INICIACIÓN DE UN CURANDERO GOLPEADO POR EL RAYO
INICIACIÓN DE UN CURANDERO GOLPEADO POR EL RAYO
Scripta Ethnologica, vol. XXXVIII, pp. 54-62, 2016
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
Resumen: Entre las prácticas chamánicas de la región de la Sierra Nevada, en el Altiplano Central Mexicano, destacan las de los “rayados”. Se trata de personas que han sido golpeadas por un rayo y a partir de ese evento, que puso en riesgo su vida, iniciaron una vida como sanadores y propiciadores de la lluvia dentro de su comunidad. Una de las características del don que han recibido del Cielo, como señal de su destino, consiste en que los rayados tendrán la posibilidad de curar a los enfermos recibiendo mensajes oníricos o mediante visiones inducidas por el consumo ritual de plantas psicoactivas. Aquí se expone el caso del señor Angelino Calderón, del pueblo de Hueyapan, Morelos, ubicado en las laderas meridionales del volcán Popocatépetl.
Abstract: Among the shamanic practices of the Sierra Nevada region of the Central Mexican Plateau, that of the “rayados” stands out. These are people that, after being struck by lightning, begin a new life as healers and rain propitiators. Having received this heaven sent gift, which marks their destiny, these “rayados” are able to cure sick people in their communities through the interpretation of oneiric messages and visions induced by the ritual consumption of psychoactive plants. This paper presents the case of Mr. Angelino Calderón, from the town of Hueyapan, Morelos, located on the southern hillside of the Popocatépetl volcano.
Keywords: Shamanic practices, Central Mexico, oneiric messages..
Introducción
Los trece cielos que según el Códice Vaticano 3738 se alzaban sobre la superficie de la tierra, formaban una especie de amnios atmosférico, un Cielo protector y vital del cual provenía la vida en la tierra mediante la lluvia fertilizadora, pero a la vez un cielo amenazante del cual podían provenir tormentas destructoras o sequías prolongadas que produjeran desastres naturales y hambrunas. Un Cielo habitado por entidades sobrehumanas constituidas por una doble naturaleza: eran materiales y espirituales a la vez. Esta estratificación celestial de la cosmovisión se sincretizó con la cosmovisión medieval de Ptolomeo, quien colocó la Tierra en el centro del universo y sobre ella hizo girar varias esferas concéntricas que formaban ocho capas de cielos por los que circulaban los planetas y los astros para culminar en una esfera cristalina, el noveno Cielo Empíreo, inmóvil, donde se hallaba el Paraíso con la jerarquía celestial de ángeles, arcángeles, principados, potestades, virtudes, dominaciones, tronos, querubines y serafines. Como atinadamente observó María Montoliu, “el esquema cósmico de Ptolomeo era ideal para dar realidad a la existencia de este lugar divino donde los ángeles y los santos gozaban de la presencia de Dios” (Montoliu, 1987: 141-142).
Quizá la representación más completa de esta concepción del cosmos medieval es la que ofrece el Dante en los cantos que forman el Paraíso de la Divina Comedia (Alighieri, 1976:383). La fusión de estas dos cosmovisiones, aquí excesivamente sintetizadas, ocurrió a través de largos y complejos procesos históricos hasta desembocar en nuestros días en las diversas formas de concebir el cosmos, y la ritualidad que les corresponde, que registra la etnografía moderna. Se trata de cosmovisiones que no están exentas de una axiología cuya escala de valores desempeña un papel fundamental para preservar tanto la armonía cósmica, como el equilibrio meteorológico, la convivencia social y la salud de las personas.
La caída del Rayo
En la región de los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl, el Rayo es una entidad sagrada de primordial importancia por dos razones fundamentales: por ser un vehículo a través del cual se revela la voluntad divina, que decide el destino de la persona que ha sido golpeada por él; y por los cambios ontológicos que experimentan dichas personas, pues al alojar en su propio cuerpo el Espíritu del Rayo adquieren facultades curativas y adivinatorias que no existirían de no haber sido tocados por esta fuerza celestial. A diferencia de los “relam-pagueados”, que sólo fueron afectados por la luz del relámpago y están obligados a entregar una ofrenda, el “rayado” incorpora a su persona el espíritu del rayo que lo acompañará por el resto de su vida en la tierra y quizá, después de muerto, continúe como trabajador del temporal “en espíritu”.
Como parte de un complejo meteorológico que comprende las nubes y las cimas de las montañas, la lluvia, el viento, el relámpago y la centella, el rayo es un componente más de lo que los pedidores de lluvia, conocidos como Misioneros del Temporal, llaman “La Fuerza de Dios”, es decir, el complejo meteorológico es concebido como un complejo de seres espirituales que actúan conjuntamente. En estos seres sagrados y sus contextos metafísicos reside la lógica que predomina en la cosmovisión que tienen los trabajadores del temporal de la región de los volcanes. No sólo son pedidores de lluvias y conjuradores de granizo, son grandes combatientes contra el Mal, o mejor dicho, la búsqueda del equilibrio meteorológico que los ocupa pasa por el enfrentamiento con las fuer- zas malignas que año con año se desatan sobre los campos de cultivo, la armonía al interior de los pueblos, las comunidades y las familias, afectando también la salud de los individuos. El Rayo tiene, además, la particularidad de poder materializarse en una piedra pulimentada. Los campesinos de la región, al encontrar hachas prehispánicas en los terrenos de cultivo o en el monte, han decidido reconocer en ellas un rayo que se ha convertido en piedra y que utilizan tradicionalmente en los rituales propiciatorios de las lluvias (1).
El rayo es la más contundente manifestación del poder celestial. Todas las deidades de todos los cielos de todas las culturas lo han empleado para simbolizar el poder. Entre los nahuas mesoamericanos la deidad que sostiene el rayo en sus manos y lo lanza a la tierra durante las tormentas es Tláloc; en la actualidad, entre los Misioneros del Temporal, quien lanza el rayo es el Santo Espíritu de Dios. El golpe del rayo no es producto del azar, es una elección que se ha realizado “desde arriba” para señalar a determinada persona, ante ella misma y su comunidad, como elegida por los poderes superiores del cielo para realizar el trabajo de control mágico del temporal y para atender conflictos y enfermedades derivados de la envidia, sentimiento corrosivo que todo lo descompone, afectando el buen funcionamiento del clima, las relaciones sociales e interpersonales y la salud de los individuos. La envidia, lo sabemos, tiene un trasfondo teológico y mítico en los relatos bíblicos. Es ella la que está operando como un sentimiento de rivalidad en Lucifer, y es ella la que impulsa a Caín a cometer el primer asesinato sobre la tierra al disputar con Abel la preferencia que Dios siente por su hermano. René Girard ha profundizado con gran lucidez en estos aspectos al hablar del deseo y la rivalidad mimética en su libro “Veo a Satán caer como el relámpago” (Girard, 2012). Cuando se desea lo mismo que el prójimo surge una rivalidad generalmente oculta, no declarada, que va gestando gradual y silenciosamente un sentimiento de envidia que conduce a la obstaculización, la incapacitación, o la eliminación del rival mediante actos de brujería que comprenden desde su mala fortuna en el trabajo, las relaciones sexuales, familiares o de amistad, hasta las más diversas enfermedades o la muerte. A pesar de que la envidia puede funcionar socialmente como un factor para mantener cierta equidad dentro de una comunidad, sus efectos, cuando están sustentados en la brujería, no dejan de ser dañinos y hasta fatales para las víctimas. Aquí reside, me parece, la razón fundamental de que san Miguel Arcángel sea invocado por los Misioneros del Temporal, pedidores de lluvia de Morelos, pero también de otros estados, con la finalidad de que encabece los ejércitos celestiales en el combate contra el Mal, invariablemente provocado por la voluntad perversa de Satán.
Los Misioneros del Temporal afirman que mientras ellos realizan la apertura de los canales en los patios ceremoniales de los calvarios, trazando con una vara de membrillo una gran cruz en la tierra, de norte a sur y de oriente a poniente, con el fin de que el agua que desciende del cielo se distribuya equitativamente, los espíritus del cielo que han sido invocados realizan exactamente la misma tarea en el plano celeste. Si esta conexión entre los dos planos de la existencia no se produjera durante el ritual, carecería totalmente de importancia y eficacia llevarlo a cabo. No sería sino una especie de representación teatral sin poder genésico alguno.
Entre la parafernalia ceremonial que emplean los Misioneros (ver Figura 1) destaca una jícara roja que contiene los elementos meteorológicos indispensables para ejecutar el ritual propiciatorio de las lluvias y controlar su intensidad: están las nubes, el rayo y los relámpagos simbolizados en trozos de algodón, hachas de piedra prehispánicas y pequeños espejos circulares (Glockner, 2000). La lógica mística de esta conexión está presente también en los procesos curativos. Invariablemente los curanderos afirman que no son ellos quienes curan sino Dios o los espíritus del cielo, que intervienen de modo imperceptible pero eficaz en la sanación de los enfermos. Ellos sólo se limitan a ejecutar lo que se les ordena en sueños o bien a diagnosticar, recetar y ejecutar terapias curativas según lo que se les indica en estados de “concentración” o trance.

Tal es el caso de Angelino Calderón, de Hueyapan, Morelos (ver Figura 2). Cuando su tercera hija tenía ocho meses de edad estuvo al borde de la muerte a causa de una brujería dirigida contra él y su mujer. Una curandera local sanó a la niña y él le pidió a dios que le otorgara el don de curar para destruir la maldad que hay en el mundo. Años después, estando en el patio de su casa descargando de un burro la leña que había ido a cortar al monte, perdió repentinamente el conocimiento y cayó al suelo a causa de un rayo que le pegó en el cuerpo. Su hija mayor presenció el hecho y le dijo, cuando volvió en sí, que había visto un manojo de luz azul descender del cielo sobre él y luego se escuchó un tronido. Angelino describe el hecho como una serpiente que le entró por el estómago, le dio la vuelta por la espalda y salió por su cabeza dejando un agujero en el sombrero que llevaba puesto (ver Figura 3).


Antes de que el rayo le pegara aquel día nublado y con llovizna, tuvo una visión nocturna muy significativa. Soñó que estaba dentro de un ataúd y por la pequeña ventana de aquella caja veía llorar a su familia. Escuchó que las campanas tocaban su ingreso al cementerio y la pequeña ventana se cerró quedando en la más completa obscuridad. Entonces comenzó a gritar para que alguien lo escuchara y en medio de esa angustia despertó. “Como quince días después –dice Angelino- cuando me pegó el rayo, ya entendí qué era lo que el sueño me anunciaba”. Esa muerte simbólica ocurrida mientras dormía lo colocaba ya en el umbral de una experiencia que le cambiaría radicalmente la vida. Era la primera señal iniciática de lo que le ocurriría días después.
Cuando le cayó el rayo Angelino sólo sintió algo parecido a un golpe: “No vi nada, nomás haga de cuenta que alguien me golpeó y ahí me dormí, y cuando desperté estaba yo tirado, y mi familia, mi esposa, mis vecinas, estaban ahí viéndome… y llorando”. Es interesante la similitud de esta escena con la escena onírica que quedó interrumpida al haberse despertado, o mejor dicho, su despertar después del golpe del rayo equivale a la continuación del sueño, que quedó interrumpido a causa del despertar angustioso que tuvo.
El segundo despertar de Angelino, después del golpe del rayo es un despertar a una vida nueva, totalmente diferente de la anterior y sin embargo la misma. Angelino fue tocado por una entidad sagrada enviada por los poderes celestiales y a causa de ello cayó como dormido. Pudo despertar de ese segundo estado causado por el rayo gracias a que fue tocado por otra fuerza celestial encarnada en sus hijos pequeños, los niños inocentes, que no han pecado y que personifican los poderes angelicales que operan desde el cielo. Fueron ellos quienes lo regresaron, quienes le permitieron recordar lo ocurrido, y quienes lo colocaron ante un nuevo umbral: la sanación de sus padecimientos a condición de que él cambie su vida y la entregue por completo al control del temporal y a la curación de los enfermos. Para ello hubo de preparar un altar, según indicaciones que le han dado en sueños los espíritus del temporal, con las imágenes de San Antonio de Padua y Santo Domingo de Guzmán (ver Figura 4).

Ambos santos asociados a la tradición mesoamericana de los “aires”, entidades espirituales que pueden enfermar y sanar: San Antonio, es un aire diurno más benevolente que Santo Domingo, aire nocturno mucho más dañino (Cervantes y Gómez, s/f ). La lluvia no sólo tiene que ver con la obtención de una buena cosecha, sino también con la aparición en las zonas boscosas y húmedas de hongos sagrados (Psilocybe aztecorum) conocidos como piltzintli, “niñitos”, que los tiemperos llaman también “remedios”. Este último nombre indica la propiedad que tienen tanto para sanar a las personas como para corregir o enmendar las perturbaciones mágicas con las que otros grupos impiden la llegada plena del buen temporal. Cuando ya han brotado en lo profundo de la montaña, los Misioneros los ven en sueños y van al monte a recogerlos, “a levantarlos en el nombre de Dios”.
El agua es la Fuerza de Dios –dicen los Misioneros- los hongos brotan de la lluvia, que es la fuerza de Dios. Esta explicación, tan simple y evidente, nos revela el carácter cósmico que tienen los remedios. La fuerza de Dios, sea saliva, sangre o gotas de lluvia, desciende del cielo y penetra en el interior de la tierra. El contacto de la lluvia celeste, que contiene una potencia divina, con la tierra, hace posible que de sus entrañas broten los hongos y estén al alcance de los hombres en la humedad de los bosques. Es decir, la fuerza divina, mediante un proceso de transubstanciación, ha reaparecido en la superficie de la tierra bajo la forma de hongos. Cuando los trabajadores del temporal los colectan y los consumen ritualmente, están ingiriendo esa misma fuerza divina que hará posible que en su persona se manifieste el espíritu de Dios que contienen.
La manera en que este Espíritu se manifiesta es a través de una experiencia mística en la que el individuo lleva a cabo un “recorrido”, un vuelo espiritual (una excursión psíquica diríamos nosotros) que le permite veraquello que Dios desea mostrarle.
El estado de consagración en el que se encuentra esa persona es resaltado durante el ritual cuando sus compañeros lo interpelan no con su nombre propio, sino llamándolo “Santo Espíritu de Dios”. Desde ese estado de Gracia que le permite verlo real desde la perspectiva de lo sagrado, el individuo emitirá un mensaje que consiste en verbalizar aquello que se le ha revelado en imágenes durante su “recorrido”. El mensaje será recibido por los otros participantes como una verdad revelada porque emana directamente no de la apariencia mundana, sino de la realidad auténtica que proviene de Dios. Se puede decir que cada cual ha hecho su propio camino para encontrarse: la Fuerza Divina ha descendido como lluvia, se ha transformado en hongo, en Teonanácatl, “carne de dios”, decían los antiguos nahuas, los hombres ingieren ritualmente estos hongos efectuando un auténtico acto de comunión en el que elevan su espíritu hacia Dios para, desde ese estado de consagración, comprender los problemas y resolverlos.
La persona que ingiere la Fuerza Divina no aloja pasivamente una fuerza que le es extraña, más bien confunde su propio espíritu con ella, se hace copartícipe de su naturaleza divina y lo expresa a través del lenguaje. El habla, el lenguaje chamánico, es el punto de confluencia entre el espíritu propio y el espíritu divino. Por ello durante la experiencia extática Juan ya no es Juan, ya no es sólo Juan, porque ha sido tocado por la gracia divina que invade su persona. Esta es, me parece, una clave para comprender la noción de ixiptla (representación de dioses) de los antiguos mesoamericanos.
Pero los trabajadores del temporal son también campesinos y no místicos que han entregado su vida a un ascetismo religioso. ¿Qué es lo que buscan al elevar su espíritu hacia Dios? No sólo la experiencia en sí misma, buscan que la lluvia continúe descendiendo porque de ella depende su mantenimiento, el de su pueblo y el de “la humanidad entera”: buscan el buen crecimiento del maíz. Desde una perspectiva holística, esta es la razón de que en el pensamiento mítico mesoamericano Xochipilli, el dios de las flores y de las plantas psicoactivas y Centéotl, el dios del maíz, sean en ocasiones una sola deidad. El ámbito habitado por los dioses no es entonces un espacio “sobrenatural” en el sentido que esté por encima o más allá de la naturaleza. Su existencia transcurre en una dimensión espiritual que no está desligada de la existencia material en la que viven los hombres. Los dioses tienen la facultad de materializar su presencia en el mundo, de la misma manera que los hombres tienen la facultad de espiritualizar su presencia en la dimensión sagrada.
El rayo y la lluvia, como manifestaciones de la Fuerza de Dios, cumplen entonces dos funciones de vital importancia en la vida de los pueblos de la Sierra Nevada: el Rayo, como anuncio y exigencia del cumplimiento de un destino, produce un cambio ontológico en la persona, que alojará su espíritu por el resto de su vida adquiriendo facultades curativas y adivinatorias; y la lluvia, transformada en hongo mediante un acto de transubstanciación, permitirá que esa persona, ontológicamente preparada por el rayo, pueda tener acceso al mundo de lo sagrado para, desde ahí, poder operar en beneficio de las comunidades que esperan un buen temporal para sus cultivos, y de los pacientes que esperan sanar de sus padecimientos.
Bibliografía
Alighieri, D. 1976 La divina comedia, Editorial del Valle de México.
Baronti, G. 2008 Tra bambini e acque sporche. Immersioni nella collezione di amuleti di Giuseppe Bellucci, Morlacchi Editore, Perugia.
Cervantes, M. y Gómez, D. s/f El ritual del santo, ejemplo de sincretismo religioso, DEAS-INAH.
Girard, R. 2012 Veo a Satán caer como el relámpago, Anagrama, Colección Argumentos, Barcelona.
Glockner, J. 2000 Así en la tierra como en el cielo. Pedidores de lluvia del volcán, Grijalbo-ICSyH-BUAP, México.
Montoliu, M. 1987 Conceptos sobre la forma de los cielos entre los mayas, Historia de la religión en Mesoamérica y áreas afines, I Coloquio, Barbro Dahlgren, editora, UNAM, México.
Notas