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La situación de la Iglesia católica en los años 1914-1916 en una carta que nunca llegó al papa

Juan González Morfín
Universidad Panamericana, Mexico

La situación de la Iglesia católica en los años 1914-1916 en una carta que nunca llegó al papa

Relaciones (Zamora), vol. 38, núm. 149, pp. 139-166, 2017

El Colegio de Michoacán

En hojas tamaño oficio de papel grueso y de buena clase, muy lejano del corrientemente usado para hacer copias, se encuentra en una carpeta del Archivo de la Arquidiócesis de Guadalajara un extensa carta en latín, escrita a máquina a dos tintas, negra y roja (ésta mínimamente usada y sólo para resaltar algunas frases), en perfecto estado de conservación, firmada por el arzobispo primado de México, José Mora y del Río,1 aunque no dirigida al arzobispo de Guadalajara (en esos momentos ausente de su diócesis), ni tampoco al vicario general en funciones, sino al papa Benedicto XV.2

¿Por qué se encuentra este documento, al parecer original, en un archivo de Guadalajara y no de Roma? La respuesta parece encontrarse en un hecho bastante sencillo: la carta, enviada a Orozco y Jiménez3 en agosto de 1916 para que sirviera de intermediario y la hiciera llegar al papa, llegó cuando el arzobispo de Guadalajara estaba en los Estados Unidos y no en Roma, pues, secretamente había regresado a Nueva York en junio de ese año con la finalidad de ingresar a México y, clandestinamente, residir de nueva cuenta en su diócesis. Sea porque Orozco haya guardado completo silencio sobre su retorno, sea porque las comunicaciones en aquella época no siempre llegaban muy rápido, el hecho es que el señor Mora y del Río envió a Roma una carta que sólo recibiría Orozco y Jiménez algunos meses después, cuando ya estaba en América y poco podía hacer para entregarla al pontífice romano.

En cualquier caso, se trata de un extenso informe escrito, enviado desde San Antonio, Texas, que da razón detallada de algunos sucesos conocidos y otros menos conocidos, y que cita otros nueve documentos, probablemente enviados como anexos, los cuales por desgracia no se encuentran con la carta.

La epístola está redactada en un tono bastante apologético en relación con la actitud de los obispos expatriados, puesto que el autor se dedica a explicar y justificar la ausencia de los pastores mexicanos de sus diócesis a causa del estado de zozobra en que se encontraba el país y, de manera particular, se puede ver en el documento también una especie de autodefensa de las imputaciones que se habían venido haciendo a la persona de Mora.

El antecedente inmediato que motivó esa larga redacción, según explica él mismo, fue una carta de parte del delegado apostólico, escrita en junio de 1916 y recién recibida por la mayoría de los prelados mexicanos, recriminándoles que prolongaran su exilio cuando la situación del país ya les permitía regresar y el alejamiento de sus sedes episcopales era causa de escándalo para sus fieles. Ante este reclamo, Mora y del Río alude a la hostilidad del gobierno también en las actuales circunstancias, explica cómo se fueron dando las expulsiones de cada uno de los obispos desterrados, revela el monto de las exacciones sufridas por algunos de ellos, así como no pocos atropellos, y explica cómo la ausencia forzada de los obispos, además de salvaguardar sus vidas, ha sido un mal menor para el pueblo fiel que, de otra manera, hubiera tenido que seguir cediendo a las extorsiones a cambio de respetar a la persona del obispo en cuestión, como ya había ocurrido.4

De diversas maneras el autor muestra que no fue una decisión unilateral, sino aprobada por el pueblo y por el clero y que, en las circunstancias reinantes, sigue siendo necesaria. Aprovecha para hacer un recuento de las falsas acusaciones que se han levantado contra los obispos y particularmente en su contra, como la de haber ayudado a Victoriano Huerta, haber participado en la conspiración que derrocó a Madero, haber reconocido a Huerta como presidente tanto él como el clero…

En relación con esto último, es interesante la manera como explica Mora y del Río que no es el clero ni el episcopado quien tiene la función de reconocer la legalidad o legitimidad de un presidente, sino, en primer lugar, las cámaras de diputados y senadores, luego, los gobernadores de los estados, y finalmente los gobiernos extranjeros. En relación con Huerta, lo reconocieron ambas cámaras, todos los gobernadores salvo dos, y la mayoría de las potencias extranjeras, mas no así el episcopado, a quien no le queda otra que atender las exigencias de cualquiera que sea la autoridad constituida.

Independientemente de su intención apologética, la carta resulta muy interesante por los datos que aporta; por ejemplo, el arzobispo reconoce haber ayudado al gobierno de Huerta una única vez, con un préstamo de 17,000 pesos en monedas de plata, después de consumado el golpe y sólo para pagar al ejército que amenazaba con amotinarse y saquear la ciudad por falta de paga. Además, buscando reivindicar su papel de Primado de México, el señor Mora se ve en la necesidad -y la cumple- de dar razón de cuál ha sido la situación de cada uno de los obispos mexicanos.5

En este sentido, el documento es un recuento único de pormenores de lo que ocurrió a la mayoría de los obispos, así como de datos puntuales sobre la persecución que se vivía en esos días. También, por haber sido escrito antes de que tuviera lugar el Constituyente de Querétaro, aporta una visión interesante de cómo veía venir los acontecimientos la jerarquía católica, en vísperas de que comenzara a sesionar el congreso que otorgaría al país una nueva Constitución.

Algunos datos que contiene son ya conocidos, otros no tanto, como el trato respetuoso y amable que utiliza Mora para hablar de Madero, la honestidad al abordar los temas relacionados con Huerta, las cantidades que se pidieron a cambio de respetar la vida de algunos obispos, la seguridad manifestada por el primado de México en relación con el hecho de que la información tergiversada que ha llegado a la sede romana proceda del señor Paredes, quien con el apoyo de los revolucionarios ejercía el cargo de vicario general de la arquidiócesis de México.

Por otro lado, el elenco que da en español, al final de la carta, para ubicar disposiciones legales de carácter persecutorio, es también novedoso y sirve al historiador para rastrear esas huellas de lo que fue también la reducción del campo de actuación de la Iglesia a través de las leyes.

En cuanto a la manera como expone su argumento, cabe decir que, aunque obedece a una idea unificadora de fondo (defender la actuación de los obispos expatriados), muchas veces no guarda un orden previsible, ni siquiera dentro de un mismo párrafo, por lo que se entremezclan datos (eso sí, todos con el fin de hacer ver lo complicado que hubiera sido para cualquier obispo el retornar a México en aquellas condiciones).

Se presenta ahora la versión en latín de la citada carta con la correspondiente traducción al castellano al lado, para que sea más fácil comparar con el original. Al final de la carta, se transcribe una lista de documentos que, al parecer, la acompañaban en calidad de anexos. He aquí el documento:


Reformas que pretende la Revolución:6

  1. 1. 1. Enseñanza. La enseñanza primaria y normal será monopolio del Gobierno.
  2. 2. 2. La enseñanza primaria será obligatoria, gratuita y laica para niños y niñas.
  3. 3. 3. Las escuelas profesionales serán intervenidas por el Gobierno Federal, quien será el que precise los requisitos conforme a los cuales deben expedirse los títulos.
  4. 4. 4. Los profesores serán inamovibles.
  5. 5. 5. Las personas dependientes de asociaciones religiosas no podrán dedicarse a la enseñanza.
  6. 6. 6. No se tolerarán seminarios religiosos.
  7. 7. 7. No se tolerarán escuelas dependientes de Asociaciones Religiosas.

  1. 1. 1. Religión. No se tolerarán asociaciones dependientes de Asociaciones Extranjeras.
  2. 2. 2. No se permitirá que los encargados de los servicios religiosos tengan como único medio de subsistencia la caridad pública.
  3. 3. 3. Los sacerdotes católicos y los miembros de algún otro culto religioso no tendrán derecho a votar ni a ser votados.
  4. 4. 4. No se tolerará el celibato en las personas encargadas de servicios religiosos.
  5. 5. 5. No se tolerará la confesión.
  6. 6. 6. No se permitirá que tengan lugar cultos religiosos en los días y horas de trabajo.
  7. 7. 7. Habrá un Interventor del Gobierno que vigile por el uso de las limosnas recogidas para el fomento de las instituciones religiosas.

Reformas sociales. El Divorcio &&&.

Consúltese: Religión:

Manifiesto de Carranza de 11 de julio de 1915.- Comunicado de L. Cabrera, mayo 15/15.- Intervención en la administración de Sacramentos; Decreto del Gobierno de Hidalgo, dic. 1914.- Inventarios; Decr. del Gobierno de Aguascalientes, dic. 22/15.- Id. de Michoacán, de Hidalgo, &.- Intervención en el culto: Decr. del Gob. de Nuevo León, 1914, de Tlaxcala 18 de Nov 1915.- Id. del de Toluca, del de Yucatán 1914.

Instrucción: Ley de Agosto 14/15., Nov. 16/15. Guanajuato, Agto. de 1915.- Id. de Michoacán.

Epílogo

Hay documentos que hablan de tal modo por sí mismos que prácticamente no hace falta comentarlos. Es interesante, sin embargo, señalar que en pocos de ellos se puede conseguir una visión tan amplia y documentada de lo que ocurrido en la etapa preconstitucionalista con los obispos mexicanos.

Existe, también en el Archivo de la Arquidiócesis de Guadalajara, otra carta mucho más breve del arzobispo de Morelia, Leopoldo Ruiz y Flores,7 que guarda cierto parecido con la recién comentada. Esta última escrita no para ser entregada al romano pontífice, sino para informar a Orozco de la situación en México y él sirva como canal para hacer llegar estos datos al papa. En ella, el obispo Ruiz desconfía de que Mora haya informado puntualmente a la Santa Sede y por eso recurre a los buenos oficios de Orozco y Jiménez para mantener informado a Benedicto XV. La mayor coincidencia de esta última con la que hemos transcrito estriba en que también llegó a Roma cuando el arzobispo de Guadalajara había regresado y se encontraba ya en territorio americano.8

El tono de ésta no es muy diferente al de la de Mora y nos sirve tener a la vista algunos fragmentos para establecer paralelismos. Por ejemplo, en relación con la actitud de fondo del gobierno, señala que "Carranza y los suyos han continuado sistemáticamente sus actos de hostilidad con el fin de debilitar y si fuera posible destruir todo lo que es culto, sacramentos, instrucción religiosa y religión".9

Entre éstos, le preocupaban especialmente los que reducían de manera arbitraria el número de sacerdotes que podían ejercer su ministerio:

V.S.I. estará al tanto de todos los atropellos y sacrilegios últimamente cometidos en Yucatán, Guadalajara, Sonora, etc. El gobernador de Michoacán dio orden el 4 de mayo de que salieran del Estado todos los sacerdotes de Morelia, debiendo quedar solamente uno para cada dos templos. Gracias a que el pueblo se mostró indignado no se llevó a cabo ese decreto, pero hay temores de que de un momento a otro se lleve a efecto.10

Con algunos matices diferentes, menciona una cierta campaña orquestada por Carranza y su gente para desprestigiar a los obispos: "Por otra parte Carranza se ha propuesto desacreditar a los obispos y clero mexicanos, tanto en México como aquí en los Estados Unidos. Por un lado nos niega la entrada a México, como consta por mis gestiones con Arredondo en Washington y la respuesta dada al Sr. Echavarría; y por otra sus periódicos en México están diciendo que no volvemos a México porque no queremos". Y agrega que, para desprestigiarlos en los Estados Unidos, Carranza insiste en que "estamos promoviento revoluciones y que somos partidarios de la intervención americana".11

Después de hablar de la posibilidad, también abordada por Mora de un cisma, volvía a su petición de que estos datos debían ser conocidos por la Santa Sede y sugiero como intermediario a Mons. Boggiani.12 Estos documentos, junto con un percepción personal de lo que estaba ocurriendo, aportan sobre todo un caudal de datos para comprender mejor lo que en esos momentos acontecía en el país.

Notas

1 José Mora y del Río nació en Pajacuarán, en 1854. Fue ordenado sacerdote en la diócesis de Zamora. Más tarde, obispo de Tehuantepec, Tulancingo, León y México. Promotor de la doctrina social de la Iglesia a través de dietas y congresos católicos. A causa de esto, fue visto con recelo por las autoridades revolucionarias y, más aún, por un supuesto apoyo –que siempre negó– al régimen golpista de Victoriano Huerta. Permaneció desterrado entre 1914 y 1918. En su calidad de arzobispo primado de México, fue elegido por el delegado apostólico Mons. Jorge José Caruana, en abril de 1926, para encabezar un Comité de Obispos que, de manera colegial, intentarían buscar soluciones ante las restricciones legales para la práctica de la religión que, iniciadas con la Constitución del 17, se habían agudizado bajo el régimen del general Calles. Sus declaraciones a un diario en febrero de 1926 fueron utilizadas para justificar un recrudecimiento en la aplicación de las leyes antirreligiosas que ya existían y la aparición de nuevas disposiciones en contra de la libertad religiosa. Aunque falleció en 1928, desde 1927 se había visto obligado a dejar en manos de Mons. Ruiz y Flores y Mons. Pascual Díaz todos los asuntos del Comité Episcopal, a causa de su falta de salud y la tristeza propia del destierro. Murió en San Antonio, Texas (cfr. Juan González Morfín, Los obispos y la persecución religiosa en México (Guadalajara: Universidad Panamericana, 2013), 5-20).

Notas

2 Cfr. José Mora y del Río, Carta a BenedictoXV, 5-VIII-1916, en Archivo de la Arquidiócesis de Guadalajara (desde ahora, AAG), sección gobierno, serie obispos: Francisco Orozco y Jiménez, años 1912-1918, sin número de folio.

Notas

3 Francisco Orozco y Jiménez nació en Zamora, en 1864. Obispo de Chiapas de 1902 a 1912, y arzobispo de Guadalajara de 1913 a 1936. Junto con los demás obispos mexicanos se tuvo que exiliar en 1914 y, con riesgo de perder la vida reingresó al país en 1916. Más tarde, durante los tres años que duró la guerra cristera, periodo en el que fueron asesinados muchos sacerdotes, Mons. Orozco no quiso abandonar su diócesis y permaneció todo el tiempo escondido entre sus feligreses. Al pactarse el modus vivendi tuvo que exiliarse en los Estados Unidos. Regresó a su diócesis y murió en Guadalajara en 1936 (cfr. Juan González Morfín, op. cit., pp. 57-68).

Notas

4 Al respecto véase Yolanda Padilla Rangel, "Anticlericalismo carrancista y exilio católico a Texas, 1914-1919", en El anticlericalismo en México, ed. Franco Saverino y Andrea Mutolo, 449-471, sp., 453-459. México: Cámara de Diputados, ITESM, M. A. Porrúa, 2008,

Notas

5 Aunque en este momento todavía el señor Mora trata de ejercer un papel de interlocutor en nombre de los obispos, quizá por su lentitud para dar respuesta puntual a las situaciones de emergencia, o tal vez por su falta de liderazgo, pronto se vería rebasado por otros obispos, por ejemplo, don Leopoldo Ruiz y Flores que, junto con Mons. Plancarte, promueve la publicación de una pastoral colectiva protestando contra algunos artículos de la Constitución; por don Francisco Orozco y Jiménez, en relación con el apoyo que a través de Mons. Francis C. Kelley prestaron los obispos estadounidenses; y por don Eulogio Gillow, quien buscaba una vía de entendimiento con Carranza que no fuera la de la confrontación (cfr. Leopoldo Ruiz y Flores, Recuerdo de recuerdos (México: Buena Prensa, 1942), 72; Marta Eugenia García Ugarte, "Debilidades y fortalezas de los obispos mexicanos durante la Revolución [1910-1914]", en Libro Anual de la Sociedad Mexicana de Historia Eclesiástica IV (2010). La Iglesia en la Revolución Mexicana (México: Minos III Milenio, 2011), 16 y 23-25; Juan González Morfín, "El Archivo Secreto Vaticano: una ventana a la historia de México", Boletín Eclesiástico, año CXXII (10) (2011): 20-33; ASV, Archivio della Delegazione Apostolica in Messico, fasc. 108, p. 130.

Notas

6 Se encuentra después de la firma, como corolario del documento, y sólo en español.

Notas

7 Leopoldo Ruiz y Flores nació en Amealco, Querétaro, en 1865. Cuando apenas contaba con 35 años fue nombrado obispo de León, después, de Linares y, finalmente, de Morelia. Durante el gobierno de Madero promovió la participación de los católicos en la vida pública. Refugiado en los Estados Unidos a causa de la Revolución, en los primeros meses de 1917 coordinó en aquel país la redacción de la Pastoral Colectiva con la que los obispos protestaron contra algunos artículos de la Constitución de 1917 que atentaban contra la libertad religiosa. En 1926 fue designado vicepresidente del Comité Episcopal presidido por Mons. Mora y del Río. En 1927, nuevamente tuvo que exiliarse. Viajó a Roma a principios de 1929 para acelerar la llegada a un acuerdo con el gobierno mexicano que permitiera la reanudación del culto público. Fue delegado apostólico de 1929 a 1937; en este año, al ser nombrado delegado apostólico Mons. Luis Ma. Martínez, don Leopoldo Ruiz y Flores regresó como arzobispo a la arquidiócesis de Morelia, donde murió en 1941 (cfr. Juan González Morfín, Los obispos, 45-56).

Notas

8 Cfr. Leopoldo Ruiz y Flores, Carta a Francisco Orozco y Jiménez, 1-VI-1916, en AAG, sección gobierno, serie obispos: Francisco Orozco y Jiménez, correspondencia.

Notas

9 Ib.

Notas

10 Ib.

Notas

11 Ib.

Notas

12 Tommaso Boggiani, quien había sido delegado apostólico en México entre 1912 y 1914.
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