva primero evolucionista y luego histórico – cultural, cuyas investigaciones se centraban en la clasificación de los restos materiales de los pueblos. Posteriormente, en la segunda mitad del siglo pasado, con el auge de la escuela procesual, se consideró a las manifestaciones culturales como variables ecológicas, epifenómenos de las adaptaciones al medio ambiente[1].
Específicamente en el Noroeste Argentino (NOA), hasta mediados del siglo XX aproximadamente, la disciplina se centraba en la excavación de los espacios funerarios y recuperación de los ajuares, las piezas de cerámica especialmente y en menor medida los restos humanos, siendo que estos últimos eran separados en partes anatómicas para ser trasladados a los diferentes museos, sin dejar registro de la conexión anatómica esqueletal ni de la relación de ésta con la unidad funeraria de procedencia. La cerámica de los contextos mortuorios constituía la base para la generación de tipologías y clasificaciones de los grupos sociales. Este tipo de prácticas no incluía preguntas de investigación sobre la naturaleza de los rituales que formaron ese registro mortuorio, lo cual devino, en la mayoría de los casos, en la ausencia de referencias sobre los contextos funerarios. Diferentes investigadores como Casanova, Lafon, Salas y Schuel[2], realizaron algunas clasificaciones de los tipos de inhumaciones; pero su metodología de trabajo centrada en perspectivas evolucionistas e histórico – culturales, impidió aprehender la significación sociocultural que el tratamiento dado a los difuntos tenía para los pueblos prehispánicos. A esto se suma la falta de complementación de la información arqueológica con la resultante de los análisis bioarqueológicos, con lo cual se ha perdido cuantiosa información, irrecuperable por el momento.
Hacia fines del siglo pasado, con la renovación teórica que trajo la arqueología postprocesual, los contextos funerarios comenzaron a ser analizados partiendo de nuevas miradas al registro arqueológico. Así se ha planteado que la interpretación de contextos funerarios a partir de los restos materiales y humanos es posible de realizar si se considera que los distintos espacios son vividos y aprehendidos como formas de establecer y demarcar identidad, como articuladores de las diferentes relaciones sociales y que como tales, acarrean historias, ideas y valores que estructuran y son estructuradas por los grupos humanos[3].
A partir de estas ideas puede pensarse que las prácticas mortuorias reflejan la memoria de ese grupo en tanto formas de ritualización de la misma[4]. A su vez, como lugares de memoria reflejan los procesos sociales, políticos y económicos que se fueron dando a lo largo de la historia de los pueblos. En este sentido, constituyen una interesante evidencia para evaluar los cambios sociales, principalmente debido a que se vinculan directamente con el tipo de cosmovisión del grupo y por lo tanto dicen mucho sobre las lógicas culturales de los pueblos.
Las investigaciones arqueológicas en el NOA dan cuenta de una gran heterogeneidad en sus diferentes regiones, siendo que los modos de vida tuvieron diversas expresiones en áreas cercanas entre sí como, por ejemplo, la quebrada de Humahuaca y la puna de Jujuy. A su vez, los procesos de cambio social tuvieron manifestaciones disímiles en cada una de estas regiones[5]. Esto alerta sobre los peligros de realizar generalizaciones referidas a las prácticas socioculturales y político-económicas para incluir amplias áreas, así como acerca de la necesidad de considerar las historias locales o regionales, en tanto microhistorias por las cuales cada uno de los pueblos fue desarrollando estrategias y prácticas particulares de acuerdo a sus propias lógicas culturales[6].
Este trabajo se propone analizar las prácticas mortuorias en relación con los cambios socio-políticos ocurridos en la Quebrada de Humahuaca entre los años ca. 500-1550 AD, algunos de estos cambios refieren al incremento y concentración de la población sobre la quebrada principal, la intensificación de la producción, el afianzamiento de sociedades de tipo corporativas, la presencia de conflicto social y la anexión al Imperio Inca[7].
La quebrada de Humahuaca, ubicada en el sector central de la provincia de Jujuy (Figura 1), ha estado habitada desde hace por lo menos 10.000 años tal como atestiguan los hallazgos en Inca Cueva y Huachichocana[8]; que no solo remiten a las primeras ocupaciones del territorio sino, a partir de la conservación y tratamiento de partes de cuerpos, a la importancia del culto a los antepasados, posiblemente relacionado con la demarcación de territorios[9].

Sin embargo, para este trabajo hemos elegido tomar como punto de partida el período Formativo final (ca. 500-900 AD) ya que es desde ese momento que se cuenta con más datos en referencia a la funebria de las poblaciones de la Quebrada de Humahuaca. Presentamos a continuación una breve descripción de la información disponible para cada período temporal en relación con aspectos sociales, económicos y políticos.
Durante el período Formativo tardío (ca. 500-900 AD) los grupos habrían estado organizados en comunidades pequeñas, similares entre sí entre las cuales no hay indicios de controles políticos centralizados o desigualdades sociales estructurales. El patrón de asentamiento se configura como poblados dispersos, donde los lugares habitacionales estaban integrados espacialmente con las actividades agrícolas y ganaderas siendo elegidas para la instalación humana tanto la quebrada principal como las laterales[10].
Los contextos asociados a este período generalmente provienen de rescates arqueológicos dentro del pueblo de Tilcara: Calle Sorpresa, Til 20, Til 22, Flores, Intiwyana, Malka, El Manzano, Paseo de las Ollas, entre otros[11]. Hasta el momento, Til 20, fechado en 545-660 AD, es el contexto funerario que mayor información ha brindado[12], junto con el hallazgo denominado Flores.
Los entierros son simples o colectivos, algunos en cistas, otros directos en tierra, mientras que los párvulos en su mayoría se hallaron dentro de vasijas, generalmente con ofrendas de distinto tipo: cuentas de collar, objetos de cobre/bronce constituidos por brazaletes y anillos, sumados a la presencia de cerámica, puntas de proyectil, otros artefactos líticos y con ausencia de arqueofauna, de objetos de hueso u oro[13].
Hacia el 900 AD comienzos del Período de Desarrollos Regionales I (PDR I), se registran cambios en las formas de vida: incremento en la cantidad de sitios, modificaciones en la ubicación de asentamientos, aumento del tamaño de los mismos y una tendencia al desplazamiento de las poblaciones de las quebradas laterales hacia la quebrada troncal. Las áreas productivas se encuentran separadas de las domésticas con sitios ocupados de manera temporaria para el pastoreo[14].Aparecen en el registro arqueológico diversas evidencias de conflicto en forma de cabezas – trofeo y el entierro de esqueletos sin su respectivo cráneo en sitios como La Isla y Keta Kara[15].
Los asentamientos son más concentrados y con mayor densidad edilicia que el período anterior, poseen vías de circulación claramente definidas con ausencia de espacios públicos, aunque las viviendas combinaban ámbitos cerrados con otros abiertos o patios[16]. La Isla, Keta Kara y Muyuna constituyen los sitios más conocidos e investigados de este período, siendo el primero el más famoso por las publicaciones de Debenedetti[17].
Aproximadamente hacia el 1250 AD, ya en el Período de Desarrollos Regionales II (PDR II) se registra un cambio en la ubicación y crecimiento de los asentamientos, ya que la población se concentra en la quebrada troncal, en conglomerados ubicados en lugares de gran visibilidad y difícil acceso, los denominados Pucarás[18]. La evidencia refiere a situaciones de conflicto, el cual se habría dado a nivel interregional con la sensación de inseguridad latente[19]. Este período ha sido denominado “estado de guerra endémica” el cual coincide con la anomalía climática medieval[20] y el ciclo de pronunciadas sequías que pudieron haber sido disparadores del conflicto interregional producto probablemente de disputas en el acceso a los recursos[21].Hacía este período se consolidarían estructuras sociales de tipo segmentarias, con una orientación corporativa y múltiples mecanismos institucionales que regulaban el ejercicio del poder político y restringían la acumulación económica por parte de individuos o linajes particulares. Las principales formas de acumulación se daban a través del capital social y simbólico; esto es, la verdadera riqueza del curaca residía en la red redistributiva que articulaba más que en los bienes que acumulaba[22].
Las investigaciones arqueológicas han postulado que en este periodo adquiere gran importancia el culto a los antepasados, entendido como el “conjunto de prácticas religiosas que permiten la intervención de los muertos en los asuntos de los vivos”[23]. En general, los difuntos tenían gran importancia para las sociedades prehispánicas que habitaron el área andina. Los antepasados eran considerados fundadores de los ayllus[24], propietarios originales de las tierras y fuente última de toda autoridad. El principal referente del ancestro era el cuerpo del difunto o partes de él, los difuntos en la forma de ancestros eran los que mantenían el bienestar de la comunidad, garantizaban las cosechas y el ganado. El culto a los antepasados habría actuado como articulador de los distintos procesos de integración política, en un momento donde se habrían formado grandes colectividades producto de los procesos de concentración poblacional y del establecimiento de sociedades heterárquicas aglutinadas a través de los ayllus[25].
Los sitios más conocidos del período son el Pucará de Tilcara, Los Amarillos, La Huerta, Hornillos, Peñas Blancas, Juella, Angosto Chico, Pucará de Volcán, entre otros[26].
La anexión de las poblaciones de la quebrada de Humahuaca al Tawantinsuyu hacia 1430 AD aproximadamente, implicó importantes cambios a nivel político, con la consolidación de ejes de poder diferentes a los del período previo; a nivel económico, con la creación de nuevos centros de producción y a nivel simbólico con la introducción de nuevas prácticas rituales, por citar algún ejemplo[27]. Muchos de estos cambios se relacionaron con el objetivo de la dominación de este territorio, vinculada con la explotación de recursos minerales, agrícolas y artesanales, así como la necesidad de controlar la frontera con las poblaciones orientales[28].En especial, el sur de la quebrada de Humahuaca parece haber jugado un rol importante en la vinculación con las poblaciones orientales. En este contexto, uno de los sitios que consideramos para esta investigación, Esquina de Huajra, parece haber estado vinculado dentro de esta compleja dinámica como articulador de los objetivos del Imperio en el sector sur de la Quebrada de Humahuaca, los cuales pudieron incluir obtención de mano de obra para la producción agrícola, la extracción de recursos de las yungas como cebil, plumas de colores, plantas medicinales, madera, y el reforzamiento de la frontera oriental[29].
Se consideraron para este período aquellas tumbas que, de acuerdo a lo informado en la bibliografía disponible, contenían objetos de filiación incaica. Tal es el caso del Pucará de Tilcara[30], La Huerta, Peñas Blancas, Yacoraite y Los Amarillos[31].
Se relevaron las publicaciones sobre sitios de la Quebrada de Humahuaca adscriptos a diferentes momentos de ocupación. Lamentablemente no se cuenta en todos los casos con datos acerca de la cantidad de ofrendas por entierro, lo cual trajo aparejado que no pueda hacerse referencia a muchos de los sitios. A su vez, la ausencia de controles estratigráficos, sobre todo en las excavaciones de principio del siglo pasado, dificulta el conocimiento del período al cual se adscriben algunos restos. En este último caso se tomaron en consideración las publicaciones con información suficiente sobre la cronología del sitio. Sin dejar de tener en cuenta las limitaciones mencionadas, se considera que la información recogida y utilizada en este trabajo puede realizar aportes al conocimiento de las prácticas mortuorias en la región, así como sus cambios a través del tiempo.
Se consideraron las siguientes variables: tipo de entierro (cámara, urna, directo, etc.), tratamiento de los cuerpos (primario, secundario, remoción, paquete, etc.), sexo y edad cuando fuera posible, cantidad de individuos y acompañamiento mortuorio.
Los restos materiales que formaban parte del acompañamiento mortuorio fueron clasificados siguiendo el criterio de separar, por un lado, de acuerdo a la materia prima utilizada y, por otro, por el tipo de objeto. Se definieron 12 categorías: piezas de cerámica incluyendo las decoradas y las no decoradas, puntas de proyectil, instrumentos líticos (palas y otros instrumentos de molienda por ejemplo), cuentas de collar, textiles, restos óseos de fauna sin evidencias de haber sido retocados, artefactos de hueso, tabletas y tubos de inhalar los cuales generalmente fueron fabricados en madera, cestería, piezas de oro, instrumentos de metal excluyendo oro[32] y una última categoría para agrupar otro tipo de elementos que incluye a los pigmentos, mineral de cobre, fragmentos de obsidiana, calabazas, entre otros. En el caso de las cuentas, debido a que en ocasiones se enumera la cantidad y en otros solo refieren a “collar de cuentas”, se decidió enumerar por collar aún en el caso en que se detallara la cantidad de cuentas.
Los resultados se volcaron en tablas separadas por cada período. En los casos en que los hallazgos fueran relevantes o diferentes al resto, por su calidad y cantidad, se describieron en el texto.
Por las características de las muestras y las investigaciones, hubo algunos inconvenientes para afinar el análisis. En primer lugar, algunos de los sitios tuvieron ocupaciones prolongadas que abarcan más de un período. Para estos casos, se tomaron en cuenta únicamente aquellos entierros que tuvieran materiales típicos de la época considerada. Por ejemplo, en el caso del trabajo de Debenedetti[33] sobre el Pucará de Tilcara se consideraron las tumbas donde el autor consignó presencia de elementos incaicos, aunque es posible que el número asignado sea menor que el realmente existente.
Otra dificultad es la ausencia de información sobre el sexo de los individuos ya que los análisis bioarqueológicos realizados, principalmente sobre los restos humanos recuperados por Casanova y Debenedetti[34] no pueden asociarse al acompañamiento mortuorio por la ausencia de registro escrito dejado por los investigadores mencionados. Esto se vuelve un impedimento que dificulta la realización de comparaciones que permitan evaluar similitudes y diferencias en los entierros de hombres y mujeres.
Se analizaron un total de 123 entierros correspondientes a los diferentes momentos de ocupación. Para el período Formativo final se consideraron 6 entierros de Til 20 que contenían 16 individuos[35] y el entierro de Flores 1[36] con la presencia de 6 individuos. Dado que para Til 20 no se cuenta con la información de la cantidad de elementos incorporados como ajuar se consideró en la discusión solo de forma cualitativa. Por lo tanto los entierros del Formativo final no fueron utilizados para la comparación estadística.
Para el PDR I se analizaron 52 entierros provenientes de Muyuna, Keta Kara o San José y La Isla cuya cronología se presenta en la Tabla 1.

Para el PDR II, se cuenta con información de 44 entierros procedentes de Juella, Yacoraite, Los Amarillos, Peñas Blancas y Pucará de la Cueva, con una cronología que se presenta en la Tabla 2.

Para el momento Inca se analizaron 19 entierros procedentes de Esquina de Huajra, Los Amarillos, La Huerta, Yacoraite, Peñas Blancas y Pucará de Tilcara. En la Tabla 3 se presenta la información cronológica disponible para los asentamientos relevados.

En la Tabla 4 se resumen los entierros analizados por período y la cantidad de individuos por tumbas, tanto de adultos como de subadultos, estos últimos en su mayoría perinatos[53]:

La prueba de chi-cuadrado fue utilizada para evaluar la correspondencia entre las distintas variables analizadas. El nivel de significación (α) para rechazarla fue de 0,05. Las pruebas estadísticas fueron realizadas con el programa PAST versión 2.12[54]. Las mismas permitirán hacer comparaciones entre períodos y evaluar la significancia estadística de las diferencias observadas entre las variables.
Para el período Formativo final se destaca la presencia de variedad de inhumaciones, ya sea en cámaras, directos o de párvulos en urna como en Til 20[55]. En Flores 1 se registraron tanto entierros directos de adultos como subadultos en vasijas[56]. Entre los materiales del ajuar se destaca la presencia de cuentas de collar de lapislázuli, malaquita y turquesa, puntas de proyectil, adornos personales, anillo (en el caso de Til 20), brazalete, ocre y cerámica.
Durante el PDR I, los entierros registrados en su mayoría son directos, de los cuales hay entierros individuales y otros múltiples. Una característica de la época es que los espacios de inhumación no presentan ningún tipo de estructura ni preparación previa[57], aunque se hallaron unos pocos casos de adultos y párvulos en vasijas[58]. En Muyuna y Keta Kara se menciona el cierre de los entierros con una capa de barro[59]. Los difuntos fueron inhumados en posición genuflexa, lo cual se mantendrá para el periodo siguiente también y que caracteriza en general a los entierros de la región hasta el período hispano - indígena.
Un punto a tener en cuenta es que los subadultos son pocos como para evaluar si tuvieron un trato diferencial; en algunos casos forman parte de entierros múltiples, con lo cual no se puede saber qué ofrendas le corresponden.
De aquellos entierros para los que se cuenta con información específica del tipo de acompañamiento y cantidad de individuos inhumados, se confeccionó una tabla que resume los distintos hallazgos (Tabla 5).

Cantidades absolutas. Referencias: Ent.: número de entierro. N: cantidad de individuos por entierro, A: adulto, S: subadulto, Ce: cerámica, P: puntas de proyectil, Li: lítico, Cu: collar de cuentas, Te: textil, O: óseo animal, Ah: artefacto de hueso, Tt: tableta y tubo de inhalar, Ct: cestería, Or: oro, Cb: instrumentos cobre/bronce, Ot: otros. T: total. La Isla M corresponde al sector denominado El Morro y N a la necrópolis A.
En la Tabla 5 se observa que en el caso de los entierros de individuos subadultos, no han registrado acompañamiento, o si lo tienen es en baja frecuencia. Respecto al acompañamiento mortuorio, se observa que el 23.09% de las tumbas no contienen ajuar (12 de los 52 entierros). También puede observarse que la norma es que los difuntos fueran enterrados con, al menos, piezas cerámicas en una proporción de 2 vasijas por individuo, constituyendo la ofrenda que más representada se encuentra en los entierros de este período (74,2% del total del ajuar).
Se registró la presencia de objetos de oro (6,87%), lo cual resulta novedoso pues no hay referencia de hallazgos de este tipo de materiales en el período anterior[63]. Los mismos constituyen el segundo grupo en importancia (aunque lejos en cantidad respecto del primer grupo), al igual que los artefactos de hueso (5,83%). También se encontraron tabletas y tubos de inhalar (6,25%), los cuales tampoco habían sido registrados en el Formativo.
La representación de arqueofauna es baja. En el caso de Muyuna, de los 6 entierros, solo se registró un hueso de animal. Un sitio emblemático como La Isla registró de manera excepcional un esqueleto de loro[64], el único en su tipo para este período.
Entre los objetos de uso cotidiano, la cerámica es el más representado mientras que los artefactos líticos se registraron en una frecuencia muy baja (1%), lo mismo que la cestería y el textil, aunque estos últimos pueden no haberse conservado debido a condiciones tafonómicas.
Los adornos corporales como las cuentas de collar (4%) y los brazaletes (1%) también se registraron en una baja frecuencia indicando que no se priorizaba este tipo de objetos a la hora de elegir aquello que acompañaría al difunto en su tumba.
En el PDR II aparecen por primera vez en la región, áreas segregadas para el entierro de los difuntos como es el caso de los cementerios del Pucará de Volcán[65] y del Pucará de Tilcara[66]. Salvo estas dos excepciones, los entierros en los más de 30 asentamientos conocidos continuaron realizándose en ámbitos domésticos[67].
Los difuntos eran enterrados de manera individual o en entierros múltiples, conteniendo en este último caso, dos o más individuos. Los entierros se realizaban, en la mayoría de los casos, en cámaras subterráneas de planta subcircular o cuadrangular (cistas) elaboradas con piedras y con cierre en falsa bóveda[68]. Se hallaron algunos entierros directos de adultos en Pucará de Perchel[69], Volcán[70], Pucará de Tilcara[71] y La Huerta[72].La presencia de párvulos en urnas es escasa; se localizaron en sitios como Los Amarillos[73], Angosto Chico[74], Hornillos[75] y Ciénega Grande[76]. Un dato interesante lo constituye el hecho que las urnas no son exclusivamente funerarias, sino que se trata de grandes cántaros típicos de la región reutilizados para el entierro. De manera excepcional se describen casos de entierros con restos de ceniza, así como la presencia de restos óseos humanos quemados en el sitio Volcán[77]. En algunos casos, como en la unidad 400 de Los Amarillos, se registraron estructuras funerarias construidas con posterioridad al abandono del recinto[78].
Se registraron cabezas trofeo y esqueletos sin cráneo en Angosto Chico, Ciénega Grande, Juella, Pucará de Tilcara, Campo Morado, La Huerta, Hornillos, Yakoraite y Los Amarillos[79], lo cual ha sido asociado al momento de conflicto social propio de la época[80].
Las ofrendas registradas para las tumbas que pudieron relevarse correspondientes a este período se detallan a continuación (Tabla 6):

Cantidades absolutas. Referencias: Ent.: número de entierro. N: cantidad de individuos por entierro, A: adulto, S: subadultos, Ce: cerámica, P: puntas de proyectil, Li: lítico, Cu: collar de cuentas, Te: textil, O: óseo animal, Ah: artefacto de hueso, Tt: tableta y tubo de inhalar, Ct: cestería, Or: oro, Cb: instrumentos cobre/ bronce, Ot: otros. T: total.
De acuerdo con los datos presentados en la Tabla 6, de los 44 entierros analizados, en tres no se registró la presencia de acompañamiento, mientras que en los restantes se destaca la poca cantidad de ofrendas halladas ya que hay menos de 2 objetos por individuo (231 objetos en total para 127 individuos). En el caso de la cerámica, la proporción entre individuos y vasijas es 1:1. En el caso de los individuos subadultos, o bien estaban acompañados solo de piezas cerámicas o no se hallaron ofrendas.
No se registraron puntas de proyectil, objetos de oro ni cestería siendo que en este último caso la ausencia puede deberse a problemas de conservación. La cerámica es el grupo más representado ya que constituye más de la mitad del acompañamiento (55,83%) mientras que el resto se halla en una baja proporción: objetos de metal (6%), tabletas y tubos de inhalar (5%), artefactos de hueso (5%), material lítico (4%) y óseo animal (1%). En el caso de los adornos corporales las cuentas se presentan en una muy baja frecuencia (menos del 1%) y el resto como brazaletes o anillos están ausentes.
La categoría otros (22%), está constituida en la mayoría de los casos por objetos de madera que, por su grado de deterioro, no pudieron ser asignados a un objeto en particular; en menor medida se trata de fragmentos de pigmento como el ocre.
Un caso paradigmático de este período es el Complejo A en el sitio Los Amarillos. De acuerdo a las investigaciones realizadas, el sector central del sitio estaba dividido en tres complejos arquitectónicos internamente comunicados y a su vez separados por accesos restringidos: A, B y C[89]. En el complejo A se encontró una estructura construida sobre una plataforma artificial, un gran espacio abierto orientado hacia una plaza de grandes dimensiones (Recinto 32, Complejo B); se accedía al complejo A desde el complejo B, a través de una rampa oculta desde la plaza. Durante la época preincaica no hay indicios de actividades domésticas existiendo evidencias de actividades ceremoniales; durante esta época pudo haber funcionado como centro de las actividades públicas y rituales, sobre todo si se considera que este espacio tenía gran visibilidad desde amplias superficies del asentamiento. Por otra parte, se plantea que el espacio fue estructurado de tal manera que un determinado sector social tenía acceso directo a las actividades que se realizaban en el Complejo A mientras que otro grupo podía participar desde la plaza (Complejo B). En este complejo se encontró un pozo conteniendo restos óseos de, al menos, cinco individuos de edad adulta con ausencia de cráneos y extremidades inferiores y, por otro lado, tres tumbas sobre nivel de ladrillos de adobe conteniendo restos de, al menos, dos individuos adultos con gran cantidad de acompañamiento mortuorio: fragmentos de piezas de oro, miles de cuentas de diversos materiales (turquesa, malaquita, valva), equipos de inhalar, placas de mulita, cascabeles de nuez, puntas de flecha, textiles, instrumentos de hueso, entre otros. Este espacio y las tumbas allí halladas pudo haber sido el lugar donde se realizaban ceremonias públicas centradas en los cuerpos de los difuntos y sus ofrendas como forma de veneración de los ancestros[90].
Durante el período Inca, los individuos fueron inhumados en cámaras de forma variada (cuadrangular, semicircular o circular) en el interior de habitaciones, lo que señala que la ubicación en espacios domésticos sigue siendo preponderante en este período al igual que en el anterior. Sin embargo, cabe resaltar que estas cámaras son rasgos positivos, es decir están sobre el piso de ocupación, aunque también hay casos de entierros en urna como las tumbas 4 y 6 de Esquina de Huajra, que corresponden en el primer caso al entierro de dos subadultos, un niño de 7 años aproximadamente y un perinato; en el caso de la tumba 6 corresponden a dos adultos y un perinato.
Se hallaron tanto inhumaciones individuales como colectivas, en cuyo caso se registró un máximo de nueve individuos (Tumbas 73a y 85 de La Huerta). En relación con la edad, se encontró coexistencia en un mismo espacio mortuorio de adultos y subadultos.
Por otra parte, si bien la mayoría de los entierros son primarios, existen algunos que evidencian que los restos fueron removidos posiblemente con la intención de lograr más espacio para futuros entierros. En algunos casos de Esquina de Huajra se ha registrado además la presencia de entierros secundarios[91].
Los elementos que acompañaban a los difuntos se presentan en la siguiente tabla (Tabla 7):

Cantidades absolutas. Referencias: Ent.: número de entierro. N: cantidad de individuos por entierro, A: adulto, S: subadultos, Ce: cerámica, P: puntas de proyectil, Li: lítico, Cu: collar de cuentas, Te: textil, O: óseo animal, Ah: artefacto de hueso, Tt: tableta y tubo de inhalar, Ct: cestería, Or: oro, Cb: instrumentos cobre/ bronce, Ot: otros. T: total.
Lo que se observa en la Tabla 7 es que si bien todos los entierros cuentan con algún tipo de acompañamiento, solo en tres casos se registró cerámica como único ítem incorporado en la tumba. Se nota un incremento en la cantidad de objetos en relación con el período previo, ya que hay una media de 4,6 objetos por persona. La cerámica continúa siendo el elemento de mayor representación (42%) y en la categoría otros encontramos objetos de diferente materia prima; madera, valva de molusco, calabaza, plata, nueces, caña y pigmentos. Incluso dentro de una misma materia prima, madera, por ejemplo, hay variedad de instrumentos como vinasas o cuchillones, husos y torteros, astiles de flechas y arcos, tarabitas, keros y cucharas. Entre los elementos de plata cabe destacar la presencia dos vinchas en la tumba 94 de La Huerta y un topo en la tumba 42a de Yacoraite[95].
Se hallaron 23 elementos de metal de cobre o bronce, que corresponden a un 8% de los objetos hallados. Este conjunto está conformado por cinceles, topos, tumis, discos, pinzas de depilar y un cascabel. El tercer grupo de elementos con mayor representación corresponde a artefactos en hueso (4%) como ser topos, cornetas, agujas y espátulas.[96]
Con una menor representación se encuentran los elementos que forman parte del conjunto inhalatorio (2,5%) entre tabletas y tubos. Los elementos de adorno personal, como son las cuentas se hallaron en un 1,7% (al menos 5 collares) y los líticos en un 1,4% (4 elementos en cada uno). Entre los elementos óseos se destaca la presencia en Esquina de Huajra de dos cráneos de pato en la Tumba 2 y huesos de camélido en la Tumba 3[97], y en la Tumba 86a de La Huerta un esqueleto de cánido[98].
En las categorías textil, puntas de proyectil, cestería y oro se hallaron dos elementos en cada una, correspondientes a un 0,8% de la muestra. Los elementos de oro corresponden a dos peines hallados en la Tumba 94 de La Huerta[99].
En la siguiente tabla se presenta la distribución temporal de la cantidad de elementos hallados en cada categoría propuesta con el objetivo de realizar comparaciones del acompañamiento mortuorio entre los períodos (Tabla 8):

Ce: cerámica, P: puntas de proyectil, Li: lítico, Cu: collar de cuentas, T: textil, O: óseo animal, Ah: artefacto de hueso, Tt: tableta y tubo de inhalar, Ct: cestería, Or: oro, Cb: instrumentos cobre/ bronce, Ot: otros.

Lo que se observa en la tabla 8 y en la figura 2, es que mientras la mayor representación de cerámica se da en el PDRI y la menor en el Inca, esta relación se invierte en el rubro Otros. En lo que refiere al resto de las ofrendas es interesante el caso del oro ya que es en el PDRI donde se registran los mayores valores (6,87%) siendo que en el PDR2 no hay entierros con este tipo de ofrendas y en el Inca es menos del 1% su presencia.
A efectos de evaluar los tipos de ofrenda depositadas en cada período, se agrupó el acompañamiento en tres categorías funcionales denominadas “de uso cotidiano”, “alucinógenos” y “adornos”. La primera hace referencia a aquellos objetos utilizados en diferentes esferas de la vida social, independientemente de su frecuencia de uso; incluye piezas cerámicas, puntas de proyectil, artefactos líticos, de hueso y cestería. La categoría “alucinógenos” agrupa a las tabletas y tubos de inhalar, tradicionalmente considerados bienes de prestigio propio de las elites[100]. Finalmente se encuentran los objetos que pueden asociarse específicamente a “adornos corporales” tales como cuentas de collar, textil, objetos de oro y cobre/bronce (Tabla 9). El período Formativo fue excluido de esta comparación al no contar con información sobre la cantidad de ofrendas.


En la tabla 9 y en la figura 3, se observa que los objetos de uso cotidiano, aunque levemente decrecientes, registran las mayores frecuencias en los tres períodos. Durante el PDR II se registra un aumento en la frecuencia de los bienes ligados con el consumo de alucinógenos y desciende el de adornos personales, mientras que estos últimos se incrementan en el momento Inca.
Una de las primeras cuestiones relevantes es el hecho de que, independientemente del momento histórico al que se haga referencia, en la Quebrada de Humahuaca no se registran contenedores cerámicos exclusivamente diseñados y/o decorados para uso fúnebre[101]. En segundo lugar cabe mencionar que la mayoría de los entierros son de tipo primario, en posición genuflexa[102], aunque se registran algunos casos de entierros secundarios en Juella[103], Pucará de Volcán[104] y Esquina de Huajra para el momento Inca[105].
Al comparar las frecuencias de los elementos en las categorías funcionales establecidas en el presente trabajo (Tabla 9) para los tres períodos temporales que presentaron información cuantitativa suficiente, los objetos de uso cotidiano se mantuvieron como los más seleccionados para su incorporación en tanto acompañamiento funerario. Algo similar se registró en los Valles Calchaquíes, ya que durante el PDR II las ofrendas depositadas junto a los difuntos estaban relacionadas con la vida diaria y doméstica[106]. Al comparar la frecuencia entre períodos, vemos que entre el PDR I y II, las mismas resultan estadísticamente significativas (X2: 18,38; p= 0,0001) y al comparar el PDR I con el Periodo Inca, también hallamos resultados estadísticamente significativos (X2: 12,01; p= 0,0031), indicando que en el PDR I la preeminencia de los ítems de uso cotidiano fue mayor que en los otros dos períodos. En cambio, al comparar el PDR II con el Período Inca, no hallamos resultados estadísticamente significativos (X2=5,1591; p= 0,0769). Teniendo en cuenta este resultado, comparamos la frecuencia de cada categoría funcional para estos períodos y la única clase que presentó resultados estadísticamente significativos fueron los ítems de uso cotidiano (X2= 13,357; p= 0,0003) lo que señala que durante el PDR II primaron los ítems de uso cotidiano por sobre los demás en relación con el momento Inca.
Si en cuanto al tipo de ofrenda, el PDR I no se diferencia con el PDR II, hay al menos dos variables que lo hacen único: la modalidad de entierro y la cantidad y variedad de ofrendas. La combinación de ambas lo vuelve más interesante aún. El entierro directo en el piso sin preparación previa del espacio señala la poca inversión de trabajo y energía puesta en la construcción de las tumbas[107]. En contraposición a esto, los contextos funerarios cuentan con los acompañamientos de mayor riqueza y elaboración, algunos de carácter alóctono (valvas de moluscos, plumas de aves tropicales, sustancias alucinógenas), si se los compara con aquellos presentes en el periodo Formativo Tardío y el PDRII (Tabla 7). La Isla y Muyuna, Pucará de la Cueva, Pueblo Viejo del Morado y Puerta de Juella son algunos de los sitios donde se registraron ofrendas de objetos de oro aunque, lamentablemente hay publicaciones que no dan cuenta de la cantidad de objetos en cada una de las tumbas[108].
Al comparar cada categoría entre períodos, el incremento en la cantidad de objetos de oro resultó estadísticamente significativa para el PDR I (X2=32,289; p= 0,0001), mientras que el incremento en tabletas y tubos de inhalar resultó estadísticamente significativo para el PDR II (X2= 13,289; p= 0,0018). Para el momento Inca el incremento en la cantidad de objetos de cobre (X2= 20,753; p= 0,0001) y otros (X2= 129,35; p= 0,0001) resultó estadísticamente significativo. Para las otras categorías no se registraron diferencias estadísticamente significativas.
En síntesis, durante el PDR I es cuando se registra la mayor heterogeneidad en el acompañamiento mortuorio, es decir, cuando todas las categorías cuentan con presencia de elementos y su cantidad es mayor que la de otros períodos. Tal vez el caso más interesante lo constituya la tumba 11 de La Isla por la cantidad y variedad de su acompañamiento mortuorio (Tabla 5). Estas riquezas en las tumbas han sido interpretadas como parte de ceremonias de ostentación en luchas por el prestigio por parte de determinados grupos[109] a la manera que Cannon[110] interpretara los tipos de elementos en los entierros a lo largo del tiempo como parte de una “exhibición competitiva” (competitive display en el original). En este sentido, podría interpretarse que la ausencia de ofrendas en algunos casos conviviendo con tumbas con gran cantidad de objetos suntuarios podría indicar un momento donde la diferenciación social estaría emergiendo.
Este panorama cambia hacia el PDR II donde se registra[111] mayor homogeneidad estilística y de las formas cerámicas y donde disminuye la cantidad y variedad de acompañamiento mortuorio: no hay puntas de proyectil, cuentas de collar, ni objetos de oro, se redujo la cantidad de fauna y de artefactos de hueso si bien aumentó la cantidad de objetos de cobre/bronce y los relacionados al uso de alucinógenos (aumento que resultó estadísticamente significativo). Esto coincide con un momento histórico en el cual se habría dado un reforzamiento de los aspectos corporativos de las sociedades[112].
Pareciera que aquello que comenzaba a anunciarse en el PDR I como posibles competencias en la ostentación de acompañamiento mortuorio, evidenciado en la tumba 11 de La Isla, por ejemplo, hubiese sido clausurado o resignificado frente al afianzamiento de las sociedades de tipo corporativas. A partir del PDR II el acompañamiento mortuorio no reflejaría competencias individuales sino colectivas o de grupos determinados; se trataría de prácticas que mantienen el anonimato del poder conservando el control corporativo[113], o en palabras de Acuto[114] como una estrategia de vigilancia y control comunal sobre el desarrollo de potenciales desigualdades. Lo registrado en el complejo A de Los Amarillos daría cuenta de ceremonias públicas que no exaltarían ni glorificarían a los gobernantes sino a emblemas corporativos de grupos definidos por criterios como descendencia o etnicidad[115].
Un punto importante es que durante el PDR II comienzan a destacarse los espacios destinados al entierro de los difuntos. De acuerdo a lo registrado hasta el momento, es a partir del 1250 AD cuando comienzan a aparecer sepulcros sobreelevados, como es el caso de las cistas 1 y 2 en la unidad 400 de Los Amarillos o las tumbas del Complejo A del mismo sitio. Esta exposición o carácter público le daba una condición de visibilidad[116] antes no registrada. También durante este período se presentan por primera vez áreas segregadas para el entierro. La aparición de espacios exclusivos para el entierro de difuntos ha sido relacionada en la arqueología funeraria con la apropiación del territorio por grupos corporativos[117]. En este sentido, se podría postular la existencia de un vínculo entre la consolidación de un sistema corporativo y la necesidad de establecer derechos sobre territorios a través de la presencia de los ancestros[118]. Al mismo tiempo no debe desconocerse la conflictividad social registrada[119], que también explicaría la necesidad de asegurar la territorialidad y con esto la legitimación asociada al culto a los ancestros.
En síntesis, la aparición de espacios visibilizados para el entierro de los difuntos podría vincularse al proceso de afianzamiento de un sistema corporativo, reforzando los vínculos con los ancestros y de esta manera reafirmando la identidad y pertenencia a un grupo determinado. En este sentido las prácticas funerarias podrían ser entendidas como la materialización de la memoria grupal[120].
Esta práctica continuaría en el momento Inca, ya que los entierros relevados también fueron rasgos positivos sobreelevados, pero localizados en el ámbito doméstico. En cuanto al acompañamiento cobran relevancia los elementos de cobre, bronce o plata y los objetos comprendidos en la categoría otros (objetos de madera, valva de moluscos y pigmentos). Los metales fueron un bien preciado por el Tawantinsuyu como indicador de prestigio y utilizados en las alianzas políticas establecidas con las autoridades de los lugares que iban anexando[121]. Es posible interpretar que su incremento en las tumbas se relacione con los cambios a nivel político y especialmente con el fortalecimiento de líderes locales que se vincularían con el imperio de diversas formas.
A partir de la información disponible se ha intentado señalar la importancia que tuvieron los ancestros materializados en los contextos funerarios, tanto en su estructura, emplazamiento y contenido que los acompañaba. En algún momento cercano al PDR II se cristaliza su lugar preponderante en la reproducción del sistema, aunque su historia recorre los distintos momentos de los pueblos que habitaron la quebrada de Humahuaca.
En todos los períodos se registra el entierro en espacios domésticos. El hecho de enterrar en un espacio donde transcurre la vida cotidiana permite ver su distribución en el espacio como acto de permanencia del difunto cerca de los vivos, hecho que podría dar cuenta que el mundo de los muertos era una parte constitutiva de la experiencia cotidiana, formaba parte de esa esfera diaria de interacción social[122], podía convocárselos siempre que fuera necesario “…porque sus almas (ajayus) son protectoras y mensajeras”[123].
En la utilización de un mismo espacio funerario en el tiempo, como se ve en aquellas tumbas reutilizadas, los muertos forman parte de un pasado compartido, donde la memoria juega un rol predominante al vincularse con aquel espacio que evoca recuerdos[124]. Evidencias de prácticas relacionadas con el culto a los ancestros existen en la quebrada de Humahuaca desde el período Arcaico, en sitios como Huachichocana e Inca Cueva[125]; sin embargo, es hacia el PDR II cuando el mismo cobra relevancia constituyéndose en el argumento legitimador del nuevo orden político – institucional y a través del cual “se fundaban (y negociaban) los aspectos tanto jerárquicos como descentralizados y corporativos de las formaciones políticas andinas”[126].
Se ha planteado que existía en la región un fuerte vínculo entre los vivos, los muertos y los restos materiales que los representaban como componentes fundamentales de la reproducción de la sociedad[127],donde el pasado era invocado como forma de memoria colectiva que generaba y reforzaba identidades, a la vez que permitía negociar derechos sobre los recursos[128]. En este sentido, la aparición de cementerios separados de los grandes conglomerados habitacionales en el PDR II refuerza esta idea, dado que no dejaron de realizarse entierros en lugares domésticos en simultáneo con los entierros en cementerios.
Esto apunta a una concepción de la muerte como un evento no irreversible donde los difuntos tienen un rol activo en la vida social de su comunidad, de allí la práctica de darle de comer y beber a los ancestros[129], registro que posiblemente ha quedado en las vasijas que acompañan a la mayor parte de los entierros y en todos los períodos como hemos visto en este trabajo.






Cantidades absolutas. Referencias: Ent.: número de entierro. N: cantidad de individuos por entierro, A: adulto, S: subadulto, Ce: cerámica, P: puntas de proyectil, Li: lítico, Cu: collar de cuentas, Te: textil, O: óseo animal, Ah: artefacto de hueso, Tt: tableta y tubo de inhalar, Ct: cestería, Or: oro, Cb: instrumentos cobre/bronce, Ot: otros. T: total. La Isla M corresponde al sector denominado El Morro y N a la necrópolis A.

Cantidades absolutas. Referencias: Ent.: número de entierro. N: cantidad de individuos por entierro, A: adulto, S: subadultos, Ce: cerámica, P: puntas de proyectil, Li: lítico, Cu: collar de cuentas, Te: textil, O: óseo animal, Ah: artefacto de hueso, Tt: tableta y tubo de inhalar, Ct: cestería, Or: oro, Cb: instrumentos cobre/ bronce, Ot: otros. T: total.

Cantidades absolutas. Referencias: Ent.: número de entierro. N: cantidad de individuos por entierro, A: adulto, S: subadultos, Ce: cerámica, P: puntas de proyectil, Li: lítico, Cu: collar de cuentas, Te: textil, O: óseo animal, Ah: artefacto de hueso, Tt: tableta y tubo de inhalar, Ct: cestería, Or: oro, Cb: instrumentos cobre/ bronce, Ot: otros. T: total.

Ce: cerámica, P: puntas de proyectil, Li: lítico, Cu: collar de cuentas, T: textil, O: óseo animal, Ah: artefacto de hueso, Tt: tableta y tubo de inhalar, Ct: cestería, Or: oro, Cb: instrumentos cobre/ bronce, Ot: otros.


