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Resumen: Las relaciones simbólicas que los pobladores insulares mantienen con los volcanes de las islas Galápagos no suele ser un aspecto central en la discusión académica, donde la atención tiende a focalizarse en cuestiones relativas al impacto del turismo en áreas costeras y a la conservación de la fauna endémica del archipiélago. El presente trabajo procura ofrecer una mirada antropológica al uso del espacio, la patrimonialización de la fauna y la diversidad de creencias en torno a las montañas de Galápagos. La investigación, de carácter preliminar, se desarrolló en 2018 y se basa en experiencias en el terreno que incluyen ascensiones a la caldera del volcán Sierra Negra y al cerro Orchilla en la “Isla de Fuego”, al mirador en la cima de la isla Bartolomé, al cerro Tijeretas en San Cristóbal, a los tubos de lava y cráteres Gemelos en Santa Cruz y a las llamadas “alturas misteriosas” de la isla Floreana. Se realizaron visitas a las estaciones de crianza de quelonios en diversas islas, recorrida del Centro de Visitantes en San Cristóbal, visita a la Estación Darwin y al museo MUPRAE en Santa Cruz, caminata al sitio de importancia histórica del Muro de las Lágrimas en Isabela, además de tomarse en cuenta entrevistas informales y testimonios espontáneos de guías de turismo, guarda-parques, naturalistas, maestros de escuela, y visitantes. Los resultados obtenidos permiten apreciar diversidad de matices en la construcción simbólica del paisaje que varían desde la mitologización de las alturas de Floreana, hasta la celebración de las erupciones volcánicas en Isabela, pasando por la apropiación predominantemente utilitaria y estética de los cerros de Santa Cruz, San Cristóbal y Bartolomé.
Palabras clave: Islas Galápagos, volcanes, paisaje cultural, prácticas y creencias tradicionales.
Abstract: The symbolic connection that inhabitants of the Galapagos archipelago cultivate with the volcanoes in their islands is not often the object of academic analysis. Attention is usually focused on issues related to the impact of tourism in coastal areas, and the conservation of the endemic fauna. This paper offers a preliminary anthropological look at the volcanoes in the Galapagos islands, which considers the use of space, the patrimonalization of the fauna, the rituals and the beliefs around the mountains of Galapagos. Research is based on field experiences gathered in 2018, which include ascents to the caldera of the Sierra Negra volcano and to the Orchilla hill on Isabela island, short hikes to the viewpoint at the top of Bartolomé Island, to the Tijeretas hill in San Cristóbal, to the lava tubes and Twin craters in Santa Cruz and to the so called “mysterious heights” of Floreana Island. Additionally, the author visited breeding stations of chelonians in different islands, the Visitor Center in San Cristóbal, the Darwin Station and the MUPRAE museum in Santa Cruz, and hiked to the historical site of the Wall of Tears in Isabela. Research also involved the analysis of informal interviews and spontenaous testimonies by tour guides, park rangers, naturalists, boat captains, school teachers and foreign visitors. Results convey a diversity of strategies in the symbolic construction of landscape which include the mithologization of the heights in Floreana, the ritual celebration of the volcanic eruptions in Isabela and the utilitarian and aesthetic appropriation of the hills in Santa Cruz, San Cristóbal and Bartolomé.
Keywords: Galapagos Islands, Volcanoes, Cultural Landscapes, Traditional Practices and Beliefs.
VOLCANES DE LAS ISLAS GALAPAGOS: UNA MIRADA A SU DIMENSION SIMBOLICA
Introducción
Desde antaño las Galápagos han sido conocidas como las Islas Encantadas. Deben su prístina belleza a su remota localización, en medio del océano Pacífico, a unos mil trescientos kilómetros de la costa de Ecuador; así como a un pasado histórico que las mantuvo alejadas de las garras del progreso hasta hace pocas décadas. Tras su descubrimiento, por parte del religioso español Fray Tomás de Berlanga en 1532, las islas fueron convertidas en refugio de bucaneros, despensa de balleneros, paraíso de naturalistas, sede de proyectos sociales utópicos y colonia penal. Actualmente constituyen uno de los destinos turísticos más visitados de Sudamérica.
El archipiélago de las Galápagos está formado por dieciocho islas y más de doscientos islotes, todos de origen volcánico. Las islas son los picos de jóvenes volcanes que han emergido del mar, en forma sucesiva de este a oeste, siendo San Cristóbal la de mayor antigüedad y Fernadina, la más reciente. La isla de mayor extensión territorial, Isabela, cuenta con la segunda caldera volcánica más grande del planeta. Las recurrentes erupciones determinan que Galápagos sea considerado uno de los archipiélagos más activos del mundo.
El veinte por ciento de la fauna de Galápagos es endémica, lo que implica que no se encuentra en ningún otro lugar del planeta. En estas islas tiene lugar la convivencia de animales tropicales con especies características de la fauna sub-antártica: peces globos, tortugas marinas y corales comparten las aguas costeras con pingüinos, ballenas y lobos marinos. El prodigio de la fauna de Galápagos se debe a la convergencia de tres corrientes marinas: la corriente fría de Humboldt -que en estas latitudes se denomina corriente de Perú-, la corriente cálida de Panamá y la corriente de Cromwell, que asciende desde las profundidades portando gran cantidad de nutrientes cerca de la costa.
Por otra parte, la total ausencia de presencia humana en las islas hasta hace tan solo quinientos años, determina que entre las especies terrestres insulares no se evidencien las típicas respuestas de evasión o huída que caracterizan al comportamiento animal en el resto del planeta.
La climatología de las Galápagos también puede considerarse paradisíaca, con temperaturas cálidas propias de su ubicación ecuatorial, moderadas por la frescura de las brisas marinas. En los meses que corresponden al invierno se asientan nubes, las cuales también son frecuentes durante todo el año en la parte alta de las islas, sustentando la existencia de una frondosa foresta que combina bosques de escalecias y helechos. Las áreas costeras reciben alta insolación y allí predominan los cielos azules y la vegetación xerófila de matorrales y cactáceas, alimento predilecto de iguanas y quelonios.
Las diferencias en las formas de los caparazones de los galápagos constituyen respuestas adaptativas a la flora prevalente en cada una de las islas. Los caparazones planos prevalecen en aquellas islas donde las tortugas se alimentan de vegetación rastrera y los caparazones con forma de silla de montar, en aquellas donde los quelonios consumen los altos frutos de los cactus opuntias.
En el año 1998 fue creada la Reserva Marina de Galápagos. Las islas son también consideradas como Reserva de la Biósfera de la UNESCO y Patrimonio Mundial de la Humanidad. La principal afluencia de visitantes tiene lugar en el marco de turismo de cruceros y con el objetivo de avistar la fauna endémica.
En términos generales, la mayor parte de las investigaciones científicas en Galápagos han enfocado en la conservación de la biodiversidad faunística en las islas y en el mar, en detrimento de aspectos sociales que atañen a los pobladores isleños, que han quedado comparativamente relegados (Cuvi, 2020; Rivera Jimenez, 2014). Algunos estudios antropológicos puntuales se han orientado a la construcción de la identidad en Galápagos (Ahassi, 2007) y al desarrollo del turismo rural en Floreana (Ruíz Ballesteros y Cantero Martín, 2011; Ruíz Ballesteros, 2017). Recientemente se ha publicado un libro que aborda la historia ecológica y la arqueología del archipiélago (Stahl et.al., 2020).
Los volcanes de Galápagos y las percepciones que sobre ellos tienen los isleños, no han sido objeto de atención académica específica; de allí la importancia de encarar una investigación que permita abordar, aunque sea de forma preliminar, la dimensión simbólica de la montaña galapagueña desde una perspectiva antropológica orientada al paisaje sagrado, que tenga en cuenta el uso del espacio, la patrimonialización, la ritualidad y las creencias elaboradas en torno a las alturas volcánicas.
Las experiencias en el terreno que hicieron posible el presente estudio fueron realizadas en 2018, durante las semanas en que la autora convivió con los pobladores insulares en las islas de Santa Cruz, San Cristóbal, Isabela y Floreana. Incluyeron recorridas a las estaciones de crianza de quelonios en las diversas islas -incluyendo la Estación Darwin-, visitas al museo MUPRAE en Santa Cruz y al Centro de Visitantes en San Cristóbal, caminata al sitio de importancia histórica del Muro de las Lágrimas en Isabela, ascensiones a la caldera del volcán Sierra Negra y al cerro Orchilla en la Isla de Fuego, al mirador en la cima de la isla Bartolomé, al cerro Tijeretas en San Cristóbal, a los tubos de lava y cráteres Gemelos en Santa Cruz y a las alturas de la isla Floreana, además de entrevistas informales y testimonios espontáneos de guías de turismo, guarda-parques, naturalistas, capitanes de lanchas, maestros de escuela, empleados hoteleros, residentes continentales, visitantes extranjeros, turistas y taxistas.
El cerro Brujo y el volcán Junco en la isla de San Cristóbal
San Cristóbal es la isla más oriental del archipiélago de las Galápagos y la de mayor antigüedad geológica. Carece actualmente de vulcanismo activo y cuenta con los suelos de mayor riqueza y potencial para la práctica de cultivos. Se distingue de las restantes islas por contar con una fuente natural de agua fresca procedente de una laguna cratérica conocida como Junco. Con una población que asciende a aproximadamente 3000 personas, es la segunda isla más poblada de las Galápagos. Los isleños se autodenominan coloquialmente como “carapachudos”.
El cerro Tijeretas es una pequeña colina situada a unos tres o cuatro kilómetros del poblado de Puerto Barquerizo. La pequeña elevación montañosa debe su nombre a la presencia de numerosos pájaros fragatas o tijeretas que anidan en sus alturas. El mirador desde la cima se abre sobre una pequeña cala que constituye uno de los lugares preferidos por las familias de isleños. En sus transparentes aguas -casi sin oleaje- se puede nadar con lobos marinos, bucear entre cardúmenes de peces tropicales y observar estrellas de mar, peces globo y tortugas marinas alimentándose de los coloridos corales. Las paredes rocosas que dan marco a la cala son hogar de tijeretas y de pájaros boobies de patas azules. Un segundo mirador situado a más baja altura ostenta una gran estatua dedicada a Darwin, quien aparece acompañado de esculturas de una tortuga gigante, una iguana y un lobo marino.
El cerro Brujo es una montaña de morfología y emplazamiento distintivos, que se proyecta hacia el mar desde el extremo de la playa de Puerto Grande, en el sudoeste de San Cristóbal. Resulta visible desde numerosos puntos de la isla, incluyendo el mirador del cerro Tijeretas. De acuerdo a lo que fuera referido a la autora por un naturalista local, el nombre del cerro deriva del efecto visual que causaba el gran número de aves marinas que allí anidaban, al emprender simultáneamente el vuelo al atardecer, otorgándole a la montaña la apariencia de estar en llamas. Los “bajos” del cerro Brujo constituyen un atractivo punto para la práctica de snorkeling (Figura 1), al igual que el vecino islote conocido como León Dormido.
El Junco es un cráter volcánico de 60.000 metros cuadrados de superficie que alcanza una altura de unos seiscientos metros sobre el nivel del mar. En el interior se aloja una pequeña laguna formada por condensación del vapor de lluvia. El espejo de agua nutre del precioso elemento a la parte habitada de la isla y cumple funciones importantes vinculadas a la subsistencia de distintas especies animales, entre ellas las aves tijeretas, que encuentran allí la posibilidad de lavar la sal marina de sus alas.
Las alturas de este pequeño volcán constituyen un importante mirador natural desde donde se observan el cerro Brujo y el islote de León Dormido. Asimismo, los bordes del cráter han sido aprovechados para la colocación de antenas transmisoras. El recorrido hasta la cima, frecuentado por turistas e isleños, requiere ascender por un sendero de tierra equipado en la parte superior con escalinatas de madera. La ascensión a la laguna Junco suele ser realizada como paso previo a la visita de la galapaguera, en el marco de un paseo conocido como “tour de la parte alta de la isla”, que culmina habitualmente en la playa de Puerto Chino.
La galapaguera es el nombre con el que se conoce a la estación de crianza de tortugas gigantes, inaugurada en la isla de San Cristóbal en el año 2012. El establecimiento puede ser visitado gratuitamente y en forma libre. Cuenta con un área de estacionamiento, un pequeño centro de interpretación y dos senderos que conducen al área de crianza, que suelen ser recorridos a modo de circuito. A lo largo de los senderos se encuentran pozas artificiales con agua barrosa adonde beben y se bañan tortugas gigantes, incluyendo ejemplares de apariencia centenaria. Al alcanzar el estado adulto, las tortugas nacidas en cautiverio son transportadas en helicóptero hacia el extremo noreste de la isla y monitoreadas -mediante chip implantado en la pata- mientras continúan su existencia en una galapaguera natural.
Tubos de lava y otras formaciones en la isla de Santa Cruz
Santa Cruz es la isla más poblada de Galápagos y cuenta con aproximadamente diez mil habitantes. Puerto Ayora hace las veces de capital y es el único asentamiento insular con características de ciudad, puesto que cuenta con bancos, negocios y un hospital. La geografía volcánica de Santa Cruz reconoce al cerro Crocker (827 m) como máxima altura de la isla, que sobresale por encima de otras elevaciones con nombres que describen acertadamente su morfología, tales como los llamados Cerro Puntudo y Medialuna. Entre los principales atractivos de la llamada “parte alta” de Santa Cruz se cuentan los ranchos donde se crían tortugas gigantes, los tubos de lava y dos inusuales formaciones geológicas conocidas como “Los Gemelos”.
Hacia 1835, durante su viaje a bordo del Beagle, el naturalista inglés Charles Darwin visitó las Galápagos. Si bien las descripciones que realizó sobre las islas fueron más bien escuetas, los pobladores insulares sostienen que las observaciones efectuadas durante esta parte de su viaje fueron las que lo condujeron eventualmente a formular su teoría sobre la evolución de las especies. Es por ello que los habitantes de Santa Cruz rinden constante homenaje a la figura de Darwin y a su legado, convertidos en una parte sustantiva del patrimonio intangible local. La estación de crianza de tortugas galápago, situada en las afueras de Puerto Ayora, lleva el nombre del afamado naturalista y su retrato aparece en carteles publicitarios de posadas y hoteles; en tanto que la palabra “evolución” forma parte del nombre de restaurantes y tiendas de souvenirs. Inclusive se alude a la reconocida teoría de Darwin en lenguaje gráfico, por ejemplo a través de la ilustración de camisetas para turistas en la que se representan (figurativamente y en forma sucesiva) los eslabones que van del simio al homo sapiens, agregándose después la imagen de un buzo.
La estación Darwin fue durante muchos años hogar de una tortuga macho conocida mundialmente como Solitario George, último ejemplar viviente de las tortugas procedentes de la isla Pinta. George murió sin dejar descendencia en el año 2012, habiendo alcanzado una edad de 120 a 130 años. La extinción de la especie a la que pertenecía es parte de un drama que afectó a la población quelonia de las islas, estimada originalmente en unos 200.000 individuos, de los cuales solamente un quince por ciento sobrevive en la actualidad. La causa directa de la desaparición de las tortugas gigantes fue la caza para el consumo de carne y aceite; aunque la población mermó asimismo como consecuencia de la introducción de especies foráneas como los cerdos, que por años se alimentaron de los huevos de las tortugas.
Pero la fama del Solitario George no se extinguió con la vida del galápago sino que continuó creciendo tras su muerte. Su imagen aparece en cientos de recuerdos para los visitantes -desde remeras hasta esculturas y joyería- y son cada vez más numerosos los hoteles y restaurantes de Puerto Ayora que llevan a George en sus nombres (“el hostal de George”, “el refugio de George”, etc.). El cuerpo del renombrado quelonio comenzó a ser exhibido en el año 2017, tras haber sido cuidadosamente estudiado en laboratorios extranjeros. Se encuentra embalsamado en posición de pie sobre sus cuatro largas patas y con su cuello elevado y extendido al máximo. A pesar de no haber dejado descendencia, el famoso y célibe tortugo compite exitosamente en el imaginario colectivo isleño frente a la figura de Darwin, en lo que supone una singular afrenta a la teoría evolutiva.
Otra visita obligada para turistas extranjeros y continentales son las estancias o ranchos en la parte alta de Santa Cruz, donde se puede interactuar en forma más directa con las tortugas gigantes en su propio hábitat. Casi un millar de quelonios adultos pastan libremente, aprovechando la abundante vegetación húmeda característica de las zonas elevadas de la isla. Las tortugas que aquí moran parecen estar muy bien alimentadas y su comportamiento es mucho más activo que el de los aletargados congéneres en las estaciones de crianza.
Un importante atractivo vinculado al paisaje volcánico de Santa Cruz son los tubos de lava formados en tiempos geológicos por solidificación de las capas externas de las coladas lávicas, mientras el magma continuaba fluyendo por el interior. El tubo de lava situado dentro del rancho Primicia es uno de los más extensos del mundo, con más de 50 metros de longitud y varios metros de altura en casi todo su recorrido.
Otro punto emblemático en el paisaje volcánico de la parte alta de Santa Cruz son Los Gemelos, dos singulares depresiones de aproximadamente cien metros de diámetro y quizás veinticinco metros de profundidad. Aunque a veces sean referidos como “cráteres” y estén efectivamente constituidos por roca volcánica, los Gemelos se formaron por hundimiento, de un modo semejante a las dolinas que se producen por colapso en terrenos cársticos (Figura 2). Además de su valor geológico, los Gemelos albergan una espesa foresta que nuclea a diversidad de especies endémicas. Los bosques de escalecias dan abrigo a una increíble diversidad de helechos y plantas de importancia medicinal, en las que los isleños fundan su farmacopea tradicional.
Por último, cabe mencionar a las famosas “grietas” que caracterizan al paisaje costero de la isla de Santa Cruz. Se trata de dos paredones verticales de roca volcánica separados entre sí por una distancia de pocos metros, en medio de los cuales se crea un canal de agua salobre y considerable profundidad. Albergan especies ictícolas diversas, aunque poco abundantes y son frecuentadas por familias de Puerto Ayora y por casi todos los visitantes a las Galápagos. Quienes recorren las islas en lujosos cruceros también suelen incluir una parada en este balneario, porque el snorkeling resulta fascinante, en virtud del color turquesa azulado de las aguas al ser iluminadas por el sol entre las rocas oscuras.
La caldera del volcán Sierra Negra en la isla Isabela
Isabela es la isla más grande de las Galápagos y se encuentra ubicada en el sector occidental del archipiélago, con la pequeña Fernandina en sus inmediaciones. Isabela y Fernandina son las islas que registran mayor actividad volcánica reciente.
Puerto Villamil recibe al visitante en un pequeño muelle rodeado de manglares, donde el color azul turquesa de las aguas remite al de las playas del Caribe y de la Polinesia Francesa. Las calles del poblado no han sido asfaltadas, para conservar la apariencia natural del paisaje, subrayada por la presencia de numerosas palmeras cocoteras, infrecuentes en las otras islas.
El horizonte detrás de Puerto Villamil se encuentra dominado por el alargado perfil de la Sierra Negra, notable escudo volcánico cuyo cráter -de más de diez kilómetros de diámetro y sesenta metros de profundidad- es considerado la segunda caldera activa más extensa del mundo. La parte alta de la montaña alcanza aproximadamente 1097 metros sobre el nivel del mar y suele permanecer cubierta de nubes. Son celebrados los días en que los cielos claros permiten apreciar la totalidad de la boca del gigantesco volcán.
La actividad de caminata en Isabela se desarrolla en dos recorridos de aproximadamente 12 kilómetros, a lo largo del borde de la caldera de la Sierra Negra. Uno de los senderos conduce hasta las ruinas de una mina de azufre y constituye una caminata recomendable para senderistas experimentados exclusivamente, ya que al realizarse de ida y de vuelta requiere recorrer un total de alrededor de 24 kilómetros. El otro sendero, mucho más popular, recorre casi íntegramente el borde opuesto de la caldera y desciende de la montaña para culminar en las cenicientas alturas del vecino volcán Chico, observando in-situ las evidencias geológicas de las erupciones más recientes.
El temor a un evento catastrófico flotaba en el aire a mediados de Enero de 2018, en razón de inusuales temblores percibidos días atrás y de una alta probabilidad de repunte de la actividad volcánica en la isla. Justamente el mismo día en que la autora llegó a Isabela entró en vigencia una alerta amarilla por inminente erupción en el área del volcán Chico, de modo que el acceso a dicha montaña quedó prohibido. Los pobladores se encontraban visiblemente preocupados y conservaban vivo el recuerdo de las notables erupciones ocurridas en el año 2005. En aquel entonces, afortunadamente, las coladas de lava habían descendido desde la caldera hacia el mar por la vertiente opuesta a aquella donde se encuentra el poblado de Puerto Villamil. Pero nadie podía prever el desenlace de la erupción en ciernes, y un recorrido potencialmente catastrófico de la lava era motivo de temor.
No obstante la preocupación compartida, los isleños no verbalizaban la alternativa de elaborar respuestas rituales preventivas (o de apaciguamiento), tal como sucede habitualmente entre los pobladores andinos en el continente. Ante la eventualidad de una erupción volcánica, los andinos despliegan un abanico de prácticas religiosas tradicionales tales como procesiones colectivas, ofrendas o libaciones (y hasta sacrificios de animales) destinadas a apaciguar preventivamente la ira del volcán (véase Ceruti, 2013). Nada parecía indicar que los habitantes de Santa Isabel contemplaran encontrar una salida ritual a la angustia que la inminencia de una erupción les provocaba.
Durante una recorrida por las alturas del volcán Sierra Negra la autora disfrutó de una vista despejada sobre la totalidad de la caldera, con sus oscuras coladas de lava cubriendo el interior del cráter, que contrastan con el verdor de la vegetación endémica que tapiza las vertientes externas del monte (Figura 3). El guía naturalista que la acompañaba -cuya presencia es obligatoria dentro del parque- le refirió una anécdota que describe la familiaridad con la que los pobladores de Isabela asumen la frecuente actividad volcánica en esta montaña. En una noche de fiesta en Puerto Villamil, los altos decibeles de la música callejera impedían a los lugareños darse cuenta de la ruidosa erupción que estaba aconteciendo. Ya de madrugada, al cesar la música, los enfiestados isleños advirtieron que el volcán había despertado y se apresuraron a subir a cualquier vehículo que se pusiera en movimiento, para llegar cuanto antes al borde de la caldera. El objetivo era observar las coladas de lava y “festejar la erupción” antes de que la policía local los obligase a descender, por motivos de seguridad.
Al final de la extensa playa donde se encuentra situado el precario cementerio local, comienza un sendero de cuatro kilómetros que conduce a uno de los pocos monumentos arquitectónicos de importancia histórica en Isabela. Se trata del llamado Muro de las Lágrimas, una obra de gran envergadura erigida en los años cincuenta sin ningún propósito funcional, al solo efecto de mantener ocupados y castigar a los presidiarios de la colonia penal allí instalada. El muro tiene una extensión de aproximadamente cien metros y una altura de cuatro o cinco metros y se dice que su construcción costó la vida a más de un preso, en razón del esfuerzo requerido para transportar los bloques de piedra volcánica en condiciones ambientales sofocantes, sumadas a la escasez de alimentos y a la falta de agua. Isabela era conocida en aquellos tiempos como “el penal donde los valientes lloran”.
En años recientes se ha prolongado el sendero hasta la cima de una colina adyacente al muro, donde se encuentra un pequeño mirador que ofrece una hermosa vista hacia el litoral de Isabela y la vecina isla Tortuga. Junto al sendero que conduce de regreso a la playa se levanta otra empinada colina natural conocida como cerro Orchilla, la cual también ostenta un vistoso mirador en la cima, desde el cual se goza de una excelente vista hacia el volcán Sierra Negra, en el centro de la isla. La orchilla que da nombre a la montaña es una planta endémica que fue utilizada para la elaboración de tintes a lo largo del siglo XIX.
Las misteriosas alturas de la isla Floreana
Floreana es la isla más meridional del archipiélago y la menos densamente poblada, contando solamente con un centenar de residentes. Los isleños manifiestan que visitarla es como volver atrás en el tiempo y que Floreana refleja como eran las otras islas de Galápagos cuarenta años atrás. Las precarias casas del poblado se engalanan con el vistoso despliegue de rojizas ceibas en flor, convertidas en soporte donde colgar hamacas paraguayas en las que los lugareños duermen la siesta. Hasta pocos meses antes de la visita de la autora, este punto aislado en medio del Pacífico no contaba con señal de celular ni internet.
Desde el punto de vista paisajístico llaman la atención los esbeltos conos volcánicos que alegran el horizonte de Floreana, incluyendo al Cerro Alieri, dotado de escalinatas y de un panorámico mirador. No lejos de allí se encuentran los laberintos rocosos de la Cueva del Pirata y la reserva de tortugas del Asilo de Paz.
El primer habitante permanente de Floreana fue un marino irlandés afecto a la bebida, abandonado a su suerte en la isla como castigo. Tuvo la fortuna de descubrir el único manantial de agua fresca existente en la parte alta y así salvar su vida.
Piratas y bucaneros se ocultaron en Floreana desde el siglo XVII y dejaron evidencias de sus actividades en cuevas volcánicas situadas en la parte alta. Además de aprovisionarse del recurso hídrico, colgaban sus hamacas para dormir aprovechando intrincados laberintos y cuevas formados entre paredones naturales de origen volcánico. Un curioso rostro antropomorfo labrado en la roca es quizás mudo testimonio de aquellos primeros visitantes (un guía que trabaja en la isla no supo dar a la autora mayores explicaciones acerca de la antigüedad y propósito del inusual bajorrelieve) (Figura 4).
La llamada Cueva del Pirata fue reutilizada como vivienda por una familia alemana que se estableció exitosamente en la isla durante la primera mitad del siglo XX. No lejos de allí fueron construidas las primeras casas de los pioneros. Actualmente se ha diseñado en la zona un corral al abierto para tortugas gigantes, que hasta algunas décadas atrás eran conservadas como mascotas por familias de inmigrantes alemanes.
Floreana se destaca entre las otras islas en virtud del colorido folclore y la picante tradición oral, que se han mantenido vivos hasta el presente, e incluyen relatos sobre los primeros ocupantes de la isla (que hacen mención a marineros castigados, piratas escondidos, colonos nórdicos enloquecidos por el aislamiento y desventuras de conspicuos miembros de la nobleza europea). Este valioso patrimonio intangible es capitalizado por los guías, quienes preparan a los visitantes para la importancia de las historias y relatos que ellos van a confiarles. Las horas compartidas durante los viajes en lancha permitieron a esta investigadora mantener conversaciones sumamente interesantes con los capitanes de las embarcaciones, con pequeños emprendedores rurales y con el joven maestro encargado de la educación de los veinticinco niños que estudian en la isla.
Las leyendas de personas desaparecidas se repiten en el folclore de Floreana, resultantes en parte de la peligrosidad del terreno volcánico, con profundas grietas en las que cualquier caída podría tener un descenlace fatal. Pero también hay curiosas leyendas de “aparecidos”: la autora escuchó, por ejemplo, que cuatro o cinco años antes había sido trasladado el antiguo cementerio desde su emplazamiento original en la Playa Negra hasta su ubicación actual, junto al camino que asciende a la parte alta de la isla. No todas las osamentas habrían sido efectivamente transportadas, lo que daría cuenta de las fantasmagóricas apariciones que suelen ser vistas en noches de luna llena.
Una de las más famosas historias de personas desaparecidas es la que se cuenta sobre una baronesa que llegó a Floreana durante la primera mitad del siglo XX, en la inusual compañía de sus tres amantes. La historia determinó que este miembro femenino de la nobleza europea desapareciera sin dejar rastro, junto con uno de los hombres con los que estaba románticamente vinculada; en tanto que otro de ellos fue encontrado envenenado tiempo después.
El único restaurante de la isla recuerda en su nombre a la misteriosa baronesa. En ostensible contraposición simbólica, junto a las mesas y hamacas paraguayas dispuestas en el jardín, se yergue un oratorio doméstico que contiene una imagen de la virgen María. Se trata de la Virgen del Cisne, una peculiar advocación isleña a la que se ha dedicado también otra pequeña capilla situada junto a un espacio abierto utilizado como cancha de futbol. Aún antes de llegar a Floreana, la suscripta ya había oído hablar de la Virgen del Cisne, ya que una residente local le había explicado durante el viaje en lancha, la enorme importancia que esta advocación reviste para los devotos insulares.
Capítulo aparte merecen las creencias populares que atribuyen habilidades psíquicas a las tortugas gigantes. Desde antiguo los isleños han creído en la capacidad de los quelonios para interpretar las intenciones subyacentes en el corazón de las personas. En particular, se dice que las tortugas “bendicen” a quienes se acercan a ellas con buenas intenciones y maldicen a los malintencionados, causándoles infortunios y accidentes. El folclore cumple así cabalmente con su función moralizante, contribuyendo desde el plano simbólico a una activa protección de los quelonios, naturalmente indefensos.
El paisaje volcánico de las islas Bartolomé y Santiago
Bartolomé es una isla de pequeño tamaño, muy llamativa en cuanto a su belleza paisajística. La conformación volcánica se impone en razón de la virtual ausencia de cobertura vegetal, quedando a la vista la diversa coloración y granulometría de las rocas que le dieron origen. En sus costas nidifican pingüinos y se alimentan pelícanos, pero la total ausencia de agua fresca determina que la única fauna terrestre esté integrada por una singular especie de serpiente de galápagos, aves y algunos saltamontes. Según lo referido por un guía naturalista, las coladas de lava rojizas y negras, la conformación volcánica del terreno y la presencia de ofidios en esta isla, llevaron a los religiosos españoles (que la visitaron por primera vez en el siglo XVI) a considerar que se encontraban a las puertas del propio infierno.
La isla es visitada a diario por excursiones en yate que parten desde Santa Cruz, al igual que por los diversos cruceros que navegan las aguas del archipiélago. Un sendero trazado sobre las oscuras cenizas volcánicas da paso a un juego de pasarelas y escalinatas de madera que conduce finalmente a la cima de un pequeño cerro, coronado por un faro o hito de navegación de distintivo color rojizo. La vista que se obtiene desde el mirador en las alturas de Bartolomé es reconocible como la postal más emblemática de las Galápagos (Figura 5). Un istmo de roca volcánica separa dos bahías en forma de medialuna, con arenas doradas y aguas azules a ambos lados. La bahía de la derecha culmina en un distintivo promontorio a modo de pináculo, que constituye la formación geológica más reconocible de la isla.
A pocos minutos de navegación, la vecina isla de Santiago ofrece a los visitantes una de las playas más espléndidas del archipiélago. Se trata de la afamada Bahía Sullivan, dotada de arenas absolutamente blancas y aguas transparentes y turquesas, que tienen a la isla de Bartolomé y su rocoso pináculo como magnífico telón de fondo. La fauna submarina es igualmente atractiva y una sencilla inmersión con snorkel desde la orilla permite apreciar cardúmenes de peces cirujano, tortugas marinas, corales, viejas, peces loro, peces globo y tintoreras.
Consideraciones y conclusiones
El paisaje de las Galápagos es construido simbólicamente como un paraíso, del cual los isleños se sienten custodios. Al carácter paradisíaco de las islas contribuyen su remota localización en pleno corazón del océano Pacífico, su climatología ecuatorial (moderada por el mar) y el hecho de haber sido descubiertas hace tan solo quinientos años. Asimismo, su utilización histórica como refugio de piratas y presidio carcelario ha contribuido a mantenerlas fuera de las garras del progreso, a las que actualmente están siendo arrojadas, por un turismo que ha crecido exponencialmente en las últimas décadas.
Conviven en estas islas encantadas decenas de especies tropicales con representantes de la fauna sub-antártica, en inusual cohabitación que resulta de la confluencia de corrientes marinas cálidas y frías. La fauna submarina incluye pulpos, peces loro, “viejas”, peces globo, manta-rayas, rayas, anguilas, orcas, ballenas grises, caballitos de mar, peces cirujanos, tiburones cabeza de martillo, tiburones tigre, tiburones de las galápagos y tintoreras, además de las numerosas colonias de lobos marinos y pingüinos.
La fauna ornitológica comprende, entre otros, a los famosos boobies de patas azules o tijeretas, diversas especies de pinzones, flamencos rosados, pájaros fragata, pelícanos y cormoranes que no vuelan. Naturalmente, el galardón a la importancia relativa lo recibe el orden de los quelonios, representado por diversas especies de tortugas terrestres o galápagos (endémicas de cada isla) y por la abundancia de tortugas marinas (carey y tortugas verdes del pacífico). Mención aparte merecen las iguanas, cuya adaptación al ambiente acuático (y el uso de sus potentes colas para el nado) supo llamar la atención de Darwin durante su visita al archipiélago.
Resultan encomiables los esfuerzos de los isleños para conservar el medioambiente, mereciendo ser celebrada la excelente labor de los guías naturalistas que acompañan las excursiones, los guarda-faunas que vigilan las playas, el personal de las estaciones de crianza de quelonios y hasta de los choferes de camionetas-taxi, dispuestos a convertir un sencillo viaje en una experiencia educativa inolvidable.
La importancia simbólica de la fauna da cuenta de la organización del espacio (y de la experiencia de los visitantes) en torno a paseos o “rutas” que llevan el nombre de distintos animales emblemáticos. Los turistas recorren en bicicleta el Camino de la Tortuga en Isabela, pasean por el Sendero de la Iguana en Floreana o ascienden al Mirador de las Tijeretas en San Cristóbal. Ciertas islas son identificadas por la abundancia relativa de determinadas especies; tal es el caso de los tiburones en Pinzón, los lobos marinos en Santa Fe, las culebras en Bartolomé y los caballitos de mar en Isabela. Santa Cruz explota el capital simbólico heredado del Solitario George reclamando como propio el vínculo con las tortugas terrestres gigantes, que todo visitante a Galápagos debería contemplar en la Estación Darwin y en los ranchos de la parte alta de la isla. El nombre y la imagen del famoso George se repiten hasta el cansancio en restaurantes, hoteles y tiendas de souvenirs de Puerto Ayora; en tanto que los cuidados prodigados a su cuerpo embalsamado -y la elaborada ritualidad en torno a su visita- podrían suscitar la envidia de cualquier momia humana.
La fauna endémica adquiere en Galápagos una dimensión simbólica y religiosa que se traduce en su participación en espacios sagrados como los de las iglesias, a través de su representación en vitrales, murales y altares. Antiguas leyendas de finalidad moralizante, concebidas quizás en tiempos de sobre-explotación faunística por parte de navegantes y piratas, presentan a los galápagos como dispensadores de bendiciones o maldiciones, según el caso. Aquí no son las montañas las que premian o castigan, sino las propias tortugas, capaces de leer el corazón de las personas.
En las islas de Santa Cruz y San Cristóbal, que son las que cuentan con mayor densidad de población humana, la actividad volcánica no constituye una amenaza, como sucede en el caso de Isabela. La mayor familiaridad y cercanía con el paisaje de altura implica que la geografía no esté tan empapada de leyendas y mitos que destaquen su carácter misterioso o peligroso, como sucede en la remota isla de Floreana. Las elevaciones montañosas de Santa Cruz y San Cristóbal, de escasa altitud y cubiertas de bosques y pastizales, resultan fácilmente accesibles a los residentes isleños, por lo que son objeto de apropiación con fines recreativos y estéticos -principalmente como miradores-, así como con fines utilitarios, para la instalación de antenas transmisoras, el aprovisionamiento hídrico y la recolección de hierbas medicinales.
Omnipresentes en el archipiélago, algunos volcanes se encuentran en plena actividad, constituyendo una silenciosa amenaza a la vida y la salud de los isleños. Por ejemplo, en la Isla de Fuego que es Isabela, los habitantes de Puerto Villamil suelen padecer alteraciones bronquiales como consecuencia de las cenizas en suspensión, emitidas durante las frecuentes erupciones del volcán Chico y de la caldera de Sierra Negra. Si bien es cierto que algunos pobladores confiesan su preocupación por la peligrosidad de los volcanes, predomina una actitud despreocupada que los lleva a festejar las erupciones, acudiendo presurosamente a la caldera para tomar fotografías, sin temor a burlar los controles de acceso físico implementados por la policía y los guarda-parques.
Pese a su potencial peligrosidad y a su notoria presencia paisajística, los volcanes en Galápagos no llegan a revestir de la importancia religiosa y ritual que se les asigna en otras geografías. No hay santuarios de altura construidos en las islas, como sucediera a lo largo y a lo ancho de los Andes, especialmente en tiempos de los Incas (Ceruti, 2015a y 2016a). Tampoco se documenta la presencia de cruces o imágenes de Vírgenes y santos que coronen las cimas, como sucede en los Alpes (Ceruti, 2015b). Los isleños no practican actualmente ascensiones individuales con fines religiosos, como aún sucede en ciertos volcanes de la Isla de Pascua (véase Ceruti, 2014), que supieron conservar la importancia simbólica y ritual que revestían en el pasado polinésico de Rapa Nui.
En investigaciones sobre montañas sagradas del mundo se ha advertido que el moderno fenómeno antropológico de la religiosidad en altura se nutre, en muchos casos, del sincretismo entre creencias y prácticas originarias y católicas. Los ritos andinos y las creencias impuestas por los conquistadores españoles encuentran su expresión sincrética en las procesiones de Punta Corral, Sixilera y Qoyllur Rit´i, que tienen lugar en los Andes del norte de Argentina y del sur de Perú respectivamente (Ceruti, 2013). En distintos rincones de Europa, son ritos y creencias de tradición celta los que se sincretizan con las creencias cristianas, dando cuenta del folclore y las devociones populares en torno a montañas y colinas sagradas del País Vasco (Ceruti, 2015d), Galicia (Ceruti, 2015c), Irlanda y Escocia (Ceruti, 2016b y 2017).
En consecuencia, cabe hipotetizar que el principal factor que explique la virtual ausencia de utilización ritual de los volcanes de Galápagos sea la falta de un sustrato de creencias originarias donde pueda enraizar el proceso de sincretismo con la cosmovisión católica. Una situación semejante se advierte en el archipiélago de las Azores, situado en medio del Atlántico, que también carecía de ocupación indígena al producirse el arribo de los primeros navegantes europeos. A diferencia de las islas Canarias, que han sabido conservar hasta el presente la importancia religiosa atribuida tradicionalmente a las montañas, por parte de sus pobladores originarios Guanches (véase Ceruti, 2016c).
Los cerros de las Galápagos reconocen una utilización preferente vinculada a promover el goce estético del panorama de las islas. Tal es la función del mirador del cerro Tijeretas y del volcán Junco en San Cristóbal, del cerro Orchilla en Isabela y de “los Gemelos” en la isla de Santa Cruz. El aspecto “tremendo” de los volcanes se deja entrever en el discurso cotidiano de los habitantes de Isabela y en las leyendas de personas desaparecidas, que permanecen ancladas en el imaginario colectivo de la isla de Floreana.
Bibliografía
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