El “niño” en la obra freudiana

The “child” in the Freudian work*

Marcelo Grigoravicius **
Patricia Regueiro ***
Virginia Maza ****
María Fabiana Abalde *****

El “niño” en la obra freudiana

Tesis Psicológica, vol. 11, núm. 2, pp. 74-88, 2016

Fundación Universitaria Los Libertadores

Recepción: 25 Julio 2016

Aprobación: 15 Noviembre 2016

Resumen: Este artículo presenta resultados parciales de una investigación cuyo objetivo general es indagar las nociones de “niño” que sostienen, de manera explícita o implícita, los principales referentes del psicoanálisis, y cómo dichas concepciones repercuten en sus respectivas prácticas clínicas. En esta oportunidad, se presenta uno de los ejes de análisis correspondiente a la noción de “niño” a lo largo de la obra de Sigmund Freud. Del análisis e interpretación de los textos freudianos se pueden situar tres momentos para pensar la noción de “niño”; un primer momento asociado con la teoría de la seducción, que plantea al niño como “víctima”, correlativo al método catártico como terapéutica. Un segundo momento, caracterizado por el descubrimiento de la sexualidad infantil que plantea al niño como “sexuado”, e inicia la clínica psicoanalítica propiamente dicha. Finalmente, se abarca un tercer momento, enmarcado en el debate sobre la posibilidad de realizar psicoanálisis con niños, en el que se plantea si el niño es un sujeto del inconsciente con el mismo estatus de los adultos. Puede pensarse que la noción de “niño” sostenida por Freud a lo largo de su obra desemboca en diferentes prácticas clínicas asociadas a dichas concepciones.

Palabras clave: Psicoanálisis, niños, sexualidad infantil, teoría de la seducción, fantasía inconsciente..

Abstract: This article shows partial results of an investigation whose general objective is to explore the notions of “child” that hold, implicitly or explicitly, the main referents of psychoanalysis, and how such conceptions impact on their respective clinical practices. In this opportunity, one of the axes of analysis corresponding to the notion of "child" throughout the work of Sigmund Freud is presented. From the analysis and interpretation of the Freudian texts, three moments to think the notion of “child” can be placed; a first moment associated with the seduction theory, which proposes the child as a “victim,” correlated to the cathartic method as a therapy. A second moment characterized by the discovery of the infant sexuality that poses the child as “sexed” and starts the psychoanalytical clinic itself. Finally, a third moment framed in the debate on the possibility of performing psychoanalysis with children in which the question if the child is a subject of the unconscious with the same status of adults. It could be thought that the notion of “child” that Freud holds throughout his work flows out in different clinical practices associated with such ideas.

Keywords: Psychoanalysis, children, infantile sexuality.

Introducción

La pregunta sobre qué es un niño no es novedosa, ha sido planteada desde hace tiempo por diferentes disciplinas como la historia, la sociología, la psicología, la antropología, la filosofía y también desde el psicoanálisis. No obstante, recientemente la proliferación de “nuevos” diagnósticos que afectan a la niñez como el Trastorno generalizado del desarrollo, Trastorno por déficit de atención ADD, el bullying, las situaciones de extrema violencia en las escuelas, entre otros, despiertan tal estado de alarma en la sociedad y en los profesionales, que suelen cuestionarse sobre la vigencia del psicoanálisis a la hora de dar respuesta a los padecimientosde los niños

Los cuestionamientos al psicoanálisis con niños se remontan a sus inicios, se han escuchado y escrito infinidad de críticas y descalificaciones (Grigoravicius, 2011). Sin embargo, la virulencia con la que se plantean en nuestros días, sobre todo desde ciertos sectores de la psiquiatría, las “neurociencias” y la psicología cognitivoconductual, merece que desde el psicoanálisis se brinde una respuesta responsable sobre qué es un “niño”, basada en una indagación sistematizada sobre las nociones sostenidas por los autores referentes en el tema.

Actualmente, se registran numerosas opiniones, reflexiones y aportes personales de psicoanalistas en columnas de actualidad y medios de circulación masiva, pero escasas investigaciones académicas sobre el tema. Sin embargo, algunos autores han mostrado interés en repensar ciertas categorías que parecen “naturalizadas”; Peusner y Lutereau (2013) se hacen un cuestionamiento similar al planteado por nuestra investigación. Los autores sostienen que la especificidad de lo “infantil” no se encuentra en la cronología sino en una posición discursiva. Tal posición implica una férrea interrogación al Otro, cuyo ejemplo más concreto, señalan, es la “edad de los porqué”. Desde un enfoque similar, Flesler (2014) propone pensar al niño según los tiempos subjetivos; plantea una clínica con niños basada en el tránsito por estos tiempos lógicos y no cronológicos y que, por lo tanto, no dependen de la edad del paciente. Por su lado, Lagos (2014) sostiene que el niño es un sujeto en pleno ejercicio, y como tal debe ser conceptualizado en el campo del lenguaje, en función de coordenadas simbólicas y no cronológicas. Por su parte, Zafiropoulos (2012) sostiene que para el psicoanálisis clásico existió un “niño ideal” cuyo paradigma es el pequeño Hans: el “niño fóbico”. Afirma que existe una necesidad de resituar el lugar del niño, ya que ese supuesto ideal no es un fenómeno universal. Por el contrario, el autor sostiene que, en la actualidad, el niño ocupa el lugar de objeto en un lugar de “desecho fetichizado”.

Colette Soler (2014) analiza justamente la noción de “infancia” en la teoría psicoanalítica. Desde el punto de vista ético, la autora afirma que la decisión subjetiva ya está presente en la infancia, incluso antes de los seis años, cuestión fundamental al plantearse la responsabilidad subjetiva en la clínica. Asimismo, reflexiona sobre las condiciones históricas, afirma que, si en la época de Freud los niños anhelaban ser adultos, hoy podría decirse que son los adultos los que quieren ser como niños “sin problemas ni responsabilidades”. Esta suerte de inversión de los ideales hace trastocar el lugar de los adultos en la sociedad y, por ende, de los niños. De ahí que las nociones de “niño” y de “adulto” estén en proceso de cambio. La autora señala la importancia de considerar que debemos pensar en niños cuyo Otro de la época ha cambiado.

Esta investigación parte de la hipótesis de que no existe un sentido unívoco sobre la noción de “niño” en el campo psicoanalítico. Autores pertenecientes a diferentes escuelas proponen nociones diversas e incluso contrapuestas; es así que no es el mismo “niño” el postulado por Klein (1952/1990), que el que describe Freud, o el que delinea Winnicott (1971/2000). En esta misma dirección, puede pensarse que las nociones de “niño” sostenidas explícita o implícitamente por cada uno de los autores tienen consecuencias en su práctica clínica que, muchas veces, se vuelven imperceptibles.

El valor otorgado a la niñez es central en la teoría psicoanalítica, tanto es así que se ha vuelto parte del conocimiento folclórico; que los síntomas y conflictos actuales están determinados por vivencias ocurridas en la primera infancia se encuentra presente en el saber popularSin embargo, sostener la importancia capital de lo acontecido durante los primeros años de vida, no siempre implica considerar la multiplicidad de perspectivas con las que se aborda. El rastreo de dicha noción a lo largo la obra freudiana, implica un análisis tanto de sus postulados teóricos como de su práctica terapéutica. Del análisis de los textos se podrán situar tres momentos que ponen de relieve la trascendencia que posee la noción de “niño” en el dispositivo clínico que se implementa.

Desarrollo

Primer momento: el niño-víctima, ideas prepsicoanalíticas

Este momento que caracterizamos como prepsicoanalítico comprende un periodo que se inicia con la publicación de “Las neuropsicosis de defensa” (Freud, 1894/1994), y el célebre “Estudios sobre la histeria” (Freud, 1895/1994), incluyendo sus primeras publicaciones psicoanalíticas y finaliza en 1897. Se trata de un momento en que se encuentran en germen, las ideas que se desarrollarán más adelante, dando cuerpo teórico a los fenómenos inconscientes; en un movimiento que irá del método catártico a la asociación libre; de la teoría de la seducción hacia la concepción de la sexualidad infantil y el Complejo de Edipo, como expondremos más adelante. Pondremos foco en lo relativo a la teoría del trauma y la escena de seducción a fin de poder ir trazando las ortogonales que llevarán años más tarde, a la innovadora y polémica idea de la sexualidad infantil.

Antes de postular la teoría de la seducción, Freud (1894/1994) había descrito los múltiples síntomas necesarios para el diagnóstico de la histeria pero, con respecto a la etiología, se mantenía fiel a las enseñanzas de Charcot, su maestro en los años de formación en La Salpêtrière. Es decir, postulaba la herencia como causa determinante de las patologías, debido a noxas de base anatomo-funcionales.

En “Las neuropsicosis de defensa”, Freud (1894/1994) reúne tres cuadros con diferente sintomatología (la histeria, la neurosis obsesiva y la paranoia) bajo un mismo mecanismo de formación de síntomas, el cual designa como defensa. Afirma que el mecanismo de defensa se pone en marcha frente a “una vivencia, una representación, una sensación que despertó un afecto tan penoso que la persona decidió olvidarla, no confiando en poder solucionar con su yo, mediante un trabajo de pensamiento, la contradicción que esa representación inconciliable le oponía” (p. 49). Quienes no logran el objetivo de olvidar esa contradicción, se ven obligados a realizar un acto defensivo y provocan una separación entre la representación inconciliable y su monto de afecto; estos serán quienes desarrollen las neurosis. Ese divorcio entre representación y afecto lo llama “escisión de conciencia”. Sin embargo, Freud (1894/1994) todavía no lograba determinar qué tipo de “predisposición patológica” es la que distingue a unos de otros.

En este contexto, Freud esboza una hipótesis etiológica de las neurosis y postula la llamada teoría de la seducción o traumática. Sostiene que las neurosis poseen una etiología sexual, aunque la herencia aún no es descartada en su totalidad. Luego de varios años de investigación clínica y de vacilaciones en su intento por teorizar la etiología de la histeria más allá del factor hereditario, en una carta enviada a Fliess en 1895, Freud menciona por primera vez la teoría de la seducción. Afirma: “¿ya te he comunicado, oralmente o por escrito, el gran secreto clínico? La histeria es consecuencia de un espanto sexual/ presexual. La neurosis obsesiva es la consecuencia de un placer sexual que después se mudó en un reproche” (Masson, 1985, p. 147).

Fueron sus “Estudios sobre la histeria” (Freud, 1895/1994), elaborados con la colaboración del médico vienés Josef Breuer, la consumación del cambio en el quehacer de Freud, ya que en dicha obra vislumbró los síntomas de la histeria como manifestaciones de energía emocional no descargada, asociada con traumas psíquicos olvidados de origen sexual.

Los pacientes, en su mayoría mujeres, recordaban experiencias de seducción sexual durante su infancia, vividas pasivamente con “susto”, lo que implicaba que dicha sorpresa asaltaba al sujeto sin preparación, por lo cual no podía protegerse de ellas o dominarlas. Aparentemente, en ese momento no advenía síntoma alguno. Al tiempo, por alguna circunstancia, vivencia, experiencia sexual o asociada con lo sexual, recobraba relevancia la primera escena y de allí la constitución sintomática tomaba cuerpo.

La teoría de la seducción supone una particular concepción del trauma. El trauma se produce en dos tiempos, separados entre sí por la pubertad. Un primer tiempo en el que Freud (1895/1994) considera un acontecimiento sexual “presexual”; es producido desde el exterior a un sujeto incapaz todavía de emoción sexual (ausencia de las condiciones somáticas de la excitación, imposibilidad de integrar la experiencia). Aquí la escena no es objeto de represión; solo en un segundo tiempo, con un nuevo acontecimiento que no comporta necesariamente en sí mismo una connotación sexual, evoca por algunos rasgos asociativos el recuerdo del primero. Es así que el recuerdo es reprimido por la excitación que desencadena. Generalmente, este segundo tiempo se lleva a cabo en un momento de la vida del sujeto cuando las condiciones somáticas de la excitación se integran a la experiencia. Lo que deviene traumático es el recuerdo y no el acontecimiento mismo en el momento de la seducción. Se generaría entonces, un exceso de excitación que es vivenciado como un “cuerpo extraño”, y que deberá ser descargado por diversas vías.

En otro de sus artículos: “La herencia y la etiología de las neurosis” Freud (1896/1994), postula como agente causal específico de las neurosis a un recuerdo relativo a la vida sexual, cuyo carácter es inconsciente y que ocurrió en la niñez temprana. Se trata de un recuerdo sobre “una experiencia precoz de relaciones sexuales con irritación efectiva de las partes genitales, resultante de un abuso sexual practicado por otra persona” (p. 145). Esta afirmación se funda en comprobaciones efectuadas por el autor a partir de las “reminiscencias” de sus pacientes histéricas (dieciocho casos, según el mismo Freud testimonia), que cree haber podido curar definitivamente, y no solo haber hecho desaparecer los síntomas, como ocurría con el recurso de la hipnosis.

En “Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa” Freud (1896/1994), amplía las circunstancias de esa experiencia sexual temprana y caracteriza al seductor: “entre las personas culpables de esos abusos de tan serias consecuencias aparecen sobre todo niñeras, gobernantas y otro personal de servicio, a quienes son entregados los niños con excesiva desaprensión; están representados además los educadores” (p. 166). Más adelante, en el mismo texto, también aclara que el acto violento también puede ser realizado por los hermanos varones sobre sus hermanas más pequeñas.

También en “La etiología de la histeria” (Freud, 1896/1994), detalla diversos tipos de escenas de abuso infantil; un primer grupo, en el que el abusador es un adulto extraño a la familia, y en el que el atentado puede ser un evento aislado; otro grupo en el que la persona a cargo del cuidado o la educación del niño o un familiar cercano lo introdujo en una relación amorosa formal; y un tercer grupo, que es el de las relaciones infantiles genuinas, en las que los vínculos sexuales se dan entre dos niños de diferente sexo, la mayoría de las veces hermanos. No obstante, Freud observa que, generalmente, el niño mayor que perpetra el abuso ha sido seducido previamente por una persona mayor, por lo que el fundamento para las neurosis quedaría establecido en la infancia siempre por los adultos.

Esta hipótesis etiológica está relacionada con el tratamiento psicoterapéutico puesto en marcha: el método catártico. En este primerísimo momento, la clínica de Freud consistía en sumir a sus pacientes en una especie de estado hipnótico para forzarlos a recordar y revivir aquella experiencia traumática que originó sus trastornos. De esta manera, se encontraría una vía para así descargar las emociones causantes de los síntomas, por medio de la catarsis.

Freud (1895/1994) destaca que, en el decurso normal, si una vivencia es acompañada por un gran monto de afecto, ese afecto o bien es descargado en una variedad de actos reflejos conscientes, o bien desaparece gradualmente por asociación con otro material psíquico consciente. Pero en el caso de los pacientes histéricos no sucede ni una cosa ni la otra. El afecto permanece “estrangulado” y el recuerdo de la vivencia a la que está adherido es suprimido de la conciencia. A partir de entonces el recuerdo afectivo se exterioriza en síntomas histéricos que pueden considerarse símbolos mnémicos. La eficacia terapéutica del procedimiento catártico se basa en la posibilidad de traer a la conciencia la vivencia original, junto con su afecto; si esto sucede, el afecto es por ese camino descargado o abreaccionado y la fuerza que ha mantenido al síntoma deja de operar y el síntoma desaparece, de modo que el sujeto se libera del afecto asociado a la escena que devino traumática y en ese mismo momento pierde su potencial patógeno.

Como puede verse, en este momento de su obra, Freud le asigna al niño un lugar pasivo, lo ubica en el lugar de víctima de un abuso real cometido por un adulto. Se encuentra implícita la idea de inocencia y de asexualidad en el niño, la cual se vería pervertida por la intervención de la sexualidad adulta. Como víctima del abuso sexual, el niño está signado por su impotencia, por un total estado de desvalimiento e indefensión, y se ve forzado a un prematuro despertar de la sexualidad, de la cual debe defenderse. Las excitaciones sexuales que devienen patógenas son despertadas desde el exterior, y de las cuales el paciente podrá desembarazarse mediante la cura.

La pasividad supuesta en el niño tiene dos vertientes, por un lado, su vivencia en la escena de seducción y, por otro lado, se supone que, al momento de producirse, dicha experiencia no provoca ningún tipo de respuesta sexual, no despierta ni representaciones ni excitaciones en el niño. Solo de esta manera se comprende la afirmación freudiana según la cual al niño le falta preparación en el terreno sexual, lo que traduce en la teoría, la noción de inocencia infantil y la concepción generalizada de sexualidad como sinónimo de genitalidad.

De esta concepción del niño se deriva también el uso del término “presexual” que utiliza Freud en la mencionada comunicación a Fliess de 1895, cuando Freud aún no había elaborado una teoría de la sexualidad infantil. En ese momento concebía a los niños como inocentes; de acuerdo con las ideas de la época, todo aquello que era previo a la pubertad debía necesariamente incluirse como “presexual”. Es así como ubica esos hechos de violencia sexual del adulto sobre el niño, en los primeros años de vida, siempre antes de la pubertad.

Este abordaje de la temática en cuestión, está sólidamente sostenido en el imaginario de la época victoriana. Freud no podía aún sustraerse al ideario social en el que estaba inmerso, aunque más adelante la clínica impondrá nuevos derroteros. Se trata de un momento histórico caracterizado por una moralidad conservadora que promovía un estricto puritanismo sexual. Todo lo relativo a la sexualidad era tabú, las prácticas sexuales, el placer y el deseo debían ser ocultados bajo el manto “inmaculado” de la familia y la reproducción. Resulta lógico que, en este contexto, el estudio de la sexualidad del niño brillara por su ausencia.

Segundo momento: el niño-sexuado, inicios del psicoanálisis

Este momento es inaugurado al abandonar la teoría sobre la etiología traumática de las neurosis. En una carta dirigida a Fliess en 1897, Freud afirma: “ya no creo más en mi ‘neurótica’” (1897/1994, p. 301); esta famosa frase pone en evidencia sus dudas acerca de la veracidad de lo extendido de los ataques sexuales ocurridos en la infancia de sus pacientes. Si bien a esta altura Freud ya comienza a ver otra cosa, las cavilaciones sobre el cambio de teoría se evidencian por el hecho de que solo ocho años más tarde hace público su cambio de perspectiva, en el segundo de los “Tres ensayos de teoría sexual” (Freud, 1905/1994); Freud comienza a reconocer la existencia de una sexualidad presente en el niño casi desde el inicio de la vida, poniendo en evidencia las manifestaciones de pulsiones sexuales pregenitales de carácter autoerótico. Esta perspectiva constituirá un salto cualitativo en las consideraciones respecto a la sexualidad y los niños en el siglo XX.

Durante los años anteriores a 1897, la sexualidad infantil solo se consideraba un factor latente, capaz de ser sacado a luz únicamente mediante la intervención de un adulto, con resultados catastróficos. En 1897, Freud le escribe a Fliess y en las cartas 70 y 71, del 3 y 15 de octubre, le anuncia el descubrimiento del complejo de Edipo en su carácter universal basándose en su autoanálisis. Esto trajo aparejado la concepción de que en los niños más pequeños operaban normalmente impulsos sexuales sin ninguna necesidad de estimulación externa.

No obstante esta evidencia, los efectos de las nociones de época continúan actuando como obstáculo y tienden cierto velo de inocencia y asexualidad sobre los niños. Así, Freud advertía que existían deseos sexuales -aún en los niños normales-. Según el buen saber y entender popular, las manifestaciones de la sexualidad en niños se las consideraba como precocidades excepcionales, aberraciones o ejemplos de temprana corrupción.

Diferentes caminos de investigación ligados a su experiencia clínica y al estudio de las perversiones conducen a Freud a postular la tesis de la sexualidad infantil. A partir de las palabras de sus pacientes Freud descubrirá que la seducción, en un gran número de casos, no era un hecho realmente acontecido, sino el producto de reconstrucciones fantasmáticas; estas escenas servían para disimular la actividad autoerótica de los primeros años de la infancia. Postula que, en su fantasía, el sujeto realiza aquello que desea inconscientemente y que posee un efecto traumático pero que, por efecto de represión, resulta inconfesable. Esta perspectiva desemboca en el reconocimiento fundamental de la existencia de la realidad psíquica de los pacientes; concibe la realidad externa como una extensión de la realidad interna del sujeto.

La reiteración en la clínica de este tipo de fantasías, que posteriormente Freud redimensionará en el drama edípico como proceso constituyente del sujeto, le permite deducir, en primer lugar, que el encuentro del sujeto con su sexualidad es un evento experimentado como traumático, cuyas huellas marcan de una manera particular la subjetividad; en segundo lugar, reconoce que en los intercambios entre la madre, el padre y el niño siempre hay un algo de seducción no intencional que se desliza en las caricias, en las prácticas higiénicas y alimentarias, que generan un plus de placer en el pequeño.

La íntima relación que Freud encuentra entre las manifestaciones de la sexualidad infantil y las perversiones, le permite oponer al concepto de sexualidad vigente en su época, una noción mucho más amplia que busca superar la equivalencia entre sexualidad-genitalidad-reproducción, para considerar otra serie de fenómenos en los que la sexualidad no está ligada a un único objeto ni a un único fin.

Es necesario admitir, por lo tanto, expresiones sexuales no genitales que no se someten al fin procreativo, sino que son autoeróticas. Estas tendencias están casi desde el principio de la vida y mucho tiempo antes de que el sujeto esté en condiciones de reproducirse. Un ejemplo claro del autoerotismo con placer de órgano es el uso del chupo. En un primer momento primó la satisfacción del hambre, pero esta misma satisfacción genera un plus de placer que conlleva a la búsqueda de ese plus independientemente de toda apoyatura nutritiva. Se constituye así una zona erógena tal como la boca, lengua, labios y tracto digestivo.

Es en este contexto, en el que Freud (1905/1994) va a plantear las distintas organizaciones pregenitales, asociadas con la noción de pulsiones parciales y zonas erógenas. Una primera organización sexual es la oral donde la actividad sexual no se ha separado todavía de la nutrición, ni se han diferenciado opuestos dentro de ella. El objeto de una actividad es también el de la otra; la meta sexual consiste en la incorporación del objeto. Una segunda fase pregenital es la de la organización sádico-anal; aquí ya se ha desplegado la división en opuestos que atraviesa la vida sexual; empero, no se los puede llamar todavía masculino y femenino, sino que es preciso decir activo y pasivo. La pulsión de dominio, de retener o expulsar al objeto, está íntimamente ligada a la satisfacción de retener y expulsar las heces.

El supuesto de que todos los seres humanos poseen pene es la premisa universal y primera de las asombrosas teorías sexuales infantiles y constituye la denominada fase fálica de la organización sexual. El niño se aferra con energía a esta convicción y la defiende aún frente a la contradicción que muy pronto la realidad le opone, y la abandona solo tras serias luchas interiores (complejo de castración). Por su parte, la niña, cae presa de la envidia del pene, que culmina en el deseo de ser un varón y de tener un pene, deseo tan importante luego para la conformación de su feminidad y posible maternidad.

En este temprano periodo de la vida, Freud (1905/1994) va a postular que ya existe elección de objeto sexual, dicha elección se realiza en dos tiempos, la primera se inicia entre los dos y los cinco años, sus objetos son las figuras parentales y se caracteriza por la naturaleza infantil de sus metas sexuales. La segunda sobreviene con la pubertad y determina la conformación definitiva de la vida sexual. Los resultados de la elección infantil de objeto se prolongan hasta una época tardía; se los conserva tal cual, o bien, experimentan una renovación en la época de la pubertad. Una efectiva elección de objeto de la época de la pubertad implica poder ejercer una renuncia de los objetos infantiles.

En suma, desde el nacimiento hay sexualidad con períodos de sofocación y avance. Estos períodos de sofocación estarían enlazados al denominado periodo de latencia con la consiguiente edificación de los llamados diques psíquicos de contención: el asco, la vergüenza y la moral. La amnesia infantil, como manto encubridor de las tendencias perversas del niño y de sus avatares, permite construir retroactivamente el mito de la inocencia del niño, sustentado en la represión.

La actividad erótica por excelencia de la infancia será la masturbación infantil. Freud indica tres fases: la primera corresponde al período de lactancia, la segunda al breve florecimiento de la práctica sexual hacia el cuarto año de vida, y la tercera responde al onanismo de la pubertad, el único que suele tener un reconocimiento generalizado.

De esta manera, la sexualidad infantil que Freud (1905/1994) denominará perversa polimorfa, ocupará el centro del pensamiento freudiano y estará ligada inextricablemente a la psicopatología. El reconocimiento gradual de la sexualidad infantil como un hecho universal produce una revolución copernicana en el papel atribuido al niño, quien deja de ser pensado como asexuado, inocente, pasivo y víctima, para tomar un lugar activo en la sexualidad y, por ende, en la etiología de las neurosis. La noción de niño-sexuado produce tal quiebre en las concepciones acerca de la niñez, que hasta hoy en día provoca las más férreas resistencias, incluso entre los analistas de niños.

Lejos de ser víctimas de los abusos sexuales por parte de adultos, se vislumbra que, son los propios niños los que abrigan deseos sexuales hacia los adultos, y más aún: deseos incestuosos para con sus propios padres. Construye a partir de allí el postulado del complejo de Edipo, piedra angular del psicoanálisis.

Este movimiento introduce importantes consecuencias en la clínica, sobre todo en cuanto a la responsabilidad subjetiva de los pacientes en su padecer (Freud, 1906/1994). La cura ya no persigue extirpar el “cuerpo extraño” mediante la catarsis; se abandona el antiguo método y se lo sustituye por la regla de la asociación libre. De esta nueva conceptualización se desprende la clínica psicoanalítica propiamente dicha, basada en el estricto análisis del complejo de Edipo y del deseo inconsciente.

Tercer momento: niño ¿sujeto del inconsciente?, hacia una clínica con niños

Este momento está caracterizado por el énfasis en la observación de las manifestaciones de la sexualidad infantil directamente en los niños, con el fin de corroborar “en vivo” lo que los adultos decían en el diván. No solo Freud, sino también sus seguidores y concurrentes a las reuniones de los miércoles comienzan a realizar múltiples observaciones de sus hijos o niños cercanos, y así lo reflejan las actas de dichas reuniones[1] (Geissmann & Geissmann, 1992). El propio Freud le encarga en 1906 al padre del célebre pequeño Hans, Max Graf, la observación psicoanalítica de su hijo, centrándose sobre todo en la vida sexual infantil. Suele perderse de vista que lo que hoy se conoce como un célebre historial clínico, comenzó siendo una observación de las manifestaciones sexuales de un niño “normal”. El primer capítulo del historial está dedicado a describir las observaciones registradas por su padre respecto a las múltiples teorías sexuales del pequeño, la existencia de la premisa fálica, las tendencias amorosas heterosexuales y homosexuales, la existencia de la masturbación infantil, entre otras. Freud se encarga, a cada paso, de remarcar la satisfacción que le produce el carácter probatorio de dichas observaciones, que “corroboran” las teorías psicoanalíticas construidas a partir del discurso de los adultos (Freud, 1909/1994).

Incluso, estas primeras observaciones sobre Hans fueron dadas a conocer unos años antes de la publicación del historial, en el artículo “El esclarecimiento sexual del niño” (Freud, 1907/1994), cuyas primeras ediciones, como señala Strachey (1959/1994), hasta llevaban el nombre real del niño, que luego fue resguardado. En este texto, Freud se ve obligado a deslindar expresamente las manifestaciones sexuales del pequeño, de las posibles seducciones ejercidas por adultos, afirma: “el pequeño Hans, que por cierto no sufrió influencias seductoras de parte de alguna persona encargada de su crianza, muestra empero desde hace un tiempo vivo interés por aquella parte de su cuerpo que suele designar como ‘hace-pipí’” (p. 118). Puede observarse la insistencia de alejarse de la otrora teoría de la seducción, abonando la idea de una sexualidad propia en el niño.

Del mismo modo, unos meses antes de la aparición del historial clínico, Freud publica el breve artículo “Sobre las teorías sexuales infantiles” (1908/1994), en el cual vuelve a citar el material de observación obtenido del pequeño, sobre todo, el referido a las fantasías universales de los niños. Al poco tiempo de comenzar las observaciones, sobreviene una neurosis en el niño, por la cual se decide emprender un psicoanálisis, convirtiéndose de esta manera, en el primer intento de análisis de un niño.

A pesar de su beneplácito e impulso para realizar observaciones directas en los niños, Freud (1909/1994) expresa todas sus reservas ante los intentos de realizar curas psicoanalíticas con los pequeños. A lo largo de su obra, en las ocasiones en que Freud se refiere explícitamente a la posibilidad de psicoanalizar a los niños, si bien reconoce la importancia que podría aportar dicha empresa, los obstáculos que encuentra para ponerla en marcha le parecen insalvables, encuentra más costos que beneficios. La técnica de la asociación libre creada para el psicoanálisis de pacientes adultos, se topaba con la dificultad de los niños para brindar al analista asociaciones libres verbales. Faltaba de esta manera, el instrumento fundamental para llevar adelante un psicoanálisis.

Es así que, en el historial del pequeño Hans (Freud,1909/1994), ya en su primera página el autor advierte sobre la aplicabilidad del método psicoanalítico a los niños. Sostiene que dicho tratamiento solo pudo ser llevado a cabo gracias a que el niño fue analizado por su propio padre, afirma:

De otro modo habrían sido insuperables las dificultades técnicas de un psicoanálisis a tan temprana edad. Solo la reunión en una sola persona de la autoridad paterna con la médica, la conjunción del interés tierno con el científico, posibilitaron en este único caso (Freud, 1909/1994, p. 7).

Obtener del método una aplicación para la cual de ordinario habría sido inapropiado, es decir, que el análisis de niños solo podría ser pensado si existen tales condiciones excluyentes. A lo largo del historial se transcriben sobre todo los diálogos, los intercambios verbales que sostienen Hans y su padre, a la manera de un análisis tradicional. En el marco de los encuentros el niño comunicaba numerosas fantasías, sueños y ensueños diurnos, que eran interpretados por su padre, siendo a su vez reinterpretados, en un segundo tiempo, por Freud.

Casi una década después, Freud se ve inmerso en una disputa teórica con Jung y Adler, a propósito del estatus de la sexualidad infantil como factor decisivo en la etiología de las neurosis. En este marco, publica el historial del “Hombre de los lobos” (Freud, 1918/1994), cuyo material le aporta un apoyo inigualable para justificar sus postulados ante sus detractores. Se trata de un historial que da pruebas concluyentes no solo de la existencia, sino de los efectos de la sexualidad infantil.

Freud (1918/1994), se propone con esta publicación, realizar un análisis solamente de la neurosis infantil tal como es presentada por un paciente adulto, quince años después. En el artículo se detallan minuciosamente los síntomas acaecidos en la infancia; a grandes rasgos pueden resumirse como una zoofobia que comienza a los cuatro años, seguida por una neurosis obsesiva de contenido religioso.

En este punto, dado que analizamos el lugar de lo infantil, es que cabe preguntarnos si la neurosis infantil es equivalente a la neurosis en la infancia. Freud registra cierta diferenciación entre ellas, afirma:

El análisis consumado en el propio niño neurótico parecerá de antemano más digno de confianza, pero su contenido no puede ser muy rico; será preciso prestar al niño demasiadas palabras y pensamientos, y aun así los estratos más profundos pueden resultar impenetrables para la conciencia. En cambio, el análisis de una perturbación de la infancia a través del recuerdo de una persona adulta e intelectualmente madura está libre de estas limitaciones; no obstante, será preciso tener en cuenta la deformación y el aderezo a que es sometido el propio pasado cuando se lo mira retrospectivamente desde un tiempo posterior (1918/1994, p. 10).

En esta cita puede observarse claramente las limitaciones que percibe Freud sobre la aplicabilidad del psicoanálisis a los niños. A su vez, hace referencia a la dificultad de acceso del niño a la palabra. Debe mencionarse que, seguramente Freud se refiere a la dificultad de los niños para asociar libremente con palabras, pero de ningún modo puede pensarse que los niños se encuentren por fuera del campo de la palabra y el lenguaje, incluso cuando no hablan todavía.

En el historial del “Hombre de los lobos”, Freud prosigue con la enumeración de las limitaciones del psicoanálisis con niños: “para el médico es harto dificultoso lograr una empatía de la vida anímica infantil” (Freud, 1918/1994, p. 11). Esta afirmación sorprende por lo inesperada al venir de un observador tan minucioso como Freud; nos preguntamos ¿cuál sería esa dificultad que es dada demasiado pronto como insalvable? En el mismo artículo reconoce una utilidad de los análisis practicados con pacientes de corta edad, afirma: “los análisis de neurosis de la infancia pueden ofrecer un interés teórico particularmente grande”[2] (Freud, 1918/1994, p. 11), lo cual revela el interés último de Freud de utilizar la técnica analítica con niños; una vez más, el interés por el análisis de niños proviene del carácter probatorio para los postulados teóricos.

Lo central de estas ideas sigue incólume quince años después; en las “Nuevas conferencias de introducción al Psicoanálisis” (Freud, 1933/1994), afirma respecto al psicoanálisis con niños: “nuestra ganancia en tales empresas fue la de poder comprobar en el objeto viviente lo que en el adulto habíamos dilucidado, por así decir, partiendo de documentos históricos” (Freud, 1933/1994, p. 137). Asimismo, vuelve a sostener las limitaciones que ya entreveía desde 1908, dice:

Desde luego, es preciso modificar en gran medida la técnica de tratamiento elaborada para adultos. Psicológicamente, el niño es un objeto diverso del adulto, todavía no posee un superyó, no tolera mucho los métodos de la asociación libre, y la transferencia desempeña otro papel, puesto que los progenitores reales siguen presentes (Freud, 1933/1994, p. 137).3 Fin cita

Es así que las limitaciones para realizar un “psicoanálisis clásico” le parecen insalvables. Podríamos preguntarnos, ¿de quién son las limitaciones, de los pequeños pacientes o de un analista adultocéntrico? A pesar de realizar esta firme sentencia, Freud (1909/1994) la contradice a través de sus actos: no se priva de realizar interpretaciones de contenidos inconscientes; en el mismo historial de Juanito, como se ha mencionado anteriormente, interpreta sus fantasías, juegos y asociaciones formulándolas en clave edípica; es decir, supone dos niveles pertenecientes a contenidos manifiestos y contenidos latentes conformados por deseos incestuosos y parricidas. Además, se puede observar claramente cómo dichas interpretaciones del contenido latente resultan eficaces en la cura. Incluso en la oportunidad en que se encuentra con el niño, Freud se siente habilitado para brindarle una interpretación analítica de rigor.

En otra ocasión analiza un recuerdo infantil de Goethe, de cuando tenía 3 años; Freud señala el significado simbólico inconsciente del accionar del pequeño, afirma que la motivación de arrojar la vajilla por la ventana era indubitablemente su reacción frente al nacimiento de uno de sus hermanos menores (Freud, 1917/1994). Finalmente, debe destacarse que en el célebre juego del fort-da, Freud analiza de manera magistral el contenido del juego de un niño de solo 18 meses de edad que parecía a simple vista, anodino e incomprensible (Freud, 1920/1994).

Freud (1909/1994, 1933/1994) se muestra contradictorio en el marco del debate acerca de un análisis posible para los niños; si bien afirma que el dispositivo analítico no se adecúa a las características específicas del psiquismo de los niños (dificultad de acceso a la palabra, importancia de los padres reales, ausencia de superyó); por otro lado, pareciera que considera a los niños, incluso algunos muy pequeños, como sujetos del inconsciente.

Discusión y conclusiones

En la exploración de la obra freudiana se ubicaron tres momentos de los que pueden extraerse diferentes nociones de “niño”. Como se ha descrito, cada una de estas nociones se encuentra correlacionada con un dispositivo clínico; el primer momento, lo hemos denominado como prepsicoanalítico y corresponde a lo que suele llamarse “teoría de la seducción”. Se trata de un momento en el que se sitúa al niño en un lugar pasivo, como “víctima”; y corresponde con una clínica de la abreacción, cuyo fin último es la catarsis de un exceso sexual. El segundo momento localizado es contemporáneo al descubrimiento de la sexualidad infantil; esto produce una transformación profunda en la noción de niño, y plantea la existencia de un niño “sexuado”. Es en este momento en el que puede ubicarse el inicio del dispositivo psicoanalítico en sentido estricto y otorgar un papel esencial a la realidad psíquica y, por ende, a la responsabilidad subjetiva de los pacientes en su padecer. En el tercer momento ubicado se evidencia una paradoja en el pensamiento freudiano; a pesar de haber analizado y asignado un sentido simbólico a conductas y juegos de niños pequeños, Freud remarca continuamente los obstáculos que encuentra al pensar la viabilidad de curas psicoanalíticas con niños y duda acerca de su eficacia y del método para ponerlas en marcha. De hecho, nunca llevo a cabo en persona el análisis de un niño. Esto nos plantea un interrogante: ¿el niño es un sujeto del inconsciente con el mismo estatus que los adultos?

Si bien existe toda una serie de textos de Freud que parecen sostenerlo, existe toda otra serie que sugiere lo opuesto, como si fuesen dos líneas de pensamiento independientes. Este dilema ha dejado abierto un intenso debate sobre el estatus del “niño” en el psicoanálisis, y de los niños bajo análisis. En este punto, no deja de extrañarnos que a pesar de haber pasado más de un siglo, y haber asistido al desarrollo de cuerpos teóricoclínicos específicos, la polémica aún continúa hasta nuestros días. Esto debe hacernos reflexionar acerca de la naturaleza de la noción misma de “niño”, que se revela más “inquieta” y problemática de lo que se supone, e interroga (¡afortunadamente!) las conceptualizaciones tradicionales dentro y fuera del campo psicoanalítico.

El niño es un sujeto en devenir, es decir, se está constituyendo como tal. Aun cuando el inconsciente es atemporal, no puede soslayarse la dimensión temporal vinculada al desarrollo, la maduración y los tiempos lógicos de constitución subjetiva, a lo que se suman las vivencias, los avatares de su historia vital y las particularidades del vínculo con sus padres. Los niños están transitando por los distintos momentos que contempla Freud en su teorización del desarrollo psicosexual: la etapa oral, anal, fálica, el complejo de Edipo, la represión, las identificaciones, así como el concepto de retroactividad, de modo que no es lo mismo un niño de tres, que uno de nueve años. Todos estos factores suman complejidad y sobredeterminación a la noción de “niño” para el psicoanálisis.

A lo largo de esta investigación se han abierto preguntas respecto a la responsabilidad de los niños en lo relativo a sus síntomas y a la implicancia subjetiva necesaria a fin de poder hacer algo con ellos. En transferencia, aún en casos de niños pequeños, las representaciones y afectos amordazados en los síntomas encuentran un destino diferente cuando el niño puede apropiarse del sentido particular, y que fue problemático hasta ese momento. De esta manera, puede encontrar un exutorio más apropiado a su derrotero pulsional a través del juego, la palabra y sentirse, en muchos casos, liberado del síntoma que lo aprisionaba como sujeto.

No obstante, en la obra freudiana la noción de “niño” parece estar atravesada por múltiples sentidos. Muchas veces, Freud homologa la psiquis del niño al funcionamiento mental del llamado “hombre primitivo” o “salvaje” en obras como “Tótem y Tabú” (1913/1994), y “Psicología de las masas y análisis del yo” (1921/1994). De modo que, desde esa perspectiva, el niño sería muy distinto al hombre adulto civilizado, como si le faltaría evolución, socialización, ilustración. La dificultad de acceso a la palabra en la asociación libre percibida por Freud, se enmarca en esta línea de pensamiento. En este punto debe reflexionarse sobre los condicionamientos de la época; se trata de una visión muy común en la Europa victoriana, que sostenía una visión adulta y etnocéntrica muy particular. De alguna manera, se los considera como “cosa menor”, y no es para nada casual que el análisis de niños es considerado explícitamente por Freud, en la “Conferencia 34” (1933/1994), como un asunto del que deben ocuparse las mujeres analistas.

Asimismo, del análisis de los textos, se observa como si Freud no hubiese aprendido nada nuevo del contacto directo con los niños, por el contrario, constantemente remarca el carácter probatorio que dichas observaciones le proveían para sus teorías. Podemos pensar que aún en un autor tan revolucionario como Freud, existe una especie de círculo vicioso en el cual la propia noción de “niño” invisibiliza la posibilidad de extraer consecuencias clínicas más allá de lo establecido como “pensable” para una época determinada, de ahí la dificultad de “pensar” una praxis analítica con pacientes niños. No obstante, como toda paradoja o dilema, implica un cierre y una apertura.

Referencias:

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Freud, S. (1913/1994). Tótem y tabú. En J. L. Etcheverry (Trad.). Obras Completas: Sigmund Freud. Vol. 13 (pp. 3-164). Buenos Aires: Amorrortu

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Notas

* Derivado del proyecto de investigación: "La noción de “niño” en los principales referentes del psicoanálisis y sus consecuencias clínicas", dirigido por el Dr. Marcelo Grigoravicius, enmarcado en la programación 2014/2016 de Proyectos Plurianuales de Investigación de la Universidad Kennedy.
** Doctor en Psicología, Universidad Argentina J. F. Kennedy. Correspondencia:mgrigoravicius@hotmail.com
*** Licenciada en Psicología Universidad Argentina J. F. Kennedy. Correspondencia:patregueiro@yahoo.es
**** Licenciada en Psicología, Universidad Argentina J. F. Kennedy. Correspondencia:vmaza@fibertel.com.ar
***** Licenciada en Psicología, Universidad Argentina J. F. Kennedy. Correspondencia:lic.abalde@gmail.com
1 Para profundizar sobre las primeras observaciones psicoanalíticas de niños, véase Grigoravicius (2011).
2 subrayado es nuestro
3 El subrayado es nuestro.

Notas de autor

** Doctor en Psicología, Universidad Argentina J. F. Kennedy. Correspondencia:mgrigoravicius@hotmail.com
*** Licenciada en Psicología Universidad Argentina J. F. Kennedy. Correspondencia:patregueiro@yahoo.es
**** Licenciada en Psicología, Universidad Argentina J. F. Kennedy. Correspondencia:vmaza@fibertel.com.ar
***** Licenciada en Psicología, Universidad Argentina J. F. Kennedy. Correspondencia:lic.abalde@gmail.com
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