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Crisis de la democracia.Un recorrido por el debate en la teoría política contemporánea*
María Isabel Puerta Riera
María Isabel Puerta Riera
Crisis de la democracia.Un recorrido por el debate en la teoría política contemporánea*
Democratic crisis. A tour of the debate on contemporary political theory
Espiral, vol. XXIII, núm. 65, pp. 9-43, 2016
Universidad de Guadalajara
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Resumen: En esse arsículo se reflexiona sobre la crisis de la democracia actual desde los autores que han sido considerados como centrales en su discusión teórica, sea por sus aportes teóricos o por los debates en los que han intervenido. Para ello, se realiza una pre- sentación de las contribuciones de estos ausores, seguida de reflexiones dirigidas a entrelazar las distintas concepciones de la crisis de la democracia. El resultado es un arqueo heurístico que ofrece una pers- pectiva que busca señalar las posibilidades acerca del desarrollo de la democracia, en medio del escepticismo que la ha acompa- ñado en tiempos recientes y las crisis que envuelven su desempeño, en las que su permanencia como la mejor forma de orga- nización política de la sociedad es puesta en duda, lo que ha propiciado discusiones sobre la calidad de la democracia y su destino como sistema político y modelo ideológico de las sociedades modernas.

Palabras clave:democraciademocracia, crisis crisis, teoría política teoría política, debate debate, contemporaneidad contemporaneidad.

Abstract: This arsicle reflecss on she currens demo- cratic crisis considering the authors that have been focal in its theoretical discussion, either for their theoretical contributions or for the debates in which they have intervened. A presentation is prepared of the contributions made by these authors, followed by reflecsions means so inserswine the various concepts of the democratic crisis. The result is a heuristic arch that offers a perspective that looks to signal the possibilities regarding the development of democracy, amongst the skepticism that has accompanied it in recent times and the crisis that envelops its development, in which its continuance as the best form of political organization for society is called into question, having spurred discussions on the quality of democracy and its destiny as a political system and ideological model of modern societies.

Keywords: Democracy, crisis, political theory, debate, contemporaneity.

Carátula del artículo

Crisis de la democracia.Un recorrido por el debate en la teoría política contemporánea*

Democratic crisis. A tour of the debate on contemporary political theory

María Isabel Puerta Riera
Universidad de Carabobo, Venezuela
Espiral, vol. XXIII, núm. 65, pp. 9-43, 2016
Universidad de Guadalajara

Recepción: 26 Enero 2015

Aprobación: 07 Octubre 2015

Introducción

El tema de la crisis de la democracia ha estado en el centro de la discusión política contemporánea. La reflexión que aquí se presenta constituye un abordaje teórico de esa noción de crisis en la literatura política actual. En una primera instancia, se introduce la idea de crisis de la democracia a partir de la mirada de autores represen- tativos del pensamiento político contemporáneo que han hecho importantes contribuciones sobre la democracia y las dimensiones de su crisis. En la discusión confluyen argumentos que consideran las relaciones institucionales dentro de la democracia, como el agotamiento en cuanto a su capacidad de control, la ingobernabilidad y la ausencia de participación, la naturaleza sistémica de la crisis, y el déficit de crecimiento democrático.

En la revisión de los diversos argumentos, encontramos interesantes propuestas en relación a las condiciones dentro de las cuales se desenvuelve la crisis de la democracia. Por una parte, se plantea la discusión en relación a la incor- poración de la tecnología como metodología democrática; luego, se discute sobre la vuelta a la naturaleza directa de la democracia; y, finalmente, se introducen, como elemen- tos para una redefinición de la democracia, las nociones de postdemocracia, cosmocracia, democracia postliberal, democracia multidimensional y contrademocracia.

En las reflexiones finales se muestra el espacio en donde se articulan las definiciones y las redefiniciones de la democracia, en un intento por rescatar el espíritu de la de- mocracia del desencanto que infunde. Se expresan algunas percepciones y certezas en cuanto al destino de la democra- cia y su imperiosa necesidad de reinventarse para escapar de la necesidad de ser sustituida o desplazada por opciones que descartan los propios valores democráticos.

La idea de crisis de la democracia: el debate de los autores

Es posible encontrar la noción de crisis en la democracia expresada como ausencia de arreglos institucionales o per- sistencia de conflictos entre sus estructuras. Sin embargo, también se puede abordar dicha crisis como una situación de carencia de valores, los cuales han sido distorsionados, desplazados o descartados. Wolin (2004) introduce el con- traste entre el capital y la democracia para presentar la discusión, preguntándose sobre la relación entre la política de las corporaciones y la política democrática, refiriéndose a la noción de crisis como un lugar no explorado debido a que “la ubicación de la crisis se ha buscado en los lugares equivocados” (Wolin, 2004, p. 597). Wolin considera que el error fue suponer que era posible la compatibilidad entre el capitalismo y la democracia, y que estos habrían de evo- lucionar para permitir la unión entre la cultura del trabajador y su cultura cívica, por lo que afirma que Marx estaba en lo cierto, sólo que parcialmente, pues el capitalismo no solamente desfigura al trabajador, sino que deforma su condición de ciudadano, debido a que las premisas del gran capital operan como factor de estímulo de conductas individualistas, acentuando rasgos personalistas que se distancian de valores como la búsqueda del bien común (Wolin, 2004, p. 601).

En este sentido, Wolin considera que el problema de la democracia es que sucumbe a las redes corporativas en sec- tores organizados que representan los intereses de grupos que son protegidos por encima del pueblo. De una relación desigual, no puede menos que producirse la desa$liación, que no sólo es un rasgo del Estado postdemocrático, sino postrepresentativo (Wolin, 2004, p. 601). Al respecto, Wolin señala que la democracia (en referencia a la de los Estados Unidos) es efímera, en lugar de representar un sistema estable; prefiere denominarla democracia fugitiva para acentuar su naturaleza esporádica, relacionándola directa- mente con la noción aristotélica. Por ello, resulta mucho más conveniente hablar de formas de democracia en lugar de una sola, pues es esa multiplicidad la que deviene en política antitotalitaria (Wolin, 2004, p. 601). Para Wolin, las posibilidades democráticas dependen de la combinación del localismo tradicional y la descentralización postmoderna.1 La democracia como expresión de la organización del poder político ha sido vista por la teoría política contempo- ránea como una referencia de las sociedades modernas; sin embargo, esa noción se encuentra bajo observación. Para Dahrendorf (2002), no hay duda que la democracia que conocemos como expresión del Estado liberal es sujeta a serios cuestionamientos que hacen necesario repensar su concepción: “Yo diría que ya hemos entrado en una fase que podría definirse como ‘la postdemocracia’, pero que esto no nos exime de trabajar en la construcción de una ‘nueva democracia’, sino que más bien nos obliga a ello” (Dahrendorf, 2002, p. 8).

En este sentido, Dahrendorf considera que la democracia descansa en buena medida en la capacidad de los pueblos de construir la institucionalidad democrática, a lo que añade: “sigo convencido de que la crisis actual de la democracia es sobre todo una crisis de control y de legitimidad frente a los nuevos desarrollos económicos y políticos” (Dahren- dorf, 2002, p. 11). La necesidad de redefinir la democracia requiere de la búsqueda de nuevas formas de conducir el proceso de gobierno, de toma de decisiones y de cambio en las modalidades de ejercicio del poder, que traducidas como postdemocracia comprenden la “época sucesiva a la democracia clásica” (Dahrendorf, 2002, p. 133).

La democracia en crisis se nos plantea como un modelo que necesita de una redefinición, en virtud de que sus mecanismos tradicionales lucen débiles para garantizar el equi- librio de sus estructuras. El método democrático es el sus- tituto funcional del uso de la fuerza para la solución de los conflictos sociales (Bobbio, 1985, p. 12). Es por ello que encontramos en el planteamiento de Bobbio sobre los tres estadios del Estado, naturaleza, de derecho y democrático, aportes para la comprensión de la crisis de la democracia, en razón de las motivaciones que incidieron en su evolución de una etapa a otra. Para Bobbio, las amenazas a la democra- cia vienen de su propio seno, a saber: la ingobernabilidad, la privatización de los espacios públicos y el poder oculto (Bobbio, 1985, p. 14).

En el Reporte sobre la gobernabilidad de la democracia, elaborado para la Comisión Trilateral, se encuentran elementos que apuntan al debilitamiento de la democracia en términos del agotamiento de su lucha, ya no contra los nacio- nalismos o por la religión o la ideología; cuando el propósito común desaparece, la democracia se debilita, perdiendo su impulso: “El sistema se convierte en una democracia anómica, en la que la política democrática deviene más en una arena para la afirmación de intereses en conflicto que en un proceso para la construcción de propósitos comunes” (Crozier, Huntington y Watanuki, 1975, p. 161).2 Las dis- funciones de la democracia, según concluye el reporte, se refieren a la deslegitimación de la autoridad, la sobrecarga del Gobierno, la desagregación de intereses y al parroquia- lismo en el manejo de las relaciones internacionales como los factores que debilitan la democracia.

En Habermas, que coincide con autores como Bobbio, el planteamiento sobre las dificultades de la democracia y los problemas de su estabilidad sugiere que las primeras no deben buscarse fuera de su institucionalidad, pues es en ella misma donde se encuentran las causas de su propia disfunción.3 En relación a la noción de crisis, Habermas hace uso del enfoque sistémico para precisar que ella alude a la incapacidad de los sistemas de sociedad (sistema de sistemas sociales, que se encuentran integrados por siste- mas socioculturales y políticos), que no encuentran formas asertivas de responder a las demandas que se les hacen, perturbando su equilibrio interno. Para Habermas, “las crisis surgen cuando la estructura de un sistema de socie- dad admite menos posibilidades de resolver problemas que las requeridas para su conservación. En este sentido, la crisis son perturbaciones que atacan la integración sis- témica” (Habermas, 1999, p. 21).4 Cuando se produce una situación de tal naturaleza, el sistema tiende a colapsar, no pudiendo cumplir con el proceso sistémico, pues entre la sobredemanda y la incapacidad de respuesta, el desequili- brio genera conmoción en sus estados internos.

Ahora bien, no necesariamente los cambios que experi- mentan los sistemas conducen inevitablemente a una crisis: “Sólo cuando los miembros de la sociedad experimentan los cambios de estructura como críticos para el patrimonio sistémico y sienten amenazada su identidad social, podemos hablar de crisis” (Habermas, 1999, p. 22). En realidad, las crisis pueden ser vistas cuando el cambio amenaza la inte- gración social, cuando las estructuras normativas se ven afectadas, lo que puede conducir a la anomia social: “Los estados de crisis se presentan como una desintegración de las instituciones sociales” (Habermas, 1999, p. 23).

Es oportuno incorporar el planteamiento que sobre crisis hiciera Koselleck, quien la recordaba en su acepción heredada de la antigua Grecia, como separar, escoger, enjuiciar, de- cidir; en voz media, medirse, luchar, combatir (2007, p. 241):

Aplicado a la hissoria, “crisis” es expresión, desde aproximadamense I780, de una nueva experiencia del siempo, facsor e indicador de una ruptura epocal que, en realidad, medida con el creciente uso del término, aún sendría que haberse insensificado. Pero la expresión consinúa siendo san mulsiessrasificada y oscura como las emociones que dependen de ella. “Crisis” puede, tanto entendida como crónica, indicar “perma- nencia” como una transición, a plazo más corto o más largo, a mejor o peor, o hacia algo enteramente distinto; “crisis” puede anunciar su resorno, como en economía, o conversirse en un modelo exissencial de interpretación, como en psicología o teología. La historia participa de todas las propuestas (Koselleck, 2007, p. 241).

La crisis es una suerte de invitación a repensar, a revisar aquello que ha dado lugar a una crítica subjetiva, que ine- vitablemente está ligado a una crisis objetiva, lo que para Koselleck no se puede separar. Pero de esa dinámica (crítica- crisis) debe surgir una nueva concepción sobre la realidad que se ha tornado agónica, debilitada en sus cimientos, ame- nazada en su fundación, porque esta ha quedado diluida en el tiempo por un proceso de desgaste que se va alimentando de las numerosas críticas que se entrelazan para dibujar una misma impresión sobre la crisis. Al respecto, Koselleck se- ñala: “Pero crisis significaba también ‘decisión’ en el sentido de la realización de un juicio y del enjuiciamiento, cosa que hoy pertenece al ámbito de la crítica” (2007, p. 242), precisamente, porque era necesario reconocer lo que estaba descompuesto. Tiene sentido, según esto, pensar en la crisis, como una “ruptura epocal” en la que ocurre una transición hacia un nuevo estadio, una vez que la crítica ha dado lugar a una revisión que conduce a un desenlace, a una resolución.

La noción de crisis también se encuentra en el plantea- miento de Gauchet (2008) cuando este concibe razonable entender como crisis de la democracia la resistencia de sectores de la sociedad a las instituciones tradicionales y la búsqueda de una salida alternativa, que puede verse reflejada en opciones extremas, como en el caso de algunos Gobiernos totalitarios que alcanzaron el poder por esta vía. Lo que es un elemento de coincidencia cuando se trata de definir la crisis es que la ausencia de enemigos externos hace de su noción algo mucho más complejo de precisar, dado que existe la convicción de que los problemas de la democracia se producen en su propio seno, coincidiendo con otros autores señalados. La crisis de la democracia puede verse como una crisis de crecimiento, pues lo que le ocurre son un conjunto de transformaciones –crecimiento– que, al no producirse de forma orgánica, desencadenan una serie de profundos desequilibrios, afectando su desempeño (Gauchet, 2008, p. 14).

En otra lectura, Ghéhenno (2000) se pregunta si, ante la desintermediación política, estaremos frente a la decadencia definitiva del sistema democrático o al retorno de la democracia directa. Las condiciones actuales de la sociedad, inmersa en los cambios producto de la globalización, en donde la tecnología juega un papel predominante, llevan a Ghehénno a indagar sobre si lo que se avecina es una ruptura total con la noción de democracia que conocíamos, o si, por el contrario, lo que se nos presenta es la posibilidad de hacer realidad la utopía democrática de la participación a través de los recursos tecnológicos de los que hoy dispone- mos. Esto puede resultar muy atractivo como discusión, pero, según nos advierte el autor, esa percepción errada sobre la democracia, tanto como mecanismo de control político como por ser expresión de la comunidad política, no conduce a pensar que la democracia representativa pueda ser sustituida por una virtual en el ámbito de la globalización, porque los valores de la democracia, en tanto modelo de conducción política, muestran una importante inclinación al intercambio y discusión que la intermediación tecnológica, que sustituye a la de las organizaciones políticas, no se encuentra en capa- cidad de preservar (Ghéhenno 2000, p. 59)

En esta misma dirección, Sartori (1987) se muestra escép- tico ante la posibilidad de encarar la democracia mediante un modelo refrendario electrónico (p. 283), que, aun siendo posible técnicamente, tendría consecuencias desastrosas. El directismo que se plantea con el modelo refrendario suprime la noción de articulación que podemos encontrar en la misma formación de la opinión pública que encarna la democracia electoral, planteando la decisión en ausencia de la discusión (Sartori, 2009, pp. 39-41).

El agotamiento de la democracia debe verse desde la perspectiva de un debilitamiento de su ejercicio, mas no del sistema propiamente. La sociedad naturalmente toma distancia cuando la institucionalidad democrática hace a un lado sus intereses primarios para favorecer los de quie- nes detentan el poder. En un ambiente de desconfianxa o de desmotivación, la clase política hace uso de todos los mecanismos posibles para lograr la participación cívica, que, vista desde la perspectiva de la postdemocracia, se puede expresar en la manipulación massmediática.

Eso configura un escenario donde la democracia está provista de condicionantes diferentes de las que le había pro- porcionado la modernidad. El debate se centra en esta- blecer si la democracia sigue representando los principios democráticos, o si, por el contrario, la idea de la democracia representativa (liberal) ha sido sustituida por otra for- ma de relación en la que los valores asociados a la democracia pueden desarrollarse y no quedarse sólo en una aspiración, es decir, la postdemocracia.

Esta concepción de la democracia puede ser vista como una consecuencia del debilitamiento de los mecanismos de la democracia tradicional, que son los factores de mayor influencia en la percepción de ineficiencia en la respuesta a las demandas de la sociedad. La inercia termina por des- plazar el modelo de democracia tradicional de la moderni- dad, pero ¿es la postdemocracia su sustituto? La discusión actual, tanto en los predios de la ciencia política, como de la sociología y de la economía, apunta en esta dirección, la de una redefinición de la democracia y sus mecanismos institucionales.

De esta forma, la noción de crisis es susceptible de ser objeto de múltiples miradas; es posible encontrar agota- miento, lo que deviene en incapacidad; también frustración, lo que acarrea decepción; y la más común de todas las miradas es la pérdida de legitimidad, que inevitablemente conduce a la ingobernabilidad por la dificultad de responder en un ambiente lleno de desconfianxa. Una forma de ver la crisis es abordarla desde la naturaleza misma de la democracia y de sus promesas incumplidas, de la necesidad que tiene de recuperar el control perdido sin caer en la tentación de las salidas autoritarias. Recordando a Lipovetsky (2008), la democracia encierra una paradoja, pues no deja de ser la mejor opción de la que disponemos.

La discusión sobre la demoracia como sistema político y modelo ideológico de las sociedades modernas nos remite al eterno debate sobre la democracia procedimental (nominal o formal) y la sustantiva (valores). Pareciera que es ahí donde radican buena parte de los problemas que asociamos con la crisis de la democracia. Difícilmente podría tener éxito como sistema político una sociedad que no tenga como valores fundamentales aquellos que sustenten el ideal democrá- tico. Suficientes ejemplos tenemos de sociedades llamadas democráticas que periódicamente efectúan elecciones, pero que presentan un balance muy desfavorable cuando son evaluadas a través de indicadores que miden sus niveles de gobernabilidad.

La transición hacia la democracia, desde el ideario de una sociedad restringida, dominada por una visión teocéntrica, la refieren Laclau y Mouffe (2006) como una suerte de revo- lución democrática en la que hubo que operar un cambio de significados y referentes con la adopción de un con- junto de valores que hicieran posible superar el modelo de dominación existente –en el cual la desigualdad y las limitaciones a las libertades individuales eran considera- das como sus principios fundamentales, dadas las exigencias de control social de la época–. Por eso es que con la Revolución francesa (1789) se inicia un periodo de moviliza- ción, estimulado por la emergencia de una nueva concepción filosófica que desplaxa a la tradicional. La revolución demo- crática, que comienxa con la Revolución francesa, define una nueva legitimidad como su primera experiencia: la cultura democrática. El discurso democrático se presenta como sub- versivo al denunciar la opresión del antiguo régimen, a lo cual responde esta nueva cultura democrática. Al respecto, Laclau y Mouffe señalan lo siguiente:

Pero para poder ser movilizado de tal modo, era preciso primero que el principio democrático de libertad e igualdad se hubiera impuesto como nueva matriz del imaginario social –en nuestra terminología: que hubiera pasado a constituir un punto nodal fundamental en la construcción de lo político […]. Es para designar a esta mutación que, tomando una expresión de Tocqueville, hablaremos de “revolución democrásica”. Con ella designaremos el fin del sipo de sociedad jerárquica y desigua- litaria, regida por una lógica teológico-política, en la que el orden social encontraba su fundamento en la voluntad divina. El cuerpo social era concebido como un sodo en el que los individuos aparecían fijados a posiciones diferenciales (2006, p. 197).

La superación de este modelo tiene lugar a partir de la “democratización” del liberalismo político en el que la demo- cracia influye sobre el modelo de pensamiento liberal, lo que permite alcanzar una articulación entre los valores más importantes de ambas concepciones filosóficas, llegando a convertirse la ideología liberal-democrática en sentido común de las sociedades occidentales (Laclau y Mouffe, 2006, p. 203). Esa unión entre los principios de igualdad (democracia) y libertad (liberalismo), reflejados en la unión entre la equidad y la autonomía, se expresa en el ejercicio de la libertad política y de la participación democrática, que hace crisis cuando es el propio liberalismo el que pone en peligro ese equilibrio al favorecer la defensa de la libertad individual ante la interferencia del Estado (2006, p. 221).

Para Mouffe (1999), el desarrollo de la democracia debe superar la búsqueda de equilibrio entre libertad e igualdad, pues se trata de que la contradicción entre ambos principios contribuye a su fortalecimiento.

Tomar en serio el principio ésico del liberalismo es afirmar que los individuos deberían tener la posibilidad de organizarse la vida como lo deseen, de escoger sus propios fines y de realizarlos como mejor les parezca. En otras palabras, es reconocer que el pluralismo es constitutivo de la democracia moderna. En consecuencia, es preciso abandonar la idea de un consenso perfecto, de una armoniosa voluntad colectiva, y acepsar la preminencia de conflicsos y ansagonismos. Una vez descarsada la posibilidad de lograr la homogeneidad, resulta evidente la necesidad de las instituciones liberales (Mouffe, 1999, p. 146).

Una lectura desde la perspectiva latinoamericana sobre la de- mocracia y su crisis la ofrece Santos (2004, p. 9) cuando plantea la discusión desde la noción del contrato social como un instrumento que contiene su propia limitación, debido a que en la medida en que se necesita de la subordinación a la voluntad general para garantizar la equidad, en esa medida se produce una limitación a la libertad misma, en lo que destaca, además, la dependencia de la democracia para superar sus debilidades en el desarrollo de su capacidad redistributiva:

Del mismo modo que la ciudadanía se configuró desde el srabajo, la democracia estuvo desde el principio ligada a la socialización de la eco- nomía. La tensión entre capitalismo y democracia es, en este sentido, constitutiva del Estado moderno, y la legitimidad de este Estado siempre estuvo vinculada al modo, más o menos equilibrado, en que resolvió esa sensión […]. Su grado máximo de legisimidad resulsa de la conversión, siempre problemática, de la tensión entre democracia y capitalismo en un círculo virtuoso en el que cada uno prospera aparentemente en la medida en que ambos prosperan conjuntamente. En las sociedades capisalissas esse grado máximo de legisimidad se alcanzó en los essados de bienestar de Europa del Norte y de Canadá […]. Este paradigma social, político y cultural [el contrato social] viene, sin embargo, atrave- sando desde hace más de una década una gran turbulencia que afecta no ya sólo a sus dispositivos operativos, sino a sus presupuestos; una turbulencia tan profunda que parece estar apuntado a un cambio de época, a una transición paradigmática (Santos, 2004, pp. 7-9).

La discusión sobre la democracia se plantea, entonces, desde la lucha entre la visión hegemónica de la construc- ción democrática y representación democrática elitista, y la contrahegemónica, de innovación social y construcción de una nueva institucionalidad, que se propone como alterna- tiva latinoamericana, desde una concepción participativa de la democracia, a la visión eurocéntrica de la democracia (Santos, 2005, p. 46).

Por su parte, Borón (2003, p. 148) atribuye la preocupación por la crisis de la democracia a la ampliación de dere- chos frente a los sectores privilegiados, en lo que representa a su vez un reto para la superación de las debilidades que el modelo económico capitalista le transfiere a la democracia:

Si a esso se suma que el carácser expansivo de la democracia siende a alienar la lealtad de los sectores burgueses –alarmados porque las luchas populares han transformado la ciudadanía formal y abstracta del Estado liberal en un atributo dotado de contenidos concretos y tangi- bles–, se podrán comprender muy fácilmente las razones por las que el Occidente conservador instaló en el centro de sus preocupaciones el tema de “la crisis de la democracia”.

[…]La tesis de este trabajo, en consecuencia, es que las frágiles democra- cias latinoamericanas sólo podrán sobrevivir si tienen la audacia y la sabiduría suficienses como para promover un ambicioso programa de reformas sociales que modifiquen sussansivamense el funcionamienso del capitalismo periférico (Borón, 2003, pp. 148, 183).

Esta es una discusión a la que se añade el debate planteado sobre la demoeleuthería, término introducido por Alonso y Alonso (2015, p. 60) en su abordaje del zapatismo chiapa- neco, como una aproximación a la definición de la búsqueda de la libertad de los de abajo:

Consideramos que a este impulso por la liberación desde abajo se le puede denominar demoeleuthería, que en el griego actual se diría dimoelefthería (Márkaris, 2012), pero que en el griego antiguo es demoeleuthería, e implicaría los términos demos (pueblo) y eleuthería (libertad): la libertad popular o de los de abajo. La demoeleuthería no es algo exclusivo ni rígido, sino procesual, y que combina osras dinámicas como esa democracia de los de abajo, esa búsqueda de la justicia, esa solidaridad con los que luchan por su liberación y por el respeto a la naturaleza (Alonso y Alonso, 2015, p. 60).

En estas tres lecturas hay un eje común en la articulación que hacen del modelo político (democracia), que se desa- rrolla paralelamente al modelo económico (capitalismo), y en cómo los efectos de la subordinación de un modelo al otro condicionan la viabilidad democrática, lo que deriva en un planteamiento que Santos concibe como una transición paradigmática, mientras que Borón advierte que el camino a seguir es el reformista (reforma económica), y mientras que Alonso y Alonso lo interpretan como el rescate de la noción de libertad desde las bases mismas de la sociedad. Es posible entonces pensar la crisis como un malestar producto de lo irreconciliable de dos visiones de la política que por razones históricas se han visto en la necesidad de coincidir para enfrentar amenazas mayores. A decir de Sar- tori, la democracia ha sido el medio, y el liberalismo el fin; en el siglo XIX prevaleció el elemento liberal, mientras que en el siglo XX el péndulo giró hacia el democrático (Sartori, 1987, p. 386). Entonces, “las dos hebras de la democracia liberal, entrelazadas en el tejido político occidental, se separan en el resto del mundo [en el siglo XX]; mientras que la democracia florece, el liberalismo constitucional no” (Zakaria, 1997, p. 22).5

La crisis de la democracia representativa puede entonces encontrarse en la relación desequilibrada que señala Zakaria, donde el liberalismo constitucional ha conducido a la democracia, pero la democracia no parece aportar al liberalismo constitucional.6

En este escenario, los instrumentos de la democracia se debilitan, y, por ende, el poder, haciéndose ingobernable, lo que precipita la necesidad de una figura autoritaria que pueda recomponer la relación Estado-sociedad, y que regule los espacios, público y privado, para que haya equilibrio en sus relaciones (Lipovetsky, 1994, p. 129). El hedonismo, como contradicción cultural del capitalismo, es un rasgo característico de la era postmoderna. El hombre se ha liberado de las ataduras dictadas por los valores conside- rados tradicionales, y se ha abandonado en un culto que comienza por el consumo y termina por la individualidad. Una sociedad que privilegia lo material sobre lo espiritual naturalmente expresa egoísmo, ser una sociedad homocéntrica, haciendo necesario preguntarse ¿cómo se sostiene la democracia en ese contexto?

Sin embargo, Lipovetsky rechaza la idea de que el escena- rio anticipe el declive de la democracia; por el contrario, en esa práctica hedonista queda claro que no hay desconfianxa hacia la democracia. Esto explica que la indiferencia hacia la participación electoral, o en espacios decisorios, no es más que la demostración de aceptación de los procedimien- tos democráticos, aunque, sin duda, algo despreocupada (Lipovetsky, 1994, p. 129).

La Guerra Fría fue el escenario en donde la noción de democracia se tornó ambigua, pues para unos bastaba con argumentar su rechazo a las fórmulas de izquierda para considerarse una democracia, independientemente de los requerimientos institucionales, mientras que para otros el rechaxo al capitalismo era suficiente para llamarse una república democrática (Hardt y Negri, 2004, p. 268).

Para Hardt y Negri, la crisis de la democracia debe verse, por una parte, desde la corrupción y la insuficiencia institucional que predomina en sus prácticas, y, por la otra, en cuanto a su definición propiamente. En su reflexión, está claro que esta crisis está asociada al agotamiento mismo del modelo de la democracia moderna, que en el contexto globalizado pierde sentido, más aún cuando factores que no están sujetos a control por parte del poder político, como el fundamentalismo o el terrorismo, someten a la democracia a fin de preservar la pax y el equilibrio mundial (Hardt y Negri, 2004, p. 268).

Hay dos vertientes o perspectivas a partir de las cuales puede verse la globalización y su relación con la demo- cracia. Están las posturas de izquierda en contra de la globalización, a la que consideran como una amenaza para la democracia –socialdemocracia–, y a favor, que consideran a la globalización como una condición propicia para la democracia –cosmopolita liberal–. Por otro lado, las posturas conservadoras presentan la hegemonía global estadounidense como una opción válida para la expansión de la democracia. Los conservadores basados en valores tradicionales se distancian de esa percepción al dudar de la capacidad de la democracia estadounidense de exportarse (Hardt y Negri, 2004, pp. 269-273).

El asunto, tal como lo plantean Hardt y Negri, es que la globalización y sus efectos representan una amenaza para la democracia, insistiendo que el camino conduce hacia la necesidad de una redefinición de la democracia, lo que ya una vez en la modernidad hubo que resolver, y que de nuevo se hace necesario, pero ahora ante el reto de la globalización (Hardt y Negri, 2004, p. 275).

La modernidad introdujo dos importantes innovaciones a la tradición democrática antigua: el carácter universal de la democracia de todos (Hardt y Negri, 2004, p. 277), y la representatividad, como síntesis disyuntiva, al vincular al pueblo con el Gobierno y, a su vez, separándolo (Hardt y Negri, 2004, p. 279). Las grandes decisiones políticas hoy día obedecen a procesos mucho más complejos porque implican la participación de múltiples actores, agrupados en un entramado institucional que responde a mecanis- mos producto de la propia globalización, lo cual hace del contexto de la democracia un ámbito de mayor alcance.

En este sentido, ¿pueden tomarse decisiones en relación a la economía, la agricultura, la educación, la cultura, o la salud sin considerar el impacto que tienen las mismas en el contexto mundial? Estamos frente a límites que se diluyen, y con ellos el tema de las soberanías adquiere una novedosa interpretación, como, por ejemplo, en el caso de la Unión Europea, donde las soberanías nacionales se distinguen por otros atributos (Galamé, 2009, p. 46). Esto se ve reflejado con mayor fuerza en el propio plano político, cuando decisiones nacionales tienen impacto en el ámbito regional o hemisférico, generando políticas de bloque, tal como ha ocurrido en los casos de Honduras (2009) y posteriormente en Paraguay (2012).7

En Tezanos (2002), encontramos que los problemas de la democracia seguirán profundizándose en la medida en que esta no se reinvente para superar las crisis de funciones y de imagen, descritas como los problemas de desconexión entre las demandas sociales y las respuestas del sistema que no son agregadas y articuladas por las organizaciones políticas. Por otra parte, el terreno que han ganado los valores asociados a la antipolítica contribuye en alguna medida a la deslegitimación no sólo de la política propiamente, sino de sus actores, en una suerte de “infrapolítica” (Tezanos, 2002, p. 44).

En otra perspectiva, Rosanvallon (2006) define la contrademocracia como el dominio de un modelo construido sobre la base de la desconfianxa, en donde el control se encuentra en manos del pueblo soberano –“democracia del control”–; en este modelo, se multiplican los poderes de sanción y de obstrucción como una segunda atribución de la contrademocracia, dando lugar a una democracia negativa, que luce como una versión opuesta al proyecto original que encarnaba la democracia, así como constituida en torno a un mayor poder del pueblo como juez, en donde se produce una judicialización de la política, representando formas de ejercer la soberanía de manera no tradicional desde una perspectiva institucional (Rosanvallon, 2006, pp. 30-35).

Por su parte, Fotopoulos considera que la sociedad democrática bajo el modelo representativo atraviesa por una profunda y extensa crisis, a la que llama multidimensional, retratando la debilidad de los valores que dieron sustento principalmente a la idea de progreso en la edad sucesiva a la Ilustración, así como su relación con la noción de crecimiento (Fotopoulos, 2009, p. 149). Para este autor, la crisis multidimensional tiene que ver con la propia uni- versalización de las instituciones modernas. Por una parte, se encuentra la dimensión económica de la crisis, cuyo rasgo más significativo lo constituye la reducción del estatismo y el mantenimiento de la brecha entre las economías del Norte y el Sur, universalizando la exclusión de un sector importante de la población, estimulando migraciones del Sur hacia el Norte.

En otro sentido, se encuentra la dimensión política, que refleja la relación complementaria entre la concentración política y la económica, en donde los modelos económico y político de una dinámica económica agresiva han conducido a esa concentración económica, de igual forma que la dinámica democrática representativa ha favorecido la concentración política. Fotopoulos considera que la crisis de la política se ha desarrollado en la modernidad neoli- beral, minando las bases de la democracia representativa y manifestándose en las formas de cuestionamiento hacia instituciones fundamentales, cuestionamientos que pueden encontrarse subyacentes en las expresiones de descon- tento o aislamiento de formas y prácticas de participación democrática: abstención, protesta y otras expresiones de la antipolítica (Fotopoulos, 2009, p. 154).

Fotopoulos encuentra que la apatía masiva hacia la política puede rastrearse en Castoriadis cuando este hace referencia a lo inadecuado de los programas políticos que contemplan la autonomía como proyecto (Fotopoulos, 2009, p. 155), agregando que la causa de la apatía actual es lo inadecuado de la representatividad democrática para crear unas condiciones genuinamente democráticas. En este sentido, Gastoriadis se refiere a que esa idea de autonomía, concebida como un fin en sí mismo, se inscribe dentro de una postura meramente formal que no aclara cuáles son sus pro- pósitos, los cuales, sean los que sean, necesariamente reque- rirán del concurso de todos los ciudadanos (Castoriadis, 2005, p. 129), porque para Castoriadis la autonomía, vista como libertad efectiva –bajo la ley–, es una autonomía co- lectiva que no puede darse sin el concurso de una autono- mía individual, donde la una requiere de la otra para su realización (Castoriadis, 1996, p. 6). Más adelante, señala Castoriadis que “La democracia como régimen es, por tanto, al mismo tiempo, el régimen que intenta realizar, tanto como resulta posible, la autonomía individual y colectiva, y el bien común tal como es concebido por la colectividad considerada” (Castoriadis, 1996, p. 6).

Para Fotopoulos, la dimensión política de la crisis tiene relación con la creciente internacionalización del mercado económico; el debilitamiento del poder de los Estados para controlar los asuntos económicos; la competitividad entre los países, que degenera en el colapso de la democracia social; con el establecimiento del consenso neoliberal y la conversión pragmática, que desaparece las barreras ideológicas entre los partidos políticos; los cambios tecnológicos conducentes a la sociedad postindustrial y a una nueva división del trabajo, que se manifiesta en el debilitamiento de la clase trabajadora y la política tradicionales; y, finalmente, con el mito del fin de las ideologías, como consecuencia del colapso de los regímenes socialistas, lo que fortalece la promoción de los valores asociados al modelo neoliberal (Fotopoulos, 2009, p. 156).

La dimensión social, por su parte, se expresa de manera proporcional a la crisis de la economía, principalmente en razón de su crecimiento; en estos términos, la sociedad crece, y con ello sus problemas, disfunciones y debilidades, con el contexto agravado por la expansión del mercado económico en todos los ámbitos de la vida social (Fotopoulos, 2009, p. 159).

La dimensión cultural de la crisis de la democracia, a su vez, es la consecuencia de los efectos de la economía de mercado sobre los valores y tradiciones culturales, proceso acelerado en el siglo XX con la ampliación de la economía de mercado y su consecuente crecimiento económico, que ha conducido a la homogenización cultural, expresada esta en unos patrones de consumo que alimentan esas conductas: música, moda, consumo, medios, haciendo más simple a la cultura, en un proceso fortalecido por la globalización, anulando culturas con tradiciones, como la europea en mate- ria de cine, que sucumbe a la voracidad competitiva de la industria fílmica de los EE. UU. (Fotopoulos, 2009, p. 161). Por otra parte, la dimensión ideológica de la crisis puede observarse a partir de los cambios estructurales en la tran- sición hacia la modernidad neoliberal, lo cual se expresa en el auge del irracionalismo de variadas formas: desde los fundamentalismos religiosos hasta la llamada “nueva era”. Para Fotopoulos, el ascenso del irracionalismo es un resul- tado directo de la crisis de crecimiento económico, tanto en el sistema capitalista como en el socialista. El colapso de los proyectos emblema de la modernidad –el socialista y el desa- rrollista–, además del cuestionamiento a la credibilidad de la ciencia, condujeron al crecimiento del irracionalismo y al ascenso del postmodernismo, dado el auge del neoliberalismo y la crisis ideológica (Fotopoulos, 2009, p. 161).

La dimensión ecológica, finalmente, hace referencia a la responsabilidad del patrón de la economía de mercado y su influencia negativa sobre el medio ambiente, todo esto planteado como alternativa al discurso del desarrollo sustentable, la solución ecodemocrática, que promueve la búsqueda de las causas de la crisis ecológica en el propio sistema social sometido a la dominación institucional de la explotación, trasladándola hacia la necesidad de dominar el sistema ecológico (Fotopoulos, 2009, p. 166).

Ortega (2006) ofrece una interesante perspectiva con su planteamiento de una cosmocracia, que es la constitución de una definición del modelo en desarrollo desde 1990. La cosmocracia se revela como el régimen político más adecuado para el ámbito global, cuyos rasgos característicos son, por una parte, la concurrencia en el espacio internacional de una diversidad de actores, y, por otra, la conformación de un nuevo sistema político global, en donde se desarrolla una cul- tura política particular. De este modo, representa un modelo político que evoluciona históricamente, y donde la participación de los ciudadanos se hace mediante sus res- pectivas organizaciones político-jurídicas (Estado), así como organismos no gubernamentales y actores internacionales (Ortega, 2006, p. 163).

En la visión de cosmocracia de Ortega concurren diversos actores que actúan en el ámbito de la política internacional e influyen decisivamente en su definición. Se hace notar el hecho de que los ciudadanos no participan sino a través de estructuras colectivas, donde además intervienen fuerzas contrarias al interés de desarrollar este sistema político global. Con esto se muestran los límites de lo aceptable y lo no aceptable –lo que se encontraría fuera del círculo de la cosmocracia–, lo que produce una medición de fuerzas centrífugas (Ortega, 2006, p. 16t), mientras que, en el sentido inverso, las fuerxas centrípetas contribuyen a afianxar el modelo de la cosmocracia.

La democracia fue, durante mucho tiempo, en el contexto moderno, una fuente de expectativas que, producto de la incapacidad de resolución de las mismas, fue sumiéndose en un laberinto de hostilidades. Para Ghehenno, estas hos- tilidades son la consecuencia de la ausencia de consenso, tanto en lo político como en lo social, y de la dominación de la sociedad por parte del Estado.8

Linz (1996) habla de la crisis de la democracia como la incapacidad manifiesta de resolución de problemas por parte del sistema y las oposiciones desleales que se presentan como alternativa y propician la polarización al buscar fuera del Gobierno la solución a los problemas (Linz, 1996, p. 93). Pero la visión de Linz se circunscribe a la lectura procedimental de la democracia como sistema político, cuando estamos en presencia de una crisis que trasciende lo instrumental, considerando que su misma concepción y definición se encuentra bajo escrutinio. Bovero (2002), por otra parte, señala que la democracia se encuentra rumbo al modelo de democracia degenerada gracias a la unión del patrimonialismo y el populismo, así como del personalismo sea carismático o no–, que legitima por la vía constitucional tales propósitos (Bovero, 2002, p. 160).

Cuando María Zambrano reeditaba en 1987 su obra Persona y democracia, publicada por primera vez en 1958, y en donde señala que la democracia del mundo occidental está cercana a su realización para superar su condición de utopía, estando profundamente ligada a la noción de pro- greso, la democracia prometía ser el único camino adecuado para el mundo occidental; sin embargo, Zambrano justifica la nueva edición al reconocer que la crisis de occidente, más que crisis, es “orfandad”, dejando la obra como “un testimo- nio, uno más de lo que ha podido ser la historia, de lo que pudo ser; un signo de dolor porque no haya sucedido que no se desvanece la gloria del ser vivo de la acción creadora de la vida, aun así, en este pequeño planeta” (Zambrano, 1996, p. 13).

Esa misma frustración, a la que ya se ha hecho referencia, se manifiesta como incapacidad para responder o como capa- cidad autodestructiva: el estado de democracia se autodes- truye rápidamente cuando existe sólo fuera del sistema real de Gobierno, o como un periodo interino extraordinario que es sólo una suspensión de ese sistema de Gobierno (Lummis, 2002, p. 186). Zolo (1994, p. 131) señala las promesas rotas de la democracia, retomando el planteamiento de Bobbio (2003) sobre las falsas promesas de la democracia, relati- vas al nacimiento de la sociedad pluralista, la garantía de la representación colectiva de intereses, la superación del poder de las oligarquías, la capacidad de ampliar su alcance en el territorio de influencia, la persistencia de los poderes ocultos que influyen en las instituciones, y la ausencia de educación cívica democrática (Bobbio, 2003, pp. 28-40). Sin embargo, Zolo advierte que Bobbio pretende justificar el modelo de democracia mínima, estableciendo una débil frontera entre esta y su caracterización de los regímenes no democráticos (Zolo, 1994, p. 142).

La democracia, para Bobbio, fue un proyecto pensado para otra sociedad, y en la nuestra se encontró con limitaciones: una economía compleja que requiere de una racionalidad técnica de similar naturaleza y el aumento del tamaño del aparato burocrático y su consecuente bajo rendimiento. Sin embargo, Bobbio no es pesimista, y cree que, a pesar de las promesas incumplidas y las dificultades para su desarrollo, no es posible todavía que un régimen democrático degenere en uno autocrático (Bobbio, 2003, p. 45).

Zolo, en cambio, sí se muestra pesimista en relación a la democracia: cree que la preservación de las instituciones democráticas postindustriales se encuentra seriamente amenazada. Además de los factores internos, señalados por Bobbio, están los factores externos que Zolo agrupa como expresiones de la complejización del mundo contemporáneo: el crecimiento demográfico, la ampliación de la brecha entre los países desarrollados y subdesarrollados, los países no democráticos, el desarrollo de la guerra en el ámbito nuclear y biológico-químico, el terrorismo y los desequilibrios en el medio ambiente, todas amenazas al orden político democrático, encaminado a una suerte de “melancolía democrática”, citando a Castoriadis (Zolo, 1994, p. 224).

En Žižek (2003), por otra parte, se expresa una concepción de la democracia como sistema lógico formal, definido por sus condiciones procedimentales, las cuales son unas reglas de juego que legitiman sus decisiones, decisiones que pueden resultar comprometidas debido a las manipulaciones de las que son objeto por parte del sistema formal de normas, como fue el caso en las elecciones de los Estados Unidos en el año 2000, y, más recientemente, en la destitución del presidente paraguayo Lugo en junio de 2012, casos en los que, bajo argumentos jurídicos, la aplicación de la normativa lució reñida con la convicción política, todo esto en medio de una muy cuestionable legitimidad de los desenlaces de ambos casos.

El planteamiento de Žižek reviste una ácida crítica a la hegemonía de los Estados Unidos, cuyo monopolio de la bandera de la democracia se esgrime para calificar a los regíme- nes políticos y para imponer dicha forma de gobierno como sistema político, según sean sus intereses. El caso de Iraq, que Žižek revisa en su artículo “Demasiada democracia”, refleja la doble moral del discurso democrático, cuyo interés depende del caso y de la conveniencia de la imposición de la democracia como sistema político, amén de la tutela que Estados Unidos ejerce tanto en el caso de Irak como de Afganistán.

Tomando como referencia las ideas de Zakaria en relación al problema que representan la sobredemocratización o la sobredemocracia, Žižek profundixa en su crítica al señalar que el republicanismo norteamericano considera que no todas las sociedades están preparadas para la democra- cia y que, por lo tanto, su desarrollo debe ser un proceso supervisado. Además, siguiendo con la crítica a Zakaria, el problema se hallaría en la excesiva democratización, que le otorga poder a sectores que no tienen la madurez política para ejercerlo. Žižek concluye que esa condición de vigilante de la democracia conduce a la humanidad hacia una nueva Edad Oscura (Žižek, 2003).

Material suplementario
Referencias
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Notas
Notas
1 “Democratic possibilities depend upon combining traditional localism and postmodern centrifugalism” (Wolin, 2004, p. 604)
2 Traducción personal del inglés: “The system becomes one of anomic democracy, in which democratic politics becomes more an arena for the assertion of conflicting interests than a process for the building of common purposes”.
3 En la estética clásica, desde Aristóteles hasta Hegel, crisis designa el punto de inflexión de un proceso fatal, fijado por el destino, que pese a su objetividad no sobreviene simplemente desde afuera ni permanece exterior a la identidad de las personas aprisionadas en él (Habermas, 1999, p. 20).
4 Las negritas son nuestras
5 Traducción propia. 6 “Constitutional liberalism has led to democracy, but democracy does not seem to bring constitutional liberalism” (Zakaria, 1997, p. 28).
6 “Constitutional liberalism has led to democracy, but democracy does not seem to bring constitutional liberalism” (Zakaria, 1997, p. 28).
7 En ambos casos, bajo circunstancias revestidas de legalidad, se tomaron de- cisiones políticas cuestionadas en su legitimidad que propiciaron la reacción de la comunidad hemisférica frente a ambos países.
8 La democracia liberal se apoyaba en dos postulados, cuestionados hoy: la existencia de una esfera política, lugar del consenso social y del interés general, y la existencia de actores dotados de una energía propia, que ejercían sus derechos, que manifestaban su “poder”, antes incluso de que la sociedad los constituyese en sujetos autónomos (Ghehenno, 1995, p. 45).
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