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En el calvario del encierro penitenciario: Análisis metafórico y esbozo de acompañamiento psicosocial a partir de las experiencias de mujeres familiares de personas privadas de la libertad en Jalisco
In the calvary of prison confinement: Metaphorical analysis and outline of psychosocial accompaniment based on the experiences of female relatives of persons deprived of liberty in Jalisco
En el calvario del encierro penitenciario: Análisis metafórico y esbozo de acompañamiento psicosocial a partir de las experiencias de mujeres familiares de personas privadas de la libertad en Jalisco
Psicología Iberoamericana, vol. 30, núm. 3, Esp., e303486, 2022
Universidad Iberoamericana, Ciudad de México

Recepción: 14 Junio 2022
Aprobación: 31 Octubre 2022
Resumen: Presentamos los primeros hallazgos de un trabajo de investigación cuyo objetivo fue construir una guía de acompañamiento psicosocial para mujeres familiares de personas privadas de la libertad del estado de Jalisco, México. Las participantes fueron 12 mujeres con edades entre los 25 y 60 años. Para tal efecto, decidimos emplear una metodología exploratoria a partir de las metáforas como analizador social y buscamos las redes semióticas en las que saturaban los efectos materiales y morales del encarcelamiento penitenciario y la operación del poder punitivo. A partir de la compresión de las significaciones y las implicaciones del encierro, nos concentramos en imaginar cómo serían los momentos y las formas de acompañamiento que precisarían en momentos clave del proceso de internamiento. Concluimos que el encarcelamiento de un familiar es un pasaje hacia un cotidiano inhóspito que disloca los parámetros convencionales, convirtiéndolo en un calvario de contingencias constantes.
Palabras clave: Encierro penitenciario, familiares de personas privadas de la libertad, análisis metafórico, acompañamiento psicosocial, poder punitivo.
Abstract: We present the first findings of a research project which aimed to construct a guide on psychosocial accompaniment with female relatives of persons deprived of liberty in Jalisco, Mexico. Participants included 12 women between the ages of 25 and 60 and an exploratory methodology was used. It is based on metaphors as a social analyzer, and we looked for the semiotic networks in which the material and moral effects of prison incarceration and the operation of punitive power saturated. Starting from understanding the meanings and implications of confinement, we concentrated on imagining what the moments and forms of accompaniment would be like that they would require at key moments of the internment process. We conclude that the imprisonment of a relative leads to an inhospitable daily life that dislocates the conventional parameters, turning it into a calvario of constant contingencies.
Keywords: prison confinement, family members of persons deprived of liberty, metaphorical analysis, psychosocial support, punitive power.
Introducción
Coordenadas neoliberales para esbozar la circunstancia de la mujer familiar de la persona privada de la libertad
La penúltima ola de reformas neoliberales en México coincide con el desembarco de las estrategias de política securitaria que implementara el gobierno de Calderón (2006-2012) sobre el terreno de la llamada “Guerra contra el narcotráfico” (Rosen & Zepeda, 2015; Zaldivar & González, 2020). En ese momento en que el país fue convertido en un “campo de guerra” (González, 2014), México y Estados Unidos firmaron el Plan Mérida (2008), el cual marcaría un “nuevo impulso neoliberalizador” (Moreira & Santiago, 2020, p. 38) propulsado por un vasto paquete de medidas para el adelgazamiento del rol social del Estado, al que se incluyó, paradigmáticamente, el germen del inicio de la privatización de los centros penitenciarios mediante la figura del outsourcing. Antes de continuar con nuestra exposición sobre las configuraciones contemporáneas del Estado de inseguridad social (Lorey, 2012) en México, introduciremos a través de Wacquant (2010) la actualización penalferista del modelo neoliberal a través de sus cuatro lógicas principales: (1) la desregulación económica que propone el mercado como el dispositivo guía para gestionar la vida pública; (2) la reconstrucción “desde arriba” del nexo del mercado, el Estado y de la ciudadanía; (3) la responsabilización individual, basada en la construcción del ciudadano sobre el tropo del Empresario de sí; y (4) la utilización del aparato penal como un órgano central del Estado, el cual se vuelve expansivo, intrusivo y proactivo.
El adelgazamiento del rol social del Estado y la desaparición del trabajo asalariado (Frejtman & Herrera, 2010) van tomando forma con la reforma a la Ley Federal del trabajo (2012)[1], ratificada durante el gobierno de Enrique Peña Nieto (2012-2018), que “atiende las demandas del patronato por el despido gratuito y la desmemoria de la antigüedad laboral” (Hoyos, 2018, p. 64). Por otro lado, la desnutrición del mercado laboral formal ha impulsado la economía informal, estableciéndose lo que Wacquant (2010) denomina un círculo perverso de relación entre empobrecimiento-desempleo-delito, el cual retroalimenta la criminalización de la pobreza y el impulso de las políticas punitivas como medida de combate al delito dentro de la nueva agenda de Seguridad Nacional. A La progresiva precarización de la vida que apunta al establecimiento de lo que Zaffaroni (2020) llama el nuevo orden mundial 30–70 (30% incluidos y 70% excluidos), se suma la pandemia del COVID-19, que ha recrudecido la brecha de desigualdad social y de género. Según datos del INEGI (2021a), las personas subocupadas han aumentado de 4.6 millones en el primer trimestre de 2020 a 7.3 millones en los tres primeros meses de 2021. La brecha de desigualdad golpea aún más a las mujeres, ya que representan 7 de cada 10 desempleados en el país.
Desde inicios del siglo XXI, y como una de las mayores consecuencias de la progresiva militarización y extensión de la violencia sociopolítica en el país, se produjo el aumento exponencial y selectivo de la población penitenciaria (Calveiro, 2012). De acuerdo con la Encuesta Nacional de Población Privada de Libertad (INEGI, 2021a), más del 46.4% de la población compartió una celda diseñada para 4 con más de 5 personas. Como señalan varios estudios, las cárceles mexicanas no están cumpliendo con su propósito, definido en el Artículo 18 constitucional (Azaola & Bergman, 2007; Documenta A.C. et al., 2016; Giacomello, 2019; Pérez-Correa, 2015; Solís et al., 2012), puesto que no se estarían encargando del cometido marcado por su “misión reinsertadora”. Es decir, la cárcel ni reinserta ni previene el delito. La misión “re” constituye un aparato ideológico que abarca conceptos tales como: reinsertar, resocializar, rehabilitar, readaptar, reeducar, entre otros, que se han edificado como la base del tratamiento penitenciario y que, a decir de Zaffaroni (2015), resultan absurdos ya que no hacen más que reproducir círculos viciosos de exclusión, puesto que es imposible pretender incluir —a través de la “corrección” de la conducta y la moral— a aquellas personas que han salido de las normas sociales al mismo tiempo que se las excluye (Gutiérrez, 2020). Las perversas paradojas se encuentran, además, con el giro de la gestión actuarial de la desviación (De Giorgi, 2005, 2006), dejando de apelar a la prevención y transformación positiva del preso; el modelo correccional está siendo relevado por una forma de encierro semejante a un depósito “donde se arrojan los desechos humanos de la sociedad de mercado” (Wacquant, 2010, p. 65).
A la sobrepoblación y hacinamiento que, junto con el uso excesivo de la prisión preventiva, se identifican como problemas crónicos de los sistemas penitenciarios latinoamericanos (Zaffaroni, 2020), se suman los efectos deteriorantes (físicos y psicológicos) propios del encierro. Numerosos estudios detallan sus efectos mortificantes (Azaola, 2007; Calveiro, 2010; Díaz & Mora, 2010; García Borés, 2003; Kalinsky & Cañete, 2006; Makowski, 2010; Parrini-Roses, 2007; Pérez Guadalupe, 2000; Schlosser, 2008; Valverde, 1991; Zaffaroni, 1992) y nos permiten afirmar que la prisión y el sistema penal-punitivo produce sujetos profundamente oprimidos (Gutiérrez, 2020).
Los efectos del encierro, es decir, el castigo y la pena, se transfieren a los familiares. Las penas no son individuales, la deuda contraída a través de la indisciplina del familiar es familiarizada, en tanto que los parientes han de hacerse cargo de la forma de pago (Lazzarato, 2013). Los familiares que se harán cargo son sujetos femeninos o feminizados que son conminados moralmente a hacerse cargo de los cuidados de los otros. Numerosos estudios de la región demuestran que quienes mantienen la visita constante a las personas presas suelen ser casi en su totalidad mujeres: mamás, hermanas, primas, amigas (Antony, 2019; Añaños, 2010; Azaola, 1995, 2007; Azaola & Yacamán, 1996; Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) & Ministerio Público de la Defensa Procuración Penitenciaria de la Nación, 2011; Colanzi, 2018; García-Borés, 2003; Giacomello, 2013; Malacalza, 2014). En definitiva, son las mujeres quienes sostienen afectiva y económicamente a las personas en prisión, lo que les genera costos negativos importantes que van desde el empobrecimiento económico hasta la afectación a su salud (Pérez-Correa, 2015). En esta dirección, vemos cómo la prisionización masiva se configura como eje central dentro del sistema sociopolítico que reproduce, desde el ejercicio de un poder punitivo-patriarcal, mujeres empobrecidas e invisibilizadas.
No solo las familiares son quienes tienen que asumir los costos económicos, sociales y de salud que implica tener a un familiar en prisión (Hoyos, 2021; Pérez-Correa, 2015), sino, además, en sus vidas padecen y resisten los “efectos extendidos del encierro” (Ferreccio, 2015). El castigo penitenciario invade “la esfera cotidiana de las familias” regulando el día a día mediante las tres lógicas carcelarias señaladas por Ferreccio (2015): lógica premial, lógica del temor y lógica del disciplinamiento. De este modo es como “la sombra de la prisión se expande” (Ferreccio, 2018, p. 61), interviniendo en las relaciones de las personas involucradas, lo cual no es un hecho menor, pues esto implica que las familiares viven un “descolocamiento” permanente de la vida diaria en el que se enfrentan a una serie de dificultades como el desconocimiento de sus derechos y los derechos del familiar detenido, así como del lenguaje jurídico, abusos de autoridad por parte del personal de custodia y ministerios públicos, desorganización del núcleo familiar, problemas económicos debido, en el mayor de los casos, a tener que solventar y enfrentar procesos jurídicos, despersonalización y extensión del estigma de la persona detenida.
La experiencia de los familiares de personas privadas de libertad en México, y en particular en Jalisco, pese a ser un problema social, pasa por una suerte de invisibilización. Tan solo para el caso mexicano, si consideramos que el total de la población penitenciaria es de aproximadamente doscientas veinte mil personas detenidas, esta cifra se multiplica si pensamos en las personas que son afectadas “extensivamente” por el encierro (padres y madres, hermanos y hermanas, hijos e hijas).
Dada la considerable vacancia de información y datos respecto a esta temática en el estado de Jalisco, desarrollamos en 2019 el proyecto de investigación Más allá de la prisión. Diagnóstico situacional sobre los efectos del encierro punitivo en familiares de personas privadas de su libertad y su relación con la transformación de políticas de reintegración social, el cual, bajo un diseño metodológico mixto cualitativo-cuantitativo, tuvo como objetivo conocer desde las experiencias de las familiares de personas privadas de la libertad (PPL) la complejidad histórica y el impacto psicosocial de las consecuencias de la extensividad del encierro, para terminar por diseñar una propuesta de acompañamiento psicosocial. Por este medio presentamos los primeros hallazgos cualitativos, resultados de una serie de entrevistas semiestructuradas a doce mujeres familiares directas de personas privadas de la libertad en el complejo penitenciario del estado de Jalisco.
Método
La metáfora como analizador de las experiencias del encierro penitenciario de mujeres familiares de personas privadas de la libertad
Con el fin de construir un primer esbozo de guía de acompañamiento que prevea momentos clave de acompañamiento, la investigación cualitativa que se presenta toma terreno en los postulados de los estudios de la metáfora como analizador social (Lakoff & Johnson, 1986; Lizcano, 2006; Shotter, 2001). La construcción de un horizonte metafórico sobre los itinerarios de vida de las familiares tuvo dos momentos; el primero consistió en la realización de entrevistas individuales, y el segundo, en cuatro tríadas focales.
Nos hemos centrado en el rastreo y producción metafórica como un modo de aproximarnos al imaginario social. Tal y como advierte Lizcano (2006), el imaginario no es definible, se trata más de un “lugar de claroscuros y con-fusiones o co-fusiones” (p. 43), por lo que únicamente podemos referirnos a él, aludirlo, a través de metáforas y analogías. El imaginario se dice “en la metáfora […] al pie de la letra; o, en su caso, al pie de la imagen. Al pie, es decir, en aquello en que la letra, la palabra o la imagen se soportan, se fundamentan” (Lizcano, 2006, p. 51). Así que “la investigación de las metáforas comunes a una colectividad es un modo privilegiado de acceder al conocimiento de su constitución imaginaria” (Lizcano, 2006, p. 44).
Construimos la muestra a través de la selección de bola de nieve (León & Montero, 2015), en la que reunimos a las doce participantes de entre 25 y 60 años de edad. Los criterios de inclusión de las colaboradoras consistieron en ser mayores de edad y tener vínculo activo en el régimen de visita, ya fuera consanguíneo o legal, con una persona privada de la libertad encarcelada en un reclusorio del estado de Jalisco. El primer contacto se estableció vía telefónica, con el fin explicar los objetivos de la investigación así como las implicaciones y los pormenores de su participación en ella. La investigación se condujo bajos los estándares éticos del Reporte de Belmont y les compartimos las cláusulas de confidencialidad, así como el consentimiento informado (Madison, 2012). Una vez otorgado el consentimiento, procedíamos a iniciar la entrevista individual y posteriormente las de las dos tríadas focales. Siempre se cuidó la seguridad de las participantes, construyendo acercamientos respetuosos y relaciones igualitarias[2].
En un primer momento, las entrevistas individuales tuvieron un carácter “exploratorio” (Fontana & Frey, 2015, p. 157). Su objetivo consistía en mapear metáforas relacionadas con los itinerarios de vida de las familiares antes de la entrada en prisión, así como durante el encierro, con el fin de identificar qué momentos precisaban qué tipo de acompañamientos específicos, y cómo estos podían traducirse en una guía de acompañamiento. Con este motivo produjimos una guía de tópicos sondeando las siguientes cinco áreas de exploración: (1) Estar ahí para/con/en. Apoyos y necesidades, presencias y ausencias. (2) Encuentro penitenciario. Relacionalidades con la institución. (3) Afrontamientos pantanosos. Relacionalidades con el medio penitenciario. (4) Huellas anudantes. Relacionalidades consigo misma. (5) Estar ahí para/con. Esbozar el diseño de una guía de acompañamiento.
En la exploración de cada área colectivamente produjimos metáforas que nos sirvieron de asertos sobre los cuales volver reflexivamente con el objetivo de complejizar y texturizar dilemáticamente cada una de ellas. De la mano de los postulados etnometodológicos, consideramos que “la realidad social está siendo creada constantemente por los actores, no es un dato preexistente” (Coulon, 1987/2005, pp. 33-34).
Para cuidar una posible “imputación de significados y motivos” (Coulon, 1987/2005, p. 75), propusimos un último encuentro con nuestras colaboradoras, en esa ocasión a través de un formato de tríadas focales (Kamberelis & Dimitriadis, 2015), el cual acometía dos objetivos: afinar las especificidades semánticas de las metáforas confeccionadas con relación a los momentos en los que los diferentes tipos de acompañamientos eran oportunos, así como corregir, matizar o ampliar el tejido metafórico. Tal como señalábamos, la función de las tríadas fue, primordialmente, la de cuidar los datos, y sobre todo a nuestras participantes, además de evitar “una contradicción significativa entra las referencias empíricas y las proposiciones interpretativas” (Olivier de Sardan, 2018, p. 197), para no caer en la producción de un análisis en el que ignoremos aquellas cuestiones que las participantes consideran relevantes y que quizá se han quedado descolgadas o difusas y por eso puedan no reconocerse en las descripciones producidas por los investigadores (Becker, 2010). Como estrategia de validación nos basamos en la noción “suficiencia interpretativa”, la cual soporta que las colaboradoras “articulen sus situaciones cotidianas en sus propios términos” (Christians, 2011, p. 310). En esta dirección, el control de la investigación rota y se distribuye para con nuestras participantes, enfatizando la construcción de una “participación genuina” (Guba & Lincoln, 2012, p. 53).
Resultados
En el viacrucis del encierro penitenciario. Análisis de las metáforas de las experiencias de mujeres familiares de personas privadas de libertad
En este apartado presentamos el análisis de los materiales fruto de las entrevistas en díada, así como de las tríadas, a partir de las metáforas generadas en los diferentes encuentros con las doce participantes. En un ejercicio de correlación experiencial entre los itinerarios de vida y las metaforizaciones de las familiares por su “semejanza experiencial” (Lakoff & Johnson, 1986, p. 197), hemos dado en producir una metáfora organizadora. Se trata de una “metáfora ontológica” (Lakoff & Johnson, 1986), en tanto que nos permite comprender nuestra experiencia identificando en ella sus referencias, sus aspectos, sus causas, y otorgarle orientaciones motivacionales. La metáfora organizadora es la siguiente: El encarcelamiento del familiar es un pasaje hacia un cotidiano inhóspito.
La dislocación de los parámetros del cotidiano comienza con la detención del familiar. La detención supone una especie de inmersión bautismal en la intensificación del poder punitivo en la que todo lo que era antes conocido, o se creía conocido, deviene en un horizonte de irreconocibilidad. La inmersión implica un cambio de medio, un pasaje de un espacio a su antípoda, de una vida que merece la pena ser vivida a una vida abyecta. “Era como si hubiera caído en un hoyo” (Iris, comunicación personal, 02 de octubre de 2020). “Parecía increíble que solo por pasar una puerta, por unos papeles que estaban escribiendo a máquina, nuestras vidas se fueran por la coladera” (Rosa, comunicación personal, 30 de octubre de 2020)[4]. La caída nos remite a aquel fragmento de Alicia en el país de las maravillas (Carroll, 2003) en el que la protagonista inicia su descenso infinito por un pozo interminable que se convierte en su morada y que tuerce bruscamente sus valores morales, los hunde en una oscuridad que los borra. “Me sentí hundida, como si estuviera en un lugar oscuro sin salida, no veía la salida” (Comunicación personal, 02 de octubre de 2020). A diferencia de Alicia, quien “tuvo tiempo sobrado para mirar a su alrededor (Carrol, 2003), Iris y las demás participantes no tuvieron tiempo para indagar sobre lo que sucedería después, solo quedó el aturdimiento, resultado de una especie de movimiento elíptico inagotable que atrae hacia la misma órbita experencial".
Yo me encerré en un círculo y ya no podía ni pa’allá ni pa’cá, ya no hallaba ni qué […] se me cerró el mundo, en esos momentos yo no sabía ni qué, ni cómo, nada, nada, nada, nomás se me iba en llorar y llorar y no dormía, a veces, ya no dormía, y yo decía, bueno pues qué pues, qué pasa (Mary, comunicación personal, 16 de octubre de 2020).
El encarcelamiento del familiar es un “hecho” que transforma el cotidiano marcando un antes y un después “en todos los sentidos porque te cambia todo, absolutamente todo. Nos cambió la vida hasta el hecho de que mi mamá haya vendido su casa para pagar abogados […] Nos cambió demasiado la vida” (Diana, comunicación personal, 17 de octubre de 2020). El encierro penitenciario del pariente es para todos los miembros de la familia un pasaje, en tanto que coloca a las agentes en una posición, o escala, cualitativamente diferente, en la que se ahorma un nuevo modo de existencia: el “sujeto preso” (Segato, 2003).
Nos percatamos de la operación del pasaje a través de las dos primeras sensaciones de aprisionamiento: “el mundo que se te cierra” (Rosa, comunicación personal 30 de octubre de 2020), y que “se te cae encima” (Mary, comunicación personal 16 de octubre de 2020). El enclaustramiento nos remite a una figuración terrorífica mediante la cual se va configurando un cotidiano inhóspito, nuestra anunciada metáfora organizadora. Ahí yace la entrada a una escalada circular, como para Alicia el primer shock frente a la impotencia de verse tan pequeña ante el gigante. El gigante es la llave, la única forma de abrir la puerta hacia el nuevo mundo. Para las familiares de PPL el gigante lo configura un “poder despótico” sin forma ni rostro, pero omnipresente, “es como algo tan gigante que uno no puede hacer nada” (Mónica, comunicación personal, 02 de noviembre de 2020). El pasaje del encierro penitenciario formula que lo conocido devenga en extraño, en un inhóspito que marca el cotidiano con una seña de incredulidad, como si se tratara de un mal sueño, una pesadilla en la que se ha quedado atrapado al despertar.
La vida ha sido colonizada por una pesadilla en la que de facto “la vida es sueño”, aunque de este no se puede despertar; una pesadilla en la que siempre puede irte peor, tal y como nos cuenta Rosa:
[…] tenía esa pesadilla, me despertaba y volvía a vivir la realidad, era lo mismo día con día, no ganaba yo nada con dormir si despertaba y era la misma pesadilla diario, diario sin tener respuesta, sin tener solución […] yo seguía en la pesadilla, no había sueño que me la quitara; un mal sueño, una pesadilla tú sabes que se te olvida, pero este era un sueño de despertar y seguir dentro de lo mismo, no tenía que dormir para tenerla, mi pesadilla era a todas horas, tanto dormida como despierta (Rosa, comunicación personal, 30 de octubre de 2020).
Los efectos terroríficos del pasaje del encierro penitenciario engendran una ontogénesis reverberante, una realidad autorreferencial y vibrátil, a modo de bucles o loops[5] que aprisionan a las familiares en cursos de acción repetitivos, tortuosos y que trastornan la existencia. Hemos dado en identificar cuatro tipos de loops: el jurídico, el económico, el del cuidado y el de la libertad ilusoria, los cuales desarrollamos a continuación.
El loop jurídico corresponde al particular viacrucis de la defensa, la secuencia trashumante de ir de abogado en abogado con la sensación de que nunca se llega a una resolución, y de que kafkianamente el proceso nunca termina de comenzar:
Ese juzgado no, como no tiene de oficio fijo, yo había estado yendo y era uno nuevo, y le contaba desde el principio todo, y me decían: ven la próxima semana, pues ya iba la próxima semana, y otra abogada nueva. Pues otra vez desde el principio le contaba y le tenía que contar en qué se quedó el otro abogado (Amanda, comunicación personal, 06 de noviembre de 2020).
Este loop genera un alto grado de indefensión y vulnerabilidad (García-Borés et al., 2006), además de desconfianza no solo en los abogados sino en la impartición de justicia. Su posición de sujeto dispone que sean vulneradas con toda una sucesión de pequeños desfalcos. Presas del populismo punitivo, han de descargar el pago de la pena con pequeños montos económicos y simbólicos, como una forma de recordatorio y de subjetivación abyecta.
El abogado que teníamos era un amigo de la familia, dizque un amigo de mi hermana. Nos estafa, nos roba. Mi mamá se deshace de lo único que tenía, de su casita allá en el pueblo donde vivíamos, todo para pagarle a él, y no pasa nada. Era así como: ¡chingado! Varias veces sí llegué a pensar: no manches, ¿cuándo va a salir?, ¿cuando sea una anciana o qué pedo? (Iris, comunicación personal, 02 de octubre de 2020).
El segundo loop es el económico, el cual se refiere a la subjetivación de la deuda (Lazzarato, 2013). La intensificación productiva es un modo de ortopedia subjetivante que sujeta la vida de la mujer a “los ciclos de la actividad productiva. Aun cuando no tengan medios de producción, deben estar en condiciones de soportar la desocupación, las crisis, la baja actividad. Lo cual implica que se les prescriba el ahorro de manera coercitiva” (Foucault, 2016, p. 267). Vemos cómo esa mecánica disciplinaria-productiva-penitenciaria se extiende en la familia. Nos dice Amanda:
Mi vida se tornó en trabajo para ganar dinero para ver qué necesita mi mamá adentro del penal. O sea, toda mi vida es en torno a ella. Sí, entonces como que mi vida así como que se paró, se paralizó todo (Amanda, comunicación personal, 06 de noviembre de 2020).
Resulta extensible en tanto que, de no abandonar a la persona presa, se les reintroduce, desde una posición intensificada, en esta lógica de los ciclos de actividad productiva en la que van a tener que subsistir a unas condiciones de empleo extremas, aguantar el azogue de las brechas de crisis continuas y, sobre todo, concentrarse en la búsqueda de un tiempo de la ganancia. “Mi mamá pues ahorita lo de su casa se le fue en abogados, todo se fue en abogados y está trabajando para llevarle dinero cada quincena, estando ya pensionada tuvo que buscar un trabajo” (Diana, comunicación personal, 17 de octubre de 2020).
El tercer loop es el cuidado. Como introdujimos, las mujeres son quienes sostienen al sistema penitenciario desde afuera (Hoyos, 2021; Pérez-Correa, 2015), quienes asumen “los costos económicos, sociales y de salud que les son impuestos por una política penal que omite reconocer su existencia” (Pérez-Correa, 2015, p.17). Esto es, son ellas quienes se hacen cargo del cuidado, en todas sus dimensiones, del familiar en prisión. Mónica y Amanda hablan de un cuidado de sí que es en realidad para-el-otro, en el cual se pierde todo significado de vivir para sí misma (Basaglia, 1985), “ser fuerte para no enfermarme de la presión, para poder apoyar y seguir ayudando a mi hijo, porque si yo caigo en una depresión, ¿en qué forma voy a ayudar a mi hijo?” (Rosa, comunicación personal, 30 de octubre de 2020). Ser fuerte, cuidarse, incluso de la propia muerte, como dice Virginia, “he pensado que el día que él salga, Dios, el día que tú quieras, recógeme” (Comunicación personal, 15 de octubre de 2020); así como la vida no les pertenece a sí mismas, tampoco la muerte; no permitirse morir para el otro, “ser-de-los-otros” (Lagarde, 2015) reproduce la condición subordinada de ser mujer.
Desde el feminismo se ha hablado de la multiplicación de las jornadas de trabajo en relación con la subordinación femenina, ya que la lucha por incluir la mano de obra de las mujeres en el mercado laboral no solo no fue suficiente para reducir las desigualdades, sino que las aumentó, pues en el ámbito privado continúan desempeñando los mismos roles de cuidado, generando dobles e incluso triples jornadas laborales (Giacomello, 2013; Lagarde, 2015). Vemos aquí cómo este bucle se entrelaza con el anterior para actuar a manera de catalizadores de las condiciones de subordinación por ser mujeres, pues el microendeudamiento cotidiano interminable que va de la mano de una multiplicación de jornadas laborales precarizadas, en conjunto con ese ser-para-los-otros, actúan como potencializadores de la opresión a su máximo nivel. Así, el loop económico y el loop del cuidado se fundamentan y sostienen —al mismo tiempo que lo retroalimentan y reproducen— en el mandato de dominación masculina.
El hecho de que el cuidado se edifique como eje rector conlleva no solo la perpetuación de las relaciones de poder y subordinación femenina hacia el interior de las prisiones, particularmente con las mujeres presas (Giacomello, 2013; Gutiérrez, 2020), sino que, como en una especie de boomerang en ese movimiento de torque[6] de un sistema de fuerzas aplicada sobre un cuerpo, lo hace también del interior hacia el exterior. Hay que cuidar al familiar en prisión, a los padres, abuelos, hijos o nietos en el exterior, porque es el rol que le toca a las mujeres; economía del cuidado (Giacomello, 2013) doblemente invisibilizada. Y hay que cuidar-se, principalmente por el familiar encarcelado, “disposición amante” (Bourdieu, 1994) que deja fuera todo intercambio interesado en nombre del “espíritu de familia generador de devociones” (p. 3).
Un evento que cobra importancia es la visita, pues es en donde se incorpora y se simbiotiza el efecto de prisionalización con la condición de cautividad de las mujeres en el mundo patriarcal (Lagarde, 2015, p. 60). La conminación de género tiene un efecto retradicionalizador (Ferreccio, 2015) que lleva a las mujeres a encargarse de sostener las relaciones familiares, de mantener la creación continua del sentimiento familiar, “voy a verlo porque es mi familia” (Diana, comunicación personal, 17 de octubre de 2020). Aun cuando se esté a punto de desfallecer, y precisamente por eso, termina paradójicamente constituyéndose en “gasolina”, como nos comparte Amanda, esa galleta mágica que, al comerla, haciendo de nuevo un guiño a Alicia, al menos por unos instantes te dará el tamaño necesario para alcanzar la llave y salir de la pesadilla, aunque te des cuenta en ese mismo instante que no será así. En definitiva, el loop del cuidado es uno que hace vivir a las mujeres en un cautiverio en su máxima potencia.
De ese instante “mágico” se deriva el cuarto y último loop, el de la libertad ilusoria. Es el único que se mantiene a partir de la esperanza de que esto pronto va a acabar y de que sí se puede encontrar la fuerza necesaria para resistir al golpe del meteorito, “no tengo tiempo para derrumbarme, ahorita necesito traer mi escudo, allá me necesitan fuerte” (Amanda, comunicación personal, 06 de noviembre de 2020); aquí es cuando pareciera que por fin habría luz entre tanta oscuridad, sin embargo, esto pronto acaba en una ilusión, pues la libertad no tiene fecha de llegada:
Yo sé que esto no, no es para siempre. Esto se va a terminar y no es para siempre y yo quiero que cuando regrese, las dos estemos bien. No quiero que regrese y yo esté mal o yo ya algún órgano no me sirva por tanta preocupación. Y eso es lo que me ha ayudado a mí (Amanda, comunicación personal, 06 de noviembre de 2020).
En suma, el hecho del encarcelamiento disloca los parámetros del día a día en un horizonte de irreconocibilidad, en un nuevo campo desconocido que redobla sobre el cotidiano conocido, primando aquí la experiencia de lo inasible en tanto que las formas de agencia conocidas han perdido el tono o el vigor al que nos tenían acostumbrados. En esta dirección, formula una experiencia de la vida diaria como esa pesadilla que perdura en la vigilia, injertando en el cotidiano una ficción terrorífica sin principio ni fin:
La angustia de saber que no sabía yo en qué forma podía ayudar a mi hijo, que buscaba solución y no la tenía, de querer ayudarlo más, esa era mi angustia siempre, las noches […] Yo lo comparo con la noche cuando tú tienes una preocupación, la haces más larga que el día, sientes que es una noche interminable, quieres que amanezca, así pongo una apariencia de lo que yo vivía, los días se me hacían larguisísimos, las semanas, los meses, los años, eran interminables para mí […] (Rosa, comunicación personal, 30 de octubre de 2020).
Encontramos que cuando este cotidiano inhóspito deviene en perennidad, las figuras terroríficas se condensan en un camino ominoso que no es otra cosa que la teleología de la penitencia; en definitiva, la vivencia del cotidiano inhóspito deviene en un calvario[7]. Se trata de un viacrucis hacia un calvario cuya duración es espesa e indeterminada, es ese camino que se transita cargando una cruz hecha de “sufrimiento, impotencia e injusticias” (Diana, comunicación personal, 17 de octubre de 2020); el calvario es el “lugar de la calavera”, en donde al mismo tiempo que se transita al destino último de la muerte se vive desafiando este devenir:
[…] he estado a punto de caer en depresión y fíjate que con sus palabras (de su otro hijo) y todo eso me ha hecho fuerte, y con lo que está mi hijo allí creo me da más fuerzas, para que él pueda resistir, él adentro y yo acá fuera; y si no pues imagínate, yo empostrada [sic] en una cama, se ofrece de una enfermedad grave o como dice mi hijo, a ver, usted se va a morir y, ¿va a salir su hijo si usted se muere? Porque dijo que se puede morir toda la familia y el gobierno no lo va a dejar salir (Rosa, comunicación personal, 30 de octubre de 2020).
De esta manera la nueva posición, tanto en relación con nuevos agentes institucionales (sistema penal y sistema judicial) como con los familiares privados de la libertad, se va a materializar en coreografías cotidianas de resistencia que buscan generar un reposicionamiento en busca de controlar el horizonte irreconocible o, incluso, el propio perecimiento.
Vemos, de este modo, la extensión simbólica de la identidad del “sujeto preso”, como en tiempos de Pilatos cuando los delincuentes pagaban por su delito con la crucifixión, uno de los más crueles suplicios, lo cual implicaba el camino al calvario; del mismo modo, ahora las familiares viven y pagan “la sentencia con él” (Rosa, comunicación personal, 30 de octubre de 2020), con el familiar preso, “en la calle, en tu casa, donde quieras y gustes, pero dentro de tu persona estás presa, estás presa con él” (Rosa, comunicación personal, 30 de octubre de 2020). Además, viven la prisión no únicamente en el dolor somático que les genera la ausencia de su familiar, sino en tener que inmiscuirse y hacerse cargo del proceso judicial, como Iris comenta:
Cuando empiezo a tomar yo la responsabilidad tanto de ir a visitarla y de su caso jurídico (es cuando ha sentido una carga que la sobrepasa) y cuando me empiezo a enfrentar a las diversas autoridades, la penitenciaría y derechos humanos y ahí en el juzgado, la defensora de oficio. Cuando viví toda esa parte es cuando yo empiezo a tomar el caso de mi hermana de investigar, ir, preguntar, y sí pasé por momentos muy tensos y me debilité muchísimo […] otra era todo este trato horrible, negligente, que tienen las autoridades hacia nosotros, ¿no? […] Todas esas cosas se volvieron muy pesadas, y más también porque no tenía los suficientes conocimientos y tenía miedo de cómo les voy a responder si yo no sé bien mis derechos, yo no sé de qué se trata este proceso, cómo voy a hacer este trámite […] me hice muy ermitaña. Me hice así creo que a raíz de todo esto. Yo desconfiaba de las personas, pues ya nos habían pasado tantas cosas, dizque el amigo de la familia, el abogado, nos roba, nos estafa, conforme van pasando hechos así, dices, pues no hay amigos […] yo me aparté mucho de las personas […] (Comunicación personal, 04 de octubre de 2020).
A partir de que toca “cargar” con el proceso judicial, así como a los criminales sentenciados les tocaba cargar con su cruz, las familiares van transitando por las distintas estaciones del viacrucis entre vulnerabilidad, pequeños desfalcos, miedos, desconocimiento, desconfianza y malos tratos. Una desorientadora senda, de “negaciones sistemáticas” (Fanon, 1983) e interpelaciones morales constantes, “que te hacen sentir como una basura, de que no mereces nada, de que si eres familiar de una criminal, chíngate[8]” (Iris, comunicación personal, 04 de octubre de 2020).
En este caminar ominoso, volviendo al vínculo con las instituciones penal y judicial, este “intento de aniquilamiento” (Valverde, 2010), se siente una sobrecarga en términos de acumulación por reiteración, tanto de responsabilidades y obligaciones como de desorientaciones, rechazos y discriminaciones. Sobrecarga ya sea por quedar con la responsabilidad de la infraestructura familiar, por ser el apoyo clave para la persona presa y nexo con el exterior, así como el principal apoyo en su salida (García-Borés et al., 2006). La sobrecarga se genera a partir de dos flujos recíprocos: las compulsiones al tratar de subsanar el desconcierto procediendo con mil y una acciones, y las emergencias reincidentes de la exponencialización de los problemas asociados al encierro. El efecto de la sobrecarga es sobre todo cataquexizante, dobla a la persona sobre sí, inmovilizándola, paralizándola, hieratizándola, ya sea por un sentimiento de culpabilización, como expresa Virginia:
[…] es la culpa que siento con mis hijos (la carga) porque siento que yo tuve algo que ver; en estos años he estado tratando de dejar eso, creo yo que hasta que no vea a mi hijo afuera, llevando una vida digna y correcta, voy a dejar de cargar eso (Comunicación personal, 15 de octubre de 2020).
O por el encogimiento de las relacionalidades afectivas, por decisión propia, a raíz de múltiples decepciones y engaños, como lo señala Iris arriba, o por el alejamiento de los seres queridos como lo mencionan Diana y Maru:
[…] aquí mi papá tiene a su mamá, tiene a sus hermanos, pero no lo apoyan. Mi mamá tiene a su mamá, tiene a sus hermanos pero pues no, yo soy la que anda viendo que no les haga falta nada ahí (Maru, comunicación personal, 16 de octubre de 2020).
Mis hermanos al saber esta situación no se acercaron a mi mamá. Tengo tres hermanos, ellos viven su vida normal, se puede decir, y ni siquiera llaman a mi mamá “cómo estás” ni nada de eso. Yo me llevé a vivir a mi mamá conmigo, tenemos nada más el apoyo de mi hermana, somos las tres nada más (Diana, comunicación personal, 17 de octubre de 2020).
Los contactos se achican, pues, molecularizando “el círculo” de relaciones, acortándolo, así como la frecuencia de las interacciones. Esto, además, genera que el tejido circundante promulgue inmunizaciones frente a un temor al contagio: “tienen miedo de que les vayas a pasar algo de la vida que estás viviendo, se me figura que se sienten que les va a ir canijo[9] porque sienten que les va a pasar algo o se pueden perjudicar” (Rosa, comunicación personal, 30 de octubre de 2020), lo que les reduce a ciudadanas de segunda, menguando su capacidad de alianza con los demás.
Valverde (2010) muestra las consecuencias somáticas y psicosociales del internamiento penitenciario; estas últimas van desde la adaptación del entorno anormal al estado permanente de ansiedad y la ausencia de control sobre la propia vida. Aquí hemos visto cómo estas consecuencias se hacen extensibles y circulan en las familiares, haciendo de su mundo habitual una especie de pantano inhóspito infestado de figuras terroríficas que no hacen más que recordarles la inmensidad del gigante carcelario y la imposibilidad de derrotarle. Así, la cárcel, esa “estructura poderosa, que sin duda ha conseguido que el preso sea consciente de su propia vulnerabilidad” (p.31), también a ellas, las familiares, ha conseguido recordarles, con cada paso dado en el camino hacia el calvario, su fragilidad. Otra de las consecuencias psicosociales del encierro es la “cotidianización de la vida” (Valverde, 2010), definida como el vivir el día a día “tratando de evitar el máximo dolor posible […] la cotidianización de la vida contribuye a la dificultad para superar el fatalismo. Para lograrlo, ha de poder pensar en el futuro más que en el presente” (p. 30).
Si nos remitimos al loop de la libertad ilusoria, podemos ver cómo esa ilusión anclada en la libertad futura es la que alimenta la fuerza para luchar; empero, esta pronto se apaga, pues como un baldazo de agua helada cae el hecho bien conocido de que cualquier enfrentamiento entre un Goliat todopoderoso y un David desarmado no tiene posibilidad alguna (Valverde, 2010). Las familiares viven entonces ahí, en esa tensión, entre el fatalismo terrorífico y el anhelado futuro. ¿De qué manera se pueden potenciar reposicionamientos estratégicos que fortalezcan la capacidad de resistencia en esta lucha de pesos disparejos? Lo que aquí planteamos es que este recorrido no puede hacerse en solitario, y es menester encontrar esas manos que puedan proyectar los apoyos necesarios para potenciar la movilidad donde la sobrecarga la había hecho perecer.
Conclusiones
Bosquejo general de una guía de acompañamiento psicosocial para mujeres familiares de personas privadas de libertad
El objetivo de la investigación de la que aquí hemos presentado los primeros hallazgos cualitativos fue conocer la complejidad histórica y relacional de las experiencias de las familiares, caracterizar el impacto psicosocial de los costos del encarcelamiento de un familiar e identificar las formas de acompañamiento estratégico que precisan, con la finalidad de trazar caminos de acompañamiento psicosocial. A partir de un mapeo y análisis metafórico, proponemos pensar el encarcelamiento de un familiar como un pasaje hacia un cotidiano inhóspito, una dislocación de los parámetros del cotidiano que deviene en un horizonte de irreconocibilidad interminable. En este escenario, las familiares se ven inmersas en un juego tensionado de búsqueda solitaria de reposicionamientos que les permitan, al menos por instantes, tomar el control de ese nebuloso porvenir. Planteamos, también, que dicha cruzada no puede hacerse en solitario, siendo menester encontrar esas manos que puedan proyectar los apoyos necesarios para potenciar la movilidad donde la sobrecarga la había hecho perecer, por lo que hacia el final de este texto mostramos también un primer bosquejo de propuesta de acompañamiento psicosocial, con miras a fortalecer la autonomía y libertad, así como la lucha y resistencia ante las situaciones o relaciones de opresión, violencia e injusticia (ALUNA, 2019).
La metáfora no es solo una manera de ver y describir la realidad, sino que sirve como organizador de la acción futura, y por tanto, nos ayuda a prepararnos para el porvenir. Es decir, la metáfora del pasaje nos permite comprender la circunstancia ontológica en la que se ven envueltas las familiares, así como la metáfora del calvario nos permite comprender que este solo se camina resistiendo, tanto a las sobrecargas productivas, morales y emocionales, como a los giros inesperados y complejizadores de un problema que solo trae más problemas, de un problema cuya característica principal es que es exponencial. Concebimos el acompañamiento psicosocial desde la estirpe de Martín-Baró (1990), que piensa el trauma desde su incorporación individual, resaltando siempre su carácter social, es decir, las condiciones sociohistóricas de emergencia que recaen sobre una colectividad histórica o que la crean; un acompañamiento como forma de ofrecer un apoyo que “no te deja caer” (Amanda, comunicación personal, 06 de noviembre de 2020) frente a los efectos precarizantes de la familiarización de la deuda y de la extensividad del encierro.
Entendiendo que el viacrucis no es un camino pautado, recto, sino que pasa por diversas instancias, y que es un caminar parecido al de la diáspora, al que le llega la fatiga y el desamparo tanto en momentos concretos como inesperados, es que en un momento ulterior proponemos, junto con las participantes, construir una perspectiva de acompañamiento que distinga dos modos diferentes de estar ahí institucionalmente: la formación y la atención. El objetivo es “ofrecer una mano” proyectando los apoyos necesarios para hacer del viacrucis un camino menos inhóspito y duro. En esta línea, la formación nos permite desmontar el armazón terrorífico del viacrucis, sobre todo arrojando inteligibilidad donde no la hay y potenciando movilidad donde la sobrecarga había generado estasis. En este sentido, el acompañamiento ha de conjugar dos formas: la formación y la atención psicológica. Entendemos la formación como una plataforma en la que se reúnen diferentes saberes con el fin de conjugar conocimiento, análisis críticos y perspectivas prácticas para ampliar la coreografía psicosocial que nos permita atravesar de la mejor forma la complejidad de la experiencia del encierro del familiar. Y la atención toma relevancia en tanto que se hace cargo de emergentes específicos, dándoles cauce. La atención psicológica permitiría descargar todo aquello con lo que se ha tenido que “apechugar”, es decir, hacerse cargo sin mucha holgura electiva, así como deshollinar la frustración del carácter inhóspito —de pesadilla ontológica— del calvario, así como sus vectores de subjetivación de los que devienen metamorfosis terroríficas (desidentificación, despersonalización, depresión), las cuales joroban, tullen a las personas, restringiendo sus redes simbólicas, conductuales y afectivas; en definitiva, sus posibilidades de vida.
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Notas