Reseñas

EL TIEMPO QUE NOS TOCA. JUVENTUD, HISTORIA Y SOCIEDAD EN EL SALVADOR. MARIO ZÚÑIGA NÚÑEZ. CIUDAD AUTÓNOMA DE BUENOS AIRES (ARGENTINA): CLACSO, 2014. 126 PÁGINAS

Mauricio Menjivar Ochoa

EL TIEMPO QUE NOS TOCA. JUVENTUD, HISTORIA Y SOCIEDAD EN EL SALVADOR. MARIO ZÚÑIGA NÚÑEZ. CIUDAD AUTÓNOMA DE BUENOS AIRES (ARGENTINA): CLACSO, 2014. 126 PÁGINAS

Anuario de Estudios Centroamericanos, vol. 42, pp. 547-550, 2016

Universidad de Costa Rica

El tiempo que nos toca, del antropólogo Mario Zúñiga, es un libro que tiene su interés en lo que él denomina “las prácticas de la edad”, así como en “los significados de la juventud y las personas jóvenes”, durante buena parte del siglo XX (período que va de 1913 a 1992).

Para acometer esta tarea, en términos analíticos, el autor realiza tres operaciones básicas. En primer lugar, con base en fuentes secundarias, presenta una apretada síntesis de la historia salvadoreña en el período indicado, de manera que permita ubicar las coordenadas del contexto social para, con posterioridad, poder explicar los procesos históricos que estudian las prácticas de la edad de un segmento de los jóvenes salvadoreños. Se trata de un recuento que enfatiza en la historia política de El Salvador, y que el autor subdivide en tres grandes coyunturas: la marcada por la construcción de las bases de un sistema de corte autoritario (1913-1948), la signada por el predominio de los militares en el poder institucional que se acompaña por la disputa del escenario político por parte de múltiples movimientos sociales (1944-1972) y la marcada por la radicalización del movimiento popular, así como de la cultura autoritaria que desembocará en la Guerra Civil y, al final del período, en la salida negociada al conflicto (1972-2003).

El segundo momento analítico del libro está encaminado en responder a la pregunta sobre cómo se practicó la edad en el periodo descrito. Existe una decisión sobre quiénes se elegirá para abordar esta práctica de la edad, y esta consiste en centrarse en las organizaciones de jóvenes, con presencia en la historia política salvadoreña, es decir, jóvenes con algún tipo de práctica política. La posición histórica de estas prácticas se procura explicar en el marco de la lógica institucional y del colectivo en la cual se inserta.

En este sentido, se distinguen varias prácticas de la juventud: a) como estudiante, b) como militantes y guerrilleros –lo cual cubre un amplio espectro: entre los que se encuentran las militancias en el Partido Comunista, en las comunidades cristianas de base y en las diferentes organizaciones guerrilleras–, y c) como represores, en el marco de la múltiples policías y cuerpos irregulares que existieron en El Salvador y, por supuesto, en las Fuerzas Armadas. Al respecto, el autor sostiene que “las tres prácticas de juventud se hacen cada vez más visibles a la medida que el contexto se radicaliza y las instituciones que contienen a estas personas tienen cada vez más preponderancia en el colectivo social” (73).

El procedimiento utilizado por el autor para identificar dichas prácticas no radica en la construcción de tipologías de jóvenes, sino, partiendo del concepto de “‘práctica de la edad’ identificar ‘roles’ y ‘formas de acción’, donde las personas ponen en práctica sus significados de ‘juventud’ en un momento histórico específico” (22). En este punto se encuentra el primer gran aporte del libro: en no partir de la idea de una juventud universal, ahistórica y escencializada, sino de la comprensión de los significados que los propios sujetos, en la práctica, otorgan al ser joven en el marco de las constricciones institucionales del tiempo que les tocó vivir.

El esfuerzo del autor por articular la noción de “prácticas de la edad” permite traer a colación otros esfuerzos analíticos que se encuentran en sintonía. Por ejemplo el de Leela Fernandes y Patrick Heller (2006) en su estudio sobre las clases medias en la India poscolonial. Uno de sus argumentos centrales es que los contornos de la nueva clase media pueden ser captados como una clase en la práctica, es decir, definida por su política y las prácticas diarias a través de las cuales se reproduce su posición privilegiada. Centrarse en la práctica de clase significa entender el accionar mediante el que se reproduce a sí misma.

Por su parte, el argumento que busca definir a los sujetos “en la práctica”, al parecer presenta un gran potencial para entender históricamente las construcciones sociales sobre el significado de ser hombre: los hombres, en términos de su construcción genérica, no son siempre lo mismo. De este modo, para llegar a una definición deben ser analizados los intereses, acciones y discursos específicos de género, clase y raza; con el fin de poder entender el hecho de ser hombre, no como una manera fija y siempre la misma, sino como una “masculinidad en la práctica” en la medida que sus contenidos se puedan descubrir en la experiencia del diario vivir.

La manera en que mejor podría explicarlo es el caso de los niños trabajadores agrícolas de diferentes regiones de Costa Rica durante la primera mitad del siglo XX, quienes empiezan a trabajar en actividades propias del agro, por lo que abandonaban la escuela entre cuarto y sexto grado, en el mejor de los casos. Una vez que comenzaban a desempeñarse según los estándares de la peonada, esto es, cuando lograban ser un “peón completo”, dejaban de ser niños para convertirse en “hombres”. Es decir que, en la práctica como trabajadores el criterio de hombría cobra sentido (Menjívar, 2009).

Tampoco quisiera dejar de mencionar los paralelismos que esta categoría de la práctica tiene con la de “experiencia”, la cual forma parte de la visión renovadora que Edward Palmer Thompson le imprime al marxismo. Para él, la categoría de experiencia:

… es indispensable para el historiador, ya que incluye la respuesta mental y emocional, ya sea de un individuo o de un grupo social a una pluralidad de acontecimientos relacionados entre sí o a muchas repeticiones del mismo tipo de acontecimiento (1981: 19).

Al igual que la categoría “práctica”, la de experiencia cobra interés para el análisis histórico, en virtud de la diversidad de la experiencia humana.

En síntesis, el esfuerzo en el libro de Mario Zúñga está en función de desesencializar el análisis de la propia experiencia de ser joven. Se le puede catalogar como un esfuerzo empírico, pero también de elaboración categorial, cuya huella se puede rastrear, al menos, en el anterior libro de Zúñiga, publicado por el DEI en el 2010.

Tengo, en términos de mi propio debate, una interrogante sobre el concepto de “práctica de la edad”, la cual nace de la variable “edad” que compone su concepto. La edad, como criterio de clasificación de un grupo social, como bien señala Zúñiga, tiende a establecer segmentaciones poblacionales con criterios escencialistas cuando, a partir de dicha segmentación, se determina a la niñez, a la adolescencia, a la juventud, etc. Además, como bien argumenta el mismo autor, la edad no constituye un criterio que determine la identificación de un sujeto o grupo de sujetos con alguna de esas categorías.

Sin lugar a dudas, Zúñiga en lo absoluto suscribe este tipo de escencialismos. No obstante, precisamente porque la edad no determina la identidad de los sujetos, no es seguro que la reflexión sobre la práctica de estos colectivos deba partir de una categoría que haga referencia a la edad, ¿incorporar esta variable al concepto de “prácticas de edad” no será un resabio de la idea con la que pensamos a la juventud? Como el mismo Zúñiga lo utiliza en diferentes momentos de su trabajo, ¿no es mejor hablar de “juventud en la práctica”?

El tercer y último momento analítico del libro corresponde al capítulo 2. En él, se devela la noción de juventud que se esboza en diferentes obras de Roque Dalton, escritor y militante comunista salvadoreño, a partir del análisis de “la interacción entre jóvenes, historia y sociedad” en su obra. Comprender la idea de historia en Roque Dalton resulta relevante para entender el papel de las personas jóvenes en su obra, sostiene Zúñiga. Así, la idea de historia en Dalton, Zúñiga la sintetiza en tres aspectos centrales:

Primero: “De Dalton se parte de la idea de que el hecho histórico es susceptible de un tipo de interpretación” con la consecuencia de que el hecho histórico “no es un hecho en sí” (85). Segundo: Esta interpretación estaría “ligada directamente con la posición social de la persona que interpreta” (85). Tercero: De los puntos anteriores, se colegiría que “Dalton no recurre a la historia para comprender su devenir positivo, sino para interpretar su potencial liberador” (87). Esto se vincula con el hecho de que “la obra del intelectual debe revelar al sujeto mismo como comprometido con las transformaciones de la realidad social” (86). De esta interpretación de la historia, señala Zúñiga, surgen muchas de sus contradicciones (87).

Permítaseme traer, unos ejemplos del análisis de Zúñiga al respecto. Uno de ellos alude a la relación entre estudiantes y revolución en Dalton. En esta relación,

… resalta la idea de la juventud que implica: indefinición, idealismo, confianza, romanticismo, preeminencia de lo sentimental sobre lo racional. La “juventud” se presenta como un estado esencial, ahistórico, que se caracteriza de manera universal (“estado especial del hombre [sic]”). Estas características esencializadas, lejos de ser criticadas por el autor son valoradas positivamente, dado que llevan a los estudiantes a las filas revolucionarias (90).

Esto le permite a Dalton, concluye Mario Zúñiga en este acápite, determinar “el rol de los y las estudiantes en el proceso histórico” (91).

Ahora bien, del texto sobre Morazán y la juventud, me interesa destacar el análisis del autor sobre el tratamiento que Dalton brinda a la juventud como pasiva frente al devenir histórico, con posibilidades de redimirse frente al deseo morazánico “de que la juventud de la vida por su país, contrariando la voluntad política de imperialistas y conservadores”. Así, Zúñiga articula una crítica al esencialismo con la que Dalton construye a los jóvenes, la cual constituye una labor de (de)canonización que cruza este tercer momento analítico del libro. Esto se genera desde un rico diálogo intergeneracional del que el mismo autor forma parte, desde una Centroamérica distinta a la de las utopías revolucionarias.

Resta decir que, la de Mario Zúñiga, es una obra rigurosa y original, que nos provoca a pensar y que nos obliga a tomar posición.

Mauricio Menjívar Ochoa. Costarricense. Doctor en Historia. Profesor e investigador de la Escuela de Sociología y de la Escuela de Estudios Generales, ambas de la Universidad de Costa Rica.

Referencias

Fernandes, Leela y Heller, Patrick. ’Hegemonic aspirations’. New Middle class politics and India’s democracy in comparative perspective. Critical Asian Studies 38, 4 (2006): 495-496.

Menjívar Ochoa, Mauricio. Historia de hombres y tierras. Construcción de la identidad masculina de trabajadores agrícolas del Caribe de Costa Rica, 1900-1950. Tesis de doctorado en Historia. San José: Universidad de Costa Rica, 2009.

Palmer Thompson, Edward. Miseria de la teoría. Barcelona, España: Editorial Crítica, 1981.

Zúñiga, Mario. Pensar a las personas jóvenes: más allá de modelos o monstruos. San José, Costa Rica: DEI, 2010.

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