Resumen: El objetivo de este artículo es analizar el porcentaje de personas de origen mexicano, entre 13 y 21 años, que participaron con sus familias en los viajes que organizó el condado de Los Ángeles a la frontera con México, entre enero y octubre de 1932. Muestro que fue un grupo poco representativo en el total de aquellos que se movilizaron. Esto se debió, en gran parte, a factores demográficos, económicos, sociales y culturales que este trabajo examina, los cuales podrían ayudar a comprender porqué, en general, ese grupo de edad fue uno de los menos representativos en el total del contingente que se desplazó a México en lo que se conoce tradicionalmente como la repatriación de mexicanos de Estados Unidos durante la Gran Depresión (1930-1933).
Palabras clave: mexicanos, Los Ángeles, repatriación, México, Estados Unidos.
Abstract: The objective of this article is to analyze the percentage of people of Mexican origin, between 13 and 21 years old, who participated with their families in the trips organized by Los Angeles County to the border with Mexico, between January and October 1932. I show that it was an unrepresentative group in the total of those who mobilized. This was due, in large part, to demographic, economic, social and cultural factors that this work examines, which could help understand why, in general, this age group was one of the least representatives in the total contingent that moved to Mexico in what is traditionally known as the repatriation of Mexicans from the United States during the Great Depression (1930-1933).
Keywords: Mexican, Los Angeles, repatriation, Mexico, United States.
Sección general
Personas de origen mexicano, de 13 a 21 años, que participaron en el programa de repatriación del condado de Los Ángeles, California (1932)
People of Mexican origin, from 13 to 21 years old, who participated in the repatriation program of Los Angeles County, California (1932)

Recepción: 18 Junio 2024
Aprobación: 24 Septiembre 2024
Durante 1932, gran número de familias de origen mexicano (padres migrantes nacidos en México e hijos de diferentes edades nacidos en Estados Unidos y en México) salieron de Los Ángeles, California, a la frontera con México, debido a que participaron en el programa de repatriación que promovió ese condado. Algunos padres decidieron llevar a sus familias a territorio mexicano porque recibieron descuentos en pasajes de ferrocarril. Otros tomaron la decisión porque estaban desempleados a consecuencia de la recesión económica, vivían en la miseria, fueron presionados a participar en los viajes que trasladaron a las personas o por el miedo a ser deportados en las redadas que las autoridades locales y federales estaban realizando para expulsar a la población de origen mexicano (Hoffman, 1974, pp. 38-115); Balderrama y Rodríguez, 1996, pp. 49-100). También algunos hombres solos, migrantes temporales, aprovecharon los viajes gratis y de descuento para volver a México. En contraparte, pocos adolescentes y jóvenes participaron en esos viajes ya que se opusieron a la decisión del jefe de familia a salir de ese país; tenían trabajo, habían nacido en Estados Unidos, algunos estaban casados y habían formado su propia familia (esposa e hijos nacidos allá), tenían arraigo a su comunidad y habían desarrollado una cultura con los grupos de su etnia.
El objetivo de este artículo es analizar el porcentaje de personas de origen mexicano, entre 13 y 21 años, que participaron con sus familias en los viajes que organizó el condado de Los Ángeles a la frontera, entre enero y octubre de 1932. El resultado del análisis de las “listas resumen”, que elaboró el cónsul de México en Los Ángeles, muestra que sólo el 8.56 por ciento, de un contingente de 2,754 que se trasladaron a México, estaban en ese rango de edad; es decir, fue un grupo poco representativo en el total de aquellos que se movilizaron a México.
La pregunta central que deseo responder es: ¿por qué fueron tan pocos los adolescentes y jóvenes, del rango de edad de 13 a 21 años, que participaron en el programa de repatriación de Los Ángeles? Esto se debió a varios factores, a considerar: a) eran pocos los hijos de los inmigrantes mexicanos en ese rango de edad al momento de la recesión (1930-1933), pues la mayoría nacieron en la década de 1920, momento en que sus padres emigraron a esa región, por lo mismo la mayoría tenía menos de 13 años; b) el rechazo de los adolescentes y jóvenes mexicanoamericanos, y algunos mexicanos, a obedecer la decisión de sus padres de salir de Estados Unidos, lugar donde habían crecido y creado vínculos sociales y culturales; c) la independencia económica que algunos tenían de sus familias debido a que participaban del mercado de trabajo agrícola y en otras actividades industriales; d) los más cercanos a los 21 años (18, 19, 20), tenían lazos familiares: se habían casado o vivían con su pareja y tenían hijos nacidos allá; y e) la integración a la cultura estadounidense y a grupos de su propia etnia, así como a trabajos comunitarios, entre otros elementos.
La hipótesis de este trabajo es que las circunstancias sociales, culturales y demográficas de las personas de 13 a 21 años que participaron en el programa de repatriación de Los Ángeles, pudieron ser similares a otras partes de Estados Unidos, donde había presencia de comunidades mexicanas (San Antonio, Dallas, Houston, Austin, Texas; Chicago, Illinois; Tucson, Arizona; Kansas City, Misuri; Denver, Colorado, entre otras). Es decir, ese grupo de edad, probablemente, fue uno de los menos representativos en el total del contingente que se desplazó a México en general en lo que se conoce tradicionalmente como la repatriación de mexicanos de Estados Unidos durante la Gran Depresión. Esto se debió, en gran parte, a varios factores que este trabajo examina para el caso de Los Ángeles.
Hasta el momento no hay un estudio que examine el porcentaje de personas de origen mexicano, de 13 a 21 años, que participaron en el programa de repatriación de Los Ángeles. Lo que existe son trabajos que se han enfocado en los menores de 12 y de menos de 21 años. Alanís Enciso (2021, pp. 131-132) analizó al grupo de un mes de nacidos a 12 años que participaron en programas de repatriación organizados por los condados de Detroit y Los Ángeles en 1931 y 1932. Muestra que el 28 por ciento de las personas que salieron de Detroit estaban en ese rango de edad, mientras que en el caso de Los Ángeles el porcentaje llegó a 44.4 en siete viajes que estudia el autor. Por su parte, Camille Guérin-Gonzales (1994, p. 85) calculó que de las 3,492 personas de origen mexicano que salieron de San Bernardino, California entre 1931 y 1933, en programas especiales de repatriación, más del 40 por ciento tenía menos de 12 años.
Gratton y Merchant (2013) examinaron los censos de Estados Unidos de 1930 y 1940, la cantidad de población de origen mexicano de primera y segunda generación, la tasa de mortalidad, la tasa implícita de emigración neta, así como en el porcentaje de aquellos que habían tramitado documentos de naturalización y establecieron un rango de edad de menores de 21 años. Con base en ello estimaron que la cantidad de ciudadanos estadounidenses menores que se “repatriaron” a México pudo llegar a 40 por ciento (el 38 por ciento de ellos ciudadanos nativos de segunda generación), predominantemente niños que iban acompañados de padres y madres, el 93 por ciento menores de 21 años y cerca de 4,200 ciudadanos naturalizados.
Carreras de Velasco (1974, pp. 98-100) y Hoffman (1974, pp. 148-149) mencionan la notable presencia de “menores”, “niños” y algunos “jóvenes” ciudadanos estadounidenses, de padres mexicanos, en la “repatriación” que se dio de mexicanos de Estados Unidos a México en la década de 1930. Francisco Balderrama y Raymond Rodríguez plantean la hipótesis de que, del millón de personas de ascendencia mexicana que, según ellos, salieron de Estados Unidos durante la década de 1930, en una “estimación conservadora”, “aproximadamente el 60 por ciento eran ciudadanos estadounidenses legales, niños que habían nacido en ese país” (Balderrama y Rodríguez, 1996, 183). Carreras de Velasco, Hoffman, así como Balderrama y Rodríguez, no establecen rangos de edad ni emplearon información estadística de algún tipo para sustentar sus planteamientos. Infirieron ese porcentaje a partir de la historia oral y la hemerografía de la época.
El balance de los estudios sobre la repatriación de mexicanos de Estados Unidos durante la Gran Depresión muestra que hay dos posiciones. La primera toma como punto de partida a los “menores de 12 años” (Camille Guérin y Alanís) y la segunda, a los “menores de 21 años” (Gratton y Merchant). Asimismo, hay autores que no establecen ningún rango solo hablan de “niños”, “menores” y “jóvenes” en general (Balderrama y Rodríguez, Carreras de Velasco y Hoffman). Igualmente, prevalecen dos tipos de interpretación. La primera abarca a todos aquellos niños ciudadanos estadounidenses, de padres mexicanos, que se desplazaron de Estados Unidos a México, las cuales van desde 40 (Gratton y Merchant) a 60 por ciento (Balderrama y Rodríguez). La segunda comprende estudios a nivel local (Detroit, Michigan, Los Ángeles y San Bernardino, California), los cuales establecen porcentajes que van de 28, 40 y 44.4 por ciento respectivamente de niños principalmente estadounidenses, de origen mexicano, lo cual muestra importantes variaciones dependiendo el desarrollo social y demográfico que la comunidad mexicana tenía en cada localidad o región que se estudie, ya sea en el suroeste o en el medio oeste. Esto muestra que hay un vacío en cuanto al estudio de los adolescentes y jóvenes, tanto de aquellos que se movilizaron con sus padres como los que se opusieron a salir de ese país. Como puede observarse, hasta el momento la historiografía ha puesto atención en los que salieron de Estados Unidos y las razones que los hicieron ir a México. Este artículo examina otra cara del retorno de mexicanos de Estados Unidos; es una explicación de por qué un grupo de personas no fueron a México en el momento en que se dio una enorme migración de retorno, en otras palabras, trata de los que se quedaron en Estados Unidos.
El rango de edad de 13 a 21 años fue elegido por el autor del artículo por dos razones. La primera, porque en la época que se estudia se les consideraba a las personas de 21 años como mayores de edad. El otro criterio fue que se consideró que, dentro de ese rango, se podía tener un panorama de la cantidad de adolescentes y jóvenes, tanto hombres como mujeres, de origen mexicano que se movilizaron a México. La idea central que llevó a la elaboración de este trabajo fue ampliar el análisis del rango de edad de menores de 12 años —que autores como Camille Guérin y Alanís han trabajado— al grupo de 13 a 21 años, para conocer su representatividad en el total de aquellas personas que se desplazaron a México.
Inevitablemente, al analizar al grupo de 13 a 21 años surgieron diversos problemas metodológicos, principalmente en cuanto a la definición de dónde empieza la adolescencia y la juventud, e incluso el rango de edad que abarca la niñez, aspectos sobre los cuales no existe un consenso desde el punto de vista jurídico, médico, físico, psicológico y social, que no son del interés de este trabajo debatir. Más allá de la discusión de los criterios para el manejo numeral de edades y las etapas del desarrollo humano, el rango de edad elegido en este trabajo incluye a personas que estaban en lo que hoy conocemos como la etapa final de la niñez, la adolescencia y la parte temprana de la juventud.
En la década de 1910 y 1920, el rango de edad que aquí se analiza da cuenta de una etapa de transición de la niñez a la vida adulta; es decir, era un tiempo de formación y preparación para que varios de ellos pasaran de la escuela al mundo del trabajo (en la posrevolución, el trabajo infantil y la instrucción constituyeron un binomio natural), de vivir con la familia original a establecer una propia y de la dependencia económica a la independencia (Paz, Suárez y Espinosa, 2018, pp. 13, 18). Ello es fundamental para explicar, en parte, porqué un número importante decidió quedarse en Estados Unidos: tenían un trabajo e ingresos para sobrevivir, algunos —los más cercanos a los 21 años— podrían estar viviendo en pareja, ya sea que se hubieran casado (matrimonio civil o eclesiástico) o en unión libre con hijos nacidos allá. En esa época, no era algo singular casarse antes de los 21 años y que las mujeres experimentaran la maternidad. En 1921, en México, la edad mínima para contraer matrimonio pasó de 12 a 14 años para las mujeres y de 14 a 16 para los hombres (Quilodrán, 1974, p. 36). En términos modernos, un subgrupo de las personas que aquí se estudian (aquellos que tenían entre 18 y 21 años), eran adultos con responsabilidades laborales y familiares.
Este trabajo abarca de enero a octubre de 1932, tiempo en el cual se llevaron a cabo 11 viajes organizados por el condado de Los Ángeles a fin de trasladar a familias principalmente (padre, madre e hijos) de origen mexicano a la frontera. Estos coinciden con la etapa más crítica de la migración de retorno de mexicanos a su país de origen provocada por la Gran Depresión en Estados Unidos; en el periodo de 1930 a 1933 se movilizaron cerca de 319, 673 personas de un país a otro, lo que se conoce tradicionalmente como la repatriación de mexicanos (1930: 70,127; 1931: 138,519; 1932: 77,453 y 1933: 33,574) (Alanís, 2015, p. 83). Por ello, es una muestra representativa del perfil demográfico de las personas de origen mexicano que salieron de ese país.
Este artículo está realizado con base en información de las “listas-resumen” que elaboró el cónsul de México en Los Ángeles en 1932, que se encuentran en el Archivo Histórico de la Secretaría de Relaciones Exteriores (AHSRE). Analizo la información localizada en ese archivo de 11 viajes que se realizaron a El Paso y Nogales, 10 de los cuales fueron financiados por las autoridades de ese condado y uno pagado por los propios interesados con descuentos especiales. Estudio una muestra de 2,754 que salieron de la ciudad estadounidense con mayor población de origen mexicano en ese país —en ese momento—, por lo cual adquiere relevancia para estudiar los perfiles demográficos de las personas que se desplazaron de Estados Unidos a México. En las listas solo se registraron los nombres de las personas que participaron en el programa de repatriación, la edad, el destino final al que se dirigían y se organizó por familias. No hay información sobre la ocupación, ni el sexo (este fue deducido por los nombres de las personas), ni se señala quienes eran los padres de familia. Tampoco hay información de quiénes eran ciudadanos estadounidenses. El consulado registró a todos como mexicanos (tanto niños y adultos nacidos en Estados Unidos como inmigrantes nacidos en México) bajo el criterio de que los nacidos en Estados Unidos eran hijos de padres mexicanos, pues en esos momentos prevalecía el jus sanguini (ley de sangre), principio base en el cual los hijos recibían la nacionalidad de los padres sin importar donde hubieran nacido (Yankelevich, 2015, pp. 119-123). Se requiere una investigación especial, en otras fuentes primarias y secundarias de México y Estados Unidos, para el análisis de estas variables a fin de ampliar el perfil de las personas que se movilizaron, lo cual rebasa el fin de este trabajo.
Durante el periodo de 1915 a 1933 la presencia de personas de origen mexicano en Los Ángeles, California, vivió dos etapas contrastantes en su desarrollo social y demográfico. La primera fue aproximadamente de 1915 a 1929, momento en el cual hubo un notable arribo de miles de trabajadores mexicanos —sobre todo en la década de 1920—, muchos de los cuales se establecieron en esa localidad, formaron familias y vieron nacer a sus hijos en ese país; otros llegaron con sus familias e hijos nacidos en México. Ello sucedió, paradójicamente, en un contexto social y político en el cual había un rechazo a esta inmigración de parte de diversos grupos de la sociedad estadounidense. Los eugenistas, que formaban parte de un movimiento intelectual y social de la época, rechazaban el ingreso de mexicanos por considerar que eran una raza inferior, difícil de asimilar a la sociedad estadounidense, por lo que ponían en peligro las bases raciales anglosajonas con las que se había fundado esa nación (Gillette, 2007, pp. 51-52). Con base en esas ideas, se pronunciaron por incluir a México en el sistema de cuotas que se implementó en las leyes de inmigración de 1921 y 1924, para que solo se permitiera una cantidad determinada de inmigrantes de esa nación, de manera similar a lo que se hizo con “inmigrantes no deseables” de algunas áreas del sur de Europa (italianos, polacos, etc.). Asimismo, en amplios círculos de la sociedad estadounidense, creció la noción de que los inmigrantes mexicanos constituían una dificultad social que se reflejaba en altos índices de criminalidad, insalubridad, analfabetismo y pobreza, ello se denominó “el problema mexicano” (McWilliams, 1976, pp. 248-249). Esas visiones favorecieron una extensa ola de racismo, xenofobia y segregación en vivienda, lugares públicos y escuelas, a la que estuvieron constantemente expuestos los inmigrantes mexicanos, así como sus descendientes nacidos en ese país, a quienes no dejaba de calificar como extranjeros, y sus derechos y estatus jurídico como ciudadanos no eran reconocidos (Gordillo, 2014, pp. 249-274;Higham, 1965, pp. 249-273).
La segunda etapa fue de 1930 a 1933, y se caracterizó por la salida de un gran número de inmigrantes de origen mexicano a México como consecuencia del desempleo provocado por la Gran Depresión, las presiones de grupos locales para que abandonaran ese país, el pánico a la deportación, así como un programa impulsado por el condado para sacar al mayor número de familias, de origen mexicano, a la frontera. Las características de las familias mexicanas (número de integrantes, edad y cantidad de hijos nacidos en ese país y en México) que predominaron en los grupos que salieron a México en los primeros años de la década de 1930 fueron, en parte, el resultado del desarrollo demográfico y de las olas migratorias que se dieron desde la segunda mitad de la década de 1910 hasta finales del decenio de 1920.
Durante el periodo de 1915 a 1929 miles de mexicanos y sus familias se establecieron en Los Ángeles. Algunos eran exiliados políticos, otros huyeron de la violencia en México. Había profesionistas, estudiantes, comerciantes y, principalmente, trabajadores agrícolas, ferroviarios y otras áreas industriales. La población mexicana en esa ciudad se triplicó de 33,644 en 1920 a 97,116 en 1930. A finales de la década de 1920 llegaron a constituir entre el 12 y el 14 por ciento de la población total de Los Ángeles. Luego del estallido de la guerra (1914), la economía de esa ciudad se expandió como resultado del crecimiento de las industrias ligadas al conflicto bélico. En esa etapa se incrementó la producción y venta de bienes, barcos e incluso de frutas, generando una demanda de trabajadores no calificados. Asimismo, cuando inició el conflicto, la inmigración europea se detuvo y los mexicanos empezaron a reemplazar a rusos, italianos, judíos e incluso a los anglosajones. De esta manera, se convirtieron en el mayor grupo étnico de esta área y en la zona conocida como la Plaza (Romo, 1977, p. 157; 2003, pp. 101, 118-119, 131, 138-139).
La tendencia al crecimiento de la migración mexicana, desde comienzos del siglo XX y durante la década de 1910, se vio brevemente frenada por la recesión económica de la posguerra (1920-1922). A finales de 1920 cientos de mexicanos fueron despedidos de sus empleos. Se calcula que 100 mil perdieron sus empleos en labores agrícolas e industriales (empacadoras, fábricas de acero, minas, entre otras) que realizaban en Michigan, Arizona, Chicago, Nueva York, Filadelfia, Kansas City, Texas y California, particularmente en Los Ángeles (Cardoso, 1977, pp. 579-581, 584). Según datos oficiales mexicanos, en 1920 la migración de retorno alcanzó la cifra de 64,620 y en 1921 llegó a 106,242 —la mayor cantidad de retornos en toda la década— (Gamio, 1930, p. 21, tabla III).
Pasada la recesión se dio una notable recuperación económica. A partir de 1923, la expansión agrícola, minera y ganadera, y la industria urbana en el suroeste de Estados Unidos atrajo a miles de trabajadores. Los mexicanos llegaron a Los Ángeles por tren directamente desde México, a través de El Paso, Nogales, Mexicali y otros puntos de Texas y Arizona; gran parte de esa migración era interna y procedía del sur de Texas (Weber, 2015, pp. 41-70). A mediados de la década, la creciente inmigración de familias mexicanas (padres jóvenes, mujeres y niños) contribuyó a convertirla en “la nueva capital mexicana” de Estados Unidos. Tomando en cuenta todo el condado, había 167,000 mexicanos, cifra significativamente superior a la de casi todas las ciudades de México.
El mayor crecimiento ocurrió en las áreas del este y del sur del centro, especialmente en el Distrito de la Plaza Central y en Boyle Heights. En el distrito, que en 1930 incluía la Plaza Central, Lincoln Heights y algunas secciones de Boyle Heights, la población mexicana sumaba casi 35,000 personas. Hacia el final de la década de los veinte, Belvedere, con 30,000 residentes de origen mexicano, tenía la concentración más grande de personas de ese origen en la metrópoli de Los Ángeles. Los mexicanos se asentaron principalmente en la parte este y sur de esa ciudad siguiendo el desarrollo del sistema ferroviario interurbano, una de las fuentes principales de trabajo para los migrantes de ese origen (Romo, 1977, p. 157;2003, pp. 118, 120, 126-127, 143). Las concentraciones de mexicanos que en ese momento se encontraban en el condado de Los Ángeles y en condados aledaños poseían características económicas, sociales y demográficas distintas a las que residían en el centro de la urbe. Varias localidades que se formaron en el área suburbana de Los Ángeles, en diversas ocasiones, poseían población mayoritariamente masculina y empleada en trabajos semi temporales en la industria de los cítricos (González, 1994, pp. 7-11).
Los mexicanos y mexicanoamericanos fueron objeto de las mismas políticas de segregación que enfrentaron los afroamericanos. Compraron casas a un ritmo relativamente alto, pero se vieron obligados a hacerlo dentro de determinados vecindarios debido a políticas discriminatorias de préstamos y compras. Los Ángeles tenía una extensa red de ferrocarriles y tranvías metropolitanos, y los mexicoamericanos se movían a lo largo de sus rutas, comprando casas suburbanas mientras trabajaban en granjas en el Valle de San Fernando o en trabajos manufactureros y domésticos en el centro de la ciudad (Dilworth, 2011, pp. 417-418). Las condiciones de vida en varios de los barrios mexicanos rayaban en lo primitivo. A menudo, los recién llegados se apiñaban en cobertizos, tiendas de campaña, corrales, vagones y chozas derruidas hechas de material de desecho. Los llamados "spicktowns", "barrios cholos" o "pequeños Méxicos" carecían de calles pavimentadas, instalaciones sanitarias, electricidad y agua corriente (De Leon y Griswold, 2006, p. 93).
La cantidad de mexicanos establecidos en la ciudad de Los Ángeles creció en gran proporción después de 1910. Entre ese año y 1920, el censo de Estados Unidos informó que la población mexicana se incrementó de 5,611 a 31,172. Así, hacia 1930, se había más que triplicado. Dentro de los límites de la ciudad de Los Ángeles, la población mexicana llegó a sumar 97,116, con 70 mil mexicanos residentes en ese condado (Romo, 2003, pp. 115, 194-195;Gutmann et al., 2000). La emigración mexicana a Los Ángeles fue ocasionada también por las condiciones sociales y económicas en que vivía gran parte de la población en México. Durante la Revolución hubo regiones que sufrieron escasez de alimentos, así como la inflación que ocasionó dificultades económicas, la inseguridad por las batallas entre diversas facciones, la amenaza de leva de hombres jóvenes y el desplazamiento de poblaciones debido a las presiones generadas por las fuerzas políticas. A ello se sumaron las condiciones económicas que venían desde finales del porfiriato (1880-1910): poco acceso a la tierra, el desempleo cíclico y la inflación. La década de 1920 vio llegar a Los Ángeles un número récord de mexicanos. Más que en ningún otro periodo, el desempleo, la inflación, el conflicto religioso en el centro occidente de México —conocido como Guerra Cristera (1926-1929)—, los bajos salarios y el desorden civil empujaron a miles de mexicanos a buscar mejores oportunidades de vida emigrando a Estados Unidos (Cardoso, 1980, pp. 18-55; Reisler, 1976, pp. 24-60; Romo, 2003, pp. 90, 116).
En 1916, una encuesta realizada por la Sociedad para la Prevención de la Tuberculosis de Los Ángeles (Los Angeles Society for the Study and Prevention of Tuberculosis) mostró que la juventud era el común denominador de la población mexicana. Solamente 2 por ciento tenía más de 30 años; en tanto la familia mexicana promedio estaba integrada por 5 miembros (padre, madre y tres hijos), el 56 por ciento de los 855 miembros que examinaron se encontraba entre los 5 y los 9 años. 4 años después (1920), Elizabeth Fuller realizó una encuesta en 50 hogares mexicanos en el distrito de la Plaza Central y encontró un promedio de 5.78 personas por hogar (incluyendo 3.10 niños menores de 10 años), lo cual indicaría que para 1932, cuando se dio el programa de repatriación en esa ciudad, muchos de ellos posiblemente apenas habrían rebasado los 12 años; de ahí la escasa presencia de personas de 13 a 21 años, que más adelante muestro en el análisis de los datos (Romo, 2003, pp. 119, 129, 133-134, 138-139). En 1929, de acuerdo con el Monthly Labor Review, los mexicanos en California sumaban 17.7 por ciento del total de nacidos en el estado. Un estudio entre 769 familias mexicanas, realizado en el periodo de 1918 a 1927, confirmó la alta tasa de crecimiento de las familias mexicanas, éste reveló que el número promedio de hijos por familia examinada fue de 4.3 (Romo, 2003, pp. 148, 151-153).
En 1930, la Oficina Federal del Censo informó que 53,684 personas nacieron en México, lo que significaba que el resto, “43.432 o el 44 por ciento de la población de herencia mexicana de la ciudad en 1930, eran nativos distribuidos en tres grandes grupos: los hijos de inmigrantes, los adultos nativos de California y los migrantes nativos de otras regiones del suroeste” (Griswold, 1991, pp. 70-77). Estos datos muestran que la mayoría de las personas de origen mexicano, en ese estado, eran nacidos en México —56 por ciento— y 44 por ciento en Estados Unidos. George Sánchez (1995, p. 66) considera que en 1920 la proporción de inmigrantes nacidos en el extranjero con la de mexicanos nativos era de aproximadamente 2 a 1. Esa tendencia continuó hasta finales de esa década. Así, a comienzos de la década de 1930, la variedad de personas de origen mexicano era amplia y sobresalían 2 grupos: los nacidos en México y los hijos de mexicanos nacidos en Estados Unidos, principalmente en la década de 1920.
La ola de migración mexicana que se dio desde mediados de la década de 1910 —y se incrementó notablemente en los años veinte— llegó a su fin en 1930 con la Gran Depresión. La recesión, al igual que en la mayor parte del país, afectó drásticamente el mercado laboral en California: cientos de personas quedaron sin empleo, otros vieron recortados sus salarios y las horas de trabajo, por lo que apenas tenían recursos para sobrevivir (Hoffman, 1974, pp. 33-67). La crisis de desempleo se agudizó con la llegada de migrantes internos procedentes de Kansas, Colorado, Nevada, Arkansas, Oklahoma, entre otros, que buscaban una mejor situación debido a la sequía nacional (conocida como Dust Bowl), lo que se convirtió en una carga adicional para el mercado del trabajo (Shindo, 1997, pp. 1-36).
Durante los años más críticos de la recesión (1930-1933), los mexicanos —tanto nacidos en Estados Unidos como en México— rápidamente se convirtieron en el chivo expiatorio de grupos nativistas anglosajones quienes los culparon del desempleo y de ocupar trabajos de estadounidenses. A finales de 1930, bajo ese argumento, el presidente Herbert Hoover (1929-1933) y William N. Doak, secretario de trabajo, se pronunciaron a favor de una política laboral que diera preferencia a los ciudadanos estadounidenses (anglosajones) sobre los extranjeros, el objetivo fue despedirlos de los empleos que ocupaban e impedirles que ocuparan plaza alguna. Igualmente, Doak promovió una campaña de deportación con el argumento de que ello ayudaría a resolver en parte el problema del desempleo provocado por la recesión. Entonces, una parte de los mexicanos que vivían en Los Ángeles fueron blanco de redadas que realizaron los agentes del Departamento de Inmigración. Igualmente, la Cámara de Comercio de esa ciudad urgió a los funcionarios de migración a emprender un agresivo “programa de deportación e incluso ofreció pagar el costo de los pasajes de vuelta a la frontera” (Hoffman, 1973, p. 206). Por su parte, las instituciones de beneficencia apoyadas por trabajadores sociales amenazaron a la población mexicana con la deportación y el cese de ayuda que les otorgaban (Hoffman, 1973, p. 206; Guzmán, 1978, p. 501).
Asimismo, la prensa anglosajona en Los Ángeles se encargó de promover una campaña de terror difundiendo noticias acerca de cientos de mexicanos deportados. Igualmente, esa ciudad se convirtió en la primera en emplear fondos locales y federales para llevar a cabo un plan dirigido a transportar a la frontera a cientos de personas de origen mexicano que estaban recibiendo ayuda de las organizaciones de beneficencia en ese condado. A través de un programa de repatriación, como lo llamaron, se lograría supuestamente un gran ahorro para los contribuyentes; la justificación fue que era más económico para el condado pagar el viaje a la frontera que mantenerlos en ese lugar (Hoffman, 1974, pp. 85-89, 101). En realidad, se trataba de una variante de expulsión en la que participaron niños, adultos y, en menor proporción, adolescentes y jóvenes de ambos sexos.
El 23 de marzo de 1931 salió el primer contingente rumbo a El Paso, Texas. El 12 de diciembre de 1933, un quinceavo viaje partió de Los Ángeles, con 412 personas; un balance realizado a finales de ese año arrojaba un total de 15 viajes y 12,668 “mexicanos que fueron transportados a México” (Hoffman, 1974, p. 106). Aquellos que participaron fueron principalmente familias del área urbana y suburbana, conformadas por migrantes que habían llegado a Estados Unidos en la segunda mitad de la década de 1910 y principalmente en la de 1920 —y sus hijos nacidos en Estados Unidos y en México—, quienes sufrieron más las consecuencias del desempleo y la miseria de la recesión, así como quienes fueron más vulnerables a las presiones para que abandonaran ese país. Muchos de ellos eran quienes tenían menos raíces en esa sociedad, escasos recursos para sostenerse y parientes cercanos en México a quienes podían recurrir. El contingente en el cual se movilizaron las personas de 13 a 21 años que aquí se estudian estaba compuesto por 2,754 personas quienes fueron trasladas en 11 diferentes viajes de Los Ángeles a El Paso y Nogales; 1,461 de ellos tenía menos de 21 años, o sea el 53 por ciento de la muestra, lo cual indica que en su mayoría estaban en la etapa de la niñez, adolescencia y juventud temprana; el resto sobrepasaba los 21. Estaban divididos en 778 mujeres y 683 hombres, lo cual evidencia una importante presencia de ellas en el total de la muestra obtenida: 53.25 y 46.74 por ciento respectivamente —más de la mitad eran mujeres—. Asimismo, estuvieron organizados en 409 familias.
El cuadro 2 muestra el porcentaje que cada viaje tuvo de personas menores de 21 años. El más alto fue el del quinto, con destino a Nogales, uno pagado por el Condado de Los Ángeles y el otro por los propios participantes con descuento especial, con 60 por ciento. Llama la atención que, a pesar de la diferencia del tipo de financiamiento y la dimensión de cada una de las muestras, su composición en el porcentaje de personas de ese rango de edad fue casi idéntico.

Asimismo, hubo 4 viajes más que tuvieron porcentajes muy parecidos —los que se realizaron con el nombre de sexto—, uno a El Paso y otro a Nogales (56), el noveno a El Paso (56.6) y el décimo a Nogales (57.2). Además, 7 de los 11 viajes superaron el 50 por ciento, siendo la media de 52.9 por ciento. Igualmente, dos estuvieron muy cerca de ese porcentaje: el octavo que fue a El Paso (49.6) y el séptimo a esa misma frontera (48.7). 1 Solo el noveno viaje a Nogales tuvo el porcentaje más bajo, con un 38.6 por ciento ya que estaba conformado por 25 familias y 60 personas no acompañadas, 2 en su mayoría hombres de más de 21 años, lo cual muestra una de las características centrales de la migración mexicana a Estados Unidos a comienzos del siglo XX: hombres jóvenes que emigraban a laborar por periodos determinados en la agricultura, la minería o en los ferrocarriles, para luego volver a su lugar de origen (Gamio, 1930, pp. 10-12). Ellos debieron aprovechar la oportunidad de viajar gratis a México, asimismo aceleraron su salida debido a la falta de trabajo y las pocas probabilidades de conseguirlo en el marco de la recesión y de la política nacionalista laboral en contra del empleo de extranjeros que se extendió por todo el país. Una situación parecida se dio en el sexto viaje a El Paso (8 de marzo), 3 donde aparecen 21 hombres solos mayores de 21 años. Esto muestra que, en los viajes organizados por el condado de Los Ángeles, hubo dos grandes grupos que fueron a México: el de familias (padres, madre e hijos, nacidos en Estados Unidos y en México) y el de hombres jóvenes migrantes temporales, los cuales laboraban en trabajos agrícolas en áreas suburbanas.
El destino final de las personas que se movilizaron fueron principalmente poblaciones que se encontraban en el centro occidente de México. En el quinto que fue a Nogales, la mayoría tenía como destino final algún poblado de Michoacán (Uruapan, La Piedad, Villachuato, Zamora, Yurácuaro), Guanajuato (Pénjamo, Irapuato) y Jalisco (La Barca, Poncitlán, Ocotlán, Guadalajara). 4 En el séptimo viaje a la misma frontera, en mayor proporción fueron a poblaciones de Jalisco, Guanajuato y el Distrito Federal. 5 En el noveno viaje a El Paso, mayormente fueron a poblados de Chihuahua, Aguascalientes y Zacatecas. 6
En los 11 viajes que se realizaron de Los Ángeles a la frontera en 1932 participaron 236 personas de entre 13 a 21 años, que representaron el 8.56 por ciento de toda la muestra que aquí se estudia [ver cuadro 3]. De ellos, 126 eran mujeres y 110 hombres. En porcentaje, ellas representaban el 53.39 por ciento y ellos el 46.61; es decir, las mujeres eran una proporción mayor que los varones. El 12 de enero de 1932 salió el quinto viaje a Nogales, en él participaron 482 gentes, de ellos 47 tenía entre 13 y 21 años, es decir, el 9.7 por ciento. 7 En la misma fecha partió otro contingente a El Paso, el cual estaba conformado por 43 personas — “que regresaban por su propia cuenta amparándose en la franquicia concedida a los repatriados”—: 4 de ellos tenían el rango de edad que interesa analizar en este apartado, en porcentaje su presencia en el total del contingente representaba el 9.3; cantidad parecida al del viaje anterior. 8

En el sexto viaje a El Paso, el 8 de marzo, fueron a la frontera 282 personas; 27 tenían entre 13 y 21 años, o sea, 9.5 por ciento. 9En el otro viaje que se organizó en la misma fecha con destino a Nogales venían 332 personas; 36 estaban entre los 13 a 21 años y representaban el 10.8 por ciento del grupo. 10 En el séptimo viaje a Nogales fueron trasladadas 231 personas; de ellos, solo 8 tenía entre 13 a 21 años, es decir, el 3.4 por ciento. 11 En la misma fecha se organizó otro viaje a El Paso, en el cual se trasladaron 154 gentes. En ese grupo había 11 personas en el rango de edad de análisis, que representaban el 7.1 por ciento. 12
En el octavo viaje de Los Ángeles a El Paso fueron trasladadas 526 personas, 46 de ellos tenía de 13 a 21 años, en porcentaje representaban el 8.7 de todo el contingente. 13 Por lo que toca al noveno viaje a Nogales, estuvo conformado por 212 gentes, de ellos pocos eran los que iban de los 13 a los 21 años, solo 16, es decir el 7.5 por ciento. Entre ellos estaba Mary de 14 años y Jessie de 17, quienes, por su nombre, seguramente eran ciudadanos estadounidenses. 14 Por su parte, en el noveno viaje a El Paso había un contingente de 143 personas, 21 de ellos tenían en el rango de edad que interesa en este artículo, en porcentaje representaban el 14.6. 15
En el décimo viaje que salió a El Paso, el 6 de octubre, fueron registradas 211 personas. Ahí, solo 11 personas tenían de 13 a 21 años, es decir el 5.2 por ciento. 16 En la misma fecha salió otro grupo a Nogales con 138 personas, 9 de las cuales iban de los 13 a los 21 años, el porcentaje que representaban era del 6.5. 17 En ambos viajes hubo poca presencia de personas de ese rango de edad.
El cuadro 3 muestra la participación de personas de 13 a 21 años en los viajes organizados por el condado de Los Ángeles. Como puede observarse, ésta fue escasa en cada uno de los contingentes que se trasladaron a México. Solo en el noveno a El Paso figuraron con el mayor porcentaje de todos los traslados con 14.6 por ciento, de ahí en fuera el resto estuvo en el rango de cerca del 10 por ciento (el séptimo a Nogales, 10.8; el quinto a Nogales, 9.7; el sexto a El Paso, 9.5; el de Nogales con franquicia a repatriados, 9.3) o menos. 5 viajes abarcaron entre el 8 y 5 por ciento: el octavo al El Paso (8.7), noveno a Nogales (7.5), séptimo a El Paso (7.1), décimo a Nogales (6.5) y el décimo a El Paso (5.2). El viaje con menor presencia de personas de 13 a 21 años fue el séptimo a Nogales, con 3.4.
La poca presencia de gente en ese rango de edad, así como las pocas variaciones que tuvo cada viaje se debió, en gran parte, a que varios de los migrantes mexicanos que participaron en el programa de repatriación en 1932 tenían poco más de una década de establecidos en esa ciudad, tiempo durante el cual habían formado una familia y nacido sus hijos; por ello la mayoría no rebasaba los 10 años. Los flujos más importantes de migrantes que fueron al área de Los Ángeles llegaron con el auge económico de la Primera Guerra Mundial, esto fue entre 1917 y 1918. Luego, muchos de ellos tuvieron que volver a México con la recesión de la posguerra. Posteriormente, la gran ola de migrantes se dio a partir de 1923 y casi hasta el final de la década; muchos de ellos eran jóvenes, solteros, trabajadores temporales. También había familias (padre, madre e hijos, nacidos en México y en Estados Unidos) que emigraba regularme a las labores agrícolas. Si se toman en cuenta los grandes ciclos de la migración, desde mediados de la década de 1910, y el hecho de que una porción de los que participaron en ese movimiento se estableció en ese país en ese periodo de tiempo (probablemente entre 1923 y 1929), tuvieron pareja y procrearon hijos, entonces se puede deducir que pocos de sus hijos tuvieran más de 12 años al momento en que los padres tomaron la decisión de participar en el programa de repatriación. Por ello, los menores de 12 años representaron 44.44 por ciento del total de la muestra de personas que viajaron de Los Ángeles a la frontera con México [ver cuadro 4].

La presencia de niños y niñas en la migración de retorno durante los primeros años de la recesión fue resultado, en gran parte, del desarrollo demográfico de la población de origen mexicano, particularmente a partir de la segunda mitad de la década de 1910 hasta 1929. Eran padres jóvenes con un promedio de tres hijos; es decir, familias en promedio con cinco integrantes: madre, padre y tres hijos. La presencia de menores fue mencionada continuamente en la prensa de la época de El Paso, Ciudad Juárez, Chihuahua, Laredo, Texas, Nuevo Laredo, Tamaulipas y los dos Nogales (Arizona y Sonora). Un gran número de referencias aparecieron acerca de la cantidad de familias con pequeños que llegaban a esos sitios, procedentes de diversos puntos de Estados Unidos, en busca de internarse a México. Los informes consulares de ciudades del interior de ese país y de la frontera también dieron constancia del desplazamiento considerable de menores (Alanís, 2015, pp. 129-150). La presencia de niños ciudadanos estadounidenses ha sido mencionada en la historiografía sobre la repatriación, desde los trabajos de Hoffman (1974, pp. 148-150) y Carreras de Velasco (1974, pp. 98-108), hasta los de Camille Guérin Gonzáles (1994, pp. 77-100), Balderrama y Rodríguez (1996, pp. 27-48, 193-200) y Alanís (2015, pp.83-90, 197-200).
Otro elemento que influyó en que hubiera poca aparición de personas de 13 a 21 años fue la oposición de los nacidos en Estados Unidos a abandonar su país. Algunos de ellos decidieron quedarse con algún familiar, amigo, vecino o conocido. Rechazaron ir a una nación extraña, con un idioma y costumbres desconocidas para ellos, pues habían crecido en Estados Unidos. A la salida de un tren “de repatriados” una joven gritaba: “I don’t want to go to Mexico¡ all my friends are in Brooklyn Avenue School, I want to stay here” (No quiero ir a México, todos mis amigos están en Brooklyn Avenue School, yo quiero quedarme aquí) (Carreras de Velasco, 1974, p. 98). “Dos muchachas mexicanas” que habían nacido y estudiado en Los Ángeles se opusieron a ir a un país extraño (México), ya que “sabían mucho mejor el inglés que el español y tenían costumbres norteamericanas” (Acción, 28 de abril de 1932).
La familia de Ramón Rodríguez, emigrante mexicano que llegó a Los Ángeles a mediados de la década de 1910 y poco después se casó con una paisana de Michoacán, tuvo 3 hijos nacidos en esa ciudad (dos hombres y una mujer). En 1932, Ramón decidió que la familia “regresaría” a México, ya que no tenía empleo ni podía pagar el alquiler de la casa, por lo cual participarían en los viajes que estaba organizando el condado. En ese momento, uno de sus hijos tenía 14 años y decidió que no iría al país de sus padres, prefirió quedarse con la familia de su madrina quien desde comienzos del siglo XX se había establecido en aquella ciudad. Una situación parecida se dio con la familia de Ricardo García (esposa y 5 hijos, 3 nacidos en México y 2 en Estados Unidos), quienes acostumbraban anualmente emigrar a trabajar a las labores agrícolas en las afueras de Los Ángeles, pero con la recesión los salarios se redujeron a la mitad y sus condiciones de vida empeoraron, por lo que decidieron participar en uno de los viajes que se organizaron a Nogales (Juana García, comunicación personal, 20 de marzo de 2015). Uno de sus hijos, nacido en Estados Unidos, de 19 años, decidió no hacer el viaje a México porque tenía novia y planes matrimoniales.
El hecho de que personas de entre 13 a 21 años, mexicanoamericanos y mexicanos, se negaran a ir a México, también tuvo que ver con el grado de independencia económica que habían logrado de sus padres. George Sánchez (1997, p. 233) señala que “los niños mayores” que ingresaron a la fuerza laboral a menudo ganaban lo suficiente como para ser más independientes. A finales de la década de 1920, una gran proporción de mexicanoamericanos de 10 a 14 años eran empleados en labores agrícolas en el área de Los Ángeles. En 1930, cuando comenzaron los efectos de la recesión, su “posición ocupacional relativa” no se vio afectada significativamente. De hecho, en comparación con la población general, este grupo tuvo más más probabilidades de ser empleados en el sector agrícola (Fogel, 1968, p. 23). También eran empleados en empacadoras, rastros, maquiladoras y otras industrias. Si bien la recesión hizo reducir sus ingresos, algunos pudieron mantenerse con lo poco que ganaban y así tener cierta autonomía de los padres.
Asimismo, fue importante que varios de ellos estaban compenetrados y habían asimilado aspectos de la cultura estadounidense. Además, estaban acostumbrados al consumo de bienes producidos en masa en la década de 1920. “Los adolescentes y los adultos jóvenes” fueron a menudo los primeros en introducir a una familia mexicana a ciertos alimentos, ropa o actividades que eran “incompatibles con las costumbres tradicionales mexicanas”. Por ejemplo, las mujeres mexicanoamericanas más jóvenes comenzaron a usar cosméticos y medias de nylon. “Los hombres jóvenes” eran más propensos a buscar nuevas actividades de ocio, como los deportes americanos o los cines. Los jóvenes de segunda generación solían ser los primeros de sus familias en ver una película. En San Diego, un comité gubernamental que investigó las condiciones económicas locales observó que algunos “niños trabajadores mexicanos” retenían una parte de sus salarios para gastarla en entradas de cine (Sánchez, 1997, p. 233). Kevin Starr (1990, p. 1478) plantea que “los anglos” podían considerar a los mexicanos como un pueblo transitorio (como inmigrantes temporales que iban por temporadas a laborar a Estados Unidos y luego volvían a sus pueblos), pero en el caso de los mexicanoamericanos que nacieron y crecieron en ese país “era exactamente lo contrario”. Eran estables, estaban arraigados a su lugar y a medida que sobrevivían “ganaban fuerza”. A finales de la década de 1920 ya eran el grupo minoritario más grande de la ciudad.
Algunos de los migrantes mexicanos adolescentes y jóvenes que estaban plenamente integrados a las actividades comunitarias en algunas zonas de Los Ángeles igualmente debieron oponerse a abandonar Estados Unidos. Durante el auge económico de la década de 1920, miles de inmigrantes mexicanos fueron atraídos al estado de California en busca de trabajo. Muchos de ellos eran jóvenes provenientes principalmente de zonas rurales de México, quienes llevaron consigo una tradición conocida como palomilla (en español, una “bandada de palomas”). Esta práctica consistía en que un grupo de hombres jóvenes del mismo pueblo se organizaba como una “cohorte de mayoría de edad”, manteniendo lazos estrechos de compañerismo y apoyo mutuo.
En el área de Los Ángeles, durante las décadas de 1920 y 1930, estos jóvenes comenzaron a identificarse con un vecindario o parroquia en particular y fueron los precursores de las pandillas chicanas del Este de Los Ángeles y “los grupos masculinos de barrio”. Estos niños y jóvenes se integraron plenamente a las actividades comunitarias en las áreas de White Fence y El Hoyo Maravilla en el Este (una calle conocida así donde comenzaron las actividades criminales de las pandillas de mexicanoamericanos) (Hendershott, 2002, p. 44). La identificación con el barrio, la agrupación con otros hombres y las acciones en comunidad también funcionaron como elementos de resistencia para que algunos de ellos se opusieran a participar con sus familias en el programa de repatriación.
A finales de la década de 1920 también comenzó a fraguarse una de las manifestaciones más importantes de la cultura chicana con la que varios jóvenes de Los Ángeles se identificaron: los pachucos. Nació como un símbolo de desafío social por la hostilidad de la policía, la segregación escolar y en lugares públicos, misma que compartían con la población afroamericana, lo cual los ubicaba en un estatus social de segunda clase en la sociedad estadounidense. Se hicieron conocidos a nivel nacional después de los disturbios de Zoot Suit en Los Ángeles durante el verano de 1943, cuando la cultura juvenil chicana provocó la ira de la sociedad de Los Ángeles durante la Segunda Guerra Mundial (Leonard y Lugo, 2015, p. 413).
Este trabajo podría titularse “los que se quedan allá”, en alusión al hecho de que trata, sobre todo, de una interpretación de porqué un grupo de personas no participaron en la migración de retorno, a pesar de que formaban parte del grupo étnico que mayormente regresó a su país de origen. La historiografía de la repatriación de mexicanos de Estados Unidos en la década de 1930 ha privilegiado las explicaciones sobre los motivos económicos, sociales e incluso psicológicos (el miedo) que llevaron a desplazarse a miles de personas de origen mexicano, de Estados Unidos a México, durante el momento más crítico de la Gran Depresión (1930-1933). Algo similar sucede con la literatura sobre la migración de retorno que se ha escrito en la actualidad en América Latina, Europa, Asía y África, así como con los planteamientos teóricos que se han desarrollado sobre este tema, los cuales destacan las razones por las cuales las personas retornan a sus lugares de origen después de haber emigrado a otro país durante un tiempo determinado. Poco se ha reflexionado acerca de la situación de los hijos de los migrantes, adolescentes y jóvenes —nacidos en otro país y en el de los padres—, quienes, gracias a su situación social, familiar, cultural y económica, evitan formar parte de los grandes contingentes del retorno. Este es uno de los grandes temas pendientes que requiere mayor análisis tanto en estudios monográficos como en los enfoques teóricos de la migración de retorno (Cassarino, 2004).
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