EL MACIZO CATINACCIO Y EL LAGO DE ANTERMOIA: MONTAÑAS SAGRADAS Y MITOLOGIA LADINA EN LAS DOLOMITAS DE VALDIFASSA (ALPES DEL NORESTE DE ITALIA)

Constanza Ceruti
Instituto de Investigaciones de Alta Montaña, Argentina

EL MACIZO CATINACCIO Y EL LAGO DE ANTERMOIA: MONTAÑAS SAGRADAS Y MITOLOGIA LADINA EN LAS DOLOMITAS DE VALDIFASSA (ALPES DEL NORESTE DE ITALIA)

Scripta Ethnologica, vol. XXXIX, pp. 67-85, 2017

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

Resumen: El presente trabajo aborda la relación entre el paisaje de alta montaña de las Dolo- mitas de Trento y el patrimonio intangible del pueblo ladino que habita en esta región de los Alpes italianos. En particular, se describe y analiza un conjunto de entidades mitológicas asociadas al monte Catinaccio y lago de Antermoia, en las alturas del valle de Fassa. Para esta investigación realicé entrevistas informales y observaciones de campo junto al lago de Antermoia y Torres de Vajolet, cumplimentando exitosamente la escalada del pico Catinaccio d´Antermoia (3002 m). Recorrí el llamado “Sendero de las Leyendas Ladinas” y visité el santuario de Petralba, la capilla de Santa Juliana y el Museo ladino de Val di Fassa, a los pies del macizo de Latemar. El folclore ladino puebla a los montes más ríspidos de las Dolomitas de hechiceros (stregones) y brujas (strias), en tanto que ciertos lagos aparecen asociados a las figuras de ninfas (vivanas). En torno al monte Catinaccio se entretejen los mitos del rey Laurín y su jardín de rosas; el lago de Antermoia brinda marco orográfico a la leyenda de la viva- na Dona. En las consideraciones de este trabajo analizo la importancia de los mitos ladinos para denunciar indirectamente problemáticas sociales relativas a tensiones religiosas y de clase, al igual que ciertas formas de violencia contra la mujer. Dichas tensiones han dejado marcas en la historia y en la identidad de los ladinos y su tradición oral ha permitido que perduren ancladas a la orografía y el paisaje de este pintoresco rincón de los Alpes.

Abstract: This paper analyzes the connection between high mountain landscapes in the Italian Alps and the folklore of the ladino people. In particular, I describe and study a group of mythological entities associated with mount Catinaccio and lake Antermoia, in the heights of Val di Fassa. Informal interviews and field observations were completed around lake Antermoia and in the area of Torres de Vajolet. I also ascended successfully to the summit of the peak named Catinaccio d´Antermoia (3002 m); walked the so called “Trail of the ladino Legends” and visited the shrine of Petralba, the chapel of Saint Julianne and the ladino Museum of Val di Fassa, at the foot of the massif of Latemar. Ladino folklore situates sorcerers (stregones) and witches (strias) on the most abrupt peaks of the Dolomites; whereas lakes are associated with female aquatic entities similar to nymphs (vivanas). The myth of King Laurin and his magical rose-garden is also built around the massif of Catinaccio. These myths and legends, anchored in the mountain landscape, play an important role in giving visibility to social tensions and denouncing diverse forms of violence against women in this part of the Alps.

Keywords: Mountains, Heritage, Ladino Culture, Mythology, Dolomites.

Introducción al paisaje cultural de las Dolo- mitas de Val Di Fassa en la Región de Trento

Fassa es un valle de habla ladina situa- do en las Dolomitas de Trento, en el extremo noreste de la península itálica. La región es famosa por la belleza de sus montañas y por las estaciones de esquí frecuentadas por visitantes procedentes de Alemania y Austria. El principal poblado, Canazei, está dotado de grandes hoteles históricos que se remontan a la época victoriana, durante la cual miembros de la Casa de los Habsburgo visitaban asiduamente el valle con fines recreativos. Otros poblados tradicionales incluyen Vigo di Fassa, Fossa, Pera, Campitello, Moena y Penia.

En las cabeceras del valle de Fassa se sitúa el Paso Fedaia y el macizo de la Marmolada, el más elevado de las Dolomitas. El bellísimo Lago di Carezza, con sus aguas transparentes y turquesas, constituye uno de sus principales atractivos paisajísticos, al que se suma el famoso macizo del Catinaccio - Latemar, cuyas cumbres albergan los mitos y leyendas sobre los cuales versa el presente trabajo.

Conocidas como “montañas pálidas”, las Dolomitas ofrecen abruptas laderas calcáreas que “empalidecen” y “enrojecen” ante la salida y la puesta del sol, al decir de los habitantes locales. Han sido recientemente incorporadas a la lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO en virtud de la majestuosidad de su paisaje montañoso y de la singularidad de la cultura Ladina, en la que la mitología y el folclore juegan un papel preponderante (véase Micheletti, 2010).

El idioma ladino es una lengua romance resultante de las influencias del Imperio Romano sobre las poblaciones réticas en los Alpes durante la Edad del Hierro. Se asemeja al rumano, siendo que la cultura ladina comparte muchos rasgos materiales con poblaciones gitanas del Este de Europa. En general, las poblaciones ladinas en las Dolomitas han llevado tradicionalmente una existencia dedicada a la actividad agrícola y el pastoreo, practicando la transhumancia estival y especializándose en el comercio transalpino. Las artesanías tradicionales de Ladinia incluyen ebanistería y tallas en madera (en particular juguetes tales como muñecas, títeres y caballitos), además de filigrana en plata y el trabajo del hierro batido. Exquisitos ejemplares de las mismas se pueden apreciar en los establecimientos museísticos de Cortina d´Ampezzo, San Martino a Badía y Ortisei.

En el poblado de San Giovanni di Fassa se encuentra situado el excelente Museo Ladino de Fascia, que cuenta con exhibiciones que abordan la historia, la prehistoria, la economía, las instituciones, la cultura y los ritos del pueblo ladino; así como los cambios introducidos por el turismo y la práctica del montañismo. Una pequeña exhibición auxiliar es dedicada a los “santuarios de montaña” y aborda la colina de Santa Juliana, un antiguo lugar de culto rético cristianizado en el Medioevo. El Concilio de Trento y las cacerías de brujas marcaron un punto de inflexión en la historia de esta parte de las Dolomitas, en la que las montañas todavía funcionan como anclaje de relatos folclóricos relativos a la hechicería y los enfrentamientos religiosos. Durante los siglos XIX y XX, el valle comenzó a ser objeto de creciente impacto turístico. Hoy en día, Val di Fassa es un epicentro donde se gesta un singular movimiento de revival ladino.

Entre las manifestaciones culturales propias de Ladinia se destacan los carnavales con máscaras, las bodas, los “conscriptos” y los teatros populares. A través de soportes multimedia y recursos de la antropología visual, los visitantes al museo se empapan de leyendas pobladas de seres mitológicos que incluyen a los selvans (hombres salvajes), las bergostenas (ancianas temibles), las vivanas (ninfas) y las strias (brujas y hechiceras).

El presente trabajo ofrece una sección descriptiva en la que se vuelcan relatos de alto contenido vivencial, basados en mis experiencias como peregrina y alpinista en el paisaje sagrado de las montañas de Val di Fassa. Narrados en primera persona, permiten explorar diversas formas de acercamiento a la geografía de esta parte de las Dolomitas y comprender más cabalmente las respuestas emotivas que suscitan estas montañas, las cuales son apropiadas in- tensamente por pobladores locales y visitantes con fines religiosos y de esparcimiento.

En segundo término, se hace referencia a la información que logré compilar acerca de las entidades mitológicas que la memoria oral ladina asocia a los macizos de Latemar y Catinaccio - incluyendo la leyenda de la vivana del lago de Antermoia y el mito del rey Laurín y su Jardín de Rosas. Además de las entrevistas informales mantenidas con los pobladores del valle de Fassa, mis conocimientos acerca del folclore de las Dolomitas se ampliaron en sucesivas visitas a los museos Ladinos de Ortisei, San Martino a Badía y Museo Etnográfico de San Teodone, además de los Museos de Montaña inaugurados por Reinhold Messner (véase Ceruti, 2016c).

En las consideraciones de este trabajo, analizo la importancia de los mitos ladinos para denunciar indirectamente problemáticas socia- les relativas a tensiones religiosas y de clase, al igual que formas directas y encubiertas de violencia contra la mujer. Dichas tensiones han dejado marcas en la historia y en la identidad de los ladinos y su tradición oral ha permitido que perduren ancladas a la orografía y el paisaje de esta parte de los Alpes.

Vivencia del paisaje de montaña del Santua- rio de Petralba a la cima del Monte Catin- accio D´Antermoia

Los pobladores ladinos experimentan una gran cercanía con el paisaje montañoso de las Dolomitas. Sus actividades cotidianas- labores agrícolas y artesanales, pastoreo y comercio - transcurren enmarcadas en uno de los paisajes más bellos del planeta. Diversas actividades recreativas y religiosas los acercan aún más a las montañas, cuya sacralidad queda subrayada por cruces plantadas en las cimas y por mitos y leyendas que revisten de significado simbólico a sus cumbres y farallones.

Los siguientes acápites describen en tono vivencial mi experiencia de acercamiento a las Dolomitas de Val di Fassa, inicialmente como peregrina al santuario de Petralba, posteriormente como caminante al pie de las Torres de Vajolet y finalmente como escaladora a la cima del monte Catinaccio D´Antermoia. Las actividades fueron encaradas siguiendo recomendaciones recibidas en mis conversaciones con pobladores de la zona, para quienes estos espacios revisten de substantiva sacralidad.

Visita al Santuario de Petralba

El santuario de Petralba se encuentra emplazado en las inmediaciones de los macizos dolomíticos de Catinaccio y Latemar. Se yergue junto a una montaña puntiaguda coronada por una cima blanca, fenómeno que pudo haber contribuido a la toponimia del lugar. Se trata de un importante centro de peregrinación para los pobladores ladinos, quienes llegan anualmente en procesión tras varias horas de marcha, superando numerosos pasos de montaña y recorriendo a pie decenas de kilómetros por la abrupta orografía de la región.

Un hombre ladino que entrevisté en la distante aldea de Corvara me explicaba que para los residentes en el distante valle de Badía se hace necesario cruzar seis pasos montañosos y caminar más de treinta kilómetros para alcanzar el santuario desde sus hogares. Pese a la distancia y a las dificultades en el terreno, los ladinos de Val Badía celebran con entusiasmo la tradición del peregrinaje al santuario de Petralba. Son conscientes de la importancia que dicha experiencia colectiva aporta para la articulación de distintas comunidades que comparten la misma lengua, pero cuyo territorio se halla disperso en distantes valles de las Dolomitas.

En todo el arco alpino encontramos santuarios católicos que funcionan como centros de peregrinaje. Notre Dame de Guerison, en las inmediaciones de Courmayeur, está situado en la base del Monte Blanco y constituye el más importante santuario mariano en el valle de Aosta, en los Alpes Occidentales. (Ceruti, 2015a). En los Alpes Orientales, la iglesia de Madonna de Senals alberga exvotos que caminantes del siglo XVIII supieron dejar en agradecimiento por haber podido ser rescatados de las grietas del vecino glaciar de Similaun - conocido mundialmente a raíz del descubrimiento accidental de la momia de Otzï, conocida como “el Hombre del Hielo del Tirol” (véase Ceruti, 2010). En los Alpes franco-italianos abundan las imágenes de la Virgen María que coronan las cimas de montes como el Zerbion (Ceruti, 2015b), el Gran Paradiso (Ceruti, 2017a) y la cumbre Zumstein del Monte Rosa (Ceruti, 2016a).

Caminata por el paisaje sacralizado de Vajolet

En un espléndido día de verano caminé desde el paraje de Gardeccia, pasando por el refugio de montaña Rey Alberto, en dirección a la base de las llamadas Torres de Vajolet. El paraje de Gardeccia, con sus pastizales de altura y un puñado de casas de huéspedes, situado en las faldas del macizo del Rosengarten. En una hora de marcha por un sendero amplio se llega al refugio de montaña de Vajolet, al mismo pie del Catinaccio, al cual las leyendas locales identifican con el castillo del mítico rey Laurín (Figura 1).

El macizo de Catinaccio – Rosengarten, anclaje orográfico de la leyenda del Rey Laurin
Figura 1
El macizo de Catinaccio – Rosengarten, anclaje orográfico de la leyenda del Rey Laurin

Otra hora de marcha ascendente por terreno abrupto permite llegar al refugio rey Alberto, situado a los pies de las torres de Vajolet. Dichos promontorios rocosos se yerguen como agujas, junto a un portezuelo que ofrece una amplia vista hacia el macizo de Scilliar y el Alpe de Siusi. Exactamente en el portezuelo al pie de las torres, se observa un gran círculo de piedras, de antigüedad aparentemente prehistórica, que debió haber estado vinculado al antiguo culto rético a las montañas (Figura 2).

Circulo de piedras en la base de las Torres de Vajolet
Figura 2
Circulo de piedras en la base de las Torres de Vajolet

A continuación proseguí hasta el portezuelo donde se halla emplazado el escénico refugio Statner. Me tomé una fotografía junto a una cruz enclavada al borde del precipicio, la cual, según pude observar, cumple las funciones de una “cruz cumbrera”. Si bien no se está situada en una cima sino en un paso montañoso, marca el final de una empinada vía ferrata que asciende desde la otra vertiente del Rosengarten. Además, su emplazamiento junto al abismo rocoso le otorga un particular dramatismo a las fotografías que los alpinistas se toman junto a ella, casi siempre en “posición de cumbre”. En otro punto del portezuelo hay también un significativo apilamiento de piedras, que aparenta ser de considerable antigüedad (Figura 3).

Apilamiento de piedras en portezuelo que domina a las Torres de Vajolet
Figura 3
Apilamiento de piedras en portezuelo que domina a las Torres de Vajolet

Aquella tarde, una vez de regreso en el paraje Gardeccia, recorrí el llamado “sendero de las leyendas” que desciende hacia Val di Fassa. Aprendí nuevos detalles acerca de las historias del rey Laurín, Gordo y Vivana, los hechiceros del Mugoni, y otros relatos que componen parte del patrimonio intangible de esta parte de las Dolomitas.

Ascenso al Monte Catinaccio D´Antermoia

El monte Catinaccio d´Antermoia es conocido en lengua alemana como Kesselkogel. Alcanza una altura de 3002 metros sobre el nivel del mar y es la cumbre más alta del macizo del Rosengarten (Figura 4). El promontorio tiene un aspecto que se asemeja al de un budín y corona el valle glaciar donde se aloja el oscuro y legendario lago de Antermoia. Los dueños de la pensión Rosengarten (donde me alojaba en Val di Fassa) no tardaron en convencerme acerca de la importancia de ascender al monte Catinaccio D´Antermoia y me explicaron que la ferrata que lleva a su cima constituye una “vía clásica” de las Dolomitas de Trento. Mauro y Paola se ofrecieron a pres- tarme casco, mosquetones y arnés para escalar la cumbre más alta del macizo del Rosengarten y visitar el lago de Antermoia, la morada de una mítica vivana.

El monte Catinaccio de Antermoia en las Dolomitas de Trento
Figura 4
El monte Catinaccio de Antermoia en las Dolomitas de Trento

Temprano en la mañana, al mirar por la ventana, advertí que las cumbres del Rosengarten asomaban rodeadas por inocentes nubecitas, también de color rosado. En los Alpes se aplica la sentencia italiana que anticipa “rosso di mattina, la pioggia si avicina”. Decidí ignorarla por completo y recordar la hermosa jornada de sol que había vivido el día anterior. El pronóstico no indicaba mal tiempo en ciernes.

El sol me acompañó desde Gardeccia hasta el refugio Vajolet, pero la danza de nubes fue haciéndose cada vez más densa a medida que avanzaba por el amplio sendero en dirección al refugio Príncipe. Alcancé el refugio alrededor de las diez de la mañana y conversé brevemente con el encargado, quien me aseguró que no estaban previstas precipitaciones antes de la tarde. En su opinión, no habría inconvenientes para seguir la vía ferrata hasta la cima del Catinaccio d´Antermoia para luego continuar hacia el refugio junto al lago homónimo.

Me coloqué el equipo técnico y comencé el ascenso con cierto temor, puesto que había escuchado decir que esta vía ferrata tenía tramos particularmente difíciles. Quizás a causa de las expectativas que me había forjado, encontré la vía sumamente sencilla, sin ningún tipo de dificultad. Ni siquiera me resultó necesario utilizar los mosquetones para asegurarme a los cables.

El tramo final que precede a la cima es una angosta cresta rocosa que ofrece unas vistas extraordinarias del macizo de Rosengarten y del lago de Antermoia (Figura 5). La morada de una legendaria ninfa encantada se recorta con sus aguas de color verde oscuro orladas de manchas de nieve, en medio de un valle de roca y arena, desprovisto de toda vegetación. Caminando cuidadosamente alcancé la cruz que señala la cumbre y me apuré a firmar el libro. En ese preciso instante, en la cima del Catinaccio D´Antermoia, sentí caer las primeras gotas de lo terminó por convertirse en un mortífero diluvio (Figura 6).

Rocosas alturas del monte Catinaccio de Antermoia
Figura 5
Rocosas alturas del monte Catinaccio de Antermoia

La autora en la cima del Catinaccio de Antermoia
Figura 6
La autora en la cima del Catinaccio de Antermoia

Inmediatamente comprendí la peligrosidad de la situación, agravada por el sonido todavía lejano de los truenos. Me di cuenta de que estaba virtualmente “atrapada” en la parte alta de una montaña, sin posibilidad de encontrar protección frente a la furia de los elementos. El riesgo de transitar por vías ferratas se incrementa exponencialmente en circunstancias de tormentas eléctricas. Decidí iniciar el descenso por la otra vertiente de la montaña sin asegurarme, y tratando de no tocar los cables.

Mientras abandonaba el área de precumbre, por la pared que mira hacia el lago de Antermoia, las gotas de lluvia dieron lugar a un espectacular aguacero, mezclado con granizo. Agradecí tener un casco de escalada sobre la cabeza, ya que sentía como los trozos de hielo que caían violentamente, alcanzaban mi rostro cuando levantaba la vista. Me detuve al encontrar una minúscula saliente de roca que proveía un mínimo reparo, adonde intenté vanamente refugiarme. Desde el pequeño nicho, en el que apenas cabía parada sobre un solo pie, podía observar la cortina de agua cayendo frente a mi nariz y tramos de la vía ferrata bañados por poderosos chorros de agua.

Decidí continuar pese a todo ya que el temporal, en lugar de amainar, se agravaba. La oscuridad del cielo era pavorosa y los truenos se sentían cada vez más cercanos. Logré zafar de la granizada, pero el aguacero me empapó en forma inmisericorde. Casi resbalando junto al agua que fluía, bajaba por las paredes de roca sin asirme a ningún cable, con una velocidad y maestría que sólo el miedo puede infundirnos. Tras superar unos tramos de escalera vertical sin detenerme un instante para asegurarme, conseguí salir de la pared. Pero aún no habían terminado mis problemas: había que cruzar una pequeña colina situada frente al promontorio y descender por sus rocosas laderas para llegar al pie de la montaña.

La cumbre de la colina era casi tan expuesta como la cima del macizo. A grandes zanca- das, avanzando a toda velocidad, proseguí el descenso cuando el fatídico trance ocurrió. Súbitamente todo se volvió blanco. Instintivamente, me acuclillé formando una bola con el cuerpo, pero evitando tocar el suelo con las manos. La descarga del rayo partió el cielo y retumbó, aterradora, en mis oídos. La suela de goma de las botas de trekking me permitió algo de aislamiento y la posición baja me brindó protección.

En aquel temporal del mediodía del 22 de Julio de 2015 fallecieron fulguradas dos personas. Una de ellas era un joven alemán, que murió instantáneamente al ser alcanzado por el rayo en una cima vecina, en el macizo de Rosengarten. Otra víctima de la tormenta fue un residente alpino, amigo del conductor de autobuses, que al día siguiente me refirió la doble tragedia, con lágrimas en los ojos.

El incidente me permitió entender cabalmente el temor ancestral que los ladinos tienen a las tormentas eléctricas y las múltiples leyendas que pueblan de strias y stregones a las cimas de estas montañas. Sin lugar a dudas, estos temporales estivales, con su furia inmisericorde, parecen ser desencadenados por brujas y hechiceros endemoniados.

Al llegar a la base de la montaña miré hacia atrás y contemplé perpleja la pared por la que había descendido, a toda velocidad y sin asegurarme. En circunstancias normales me habría parecido inexpugnable. En medio de la feroz tormenta, el terreno ríspido y abrupto había sido el menor de mis muchos problemas.

Para mi desesperación, los desafíos parecían no acabar, sino que solamente mutaban de forma: aguacero, granizada, terreno de paredes verticales, caída de rayos. Aún faltaba un incidente pavoroso por experimentar…

El gigantesco promontorio del Catin accio D´Antermoia actuaba como un paraguas orográfico y las cantidades de agua caídas durante el intenso diluvio discurrían por sus laderas, formando verdaderas cascadas. Yo había leído acerca de la peligrosidad que estas caídas de agua representan para los escaladores en roca y había imaginado, inocentemente, que las descripciones acerca de las montañas “que se vuelven cascadas” eran un tanto exagera- das. Frente a mis ojos observaba la literalidad de estas apreciaciones, sin saber todavía si lograría salir viva de la aventura.

A los pies del promontorio pasa un sendero que comunica el llamado paso Príncipe con lago de Antermoia. El sendero, en zigzag, comenzaba a deslavarse o “franarse”, al decir de los ladinos, atravesado por innumerables torrentes de aguas marrones y barrosas. Las grandes franas por deslave del terreno dejan cicatrices visibles en las paredes de las Dolomitas y han costado la vida a más de un habitante alpino.

Intenté atravesar los torrentes a duras penas, saltando de piedra en piedra, mientras observaba el sendero desaparecer ante mis ojos, con las cantidades ingentes de agua que descendían violentamente por las laderas. En un punto, al alzar la vista, vi un frente de lodo y piedras de más de un metro de altura que descendía a toda velocidad y directamente hacia el lugar donde me encontraba. Por un momento creí que aquello sería lo último que vería. Gracias a Dios, logré “pegar un salto” y ponerme a salvo, justo en el momento en que el torrente pasaba por detrás de mí y seguía su destructor recorrido en dirección al valle.

Temblando llegué al borde del lago de Antermoia (Figura 7). El miedo me iba abandonando pero ahora era la hipotermia la que tomaba su lugar. Me detuve a intentar tomar unas fotografías y por primera vez sentí el frío de las ropas absolutamente empapadas que portaba. Para peor, al llegar al refugio no pude encontrar un lugar donde calentarme. La construcción estaba siendo re- modelada y además de los trabajadores que se guarecían, el salón estaba atestado de caminantes y alpinistas que habían sido sorprendidos por la tempestad. No había espacio ni siquiera para permanecer de pie y los afortunados que almorzaban sentados miraban con desagrado a los “mojados” que los rozaban. La encargada del refugio refunfuñaba por el agua que goteaba de mi campera. Empapada y aterida, me vi obligada a quitarme el abrigo afuera, estrujándolo con todas mis fuerzas, porque el peso del agua atrapada en las fibras era considerable. Hice lo mismo con los guantes y con la mochila. Sin probar bocado, reemprendí la marcha a la mayor velocidad posible, para ganarle a la hipotermia.

El lago de Antermoia, morada de una legendaria Viviana
Figura 7
El lago de Antermoia, morada de una legendaria Viviana

Al atravesar un portezuelo que ofrecía una magnífica vista a la Marmolada y el monte Sasso Lungo, el viento frío que comenzó a soplar hacía aún más difícil mantener el calor corporal. Caminando y cantando, logre seguir adelante. Un par de horas después, la pesadilla había terminado y avanzaba despreocupada bajo un sol radiante, entre los floridos prados y los antiguos masos de las cabeceras de la Val Durón, uno de los rincones más prístinos y bellos de las indomables Dolomitas de Trento.

Algunos mitos y leyenda ladinas vinculados a las dolomitas de Val Di Fassa

Las montañas dolomíticas de Val di Fassa se encuentran pobladas de relatos folclóricos que vinculan a las montañas locales con reyes, enanos, hechiceros, brujas, ninfas, frailes y caballeros andantes. Las agujas rocosas del macizo de Latemar son habitadas por brujas o strias y por hechiceros o stregoni, a quienes se atribuyen las frecuentes tormentas eléctricas que azotan sus cumbres. El folclore ladino explica las formas abruptas de las cumbres de Mugoni y Zigolade como resultado de un legendario enfrentamiento entre un fraile franciscano y un poderoso stregone. Además, la mitología ladina ubica en esta parte de las Dolomitas al legendario Jardin de Rosas del rey Laurín, que da nombre al macizo de Rosengarten. Se dice también que el macizo de Larsech constituye un balcón natural desde el cual las ninfas o vivanas se asoman a observar la vida humana que transcurre en el fondo del valle, siendo los lagos de Carezza y Antermoia la morada favorita de estas míticas criaturas.

El Macizo de Latemar y los hechiceros del Mugoni

El macizo de Latemar es conocido entre los ladinos como morada de brujas o strias y de hechiceros o stregoni. Cuenta la leyenda que en una cueva situada en las alturas de estas montañas vivía un legendario hechicero que vestía de negro y asomaba para atormentar a los pobladores de Val di Fassa desencadenando descargas eléctricas y granizadas. Los habitantes elevaban sus plegarias al Cielo y construían numerosas capillas; pero todo resultaba en vano, ya que las tempestades seguían estallando sin piedad. Eventualmente, un fraile franciscano decidió ascender al Vaiolon para enfrentar al hechicero, llevando consigo a un oso, en carácter de auxiliar. El enfrentamiento fue intenso, ya que el fraile respondía con bendiciones y agua bendita a las maldiciones y maleficios proferidos por el hechicero. Tanto el brujo como el monje y el oso terminaron transformados en las agujas del Mugoni, que se yerguen en las inmediaciones del macizo de Catinaccio y Latemar. Las cumbres del vecino Zigolade también son el resultado de la petrificación de los otros numerosos stregoni que vivían en aquellas montañas.

Las leyendas en cuestión se fundamentan en la climatología extrema de los macizos que flanquean al valle de Fassa, cuyas abruptas cimas atraen temporales que ocasionan aguaceros y peligrosas descargas eléctricas. Al respecto me remito a la experiencia vivida durante mi ascenso al vecino monte Catinaccio D´Antermoia y a las muertes accidentales ocurridas por fulguración. No hace falta señalar que los pobladores dolomíticos habrían quedado tradicionalmente expuestos a la ferocidad de los elementos durante sus tareas pastoriles y el comercio transalpino, por lo que su ancestral temor a las tempestades en alta montaña - y la popular atribución de las mismas al accionar de brujas y hechiceros - resulta fácilmente comprensible. Por otra parte, dichas leyendas sobre enfrentamientos entre hechiceros y frailes ponen en evidencia tensiones emergentes en la esfera religiosa, como consecuencia del proceso de cristianización que tuvo lugar en esta parte de los Alpes.

Ejemplos arquitectónicos como el del círculo de piedras que fotografié a los pies de las Torres de Vajolet sugieren que el carácter sagrado de estas montañas se remonta a la antigüedad rética. Las estrategias de cooptación de las alturas de las Dolomitas quedan plasmadas en las numerosas cruces y apilamientos de piedras distribuidos en cumbres y portezuelos. Asimismo, no hay que olvidar lo referido anteriormente acerca del santuario de Petralba, uno de los principales centros de peregrinaje católico en el mundo ladino, situado justamente a los pies del macizo de Latemar.

El Monte Catinaccio y el Castillo del Rey Laurin

El rey Laurín es un mítico monarca de las Dolomitas cuyo poder se sustenta en cuantiosos tesoros mineralógicos custodiados en las montañas de su reino. Los relatos folclóricos ladinos hablan de incalculables metales y cristales preciosos extraídos de las entrañas de la tierra por obra de un ejército de enanos, devotamente dedicados al servicio del rey.

La leyenda del jardín de rosas de Laurín ha trascendido el mundo ladino, reformulada en el cuento de “La Bella y la Bestia”. En su versión dolomítica, permite explicar porqué las laderas de las montañas que enrojecen al atardecer, fenómeno al cual los ladinos denominan con el nombre de enrosadira.

Se dice que el rey Laurín mantuvo secuestrada a una joven en su mágico castillo, situado en el macizo de Catinaccio. Intentó complacerla cultivando para ella un magnífico jardín de rosas. Cuando la joven fue finalmente rescatada por su hermano, Laurín enfureció y maldijo a sus rosales, para que no pudiesen ser vistos ni de día ni de noche. Pero el rey olvidó extender su maldición al amanecer y al anochecer. De allí que a la salida del sol y al ocaso, el magnífico jardín de rosas puede ser visto aún en la enrosadira que tiñe a las cumbres del Catinaccio. El macizo es conocido en lengua alemana con el nombre de Rosengarten.

La Vivana del Lago de Antermoia

El jardín de rosas del Cantinaccio y el macizo de Latemar se reflejan en las aguas azul turquesa del lago de Carezza. Las leyendas ladinas hacen referencia a una ninfa o vivana que se arrojó a dicho lago tras advertir que el rey local tenía intenciones de raptarla. Así me fue referido oralmente el relato durante mi estadía en Val di Fassa. En otras versiones de la leyenda he advertido que en lugar de un rey, se dice que quien quería seducir a la ninfa era un brujo o hechicero. En cualquier caso, lo que nos interesa es que el motivo de la joven campesina que se resiste a las pretensiones de un poderoso se repite con frecuencia en la mitología ladina asociada a lagos de montaña, como se verá a continuación.

A los pies del prominente Catinaccio d´Antermoia habitaba una bella vivana a quien las brujas de la montaña habían arrojado una terrible maldición: no podía decir a nadie su nombre, ya que desaparecería en forma instantánea al hacerlo. La ninfa transcurría sus horas tocando el arpa en los prados floridos que, en aquel entonces, se extendían a los pies del monte. Un buen día pasó por allí un joven caballero, poeta y trovador, de quien la vivana se enamoró perdidamente. Ante la insistencia del caballero, la ninfa accedió a decirle que se llamaba Dona.

Al pronunciar su nombre, el maleficio se desató. Un fuerte viento comenzó a soplar y todo en derredor se volvió gris y rocoso. Los prados desaparecieron y en su lugar se formó un lago glacial en el que la vivana fue arrojada por un torbellino. El encanto del lago se mantiene, y en las noches de luna llena es posible oír el canto de la ninfa y el lamento del poeta por el amor que no pudo ser.

Consideraciones acerca de la mitología ladi- na y su vinculación con las Dolomitas

El paisaje de las Dolomitas se caracteriza por la variedad de crestas, torres, agujas y pináculos que coronan sus cimas, asemejándolas a las ruinas de antiguos castillos medievales. El fenómeno de la enrosadira crea la impresión de que las laderas calcáreas “empalidecen” y “enrojecen” a la salida y puesta del sol. La belleza natural de estas montañas da cuenta de la dimensión sagrada que las reviste desde los albores de la historia alpina.

Los macizos cuya apariencia recuerda a castillos medievales suelen convertirse en el soporte orográfico de leyendas que hacen referencia a reinos encantados y monarcas míticos. Tal es el caso de la mitología vinculada al rey Laurín y su jardín de rosas, cuyo principal anclaje se encuentra en las alturas del monte Catinaccio y macizo de Rosengarten. Por su parte, el folclore moralizador ladino identifica a distintos lagos de alta montaña como moradas de ninfas o vivanas. Además, hemos advertido que las leyendas de brujas o strias y hechiceros o stregoni suelen aparecer asociadas a antiguos lugares de culto rético, vinculados visualmente con agujas y pináculos rocosos de aspecto atemorizador.

Agujas pétreas, santuarios de altura reticos y leyendas de brujas y hechiceros

Se ha visto que en Val di Fassa abundan los relatos folclóricos que vinculan a las montañas locales con brujas, hechiceros y frailes que los combaten. En particular, se dice que las agujas rocosas del macizo de Latemar son habitadas por brujas o strias y por hechiceros o stregoni, a quienes se atribuyen las frecuentes tormentas eléctricas que azotan sus cumbres. Asimismo, el folclore ladino explica las formas abruptas de las cumbres de Mugoni y Zigolade como resultado de un legendario enfrentamiento entre un fraile franciscano y un poderoso stregone. Quizás como parte de una estrategia de “cristianización” del paisaje, se advierte que uno de los principales centros de peregrinaje en el mundo ladino - el popular santuario de Petralba se encuentra situado justamente a los pies del macizo de Latemar.

Durante la Edad del Bronce, distintas colinas se convirtieron en lugares de culto religioso adonde se quemaban ofrendas y se ejecutaban sacrificios de animales destinados a las montañas más elevadas de la región. Varios de estos santuarios de montaña fueron ulteriormente convertidos en escenarios de peregrinaje y culto católico, a partir de la construcción de iglesias.

Los pináculos rocosos inexpugnables y de aspecto amenazador aparecen frecuentemente vinculados a lugares de culto de la Edad de los Metales. Tal es el caso del santuario rético en el monte Castello del macizo de Scilliar, situado en las inmediaciones de las torres Statner y Euringer (véase Ceruti, 2017b ms). Asociado al macizo de Latemar y sus múltiples agujas se encuentra el santuario de Santa Juliana, con su iglesia gótica construida sobre un lugar de culto de la Edad del Bronce. El círculo de piedras a los pies de las torres de Vajolet también parece ser un antiguo santuario de montaña rético.

Es interesante señalar que estos mismos macizos montañosos dotados de agujas prominentes son los que aparecen ulteriormente vinculados a leyendas de brujas, conocidas en el mundo ladino como strias. Los macizos de Latemar y Catinaccio son moradas de strias y hechiceros que castigan a los mortales con granizadas y peligrosas tormentas eléctricas. El macizo de Scilliar es lugar de “festejo” de las brujas con el Diablo, a quienes suele unirse un famoso stregone de nombre germano y fuerza sobrenatural (Ceruti, 2017b ms).

En términos generales se advierte en el mundo dolomítico una segregación del espacio de la montaña en picos y agujas que son considerados moradas de brujas o strias por un lado y de valles con bosques y lagos que aparecen como moradas de ninfas o vivanas. En el folclore celta irlandés se identifica simultáneamente a las colinas sagradas como morada de hadas y lugar de encuentro de brujas (Ceruti, 2016b). Se las conoce como “colinas de hadas” o fairy hills.

Los vascos en el noreste de España reconocen en la figura de Mari a una diosa de las montañas pirenaicas que aparece en la mitología como “hechicera o maga de los cuatro reinos”. Se la asocia a rasgos del paisaje montañoso tales como cuevas, oquedades y cumbres puntiagudas, las cuales utiliza como morada o cocina. Mari reúne en sí misma a ambos aspectos del numen: el aspecto fascinante que resalta su apariencia seductora y juvenil, semejante a la de las vivanas del mundo ladino, y el aspecto tremendo de sus poderes mágicos, que la acercan a la figura de las brujas y hechiceras (Ceruti, 2011 y 2015c).

Los macizos dolomíticos como castillos de leyenda y sus lagos como moradas de ninfas acosadas Numerosos macizos dolomíticos aparecen vinculados a reinos y monarcas legendarios. En particular, aquellos cuya apariencia recuerda a la de castillos medievales. Se ha mencionado anteriormente que la mitología ladina ubica en las montañas de Val di Fassa al legendario rey Laurín: el macizo de Rosengarten es concebido como el jardín de rosas del mítico monarca y el monte Catinaccio, como su “castillo”.

También en altiplano de Fanes, donde las leyendas ladinas hablan de la existencia de un antiguo reino, se distingue un macizo cuyo aspecto ha motivado que sea conocido como “el castillo de Fanes”. El monte Croda dal Becco recibe el nombre ladino de Sas dla Porta en razón de que constituye uno de los accesos al mencionado altiplano. Por su parte, el Plan de Corones aparece referido en la mitología ladina como el escenario donde el rey de Fanes coronó a una doncella guerrera (véase Ceruti, 2016c).

Una de las hipótesis que motoriza mis actuales investigaciones en mitología y paisaje sagrado en las Dolomitas apunta al papel moralizador del relato folclórico y su importancia como medio de denuncia de tensiones sociales. Más concretamente, me atrevo a proponer que las leyendas ladinas acerca de ninfas en lagos y montes contribuyen a regular las relaciones interpersonales y de pareja, empoderando a la mujer frente a potenciales situaciones de violencia de género, ante las cuales la montaña queda señalada como posible lugar de refugio, en caso de huída.

En la leyenda de la vivana del lago de Antermoia, el paisaje de alta montaña -de lunar apariencia y desnudo de toda vegetación- se convierte en metáfora de las calamidades que pueden sobrevenir si la doncella cede a la seducción del caballero. El aspecto moralizante del relato invita a la mujer a guardar para sí su identidad (e integridad), ejercitando la capacidad de negativa ante requerimientos de carácter romántico.

El acoso sexual a las mujeres campesinas por parte de los señores feudales de la región debió ser moneda corriente durante el Medioevo alpino. En la región de Fassa llama la atención la reiterada asociación de lagos (Carezza, Antermoia) con leyendas de doncellas que allí terminaron sus días (refugiadas o ahogadas, la ambivalencia de los relatos no lo especifica) tras huir del acoso de personajes masculinos de extracción social noble. El propio Rey Laurín se incorpora a la mitología ladina como perpetrador del secuestro de una jovencita, retenida en el castillo y eventualmente rescatada por su hermano.

En Val di Fassa se conoce a las ninfas de la mitología ladina como vivanas en tanto que en Val Badía he escuchado a los pobladores referirse a ellas como ganas. La leyenda de la gana de Val de Mesdí es la que expresa más claramente el empoderamiento de la mujer la- dina ante potenciales situaciones de violencia doméstica. El relato comienza describiendo a una dulce ninfa vista solamente por aquellos que en verano ascendían a las cascadas del valle de Mesdí, en las faldas del monte Piz Boé. Sin embargo, cuando la joven descendió de la montaña en busca de un lugar más cálido para pasar el invierno, un campesino se enamoró al verla y pidió casarse con ella. La ninfa lo desposó con la única condición de que no debía ser tocada con el dorso de la mano del hombre, o ella abandonaría la casa. La inusual condición impuesta por la ninfa para permanecer en el contrato conyugal nos invita a pensar en un tácito pacto pre-marital destinado a proteger a la esposa de eventos de violencia doméstica.

Continúa la leyenda relatando que en su desempeño cotidiano como esposa y madre de varios hijos, la ninfa era tan laboriosa que despertaba la envidia de las otras familias campesinas (Miribung, 2014: 28-29). En una ocasión, atendiendo al pedido de la joven de matar un mosquito que la atosigaba, su marido respondió rozando sin querer la piel con el dorso de su mano. La gana, entristecida, comenzó a encogerse hasta que desapareció y no volvió a ser vista nunca más. De este modo, la figura ejemplar de la ninfa de Mesdí recordaba a las mujeres ladinas, la posibilidad de abandonar el hogar conyugal en caso de ser maltratadas por sus parejas.

Conclusiones

En el paisaje de las Dolomitas se superponen lugares de culto prehistórico con capillas dedicadas a santos católicos. La actividad tradicional de peregrinaje religioso sigue vigente hasta nuestros días, remontando sus raíces al Medioevo y quizás a ritos aún más antiguos realizados por los pobladores réticos antes de la romanización.

La propia apariencia física de las montañas dolomíticas, con sus laderas inexpugnables y sus torres de piedra, de presta fácilmente como anclaje orográfico de una rica mitología de origen medieval vinculada a castillos, caballeros y doncellas. Son muy conocidos en el mundo ladino los mitos del Reino de Fanes y del rey Laurín. De este último monarca mítico se dice que tenía su legendario castillo en el monte Catinaccio y su encantado jardín de rosas en el Rosengarten. Las populares leyendas que lo vinculan a dichas montañas permiten explicar el fenómeno de la enrosadira.

El folclore cumple cabalmente su función moralizadora en relatos que pueblan de ninfas y brujas a los bosques y valles de las Dolomitas. La ninfa encantada que habita en el páramo del lago de Antermoia es un ejemplo de las vivanas, entidades míticas destacadas en las cosmovisión ladina, cuyo papel moralizador contribuye a regular las relaciones interpersonales y de pareja, empoderando a la mujer frente a situaciones de acoso sexual o violencia de género (las cuales debieron haber sido tristemente frecuentes en contextos feudales alpinos, como la propia mitología lo sugiere).

Mención especial merecen las strias y stregones, brujas y hechiceros a los que se atribuyen tormentas eléctricas, temporales y otros maleficios, quienes suelen morar en entre agujas y pináculos empinados, de peligrosa climatología y aspecto amenazador. La mitología que a ellos remite, con sus relatos de enfrentamientos entre brujos y frailes franciscanos, trae ecos de conflictos religiosos emergentes durante los procesos de cristianización del mundo alpino.

Bibliografía

Ceruti, M. C. 2010 Embajadores del Pasado: los niños del Llullaillaco y otras momias del mundo. EUCASA. Universidad Católica de Salta. Salta

2011 Montañas sagradas en el País Vasco y su mitología. Mitológicas XXIV. CAEA (Centro Argentino de Etnología Americana). Buenos Aires.

2015a. Notre Dame de Guerison. Folklore Alpino y Devoción Mariana al pie del Monte Blanco. Actas del III Congreso Internacional de Patrimonio Inmaterial. COFFAR. Pp. 139-155. Salta.

2015b. Nuestra Señora de las Nieves del Monte Zerbion: una devoción mariana en los Alpes. Boletín del Museo Regional de Atacama. Nro 6 Año 6: 71-81. Museo Regional de Atacama. Copiapó.

2016a. Los Walser del Monte Rosa y los Carnavales a orillas del Lago Bodensee. Ritos y creencias alpinas y su influencia en la peregrinación andina de Qoyllur Rit´i. Revista Haucaypata. Investigaciones arqueológicas del Tahuantinsuyu N° 11: 14-27. Lima.

2016b. Montañas Sagradas de Irlanda. Mundo Editorial. Salta.

2016c. Los Museos de Montaña de Reinhold Messner: Identidad, Turismo y Sustentabilidad en los Alpes de Sud Tirol. Journal of Sustainability Education. Vol 11 – 27 pp. USA.

2017a. La Madonnina del Gran Paradiso: alta montaña y patrimonio religioso en la cima de un gigante de los Alpes. Revista Estudios del Patrimonio Cultural N° 16: 6-20. Madrid.

2017b. El macizo de Scilliar: brujas, hechice ros y patrimonio intangible en las Dolomitas. Manuscrito en poder de la autora. Universidad Católica de Salta. Salta.

Micheletti, C. 2010 Dolomiti: Patrimonio Mondiale UNESCO. Tipográfica Alcione. Belluno.

Miribung, C. 2014 Alta Badía: Walking through an en chanted land. Uniun Ladins Val Badia y Tourist Board Alta Badía. Ortisei.

HTML generado a partir de XML-JATS4R por