Sección temática

Entre charcas, ejidos y cemento: transformaciones y revaloraciones del paisaje y modo de vida lacustre en la ribera nororiental del lago de Texcoco, 1920-2022

Between wetlands, ejidos and concrete: transformations and revalorizations of the landscape and lacustrine livelihoods on the northeastern shore of Lake Texcoco, 1920-2022

Ariana Mendoza-Fragoso
Instituto de Investigaciones Sociales, Universidad Nacional Autónoma de México, México

Entre charcas, ejidos y cemento: transformaciones y revaloraciones del paisaje y modo de vida lacustre en la ribera nororiental del lago de Texcoco, 1920-2022

Relaciones. Estudios de Historia y Sociedad, vol. 46, núm. 182, pp. 64-91, 2025

El Colegio de Michoacán, A.C

Recepción: 25 Julio 2023

Aprobación: 22 Enero 2024

Resumen: En este artículo presento diferentes formas en que ha sido valorado el lago de Texcoco y su lecho a partir del reparto agrario y hasta la actualidad, con el impulso de la declaratoria de este lugar como área natural protegida. Narro la política de desagüe del lago entretejida con la política agrícola, las obras de infraestructura hidráulica y los modelos económicos nacionales que, en conjunto, fueron transformando no sólo el paisaje lacustre y la configuración de la ciudad, sino las vidas, las subjetividades y expectativas de las poblaciones que han habitado por generaciones sus orillas. Muestro que la constante ha sido la relegación de las prácticas y la economía lacustre en favor de la economía agrícola que intentó impulsarse en cierto periodo antes de ser desplazada por la industrialización de la región y la urbanización del lecho del lago. El resultado ha sido la desvalorización y desprestigio de la forma de vida lacustre, la precarización de las poblaciones y el contrasentido que estas encuentran en la más reciente iniciativa del Estado por rescatar y revalorar el ecosistema de humedales. El artículo se focaliza en los pueblos de la ribera nororiental, quienes han transcurrido, desde el año 2001, por un fuerte conflicto social ante la construcción de un aeropuerto en sus tierras ejidales. La historia ambiental que aquí se reconstruye ha emergido y se nutre, entre otras fuentes históricas documentales, de una etnografía realizada en estos pueblos entre los años 2018-2022.

Palabras clave: Desagüe, urbanización, modernización, historia ambiental urbana, modo de vida lacustre.

Abstract: In this article I present different ways in which Lake Texcoco and its lakebed have been valued since the agrarian distribution and up to the present day, with the impulse of the declaration of this place as a protected natural area. I narrate the lake drainage policy interwoven with agricultural policy, hydraulic infrastructure works and national economic models that, as a whole, have been transforming not only the lake landscape and the configuration of the city but also the lives, subjectivities and expectations of the populations that have inhabited its shores for generations. I show that the constant has been the relegation of lake practices and economy in favor of the agricultural economy that tried to be promoted in a certain period before being displaced by the industrialization of the region and the urbanization of the lake bed. The result has been the devaluation and discrediting of the lake way of life, the precariousness of the populations and the contradiction that they find in the most recent initiative of the State to rescue and revalue the wetland ecosystem. The article focuses on the people of its northeastern shore, who have been going through a strong social conflict since 2001 due to the construction of an airport on their communal lands. The environmental history reconstructed here has emerged and is nourished, among other historical documentary sources, by an ethnography carried out in these communities between 2018-2022.

Keywords: Drainage, wetlands, urbanization, modernization, environmental history, lacustrine livelihoods.

Introducción

El objetivo de este artículo es mostrar cómo paralelamente a la desecación del lago de Texcoco y la transformación del paisaje lacustre de su orilla nororiental, se han coproducido sujetos concretos, con subjetividades contrastantes y en los que actualmente, así como ocurre en el mismo lecho del lago, se acumulan múltiples desigualdades y violencias producidas históricamente.

Localizado al nororiente de la cuenca de México, el lago de Texcoco fue el más extenso de los antiguos cuerpos de agua que conformaron el sistema de lagos que encontraron a su llegada los colonizadores europeos del siglo XVI, y el único que, junto al de Xaltocan, por sus características geológicas, contuvo aguas salinas (Espinosa, 1996).

Incansables esfuerzos se han depositado para drenar el agua acumulada en la antigua cuenca endorreica del Valle de México. El proceso de desagüe hunde sus raíces en el manejo que las sociedades prehispánicas hicieron de los lagos (Candiani, 2014). Este proceso, sin embargo, tuvo sus transformaciones más dramáticas con la construcción de dos grandes infraestructuras: el Real Desagüe de Huehuetoca por parte de los colonizadores europeos durante el siglo XVII (Candiani, 2014) y la construcción a finales del siglo XIX del Túnel de Tequixquiac (Miranda, 2019). No obstante, otra serie de políticas y obras de infraestructura, más allá de la hidráulica y que tienen que ver con las políticas agrícolas y de industrialización, han propiciado efectos y transformaciones lentas, pero igualmente violentas en sus antiguos pueblos ribereños, como es el caso de los de su orilla nororiental.

Localización de los pueblos de la orilla nororiental del lago de Texcoco, zona de estudio.
Mapa 1
Localización de los pueblos de la orilla nororiental del lago de Texcoco, zona de estudio.
Fuente: elaborado por el laboratorio PROOSIG-CSH del CIESAS, Ciudad de México, con base en información de la autora, el marco Geoestadístico 2019 de INEGI y Open Street Maps.

En este artículo expongo distintos momentos, entre los años de 1920 y 2022, en los que se ha resignificado el paisaje y la forma de vida lacustre en la ribera nororiental del lago de Texcoco, mientras transcurrían distintas intervenciones del Estado en este territorio. A partir de esta exposición hago dos planteamientos: 1) la ideología higienista operó a inicios del siglo XX como un mecanismo del proceso civilizatorio de las poblaciones y de la modernización del país, al inscribir a las aguas estancadas y su población como fuentes no solo de enfermedades, sino también de “atraso”, pero ésta es una ideología que continúa teniendo efectos en el presente; 2) las percepciones acerca de los usos y sentidos sobre los espacios lacustres son históricos y se encuentran entramados en relaciones de poder.

Estos argumentos se comparten con otros estudios sobre percepciones y procesos de desecación de (cuerpos) agua en otros lugares de México y Latinoamérica (Tobasura, 2006; Camargo, 2020). Pero, a diferencia de estos trabajos, más que hacer un recuento de la historia de políticas y proyectos que impulsaron la desecación, aquí pongo énfasis en el correlato de su historia social. Es decir, respondo a la pregunta sobre qué implicaron estas políticas e intervenciones para las personas en su vida cotidiana y cómo dan sentido a la desecación y sus efectos en la actualidad; de ahí que mi enfoque metodológico sea histórico-etnográfico.

Como parte de mi investigación doctoral en antropología social, realicé una investigación etnográfica en los municipios de Atenco y Texcoco del Estado de México entre los años 2018-2022. 1 Esta investigación nació con el interés de estudiar el conflicto social provocado desde el año 2001 por el intento de construir una terminal aérea en la parte del lecho del lago que colinda con los pueblos ribereños de dichos municipios. 2 Si bien el proyecto aeroportuario fue cancelado por primera vez, luego de las movilizaciones de las poblaciones locales en el año 2002, se volvió realidad en 2015, cuando comenzaron las primeras obras de construcción. No obstante, se canceló por segunda ocasión a inicios del 2019. Mi trabajo de campo se desarrolló precisamente en la coyuntura de ésta última cancelación. Paradójicamente, mi acercamiento de primera mano a este proceso me llevó a reconocer la importancia de construir una perspectiva histórica para comprender los sentidos, significados y valoraciones muchas veces contrastantes que actualmente encontramos entre las poblaciones locales, el Estado y sus instituciones.

Fue también mi trabajo etnográfico el que marcó la pauta para la delimitación temporal de este artículo. En campo realicé múltiples recorridos en terreno, sostuve una gran cantidad de conversaciones casuales y llevé a cabo un total de 45 entrevistas a profundidad a distintos actores del conflicto (ejidatarios, funcionarios del Estado, autoridades locales y municipales, trabajadores de la obra, activistas sociales y habitantes en general) de distintas edades y géneros. Todo ello nutre de alguna manera este texto, pero las fuentes orales que principalmente utilizo aquí, provienen de testimonios obtenidos durante un taller sobre memorias territoriales que realicé en el verano de 2019, en el marco de las actividades dirigidas a adultos mayores del Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF).

Los testimonios que presentó también provienen de las once personas más longevas que entrevisté a profundidad: siete hombres y cuatro mujeres de entre 69 y 97 años de edad, quienes guardan memorias importantes sobre el proceso de desecación y las transformaciones socioambientales de su territorio, inclusive desde mediados de la década de 1930, cuando algunas de estas personas eran infantes.

Así, este texto es resultado tanto de la revisión histórico-documental de un conjunto de estudios sobre las iniciativas, políticas y proyectos que han sido propuestos, y algunos llevados a cabo, para desaguar la cuenca, 3 así como de mi material etnográfico. Esta perspectiva etnográfica es el principal aporte de este trabajo al campo de estudios sobre la historia ambiental de la cuenca de México, particularmente de su proceso de desagüe. Otra aportación de este trabajo, es el énfasis que hago de las particularidades del proceso de desecación del lago de Texcoco. Me refiero a las condiciones de salinidad de este cuerpo de agua, su cercanía con la capital del país y cómo estos factores propiciaron efectos enmarañados en el proceso de transformación del paisaje lacustre de la región.

El texto se encuentra dividido en cinco secciones. El primer apartado problematiza la forma en que el territorio del lago de Texcoco se ha revalorizado muy recientemente a partir de las políticas de conservación ambiental luego de la cancelación del proyecto aeroportuario. Los siguientes apartados tienen la finalidad de explicar los contrasentidos que provocan entre la población ribereña los actuales proyectos emprendidos para restaurar el lago. De tal manera, el segundo apartado expone la forma en que el Estado valorizó al ecosistema lacustre como infesto, improductivo y pretendió convertirlo en tierras fértiles para la producción agrícola en el contexto de una ideología higienista y modernizadora. El tercer apartado expone cómo las condiciones materiales y ambientales resultado del proceso de desecación, entre otros procesos políticos, económicos e ideológicos, llevaron al proyecto de modernización agrícola de los ejidos que emergieron del lago, muy lejos del éxito. La cuarta y quinta sección presentan la forma en que las tierras de lago se valorizaron como tierras aprovechables para la expansión del suelo urbano de la ciudad y el proceso de industrialización, una vez más causando efectos desiguales entre la población e intensificando la desvalorización del trabajo del campo y el espacio lacustre.

Los contrasentidos sobre el paisaje y modo de vida lacustre en el siglo XXI

Rafael, un hombre de 68 años de edad, originario del pueblo de Santa Isabel Ixtapan, 4 municipio de Atenco, es uno de los pocos “trabajadores lacustres” que quedan en la región, lugar que desde tiempos antiguos dio paso a la presencia de un modo de vida lacustre por su vecindad con el Lago de Texcoco (Parsons, 2006 y 2015;Espinosa, 1996). Hoy día, estos “trabajadores lacustres” o “laguneros”, como son conocidos en la región y sobre los que Rafael acostumbra advertir que, al igual que las aves del lago, ellos también se encuentran en “peligro de extinción”, continúan acudiendo diariamente al traspatio de sus pueblos, en lo que fuera la costa nororiental del lago. Ahí recolectan ahuautle, 5 artemia 6 y cosechan alga espirulina en las pequeñas “charcas” que permanecen todo el año o aquellas que se recrean en la época de lluvias. También obtienen tequesquite, 7 un mineral salino usado principalmente para cocinar, que históricamente estos pueblos han obtenido del suelo del lecho del lago.

Rafael Villanueva recolectando artemia en la Ciénega de San Juan, municipio de Atenco
Fotografía 1
Rafael Villanueva recolectando artemia en la Ciénega de San Juan, municipio de Atenco
Fuente: Archivo personal, Estado de México. Mayo de 2022.

Junto a estos trabajadores lacustres, otra gran cantidad de personas (biólogos, ingenieros, arquitectos, trabajadores de la construcción) se encuentran también trabajando a diario en el mismo lugar, pero en la construcción del Parque Ecológico Lago de Texcoco (PELT) y la consolidación de una Área Natural Protegida (ANP) declarada en el año 2022 (Diario Oficial de la Federación [DOF], 2022). Estas iniciativas fueron impulsadas en 2019 a través de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) y la Comisión Nacional del Agua (Conagua), por el mismo gobierno federal que en el mismo año canceló el proyecto aeroportuario (Mendoza, 2022).

El PELT retoma un proyecto impulsado entre 1960 y 1970 para enfrentar el problema del hundimiento de su suelo, la escasez de agua, las inundaciones y las tolvaneras (Miranda, 2019; Soto-Coloballes, 2022). Sin embargo, luego del periodo de conflictividad social ocasionada por el aeropuerto, los proyectos del PELT y la ANP, están siendo planteados por el Estado como estrategias que coadyuvarán a lograr tanto la justicia social de la región, así como los objetivos ambientales de la agenda 2030 de la Organización de las Naciones Unidas (CONANP, 2021, p. 181).

De tal manera, el impulso del gobierno federal actual por conservar y restaurar el lago de Texcoco, está revalorizando no sólo los beneficios ambientales de este sistema de humedales y su biodiversidad, sino también los conocimientos y las prácticas locales asociadas a este lugar, como el trabajo de los antiguos “laguneros”. En este contexto, medios de comunicación, investigadores de distintas universidades, funcionarios del Estado, autoridades locales, colectivos, entre otros actores, han mostrado un creciente interés en visibilizar y salvaguardar el “patrimonio bicultural” de la región.

Este boom ha traído a Rafael y a su familia no solo orgullo, sino también algunos ingresos extra. Desde el año 2021 son constantes las llamadas y visitas de personas interesadas en conocer su trabajo y adquirir sus productos. Rafael solía compartirme las expectativas que esto le generaba, sobre todo, él vislumbraba apoyos del gobierno para la realización y promoción de su trabajo. No obstante, nadie de su familia se ha interesado por el trabajo lacustre y aun cuando así lo expresaran, él es renuente a creer que el trabajo de lagunero sea una buena manera de ganarse la vida para sus descendientes:

para mí esto tienen mucho valor […] pero conmigo termina esto […] por eso yo he trabajado tanto, para que mis hijos, mis nietos, no terminen siendo lo mismo que yo […] a mí me gustaría…pues, que tengan un trabajo mejor ¡un buen trabajo! ¿verdad? (Rafael, comunicación personal, 23 de abril de 2022).

Es el poco valor moral y económico que se le atribuye al trabajo lacustre en la actualidad, más que el peligro real que enfrenta el ecosistema de humedales, lo que explica por qué Rafael insiste en que los laguneros son actualmente “especies en peligro de extinción”. Esta sinceridad puede desconcertarnos un poco. Es fácil pensar que justamente la amenaza de “extinción” de los trabajadores y el ecosistema lacustre, tendría que poner a personas como Rafael ante la urgencia de encontrar o al menos anhelar a quiénes heredar sus conocimientos. No obstante, en este trabajo ofrezco un panorama histórico-etnográfico que permita comprender, desde una perspectiva diacrónica, procesual y matizada, el sentido de las palabras y expectativas de Rafael.

A lo largo del tiempo se han distinguido y valorado socialmente las aguas y ambientes lacustres de formas diferenciadas y muchas veces en estrecha vinculación con ideologías que legitiman sus usos en relación con la modernización (del campo y la ciudad), así como con la limpieza y civilidad de los cuerpos y espacios humanos.

Desde el enfoque teórico de la ecología política y siguiendo el planteamiento del antropólogo Francisco Peña (2000) sobre la construcción social de los usos y calidades de las aguas, entiendo a las valorizaciones de los paisajes y sistemas productivos lacustres, como construcciones sociales complejas que involucran procesos de resignificación y construcción de relaciones de poder inmersas en un proceso civilizatorio.8 En este mismo sentido, Roderick Neumann (2005), plantea que desde principios del siglo XIX el progreso es imaginado como una misión civilizadora que implica el reemplazo de unas condiciones "salvajes" por las de prosperidad moderna; una ideología que implica la domesticación de la naturaleza considerada “salvaje” y que se encuentra ligada a la consolidación del capitalismo.

Una propuesta teórica que ha predominado en las ciencias sociales para abordar las distinciones sociales (significados, valores, sentidos) que se hacen del agua y de los paisajes lacustres, es la que algunos antropólogos y etnohistoriadores han explorado con base en el concepto de cosmovisión. Musset (1992) y Espinosa (1996), por ejemplo, han llamado la atención hacia la influencia que tuvo en el manejo del sistema de lagos de la cuenca del valle de México durante la colonia, la cosmovisión indígena versus la cosmovisión de los colonizadores europeos. Desde este enfoque se suele considerar que para los españoles el agua estancada en la cuenca es en el fondo un elemento amenazante, (Musset, 1992), mientras que, para los indígenas éstas son aguas dadoras de vida, salud y dan sentido a la cosmogonía de los pueblos (Espinosa, 1996; Alcina Franch, 1992).

Si bien el debate establecido por esta perspectiva ha sido muy importante, su propuesta pierde de vista la historicidad y la heterogeneidad del proceso real mediante el cual se construyen y reconfiguran esos esquemas clasificatorios; en los que siempre hay diferencias, contradicciones e incongruencias en una arena de continua disputa (Peña, 2000). Además, estas valoraciones no pueden disociarse del ejercicio del poder sobre las poblaciones que viven de esos lagos, porque la legitimidad de un discurso forma parte del proceso de dominio y hegemonía de un grupo social sobre otros (Peña, 2000).

Lo que quiero señalar es que un problema del enfoque que toma a las cosmovisiones como materia central de indagación de las valorizaciones sobre el agua y los paisajes lacustres es que tiende a subrayar que las cosmovisiones son homogéneas, estables y duraderas; dejando de lado las diferencias que contienen o las contradicciones que encierran al compararlas con las decisiones prácticas que toman los sujetos que las comparten; como, por ejemplo, que uno de los últimos laguneros de la ribera nororiental del lago de Texcoco opine que el trabajo lacustre es un trabajo precario y sin futuro, pese a que actualmente hay un ímpetu del Estado por restaurar los ecosistemas lacustres y revalorar su patrimonio biocultural asociado.

Lo que a continuación muestro es que el sentido del progreso en esta región se ha encarnado por generaciones en la imperiosa necesidad de deshacerse del paisaje lacustre y de aquel modo de vida que fuera asociado con el atraso. De tal manera, la promesa del progreso a través de la desecación del lago, se remonta a un momento clave: el periodo posrevolucionario, cuando en el proceso de reparto agrario, la orilla del lago se convirtió en ejido y comenzó el intento por convertir al lago en tierra productiva.

Desagüe, higiene y una pretendida justicia agraria

Aun cuando hoy, en un contexto de crisis ambiental y escasez hídrica, nos parezca sorprendente, durante el siglo pasado gran parte de las políticas relacionadas al agua estuvieron encaminadas a desecar lagos, lagunas y humedales. El pretexto para realizar obras hidráulicas con dicho fin guarda relación con el discurso higienista europeo, emergido en el siglo XVI, pero que se desarrolla totalmente hasta los siglos XIX y XX (Goubert,1989, pp. 27-29), el cual impulsó la idea acerca de que el agua -y la calidad de ésta- se liga indisolublemente al aseo, la limpieza y por lo tanto la civilidad y el progreso (Vigarello, 1991).

Este paradigma pensaba a la ciudad moderna en analogía con el cuerpo humano, el cual necesitaba desechar sus aguas sucias mientras que al mismo tiempo se abastecía de aguas limpias (Swyngedouw, 2004; Perló, 1999). Mientras que el agua limpia era símbolo de higiene y progreso, el agua estancada era símbolo de enfermedades y retraso civilizatorio, por las miasmas y microorganismos que se suponía emanaban de ellas (Camacho, 1998). Esto motivó políticas, desarrollos científicos y tecnológicos, así como el surgimiento de nuevos actores (médicos, ingenieros, químicos, urbanistas) que multiplicaron las presas, filtros, plantas potabilizadoras y las enormes construcciones para desalojar los desechos (Peña, 2000, p. 34).

Si bien esta fue una visión del agua que ya predominaba en el manejo que hicieron los colonizadores europeos del siglo XVI, quienes insistieron en evacuar el exceso de aguas para evitar inundaciones. A finales del siglo XIX y durante el siglo XX, este pensamiento higienista y civilizatorio desencadenó con intensidad la desecación de lagos, lagunas y ciénagas a lo largo del país (Camacho, 1998, 2007; Oviedo, 2023; Sánchez-Rodríguez, 2008;Huerta, 2000; Miranda, 2019), por lo que los procesos de desecación en esta época tuvieron sus propias características.

Aboites (1998), por ejemplo, destaca el papel que desde 1980 tuvo para las políticas de desagüe, el desarrollo del conocimiento hidráulico y la monopolización de su generación y legitimidad en la centralización del manejo del agua por el gobierno federal en México. Por su parte, Camacho (1998y 2007) plantea que, en este periodo, la disputa por el manejo de los espacios lacustres con argumentos sanitarios, respondían más bien a intereses de la expansión de la agricultura capitalista (Camacho, 1998). Retomando los planteamientos de estos dos autores, en este apartado me interesa destacar de qué manera la continuidad y la intensificación del proyecto civilizatorio manifestado en la desecación de la cuenca de México, siguió guardando continuidad durante los gobiernos posrevolucionarios, sin embargo, estas medidas higienistas coincidirían con las pretensiones de modernización capitalista materializadas en el reparto agrario.

Para la primera década del siglo XX, la inmensa llanura de entre 27,000 y 29,000 ha de superficie que las obras del desagüe de la ciudad impulsadas durante el porfiriato habían dejado expuesta, ocasionaban inundaciones y tormentas de polvo (tolvaneras), que figuraban como dos grandes problemas sanitarios para la ciudad (Soto-Coloballes, 2019, p. 261). El lago de Texcoco se representó en los discursos hegemónicos como un problema sanitario público. Fue así que ingenieros, políticos y otros expertos empezaron a especular acerca de sus posibles usos con miras a resolver los problemas sanitarios que acechaban a la capital y la moderna ciudad a la cual aspiraba la élite gobernante (Soto-Coloballes, 2019). En este contexto, la desecación abría grandes posibilidades de obtener nuevos terrenos para el desarrollo de la agricultura.

En 1912, el “Proyecto de bonificación” del ingeniero Mariano Barragán inició el drenado, lavado y fertilización de las tierras del lecho del lago de Texcoco a fin de sanearlas de su alto contenido salino (Soto-Coloballes, 2019). En 1922 y luego en 1929, el Estado declaró de utilidad pública la bonificación y fertilización de los terrenos desecados del lago (García, 1990). En esta época inició el reparto agrario a los pueblos de su orilla nororiental, quienes recibieron las tierras del vaso del lago habían quedado “secas”, pero en las que aún se formaban charcas. Así fue como el Estado posrevolucionario pretendió resolver tanto el problema sanitario público como cumplir la promesa revolucionaria de la justicia agraria (Vitz, 2018).

Este doble propósito explica en parte la premura de la repartición ejidal en esta región. En comparación con las dotaciones ejidales a nivel nacional, que sucedieron generalmente a partir de los años treinta (Arias, 2019), las dotaciones de tierras a la mayoría de los ejidos de los pueblos de la ribera nororiental del lago de Texcoco se realizaron a lo largo de la década de los años veinte. El ejido de Santa Isabel Ixtapan fue el primero en recibir su dotación ejidal en 1921, siguió el ejido de Atenco en 1922, los ejidos de Nexquipayac y Acuescomac en 1924, La Magdalena Panoaya en 1925 y, por último, el ejido de Tocuila y sus barrios San Felipe y Santa Cruz de Abajo en 1927. 9

A estos pueblos se les restituyeron tierras que habían sido acaparadas por las haciendas Chapingo, El Batán, La Chica, La Grande y San José Acolman o Hacienda Ixtapan (Mancilla, 2008). Sin embargo, en mayor medida, las superficies dotadas se extendieron hacia las tierras que el lago iba “dejando libres” conforme avanzó su desagüe. Fue así que el engarce entre el proceso de reparto agrario y el proyecto de desagüe del lago propició en la década de 1930 la creación de dos nuevos ejidos después de la primera ola de reparto agrario en la región: Zapotlán en 1931 y Santa Cruz Abajo en 1936.10 Asimismo, algunos de los ejidos configurados en la década de 1920, lograron ampliar su dotación inicial de 1.6 hectáreas por cabeza de familia, a expensas de las tierras libres de inundación que fueron incrementando en las siguientes tres décadas. 11

Bajo la visión higienista y modernizadora de la época, el objetivo del reparto agrario en esta región era doblemente satisfactorio para el estado posrevolucionario (Vitz, 2018), aunque sumamente contradictorio. En la medida en que se eliminaba ese espacio agreste y salvaje, el ingenio humano mejoraba esta naturaleza que también era representada por los proyectos del Estado como moldeable y domesticable, tanto así que podría posibilitar la ampliación de la frontera agrícola y por tanto sumar a la modernización del país. Y es que el lago no sólo era percibido en los discursos hegemónicos como un lugar productor de enfermedades, sino también del atraso económico y social de la región y la ciudad (Cházaro, 2007). Soto-Coloballes (2019, p. 264) ha señalado que en la lógica de modernización del Estado posrevolucionario: “la agricultura debía reemplazar las actividades locales basadas en la pesca y la cacería de animales acuáticos, además de terminar con el propio vaso salobre”. Lo cual deja claro que el proyecto de modernización no tenía únicamente que ver con sanear los espacios lacustres, sino también con limpiar/borrar sus formas de vida asociadas. Laura Cházaro (2007) plantea en el mismo sentido que el Estado veía a su desecación como necesaria, tanto para evitar los derrames de los desechos de la ciudad como para romper con el pasado indígena.

No obstante, si bien en la lógica de desecación del Estado, la idea era convertir lo que antes había sido una fuente de insalubridad y de miseria en una fuente de riqueza (Camacho, 2016), aun con la dotación del ejido, lo que sucedió fue un proyecto de modernización fracasado y una incompleta justicia agraria para los pueblos ribereños, pues su situación no cambió en gran medida. Como señala Mancilla (2008, pp. 183-184):

[…] la miseria rural continuó en parte por la mala distribución de la tierra, su calidad y sus posibilidades agrícolas. A nivel distrital el 85% de las tierras laborables repartidas eran de temporal y éste es irregular y prácticamente insuficiente para las labores agrícolas. Por otro lado, los apoyos institucionales como créditos, asesoría técnica, obras de infraestructura hidráulica y el mejoramiento de suelos, entre otros, fueron prácticamente nulos.

Como bien apunta esta historiadora, uno de los factores con más repercusiones en la situación de precariedad en la que se encontraron los campesinos luego del reparto agrario, fue el factor ambiental. Lane-Rodríguez (1994, p. 140) ha documentado que por “la restricción geográfica de las aguas superficiales”, en la ribera del lago la tendencia fue repartir tierras de temporal en lugar de tierras de riego y tampoco se apoyó para la implementación de algún proyecto de infraestructura para riego.12

Si bien podríamos decir que el despojo de sus cuerpos de agua se compensó con el acceso a otro medio de producción (la tierra) que lograría justicia social para las poblaciones de la ribera, tal como lo ha planteado Huerta (2000) para el caso de la desecación y posterior reparto agrario de las tierras del lago de Chalco; en Texcoco esto no fue así. La tierra, por sus condiciones salobres, tal como quedó después de la retirada de las aguas, no fue productiva (en términos agrícolas) de inmediato. La política del reparto agrario no sólo fue afectada y a la vez tuvo efectos en la estructura social, política y económica, sino que fue afectada y tuvo consecuencias ambientales; lo que se expresó de manera palpable en la transformación radical del paisaje del campo mexicano (Sánchez-Rodríguez, 2008). En Texcoco esto fue claro no sólo a través del desagüe de los cuerpos de agua, sino también a través de los procedimientos que le siguieron a éste y que pretendían terminar de purificar las tierras “libres” de agua, por medio de técnicas de lavado de suelos.

Lavar (hasta) la tierra: efectos del reparto agrario en el paisaje lacustre

Dada la composición salina de los suelos del lago de Texcoco, sólo era posible comenzar a sembrar en estos después de que pasaran por largos procesos de “lavado”, como la gente los refiere hasta la fecha, para extraer su salinidad. Estos lavados muy pocas veces tuvieron éxito y cuando lograron cambiar las condiciones del suelo, esto demoró inclusive hasta una década. Esto llevó a que “los residentes del lago se encontraron entre las promesas a medias de la reforma agraria y el malestar del proyecto de bonificación” (Vitz, 2018, p. 138).

Mientras que en la zona con menos concentración de sales del lecho del lago (al noroeste y suroeste) el proyecto de bonificación estatal así como algunos pequeños propietarios que vieron como un negocio arrendar y comprar lotes de hasta 20 ha para dedicarlos a la agricultura, habían logrado hacer cultivables sus tierras (Gonzalo Blanco, 1949 en Soto-Coloballes, 2019, p. 264). 13 Los recién creados ejidos de la orilla nororiental del lago, localizados en la zona con más concentración de sales, comenzaron a ser abandonados poco a poco por los proyectos gubernamentales de bonificación de tierras, que comenzaron a dudar de su viabilidad. 14Así, fueron los campesinos quienes para la década de 1930 terminaron encargándose de los trabajos de lavado y fertilización de tierras con sus propios recursos.

Si bien los trabajos de lavado de suelos en la ribera nororiental del lago retomaron mucho de los proyectos gubernamentales impulsados en la década de 1920, en las siguientes décadas, ante la falta de asistencia técnica y financiamiento del Estado, se basaron, sobre todo, en la fuerza de trabajo, conocimientos y técnicas locales sobre el manejo de los suelos salitrosos que históricamente habían conservado los pobladores lacustres de la región (Espinosa, 1996; Parsons, 2015).

Especialmente las técnicas y conocimientos vinculados con la extracción de agua (dulce) subterránea, la construcción de “albercas” (pequeñas represas) y bordos para almacenar y conducir el agua; así como el aprovechamiento de “lama” (materia orgánica) obtenida de los sedimentos de los ríos que nacían en la sierra y desembocaban en el lago de Texcoco, fueron fundamentales para el lavado de tierras. El señor Eusebio, de 89 años de edad, todavía en 2019 recordaba con algo de detalle los trabajos que implicaron los lavados de tierras, pues aun siendo un niño de once años, él comenzó a participar en estos durante la década de los años cuarenta:

[…] alrededor de lo que era nuestra propiedad que según nos dotaron, se hacían unas zanjas y el bordo de la tierra de la zanja […] es la que sostenía el agua limpia, porque nosotros hicimos varios pozos de cada tierra y esos pozos salía el agua natural. Entonces se empezaron a llenar nuestros charcos, se llenaron, ¿qué serán? 70 centímetros. Se llenaban de agua limpia y el agua ahí se almacenaba de 5,6, 7 años y ahí en ese tiempo el agua ya no era limpia, ya era, este, ¿qué se entiende? Café […] de ese color se ponía todo lo que era la propiedad de nosotros y luego ya decíamos: “Ya ahora sí ya está buena para desaguar”. Entonces ahí teníamos pescados, pescaditos, teníamos ranas, teníamos ajolotes y entonces cuando se abría el portillo para sacar el agua, este, poníamos unas redes que se llamaban chinchorros, esa red estaba de acuerdo al ancho de lo que era la salida del agua y ahí salían los animales, ahí se quedaban en la red. Y, este, se salía toda el agua y quedaba ya como el lodo […] Y volvíamos otra vez a tapar para que se llenara y así, ya cuando salía el agua limpia, ahora sí ya está buena para sembrar […] pero se llenaba varias veces, tres, cuatro veces a ese lago, a lo que era nuestro, para poder después trabajar porque ya después ya nacía el pasto, hierbas […] (Eusebio Benavides, comunicación personal, 5 de septiembre de 2019).

Pero Eusebio no fue el único ejidatario que durante mi trabajo de campo destacó la importancia del trabajo de los lavados de tierra. En la memoria colectiva de los ejidatarios más longevos, esta es una narrativa que aparece frecuentemente. Como él, en esta época, muchos otros hombres, antiguos trabajadores lacustres, se enfrentaron a la desdicha no solo de perder su lago, sino de terminar de convertirlo, con sus propias manos, en otra cosa totalmente diferente, en aras de lograr el éxito del proyecto agrario y sanitario.

Mientras que los suelos no estaban (o nunca estuvieron) listos para sembrar y las charcas que todavía eran aprovechadas se reducían cada vez más, algunos habitantes de los pueblos encontraron en los trabajos de desagüe y desazolve del lago liderados por el gobierno federal, una fuente de empleo durante los años treinta y cuarenta. Según los testimonios de algunos de mis interlocutores/as en campo, durante estos años, los funcionarios estatales encargados de los trabajos de mantenimiento de la infraestructura de desagüe, conformaban “cuadrillas” de trabajadores de hombres originarios de los pueblos ribereños para “hacer las zanjas de la laguna para desaguarla y desazolvarla” (Matilde Olvera, comunicación personal, 18 de marzo de 2019).

Así, los antiguos laguneros continuaron trabajando en el espacio lacustre, pero ahora en el desagüe de éste, construyendo “bordes” y “zanjas” con técnicas que venían usando no sólo en los lavados de las tierras, sino también en la producción artesanal de sal (Parsons, 2015) y en el manejo de las charcas para la recolección y caza de especies lacustres (Espinosa, 1996).

Ante la pérdida gradual de su principal fuente de sustento y la dificultad de hacer productivas sus tierras, a los antiguos laguneros de la región no les quedaron muchas otras opciones que poner a disposición del gobierno federal sus habilidades, destrezas y conocimientos para sortear y transformar las peculiares condiciones del suelo inestable y salitroso del lago. Un saber-hacer que los trabajadores y expertos externos aprendían de los pobladores ribereños y a quienes al mismo tiempo percibían como fuerza de trabajo explotable y desechable. Según el mismo Eusebio, era sabido que el trabajo en las cuadrillas de desazolve era “rudo y peligroso”. Como a muchos otros les sucedió, recuerda que su hermano mayor “se perdió un día entero entre la polvareda que se levantó en medio del lago un día de regreso a la casa (…) ahí le agarró la noche, casi se lo come el lago (…) puede ser que en venganza”. Como bien alude Eusebio, mientras la modernización se comía al lago, el lago se devoraba a su propia gente, si bien literalmente por medio de las tolvaneras, también figurativamente en relación a los efectos sociales que su desecación causó entre las poblaciones ribereñas.

La economía lacustre frente al proceso de industrialización

Entre las décadas de 1940 y 1960, la política económica en México estuvo orientada a promover la expansión y desarrollo de la industrialización (el modelo de sustitución de importaciones). De manera generalizada, este modelo provocó el crecimiento de las áreas urbanas e industriales en las ciudades, al mismo tiempo que impulsó la modernización del campo. En este contexto, tanto el modelo económico nacional como los intentos para reducir la salinidad de los suelos expuestos del vaso del lago de Texcoco, convergieron en la industrialización del aprovechamiento de su lecho salino con la creación de la empresa paraestatal Sosa Texcoco en 1942 (Bucay, 2001, p. 30). Esta industria comenzó a explotar las sales disueltas en el borde norte del lecho del lago, valiéndose también de los conocimientos de las actividades lacustres y de manejo de los suelos salitrosos realizadas por los locales por generaciones (Parsons, 2015).

Mediante el evaporador solar conocido como “El Caracol” (Soto-Coloballes, 2019, p. 265), se concentraban las aguas saladas provenientes del lavado de tierras para producir sosa cáustica y carbonato de sodio. Así, en 1948 esta paraestatal producía 100 toneladas diarias de estos químicos, llegando a ser la industria de álcali más importante de América Latina (Bucay, 2001, p. 30). No obstante, así como algunas personas aún lo recuerdan y la historiadora Soto-Coloballes (2019, p. 265) también lo ha planteado: “los pobladores locales que aportaron su experiencia y conocimientos sobre el manejo de estos suelos, fueron excluidos de las cuantiosas ganancias”. La empresa cerró su planta en el año de 1993 tras declararse en quiebra, de esa forma, privaron a los trabajadores del pago de su finiquito. Así, en el contexto de la industrialización del país, Sosa Texcoco fue otro de los intentos que el Estado impulsó con la finalidad de hacer rentable y generar ganancias de la desecación del lago de Texcoco. 15

No obstante, Texcoco continúa siendo un territorio clave también para el proyecto de modernización agrícola mexicano que inclusive impulsó la revolución verde de las clases capitalistas a nivel mundial, con la llegada de la llamada asistencia técnica extranjera en la región, financiada por la Fundación Rockefeller y materializada en la creación del Centro Internacional de Mejoramiento del Maíz y el Trigo (CIMMYT) en 1940 (Méndez-Rojas, 2017).

Aunque esta asistencia técnica se asentó sobre las iniciativas agrícolas de base socialista que previamente tuvieron presencia en la región con la intención de transformar la vida rural a través de la ciencia (Soto-Laveaga, 2020). El programa de Fundación Rockefeller estuvo siempre orientado a la exportación de la nueva tecnología fuera de México y a hacer de su asistencialismo técnico un nuevo orden de acumulación y producción agraria capitalista (Hewitt, 1978, pp. 50-51).

En este contexto, los pueblos lacustres no se verían beneficiados de su vecindad con el epicentro de conocimiento científico y tecnológico agrícola a nivel mundial. Si bien los investigadores enviados por la Fundación Rockefeller recopilaron, estudiaron y catalogaron cientos de variedades de maíz de México en territorios indígenas, la producción y especies lacustres no fueron consideradas como vías para resolver las necesidades alimentarias nacionales, mucho menos globales. Por el contrario, estas prácticas eran vistas despectivamente por estos programas de modernización, como prácticas que representaban más que una alternativa alimenticia, un atraso civilizatorio (Eddens, 2019; Hewiit, 2007).

Así, mientras Texcoco se convertía en el epicentro de la industrialización agrícola a nivel mundial, los pueblos ribereños todavía seguían esforzándose para reconvertir los suelos salinos en tierras cultivables. Pero si bien, el lavado de los suelos y el aprovechamiento de los nutrimentos y aguas de las escorrentías de los ríos que bajan de la montaña, no fueron suficientes para recuperar los suelos salobres y así lograr una producción importante de maíz para consumo humano. En todo caso, lo que sí posibilitó fue la siembra de forraje para ganado: alfalfa, avena, cebada y maíz.

Como lo ha documentado Gutiérrez (2023), entre 1940 y 1970 hubo un fuerte vínculo entre la investigación agronómica y la agricultura forrajera en el marco de la modernización del campo y la asistencia técnica extranjera que tuvo como epicentro también a Texcoco. La Oficina de Estudios Especiales (OEE) –institución de la Secretaría de Agricultura de México cofinanciada por la Fundación Rockefeller- desarrolló, a solicitud del gobierno estatal, una amplia iniciativa de investigación en los campos de El Horno, para la formación de una agricultura forrajera complementaria a la ganadería lechera intensiva, que se buscaba satisfacer la demanda de la ciudad de México y contribuir a la formación de un modelo industrial de producción lechera en México (Gutiérrez, 2023, p. 4).

Uno de los objetivos de la OEE fue encontrar una leguminosa de invierno que sirviera para restaurar suelos erosionados y, a su vez, una alternativa continua de alimento para el ganado (Gutiérrez, 2023, p. 10). Fue así que la siembra de alfalfa comienza a impulsarse en la región texcocana, sobre todo en los suelos salinos del antiguo lago, donde a diferencia de otros cultivos, éste resultó ser exitoso. Inclusive, se impulsó experimentalmente la siembra de remolacha forrajera, un cultivo que se adecuó muy bien a las condiciones salinas de los suelos ganados al algo.

No obstante, este nuevo paquete tecnológico vinculado a la ganadería, estuvo dirigido principalmente a los propietarios privados con vínculos políticos afianzados en las estructuras de gobiernos locales y federales de herencia priista. 16 Mientras que los ejidatarios, aunque favorecidos también en este periodo, lo hicieron en condiciones de suma desventaja. Los pequeños productores de los ejidos ribereños no tuvieron oportunidades de crédito, ni de acceso a insumos por parte del Estado, precisa y paradójicamente, porque al no contar con amplias extensiones de tierra y con algo vital: el agua suficiente para incorporarse con ventaja a esta nueva dinámica productiva; eran considerados con poca capacidad de pago. Así, se terminaron incorporando a esta bonanza lechera como peones en los grandes ranchos. Cuando era posible recibir algún tipo de financiamiento o ser beneficiario de algún proyecto gubernamental, la cría de unas cuantas cabezas de ganado bovino lechero se sumó a las múltiples actividades familiares que realizaban. Asimismo, desplazaron o combinaron la siembra de maíz para autoconsumo por la de forrajes, producción que era vendida entre los mismos ejidatarios con ganado y en ocasiones a los ranchos lecheros.

La siembra de forrajes y producción lechera en la región comenzaría a menguar hacia finales de la década de 1960, cuando, entre otras cosas, comienza a impulsarse en mayor medida la producción lechera al norte del país (García, Martínez y Salas, 1998) y el proceso de urbanización en la ciudad de México comienza a absorber, tanto las tierras destinadas a la producción forrajera y ganadera (Gutiérrez, 2023), como a las mismas familias ribereñas. Como la tierra era escasa y salitrosa, y la mecanización de la agricultura y ganadería había desplazado mano de obra, las fuentes de trabajo en la región no eran suficientes para absorber toda la fuerza de trabajo. Esta circunstancia, junto al proceso de industrialización hacia el norte de la ciudad, favoreció la emigración en busca de empleo (Pérez Lizaur, 1975, p. 76).

El modo de vida urbano que “ve para abajo” al modo de vida lacustre

Los efectos desiguales del modelo de industrialización y sustitución de importaciones produjeron a nivel nacional la expulsión de los pequeños productores del campo hacia los centros urbanos. La región de Texcoco fue parte de esta dinámica general. Aunque por su cercanía con la capital del país, a diferencia de otros espacios rurales, los campesinos texcocanos no solo fueron a la ciudad, sino que la ciudad llegó a ellos; y en todo caso, el desplazamiento físico se dio solo en traslados semanales o diarios a nuevos nichos de trabajo.

Durante las décadas de 1950 a 1980, muchos de los pobladores de la costa chica texcocana se empleaban en Sosa Texcoco A.C., así como en las fábricas de metalurgia o industria química que se abrieron durante las décadas de 1950 y 1960 en el municipio vecino de Ecatepec. 17 El estudio etnográfico de la antropóloga Marisol Pérez (1975), realizado a finales de 1960, da cuenta de que, en estos años, en la región de la costa texcocana la industria iba tomando importancia como fuente de riqueza y trabajo. Esto hizo que en esa época hubiera fuentes de trabajo diversificadas, no solo en la industria, también en la agricultura y la ganadería tanto de tipo comercial como familiar, ésta última figurando más como un complemento.

Los relatos de vida de mis colaboradores/as etnográficos apuntan que, antes de los años cincuenta, los habitantes de los pueblos de la costa se encontraban de cierta forma retraídos de la expansión urbana, no sólo porque el lago azolvado funcionaba como una barrera física de contención, 18 sino porque los cuerpos de agua que quedaban de éste eran la principal fuente de alimentos de las familias. Era así que, si se trasladaban ocasionalmente a la ciudad de México, lo hacían fundamentalmente al mercado de La Candelaria de los Patos, para vender algunos de los productos lacustres que obtenían de su laguna. En ese entonces se podía llegar a la ciudad por tren o en autobús público, por una vía larga (la de la Paz, hacia el estado de Puebla) que implicaba rodear el lago.

Fue a partir de finales de los años cincuenta que los intercambios comerciales y culturales con la ciudad se intensificaron, gracias a los nuevos caminos que el mismo proceso de desagüe y de industrialización en la ciudad y en el campo trajeron consigo. A mitad del siglo XX la ciudad de México enfrentaba una explosión demográfica que intensificó los severos problemas hidrológicos que arrastraba desde décadas atrás, principalmente el hundimiento de su suelo, inundaciones, tolvaneras, y escasez de agua (Miranda, 2020). Esta crisis demográfica e hidrológica promovió diagnósticos y proyectos de solución entre científicos de la época –principalmente ecólogos, urbanistas e ingenieros –, en los que el lago de Texcoco figuró como protagonista. De esta manera, tanto los trabajos de rehidratación del lago, impulsados en la década de los cincuenta; así como los trabajos de construcción de cuerpos de agua artificiales, desarrollados a partir de los años sesenta (Soto-Coloballes, 2019), reestructuraron no sólo el paisaje del lago sino la vida social de las comunidades colindantes.

Como lo ha apuntado Miranda (2020, p. 200): “La industrialización y la urbanización fueron el horizonte al que apuntó la alianza entre ingenieros y el poder público” a mediados del siglo XX para resolver los problemas ambientales vinculados al agua y las tolvaneras en la ciudad. No obstante, las obras hidráulicas desarrolladas entre los años de 1950 y 1970 se empataron no solo con los intereses de las élites políticas y económicas de la capital, sino también con los procesos de urbanización y modernización de las comunidades ribereñas. En los años cincuenta, estas obras permitieron la apertura al público de un camino que cruzaba toda la zona antes inundada, conectando directamente la llanura texcocana con el oriente de la ciudad. Este camino angosto, anteriormente usado solo por los trabajadores de las obras, comenzaría a ser transitado por algunos hombres de la región montados en bicicleta, como lo recuerda Idelfonso Venegas, quien trabajó como peluquero al norte de la ciudad de México a finales de los años cincuenta:

Allí me atravesaba yo, pero era un camino de terracería. Me iba en la bicicleta y ya por aquí hacía yo 50 minutos, una hora, hasta la Villa […] ya era menos tiempo. Cuando ese camino lo hicieron, yo tenía como por decir 22 años. Pusieron una línea de tierra y esa línea, este… la subieron así hasta llegar a cinco metros porque había agua de este lado y agua de este [otro] lado […] me iba yo en la mañana y ya regresaba a las diez, once, doce de la noche […] y luego sin luz, […] ahí venía uno sufriendo, había un montón de piedras grandes. Como chocábamos en una piedra, pues ahí íbamos a dar por ahí […] había el lago todavía, pero muy leve el agua […] (Idelfonso Venegas, comunicación personal, 30 de julio de 2019).

Así como Idelfonso, hombres y mujeres comenzaron a salir más frecuentemente de sus pueblos en busca de trabajo a la ciudad de México, sobre todo cuando en los años sesenta comenzó a operar la primera línea de autobuses públicos que iba de manera directa de Texcoco centro hasta el mercado de La Merced, en la Ciudad de México.

En este contexto fue también que el pueblo de Tocuila ganó la fama de ser “un pueblo de buenos albañiles”, según comparten algunos de mis interlocutores en campo, quienes también mencionaron que “un programa del gobierno” impulsado en la región, les otorgó certificaciones de este oficio, lo que les permitió ser parte de una asociación de trabajadores de la construcción y trabajar en distintas obras en la Ciudad de México y el entonces creciente centro urbano de Texcoco.

La incorporación de estos campesinos y ex laguneros a la albañilería se correspondía con, y a la vez fue resultado del proceso de industrialización que en el campo los excluyó y en la ciudad los incorporó desigualmente. En esta época de intensos cambios, muchos de los campesinos de la región se insertaron también como trabajadores de los servicios de limpieza, vigilancia, mensajería o mantenimiento de las instituciones de investigación agrícola (UACh y CIMMYT) que paradójicamente se suponía modernizarían sus tierras y cultivos. Dichas instituciones, junto al posteriormente inaugurado Colegio de Posgraduados (un centro público de investigación fundado en 1959 en Texcoco), trajeron consigo el establecimiento de nuevos pobladores provenientes de la Ciudad de México y de otros países (Méndez, 2021), quienes según la apreciación de uno de mis interlocutores: “le dieron más nivel” a la región en aquellos tiempos.

Además del claro sentido civilizatorio con que las personas de estos pueblos leyeron la apertura de los centros de investigación que trajeron progreso empaquetado en tecnologías e infraestructuras y personificado en expertos foráneos; es sintomático que muchas de mis colaboradoras etnográficas refirieron que en estas décadas trabajaron como personal de limpieza o mantenimiento en las casas de estos nuevos residentes de la región.

Es así que, si bien por la cercanía con la ciudad, no hubo un intenso desplazamiento físico de la población rural de la ribera del lago de Texcoco a la ciudad, éste fue, más bien un intenso desplazamiento en términos ideológicos: el del rechazo del campo y con ello el de la vida lacustre. Una ideología civilizatoria que representaba en una escala evolutiva y jerárquica la vida en el campo y la vida en la ciudad, y que colocaba a ésta última como el fin deseable por todos, inundó el ambiente del periodo de sustitución de importaciones en esta región. Es decir, esta política económica no sólo tuvo efectos materiales con la desecación del lago y la transformación del paisaje lacustre, sino también en las subjetividades de la población.

En las narraciones de vida de varios de mis interlocutores más longevos, de forma frecuente se hizo mención a maneras de discriminación que enfrentaron “en la ciudad” cuando tuvieron que “salir” de sus pueblos. Idelfonso, particularmente, me compartió que sus clientes en la peluquería donde trabajaba lo veían de forma despectiva y él piensa que decían: “Ay, mira ese indito”. Además, menciona que esta no era una actitud o comentario dirigido únicamente a su persona, sino a una forma de vida: “de que andaba yo en mi bicicleta toda enlodada, porque uno no la podía traer buena, limpia […] y me veían así para abajo”. “Ver para abajo” al modo de vida campesino y lacustre fue una actitud tomada por las clases medias urbanas, también influidas por el ambiente de modernización de la época y que empapó, excluyendo y contrariando al mismo tiempo, las subjetividades de los campesinos y laguneros de Texcoco.

En este sentido, inclusive el proyecto de restauración ambiental del lago de Texcoco impulsado entre las décadas de 1960 y 1970, también desvalorizó la economía y producción lacustre. Un programa de piscicultura impulsado entre 1972 y 1981, en el marco del Plan Lago de Texcoco y la declaratoria de la Zona Federal Lago de Texcoco, con la idea de aprovechar los terrenos y contribuir a mejorar la alimentación de los habitantes cercanos, introdujo especies como carpa y tilapia, antes que considerar otras especies propias de la zona, que constituían parte de la dieta de los pobladores originarios (Soto-Coloballes, 2019, p. 276).

Si bien ante ciertas crisis económicas familiares, muchas personas siguieron acudiendo a las charcas que se formaban en los ejidos, para cazar alguna ave o recolectar especies animales y vegetales lacustres para comer, con el paso del tiempo las personas fueron asociando estas prácticas como un modo de vida “para gente pobre”. Así, a finales del siglo XX la economía lacustre ya había perdido todo prestigio, frente a la posibilidad de emplearse en la ciudad o inclusive frente a la producción agrícola; actividades que se asociaban con un estilo de vida moderno y civilizado. Como sucedió con Idelfonso, con Jorge, con Rafael, muchos de estos pobladores, aunque sostuvieron actividades agropecuarias y lacustres todavía durante unas décadas más, comenzaron a proyectar sus futuros, o los de sus descendientes, en oposición a todo lo que implicaba la vida del campo y asociada al paisaje lacustre.

Conclusiones

Desde finales de la década de 1980, el contexto de ajustes estructurales en el ámbito mundial y nacional que se vinculan con la apertura comercial de México y su integración a los tratados de libre comercio, trajo más transformaciones considerables en las economías, paisajes y formas de vida de toda la región texcocana, lo cual quedó muy claro en el conflicto aeroportuario que en las últimas dos décadas ha llamado la atención de muchos análisis sociales y políticos. No obstante, estos han invisibilizado el pasado de esta región al realizar análisis presentistas que han reducido su perspectiva del conflicto al contexto neoliberal. Lo que he mostrado en este texto es cómo la desvalorización de los paisajes y modos de vida lacustres se remontan a relaciones y procesos que anteceden al periodo neoliberal. La historia desarrollada aquí, nos permite plantear que muchos de los posicionamientos y circunstancias actuales, tienen antecedentes históricos más prolongados.

Experiencias como las de Rafael, son la manera como procesos tanto ambientales como sociales de más larga duración y magnitud, se materializan en la vida de la gente en el presente. Por lo tanto, entender la actualidad y los retos de la restauración del lago de Texcoco requiere una mirada histórica y multiescalar en la que el lago, se considere no solo como un recurso, sino como un terreno de alianzas, luchas, conflictos, aspiraciones y contradicciones. Este artículo es una contribución a ese entendimiento.

Como mostré, el ecosistema lacustre del lago de Texcoco y las tierras que fue dejando su desagüe han sido objeto de diversas percepciones y valoraciones: como naturaleza hostil y como naturaleza salvaje susceptible de domesticación, como territorio infértil e improductivo que necesitaba una conversión agrícola; como territorio vacío donde expandir la frontera industrial y urbana o como naturaleza frágil y auténtica a rescatar; cualquiera de estas visiones con el objetivo de explotar su suelo y recursos para generar progreso y desarrollo económico. Todas esas ideas se han tejido también en torno a la reconfiguración de las subjetividades de quienes han habitado históricamente la ribera del lago.

Aunque el proceso de desagüe de la cuenca tiene raíces cientos de años atrás, he mostrado cómo las nuevas condiciones impuestas por el capitalismo, la revolución y el reparto agrario, así como la modernización impulsada a inicios del siglo XX, cambiaron particular y radicalmente el paisaje de la ribera nororiental del lago de Texcoco y cómo sus condiciones salinas han tenido efectos importantes en este proceso. He expuesto, por ejemplo, los efectos inesperados y contradictorios que el reparto agrario tuvo de manera específica en esta región, al ser éste el resultado del proceso de desecación.

Al transformar intensamente el ecosistema y deteriorando la economía lacustre que prevalecía anteriormente, el reparto agrario y la creación de ejidos terminaron, contradictoriamente, sentando las bases para la industrialización y urbanización del lecho del lago. De esta manera, la pretendida justicia agraria y las políticas agrícolas que le siguieron, terminaron, más bien, precarizando la vida de los recién ejidatarios, quienes no lograron cambiar las condiciones salitrosas del lecho del lago para hacerlas altamente productivas y se limitaron a la producción de forraje. Pero, sobre todo, el reparto agrario precarizó la vida de quienes no tuvieron acceso al reparto de tierras y que dependían únicamente del aprovechamiento de las charcas que menguaban cada vez más.

Fue así que, durante toda la segunda parte del siglo XX, la intensa transformación del ecosistema de humedales propició que la economía lacustre y agrícola de esta región se fracturara en favor de una economía, primero de producción agrícola forrajera y posteriormente industrial y de servicios. Es decir, el capitalismo de la época fomentó las actividades que daban máximos rendimientos y no así las marginales como la pesca, la cacería y recolección de insectos, anfibios, crustáceos y aves acuáticas; las que aunque se encontraban en el circuito comercial de la ciudad de México, representaban una producción a pequeña escala, y las que, además, a diferencia de la agricultura y el agua para el riego, difícilmente podrían ser actividades reguladas bajo el control capitalista y del Estado, el que en esa época fortalecía su monopolio sobre la administración de las aguas (Aboites, 1998).

De tal manera, planteo que el proceso relacional del desagüe, la modernización del campo y la industrialización de la ciudad ha sido constitutivo y al mismo tiempo resultado de un proceso ideológico de estigmatización y desvalorización de las economías y formas de vida lacustres. En ese sentido, las políticas de desagüe deben entenderse, no solo como una estela de proyectos de infraestructura hidráulica, sino también como un proyecto ideológico que en el marco del proceso civilizatorio puede interpretarse como una campaña de desprestigio de la vida campesina y lacustre. Además, es preciso insistir en la trama violenta y llena de desigualdades que adquiere el desagüe cuando nos aproximamos a este proceso histórico desde las historias localizadas y las narrativas de las personas que vivieron sus efectos.

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Notas

1 Durante septiembre de 2018 y julio 2019 residí en el pueblo de Tocuila, municipio de Texcoco. Después de este periodo, continué realizando visitas de seguimiento frecuentes e inclusive trabajé para un proyecto federal de restauración ecológica en la región durante el año 2022.
2 Finalmente, mi investigación doctoral fue más allá del conflicto por el aeropuerto y se convirtió en un estudio sobre la producción de escombros materiales, sociales y afectivos de la infraestructura de desagüe que históricamente se ha ido acumulando en el paisaje y las subjetividades de esta región.
3 Para una lectura detallada de la historia del desagüe de la cuenca para la época colonial revisé: Gibson, 1967; en particular los capítulos 9 y 13, “El trabajo” y “La Ciudad”, respectivamente; Candiani, 2014; Gurría, 1978; Musset, 1992; Espinosa, 1996. Para el siglo XIX y XX: Connolly 1997 y Agostoni, 2003; Vitz, 2018; Perló Cohén, 1999;Miranda Pacheco, 2019,2020,2021; Soto Coloballes, 2019; y desde una perspectiva arqueológica-etnográfica, Parsons, 2006 y 2015.
4 Ixtapan es una palabra náhuatl conformada por los vocablos “iztatl”, que significa sal, y “pan”, que significa en o sobre.
5 El ahuautle es un recurso alimentario lacustre proveniente de la hueva que pone una especie de chinche acuática que habita las charcas de la región. Los trabajadores lacustres colocan un entramado de ramas en la orilla de las charcas. Esperan un par de semanas a que las chinches desoven entre las ramas para poder sacar éstas del agua y ponerlas a secar. Ya secas, las ramas son sacudidas para obtener los diminutos huevecillos, que son molidos antes de su venta o preparación.
6 Un género de crustáceos de aguas salobres que los trabajadores lacustres recolectan artesanalmente en las charcas cuando los huevos eclosionan y salen minúsculos camarones que después venden como alimentos vivos para peces en los acuarios.
7 El tequesquite o “tequixquitl”, vocablo de origen náhuatl conformado por “tepetl” (piedra) y “quixquitl” (brote), es una sal mineral natural usada en la cuenca de México desde tiempos prehispánicos para la preparación de alimentos. Los trabajadores lacustres lo producen a través de la evaporación y cristalización de las aguas salobres y alcalinas del lecho del antiguo lago de Texcoco. Parsons (2015) documentó el proceso artesanal del tequesquite, sus antiguos usos y los restos arqueológicos de su producción en su libro “Los últimos salineros de Nexquipayac”.
8 Aquí diálogo con Norbert Elias (1989), entendiendo el proceso civilizatorio como un fenómeno sociológico más que como una forma teleológica de entender el paso del tiempo, es decir, como los procesos de cambio estructural de largo plazo impulsados por un modelo de conducta consistente en el control de todo aquello considerado “salvaje” (sobre las interrelaciones sociales, sobre los impulsos y sentimientos individuales, sobre los procesos físicos naturales, así como la moralización de conductas otrora “naturales”) que corre paralelo a la formación del estado moderno, que no tiene un punto cero ni un meta concreta a la que aspirar, pero que, sin embargo se convierte en una aspiración que hace hacer cosas a la gente, por lo que sus efectos suelen ser contradictorios.
9 Registro Agrario Nacional [RAN], Padrón e Historial de Núcleos Agrarios [PHINA] en línea https://phina.ran.gob.mx/
10 RAN, PHINA en línea
11 Tal fue el caso del ejido de Santa Isabel Ixtapan, para el que en 1956 se ejecutó su última solicitud de ampliación, de 11.240000 ha de tierras ganadas al lago.
12 De los pueblos a la orilla del lago, sólo la Magdalena Panoaya, Acuexcomac, San Salvador Atenco y Santa Isabel Ixtapan recibieron dotación de aguas en el reparto agrario (Lane-Rodríguez, 1994, p. 140-143).
13 Soto-Coloballes (2019, p. 264) señala que: “Hasta 1949 se había logrado bonificar la zona sudoeste del lago, de escasa concentración de sales, y se había gastado la cuantiosa suma de 32 millones de pesos. De este modo en todos esos años únicamente 2,600 ha habían podido ser bonificadas; el resto, aproximadamente unas 15,000 ha, resultaba inviable por el alto contenido salobre”.
14 Tanto Vitz (2018) como Soto-Coloballes (2019) han documentado la manera en que la viabilidad del proyecto de bonificación fue cuestionada fuertemente por personajes como Pablo Bistráin, Gonzalo Blanco y Miguel Ángel de Quevedo. Aunque con sus diferencias, estos personajes acusaban el alto costo de la bonificación, las grandes cantidades de agua dulce utilizadas para el lavado de las tierras y la larga duración de los trabajos. Además, Soto-Coloballes (2019, p. 264) destaca que “en esto coincidían los ribereños del lago, quienes expresaban que se trataba de un absurdo, como ‘sembrar sobre un comal’”.
15 El éxito de Sosa Texcoco inclusive inspiró en la misma época otros proyectos de industrialización de sales en el mismo lago. Soto-Coloballes (2019) documenta que el ingeniero Miguel Brambila, subdirector de Aprovechamientos Hidráulicos de la Secretaría de Recursos Hidráulicos, presentó en 1948 un anteproyecto de obras hidráulicas dedicadas a la explotación de sales alcalinas en prácticamente toda la zona del lago, con el que pretendía generar 40 millones de pesos anuales para el Gobierno Federal. El proyecto nunca se ejecutó por su alto costo, estimado en 163,000,000 pesos, y porque su ejecución suponía la extracción de grandes cantidades de agua, lo que tenía como consecuencia el hundimiento de grandes zonas de la ciudad.
16 En la región texcocana destacan en aquella época los ranchos de Santa Úrsula, La Palma, El Xalapango, El Xolache, La Pría, Granja La Castilla, Establo México, Santa Rosa, Santa Mónica y la Monera. Éstos se vieron favorecidos directamente por los subsidios estatales y la apertura de pozos para el riego (Lane-Rodríguez, 1994, p. 162).
17 Industrias como Aceros Ecatepec (establecida en 1951), Química Hoechst (1957), Compañía Industrial de San Cristóbal (1951), Basf Mexicana, S.A. (1964), se instalaron en este importante periodo y ocuparon un lugar entre las más grandes empresas del país, incluso hasta principios de la década de los ochenta (Bassols y Espinosa, 2011).
18 Es importante enfatizar que el lago no comienza a operar como “barrera física” sino hasta que comienza su drenaje, pues como cuerpo de agua homogéneo y constante, al contrario, fue el principal vínculo o medio de conexión con el centro urbano de la capital, no sólo durante la época prehispánica, sino inclusive durante los primeros años del siglo XX.
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