Reacciones postraumáticas: revisión desde una perspectiva dimensional

Post-traumatic relations: review from a dimensional perspective

Anabel de la Rosa Gómez
Universidad Nacional Autónoma de México, México
Georgina Cárdenas López
Universidad Nacional Autónoma de México, México

Reacciones postraumáticas: revisión desde una perspectiva dimensional

Psicología Iberoamericana, vol. 24, núm. 1, pp. 70-79, 2016

Universidad Iberoamericana, Ciudad de México

Resumen: El vínculo entre los acontecimientos vitales adversos o estresantes y la salud psicológica ha sido estudiado desde hace algunos años y la evidencia científica ha informado que las respuestas postraumáticas son diversas, desde la psicopatología hasta el crecimiento postraumático. Sin embargo, el efecto o influencia directa que generan estas respuestas ante la adversidad y su impacto en la salud psicológica es todavía objeto de estudio. El entendimiento de las respuestas postraumáticas requiere la comprensión de factores de riesgo, protectores y mediadores que den luz acerca de los mecanismos y causas para el desarrollo y mantenimiento de algún desorden psicológico. En el presente artículo, se revisan los hallazgos de investigación respecto a la conexión entre el trauma, resiliencia y crecimiento psicológico, así como los factores que estimulan los procesos de reajuste postraumático desde una perspectiva dimensional de la psicopatología.

Palabras clave: Trauma, Estrés, Crecimiento postraumático, Modelo dimensional.

Abstract: The link between vital adverse or stressful events and psychological health has been studied for some years and the scientific evidence has shown a variety of post-traumatic discourses, from psychopathology to post-traumatic growth. However, the direct influence or effect generated by these responses to adversity and their impact on psychological health is still being researched. The understanding of post-traumatic responses requires the understanding of factors of risk, protections and mediators that shed light on the mechanisms and causes for the development and maintenance of some psychological disorder. This article examines research findings on the connection between trauma, resilience and psychological growth, as well as factors that stimulate processes of post-traumatic readjustments from a dimensional perspective of psychopathology.

Keywords: Trauma, Stress, Post-Traumatic Growth, Dimensional Model.

En los últimos años, ha habido un interés creciente en conocer las diversas respuestas emocionales que presentan los individuos ante las adversidades de la vida. El estrés y el trauma se han estudiado durante al menos un siglo; se han explorado desde las respuestas fisiológicas simpáticas hasta intervenciones psicológicas eficaces. La comprensión de múltiples dimensiones es ardua dada la cantidad de conocimientos existentes y la complejidad de los temas. Por su parte, las definiciones y criterios del estrés y el trauma están en constante cambio, como se refleja en las secciones pertinentes de los sistemas de clasificación psiquiátrica como el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales DSM-V (APA, 2013) y la próxima publicación de la Clasificación Internacional las Enfermedades (CIE-11).

La exposición a eventos altamente estresantes es una experiencia generalizada tanto para adultos y niños, hombres y mujeres, en cualquier contexto cultural. Se estima que alrededor del 82 al 90% de la población en general estará expuesto a algún tipo de evento traumático en algún momento en su vida (Breslau et al., 1998; Powers, Halpern, Ferenschak, Gillihan y Foa, 2010). Algunos eventos son más comunes que otros, tales como la muerte de un familiar o un amigo, la violencia escolar, o un accidente automovilístico, mientras que otros son extraordinarios, como el ser secuestrado o torturado, ser testigo de una guerra, etc. (Medinamora et al., 2005).

Por fortuna, la mayoría de las personas expuestas a un suceso traumático logran recuperarse con el paso del tiempo. Sin embargo, una minoría presenta síntomas de estrés postraumático, que en ausencia de un tratamiento eficaz pueden multiplicarse con un efecto en cascada hasta el desarrollo de una alteración psiquiátrica seria y persistente.

La evidencia científica ha informado que los acontecimientos estresantes precipitan el distrés psicológico y empeoran la salud física (Rivera, Caballero, Pérez y Montero, 2010). No obstante, también se ha visto que existen respuestas postraumáticas que dan lugar a una transformación positiva. Es así que el poder del efecto o influencia directa que generan estas respuestas ante la adversidad y su impacto en la salud psicológica es todavía objeto de investigación; ya que, a pesar de las diferencias encontradas, algunas personas experimentan niveles de estrés vital sin que su salud física o psicológica se vea afectada.

Ante esto, se han estudiado los factores que intervienen en la capacidad de recuperación frente a la exposición a eventos estresantes o traumáticos. Los hallazgos muestran que la relación entre las demandas externas (posibles estresores) y los resultados en la salud, rendimiento y adaptación de los individuos, está mediada por variables psicológicas que fungen como mecanismos de protección (Sandín, Rodero, Santed y García-Campayo, 2006). Los procesos con mayor respaldo empírico son la fortaleza cognitiva (resiliencia) y las estrategias de afrontamiento (Bilbao, Páez, da Costa y Martínez-Zelaya, 2013; García, Jaramillo, Martínez, Valenzuela y Cova, 2013). Así la evaluación primaria del acontecimiento determina su valor de amenaza, desafío o beneficio, mientras que la secundaria valora la controlabilidad del estímulo y los recursos disponibles para afrontar la situación (Folkman y Moskowitz, 2007; López, 2008). No obstante, aún se necesita más investigación para entender la naturaleza de las reacciones postraumáticas y los procesos psico-emocionales subyacentes. De esta forma, se hace relevante explorar qué recursos y procesos permiten a las personas afrontar eventos de naturaleza traumática. En el presente artículo, se revisarán los hallazgos de investigación respecto a la conexión entre el trauma, resiliencia y crecimiento psicológico, así como cuáles son los factores que estimulan los procesos de reajuste postraumático desde una perspectiva dimensional de la psicopatología.

TRAUMA PSICOLÓGICO

El trauma es la reacción psicológica derivada de un suceso altamente estresante que implica la vivencia de un acontecimiento negativo que surge de forma inesperada e incontrolable y que, al poner en peligro la integridad física o psicológica de una persona que se muestra incapaz de afrontarlo, tiene consecuencias de malestar intenso en la víctima. Además, se trata de un suceso que la persona no espera encontrar porque no forma parte de las experiencias habituales del ser humano. Por ello, la intensidad del suceso y la ausencia de respuestas psicológicas adecuadas para afrontar algo desconocido e inhabitual explican el impacto psicológico que causa el acontecimiento (Echerburúa, Corral y Amor, 2004). Aunque existe controversia sobre la categorización de un suceso como traumático, autores como Carlson y Dalenberg (2000) y Foa, Keane y Friedman (2000) identifican al menos tres elementos necesarios para que un acontecimiento sea considerado como tal: el evento debe ser vivido como incontrolable, negativo, y de carácter inesperado y repentino.

De acuerdo con Vázquez, Pérez-Sales y Ochoa (2014) han habido varias etapas en la historia de la investigación sobre el trauma psicológico. En un inicio, con la inclusión del término a la nosología psicopatológica del DSM-III (APA, 1980), y en donde se definió al trauma como una patología del espectro de los trastornos de ansiedad, que aparecía tras la exposición a un evento altamente perturbador, donde la vida y la integridad de la persona se veían seriamente amenazados, y comprendía un conjunto de síntomas de estrés que se manifestaban de forma similar en la mayoría de las personas expuestas a un acontecimiento psicológicamente traumático que, por lo general, se encontraba fuera del marco habitual de la experiencia humana. En este etapa, mucha de la investigación se centró en los efectos negativos del trauma (Bonanno, Brewin, Kaniasty y La Greca, 2010; McNally, 2003).

Sin embargo, esta conceptualización fue discutida tras la evidencia de que algunas personas no reaccionaban con un malestar igual ante eventos considerados traumáticos, por lo que se consideraron otras variables para explicar la etiología de la respuesta, debilitando la conexión causa-efecto entre el evento traumático y el trastorno o respuesta traumática (Breslau y Kessler, 2001; Kilpatrick, 2002). De esta forma, surgió la siguiente etapa, cuando respecto al agente estresante, la cuarta edición del DSM y su versión revisada se alejaron de la definición que hicieron las ediciones anteriores del suceso traumático, esto es, que debía encontrarse fuera de la experiencia humana normal. Así, se consideraron sucesos susceptibles de provocar un TEPT aquellos acontecimientos que no de manera forzosa revestían esta característica de anormalidad, pero que suscitaban reacciones emocionales intensas en el individuo. Además, se especificó el aspecto temporal del TEPT, se le clasificó en forma aguda si los síntomas duran menos de tres meses; crónica si lo hacen más de tres meses y; de inicio demorado cuando el inicio de los síntomas se produce como mínimo seis meses después de la ocurrencia del trauma (APA, 2000). Así fue que se presentaron los primeros indicios que mostraban que los acontecimientos vitales graves no causan de manera forzosa trastornos mentales.

En la reciente publicación del DSM-5 (APA, 2013; Armour, 2015) se han realizado modificaciones en el cuadro diagnóstico del TEPT derivadas de los hallazgos en investigación de la última década. Las adecuaciones nosológicas contemplan una mejora en la definición de acontecimiento traumático (criterio a), para facilitar la diferencia con el concepto de acontecimiento estresante, que no alcanza el umbral de traumático. Así como algunas modificaciones a los criterios b y c sobre especificaciones mínimas a algunos síntomas. Respecto al criterio d (alteraciones cognitivas y del estado de ánimo), su inclusión representa la principal novedad de la clasificación, al incluir criterios como el embotamiento emocional, creencias negativas sobre sí mismo, los otros y el futuro, basado en los hallazgos de Janoff-Bulman (1992) y Foa et al. (2000); así como la presencia de emociones negativas como la culpa, vergüenza e ira, este criterio fue basado en las denominadas emociones secundarias que acompañan las memorias verbalmente accesibles según la teoría del procesamiento dual de Brewin, Dalgleish y Joseph (1996). Por último, se introduce en el criterio e (alteraciones en la activación y reactividad) los síntomas relacionados con la presencia de comportamientos irritables y autodestructivos Top of Form.

En la tercera etapa, los investigadores han centrado su atención en los aspectos positivos de las experiencias traumáticas, han ampliado la idea de la capacidad de recuperación y reajuste llamada resiliencia (Vera, Begoña y Vecina, 2006). Los sentimientos positivos no están excluidos del cúmulo de emociones que una persona puede experimentar durante y después de un trauma, por ejemplo, la solidaridad, la percepción de apoyo social y las creencias positivas sobre fortaleza y confianza en sí mismo para superar el evento, entre otras. Algunos estudios han informado estos hallazgos en muestras de víctimas de violencia social (Vázquez, Pérez-Sales y Hervás, 2008), víctimas de desastres naturales (García et al., 2014), sobrevivientes de cáncer (Ochoa, Castejón, Sumalla y Blanco, 2013), pacientes sobrevivientes de quemaduras (Eiroa, Tasqué, Fidel, Giannoni y Argüeño, 2012) e incluso en refugiados y personas que vivieron en cautiverio (Bruno et al., 2011). Estos resultados contemplan la posibilidad de que un suceso traumático permite desplegar recursos personales de quien lo enfrenta, con lo que da lugar al llamado crecimiento postraumático.

REACCIONES DERIVADAS DE UN TRAUMA: DE LA VULNERABILIDAD AL CRECIMIENTO POSTRAUMÁTICO

Cuando un individuo sufre un evento traumático presenta una serie de reacciones a nivel psicológico y fisiológico debido a la percepción de riesgo a perder la vida o sufrir lesiones físicas. La adaptación postraumática es el resultado de la interacción de múltiples variables, como la apreciación y la valoración del suceso, las consecuencias del evento y los estilos de afrontamiento de cada individuo (García et al., 2014). De acuerdo con Brewin y Burgess (2014), los constructos de vulnerabilidad se corresponden con tres categorías: (1) los factores de vulnerabilidad resistentes que están presentes antes del trauma; (2) las características de la experiencia traumática; y (3) las características del contexto posterior al trauma y las respuestas de afrontamientos de los individuos.

Un aspecto determinante a considerar para el desarrollo de un trauma son las diferencias individuales entre las víctimas que han estado expuestas a un suceso traumático, ya que éste dependerá de la vulnerabilidad psicológica, que hace referencia a la precariedad del equilibrio emocional, y de la vulnerabilidad biológica, que surge de forma innata y que está relacionada con un menor umbral de activación psicofisiológica. De esta forma, un bajo nivel de autoestima, aislamiento social, crecer en ambientes aversivos, antecedentes genéticos (Brewin, 2008; Broekman, Olff y Boer, 2007), y una percepción de fatalismo debilitan la resistencia al trauma y generan una sensación de indefensión y desesperanza que agravan el impacto psicológico y actúan como moduladores entre el suceso traumático y el daño psicológico (Esbec, 2000; Charles et al., 2009). Por tanto, la probabilidad de generar un trauma estará en función del mayor o menor peso de los factores de vulnerabilidad y de los factores de protección, que pueden contribuir a agravar o a procesar el suceso traumático sufrido.

Por otra parte, algunos estudios han informado que la severidad del estresor está asociada con mayor intensidad de síntomas negativos postraumáticos (Andrew, Brewin y Rose, 2003; Echeburúa et al., 2004), al enfatizar que es más severo un hecho traumático cuando éste es producto de la violencia interpersonal o es provocado de manera intencional por el hombre. Otro factor a considerar es la duración de la exposición al evento traumático, y ésta dependerá del tipo de suceso vivido (cautiverio, maltrato prolongado o amenazas de ataques terroristas, etc.) (Charles et al., 2009).

De acuerdo con Foa (2011), los factores que contribuyen a graduar la intensidad de la respuesta al trauma son: a) la capacidad de control que tiene la persona sobre la propia situación, b) la capacidad de predecir el hecho y c) la amenaza percibida. Es así que el impacto psicológico estará mediado por la intensidad/duración del hecho y la percepción del suceso sufrido, el carácter inesperado del acontecimiento, el grado real de riesgo experimentado, las pérdidas sufridas, la historia de victimización, así como el apoyo social percibido y los recursos psicológicos de afrontamiento. Este último factor tiene cúmulo de evidencia empírica en la mitigación de la relación entre el estrés traumático y el funcionamiento psicológico (Folkman et al., 2007). Sin embargo, no hay acuerdo en la literatura científica acerca de las categorías de afrontamiento, ya que existen dos posturas teóricas contrapuestas: el afrontamiento visto como característica estable –estilos de afrontamiento– (variable disposicional) y el afrontamiento como proceso dinámico y cambiante ajustado a las demandas del contexto –estrategias de afrontamiento– (variable contextual).

Desde la postura de Lazarus y Folkman (1984), el afrontamiento se define como la respuesta adaptativa al estrés, es decir, una categoría de adaptación elicitada en el individuo por circunstancias inusuales y abrumadoras, donde existen procesos cognitivos y comportamentales cambiantes (adaptativos y flexibles) para manejar las demandas específicas externas o internas apreciadas como excedentes o que desbordan los recursos del individuo. En el afrontamiento no siempre se atienden las demandas objetivas, ni se resuelve la amenaza, ni se evita la pérdida o el daño; simplemente se les maneja hasta cierto punto, es decir, se negocia con la realidad. Es así que las respuestas de afrontamiento se dividen en aproximación y evitación, y éstas se subdividen a su vez en dos categorías que reflejan los métodos de afrontamiento cognitivo y conductual. El afrontamiento de aproximación se focaliza en el problema y refleja los esfuerzos cognitivos y conductuales para manejar o resolver los estresores vitales. En cambio, el afrontamiento por evitación tiende a estar centrado en una emoción; refleja intentos cognitivos y conductuales para evitar pensar en un estresor y sus implicaciones, y así poder manejar el afecto asociado al mismo (Beasley, Thompson y Davidson, 2003).

Algunos estudios han sido consistentes al mostrar efectos positivos entre el despliegue de estrategias de afrontamiento centradas en la tarea asociadas con mejores resultados (disminución de síntomas negativos), mientras que las estrategias de evitación o centradas en la emoción se asocian con un mayor impacto psicológico (Guarino, 2013).

Al igual que las estrategias de afrontamiento, la fortaleza cognitiva o también llamada resiliencia, se ha convertido en tópico de investigación debido a que está asociada a la salud mental y a los mecanismos de adaptación al entorno por parte del individuo. Las personas que viven situaciones muy adversas pueden sufrir consecuencias muy serias en su desarrollo psicológico. Sin embargo, algunos individuos logran no sólo superar la adversidad, sino incluso salir fortalecidos de ella. La resiliencia no es unidimensional o un atributo dicotómico que las personas tienen o no tienen; implica la posesión de múltiples habilidades en varios grados que ayudan a los individuos a afrontar (Palomar y Gómez, 2010).

A pesar de que la resiliencia puede manifestarse de distintas formas en los individuos constituye un proceso dinámico e interactivo entre las características de personalidad y los contextos, esto se evidencia en cómo se dan las adaptaciones a las condiciones adversas (Luthar, Cicchetti y Becker, 2000). Asimismo, está relacionada con la confianza y el optimismo ante la adversidad porque permite a la persona reconocer sus propias posibilidades, además de confiar en la ayuda que pueda obtener de los demás y el manejo de las contingencias situacionales ante las que debe saber resistir y acometer para preservar la calidad de vida (Vera et al., 2006). Se debe subsistir a pesar de tener en cuenta que las condiciones para la consecución de las metas no siempre son favorables y existen diferentes obstáculos que superan al individuo, ya sea en lo personal, lo interpersonal, el sistema y contexto propio en el que el éste se desarrolla.

En general, se ha definido la resiliencia como la capacidad para exhibir respuestas adaptativas ante condiciones de riesgo, que combina un conjunto de atributos personales adquiridos a través del desarrollo psicológico y a partir del contacto con factores protectores disponibles en los entornos propios de las personas en riesgo (Gaxiola y Frías, 2008). La resiliencia es una inferencia basada en las diferencias individuales respecto a la respuesta al estrés o adversidad (Rutter, 2007); por tal motivo, constituye una variable del orden latente que puede ser inferida a partir de indicadores observados relativos a los modos disposicionales, esto es, la forma como reaccionan las personas ante las adversidades que atraviesan.

De esta manera, un mayor porcentaje de la investigación en el tema se ha centrado en el estudio de las consecuencias psicológicas negativas derivadas del trauma. Una de las secuelas más estudiadas ha sido el trastorno por estrés postraumático (Cárdenas y De la Rosa, 2012; Foa, 2011). Sin embargo, otros estudios apuntan a que las experiencias traumáticas pueden activar procesos positivos en algunas personas (López, 2008; Vázquez, Castilla y Hervás, 2009).

Tedeschi y Calhoun proponen que algunas personas podrían desarrollar un “cambio positivo y significativo que experimentan como resultado del proceso de lucha ante un trauma” (Tedeschi y Calhoun, 2008, 30, concepto que definen como Crecimiento Postraumático (CPT). Investigaciones muestran que los procesos implicados tanto en el desarrollo de sintomatología del estrés postraumático como en el CPT tienen aspectos comunes, vinculados con el cambio de creencias personales, la influencia de variables sociales y la rumiación relacionada con las consecuencias del evento (Arnoso et al., 2011; Tedeschi y McNally, 2011).

El crecimiento postraumático, como constructo multidimensional derivado de investigación en Psicología positiva, busca conceptualizar la experiencia de crecimiento por medio de la cual las personas que hayan atravesado situaciones traumáticas pueden experimentar cambios positivos (Vázquez, Castilla y Hervás, 2009). De acuerdo con Calhoun, Cann y Tedeschi (2010), se plantean 5 consecuencias positivas del CPT: a) incremento en la apreciación del valor de la vida; b) sensación de que la vida brinda nuevas posibilidades; c) incremento de la fortaleza personal; d) fortalecimiento de las relaciones personales, en especial con los más cercanos.

Es relevante señalar que si bien el CPT y resiliencia son términos relacionados no son equivalentes, como se comentó, la resiliencia refiere a una característica que preexiste a la situación traumática; en este sentido, estaría dada por la habilidad que tiene una persona para recuperarse o para regresar al nivel de funcionamiento previo a la experiencia de adversidad (Grill, 2009). En el caso del CPT, se trata de una capacidad que pueden desarrollar las personas como consecuencia del aprendizaje derivado de la exposición al trauma (Calhoun et al., 2010). De acuerdo con la revisión de la literatura, entre el 50 y el 60% de los sobrevivientes puede mostrar estos cambios (Helgeson, Reynolds y Tomich, 2006; Linley y Joseph, 2004).

REACCIONES POSTRAUMÁTICAS DESDE EL MODELO DIMENSIONAL

En los sistemas actuales de clasificación psiquiátrica (es decir, DSM y la CIE) se detallan los indicadores clínicos característicos del trauma, en términos generales, presencia de síntomas de a) reexperimentación de la agresión sufrida o de la experiencia vivida, en forma de pesadillas o de imágenes constantes e involuntarias; b) la evitación conductual y cognitiva de los lugares o situaciones asociados al hecho traumático, y c) las respuestas de hiperactivación, en forma de dificultades de concentración, de irritabilidad y de problemas para conciliar el sueño. Aunque la validez transcultural aún no está demostrada en su totalidad estos síntomas indican que el trauma puede afectar de forma profunda el funcionamiento y la integridad psicológica del individuo (Walter y Bates, 2012). No obstante, la lista de síntomas no contempla en su totalidad los cambios psicológicos que el trauma puede producir en las personas afectadas.

De acuerdo con la revisión sistemática de Hernández-Guzmán, Del Palacio, Freyre y Alcazar (2011), desde la perspectiva categórica de la patología la heterogeneidad de síntomas entre pacientes con diagnóstico de trauma es común, lo cual ha llevado a crear nuevas categorías diagnósticas que exacerban el problema de la superposición de síntomas y subtipos de trastornos.

Por el contrario, desde un modelo dimensional de la psicopatología es considerado el índice de gravedad y los efectos en el funcionamiento cotidiano de la persona; se reconocen las diferencias individuales no sólo en cuanto al nivel de intensidad, sino también al tomar en cuenta dimensiones psicológicas tales como la personalidad, la autoestima, emociones, cogniciones, las estrategias de afrontamiento, etcétera. De esta forma, desde el modelo dimensional se requiere identificar y medir las diferencias individuales, lo que permite apreciar el grado e intensidad de las reacciones postraumáticas.

Lo anterior tiene implicaciones cruciales para el posible diagnóstico y el tratamiento de desórdenes derivados del trauma, ya que desde la perspectiva dimensional, el diagnóstico merece una formulación amplia del caso que implica la consideración de las causas, los problemas previos precursores del problema actual y los recursos de afrontamiento con los que cuenta la persona, y no sólo el conteo de síntomas agrupados prescritos.

CONCLUSIONES

Existe un vínculo evidente entre el trauma, la resiliencia y el crecimiento postraumático en el que subyace el reconocimiento de una influencia constante entre variables biológicas, ambientales y contextuales. La conducta humana es un sistema dinámico, adaptativo y complejo, en donde el individuo recorre un continuo entre respuestas funcionales y disfuncionales. El entendimiento de las respuestas postraumáticas requiere la comprensión de factores de riesgo, protectores y mediadores que den luz acerca de los mecanismos y causas para el desarrollo y mantenimiento de algún desorden psicológico.

El individuo que ha sufrido un suceso traumático intenta un ajuste emocional al darle sentido a la experiencia vivida. De esta forma cobra relevancia la valoración cognitiva del evento estresante y que estará asociada a los recursos de afrontamiento con los que cuente la persona. Así, se ha propuesto que el procesamiento cognitivo durante el trauma depende de factores como la duración y el control del acontecimiento estresante, la exposición previa a sucesos traumáticos, cogniciones negativas sobre uno mismo, un bajo nivel intelectual, problemas de abuso de alcohol, un nivel alto de activación y miedo, entre otros, que interfieren en el procesamiento conceptual y organización de la situación traumática. Estos factores afectan también a la evaluación que el individuo lleva a cabo del trauma y sus secuelas. El sistema de creencias y las experiencias traumáticas previas también influirían, según Ehlers y Clark (2000), en el tipo de estrategias de afrontamiento movilizadas para el control de los síntomas postraumáticos.

Como se ha mencionado, un aspecto determinante a considerar para el desarrollo de un trauma son las diferencias individuales entre las personas que han estado expuestas a un suceso traumático, ya que estas características determinarán la presencia de un trastorno derivado del trauma y el curso de los síntomas. No obstante que el miedo y la ansiedad derivadas del suceso traumático existen en todas las personas, su experiencia subjetiva se ve modelada por factores específicos de cada cultura (Barlow, 2002); en el caso de la evaluación de las reacciones postraumáticas, el estilo de vida y las pautas culturales en una sociedad determinada influyen de manera directa en la respuesta. Es así que existen diversos factores pretraumáticos, peritraumáticos y postraumáticos que intervienen sobre las posibles respuestas a algún tipo de evento estresante.

Las implicaciones para la evaluación y el tratamiento son importantes, ya que medir el impacto psicológico de los acontecimientos traumáticos sobre las personas que han vivido una situación delicada y altamente estresante representa una tarea compleja, al considerar el amplio espectro clínico que abarca el fenómeno y la variedad de síntomas que puede desencadenar. En consecuencia, se subraya la necesidad de desarrollar evaluaciones que reunan esta vasta serie de reacciones (Cann, Calhoun, Tedeschi y Solomon, 2010; Pérez-Sales et al., 2012).

Se sugiere que para futuras investigaciones se continúe explorando las respuestas psicológicas de los individuos frente a los eventos traumático no sólo desde la patología, sino también desde la perspectiva de la psicología positiva. Se vive en un mundo cambiante, en donde los seres humanos tienen que lidiar a diario con condiciones estresantes que superan las propias capacidades de resistencia y que, vinculados con diferencias individuales, colectivas y contextuales, permiten la presencia de diversidad de reacciones emocionales. Por tanto, cualquier intervención debe tener en cuenta el marco cultural e idiosincrático de la población, lo que permitirá reducir el impacto negativo y promover estrategias más adaptativas de afrontamiento.

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Notas de autor

Correspondencia: Avenida de los Barrios No. 1, Colonia Los Reyes Iztacala Tlalnepantla, Estado de México, C.P. 54090. Torre de tutorías, 2do. piso, cubículo 18. Correo electrónico: anabel.delarosa@ired.unam.mx

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