DIVERSIDAD CULTURAL Y POLARIZACIÓN SOCIAL. POSIBILIDADES EPISTÉMICAS Y DOCENTES PARA LA INTERVENCIÓN SOCIAL. IN MEMORIAM.

Belén Lorente Molina
Universidad de Málaga, España

DIVERSIDAD CULTURAL Y POLARIZACIÓN SOCIAL. POSIBILIDADES EPISTÉMICAS Y DOCENTES PARA LA INTERVENCIÓN SOCIAL. IN MEMORIAM.

Scripta Ethnologica, vol. XLII, pp. 17-40, 2020

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

Resumen: Se proponen tres ejes de reflexión sobre la diversidad cultural en el ámbito de la intervención social para profundizar en la persistencia e incremento de los escenarios de discriminación social en la actualidad. El primero analiza por qué las dinámicas de polarización social actual construyen la diversidad cultural como un chivo expiatorio. La segunda subraya que la diversidad epistémica interna del trabajo social debe incorporarse en los recientes debates sobre la construcción de una ciencia del trabajo social. La tercera se preocupa por el abordaje de la diversidad cultural en el proceso de enseñanza-aprendizaje y en el ámbito profesional en contextos migratorios.

Palabras clave: Diversidad cultural, chivo expiatorio, ciencia del trabajo social, formación en trabajo social, migraciones.

Abstract: Three axes of reflection on cultural diversity and social intervention are proposed to explore the persistence and increase of social discrimination nowadays. The first analyzes why the dynamics of current social polarization shape cultural diversity as a scapegoat. The second underlines that the internal epistemic diversity of social work must be incorporated in the recent debates about the construction of a science of social work. The third deals with the tratment of cultural diversity in the teaching-learning process and in the professional field in migratory contexts.

Keywords: Cutural diversity, scapegoat, science of social work, social work education, migrations.

Consideraciones previas

Los ejes de reflexión que se desarrollan en este trabajo son fruto de una investigación en curso sobre comportamientos de odio (1) y de la sistematización etnográfica de la experiencia docente en la que se ha venido trabajando en varias universidades españolas por más de dos décadas en materias relacionadas con la intervención social en contextos migratorios, en las cuáles la diversidad cultural constituye un eje central de sus contenidos, métodos y éticas para la acción profesional. Si bien la cuestión migratoria constituye un contexto privilegiado para analizar la diversidad cultural, desde este trabajo cobra mayor atención esta última pues se considera una variable central para esclarecer los corolarios de la resistencia y la violencia hacia el fenómeno migratorio, su impacto en la gestión profesional y política de la diversidad, así como en la implementación efectiva de los derechos de ciudadanía. Se subraya a partir de ello que no existen recetas, ni planteamientos esquemáticos que puedan acompañar la intervención social con enfoque de diversidad cultural. Las transformaciones culturales que estamos viviendo son de tal complejidad que exigen una disposición entrenada para el reconocimiento de la otredad cultural, tanto de la externa al nosotrxs, como de la interna, cada vez más fragmentada y polémica. En tal sentido se pretende por un lado proporcionar puntos de análisis que concentren nuestra atención y acompañen la construcción de métodos plurales en el espacio docente y profesional, por otro, aminorar y controlar en la medida de los posible los efectos no deseables de la intervención social dónde la alteridad es fundamental. Por último, contribuir a un debate que haga por recogerla variedad de experiencias locales que sobre esta materia posee el trabajo social para articularlas a la posibilidad de una ciencia propia, que pueda realizar construcciones epistemológicas desde la diversidad epistémica que su ámbito profesional contiene.

Para aclarar de que se está hablando en este texto cuando se invoca la noción de diversidad cultural, señalar que esta se sostiene en una aproximación compleja a la comprensión del funcionamiento y articulación de distintos ejes identitarios, desde una perspectiva interseccional , como son la etnicidad, la raza, el género, la orientación sexual, la clase, la edad, las diversidades funcionales o las creencias religiosas, entre otras posibles, que configuran a sujetos individuales y colectivos, tanto desde una perspectiva estructural, como de la agencia que estos poseen para resignificar el sentido de su existencia y las prácticas sociales que lo hacen posible. Para abordar las dinámicas de la identidad es necesario pensar el poder como una relación social que condiciona las posibles formas en que estas identidades se cruzan, adquiriendo una complejidad específica, y no otra, no sólo cuando estamos ante una realidad migratoria, sino al interior de nuestras vidas personales, familiares, comunitarias, nacionales y globales. El modo en que el poder atraviesa la intersección entre los distintos sistemas identitarios está en la base, entre otros, de las desigualdades que las personas y colectivos sociales experimentan, ya que ese poder deriva en la posibilidad hegemónica, casi incontestable, de construir la otredad como un aspecto esencialmente negativo y conflictivo para el desarrollo de un orden social tranquilo, vivible e, incluso, justo.

En el mundo contemporáneo la intensidad de los acontecimientos sociales mediados por la diversidad cultural y las migraciones es también una característica inequívoca de los tiempos que vivimos, si bien presenta una fisonomía específica respecto de períodos anteriores que va demandando la introducción de nuevos enfoques para su estudio y el refuerzo del espectro teórico ante los interrogantes que se vienen sucediendo (Portes, 2016; Rivero, 2017). En la literatura sobre el tema, la alusión a factores relacionados con el incremento futuro de las migraciones es recurrente, algunos de ellos ya conocidos como la búsqueda de trabajo o los derivados de los conflictos armados, y otros que surgen con pujanza vinculados al cambio climático, la sostenibilidad medioambiental o la soberanía alimentaria (Brzoska y Fröhlich, 2016; Martínez y Orrego, 2016; Swain, 2018). Lo que parece mantenerse constante es que buena parte de esa movilidad continúa siendo resultado de profundas desigualdades sociales y económicas, relacionadas con el desarrollo del paradigma postfordista para la implantación de las economías tecnológicas. Esta reorganización del capitalismo afecta desproporcionadamente a los territorios secularmente más castigados, pero una de las novedades que introduce es su impacto negativo también en regiones consideradas “ricas”. Para el caso europeo, sus efectos comienzan a ser visible en la década de los ochenta del siglo XX, con un primera detonación mundial que encarna la Gran Recesión en el año 2008, cuando ya es evidente la preocupación por el alcance de sus consecuencias en la vida social, política y económica europea (Bentolila y Jansen, 2016) y una segunda explosión aún más grave e incierta que acelera el socavamiento que ya venía produciéndose de los fundamentos de las sociedades democráticas bajo los efectos devastadores del COVID-19, dónde en España, por ejemplo, ya se alude a la expresión popular “las colas del hambre” (2) y el desbordamiento de los sistemas de protección social público para poder responder a ello. La crisis de 2008 se gestionó acentuando el declive económico y político de España y la pandemia ha mostrado no sólo lo que la falta de previsión procura ante lo inesperado, sino la descapitalización progresiva de los sistemas de bienestar social que estructuraban el Estado social y democrático de derecho en este país.

La precarización de la vida de las clases medias parece que se mantendrá estable por años, la destrucción de empleo tiene perspectivas de continuar, la reorganización tecnológica del trabajo viene avisando pedagógicamente, por activa y por pasiva, no sólo mediante publicaciones académicas, sino también mediáticamente a través de documentales, prensa o tertulias en televisión o radio, de que se trata de un hecho irreversible (Ford, 2015) llamando, por tanto, a la resiliencia generalizada. La solución para individuos y estados: o se tiene talento y se emprende bajo la lógica del capitalismo cognitivo, o no se es apto para el progreso. Asimismo, en esta retórica se advierte no ya que el Estado de Bienestar está en crisis, como los hicieran los teóricos de finales de los años ochenta del siglo XX, sino que ya es constatable su desmantelamiento y agonía, aunque ciertamente su celeridad sea más acusada en unos países que en otros (Taylor-Gooby, Leruth, y Chung 2017).

Es decir, la impronta eugenésica de la nueva economía se ha instalado en muchos lugares del norte imaginado, y para el caso europeo, de manera decisiva en la franja mediterránea, precisamente donde es más acusada la presión migratoria procedente del continente africano y parte de la derivada del conflicto sirio. Es imposible no especular sobre hasta qué punto es una casualidad que el Mediterráneo en cada uno de sus flancos, se encuentre geopolíticamente desestabilizado y si ello no tiene una razón cultural de fondo, además de la económica.

Reflexión I. La diversidad cultural como chivo expiatorio

Esta es una reflexión que trata de identificar algunas de las dinámicas sociales relacionadas con el funcionamiento de las relaciones de diversidad y sus conexiones con instancias comunitarias, grupales, familiares, personales, institucionales y políticas, las cuales afectan personalmente en la medida que atraviesan nuestra vida cotidiana y consiguientemente nuestro desenvolvimiento como profesionales. El análisis tiene que ver con una preocupación motivada por la intensidad que están adquiriendo algunas dinámicas de polarización social, a las que no se les adivina en principio un retroceso en los supuestos que las alimentan. La cuestión identitaria, y las expresiones de diversidad que le acompañan, conformarían uno de esos supuestos duros a los que se hace referencia, dónde es observable líneas de fractura social inquietantes. Sabemos que la diversidad tiende a penalizarse en la medida que se localizan en la otredad las causas de la de inestabilidad de un nosotrxs hegemónico, imaginariamente cohesionado, armónico y sin fisuras internas. En tal sentido, la otredad constituye una fuente recurrente de confusión e inestabilidad que provee justificación política, cultural, social e incluso económica a las acciones de defensa, las cuáles son comprendidas y justificadas desde una determinada emocionalidad colectiva, que además consigue elaborar un relato racional en una lucha orientada hacia su conservación idealizada como grupo.

El sacrificio de la diversidad que se penaliza en la otredad funciona como una premisa que permite solucionar, desbloquear o alejar no pocos conflictos con fórmulas de segregación, apartamiento o eliminación tendientes a evitar la contaminación cultural, étnica, racial, religiosa, sexual u otras. Entre dichas acciones, por ejemplo, pueden citarse el freno a la llegada a la “avanzada” Europa de los refugiados sirios por causa del conflicto armado en su país, o el abandono y el desamparo social y jurídico de los menores extranjeros no acompañados en las ciudades españolas en África de Ceuta y Melilla (3), procedentes fundamentalmente de Marruecos, siendo responsabilidad de España su atención y protección; o el despliegue de una brutal violencia contra minorías étnicas, religiosas o culturales, como el caso de los Rohinyás por el Gobierno de Myanmar, calificada de limpieza étnica por la Organización de las Naciones Unidas; o la práctica de separación de niñas y niños inmigrantes latinoamerican@s de sus familias a la llegada a Estados Unidos, dejándolos incluso sin protección médica, a la manera de Trump; o las reacciones xenófobas contra el éxodo nicaragüense en Costa Rica o el venezolano en varias ciudades latinoamericanas. Los ejemplos serían tantos, que desbordan cualquier pretensión de sistematicidad, pero lo que no deja duda cuando se miran los conflictos existentes es que cada una de esas formas violentas de proceder hacia las personas y colectivos que representan la otredad subalterna siguen siendo estructural, global y definitoria de la organización social y política del siglo XXI.

Otro de los supuestos que hacen difícil el retroceso de la hostilidad hacia la diversidad de la otredad, que adicionalmente conlleva una vuelta de tuerca más dramática si cabe, es la fragmentación creciente del nosotrxs colectivo, que bajo el sentimiento de cohesión identitaria desplegaba las banderas que marcaban las fronteras entre lxs de dentro y lxs de fuera. Esto hace mucho más trágica la estabilidad y más difícil la evacuación de las tensiones que el fenómeno produce, el conflicto civil interno está latente, pero ya pueden identificarse algunas de sus expresiones en la vida cotidiana y política. El malestar que provoca la certeza de que los “otrxs” están en el “nosotrxs” necesita terapia social y es más probable encontrar reacciones de repliegue y expulsión de lxs que traicionan a la comunidad imaginada, que rehacer los consensos hacia una convivencia intercultural que abra espacios de interlocución. La búsqueda de consensos implica la cesión, o redistribución de la autoridad, y este es un proceso difícil, que por lo que conocemos históricamente parece no excluir la violencia. La cuestión es cómo se puede administrar el proceso de ponderación de las fuerzas para evitar su escalada violenta o intensificación mediante los comportamientos que vienen denominándose de odio (Cfr Laurenzo, 2019).

Sobrecogedora resulta, en ese intento de eliminación o sujeción de la otredad, la sofisticada llamada a la violencia civil por parte de la creciente oleada de gobiernos conservadores, y a veces no tan conservadores, como la alentada por parte de partidos políticos, pero también movimientos sociales, ultranacionalistas, extremistas, patriarcales, xenófobos, populistas y en suma antidemocráticos alentados por el escenario de crisis socio-económica y que, paradójicamente, han tenido cabida por la democracia que practican los Estados de derecho (Roth, 2018). Una de las banderas más preocupantes de este conservadurismo que vivía soterrado, no que había desaparecido, es la ideología de género la cual invocan para eliminar del espectro político y social a las mujeres y sus luchas a lo largo de la historia, y a las mujeres y los hombres del colectivo LGTBI en la conquista de sus legítimos derechos.

La expresión ideología de género es un marcador discursivo del patriarcado que avisa de la ruptura interna que la mujer ha propiciado culturalmente del orden hegemónico, disolviendo de ese modo la continuidad del nosotrxs, y siendo unos de sus efectos más intolerable la fractura del ethos familiar. Dentro de ese proceso, la incorporación masiva de la mujer al mundo laboral ha sido un factor disruptivo, más o menos cuestionado en la medida que la competencia por los puestos de trabajo no ha supuesto realmente una dificultad en términos de acceso preponderante para la mayoría de los hombres. En la actualidad en Europa este conflicto ya comenzó a dar la cara de múltiples formas, tanto en espacios institucionales (4), como en las redes sociales, las cuáles ofrecen un panorama muy rico de posiciones y matices. Una de ellas es invocar la igualdad de género como algo ya resuelto, por lo que ya no serían justificables las políticas laborales orientadas a la equidad de género, las cuáles perjudican a los hombres debido a un exceso de protección feminista. También se argumenta que este feminismo se potencia internamente para vivir de subvenciones del estado, o de la Unión Europea, al constituirse como un medio de vida, lo cual hace que se magnifiquen, incluso inventen casos, interpretaciones o problemas vinculados con la violencia de género que dejan a los hombres sin derechos o desprotegidos frente a ese discurso omnipresente que culpabiliza a todos los hombres por igual.

En el caso del colectivo LGTBIQ, si al conservadurismo ya le resulta pesado manejar la confrontación de la hegemonía de la sexualidad hetero-patriarcal, lo que ha traspasado las líneas de “aguante” ha sido su inmersión en el centro sagrado de la vida social, es decir, el matrimonio y la familia. El acceso jurídico y social a instituciones tradicionales con una fuerte impronta religiosa no iba a pasar desapercibida en el momento en que adquiriese el poder para rechazarlo. Una cosa es la conquista de derechos de ciudadanía, otra bien distinta es que con ello esté de acuerdo una parte de la sociedad y puedan mantenerse en el tiempo sin oposición (Guattari, 2004).En el momento que esa parte dispone del poder social suficiente para manifestarse, lo que queda claro es que se manifiesta. En tal sentido el conflicto está lejos de resolverse, y se viene mostrando por múltiples vías. La violencia hacia las mujeres y la violencia homófoba consuman actos sacrificiales de los que se sigue alimentando el patriarcado, dejando un rastro claro de su vigencia y fortaleza, lo que tendrá consecuencias por mucho tiempo aún. Además, algo que engrasa estas dinámicas también se relacionan con la profunda influencia que diferentes confesionalidades religiosas poseen en la activación continuada del conflicto. Eso de que nos desenvolvemos en marcos sociales y políticos secularizados es un espejismo al que sabemos debe prestársele atención.

Estas dos dinámicas, tan mutuamente conectadas -una de ellas la dicotomía recurrente entre el nosotrxs y la otredad, con sus corolarios en el momento actual; la otra, la fragmentación interna del nosotrxs y la terapéutica social necesaria para abordar el fenómeno-, vienen atravesadas por la violencia, bien simbólica, más difícil de objetivar, más soterrada y sofisticada; o bien ejercida sin enmascaramiento, en la cual somos capaces de reconocer el daño, el sufrimiento o el dolor, así como también considerarla un efecto colateral, casi que obligado, en la contención de los corolarios indeseables que implica compartir nuestra esencia cultural con la otredad disruptiva. Esta violencia que se mueve en varias direcciones tiene la inquietante particularidad de hacer resbaladiza la noción de justicia, de reconocimiento y del derecho a la participación social (Fraser y Honnet, 2006) las cuales van a depender en buena medida de la fortaleza de los acuerdos sociales existentes, (consolidados en derechos, inversiones económicas en políticas públicas, tanto de redistribución como de reconocimiento) y del vigor con que estos puedan mantenerse (capacidad y legitimidad institucional) (Berger y Luckman, 1995), así como también por la específica interpretación que se construya desde los colectivos que se consideran afectados. Cuando se desciende a este nivel, los razonamientos que ganan fuerza son los propios, y los de la otredad tienden a eliminarse, el objetivo ya no es tanto la convivencia, sino la necesidad percibida de sobrevivencia, que fácilmente ya invoca variadas formas de violencia. A partir de aquí se hace más necesario el refuerzo de los procesos de diálogo y de contención de las escaladas, las cuáles tendrían que poder atajarse.

A modo de apunte, es pertinente una reflexión a partir de algunos aportes de Girard (1995) cuando plantea cómo en el tránsito de las sociedades primitivas a la moderna ha producido un hecho fundamental, que consiste en haber depositado en manos del sistema judicial la administración de la venganza. La función: evitar la venganza privada y sus escaladas, mediante un consenso social que transfiere el control y ejercicio de la violencia a dicho sistema. Con ello la sociedad espera que la impunidad no tenga espacio y desplaza la preocupación por la violencia a una instancia distinta, que en cierto modo también terminó sacralizándose. Sin embargo, una parte importante de la ciudadanía ha comenzado a percibir acciones que quedan impunes en actuaciones de las mismas instituciones depositarias de la justicia y de la administración del bien público, lo que debilita poco a poco las certezas en que las instituciones pueden responder, o tener ya efectivamente el poder para garantizar los derechos de ciudadanía, el derecho internacional humanitario, o los derechos humanos. En definitiva, los procesos que garantizan la democracia. Para el caso europeo, la contundencia con la que hemos podido comprobar la incapacidad para responder a la crisis humanitaria de la magnitud del conflicto sirio e inmigratorio, nos sitúa en una dimensión del análisis particular. Primero porque políticamente presume de ser uno de los territorios más democráticos del mundo y segundo porque se supone que cuenta con recursos para haber hecho frente de otra forma, más digna y justa, al drama que estamos asistiendo televisadamente. Esto ha visibilizado y profundizado una brecha en la Unión Europea que afecta directamente a su credibilidad y solvencia como institución para una parte de la ciudadanía. Y lo más preocupante es que esta incapacidad ha dado aliento al populismo, a posiciones xenófobas y fascistas difíciles de combatir en el marco de la crisis económica y política que viene experimentando la Unión Europea en esta última década. Los efectos de la pandemia, asimismo han mostrado las dificultades de coordinación, las expresiones nacionalistas en el enfrentamiento de este drama, y el sempiterno conflicto norte-sur en Europa, que es una expresión reiterada, entre otras, de las visiones de vida, prácticas de existencia y memoria política, que hoy es geopolítica, entre los ámbitos culturales de tradición latino-católica y anglo-germana-protestantes.

Reflexión II. Ciencia del trabajo social y diversidad epistémica interna

A partir del punto anterior, es evidente que no hay territorios ajenos a estas dinámicas contemporáneas de la identidad, y es muy posible que en cada uno de estos lugares y conflictos se encuentren profesionales del trabajo social involucrados con una perspectiva sobre el asunto (cfr. Matthew Hawkins et al, 2018), con tradiciones de la atención a la otredad distintas, con saberes acumulados, e información de primera mano, muchas veces invisibles al debate internacional (Kreisberg y Marsh, 2016), que nos ayude como comunidad a entender mejor nuestras prácticas y a teorizar como podemos proceder desde supuestos que den sentido a lo que contemporáneamente estamos denominando trabajo social. (cfr. Gallardo-Peralta; Sánchez-Moreno y Rodríguez-Rodríguez, 2019).

Se trata de una riqueza extraordinaria que para ser visibilizada pide un giro hacia fuera de nuestros propios esquemas y sopesar lo que Zambrano (2010) denomina “una agenda del trabajo social global contextual (TSGc)”, que necesariamente trasciende lo que hayan podido acordar las distintas organizaciones internacionales sobre lo que es o debe ser el trabajo social en la actualidad, entre otras, porque hay que tener en cuenta, precisamente, la diversidad de los contextos dónde pretende operar dicha agenda y las derivaciones sociales y políticas a las que está expuesta. Como nos dice Zambrano“el TSGc es un trabajo social en construcción yuna episteme en transición […] y conlleva una transformación cultural compleja, por lo que no puede entenderse únicamente como la extensión de la actividad profesional al campo internacional” (2010:114).

Por ello, otra de las reflexiones que se enuncian tiene que ver con la pluralidad cultural existente al interior mismo del trabajo social, por ejemplo, con su diversidad epistémica interna, y la necesidad en estos tiempos de sostener una interlocución epistemológica, metodológica y ética que contribuya a identificar en nuestra tarea docente lo que va proporcionando especificidad a la formación en trabajo social, cuando la diversidad cultural y las migraciones se adivinan entretejidas, como hechos sociales globales.

En los últimos años, el debate internacional sobre la posibilidad de una ciencia del trabajo social ha adquirido relevancia (Lorente y Luxardo, 2018), lo que no deja de ser estimulante en la medida que conlleva seguir esclareciendo los elementos que moldean la identidad del trabajo social. La construcción de una ciencia del trabajo social tiene que procurar un alcance global y su consecución pasa necesariamente por reconocer las otredades epistémicas existentes en su interior, las cuáles pueden ser internas o externas a la tradición en la que nos hemos formado profesionalmente (cfr. Simone, Baldry y Earles, 2015).

El objetivo de este enfoque no está estrictamente motivado por una reivindicación política de la diversidad, que el trabajo social posee internamente a lo largo del mundo, sino se debe a que esa diversidad es un hecho social que debe de ser considerado en la epistemología del conocimiento que consiga fundamentar una ciencia del trabajo social en la que podamos reconocernos. La invocación de la diversidad epistémica interna como condición de una ciencia del trabajo social, no solapa en ningún caso que esas diversidades tienen a su vez problemas de reconocimiento interno de sus propios prejuicios racistas, etnicistas, clasistas, religiosos, sexuales o de género. Pero que lo tengan, justamente hace más importante la llamada al análisis y a la reflexión epistemológica y ética sobre el conocimiento y nuestras prácticas. Si el trabajo social tiene un mandato ético es el de combatir las desigualdades que impide la existencia de una vida digna y justa, la concepción de la dignidad y la justicia es tanto universal, como culturalmente localizada, en tal sentido las prácticas de odio, que tan relacionadas están con la construcción negativa e indeseable de la otredad (Appadurai, 2007; Todorov, 2008), es un asunto prioritario por atender que compromete a la academia y a los espacios de intervención profesional. Es por ello también que se necesita avanzar en un conocimiento especializado comparativo y específico, que sustente la intervención social contra estas prácticas de discriminación cultural.

Quizás a muchxs dicha propuesta les parezca una ingenuidad, sin embargo, en este trabajo se considera un reto que va a condicionar la base de nuestra propia redefinición disciplinar y profesional hacia el futuro. Ello implica la apertura de miradas con un alcance sin precedentes porque tiene que representar, para hacerlo legítimamente, a una extensa y diversa comunidad internacional, tanto académica como profesional. Las similitudes entre distintas tradiciones, así como las diferencias entre ellas, son dos tensiones fundamentales que pueden ser integradas al debate internacional sobre qué va a entender una amplia y globalizada comunidad de académicxs, investigadorxs y profesionales por ciencia del trabajo social (cfr. Chin et al, 2018).

La necesidad de moldear esta particular ciencia representa la necesidad ética de un conocimiento que nos posicione para enfrentar los problemas sociales que están produciéndose contemporáneamente, tiene que ver con definir necesidades de investigación y con innovar metodologías de intervención ante la complejidad que la cuestión social está adquiriendo, tanto en nuestros países, como a escala planetaria. La complejidad e interdependencia de los problemas globales y sus efectos locales exige un ejercicio de reconocimiento y cooperación en trabajo social renovado. Esto nos lleva a valorar que las distintas comunidades del trabajo social se necesitan unas a otras, probablemente con más intensidad que en otros momentos previos.

No obstante, aquí se suscribe el apunte de Zambrano (2010) sobre el trabajo social internacional, el cual no puede confundirse con la extensión de la acción profesional al territorio dónde nos desplazamos. La cuestión es cómo se profundiza en el diálogo profesional y académico a partir del reconocimiento por una parte de las particularidades de la producción y desenvolvimientode los problemas sociales en dicho territorio, y por otra de los saberes y prácticas locales del trabajo social que conforma un conocimiento con el que hay que relacionarse e interactuar epistemológica y metodológicamente. El riesgo de impulsar o profundizar relaciones de conocimiento y laborales coloniales en trabajo social tras las acciones de cooperación, solidaridad e intercambio es conocido y constituye una preocupación reconocida desde los espacios de producción académica hegemónica (Brydon, 2012; Coates y Hetherington, 2016; Ibrahima y Mattaini, 2019; Gray, 2005; Fortier y Hon-Sing Wong, 2019) lo cual no deja de ser un avance e insinúa otras posibilidades para el diálogo.

Además, sería ingenuo llegado este punto reproducir el esquema del epígrafe anterior, creyendo que cada comunidad académica es un nosotrxs colectivo compacto y sin conflictos, porque sabemos que las relaciones hegemónicas, y la colonialidad interna que le acompaña no es privativa de ningún espacio, ni de ningún grupo concreto, se localizan tambiénen nuestras tradiciones locales, por lo que para avanzar en un conocimiento que produzca otras hermenéuticas, habrá que prestar atención a estos procesos internos que subalternizan e invisibilizan, a su vez, otros enfoques de conocimientos, por tanto, a otros grupos, en la lucha por el poder de interpretación y de reconducción de los problemas que el trabajo social suele atender. Las mejores prácticas profesionales serán las que sean capaces de incorporar por una parte la diversidad epistémica y por otra la precisión epistemológica que pueda producir la deseada ciencia del trabajo social en relación a su objeto de estudio y campo de acción. El objetivo es enfrentar los problemas sociales y las necesidades de la ciudadanía en las sociedades contemporáneas con el conocimiento más depurado, pero también con el más plural metodológicamente hablando.

No podemos dejar de pensar el trabajo social desde ese nivel integral, porque es una profesión articulada a través de la cooperación, la solidaridad y la lucha por los derechos desde lo local hasta lo global, objetivos que ya no tienen fronteras, y su desarrollo epistemológico debe reflejar esta tendencia irreversible. Al ensanchamiento de las relaciones de diversidad que ya producen los movimientos migratorios, también hay que tener en cuenta, como ya señalan algunas autoras (Manzanera-Ruiz y Marín-Sánchez, 2018) que se está produciendo una disociación entre los contenidos de los planes de estudio que prescriben competencias en las que lxs estudiantes son entrenadxs sobre todo para desempeñarse laboralmente en los sistemas de bienestar nacionales y la realidad del mercado laboral del trabajo social. En el caso español hay que decir que ofrece empleo precario fundamentalmente en el tercer sector. Estas condiciones han provocado que un número creciente de egresadxs se plantee buscar trabajo en otros países, sobre todo en el marco de organizaciones internacionales y también no gubernamentales, tendencia que puede verse incrementada en los próximos años. Estos cambios que han venido para quedarse, interpelan el curriculum formativo y profesional para que recoja estas transformaciones, situación que nos pone en la tesitura de pensar si hay que complementar, y en algunos casos restructurar lo que nuestras curriculas nacionales ofrecen. La cuestión es si es necesario y viable avanzar en la estructuración de una ciencia propia con alcance epistemológico que, teniendo en cuenta las realidades nacionales y locales, agrande su mirada para funcionar globalmente y en red desde sus diversidades epistémicas internas, como propone este epígrafe.

Reflexión III. Acerca de la formación sobre la diversidad cultural

Como se lee en el epígrafe anterior, el ámbito docente no está por fuera del desafío sobre cómo tratar la diversidad en el mundo contemporáneo y es vital en la formación inicial del alumnado, porque puede ofrecerle herramientas que desde muy temprano reduzca los efectos del etnocentrismo y de otros prejuicios de naturaleza similar. Las transformaciones que se vienen señalando y su complejidad conllevan un reto similar en el ámbito de la docencia en general, y particularmente para nuestro caso en el de la intervención social, sobre cómo abordar la diversidad cultural, también sus procesos y dinámicas, en contextos de inmigración, definitivamente de movilidad humana.

La reordenación de contenidos y elaboración de una pedagogía que acompañe el proceso de enseñanza-aprendizaje se ven interpelados con frecuencia por lo que se viene señalando en los apartados anteriores, pero también porque se registra un hecho axiomático en la primera línea de la acción social y es que dichos cambios aparecen en las situaciones que enfrentan lxs profesionales muchas veces con anterioridad a que se haya producido un conocimiento más depurado de lo que está ocurriendo. La vida cotidiana de la gente es, por tanto, un locus observación y acción clave para el trabajo social,en definitiva, para cualquier profesión de la intervención social. Constituye una fuente inagotable de experiencias humanas mediadas por la diversidad cultural, cada vez más interconectadas y rápidas, que amerita un entrenamiento más exhaustivo en el manejo de esta diversidad, tanto en la intervención social, como en la producción de investigaciones que estén en consonancia con las preguntas y problemas que surgen de la práctica del trabajo social.

Idoyaga-Molina y Ávila (2011) sostienen que la intervención social como campo disciplinar debe reflexionar sobre los fenómenos culturales y políticos desde un enfoque macro y microsocial. El primero tiene que ver con el marco teórico e ideológico de las políticas en el marco del estado, de áreas a trabajar, de los derechos de ciudadanía a preservar y de los límites y alcances de las entidades internacionales en la implementación de las políticas. El segundo, de especial interés en este momento de la reflexión, alude al conocimiento etnográfico que debe manejarse sobre los fenómenos que se pretende impactar y acuerda que implica una “aproximación que, paradójicamente, supone suspender el carácter práctico de la intervención para acceder a los fenómenos en estudio en cuanto experiencias y vivencias de los actores sociales […] la falta de dicho conocimiento conduce necesariamente a una visión distorsionada de los fenómenos sociales, afectada por los prejuicios teóricos, los saberes tradicionales y, más especialmente, de los enfoques pragmáticos que intentan transformar situaciones específicas” (Idoyaga-Molina y Ávila, 2011:247)

Conviene recordar que las preguntas que surgen de la intervención profesional están sujetas asimismo a control epistemológico, actividad particularmente necesaria cuando se tratan las relaciones temáticas entre diversidad, migraciones, alteridad, desigualdad y discrecionalidad profesional. Este control proporciona garantías para la intervención, ya que para implementarlo es fundamental, de un lado, poseer conocimientos especializados y de otro, es decisiva la destreza efectiva para desplegar una práctica social visible de reconocimiento de la otredad. En tal sentido, se necesita especializar la intervención profesional, huir de esquematismos procedimentales y como se apuntaba revisar los obstáculos epistemológicos imbricados en las actuaciones profesionales.

De no ser así, subraya Idoyaga-Molina que “la posición sustentada por el plantel de profesionales es, en la práctica, un ingenuo intento aculturativo, no planificado e inconsciente, que no conlleva a los resultados esperados” (2010:182). Y está en estrecha relación con lo que Krmpotic comenta para el caso argentino sobre la “notoria pobreza del significado de cultura que trasunta en la literatura del Trabajo Social” (2012:32). Situación que sucede en otros muchos países. En tal sentido, hay que hacer un esfuerzo para que la escasa producción que existe sobre el asunto vaya siendo visibilizada, citada y reconocida para no ser doblemente olvidada, y pueda orientarse hacia una reflexión que alcance a una masa crítica suficiente, primero por lxs profesionales e investigadorxs que estén preocupadxs solventemente por este asunto, y, también, porque poco interés muestra el sector académico que se encuentra en otras áreas por acercarse a conocer lo que ya sabemos y hacemos, en esa posición de subalternidad científica que caracteriza al trabajo social y que todavía no hemos llegado a subvertir.

Mosquera (2007), (una de las investigadoras trabajadoras sociales de reconocida trayectoria en Ciencias Sociales por sus estudios sobre afrodescencientes en América Latina),cuando analiza los programas de atención a mujeres negras desplazadas por el conflicto armado en Colombia, implementados por trabajadorxs y psicologxs sociales, analiza el riesgo de caer en la lógica esquemática del multiculturalismo en la intervención psicosocial. Señala la conveniencia de revisar el modo en que estamos utilizando el concepto de cultura ya que puede llevar a la reificación cultural o normalizar conductas no deseables.

En tal sentido desde una perspectiva de género, Lorente (2004) subraya la complejidad de las relaciones interculturales que ratifican, por una parte, el carácter determinante del género en la estructuración de problemas sociales, y por otra, el anacronismo de concebir la perspectiva de género con un significado unívoco que nos lleve a una exclusiva forma de entender cómo se alcanza la llamada emancipación e igualdad de las mujeres en la intervención profesional de la primera línea, máxime cuando la diversidad cultural sale del eje analítico. Algo que Alcázar y Cabezas (2017:99) ponen de relieve en su investigación sobre las mujeres dominicanas trabajadoras sexuales en Puerto Rico, cuando insisten en que “las estructuras y narrativas dominantes acerca de lo que es una «víctima» de trata no pueden ser aplicadas por ejemplo, a las trabajadoras sexuales y cantineras, de esta forma la actual cruzada moral contra la trata produce una «mirada colonial» que refuerza las asunciones racistas, sexistas y heterosexistas acerca de la sexualidad de las mujeres migrantes”. Como puede comprobarse los incidentes críticos que esas narrativas proporcionan, y desde que presupuestos metodológicos y éticos plantearlas en la intervención social, no augura un entrenamiento ausente de conflictos en competencias de diversidad cultural y sus diferentes resistencias (cfr. Lorente, 2016).

En la línea de que la acción profesional no está exenta de dificultadesVázquez-Aguado et al (2012) develan que poseer conocimientos sobre diversidad cultural y migraciones no predispone a una relación empática o cercana hacia las personas inmigrantes en el ámbito de los servicios sociales, y concretamente de sus profesionales. Además, en su investigación concluyen que puede darse una autopercepción alta de lxs profesionales sobre la calidad de su atención y servicio hacia las personas inmigrantes, cuando el análisis de sus prácticas profesionales devela un déficit relacional y empático con este colectivo social.

También Mosquera y León (2015) avanzan sobre las dificultades de la atención diferencial en programas contra la pobreza de personas negras, dónde apuntan la relevancia del asimilacionismo cultural de los servicios sociales como condición para la igualdad formal, acompañado de la práctica discursiva de los principios liberales para contener el casi admitido racismo profesional. No se trata, por tanto, de incrementar únicamente el conocimiento intercultural, sino profundizarlo articuladamente con la capacidad relacional del manejo de estos procesos desde el reconocimiento de la diferencia. El engranaje de esta práctica de empatía cultural con la otredad suele ser la más ardua de trabajar, la que más resistencias culturales genera en las personas, sin embargo, aun siendo una dificultad relacional, tiende a ser disimulada, negada, a veces teatralizada, ya que conlleva admitir los propios prejuicios y con seguridad sentir el cuestionamiento, no pocas veces cínico, de la sociedad por ello.

Han sido varias las propuestas para acercarse a la intervención social intercultural desde los países del norte poniendo énfasis en esa parte del proceso que requiere empatía, sensibilidad y conciencia de la otredad, entre ellos apuntar los modelos de Cultural Competence (Rathje, 2007), Cultural Consciousness (Azzopardi y McNeill, 2016), Cultural Humility (Fisher-Borne, Montana y Martin, 2015), Culturally sensitive practice (Gray y Allegritti, 2003). Esta variedad de aproximaciones que se encuentran desarrolladas para el ámbito del trabajo social con una extensa bibliografía, también son contempladas en el espacio más amplio de las denominadas helping y/o care professions, como confirman Luxardo y Vindrola-Padrós (2019) cuando analizan algunos de estos enfoques aplicados al campo biomédico con la intención de ajustar las prácticas de atención sanitaria a las “necesidades culturales” de los usuarios. El objetivo ulterior de estos modelos se orienta hacia la identificación y encauzamiento de prácticas discriminatorias motivadas culturalmente en los espacios profesionales, en las instituciones, equipos de trabajo e incluso en la población con la que se está llevando el proceso, y lo más importante en nosotrxs mismxs, ya que nadie está a salvo de actitudes discriminatorias y excluyentes. Sobre todo, porque la relación histórica con la otredad muestra incluso su capacidad de racionalizar la pulsión irracional de anulación del otrx.

Llama la atención algunas de sus denominaciones porque insinúan una tensión conectada con los procesos de empatía cultural y con las variadas formas de resistencia al reconocimiento de lxs otrxs que se registran en las relaciones sociales profesionales e institucionales poniendo de manifiesto los motivos de encuentro y desencuentro entre profesionales y usuarios, siendo los aspectos culturales y las diferencias de los saberes y prácticas de cada conjunto un eje transversal que encaja la labor asistencial y terapéutica (Gijón-Sánchez y Saizar, 2013; Saizar, 2015). Podría pensarse que estos modelos emanan cierta angustia moral y culposa vinculada a la emocionalidad que conlleva el acercamiento a la comprensión de las diferencias culturales y mirar de frente los fundamentos del etnocentrismo cultural.

Desde el ámbito de actuación docente encargado de orientar el proceso de enseñanza-aprendizaje de la intervención social con enfoque de diversidad cultural en contextos migratorios,se apuntarán varios aspectos a ponderar que son fruto de una actividad etnográfica continuada, así como de ir sistematizando la acción pedagógica bajo un enfoque constructivista particularmente de corte socio-cultural (Daniels, 2016; Kiraly, 2014), que ha permitido el desarrollo del concepto de cognición situada (Kirshner & Whitson, 1997; Robbins & Aydede, 2009). Si algo se advierte cuando se comienza a impartir este tipo de materias, que requieren de un progresivo y acentuado proceso de descentración cultural por parte del alumnado, así como instalarse en una situación de des-acomodación cognitiva, es un rechazo más o menos encubierto a la comprensión de lo que implica situarse en un plano que otorgue el mismo valor a cualquier cultura por el hecho de serlo. Este es un esfuerzo complicado porque normalmente entender que implica ese similar valor, conlleva un esfuerzo emocional de equiparación respecto de otros grupos culturales, normalmente considerados inferiores, problemáticos o atrasados, y sobre todo pobres, dónde además la percepción de la diferencia que opera, también en contextos educativos que abordan el hecho migratorio, es la de desestabilización comunitaria que incorpora quien llega de fuera.

Por tanto, el proceso de enseñanza-aprendizaje no está exento de un nivel emocional complejo porque finalmente el alumnado también experimenta un choque cultural interno al comprobar que no puede escapar a la confrontación entre su intacto armazón moral con la relevancia normativa que para el trabajo social posee la justicia social diversificada en el reconocimiento de la otredad, la redistribución económica y el derecho a la participación en los asuntos públicos de cualquier persona (Fraser y Honneth,2006) sea de donde sea y venga de donde venga. En tal sentido, es más efectivo conducirse en una dirección pedagógica que nos muestra las propias dificultades para el reconocimiento de la otredad, pero también de nuestra mismidad, cuando se ponen en relación, colocando el énfasis en un trabajo progresivo de reconstrucción personal y profesional que rehaga nuestra mirada(López y Sevilla, 2018).El método está más relacionado con comprender los motivos, efectos y alcances del desconocimiento del rechazo a la diversidad de lxs otrxs, que apelar a un discurso moralista que sanciona y culpabiliza, entre otras, porque este último es el que los estudiantes generalmente de cualquier curso que he podido impartir esperan, tanto de trabajo social, como de otras titulaciones. Esta aproximación logra impedir la defensa discursiva, individual o colectiva, acerca de la incrustación en cada persona o colectiva de los prejuicios discriminatorios.

En el alumnado, como en el resto de la sociedad, hay una tendencia a mostrarse políticamente correcto que levanta un muro para mirarse a sí mismo, sobre todo cuando se trata de asumir que se tienen prejuicios raciales, etnocéntricos, machistas, sexistas, xenófobos, religiosos u otros. Esta tendencia puede desbloquearse con más facilidad girando la metodología docente y plantear el asunto del rechazo a la otredad como un problema social y cultural que nos atraviesa a todxs, del que necesitamos aprender cómo funciona para estar atentxs a su control y análisis. Es una perspectiva que produce mas tranquilidad y sobre todo desplaza parte de los fundamentos en que se asienta la discriminación de la otredad a otras instancias, es decir, no sólo reside en el sujeto que excluye o discrimina, sino que está inserto en una red cognitiva profunda y estructural colectivizada que es perentorio desenmascarar y desenmascararse en ella. En tal sentido, lxs estudiantes terminan verbalizando, curso tras curso, que es posible aprender y reaprender, y que hay un margen significativo para revertir la exclusión y los prejuicios que pueden llegar a producirse en sus relaciones profesionales, pero sobre todo por conseguir evitar de un lado, los efectos indeseables que ello tiene en las personas que atendemos o acompañamos y de otro, en nosotrxs mismxs cuando estamos desposeídos de las habilidades de descentración cultural. Si bien la emocionalidad que suscita trabajar internamente el etnocentrismo y tomar conciencia de la necesidad de relativizar culturalmente es clave para gestionar el proceso, este trabajo emocional tiene que ir anclado a un paradigma teórico de conocimiento y de gestión política de la diversidad, así como a una pedagogía que permita abordar la emocionalidad, aminorando como se señalaba, la carga moral y sancionadora que el proceso despliega. El enfoque de trabajo de deconstrucción personal desde la cognición situada posibilita vernos desde nuestros propios marcos de referencias y avanzar en la comprensión relacional de los diferentes registros epistémicos en interacción, algo que va evidenciándose en los análisis de casos que en las clases se llevan a cabo sobre intervención profesional en contextos de multiculturalidad significativa.

Es más “saludable” reconocer como los prejuicios e interpretaciones etnocéntricas y racistas de la otredad pueden producirse en cada sujeto, sabiendo que puedo desarrollar habilidades para reconducir dichas prácticas, que instalarse en un falso humanitarismo, liberalismo igualitarista, o un buenismo pseudo-religioso, que termina siendo más lesivo si cabe aún para la intervención social, e incluso alentar comportamientos de odio, que es precisamente uno de los problemas que pretenden evitarse y además de dotarse de competencias para poder ser manejados. El equilibrio entre conocimiento-emocionalidad cultural tiene que ser cuidado en el proceso de enseñanza-aprendizaje para la intervención con enfoque de diversidad cultural en trabajo social, y en general en las profesiones que realizan atención social. Conseguirlo siempre es difícil, pero la intención de aproximarnos tiene que ser constante.

Tomando en cuenta lo que se viene apuntando a lo largo del texto, la propuesta desde la que se parte para abordar la formación de estudiantes considera la conveniencia de partir del estudio de la noción antropológica de cultura y de su importancia radical en el conocimiento de los comportamientos sociales, en cómo nos moldea en tanto seres humanos, sus diversas manifestaciones y dinamismo histórico social, analizada tanto desde la realidad intra-cultural del grupo hegemónico, como desde la externa al nosotrxs.

Es clave en esta fase mostrar qué es y cómo opera la aproximación primordialista, y sobre todo su vigencia. Mostrar la facilidad con que las concepciones esencialistas sobre las otredades aparecen en cualquier discurso a derechas e izquierdas del espectro político, mediático, académico y de la vida cotidiana, confirmando que están más instalados de lo que podemos imaginar. De forma articulada se trabaja la concepción de la cultura como construcción social. Este abordaje es fundamental comprenderlo porque facilita el acercamiento al debate sobre el estudio de las identidades colectivas como constructos históricos sociales, los cuáles se ven sometidos a específicos y diferenciados procesos de subjetivación por parte de sujetos sociales individuales o colectivos.

Este ir y venir entre las explicaciones primordialistas y construccionistas es un poderoso ejercicio didáctico que va descentrando y recentrando al sujeto, sobre todo cuando logra percibir que la diversidad es un componente estructural de la sociedad que trasciende el hecho migratorio. Mediante ejemplos etnográficos significativos en la dinámica docente se realiza un ejercicio continuado de comparación transcultural, se profundiza en las dinámicas de la diversidad cultural y sus expresiones con el propósito de reducir en lxs estudiantes la preconcepción etnocéntrica de superioridad cultural, pero también los prejuicios, roles y prácticas discriminatorias, más y menos visibles, relacionadas con el género, la raza, la orientación sexual, la edad, las creencias religiosas, etc.,

La adquisición progresiva de un posicionamiento cognitivo proclive al reconocimiento cultural que ayude en la gestión emocional, social y política de los desencuentros y encuentros que derivan de la diversidad cultural como relación social situada, es una línea de entrenamiento profesional. Para avanzar en la normalización de la diversidad cultural y no en su excepcionalidad y conflictividad, hay que mostrar mediante una pedagogía reflexiva cómo se desenvuelve lo que Bourdieu (Bourdieu y Wacquant, 1995) llama la sumisión dóxica al orden establecido, es decir, como aceptamos nuestro mundo como es y además lo encontramos natural. Se trata de desanudar las conexiones que provocan la aceptación dóxica de la realidad. La diversidad es universal, no sólo se localiza entre lxs nosotrxs diferenciados, sino al interior del nosotrxs mismos, a través de ella también nos relacionamos y construimos sociedad.

El análisis multi-situado sobre la diferencia como un derecho humano, cuestión que en el espacio profesional de la intervención social preocupa transversalmente, todavía necesita un largo camino de discusión para un enfoque de intervención de mayor alcance intercultural (cfr. Kymlicka, 1996; De Sousa-Santos, 2010). Si bien, incorporar la relevancia de la cultura para situarnos en el mundo, abre el camino a la comprensión de los fundamentos de las distintas formas políticas de gestionar la diversidad cultural, pero también sancionarla, y como ellos están determinando el reconocimiento o no de la otredad, su inclusión, apartamiento, segregación, asimilación o eliminación en las políticas públicas (cfr. Durán, 2011)

No puede dejarse de insistir en como el esencialismo identitario y su capacidad para producir explicaciones socio-biológicas, psicologistas o evolucionistas, entre otras, contribuye a la polarización social, unas y otras son funcionales, y de gran influencia, en el recorte de derechos de ciudadanía. Es de tal eficacia simbólica que aquellas profesiones que se dediquen a la intervención social en contextos dónde la diversidad cultural sea un indicador que acentúa las relaciones sociales de alteridad, tienen que dotarse de potentes esquemas de repuestas, de mediación y de negociación para no ser engullidos por el empuje social de estas tensiones. Hay que tener en cuenta que cuando la diversidad es viable, y bien tratada por los medios hegemónicos, es porque lo es para el capitalismo, que pudo mercantilizar más cuerpos y ampliar las cuotas de mercado. Es crucial estar preparadxs para ser capaces de detectar los límites que la estética capitalista ya viene desplegando para una aceptación exótica y superficial de la diversidad cultural, porque seguramente el ámbito profesional se quedará bregando con los efectos negativos de los desaciertos éticos, folklorizantes y excluyentes, y como siempre de manera invisible.

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Notas

1. Este artículo se inscribe en el proyecto de investigación DER 2017-84178-P, Comportamientos basados en el discurso del odio. Respuestas desde el Derecho penal y otros ámbitos del ordenamiento jurídico Financiado por el Ministerio de Economía, Industria y Competitividad del Estado Español.
2. https://www.rtve.es/radio/20200925/colas-del-hambre-siguen-creciendo-madrid/2042952.shtml
3. Cfr. Hárraga (2016). De niños en peligro a niños peligrosos. Una visión sobre la situación actual de los menores extranjeros no acompañados en Melilla.https://www.observatoriodelainfancia.es/ficherosoia/documentos/5382_d_a34d5de11e2a2bf04ea93f580d34b688.pdf
4. https://elpais.com/internacional/2017/03/02/actualidad/1488449299_579937.html
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