Palabras clave: violencia estructural, violencia simbólica, psicología, contexto social
Editorial
La psicología y los escenarios de la violencia: responsabilidad estructural más allá de lo individual
Psychology and the landscapes of violence: Beyond the individual towards structural accountability

La psicología frecuentemente se centra en el sufrimiento individual. Sin embargo, las experiencias humanas se desenvuelven en contextos sociales. En México, existen sistemas muy amplios de violencia y exclusión, que configuran —si no es que determinan— estas experiencias. La violencia estructural y simbólica no es solamente un constructo teórico; se manifiesta en cuerpos, mentes y en la vida diaria. Esta editorial busca reflexionar acerca de que los artículos de esta publicación —que abordan temas como el suicidio, las normas de belleza en el trabajo y la desaparición forzada— revelan la necesidad de que la psicología incluya los sistemas de poder en la explicación de estos problemas.
Nos interesan dos formas de violencia: la violencia estructural y la violencia simbólica. Estas dos causan daño sistémico. Galtung (1969, 1971, 1990) define la violencia estructural como el daño contenido en los sistemas políticos, económicos y sociales que restringen las oportunidades de las personas. El autor enfatizó en que las desigualdades son parte del funcionamiento de las relaciones sociales establecidas, en las cuales los grupos privilegiados controlan la distribución de recursos. La violencia estructural, por lo tanto, ilustra que la injusticia social se normaliza y se esconde en las prácticas e instituciones sociales (Cocks, 2012).
La violencia simbólica se refiere a formas de dominación, sutiles pero persistentes, que se perpetúan a través de normas culturales, estándares estéticos y desigualdades legitimadas. En muchos casos, estas formas de dominación operan gracias a que, tanto los dominados como los dominadores, internalizan y apropian estas normas. Bourdieu (1991) dijo que “el poder simbólico es esa fuerza invisible que solo se puede ejercer con la cooperación de los que no quieren saber ni que la sufren ni que la ejercen” (p. 164).[2]
Este número de nuestra Revista presenta cinco artículos que exploran los temas de suicidio, estándares de belleza impuestos a las mujeres profesionales en ambientes cotidianos, y las desapariciones forzadas de personas en México. A primera vista, parecen no estar relacionados entre sí; sin embargo, una mirada más aguda revela que cada uno de esos problemas está construido por sistemas de desigualdad mucho más amplios.
Aunque tendemos a mirar el suicidio como una tragedia personal, también se puede entender como una respuesta a condiciones estructurales como la pobreza, la desigualdad de género, la exclusión social y la carencia crónica de acceso a servicios de salud mental de calidad y culturalmente apropiados. Los estándares de belleza en el trabajo representan una forma de violencia simbólica, por la cual los cuerpos encasillados por raza, género y clase social se someten a normas estéticas que premian la conformidad y reprimen la diferencia. Las desapariciones forzadas de personas en México representan una de las peores manifestaciones de violencia estructural; son perpetradas por actores criminales y agentes estatales, perpetuadas por la impunidad, y sufridas por familias que enfrentan el silencio y el abandono institucional en su búsqueda de la verdad. En cada caso, el sufrimiento individual fortalece el daño sistémico.
Las perspectivas dominantes en la psicología de hoy son, casi todas, individualistas, particularmente las que se centran en “afrontamiento” y “resiliencia”. Estas visiones siguen determinando cómo se practica y se enseña la psicología. Sin embargo, este lente individualista tiende a ignorar las condiciones estructurales que provocan el sufrimiento, incluyendo la pobreza, la exclusión y la violencia sistémica. La experiencia humana no sucede en el vacío; es construida por el contexto, la historia y el poder.
Es urgente tomar perspectivas psicológicas críticas y liberadoras (Martín-Baró, 1994, 2006; Montero, 2007; Montero & Sonn, 2009) que se fijen no solo en los síntomas individuales, sino en las batallas colectivas y la agencia comunitaria. La psicología debe incluir, en su análisis, los determinantes sociales de la salud mental, los efectos permanentes de la violencia racial y de género y las lógicas culturales que determinan quién es valioso y quién desechable. La normalización de la violencia en México nos ha llevado a construir la vida humana como “desechable”, lo que también se puede ver en la violencia simbólica y estructural que padecemos.
Lograr cambios exige el diálogo abierto con otras disciplinas como la sociología, la ciencia política y un compromiso genuino con el activismo comunitario y los movimientos de base. Solo así la psicología individual puede hacerse colectiva.
Los tres temas explorados en esta emisión —suicidio, estándares de belleza y desapariciones forzadas en México— comparten un hilo conductor: la invisibilidad del sufrimiento emocional, de las presiones estéticas y la de los desaparecidos. La falta de reconocimiento —de ser visto, nombrado o recordado— conlleva consecuencias psicológicas profundas. De esta manera, la memoria y la psicología están íntimamente relacionadas.
El suicidio se patologiza como un fracaso individual, más que entenderse como un síntoma colectivo de la violencia estructural y el sufrimiento social. Los estándares de belleza se construyen como una forma de violencia simbólica, borrando la individualidad y autoexpresión —en particular por los cuerpos encasillados por raza y género— disfrazados de “profesionalismo”. Las familias de los desaparecidos se esfuerzan por hacer visible su tragedia para fortalecer la memoria histórica y resistir al silencio y la negación.
Estos esfuerzos son evidentes en las abundanes protestas contra las desapariciones forzadas. En México, las organizaciones criminales, coludidas con las autoridades, establecen control territorial a través de los desaparecidos (civicus, 2025). Dado el eterno fracaso del Estado en la resolución de estos crímenes, el peso de la investigación y la búsqueda recae en las familias mismas. En 2024 el Instituto Mexicano de Derechos Humanos y Democracia (imdhd, 2024) reportó 114 069 casos de desapariciones forzadas en México.
De acuerdo con los indicadores de desarrollo del Banco Mundial, la taza de suicidios en México se estima en 7.1 por 100 mil habitantes en 2021 (World Bank Group, 2021). El grupo de riesgo está compuesto por jóvenes entre 18 y 29 (Instituto Mexicano del Seguro Social [imss], 2022).
En México, los estándares de belleza se forman con modelos eurocéntricos y occidentales, y las mujeres enfrentan presiones sociales intensas para alinearse con normas muy rígidas (Krozer & Gómez, 2023). Tienen que encarnar la delgadez y las características asociadas a las razas blancas para alinearse con la estética dominante (Krozer & Gómez, 2023).
Como psicólogas, debemos examinar las condiciones internas y estructurales que subyacen al sufrimiento. Comprender experiencias ajenas requiere no solo de los procesos psicológicos, sino también de los sistemas que vuelven el sufrimiento invisible.
Como propone Martín-Baró (1994, 2006), la psicología se debe extender más allá de sus límites tradicionales para incorporar en su análisis las condiciones sociales y estructurales que producen el sufrimiento humano. Su crítica emerge de una profunda insatisfacción con la tendencia de la psicología actual a operar bajo el disfraz de la neutralidad axiológica para enfocarse en el individuo e ignorar el contexto social más amplio. El autor sostiene que la psicología convencional perpetúa la opresión social al individualizar problemas que son, en esencia, sistémicos y sociopolíticos.
Urge un cambio de perspectiva, que se aleje del enfoque en procesos intrapsíquicos y se dirija al reconocimiento de que los individuos están inmersos en contextos sociales. El comportamiento humano y la salud mental están indivisiblemente vinculados a las realidades históricas, sociopolíticas y económicas. Por lo tanto, para prevenir el sufrimiento y promover la libertad, la psicología tiene que aceptar el reto de enfrentar a las estructuras de opresión que provocan ese sufrimiento (Martín-Baró, 1994, 2006).
Necesitamos investigaciones que escuchen las voces marginales, así como prácticas clínicas que cuestionen, más que adaptarse, las normas dominantes. Los editores de revistas científicas deben preferir los temas complejos y politizados en sus publicaciones. Aún más, los psicólogos tienen que abandonar la ilusión de la neutralidad, porque el silencio o la así llamada neutralidad hacia la violencia sistémica se convierten en complicidad,
La psicología debe representar no solo a los individuos, sino también a las condiciones sociales en las que vivimos. Invitamos a nuestros lectores a mirar críticamente los artículos de este número a fin de ampliar su entendimiento de la violencia estructural y simbólica y sus implicaciones en la salud mental. Para enfrentar el dolor, el silencio y el sufrimiento, la psicología debe confrontar a las estructuras sociopolíticas que los causan.
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