Resumen: En este trabajo se plantean diferentes líneas de evidencia sobre la singularidad de la parcialidad de Santa María la Redonda –es decir, el antiguo Cuepopan-Tlaquechiuhca– en el desarrollo cultural prehispánico de la ciudad de México. Se pone énfasis en la importancia crucial que tuvo durante el enfrentamiento entre Tenochtitlan y Tlatelolco, centros mexicas, en 1469-1473. Tras la victoria de los tenochcas, esta fracción septentrional de la ciudad podría haber destacado por su carácter de teatro ritual asociado a los boatos funerarios de los dinastas y a los constructos simbólicos relacionados con las ideas de sacrificio, muerte y resurrección.
Abstract: : This text explains the evidences about the singularity of the town named Santa María la Redonda – it means, the ancient Cuepopan- Tlaquechiuhca square- into the prehispanic cultural development of the Mexico City. It tooks special emphasis in the crucial importance that this place had in the war between Tenochtitlan and Tlatlelolco, both mexica´s centers, at 1469-1473. After the tenochca´s victory, this north town of the city maybe considered like a ritual theater associated to the funeral ceremonies of the dynasties, and to the symbolic con- structs relacionated with the sacrifice, death, and resurrection ideas.
Keywords: City, Past, Writting, War, Ritual..
RITUALIDAD, SIMBOLISMO Y REPRESENTACIÓN DE UN ANTIGUO BARRIO DE TENOCHTITLAN
La relevancia del espacio de Cuepopan-Tlaquechiuca puede ser rastreada desde el Período Posclásico Tardío (circa 1250 a 1521) a través del surgimiento de los primeros centros en la isla de México. Ésta fue una de las cuatro parcialidades novohispanas de México-Tenochtitlan, y con anterioridad constituyó uno de los escenarios medulares de la guerra entre tenochcas y tepanecas (circa 1428).
Posteriormente, configuró el teatro de algunos de los episodios decisivos del enfrentamiento entre Tenochtitlan y Tlatelolco (circa 1473), en tanto que parte de su territorio conformaba el eje demarcatorio de las jurisdicciones de ambos centros. En ambos episodios bélicos, Cuepopan, y especialmente el tlaxilacalli (1) de Copolco, fue el lugar donde se realizaron ceremonias fundacionales que le imprimieron un claro sesgo de espacio ritual. A partir de la confrontación entre fuentes diversas y trabajos realizados por historiadores y arqueólogos, me interesa mostrar en este estudio el papel ritual del barrio de Cuepopan y del tlaxilacalli de Copolco, ubicado dentro de Cuepopan.
La guerra entre Tlatelolco y Tenochtitlan duró aproximadamente cinco años (1469-1473) [Garduño, 1997: 98, 116, 130]. Si bien resulta difícil especificar con claridad y de modo taxativo las razones que condujeron a estos centros hermanos a un conflicto de tal envergadura –problemática que excede los objetivos de esta presentación– sí es notable y central para nuestro planteo señalar que todos los episodios decisivos, que se desarrollaron previamente y durante la batalla de 1473, transcurrieron en el barrio de Cuepopan y, específicamente en Copolco.
Recordemos que según Alfonso Caso (1956: 28-29), Luis González Aparicio (1973) y Edward E. Calnek (2003: 165) este barrio era una de las fronteras entre Tenochtitlan y Tlatelolco. En el pionero análisis de Caso, se propone la reconstrucción y ubicación de los antiguos barrios de estos dos centros, así como que el tlayacatl (2) de Cuepopan-Tlaquechiuh- ca era un sector de frontera con la antigua ciudad de Tlatelolco, y que, a su vez, el barrio de Cuepopan, junto con otros, se situaban directamente sobre este sector limítrofe, tal como lo refieren sus posibles demarcaciones, mismas que dicho estudioso encontró descritas en el Memorial de las Quatro Parcialidades de 1636-1637 (cf. Caso, 1956 [Apéndice I]: 50-59). Es más, sobre la base del plano Corte de los Emperadores Mexicanos del padre José Antonio Alzate y Ramírez (1789), Caso delimitó la siguiente demarcación para Cuepopan, en donde un dato que resalta es la mención de una acequia que sirvió de frontera entre Tenochtitlán y Tlatelolco: “(...) por el Norte la Laguna y calles de Mosqueta, Rayón y Órgano; por el oriente, República de Argentina y Seminario; por el sur las calles y calzada México Tacuba y por el poniente la orilla de la isla formada por una línea quebrada que iba más o menos por la calle de Arista, Violeta, Guerrero, Pedro Moreno, Zarco, Moctezuma y Lerdo, uniéndose aquí con la calle de la Mozqueta que marcaba el límite norte. En esta parcialidad o campan, quedaban los puentes muy importantes sobre la acequia de Tezontlalli que (la) separaba de Tlatelolco” (Caso, 1956: 29) [Fig. 1].

No obstante, la fijación de la mojonera occidental de Cuepopan ha estado sujeta a diversas propuestas. Como acabamos de ver, Alfonso Caso (1956) sitúa el lindero oeste de la parcialidad en un trazo irregular que cubre la zona que se yergue entre las actuales calle Arista y Lerdo. Por su parte, Luis González Aparicio (1973) sostiene en su planimetría que el oeste de Cuepopan se cerraría en torno al actual Eje 1 Poniente, puesto que inserta el Plano en Papel de Amate (3) en este mismo sector urbano. Por último, Edward E. Calnek (2003: 165) retrotrae la frontera occidental de la calle Zaragoza a la precitada calle Lerdo.
Por lo tanto, pienso que es necesario reevaluar exhaustivamente los planteamientos previos en torno al límite oeste de Cuepopan a la luz de las intervenciones de salvamento arqueológico conducidas por las unidades del INAH (4) en las décadas de 1990 y 2000. En efecto, el hallazgo extensivo de estratos lacustres sin materiales antrópicos prehispánicos es característico de los predios situados más allá de la actual calle Héroes (González Rul, 1996; Sánchez Nava et al, 2007: 172), constituyendo ésta el claro límite occidental de Cuepopan.
En la Crónica mexicana de Fernando Alvarado Tezozómoc (1987 [1598]: 388) (5), se describen y señalan sugestivas referencias sobre la importancia de Copolco en un contexto de tensión ante la inminencia del cercano enfrentamiento entre tenochcas y tlatelolcas: “ y vayan luego a mirar y ver en nuestra raya y término en Copolco, adonde es ahora Santa María la Redonda, y para haber de comenzar la guerra, comenzaron el juego de pelota de nalgas que llaman olamalo ynitech tlachco, que es decir, que ganaron en el juego al rey Axayaca; y así ni mas ni menos jugaban delante del rey Axayaca, en su tlachco, y los tlatelulcanos vinieron á ver con disfraz: luego volaron adar razón a Moquihuix de lo que habia y pasaba en Tenuchtitlan. Dijo luego Moquihuix: vayan dos con armas á ver en el lugar que llaman Copolco; y sentáronse el uno enfrente del otro distante como un tiro de piedra, y de allí á un rato enviaron á otros dos armados con divisas”.
Así, en este párrafo se refiere claramente la jurisdicción de cada uno de los contrarios, los límites en el enfrentamiento, y cómo Copolco ocupa un lugar central en esa demarcación. Es interesante señalar que Ana Rita Valero de García Lascuráin (2004: 207), al analizar el Códice Chavero de Ixhuatepec, ha indicado la posible traducción de Copulco como: “en el cerco”, según la propuesta que Ángel María Garibay ya realizó en su momento. Esta traducción nos permite argumentar que Copolco o Copulco se encuentra en un lugar particular, un lugar de límites entre los dos centros mexicas. Sabemos el papel que en las sociedades originarias de América tuvo, y aún tiene en ciertos niveles de su vida comunitaria, la dualidad como principio ordenador, es decir, el papel que desempeñaron los opuestos contrarios que en cierto modo al enfrentarse se unen en una totalidad que los contiene. En ese sentido, podríamos pensar que esas diferencias, que a la vez se constituyen en complementariedades, son espacializadas en Copolco y que a su vez estas partes o bandos nos remiten a una totalidad que las contiene, y a la vez, las significan.
Con independencia de la mención de Copolco en el corpus codicológico del grupo Ixhuatepec, el barrio también aparece referenciado prontamente en fuentes de archivo de 1564 como Popolco o Populco (Archivo General de la Nación, Civil, vol. 644, exp. 1, fols. 145r-173v), así como también Copalco (Torquemada, 1975-1983 [1615], Volumen II, Libro Cuarto, cap. LXX: 215; Clavijero, 1868 [1780], Libro Octavo: 81). A este respecto, cabe señalar que Alonso de Molina (2008 [1571]: 83r-83v) y Rémi Siméon (2006 [1885]: 393) proporcionan el radical verbal popoloa que resulta de suma importancia para analizar etimológicamente el temprano nombre registrado de Popolco, pues significa “(en) destruir combatiendo, someter, conquistar, borrar un pueblo”. Por lo que atiende a Copalco, resulta claro que el lexema al cual se le sufija la partícula localtiva –co es copalli, es decir, “incienso, o resina aromática” (Molina, 1571: f. 24v; Simeón, 2006 [1885]:125-126) (6). En consecuencia, el conjunto de étimos disponibles para este tlaxilacalli cuepopaneca lo relacionarían con los conceptos de guerra, conquista y sacralidad.
Volviendo al asunto que nos atañe, también resulta interesante observar en el relato que el inicio de la misma guerra es asociado al juego de pelota. Guilhem Olivier (2004: 25) señala que diversos partidos de juego de pelota han manifestado una alternancia de los poderes (7). A la vez, el juego de pelota y su asociación a un simbolismo mítico-religioso es evidente (8). Recordemos la creencia de que este juego representaba fenómenos cósmicos y que su práctica se debía realizar para mantener el tránsito del sol en el cielo. Asimismo, tenía el significado de la lucha entre diferentes astros y su consecuente movimiento. Sobre el juego de pelota como espacio de un escenario central que permite revelar las alternancias del poder encontramos diferentes ejemplos: Huémac con relación a la caída de Tula, Maxtla asociado a la caída de Azcapotzalco, Motecuzoma Xoco- yotzin relacionado a la caída de Tenochtitlan. Es decir, en momentos particulares de cambios y de transiciones de poder que son significa- dos a través de famosos juegos de pelota. Así, Fernando Alvarado Tezozómoc (1987 [1598]: 391) narra los preparativos de Tenochtitlan y Tlatelolco ante el inminente enfrentamiento y medición de fuerzas: “El rey Axayaca, mexicano, condoliéndose de la destrucción que había de venir sobre Tlatelolco, tornó á enviar otro mensajero, y fue elegido por mano de Cihuacoatl el principal llamado Cueatzin, rana apreciada; y habiéndose hecho la embajada se azoró Moquihuix con esto, y á instancia de su suegro mandaron dar garrote al mensajero Cueatzin, mexicano, y fuéronlo á arrojar al barrio que llaman Copolco, que ahora es Santa María la Redonda: acabado esto comenzaron a dar alarido y á tocar al arma, diciendo á voces. Ea, tlatelulcanos, consúmanse los mexicanos, mueran todos los traidores (.)”.
Nuevamente Copolco se convierte en el sitio privilegiado donde se desarrolla este episodio, a partir del cual los mexicas, en la persona de su gobernante Axayacatl, incitan y provocan a los tlatelolcas, en la figura de su tlatoani Moquihuix. Al respecto fray Juan de Torquemada (1975 [1615], Vol. I, Libro II, cap. LVIII: 248) en su obra Monarquía Indiana relata con particular detenimiento cómo Axa- yacatl da muerte al último tlatoani tlatelolca, Moquihuix. Propongo que este particular acto debe ser interpretado como un hito, como un momento de ruptura que señala la victoria se- gura de los tenochcas frente a los tlatelolcas: “y lo arrojó de las gradas abajo, por donde vino rodando y llegó al suelo casi muerto. De allí lo llevaron a la presencia de el rey mexicano, el cual él mismo le abrió el pecho y le sacó el corazón en el barrio de Copolco, que está vecino de Tlatelulco (…)” .
Sin lugar a dudas, la escena descrita de la muerte del tlatoani tlatelolca relata un sacrificio y por ende la transformación de Moquihuix en víctima sacrificial del nuevo orden. Precisamente, esta muerte sacrificial es la que permite continuar y validar la conquista de Tlatelolco. De esta forma, resulta evidente, teniendo en cuenta la concepción legada por sus relatos, la articulación entre este hecho y la visión que el pueblo mexica había reelaborado desde tiempos ancestrales respecto del cosmos, los hombres y la reproducción de la vida. En ese contexto ideológico-religioso, la importancia de la muerte sacrificial, como rito fundacional, constituye un acto que legitima y enmarca la construcción sociopolítica posterior a dicha victoria. Sobre el reordenamiento territorial posterior a la guerra, resulta particularmente enriquecedor el aporte realizado por María Flores Hernández y Manuel Pérez Rivas (1997: 71), quienes indican detalles sobre las diferentes versiones que narran y describen el enfrentamiento final. Dichos eventos se relacionan con puntos limítrofes, como por ejemplo, la pelea por el puente en Atzacualco –la futura San Sebastián– hasta detrás de los espacios que, ya en el siglo XVI, se convirtieron en Santo Domingo y hasta Santa Ana Yacacolco.
Tras el triunfo sobre los tlatelolcas se lleva a cabo el reparto de tierras entre los vencedores tenochcas, situación descrita por Alvarado Tezozómoc (1975: 396) en su obra Crónica Mexicana: “Concluido esto fueron á repartir las tierras que tenian en las partes que llaman Chiquiuhtepec, y en Cuauhtepec, y en los términos de Atzcaputzalco, Chilocan, Tempatlacalca, y otras muchas partes…”.
De este modo, o a partir de estos señalamientos, infiero que Cuauhtepec (9) recién se incorporó como parte del territorio tenochca tras la guerra contra Tlatelolco. Por lo tanto, propongo que estas referencias indican un nuevo reacomodamiento territorial impuesto por los tenochcas a los tlatelolcas. Es más, Tlatelolco tras haber sido vencido en la guerra asume una nueva condición política hasta la conquista española. Así, a este centro se lo considera una parte integrante de Tenochtitlan (desde 1473 hasta 1521), con una serie de barrios y estancias rurales entendidas como subdivisiones administrativas que, siendo en origen tlatelolcas, se convirtieron de titularidad tenochca. En este sentido Robert Barlow (1987: 127) indicó cómo: “Durante medio siglo, desde la muerte de Moquíhuix en 1473 a la invasión española, Tlatelolco fue gobernada por Tenochtitlan. Los gobernantes militares (…) eran muy nobles y valientes y nobles mexicanos. Se titulaban cuauhtlatloque, águilas hablantes y hubo siempre dos: uno con rango de tla- cochcálcatl, y otro con rango de tlacatécatl: los documentos a veces mencionan a ambos, a veces a uno solo, o pueden mencionar los rangos solamente, sin nombres personales”.
También debo señalar que el controvertido reparto de las posesiones tlatelolcas realizado por los tenochcas devendría, ya en el período novohispano, en numerosos pleitos y demandas. Éstos han sido detectados pueden ser abordados a través de una serie de documentos que indican la profundidad histórica de los problemas de tierras en esta región (Castañeda de la Paz, 2008: 399). Del mismo modo, los su- jetos rurales tlatelolcas que fueron transferidos a Tenochtitlan a partir de 1473 fueron también objeto de disputa tras la Conquista y durante el Virreinato. Charles Gibson (1986 [1964]: 77-78) y Frederick Hicks (2005: 196 y ss.) reportan que, en la temprana década de 1530, el distrito de Xaltocan se vio inmerso en un truculento litigio que enfrentó el encomendero Gil de Benavides y los caciques locales con los señores de Tenochtitlan y Tlatelolco, quienes se hallaban enemistados por la posesión de las estancias en esta zona.
Por lo tanto, propongo considerar a los barrios de Copolco y al distrito de Cuepopan-Tlaquechiuhca como un enclave vital en la demarcación de límites entre los dos grandes centros de poder mexica, ya que éstos competían por la riqueza de su territorio y el control del agua.
Desde la década de 1470 hasta la llegada de Hernán Cortés, Cuepopan, y muy especialmente el tlaxilacalli de Copolco, habrían podido jugar un singular papel en el boato ceremonial y ritual político de los seño- res tenochcas. En efecto, durante las honras fúnebres de Axayacatl en 1481 se levantó un templo llamado tlacochcalli (Alvarado 1987 [1598], cap. 57). De forma altamente sugerente, Tlacochcalca y Tlacochcalco son el gentilicio y el topónimo que aparecen tanto en el Códi- ce Chavero de Ixhuatepec (c. 1650) como en los Títulos del Pueblo de Santa Isabel Tola (1714) en clara relación con la parcialidad no- vohispana de Santa María la Redonda (Valero García Lascuráin, 2004: 220, 303). Es más, fray Bernardino de Sahagún (2000 [1577], Libro Décimo, cap. XXIX, pár. 14: 978) reporta que Tlacochcalco era un concepto sinónimo al rumbo cardinal del mictlampa –es decir, del norte– para los antiguos nahuas. En consecuencia, este templo fungiría como teatro ritual a través del cual se vertebraría una parte sustancial de la identidad colectiva del tlayacatl cuepopaneca durante los últimos decenios del siglo XV.
Asimismo, la vinculación que el Tlacochcalco de Cuepopan guardaba con las nociones de muerte, fuego y resurrección ha sido argumentada recientemente por Claudia García-Des Lauriers (2008: 38) cuando narra que: “Through the cremation of their bodies, the souls of departed warriors, transformed into birds and butterflies, could ascend to the heavens. For expired kings, the tlacochcalco was one of the several places where the funeral procession sojourned while the bundles were dressed and transported via costume changes from one deity to another in anticipation of the final cremation. The tlacochcalco, as a place of metamorphosis, formed a meaningful link between living and dead warriors, kings, and gods within Aztec society”.
Por otro lado, llama la atención cómo Fray Bernardino de Sahagún (2000 [1577], II, cap. X: 711) describe, en su obra Historia general de las cosas de Nueva España, que era un sacerdote del barrio de Copolco el encargado y responsable de sacar el fuego nuevo: “Y el dicho sacerdote del barrio de Copolco, cuyo oficio era de sacar lumbre nueva, traía en sus manos los instrumentos con que sacaba el fuego, y desde México, por todo el camino, iba probando la manera con que fácilmente se pudiese hacer lumbre”.
Del mismo modo, el estudio realizado por Silvia Limón Olvera (2001: 164) indica que los mexicas reproducían en la tierra el encendido del fuego que era indicado en el ámbito celeste por las Pléyades. En el momento en que esta constelación traspasaba el cenit, el sacerdote de Copolco -en la cumbre de Huixachtécatl, actual cerro de la Estrella en Iztapalapa- procedía a encender el fuego nuevo barrenando dos palos sobre el pecho del cautivo que sería sacrificado (10). Pienso que esta referencia sobre la ceremonia del Fuego Nuevo es importante, ya que señala el lugar de donde, desde los primeros años del siglo XVI, provenía el sacerdote que se encargó de renovar e inaugurar el ciclo de la vida para la sociedad tenochca (11). Esto evidentemente rubrica el lugar referencial que Copolco ocupaba en el plano simbólico de esta sociedad en vísperas de la conquista hispana. Si no vale preguntarse: ¿por qué este sacerdote de Copolco y no otro representante de los otros tres tlayacatl de Mexico-Tenochtitlan?
Como hemos podido observar a partir del análisis de diferentes corpus documentales, el protagonismo de Cuepopan-Tlaquechiuhca es relevante en la historia del México antiguo pues representa un escenario de enfrentamiento en distintos momentos históricos como por ejemplo: contra Azcapotzalco, Tlatelolco y frente a los españoles, específicamente sobre los hechos relatados o referidos a la situación desfavorable que la hueste de Hernán Cortés atravesó en su huida de Tenochtitlan tras la denominada “Noche Triste” en junio de 1520. En los Anales de Tlatelolco, específicamente en la descripción que se realiza sobre la huida de los españoles de Tenochtitlan y al describir los combates entre los españoles y los tenochas y tlatelolcas, se nombra también a Cuepopan (Anales de Tlatelolco, 2004 [1528]: 113). Asimismo, dos láminas que llevan el sugestivo título“prisión de Córtes”(12) describen la difícil situación que atravesaron los españoles y sitúan esa batalla -entre españoles y tenochcas-tlatelocas- en el barrio de Copolco. En este sentido, considero a este barrio como un área vital y de un profundo simbolismo para los tenochcas. A la vez, este sector noroeste de la ciudad desempeñó un rol esencial en la inauguración del ciclo de la vida para la cosmovisión tenochca, pues, como lo señalábamos a partir del análisis de fray Bernardino de Sahagún, era un sacerdote de Copolco quien encendía el Fuego Nuevo cada 52 años.
Por último, resulta pertinente señalar que llama la atención significativamente que el tlayacatl de Cuepopan-Tlaquechiuhca no haya sido trabajado historiográficamente en profundidad sino que tan sólo se hace referencia a él al describir las cuatro parcialidades que integraban Mexico-Tenochtitlan. Por lo tanto, este trabajo se ha propuesto brevemente observar y reflexionar qué señalan las fuentes sobre Cuepopan y a la vez, tal como hemos realizado, detenernos e interrogarnos particularmente sobre Copolco como un espacio ritual fundamental para la sociedad tenochca.
