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LA PLURIACTIVIDAD: EVIDENCIA DE ESTRATEGIA LOCAL ANTE LA EXCLUSIÓN
Scripta Ethnologica, vol. XXXVIII, pp. 25-52, 2016
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas



Resumen: El capitalismo ha ampliado su lógica en todo el mundo: centrado en la producción en masa de bienes, el consumo excesivo, la extracción de “más valor” del trabajador y las relaciones de mercado por el dinero. Simultáneamente, hay sociedades que, en mayor o menor grado, mantienen la lógica de la reproducción social y desarrollan estrategias de supervivencia fuera o en relación con el patrón: la ayuda mutua, la solidaridad, la “mano trasera” y la “venganza” son ejemplos de la misma; A través de ellos se hace evidente que no todo tasa con dinero o un tiempo particular de medición y productividad. Mención especial se refiere a la pluriactividad, derivada de la lógica de la reproducción social de diversas sociedades. Este artículo se centra en cuatro localidades del Estado de México (San Bartolo Morelos, San Marcos Tlazalpan, San Lorenzo Malacota y Santa Clara de Juárez), donde la gente satisface las necesidades con sus propios recursos e ingresos de diferentes orígenes. Incluso cuando las formas de vida en las ciudades locales mantienen prácticas ancestrales, a pesar de los embates de las posiciones hegemónicas que se están gestando, son más modernas y funcionales de lo que aparecen.

Abstract: Capitalism has expanded its logic worldwide over: focused on goods mass production, excessive consumption, extraction of “plus value” of the worker and market relations rule by money. Simultaneously, there are societies that, on a greater or lesser degree, maintain social reproduction logic and develop surviving strategies outside or in connection with the pattern: mutual aid, solidarity, the “hand back” and “revenge” are examples from the same; through them it becomes clear that not all rate with money or a particular time measuring and productivity. Special mention concerns to pluriactivity, derived from logic of social reproduction of various soci- eties. This article focus on four locations from Mexico State (San Bartolo Morelos, San Marcos Tlazalpan, San Lorenzo Malacota and Santa Clara de Juárez), where people satisfy necessities using their own resources, and incomes from different origins. Even when life forms in the local towns maintain ancestral practices, despite the buffeting from the hegemonic positions that are brewing, they are more modern and functional than them appear.

Keywords: Pluriactivity, capitalism, ethnic group.

Introducción

En los 400 años de vigencia del sistema mundo (Wallerstein, 2005) se puede observar cómo éste tiende a incorporar a su lógica, a sociedades consideradas pre-capitalistas. Cuando más sociedades adoptan y consideran prioritarias las lógicas de reproducción que subyacen en el modelo capitalista —la especialización productiva, en serie y masificada, también denominada “a escala”, la producción de mercancías, la reproducción y acumulación del capital productivo y no productivo, el trabajo asalariado y la plusvalía, el consumo desmedido de mercancías que no necesariamente se pueden considerar esenciales para la sobrevivencia humana—, es entonces que pasan a engrosar sus filas.

En paralelo persisten sociedades consideradas pre-capitalistas, que siguen practicando lógicas de reproducción que no se apegan al modelo hegemónico, y/o con el cual no se coincide del todo: las prácticas de algunas poblaciones se enfocan más a la reproducción social ampliada (Coraggio, 2009) donde privan principios como la reciprocidad, el uso de re- cursos propios para la subsistencia (bienes de uso) y el establecer relaciones de intercambio —de bienes y trabajo—, sin recurrir al dinero. Al conservar lógicas de reproducción propias, tales sociedades experimentan cierta condición de exclusión, pues se les concibe como atrasa- das, carentes de las cualidades económicas que conducen al supuesto desarrollo y su lógica de reproducción. En efecto, el capitalismo espera que sus operarios tengan ciertas cualidades (educación especializada, concepción de acumulación, idea de consumo, entre otras) gracias a las cuales se puedan considerar eficientes y exitosos.

Los Estados-Nación han promovido, por medio de políticas específicas -educativas, de incentivos o compulsivas—, la conformación de los sujetos sociales que el modelo requiere para operar y así suministrar tanto la mano de obra para la producción especializada, como para trasladar el consumo a la compra de mercancías, destruyendo las condiciones de autosuficiencia y autonomía de los productores y de las comunidades: “Depender del dinero para la satisfacción de necesidades convierte en pobres a quienes no lo eran” (Collin, 2014:26), en adelante necesitados de dinero, para satisfacer sus necesidades en el mercado.

Sin duda, el modelo económico capitalista, ahora en su fase neoliberal, se ha convertido en un modelo hegemónico que impacta de muy diversas maneras en las poblaciones, y a las cuales utiliza para seguir acumulando y produciendo según sus cánones: “En la producción social de su existencia, los hombres entran en relaciones determinadas necesarias, independientes de su voluntad; estas relaciones de producción corresponden a un grado determinado de desarrollo de sus fuerzas materiales de producción” (Marx, 1989), al generalizarse, dichas formas se naturalizan, es decir que son vistas como eternas e inevitables. Sin embargo, existen también otras lógicas económicas, como ha tratado de demostrar la antropología económica sustantivista (Godelier, 1976).

Tanto desde la perspectiva teórica como de la práctica política se han buscado contrapropuestas o alternativas al capitalismo. Desde los socialismos, tanto utópico como el autodenominado científico de Karl Marx, que han calado hondo en diferentes sectores sociales por más de un siglo, hasta las propuestas más recientes que retomando la tradición socialista utópica, pugnan por una organización social solidaria (Razeto, 1988), pasando por aquellas que bus can una relación más armónica del hombre con la naturaleza —como el posdesarrollo Escobar (2010); el descrecimiento, (Latouche, 2009); o la economía ecológica (Martinez- Alier, 2001)—que reflexionan y postulan formas alternas de producción “menos depredadoras” en todos los sentidos.

Este trabajo aborda las prácticas de reproducción social ampliada (Coraggio, 2009) o lógica reproductiva (Hinkelammert, 2009), donde el esfuerzo productivo se centra en la satisfacción de las necesidades vitales, por tanto no necesariamente se enfocan en la producción de mercancías, la reproducción del capital, ni al consumo masificado. Sin duda, aquellas sociedades catalogadas como tradicionales han puesto en práctica estrategias tanto para convivir en un contexto capitalista, que los incluye de forma parcial en su modelo, como para seguir reproduciendo sus formas de vida en las que se priorizan prácticas no necesariamente tasadas de forma monetaria. La necesidad de volver la mirada a tales sociedades estriba en el aporte que las mismas pueden hacer a una sociedad que cada vez encuentra menos respuestas en el modelo dominante. Si las sociedades denominadas pre-capitalistas, tradicionales e incluso arcaicas, han podido sobrevivir sin recurrir del todo a los principios que rigen el modelo capitalista, mucho se puede descubrir de ellas para empezar a mirar desde otra perspectiva las prácticas que han llevado a una situación que apunta a la insostenibilidad ambiental, la polarización social y la falta de condiciones de reproducción para un número creciente de seres humanos.

Para reflexionar sobre las prácticas locales de reproducción social ampliada se han elegido cuatro localidades, en las que buena parte de su población tiene origen étnico otomí, y han gestado y mantenido relaciones que no concuerdan del todo con el modelo individualista. En el intento de reproducir sus formas de vida han logrado mantener principios de reciprocidad, solidaridad y comunitarismo (Bell, 1993) que no necesariamente se apegan a las bases que sustentan la imagen del empresario en busca de ganancia.

Las cuatro localidades de referencia son: San Bartolo Morelos (cabecera municipal), San Marcos Tlazalpan, San Bartolo Morelos y Santa Clara de Juárez, todas pertenecientes al municipio de Morelos, en el Estado de México. Tienen la peculiaridad de ser identificadas según las actividades primordiales realizadas por sus habitantes: venta en la vía pública de pájaros, camote en carritos y tlacoyos (1); y producción de piñatas que se venden en lugares fijos sobre carretera y/o directamente a intermediarios. Si bien es común que a sus habitantes se les conozca como “los pajareros” de San Bartolo, “los piñateros” de San Marcos, “los camoteros” de San Lorenzo y “las tlacoyeras” de Santa Clara, también en tales localidades se realizan otras actividades como artesanías, agricultura, ganadería, confección de textiles, entre otras. Es la combinación de diversas actividades lo que refiere a las estrategias y lógicas particulares de enfocar los esfuerzos para reproducir formas de vida ampliada.

En suma, las poblaciones étnicas aquí retomadas sirven de ejemplo de cómo algunas sociedades en diferentes momentos y/o esferas de su historia se mantienen al margen del modelo dominante, y/o que pueden incorporarse al mismo según sus propias representaciones. Con énfasis en las actividades económicas y su peculiar forma de llevarlas a cabo, las cuatro poblaciones/localidades se caracterizan por prácticas catalogadas desde el Estado como informales, actividades que permiten su sobrevivencia. Esperamos que este aporte permita reflexionar respecto a lo que en últimas fechas diferentes movimientos sociales han buscado retomar, volteando a ver a estas sociedades y revalorando sus formas de organización, relaciones con la naturaleza e, incluso, sus prácticas encaminadas a la subsistencia (administración de recursos); sin duda, con tales esfuerzos se busca hacer evidente que sí son posibles otras maneras de relacionarnos con la naturaleza y los demás seres humanos; analizar formas alternas al modelo económico predominante implica analizar, e incluso proponer, herramientas teórico-metodológicas diferentes, precisamente, de las que se usan para explicar al modelo que, pareciera, todo lo explica. Esta propuesta retoma los planteamientos de la antropología económica sustantivista (Godelier, 1976), en cuanto a la posibilidad de otras lógicas económicas.

Exclusión e integración

La población considerada para analizar las formas de exclusión e incorporación al modelo económico capitalista reside en el Estado de México, concretamente en el municipio de San Bartolo Morelos, repartida en 4 localidades, como ya hemos señalado: San Bartolo Morelos (cabecera municipal), Santa Clara de Juárez, San Lorenzo Malacota y San Marcos Tlazalpan. El municipio se localiza en la parte noroeste del estado, sobre la Sierra de las Cruces, con una altura que alcanza los 2700 msnm, sus límites geopolíticos municipales son: al noreste con Chapa de Mota; al noroeste con Timilpan; al este con Villa del Carbón; al sur con Jiquipilco; al suroeste con Jocotitlán y al oeste con Atlacomulco (INAFED, 2010). Caracteriza a esta población, entre otros aspectos, su origen étnico otomí (García-Mendieta, 1999). Cabe resaltar que la población indígena en el país ha estado históricamente asociada a condiciones de pobreza y marginación; se les ha catalogado como pobres bajo los criterios pensados por el modelo cultural considerado civilizado, que coincide con los patrones de producción y consumo occidentales. La ficción estadística invisibiliza a quienes satisfacen sus necesidades de manera tradicional (autoconsumo, reciprocidad, saberes tradicionales), pues, al medir exclusivamente los ingresos en términos de dinero no contabilizan los bienes de autoconsumo ni los intercambios de los bienes obtenidos de esta manera (Collin, 2014: 26).

Las categorías endilgadas a las poblaciones étnicas del país -atrasados, arcaicos, ignorantes e, incluso, rurales- parten de la población mestiza y/o urbana, y normalmente asumen un tono peyorativo. Tales categorías automáticamente los colocan en situación de inferioridad y discriminación, que se ha asociado con limitaciones en cuanto al ejercicio de derechos.

Las categorías de indios e “indígenas” (2), en sí mismas, no han estado exentas de tener una carga peyorativa, e históricamente se asocian con prejuicios en relación con aquello que implica ser indígena. Muestra de ello está en los criterios para identificar a la población del país, en los censos de principios del siglo pasado se llegaron a considerar aspectos como la identificación racial, pero sobre todo, persisten desde ese entonces los indicadores vinculados con los bienes de consumo: el uso de determinado calzado y vestido, además de las preferencias alimenticias e, incluso, implementos para dormir (considerando el suelo, petate y cama) (Carrasco y Alcázar, s.f.). El hecho de usar determinado calzado, vestimenta, preferencias alimenticias, etc., quedó arraigado en las representaciones sociales como indicador para identificar a aquél que es diferente y sobre todo, no civilizado, por tanto, catalogarlo como atrasado, marginado o pobre, entre otras categorías peyorativas. En el caso de México, el color de la piel, no ha sido determinante; desde tempranas épocas, la sociedad colonial asimiló a quienes adoptaran los estilos de vida y consumo peninsulares. Para el siglo XX Moisés Sáenz, reconoce cómo sin mudar el color de la piel, el indio que se traslada a ciudad y asume sus usos cambia de estatus social (Sáenz, 1982). Tanto por la incidencia del relativismo cultural, propio de la disciplina antropológica, como de las políticas públicas en torno al cuestionado multiculturalismo (Velasco, 2000), se procura cambiar las categorías e indicadores con las que se construye la imagen de las sociedades que son catalogadas como diferentes, incorporando la adscripción o auto-adscripción, la cultura, la lengua, el sistema de organización social, la descendencia, la residencia o el derecho de residir en un territorio o comunidad indígena; la aceptación del control de una autoridad indígena (Renshaw y Wray, 2004: 6). Sumado a lo anterior, se han realizado campañas tratando de concientizar que el ser diferente no supone atraso, antes bien, la necesidad de convivir y como igual a cualquier persona sin distingo de lengua, vestimenta, preferencia sexual, o costumbres. Campañas criticadas por su ideología igualitarista liberal (Moreno, 1999). Desde otra perspectiva se pretende reivindicarlas como modelo civilizatorio (Farah, 2011).

En México actualmente, con fines estadísticos y de política pública, se consideran dos criterios para identificar a la población indígena: hablar una lengua prehispánica y la auto adscripción-identificación con algún grupo étnico. Hay que tener presente que a partir de esos dos criterios se ha extrapolado la situación respecto a la población que se encuentra cercana de quienes se auto-adscriben y/o declaran hablantes de una lengua indígena: se consideraba “población indígena a todas las personas que contempla que el Índice de Desarrollo Humano (IDH) incluya al menos 8 indicadores para identificar a la forman parte de un hogar indígena, donde el jefe(a) del hogar, su cónyuge o alguno de los ascendientes (madre o padre, madrastra o padrastro, abuelo[a], bis abuelo[a], tatarabuelo[a], suegro[a]) declaró ser hablante de lengua indígena. Incluye también a personas que dijeron hablar alguna lengua indígena y que no son parte de estos hogares” (CONEVAL, 2014a: 8).

La indisoluble vinculación indio-pobre, también puede constatarse a partir de los indicadores seleccionados para medir la pobreza, pues colocan en la categoría de pobres a quienes no se incorporan plenamente a la economía de mercado. Las actuales formas de medición de la pobreza intentan superar la visión unidimensional propia de la línea de ingreso, lo que se expresa al reconocer el carácter multidimensional de la pobreza. Esta posición se evidencia cuando el CONEVAL —(Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social), en tanto órgano encargado de generar información objetiva sobre la situación de la política social y la medición de la pobreza en México—, reconoce que la pobreza: “No deriva exclusivamente de aquellos bienes que pueden ser adquiridos en un mercado donde la mercantilización ha tazado cada bien indispensable para la reproducción social” (CONAPO, 2014b: 26). Sin embargo, en la práctica sigue refiriendo a bienes adquiridos en el mercado.

La ley General de Desarrollo Social contempla que el índice de Desarrollo Humano (IDH) incluya al menos indicadores para identficar a la población en situación de pobreza: Ingreso corriente pér cápita, rezago educativo promedio en el hogar, acceso a los servicios de salud, acceso a la seguridad social; calidad y espacios de la vivienda, acceso a los servicios básicos en la vivienda, acceso a la alimentación, grado de cohesión social. A pesar de haber multiplicado los indicadores, los bienes considerados siguen refiriendo al mercado, por ejemplo, la alimentación se considera la relación dinero/canasta básica, para medir la calidad de la vivienda, oponen los materiales de construcción tradicionales con lo industriales, priorizando estos últimos, de esta manera invisibiliza todos los bienes de autoconsumo.

De acuerdo con los datos oficiales la situación de vulnerabilidad y de exclusión no ha cambiado, al menos, en una década donde los programas “desarrollistas” han sido la tónica de los gobiernos en turno. Incluso en una de las localidades, la de Santa Clara de Juárez, se agudiza la situación con respecto a lograr mejores condiciones de vida para sus habitantes: de haber sido catalogada como una población con grado de marginación medio en el año 2000 pasó a un nivel Alto en 10 años. Como podemos ver impactado el “desarrollo” en dicha población. En lo que refiere al acceso a servicios, la localidad registra poco más del 40 % sin drenaje ni excusado, y alrededor del 20 % sin agua entubada o piso de tierra. Respecto a la posesión de bienes, el acceso a un bien en el cuadro 1, en la mejor de las situaciones se mantienen la condición de pobreza, ya no se diga que ha empeorado como en el caso de Santa Clara de Juárez.

Cuadro 1
Comparación del grado de marginación en una década

Ahora bien, al observar en detalle las variables a partir de las cuales se construye el indicador del grado de marginación prácticamente en todos ellos se observa una disminución en sus registros. Es decir, sí ha habido una tendencia a aminorar las condiciones de pobreza, cuantificables y desde una visión oficial, tales como los porcentajes de la población analfabeta mayor a 15 años, población de 15 años y más sin primaria completa, así como los porcentajes de viviendas sin drenaje ni excusado, sin agua entubada, con piso de tierra y sin refrigerador.

Es preciso señalar que en poblaciones como San Marcos Tlazalpan se continúa con altos índices de analfabetismo y de carencia de servicios: en el año 2000 su población registraba casi un 70 % sin haber terminado la primaria, mientras que para el año 2010 es casi el 50% de su población la que se encuentra en tales circunstancias. Si a este 50% de población con estudios de primaria incompletos le sumamos un 33% de población analfabeta, para el, ya se puede entrever cmo ha impactado el desarrollo en dicha poblacin. En lo que refiere al acceso a servicios, la localidad registra poco más del 40% sin drenaje ni excusado, y alrededor del 20% sin agua entubada o piso de tierra. Respecto a la posesión de bienes, el acceso a un bien tecnolgico como lo es el refrigerador se ha mantenido prácticamente igual.

El hacinamiento por vivienda para las cuatro localidades (véase cuadro 2) registra un aumento en todas las localidades, e indica que para el año 2010 hay en promedio más personas viviendo en una habitación con respecto al año 2000. Este dato es revelador y, al parecer, es el que lleva a las localidades a que sigan dentro de altos grados de marginación, pues aun cuando se han disminuido los niveles en otros rubros (rubros que los gobiernos en turno relativamente fácil pueden abatir a través de algún programa), el del hacinamiento registra incrementos. El gobierno puede implementar programas de electrificación, “letrinas ecológicas” o “piso firme”, e incidir de forma directa en los indicadores que señalan la marginación en el país. Pero ¿qué hay de aquellos datos que revelan la expulsión de la población de sus localidades y de la imposibilidad de invertir en vivienda, o la necesidad de albergar a parientes? Tales esferas, el gobierno no las puede abatir de un plumazo, y constituyen un reflejo fehaciente de las condiciones reales de un sistema económico que limita el acceso a vivienda o para que puedan generar opciones locales y que la población no tenga que migrar.

Cuadro 2
Promedio de ocupantes por habitación (4)

Como se señala líneas arriba, la emigración de la población constituye otro de los indicadores que señala la condición de estar al margen de lo que se denomina desarrollo. En las localidades de interés la población ha disminuido, o ha registrado un mínimo aumento (no acorde a los que se registran en el país, 1.4 %) (Véase cuadro 3), lo que lleva a inferir que hay un grado importante de emigración por las mismas condiciones que se viven (además de que las actividades económicas/comerciales que realizan las realizan preponderantemente fuera de sus lugares de origen, como veremos más adelante).

Cuadro 3
Población total en las localidades Población total

No es de extrañar que a lo largo de la década de referencia, a través de los programas “Oportunidades” implementados por los ex presidentes Vicente Fox y Felipe Calderón, las políticas de asistencia social se enfocaron en cuestiones de electrificación, alfabetización, pisos de cemento, etc. Aun así, las poblaciones siguen manejando altos índices de marginación en relación con los indicadores de desarrollo y modernización.

Lo que el sistema demanda

Hoy en día se hace referencia al modelo de desarrollo como si todos comprendieran lo que conlleva, y como define buena parte de la vida cotidiana. Estamos tan imbuidos en el modelo que rara vez nos detenemos a pensar en las formas en cómo influye y moldea según sus necesidades; es en esa relación económica y en las formas de hacer y percibir las acciones para satisfacer las necesidades humanas que se construyen categorías y significados. No hay que perder de vista que tal modelo alcanzó su dimensión actual gracias una serie de transformaciones y, a la vez, incidiendo sobre los entes que se ostentan como sus operarios: “[…] el gran drama del pensamiento crítico del siglo XX consistiría en que habiendo sido crítico del capitalismo y sus secuelas, quedó atrapado al interior de la propia modernidad, sin poder salir de él nunca, justificando al final siempre a la modernidad y su sociedad, como lo único racional o lo realmente posible” (Bautista,2011:17).

Para que el capitalismo llegara a convertirse en el modelo económico dominante, o sistema mundo, fueron necesarias una serie de revoluciones políticas que se sucedieron en la segunda mitad del siglo XVIII (la guerra civil estadounidense, la abolición de la servidumbre en Rusia, la unificación italiana y la alemana, las reformas democráticas británicas, entre otras). A partir de tales acontecimientos los gobiernos establecieron nuevas condiciones legales para las corporaciones comerciales, llevando a una revolución burocrática y a la implementación de un sistema económico regulado cada vez más por una filosofía del mercado, de producción y de acumulación (Hart, 2015: 13). Desde entonces una buena cantidad de estudios económicos han analizado y propuesto modelos para la optimización, e incluso la idealización, del buen funcionamiento del sistema económico capitalista. Algunos de esos estudios se han enfocado en la cuestión de la localización de las empresas, los costos que implica el producir y demás variables que inciden en las ganancias y/o resultados esperados (Garrido, 2007; Gordon, et al, 2001; Krugman, 1996). Evidentemente el modelo económico capitalista a lo largo de su historia ha requerido de ciertas condiciones para su desarrollo. Entre ellas la destrucción de las formas económicas preexistentes, para generar mano de obra para las empresas. En la actualidad, a la par de las condiciones de infraestructura, acceso a insumos para la producción y de capital, también hay un tipo de requerimientos que inciden en que una región sea atractiva o no y que en ella se inserten quienes ostentan el capital: la infraestructura social. Este tipo de infraestructura incluye la educación, los aspectos culturales, las relaciones sociales, entre otros aspectos y que también son valoradas cuando se toman decisiones para localizar actividades que generen y/o atraigan mano de obra calificada (Garrido, 2007: 42).

Especial mención merece la cuestión social y cultural, ya que desde los albores del capitalismo se generan transformaciones tanto de los individuos como de los espacios, adjudicándoles, y esperando, cualidades específicas a ambos entes. La Revolución Industrial, como un parteaguas en la forma de producir y llevar los asuntos económicos, no sólo trastocó las formas de producción, hubo un cambio de paradigma a tal grado que la misma percepción sobre las personas y su entorno adquirieron nuevas cualidades. En efecto, el nuevo uso del tiempo y del espacio incidía de forma directa en las percepciones en construcción sobre las personas: Es “…en pleno apogeo del capitalismo, cuando economistas y pensadores de las nacientes ciencias sociales estaban “obsesionados” por la medición y control del tiempo y de los espacios como llave para “ordenar” las consecuencias sociales del agitado desarrollo industrial” (Artese, 2013: 14). Así, la construcción del nuevo ser social se enfoca en su preparación para que se adapte a los tiempos y espacios de la producción industrial y, además, que sea capaz de alimentar con su fuerza de trabajo y hábitos de consumo al sistema de producción en plena expansión. Para ello fue necesario disciplinar los cuerpos (Foucault, 1976). Aún más, en dicho momento se gesta la dicotomía entre el mundo urbano y rural. Es en los albores de la era industrial y del capitalismo cuando se crean las bases de una nueva sociedad, ésta empieza a manejarse bajo cánones que se van alejando de lo que implica vivir bajo los tiempos cíclicos de la naturaleza. A través de la educación y la capacitación se moldea a las personas para el nuevo modelo económico, e incluso en ese proceso se encuentra la simiente de lo que se considera moderno con respecto a lo atrasado. Es entonces que la idea de la razón instrumental (Sahlins, 1988) se antepone a los sentidos y/o instintos. n los nuevos espacios urbanos el tiempo tiene un costo; el uso de cada espacio implica una satisfacción que puede ser tasada de forma monetaria (costo de transporte, costo de tiempo, costo de consumir). Así, ante una nueva forma de cuantificar todo, es que impera un ejercicio por comprender/racionalizar cada acción.

La descripción del Espíritu moderno se adjunta a características calculadoras. El dinero y el reloj aparecen como símbolos de la racionalización, del cálculo, característicos de la vida urbana. Existe un predominio de la lógica de lo cuantitativo por sobre lo cualitativo, nada resiste a la edición/nivelación. Las ciudades se encuentran regidas por un esquema temporal fijo, un tempo y una técnica. La puntualidad, calculabilidad y exactitud favorecen la exclusión de los rasgos irracionales, instintivos que determinan desde sí la forma vital (Dettano, 2013: 91).

Desde los albores del capitalismo inicia un proceso de segregación de aquello que no abona para el desarrollo del sistema. Es entonces que se hace evidente la polarización entre lo rural y urbano, entre lo razonable y lo instintivo, entre lo moderno y lo arcaico, como lo conocemos hoy en día, y que ello tiene sus bases en las formas de significar las acciones. Empieza un proceso de transformación en el que la forma de valorar las relaciones sociales y/o los objetos de consumo adquiere cualidades específicas en los orígenes del capitalismo y durante la Revolución Industrial se trastoca la forma de adjudicar valores a todo aquello con lo cual nos relacionamos, tanto entre personas como las cosas y con la naturaleza. Es en la reproducción social de los grupos humanos donde encontramos esas lógicas de adjudicar significados a las acciones. Varios son los autores que señalan dicha transformación: “En Marx el valor es, como se dijo, una relación social entre productores independientes de mercancías, una forma social históricamente determinada que solo existe en la sociedad mercantil…” (Sabogal, 2011:214). Veremos más adelante que el valor no sólo remite a cuantificar un objeto o relación, también conlleva catalogar y jerarquizar a las personas según las cualidades que se les adjudican; al valorar todo aquello con lo que nos relacionamos tanto le adjudicamos una cualidad como un significado. Polanyi (2006) prioriza la separación de la economía como esfera autónoma y el surgimiento de dos falsas mercancías: la tierra y el trabajo.

Recapitulando, la categoría “indígena” trae aparejados una serie de cualificaciones peyorativas, las cuales hoy en día no se han derribado por completo. Además, la situación de vivir en un ámbito rural y ser categorizado como “pobres” ahonda en esa percepción que incide en la exclusión de las personas con tales atributos. A lo anterior se adjunta la situación concreta de la educación, aspecto relevante dentro de un modelo económico que intenta tener una población con condiciones específicas (trabajadores especializados y calificados, además de consumidores ávidos de nuevas mercancías dentro de un círculo vicioso de necesidades creadas por el mercado).

Al observar los datos consignados en los censos nacionales se hace evidente que la población de las localidades en cuestión, históricamente ha estado al margen de lo que el mismo sistema económico espera de los sujetos sociales. Al comparar la situación respecto a la educación en las cuatro localidades queda de manifiesto que el Estado no ha logrado proporcionar los insumos mínimos de capacitación a la mayoría de la población. Los porcentajes de analfabetas y de población que cuenta con una educación básica trunca oscila desde el 29 % (San Bartolo Morelos, cabecera municipal) hasta el 80 %, en el peor de los casos (San Marcos Tlazalpan) (4).

Hasta aquí se ha tratado de evidenciar cómo desde un modelo de desarrollo se han construido conceptos y percepciones respecto a las personas, su quehacer y cualificación bajo las dicotomías moderno-arcaico, rural-urbano, pobre-rico. La especialización, el uso del tiempo acotado y la construcción de categorías según las necesidades del sistema han incidido en cómo se categoriza a determinados grupos humanos; el contar o no con ciertas cualificaciones no sólo es una consecuencia de un modelo económico, también es resultado de políticas que desde el Estado y los gobiernos en turno programan.

El poseer o no la educación y capa- citación para responder a las necesidades del mercado ubica a quienes tienen más o menos oportunidades dentro de un esquema de producción y consumo. Sería de esperar que entre el Estado y las instituciones que proveen vida al modelo hegemónico encaminaran sus acciones para incluir a la población sin distingos de “raza”, localización, lengua u cualquier otra cualidad, pero está visto que, antes bien, el mismo sistema mantiene en estado de marginación a buena parte de la población, más aún cuando las capacidades incluyentes del mercado, en cuanto a la incorporación de mano de obra se están agotando (Forrester, 1999; Rifkin, 1996).

Prolegómenos de las formas alternas al sistema económico

Actualmente se evidencia la revalorización de las culturas otras. Ante las condiciones de insostenibilidad que ha generado el modelo de desarrollo industrial se han buscado y propuesto alternativas para satisfacer las necesidades humanas de reproducción social, así como para replantear los principios bajo los cuales se relacionan los seres humanos y demás entes biológicos y/o materiales (5). Así, continuando con las polaridades a grosso modo, se encuentra la parte de la sociedad que vive inserta en el modelo económico capitalista asumiendo su forma de vida en todos los sentidos y aquellos grupos que, ante el embate de dicho modelo, se adapta en forma parcial y/o en la medida de sus necesidades y posibilidades, mientras conserva lógicas alternas.

Resulta innegable que el análisis de las pautas culturales juega un papel preponderante para, primero, identificar esas formas que no encajan del todo en el modelo hegemónico y, segundo, reconocer en las mismas, las estrategias de acción que han permitido a sus portadores satisfacer sus necesidades de reproducción social. Es de esas estrategias de los pueblos considerados arcaicos de donde se han retomado algunos de sus principios rectores para aventurar nuevos modelos de administrar los recursos naturales y establecer relaciones entre los grupos humanos.

Haciendo un paréntesis, aquí es preciso señalar que las formas de conceptualizar el tiempo, el uso del espacio, la valorización de los recursos, objetos o insumos consumidos, se encuentran cargados de significación que remite a formas culturales concretas de ver la vida (6). En el apartado anterior se trató de resaltar el momento desde el cual se empiezan a diferenciar las formas de reproducción social, y mientras algunos individuos se construyen como urbanos, modernos o capitalistas, otros siguen manteniendo su relación estrecha con lo rural, con relaciones de solidaridad y reciprocidad, viviendo momentos cíclicos apegados a sus cultivos y etapas de los animales que se crían, además de no valorar todo a través de la moneda. Todo ello forma parte primordial de las prácticas culturales étnicas: “Es más que evidente que los bienes de consumo no tienen el mismo valor material ni simbólico para cada grupo indígena y/o social” (Chase, 1972).

En los pueblos andinos y Mesoamericanos las familias compiten por el prestigio a través de las fiestas, pucaras o cargos, que implican grandes gastos y pueden llevar años de preparación. Entre otras sociedades, como los Nambikwara o los Aché, el líder es la persona más pobre, que da todo lo que tiene a los demás (Lévi-Strauss,1967 ; Clastres, 1972, 1998; citados en Renshaw y Wray, 2004:2).

Ahora bien, es preciso enfatizar que aun cuando algunas poblaciones puedan tener formas concretas de catalogar ciertas relaciones sociales y/o de valorar los recursos para su subsistencia, ello no quiere decir que no se conviva o retomen elementos de otras formas de estructurar la vida. Como ya se ha señalado, el impacto del capitalismo y su forma de mercantilizar todo tipo de objeto o relación social conlleva a que cada vez sean más las personas que se relacionan a través del mercado para adquirir ciertas mercancías, establecer relaciones sociales diversas y, a la par, ello conlleva que se dependa cada vez más de los ingresos monetarios. Sin embargo, lo anterior no es sinónimo de que todas las actividades sean mercantilizadas o tasadas a través de un valor monetario (Collin, 2014; Long, 2007).

Así, como en los inicios del capitalismose requirió de un proceso de construcción de los individuos como insumo para los procesos productivo y de consumo, hoy en día aparecen propuestas que apuestan por rescatar formas de organización y significación diferentes al de aquel. Por ejemplo, la ecología social considera un cambio social profundo e, incluso, sustituir a la sociedad capitalista por una sociedad ecológica que no sea jerárquica ni clasista (Foladori y Pierri, 2005: 74-76); la economía social y solidaria, con exponentes como Coraggio (2009), Razeto (1988) quienes propugnan por una forma de organización económica donde se retomen valores como la solidaridad y la cooperación entre los trabajadores, pasando por cuestiones políticas y culturales que tienen como eje central al trabajo para la reproducción social. Otra de las propuestas remite a la conjunción de posturas como la marxista y la ecológica, en la cual se retoman algunos de los postulados de Carl Marx y los planteamientos ecológicos actuales para comprender, entre otros aspectos, cómo se valoran los recursos naturales desde la economía y las relaciones sociales económicas que dan lugar a la polarización de la sociedad, que ha llevado a una desigualdad en la forma en cómo se utilizan los recursos y, por tanto, en la responsabilidad respecto al impacto de las acciones humanas sobre la naturaleza (Riechmann, 2012).

Desde el ecologismo, el marxismo, o la ética, se reclaman relaciones sociales y modelos que tienen sustento en las culturas otras. Al volver la mirada sobre sociedades que históricamente han sido relegadas se reflexiona y extrapola su conocimiento para aprender a racionalizar de forma distinta. Por ejemplo, desde la economía ecológica se plantea la necesidad de modificar la relación instrumental hombre-naturaleza, y para ello se propone revalorar las percepciones de grupos indígenas respecto a su relación con la naturaleza y el uso de los recursos disponibles, así como las relaciones sociales y solidarias (Barkin et al, 2012; Foladori y Pierri, 2005). Especial atención merece la propuesta que se sustenta en “el buen vivir”, expresión ésta retomada de grupos indígenas, principalmente de Bolivia y Ecuador, y la cual ya ha sido incluida en las respectivas Constituciones Nacionales. Esta propuesta contiene la idea de relaciones armónicas de los seres humanos entre sí y con la naturaleza, además de prácticas solidarias y no depredadoras para solventar las necesidades humanas (Gudynas y Acosta, 2011).

Tratando de encontrar soluciones a los problemas sociales y ambientales se retoman lógicas de reproducción social que han pervivido a la par, dentro y/o aprovechando los intersticios del modelo hegemónico, lógicas de reproducción propias (7), y/o marginados del modelo económico capitalista. Una de las formas que aparecen de manera recurrente en trabajos etnográficos se ha conceptualizado con el nombre de pluriactividad. Es una estrategia que debe de considerarse no sólo como una alternativa ante la incapacidad del sistema de mercado capitalista de incorporar a toda la población bajo su lógica de consumo y depredación de medios.

Entendemos que la pluriactividad implica todas aquellas actividades encaminadas a la reproducción social ampliada, y no solamente a las actividades que son remuneradas de forma monetaria; no necesariamente constituye una respuesta ante la condición de marginación que se experimenta, es una lógica de reproducción social donde se hacen compatibles los tiempos, los espacios, los recursos disponibles y todas las prácticas sociales encaminadas a la pervivencia de los grupos que las practican. La combinación de actividades evidencia que es posible el diálogo entre la diversidad de espacios, tiempos y actividades y que unos no necesariamente están disociados unos de los otros. Precisamente si partimos de la premisa de que persisten sociedades con lógicas diferentes a las del sistema económico dominante, entonces sus actividades son revestidas bajo una racionalidad particular.

Recientemente ha habido un interés particular por la forma en cómo sociedades rurales despliegan diferentes estrategias laborales para solventar sus necesidades. Es curioso que pareciera un tema nuevo, cuando la pluriactividad ha sido una constante en muchas sociedades. El predominio de la función agrícola, impedía mirar otras iniciativas y procesos que ya estaban bastante consolidados en la región. El campo seguía conceptualizado como un espacio productivo adscrito al sector primario de la economía, sus actores eran ante todo campe- sinos y en general se trataba de una sociedad atrasada frente al mundo urbano, embarcado en la modernidad y luego en la postmodernidad (Grammont y Martínez, 2009: 9). Sin duda ha habido un especial interés en comprender todo lo que refiere al campesino, y éste obtuvo una importancia inusual cuando se convierte en un personaje en construcción y/o transformación a partir de programas nacionales de reparto de tierra; se enfocaron los estudios para tratar de comprender y teorizar sobre qué implicaba ser campesino. Sin embargo, la pluriactividad ha sido una conducta constante en las poblaciones indígenas que han mantenido su racionalidad al valorar sus relaciones sociales y todos los recursos para su sobrevivencia: “[…] una revisión de la literatura etnográfica no sesgada hacia la reificación de la agricultura descubre que la pluriactividad ha sido uno de los rasgos más consistentes y persistentes de las familias rurales en México. En verdad, se podría decir que desde fines del siglo XIX, al menos, las familias campesinas obtenían sus productos e ingresos de una articulación constante, aunque flexible, diversa y cambiante, de cuatro actividades” (Arias, 2009: 175).

Es necesario resaltar que en muchas sociedades la pluriactividad no devino en estrategia a partir de la condición como campesino, como efecto de las reformas agrarias. En efecto, como veremos en el apartado siguiente, las comunidades sujeto de este trabajo no se convirtieron a la pluriactividad como estrategia tratando de subsanar su situación, sino que respondía a una lógica productiva preexistente, basada sobre la diversidad. Es preciso reconocer que si bien el reparto agrario respondió a una demanda de la población rural, también se aprovechó para intentar encuadrarla bajo la lógica capitalista del mercado. Desde finales de la revolución y con mayor intensidad después de la segunda guerra mundial, diversos proyectos y programas de desarrollo, bajo diferentes enfoques teórico-metodológicos se avocaron a tratar de lograr el cambio cultural y la aceptación de la mentalidad de mercado. Situación particular guardan aquellas sociedades que no se convirtieron, del todo, en agricultores y que mantuvieron un fuerte arraigo en sus costumbres.

La pluriactividad en acción (8)

Como ya lo hemos señalado, las actividades económicas en las cuatro localidades (San Bartolo Morelos, San Marcos Tlazalpan, San Lorenzo Malcota y Santa Clara de Juárez) combinan la agricultura para el autoconsumo, con actividades comerciales como la venta de pájaros, camotes y plátanos asados para su venta en la vía pública, la confección de piñatas y la venta de comida (principalmente tlacoyos) casa por casa. Incluso a través de las actividades comerciales se le ha adjudicado un gentilicio de reconocimiento a los pobladores de dichas localidades: “Los pajareros” de San Bartolo, “los camoteros” de San Lorenzo, “los piñateros” de San Marcos y las “tlacoyeras” de Santa Clara

A la par se realizan otras actividades de tipo artesanal, como el tejido del popote de trigo, la confección de gabanes y otras prendas típicas como el ceñidor, el quexquemelt, morrales, entre otras. Cabe señalar, que buena parte de estas prendas se encuentran en desuso local y que en buena medida sólo se laboran para su venta como artesanías. También es común la cría de aves (gallinas y guajolotes), puercos, borregos y, en menor medida, ganado vacuno. Esta última actividad de cría de animales suele utilizarse como una caja de ahorro y/o se con- vierten en parte del sustento cotidiano o festivo. Si bien se evidencia la diversidad de actividades encaminadas a la subsistencia de sus habitantes, las actividades comerciales que caracterizan a las poblaciones en cuestión son la venta de pájaros, la venta de camotes, la confección y venta de piñatas y tracoyos, “los piñateros” de San Marcos. De ahí que es evidente la importancia de esas actividades para la población de las localidades.

No resulta extraño que en las localidades referidas se presenten diferentes actividades productivas. Lo que si sorprende desde una mirada acostumbrada a la especialización, es que una misma persona desempeñe diferentes actividades: si bien se presenta especialización según la actividad desempeñada en cada localidad, ello no exime a sus habitantes de alternarla con otras labores.

La actividad que se puede catalogar como base es la agricultura de subsistencia. Prácticamente en las cuatro localidades cada familia tiene una porción de tierra que, aun cuando no les representa un medio para acceder a recursos monetarios, sí garantiza, cuando se logra el maíz, acceso a un insumo primordial en la dieta local, así como otras plantas asociadas. Buena parte de los habitantes de las localidades priorizan la disponibilidad de maíz, además de otras semillas y hortalizas; las demás actividades se pueden ir “acomodando” según los tiempos que les requiere sembrar y cosechar.

Desde la lógica de mercado, no tendría razón de ser sembrar maíz u otros vegetales, pues las condiciones en que se realiza (tamaño de la parcela y productividad por ha) no garantiza acceder a los recursos monetarios suficientes para adquirir en el mercado los bienes necesarios para cubrir sus diferentes necesidades (comer, vestir, educación, ocio, entre otros); no se justifica una actividad que no se puede tasar a través del dinero o de escasa rentabilidad. Aquí la lógica del modelo hegemónico no aplica, pues se consideraría tiempo desperdiciado si no se obtiene ganancia monetaria y acumular capital. Al contrario de dicha lógica, la gente en las localidades piensa en la obtención de bienes para el autoconsumo y compartir la cosecha con la familia ampliada (hijos, hermanos, padres, tíos, sobrinos). Dependerá de los lazos de solidaridad y reciprocidad que se tengan entre ellos el qué tanto se comparte. Los lazos de solidaridad y reciprocidad, se encuentran institucionalizados bajo la forma de el desquite: “Tu ayudas te ayudan; si me ayudas yo te ayudo”.

Se siembra por costumbre, porque da gusto ver tu tierra con su maicito. Es triste que los demás siembren y cuando hay elotes tú nada más mirando o nada más esperando a que lo inviten a uno para ir a la milpa del vecino, o que te tengas que ir a ayudar a otros cuando están pizcando y que ya te den unos elotes. Mi hijo me dice: Para qué siembras, nos sale más caro que comprar el maíz en la tienda. Pero es la costumbre de uno, es la satisfacción de trabajar la tierra que te dejaron Tiene uno la costumbre de ver su terrenito produciendo” (Entrevista realiza al sr. Flavio Valdez Pérez ,responsable del archivo municipal, el día 4 de mayo de 2016 en la localidad de San Bartolo Morelos).

Siembro porque mi papá me dejó la tierra y si no hago nada ahí nada más estará abandonada. Luego siembro por orgullo, porque no sé cómo hacerlo, mi papa no me enseñó, de chico me envió a la ciudad. Ya cuando regresé al pueblo me quedó esta tierra. Platicando con mi mujer y entre los cuates luego te pega el orgullo y como carajos que no puedes. Pagas para que te volteen la tierra, ya te vas con la familia a meter la semilla, desyerbar y pizcar: Qué gusto es ir a cortar los quelites que salen, los hongos, los elotes; ya te queda maíz para engordar un marranito, para los borregos… ya no tienes que comprar” ( Entrevista realizada al sr. Javier Membrillo Mendieta, pajarero, el día 14 de julio de 2015).

Ante los testimonios de la gente local, se hace evidente que su lógica no es necesaria- mente, la de obtener recursos monetarios, antes bien, la prioridad es satisfacer su personalidad a través del prestigio que representa el ser “sostenible”, no depender de otros para “comer un elote”, para sentir que se pueden dar el gusto, incluso, de no necesitar comprar un insumo imprescindible en su dieta.

Es a través de tales condiciones que se proyecta (“…la sensación subjetiva de felicidad o bienestar, una vez superados ciertos mínimos (a los que para abreviar llamamos necesidades básicas), no tiene que ver con el nivel absoluto de consumo material, sino que más bien está relacionada con la posición relativa de uno mismo en comparación con los demás, y con la calidad de los vínculos sociales”) (Riechmann, 2012: 15).

El principio del “desquite” se aplica en los diferentes ámbitos de la vida, y sirve para satisfacer las necesidades de reproducción social del grupo doméstico y de la comunidad. Tradicionalmente la milpa o el sistema milpa, ha caracterizado a los campesinos indígenas. La milpa tiene como una de sus características la diversidad orientada a la producción de bienes de consumo. Pero bajo el esquema de la autosuficiencia la actividad productiva no se limita a la milpa, producen sus herramientas, su vivienda, trabajan en mejoras comunitarias, recolectan productos del bosque, es decir su actividad se encuentra igualmente diversificada. De allí que al incorporar a sus necesidades de reproducción bienes que deben ser pagados con dinero, opten por incorporar otras actividades de manera igualmente complementaria. Además, sus categorías de bienestar se encuentran fuertemente arraigadas en asegurar el insumo básico de su dieta: el maíz. Aun cuando para ello sea necesario realizar otras actividades y, a través de éstas, acceder a recursos monetarios que posteriormente serán utilizados en la siembra.

La forma tradicional de cultivar la tierra supone un esquema en el que no se dedica tiempo completo a una sola actividad, sino que se distribuyen en el tiempo y el espacio, recurriendo a la disponibilidad de trabajo de la familia y la energía propia, no se relegan otras actividades, sino que las diferentes actividades se consideran complementarias. Esquema contrario al de la especialización, el monocultivo y la agricultura a escala, que requieren flujos externos de energía, y el uso de maquinaria.

Haciendo un recuento de los diferentes sistemas agrícolas se hace un comparativo en gasto energético y se observa que la agricultura moderna tiene un alto costo energético, mientras que sistemas tradicionales resultan más ecológicos y eficientes (hay que partir de una visión ecológica para comprender la idea de eficiente) (Martínez y Roca, 2001: 29-39).

No sólo se hace más eficiente por el hecho de utilizar mano de obra local, rara vez pagada con dinero, sino también semillas seleccionadas localmente y abonos que generan los mismos animales que se crían en traspatio; la fuerza de trabajo humana es proporcionada por la familia y/o entre vecinos y es retribuida con la reciprocidad.

En las localidades de referencia difícilmente se puede señalar una actividad como primordial, las actividades se complementan y se encuentran orientadas a satisfacer las necesidades vitales. Además, es evidente que se prefiere combinar las actividades, pues se complementan y se administran los tiempos distribuidos de acuerdo con el ciclo agrícola, de manera que una no afecte las demás. Así, por ejemplo, cómo se observa en el cuadro 1 del ciclo de cultivos, hay meses, y en específico días al mes, que no se dedican a la milpa, de ahí que ese tiempo sea dedicado a las demás actividades.

La gente que se dedica a hacer piñatas en San Marcos empieza desde principios de año a armar las bolas (base de la piñata), a éstas posteriormente le pegan los picos y forran. Pos- teriormente se corta el papel con el que se forra la piñata (papel crepe, china, metalizado, entre otros), sin una secuencia de actividades rígida. Estas actividades se hacen en tiempos libres (“como jugando; desde niño se aprende y se labora como si fuera un juego”) (9), careciendo de una separación tajante entre los tiempos lúdicos y los productivos, a diferencia del capitalismo donde el tiempo tiene un precio específico y asignado para cada actividad. Cuando llega el mes de agosto ya algunos piñateros se encuentran entregando sus pedidos, pues han logrado acuerdos con compradores que acaparan grandes volúmenes. Así, la actividad que implica la confección de la piñata se realiza a lo largo del año y según los tiempos disponibles de cada persona y no requiere dejar de hacer otras actividades, como sembrar; antes bien, se van administrando los tiempos y según la actividad lo necesite se le dedica más o menos tiempo; si no es muy prioritario ir a escardar a la milpa se le puede dedicar más tiempo a cortar papel, hacer conos, etc., y viceversa. Sin duda carecen de la especialización propia del trabajo industrial asalariado.

Una situación similar se presenta con las tlacoyeras y tlacoyeros. En la localidad de Santa Clara se identifica que buena parte de la población tiene como actividad el ven- der tlacoyos en distintos puntos de la zona conurbada de la Ciudad de México. Al igual que los piñateros, los de Santa Clara también le dedican determinado tiempo al cultivo de sus parcelas; otros tiempos son dedicados a la elaboración del tlacoyo y otros alimentos. Cabe señalar que el gentilicio “tlacoyeras” refierea un momento en la historia de la población en el cual primordialmente las mujeres vendían dicho alimento. La historia de la polifacética vida en Santa Clara remite a que se han ido descubriendo nichos de oportunidad, y el mote de “tlacoyeras” se quedó en la percepción de la gente aledaña que sigue haciendo referencia a la localidad a través de dicha actividad. Al indagar sobre la historia de la actividad se identifica que hacer y vender tlacoyos remite a una etapa donde dicho alimento era el principal producto comercializado. Pero hubo un antes y hay un después.

Originalmente la gente descubrió que era negocio vender queso. A mí me enseñó a vender una tía desde hace más de 50 años. Nos íbamos a comprar quesos a Jilotepec y Aculco, luego nos íbamos para el rumbo de Satélite, Naucalpan, Politécnico, Zacatenco, ahí casa por casa íbamos ofreciendo el producto. Luego la gente empezó a pedir más cosas: “Me puede traer comida”. Como tenemos maíz aquí, pues empezamos a vender tlacoyos, ya el queso se fue quedando. Sí lo seguimos vendiendo, pero en menor cantidad. Luego del tlacoyo los mismos clientes te piden que una comida más completa o variada, les empiezas a llevar quesadillas, arroz, guisos diferentes. Por eso ahora ya sólo se nos quedó lo de tlacoyeros, pues vendemos muchas otras cosas” ( Entrevista realizada a los Señores Isidro Marcial y Samuel Benito Díaz el día 7 de marzo de 2016 en la localidad de Santa Clara de Juárez.).

El ejemplo de la gente de Santa Clara evidencia que no ven la necesidad de limitarse a una actividad o un producto específico, al contrario, han sabido identificar y responder a las necesidades “del mercado”, se adaptan y se reconstruyen según lo que se les va requiriendo. Han identificado que quedarse con un sólo producto puede convertirse en una actividad inviable: “El cliente se cansa de lo mismo”. Así, la especialización, en el ámbito del comercio, puede ser momentánea, pero la experiencia señala que no se requiere que sea definitiva.

A diferencia de las tlacoyeras, con una clientela hasta cierto punto fija, los camoteros manifiestan una tendencia a cambiar los lugares, tanto ciudades como colonias, calles, etc., en los cuales ofertar su producto. Los habitantes de San Lorenzo Malacota señalan que su producto, el camote vendido en carritos en la vía pública, no es un producto que sea requerido por el consumidor de forma continua. El camote se consume como una golosina y, por tanto, más que un lugar ideal para vender, siempre se intenta identificar circuitos de venta, a los que en ciclos amplios de tiempo se pueda regresar.

La gente no te come camote todos los días, quizás cada semana. Como es un producto que se ve como un postre o golosina la misma persona no te compra seguido. Es por eso que hay que estarle buscando, cada día uno cambia de ruta, o hay semanas que nos vamos para una u otra ciudad y ahí mismo hay que variarle. Si te fue bien lo dejas descansar y regresas en dos o tres meses, para que cuando tú vayas ya tengan ganas de comer otra vez camote o plátano” (Entrevista realizada al Sr. Roberto Pérez Robledo, vendedor de camote, el día 21 de julio de 2015 en la localidad de San Lorenzo Malacota).

Como se puede observar, la necesidad de innovar en lo que se ofrece, en identificar rutas y alternar actividades, en administrar tiempos para hacer compatibles los diferentes oficios que se desarrollan, remite a una forma cultural aprendida y específica. Así, difícilmente estos personajes se ajustan a un perfil de trabajo que se apega a horarios de reloj, a rutinas fabriles y/o actividades que si bien se venden como formales, han venido a menos en cuanto a poder solventar los diferentes requerimientos que ellos demandan. Cuando el sistema económico no los incluye y/o no puede satisfacer sus necesidades, estas personas apelan a sus relaciones familiares, a su adscripción étnica y a través de ésta se comparte el conocimiento de un oficio.

Los seres humanos tienen que satisfacer sus necesidades y lo hacen de manera social, de forma tal que las necesidades de unos son satisfechas por el trabajo de otros y, viceversa, las necesidades de estos otros por el trabajo y la producción de los primeros. El concepto de necesidades es una categoría central en el pensamiento marxista que señala el carácter mutuo de las actividades de producción y consumo del hombre en una sociedad determinada (Alvater, 2016: 344).

Para rematar, al igual que los tres oficios anteriores, el de pajarero alude a un conocimiento que se transmite entre familiares y vecinos, entre los que hablan una lengua y comparten una cultura particular. Se aprende el oficio de padres a hijos, entre primos, de tíos a sobrinos, entre vecinos. El aprendizaje se concreta en la misma comunidad étnica, ahí se comparten códigos de valores y significados.

El oficio de pajarero también se combina con la agricultura, se reconocen tiempos para ir a capturar, para hacer jaulas, para alimentar a las crías y domesticar a las aves capturadas. La experiencia adquirida también involucra conocer diferentes hábitats para capturarlas, conlleva conocer la legislación para no ser sancionado por las diferentes autoridades, implica estar consciente de comercializar aves de forma clandestina y sus consecuencias. Así, el oficio requiere de una constante búsqueda de sitios de venta, de conocer el marco jurídico que regulan la venta de aves, incluso de participar políticamente para demostrar que la actividad realizada es legítima y que se es consciente de que el uso de las aves tiene un impacto en el medio ambiente (10).

La persona que te compra una vez no te compra seguido, menos si le vendiste un pájaro que salió malo, que no canta, peor aun cuando tú la timaste y le dijiste que sí cantaba. Luego muchos compañeros han desprestigiado el oficio por que engañan a la gente. Generalmente uno trae su “cabresto”, el pájaro que ya has domesticado, que ya canta en la jaula, y la gente oye que canta, pero la engañas, pues le vendes otro que es igual, pero que todavía no canta. Por eso luego uno no puede regresar al mismo lugar donde ya vendiste, luego te reclaman” (Entrevista realizada al Sr. Javier Membrillo).

Ya sea el concepto de la milpa (a diferencia del monocultivo), la utilización de un recurso como el maíz en sus diferentes modalidades (tlacoyo, tortilla, quesadillas), o el extraer un animal de su estado natural para comercializarlo, etc., es evidente que mantienen una estrecha relación entre la población y el medio ambiente, entre sus formas de organización y las estrategias de producción, todo ello con la intención de reproducir sus formas de vida. Una forma de vida que no necesariamente se encuentra segmentada por horas, costos o valorización de cada actividad. Es en el análisis de estas interrelaciones que podemos aspirar a explicar los cambios que se están sucediendo (Riechmann, 2012:4) y, quizás, hasta identificar y retomar estrategias y lógicas que suelen ser relegadas por no acoplarse al modelo hegemónico.

Reflexiones finales

La categorización de una población según las cualidades que se le adjudican (etnia, rural, actividad desarrollada, etc.) tiene como referencia valorativa al ideal del ser de una sociedad determinada. Quienes se aparten de los patrones culturales valorados de manera positiva (habilidades, hábitos de consumo, especialización, prácticas o conceptos), quedan excluidos o al margen, casi considerados antisociales. Desde sus albores el modelo económico capitalista fijó parámetros, adicionados a través del tiempo, para identificar a sus sujetos sociales ideales. Paralelamente, idearon una serie de acciones encaminadas a incorporar a quienes manifiestan resistencias culturales y/o que no han adoptado del todo la ideología que conlleva ser operario del modelo. Aún más, pareciera que el capitalismo los incorpora según lo vaya requiriendo y puede como en tiempos recientes, prescindir de nueva mano de obra.

Sin embargo, en las relaciones sociales no todo se gesta en una sólo vía. Quienes operan el modelo de desarrollo no pueden imponer su lógica y esperar que tal cual sea reproducido por aquellas sociedades que no comulgan con sus percepciones y representaciones. Cada grupo elige qué tomar de los diferentes modelos de relaciones sociales que tiene a la mano. Difícilmente se puede explicar todo por el capitalismo, la globalización, o la modernidad. Todas las categorías y fenómenos, poseen cualidades polisémicas de manera que son refuncionalizadas de formas particulares por los sujetos sociales. El ejercicio de reflexión, desde el ámbito local, permite identificar aquellas prácticas que tienen su lógica propia, en comunión o no con un modelo hegemónico; precisamente en el ejercicio de reconocer esas particularidades es que podemos vislumbrar formas alternas a las cuales apelar cuando un modelo ya no responde a las expectativas y/o se ha agotado ante las nuevas condiciones.

El concepto, el número y la descripción de prácticas concretas patentizan cómo se puede estar al margen de lo que se considera ideal y, a la vez, permiten vislumbrar alternativas para satisfacer las necesidades de reproducción social, diferentes a las de mercado: producción de mercancías, o el trabajo asalariado. Qué paradójico que la práctica de la pluriactividad aquí referida, con su correspondiente lógica de percibir la realidad en el uso diversificado de la milpa, en contraparte del monocultivo y de la especialización laboral, a la vez de ser calificada como informal, arcaica o precapitalista, le sea a la vez funcional al capitalismo y pueda convertirse en un modelo alterno viable.

Así como hay una apuesta al “buen vivir”, a una sociedad más solidaria, a una sociedad más ecológica, la pluriactividad ha demostrado, al menos en las localidades referidas, que es un esquema viable de ver y vivir para seguir reproduciendo la vida de forma ampliada. No es una apuesta por valorar todo sólo de forma monetaria, no es una apuesta por valorar los objetos y acciones sólo en función de su valor de cambio. Refiere a una reproducción ampliada de la vida donde el ocio y la producción no están peleados, donde el uso del tiempo diversificado no se contrapone a la eficientización del esfuerzo implementado, donde se identifican “nichos de oportunidad” y la inventiva no está subyugada por la forma masiva de producir, antes bien, da lugar y tiempo para explotar la capacidad humana de hacerse y rehacerse.

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ANEXO CUADROS

Porcentaje de población de 15 años y más analfabeta en %


Notas

1. Tortilla gruesa hecha con masa de maíz, tiene forma ovalada y suele ser rellenada con frijol, papa, requesón.
2. La sustitución del termino indio por el de indígena propuesta por el indigenismo, intentó minimizar, sin conseguirlo, el carácter peyorativo del término.
3. Los cuadros mostrados en este apartado son de elaboración propia sobre la base de datos de: México. CONAPO, Índice de Marginación a nivel Localidad, 2000, (Base de datos); México. CONAPO, Índice de Marginación a nivel Localidad, 2005, (Base de datos); México. CO- NAPO, Índice de Marginación a nivel Localidad, 2010, (Base de datos). El promedio de ocupantes es un indicador una forma exponencial en relación con el nivel de hacinamiento.
4. Véanse cuadros en anexo sobre porcentaje de población analfabeta y porcentaje de población sin primaria terminada.
5. Véase por ejemplo el texto de Jalil Barkhas (2015) en el cual se plantea que debe ser otra la lógica del sistema económico hegemónico en busca de su sostenibilidad.
6. Para comprender lo que implica la cultura se hace referencia a la propuesta de Goodenough (1971), pues más allá de las expresiones materiales (lo que se denomina cultura material), él señala que la cultura refiere a todo aquello que se aprende, lo que se necesita saber para poder interactuar entre los miembros del grupo, los códigos y/o leyes que permiten la pervivencia (incluyendo las percepciones, habilidades, normas, etc), la forma de hacer las cosas, más que las cosas.
7. Véase al respecto el trabajo de N Tassi, N., Arbona, J. M., Ferrufino, G., y Rofdró Carmona, A. (2012). Su amplio y detallado trabajo de investigación da cuenta de cómo los comerciantes ayma- ras aprovechan las fisurasd de la economía formal y tejen una red comercial internacional, solventando así en buena parte de Bolivia el acceso a determinados productos. Además de convertirse en parte esencial de la economía nacional, los aymaras mantienen en buena medida parte de su estructura social étnica y sus prácticas culturales.
8. Este apartado se realiza principalmente sobre la base de los datos obtenidos en 5 estancias de campo en las comunidades referidas en el texto.
9. Entrevista citada realizada al sr. Flavio Valdez Pérez.
10. En el trabajo de campo de Julio de 2015 acompañé a integrantes de una asociación de pajareros de San Bartolo Morelos a plantar arbolitos en los terrenos comunales como acción política para justificar el poder extraer aves del mismo. Los árboles sembrados son los denominados “pingüicas”, éstos dan un fruto de color rojo muy buscado por las aves.


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