Dossier
Recepción: 29 Julio 2023
Aprobación: 30 Agosto 2023
DOI: https://doi.org/10.15517/aeca.v49i00.60472
Resumen: Este artículo explora la vida, el trabajo y las relaciones de género de las patronas, mujeres cocineras en los campos bananeros. Hasta ahora, sus contribuciones nunca fueron realmente consideradas centrales para el éxito de la monumental Huelga General de 1954, que se inició en las regiones bananeras de Honduras. Las patronas desafiaron las limitaciones del enclave de la compañía bananera y expectaciones de roles de género en vistos en otras partes del país; se identificaron como mujeres de clase trabajadora y se aliaron con los trabajadores para ganar la huelga, todo mientras se ganaban la vida para ellas y sus hijos. Mi investigación, basada en historias orales, propone que son antecesoras y contribuyentes de la tradición radical de la región, y sus historias informan a las trabajadoras y líderes contemporáneas del presente.
Palabras clave: género, trabajo, UFCO, huelga, Honduras.
Abstract: This article explores the life, work, and gender relations of the patronas, women cooks in the banana camps. Until now, their contributions were never really considered central to the success of the monumental 1954 General strike, which was initiated in the banana growing regions of Honduras. The patronas defied the constraints of the traditional banana company enclave and expected gender roles in other parts of the country; they identified as working-class women and allied with workers to win the strike, all while making a life for themselves and their children. My research, based on oral histories, proposes that they are predecessors of and contributors to the radical tradition of the region, and their histories inform contemporary women workers and leaders of the present.
Keywords: Gender, Labor, UFCO, Strike, Honduras.
Introducción
La vida de doña Olimpia en los campos bananeros siempre estuvo marcada por el trabajo arduo y la lucha obrera. Olimpia Edelmira Figueroa tenía apenas 20 años cuando empezó la huelga de 1954 en La Lima, Cortés, en donde vivía con su abuelita.1 Su padre fue plomero en la finca bananera y su madre vivió y murió cerca del área bananera de la Cuyamel,2 cerca de la frontera con Guatemala. Su abuelo trabajó en el emenes (el departamento de materiales y abastecimiento) y sus hijos e hijas también llegarían a trabajar para la Tela Railroad Company en La Lima, Cortés, Honduras.3 Ella empezó a trabajar a los 15 años como lavandera en la casa de un Capitán de Finca y después como ayudanta en un comedor de una patrona. Es ahí donde ella aprendió el negocio de “cuidar hombres”, el cual le daría el sueldo con que crío a sus hijas e hijos. En este trabajo busco visibilizar el importante rol que tuvieron las campeñas en la historia de las luchas laborales en Honduras y Centroamérica, al redimensionar el análisis de la mujer en las luchas laborales como agentes de cambio y líderesas, al igual que los hombres y no solo como apoyo secundario, como otra “costilla” del movimiento huelguístico. Igualmente, busco reintroducir a los estudios centroamericanos, los de allá y los de aquí, a la mujer trabajadora en el siglo XX que evade el archivo histórico tradicional.
Las patronas a quienes se les conocía como mujeres que “cuidaban gente o hombres”, el negocio de dar de comer a los trabajadores a cambio de un pago por tiempo de comida.4 Eran cocineras, vendedoras de pan y ocasionalmente vendedoras de aguardiente en los campos bananeros. Las patronas no solo sostenían a los trabajadores para que laboraran en las fincas, sino que subsidiaban a las compañías para que los trabajadores pudieran hacer su labor todos los días, y especialmente los días largos de corte o de cosecha. Las oportunidades que tuvieron las campeñas y que les proporcionó la libertad de apoyar la huelga, aun cuando no les fue tan lucrativo al final.5 Al estudiar las experiencias de las patronas se puede analizar las relaciones de poder y género en los campos bananeros, revelando un nudo complejo de interesados en constante choque y con múltiples contradicciones: los trabajadores, la compañía y sus supervisores, el Estado y su policía. Las patronas eran mujeres que habitaban en un espacio “mediador” en donde se encontraban “entre” el trabajador y la compañía. Además, las patronas tenían una posición única de poder en los campos bananeros y entre los trabajadores.
“Cuidar hombres” en el contexto de las bananeras implicaba tener un comedor improvisado o ambulante en los campos bananeros, en donde se cocinaban tres platos diarios para comensales (trabajadores mensuales), de 10 a 30 hombres, incluidos los domingos. La patrona operaba el comedor, hacía negocio con los trabajadores, asegurándose de que se les llevaran la comida a la finca si no podían regresar a almorzar al comedor. Estos comedores eran pequeños establecimientos en el barracón (vivienda). Usualmente, la patrona tenía alguna relación con alguien afiliado a la compañía, un trabajador que era hermano, esposo e hijo.
El nombre de patrona viene desde los primeros años de la producción bananera en el país, cuando a los primeros trabajadores se les mandaba a lugares remotos a limpiar pantanos para establecer fincas y construir rieles de tren. No había ni dónde comer, en ese entonces el capitán de cuadrilla o el contratista de corteros6 traía a su esposa o contrataban a una mujer para que cocinara para el resto de los trabajadores. Aunque algunas eran esposas de “jefes” en las regiones y campos más remotos, no eran las esposas de los jefes de alto poder dentro de la compañía, ni la élite de estadounidenses, ni hondureños denominados trabajadores de confianza.
Aun así, también existían patronas que no tenían relación a ningún jefe y establecían sus propias cocinas afuera de esa relación. Para la década de 1940, muchas mujeres ya no eran solo las esposas de los mandadores o contratistas de corte, sino que eran mujeres que migraban hacia la costa norte de Honduras para trabajar, muchas de ellas de regiones rurales o del El Salvador. Estas mujeres proveían este trabajo necesario, pero también eran sus propias dueñas de sus negocios en las cocinas, en donde contrataban ayudantas. Las ayudantas empezaban en la cocina donde apoyaban el trabajo de la patrona, por ejemplo, a tortear, a moler, hacer tortillas de harina y a servir… de ahí, poco a poco fueron estableciendo sus propias cocinas en los campos bananeros.
El trabajo de las patronas, de mujeres como doña Olimpia, fue clave para el movimiento huelguístico, ya que las patronas tuvieron un rol importante en la vida diaria de los trabajadores y decidieron abandonar los campos con ellos durante la huelga, aún más importante, las patronas, hicieron comida para los trabajadores en huelga, y también daban comida de fiado (a crédito) cuando el dinero y donaciones de comida se acabaron en la larga huelga de los trabajadores de la Tela y la Standard.7 Por medio de la historia de doña Olimpia podemos ver la complejidad de estas pequeñas empresarias que se identificaron con la lucha de los trabajadores de las fincas bananeras y participaron en la huelga de 1954.
Las patronas se aliaron a los trabajadores en las fincas por varias razones, primero, porque ellas tenían un lugar céntrico en la jerarquía establecida por la compañía. Ellas también tenían un rol importante en la vida de los trabajadores en la finca de quienes día a día les dejaba ser testigo de las condiciones laborales (en muchos casos las patronas tenían hijos, esposos y hermanos que eran trabajadores en las fincas bananeras). Segundo, su rol en la finca bananera les daba autonomía en su trabajo y en sus relaciones con los trabajadores, y tampoco estaban sujetas a políticas de la compañía. Finalmente, las patronas ejercían su poder e identidad como mujeres campeñas dentro de un sistema jerárquico y heteropatriarcal. En su rol de campeñas y mujeres reafirmaba su pertenencia a la clase trabajadora y el movimiento huelguístico, aunque no fueran trabajadoras formales de la compañía. El rol de las campeñas, coyunturalmente las ataba a la clase trabajadora, de su misma etnia y raza, aparte de que era su fuente de ingresos y sobrevivencia en los campos bananeros. Esta conjugación del rol de mujer, mestiza o negra, o migrante salvadoreña, les ayudaba a sobrevivir porque las identificaba como trabajadoras que atestiguaban las injusticias a los campeños.8
Los estudios centroamericanos sobre las bananeras omiten el rol de la mujer, o solo las mencionan superficialmente, y no profundizan el género como teoría de análisis de poder.9 Estos vacíos en la historia de la mujer bananera se dan por varias razones, primero, no muchos archivos históricos reúnen sus historias, ya que muchas eran trabajadoras informales y sus salarios no eran documentados en las planillas de trabajo de la compañía. Segundo la sociedad en general las miraba como apoyo y dependientes del trabajo del hombre. Igualmente, la condición de los archivos incompletos en Honduras, y en América Latina en general, no siempre es óptima para consultar y triangular las historias de las mujeres. No obstante, no se ha podido consultar los archivos de la UFCo. de Honduras, y lo que se sabe de la compañía en Honduras se ha encontrado en los archivos del Departamento de Estado de Estados Unidos, o archivos privados, y que tampoco se enfocaban en las mujeres trabajadoras en sus notas consulares.
Por lo anterior, me he abocado a la historia oral como método de recolección de las vidas de las mujeres trabajadoras de la costa norte de Honduras a mediados de siglo. La ventaja del método de historia oral es que puedo lograr el rescate de la historia de la mujer, por medio de sus propias palabras. La tradición oral es importante en Honduras, ya que la mayoría de la población en esa época no tenía acceso a la educación formal. También, la compañía y la élite de Honduras han dominado la historia nacional, dejando la historia de la gente trabajadora entretejida bajo la narrativa oficial (Portillo Villeda, 2021).
La colección de historias orales de varias mujeres en la costa norte no solo ayuda a corroborar eventos entre varios individuos, pero también abre las puertas pare el escrutinio de esa memoria y la construcción de la memoria colectiva (Putnam, 2002). La memoria es imprecisa, a veces prioriza arbitrariamente unos eventos sobre otros, no es tangible, a veces dudosa, y precaria, y “no es un repositorio pasivo de hechos sino un proceso activo de la creación del significado” (Portelli, 1991). Los historiadores aprenden tanto de los hechos, como del proceso de la narradora al darle sentido a los hechos y a su vida (Portelli, 1991). La ausencia de la mujer trabajadora en el archivo histórico ha limitado escribir su historia, pero también ha abierto las puertas para el uso del método de historia oral se utilice como intervención feminista para hacer historia.
La memoria de la huelga de cada mujer está localizada entre su propia experiencia de la huelga y la historia del sindicato, al profundizar, otros eventos personales y políticos en sus vidas también influyeron en la memoria de la huelga en cada una de las mujeres narradoras, tales como los que exhibe el testimonio de doña Olimpia.
Por medio de la historia de doña Olimpia, en este artículo, podremos ver el importante, y que ha sido ignorado, rol de la mujer trabajadora en la costa norte y la complejidad interseccional de género de las mujeres migrantes y multirraciales, que se hicieron agentes de su propio cambio. Las patronas, aparte de subsidiar las compañías bananeras con su labor diaria, también subsidiaron el movimiento huelguístico y formaron una fuerza poderosa situada entre el cruce de las demandas de los trabajadores bananeros y las necesidades de la compañía. La reproducción social de género y clase se observa claramente en la vida de las campeñas, quienes trabajaron para la sobrevivencia de toda la familia, aun cuando no eran trabajadoras formales de la compañía. A pesar de su rol estas mujeres permanecieron casi todas sus vidas afuera de los debates feministas de sufragio en esa época.
Antecedentes de la Huelga Bananera de 1954: la Tela y la Standard Fruit
La costa norte de Honduras ha sido tristemente célebre por la presencia del enclave bananero desde principios del siglo veinte. En Honduras, La Tela se estableció en 1912, pero el cultivo de banano tiene mucho tiempo de existir en ciertos lugares del departamento de Cortés y del litoral atlántico y las Islas de la Bahía (Soluri, 2002). Las compañías bananeras en Honduras, tanto la United Fruit & Steamship Company como la Standard Fruit & Steamship Company fueron lo más cercano a cualquier proceso de industrialización que pudo haber en Honduras a mediados del siglo veinte.
El enclave bananero introdujo a la costa norte de Honduras un sistema de pago por horario, asalariado parecido al de una fábrica, que al compararle con la economía de subsistencia comunitaria cambio la relación del trabajador con la tierra y su propio trabajo. Con ello Honduras, después de décadas de una incipiente minería para exportar, finalmente entraba al mercado mundial como un país agroexportador de bananas, con la diferencia que los dueños del capital eran los estadounidenses y sus compañías (Portillo Villeda, 2021).
Sumado a ello para una Honduras de economía eminentemente rural, la compañía impuso más tecnologías modernas agrocapitalistas en el trabajo así reorganizando el trabajo de la finca, especialmente implementando una jerarquía de rangos en el trabajo, en el riego y pesticidas, pero también en la ingeniera detrás del corte de la fruta y hasta en la composición biológica de la misma. Ello implicó que la organización en el trabajo de la finca y funciones de varios niveles de supervisión.
Igualmente, las compañías norteamericanas implantaron en Honduras nociones de discriminación, basadas en la jerarquía racial/étnica de los Estados Unidos.10 Estas nociones raciales interactuaron con las nociones de raza y género existentes en el país, por ejemplo, contrataban trabajadores según las jerarquías raciales, con supervisores estadounidenses, mandadores de finca ingleses en los altos rangos, mientras a los ‘indios’ o mestizos y salvadoreños, con raíces afrodescendientes y garífunas, se les ubicó en los rangos más bajos, para realizar los trabajos más difíciles y peor pagados.11
Este sistema de economía de exportación, el salario por hora y las políticas de contratar trabajadores también cambiaron la identidad del trabajador hondureño y las nociones del trabajador como ser humano. La compañía pagaba en dólares, mucho más que otras compañías domésticas, y proveía a sus trabajadores de carne y otros productos de nutrición, acceso a un tren como modo de transporte, y ciertas técnicas modernas en la producción del banano no antes vistas en el país. Estos avances formaron parte de una modernización limitada que solo se veían en los confines del enclave bananero y que no beneficiaron a la población en general (Portillo Villeda, 2021).
Los pueblos en los alrededores de las fincas bananeras se beneficiaban de los enclaves bananeros, y es ahí donde una economía informal y lucrativa se forma en torno a los trabajadores de las fincas bananeras y sus necesidades. La compañía y su necesidad insaciable por trabajadores atrajo migración de todo el país y de El Salvador. Al entrar a las filas de trabajo, los nuevos obreros tendrían acceso a las necesidades básicas, un sistema de sobrevivencia diaria mientras laboraban largos y abrumantes días de trabajo, gracias a esta economía informal (Portillo Villeda, 2021).
La costa norte ha sido un espacio complejo en donde hombres y mujeres aún negocian relaciones de género, raza, etnias e identidades. Estas identidades multitudinarias siempre han sido mediadas por la presencia y políticas de trabajo de las compañías fruteras. Las compañías, al igual que el Estado, por medio de la policía local que protegía la compañía y los supervisores, se encargaban de ser guardianes de las normas de género, raza e identidades (Portillo Villeda, 2021).
Mi estudio trata el período antes y durante la gran huelga de 1954 en Honduras, el cual empezó el primero de mayo de 1954 y terminó 69 días después para los más de 25 000 trabajadores huelguistas de la UFCo. Los trabajadores de la Standard Fruit Company también se fueron a la huelga, pero lograron negociar con la compañía once días después. Esta huelga es simbólica para el movimiento laboral porque llevó a la formación efectiva de un sindicato (el Sindicato de la Tela Railroad Company-SITRATERCO), pero también el esfuerzo de los trabajadores impulsó el código de trabajo, lo cual les dio a todos los trabajadores hondureños el derecho a organizar un sindicato en su lugar de trabajo. Igualmente, impulsó la creación del Ministerio de Trabajo como ente que se dedicara a observar los derechos del trabajador y proveer un espacio para recompensa si sus derechos han sido violados entre otras mejoras. Este esfuerzo de los trabajadores en 1954 es parte de una historia larga de luchas laborales en Honduras.
Los esfuerzos de los trabajadores hondureños contra la United y la Standard Fruit no fueron los únicos, trabajadores en otros países ya estaban levantándose y formando sindicatos en conjunto con otros sectores del país. En Costa Rica, estibadores dejaron de trabajar en 1904 para demandar un mejor pago (Chomsky, 1996). En 1910, trabajadores jamaiquinos hicieron una huelga a fin de exigir que se les reconociera como feriado el “Día de emancipación”, celebrado en su natal Jamaica, y no observado ni por la compañía, ni por el gobierno de Costa Rica (Chomsky, 1996, pp. 153-154).
Los trabajadores jamaiquinos formaron sociedades de apoyo mutuo y hasta sindicatos para defender sus derechos y retener su identidad de trabajador jamaiquino. No obstante, la huelga más conocida en Costa Rica ocurrió en 1934 y goza de cierta fama por el liderazgo del partido comunista, en donde los trabajadores paralizaron las fincas bananeras demandando mejoras en pago y condiciones de trabajo (Sack, 1934; Chomsky, 1996). Los gerentes de la compañía respondieron con gran estruendo a los esfuerzos de los trabajadores, en el caso de Costa Rica, mandando otros trabajadores a desintegrar la huelga y obligaron a que el gobierno costarricense declarara Ley Marcial en la región bananera y que el gobierno estadounidense se involucrara “para prevenir el comunismo” (Sack, 1934; Chomsky, 1996).
En Colombia, entre 1900 y 1929, la historia de resistencia a la compañía bananera también fue larga e iniciada por los colonos, quienes lucharon arduamente por defender sus tierras contra la UFCo., formando una cultura y práctica de organización popular en la región de Santa Marta (LeGrande, 2003). Los colonos establecieron una resistencia a la compañía tan efectiva que se convirtió en una tradición seguida por los trabajadores en sus luchas laborales, quienes, en 1926, formaron un sindicato (LeGrande, 2003).
Para el año 1928, los trabajadores de Santa Marta logaron irse a la huelga, con el apoyo de los mismos colonos. Más de 30 000 trabajadores paralizaron el trabajo de la compañía en Santa Marta por tres semanas (LeGrande, 2003). En Honduras, igualmente, hubo esfuerzos huelguísticos en los años 1913, 1916, 1925 y 1932, en donde se aliaron los productores domésticos y los mercaderes del área con las demandas de los trabajadores (Posas, 1981, 1983; Portillo Villeda, 2011, 2021). No obstante, lo que más inspiró a los trabajadores Centroamericanos fueron los cambios sociales evidentes en Guatemala durante el periodo de 1944 a 1954, especialmente la expropiación del ferrocarril nacional de las manos de la UFCo. La respuesta de la compañía fue el golpe de Estado de 1954, conducido por la CIA y los militares, el cual inició el terror y genocidio en ese país y en la región.12
La jerarquía de la compañía en los campos: los roles de las patronas
El trabajo de las patronas, de cocinera y operadora de comedores, aseguraba que la compañía tuviera una fuerza laboral saludable y con energía para trabajar. Las patronas estaban situadas en una posición en el medio del espectro jerárquico –entre el mundo del trabajador y las políticas de la compañía–. Esta posición le daba a ella poder por los dos lados, ya que los trabajadores la respetaban y hacían negocio con ellas, y la compañía las dejaba existir fuera del escrutinio de sus políticas y prácticas. No obstante, los historiadores han olvidado el rol importante de las mujeres en las fincas, y así han eludido el análisis de poder que se puede derivar de estas mujeres. Esto último en parte se explica porque el rol de la patrona ha sido categorizado como un rol doméstico de la esfera privada, al servir simplemente de apoyo a los trabajadores bananeros; pero las patronas estaban localizadas entre la compañía y los trabajadores de las fincas, y ejercían su autonomía en los campos de maneras muy claras (Argueta, 1995).
Las patronas eran buscadas por su fama de ser buenas cocineras y de tener buena sazón, y por lo general gozaban del respeto de los trabajadores. Mientras que las mujeres en los campos estaban situadas en un lugar debajo de los hombres mestizos y trabajadores; las patronas, por su labor importante, gozaban de un espacio único en el campo. Su rol de cocinera y dueña de un comedor, un rol típicamente asociado con lo doméstico, no la limitaba al rubro doméstico. El comedor era un lugar público en donde existía intercambio con hombres todo el día. Este mundo público, en donde los trabajadores la respetaban, aglutinaba poder dentro del campo, un poder no antes analizado.
En los campos bananeros el comisariato de la compañía era la tienda más abastecida de provisiones y ropa, al igual que alcohol, y a la compañía le interesaba que los trabajadores compraran y fiaran sus provisiones ahí; pero a las patronas, quienes tenían que abastecer sus comedores mensualmente y hasta quincenalmente, los comisariatos no les funcionaba. Doña Olimpia recuerda que “compraban provisión al mes” y si eran esposas de algún trabajador podían comprar en el comisariato, pero “le quitaban allí según la gente que cuidaban”; las esposas podían comprar en el comisariato de la compañía su provisión en cantidades necesarias y se le deducía de la planilla a su esposo (o hijo y a veces a sus hermanos).13 Esta era solo una de las maneras de mantener el comedor abastecido para poder proveer buen servicio. Otra manera era comprando en los almacenes en La Lima, el pueblito más cercano a las zonas bananeras, doña Olimpia recuerda que en el primer comedor de la primera Patrona a la que le trabajó compraba en La Lima:
La señora en donde yo trabajaba, esa sacaba la provisión aquí en La Lima donde una turca [árabe] que por cierto se llamaba, un turco [árabe] era Salomón Bandi como [es] que era. Sí, para el mes, para la quincena. Pues si, [así es] que [la que] tenía esa jarana, la tenía [que pagar]. Lo que [le] valía a la señora es que como el esposo trabajaba [en la Tela] él tenía su sueldo.14
Entonces las patronas tenían varias maneras de abastecer a sus comedores, lo cual incluía comprar y fiar más barato en La Lima. Varias patronas consideraban que la carne que vendía la compañía era mejor y compraban del tren carnero, la carne y la leche, pero el resto de la provisión era obtenida más barata en los almacenes de los turcos o de inmigrantes árabes de la costa norte.15 En tanto que la compañía tenía políticas estrictas para que los trabajadores compraran en los comisariatos, las patronas tenían más libertad de hacer negocio donde les conviniera y sin regulación de la compañía.
Igualmente, las patronas tenían cierta autonomía en su trabajo y relaciones con los trabajadores. Ellas tenían un contacto diario y cercano con los trabajadores, entendían mejor que nadie el día de trabajo y su vida en los campos bananeros. Algunas ayudantas y cuques podían ser objeto de algún mal comportamiento por medio de los trabajadores, pero la patrona era respetada.16 Doña Olimpia reflejaba que sí había violencia contra las mujeres, pero que ella nunca lo vivió cuando trabajó de ayudanta, una posición más vulnerable que la de patrona:
Allí en ese campo donde estábamos nosotros no. Pero como yo trabajaba, [el esposo de la patrona donde trabajaba] ese siempre lo miraba con un pistolón quien nunca se lo bajaba… donde trabajaba… me sentía protegida.17
A pesar de ser su fuente de trabajo, las patronas no eran fácilmente intimidadas por los trabajadores, ya que la relación de cuidado era mutua, ellas proveían la comida y ellos tenían que comer para trabajar y ganar su sueldo.
Doña Olimpia recuerda que la patrona tenía la libertad de escoger a cuáles comensales les daría de comer y con quién hacía negocio. El trabajador hacía trato con la patrona para alimentarse en el comedor, pero la patrona también retenía la libertad de no aceptar a cualquier trabajador que le diera problemas. Los hombres llegaban donde la patrona y decían: “¿Patrona me va a dar la comida? ¿Cuánto va a costar al mes?”.18 Si a la patrona le convenía y tenía espacio le ofrecía la comida. La patrona entonces le explicaba al trabajador que si quería que la comida fuera barata se les podía servir porciones más pequeñas por $16 dólares al mes o si querían porciones regulares costaba $30 dólares al mes.19
Si lo quiere más mejorcito que los demás les salía más carito, un poquito como [más] de 6 Lempiras. [Que significaban un poquito más de carne]. Si aja, y si lo quería bien baratito solo le ponía frijoles con tortillas. Como que sólo pagaban L.16, ya con carne valía 26 Lempiras. Cuando yo cuidé gente yo cobraba [más], 36 Lempiras.20
Dentro de estos dos precios también había otros arreglos que las patronas negociaban, por ejemplo, los trabajadores que querían el plan regular a veces pagaban un extra por más carne, cuando se les apetecía.21 De este modo, la patrona se podía acomodar a todas las necesidades de sus clientes. La estratificación de los platos que se servían siempre se negociaba entre trabajador y patrona. Cuando ya no les convenía a los trabajadores simplemente le decían a la patrona, “patroncita” ya le voy a cancelar, ya no voy a comer más”22 y se iban después de pagar su deuda. El respeto de los trabajadores y la autonomía que esta pequeña empresaria tenía en los campos bananeros las convirtió en una parte integral del trabajo, en donde se auxiliaba a la compañía al brindar un servicio único y necesitado, y también una función esencial para la vida de los campeños.23
Las patronas también estaban expuestas a la vida de los trabajadores, ellas eran testigos de sus jornadas de trabajo, ya que debían tener el desayuno listo a la hora que se levantaran, y a la hora que regresaran de la finca tener lista la cena. Doña Olimpia tenía que levantarse a las tres de la mañana cuando era ayudanta, para moler maíz y tostar café.24 Los comedores y las patronas proveían un sustento para la sobrevivencia de los trabajadores, pero también eran espacios en donde los trabajadores podían tener contacto humano con otros. Este contacto humano entre trabajadores no era determinado por la compañía, sus horarios y jerarquía.25 El acto de comer era un espacio único e importante para los trabajadores, donde podían compartir sus quejas de trabajo, escuchar sobre el trabajo de otros sectores de la finca; y en este ambiente las patronas también simpatizaban con los trabajadores:
Ya le digo [me levantaba] a las 3 de la mañana a hacer aquellas tortillas [de harina de trigo], ellos se llevaban sus dos tortillas, solamente se tomaban un plato del osmíl y una taza de café. No más. Y después iban con su tortilla como es que le digo ya muchos de ellos se enfermaron porque no se ponían nada de defensa para el veneno. Entonces, se enfermaban de los pulmones. El peligro de ellos era que cuando lo andaban echando… regando… era los que le[s] hacían daño…porque cuando ellos andaban [regando] les caía encima… está haciendo brisa, se les venía para encima a ellos mismos.26
Doña Olimpia veía a los comensales regresar de regar poise,27 pesticidas, y les compadecía. Aún más importante, ella entendía el problema de esos trabajadores en ese departamento –que en realidad era el peor departamento en la compañía–. Los veneneros o poiseros se levantaban temprano, al igual que los que regaban agua, pero ellos regaban pesticidas (antes de que el proceso fuera mecanizado, lo hacían los hombres). Este trabajo era arduo, ya que se tenía que hacer en todo tipo de clima, y cuando había viento esos pesticidas les caía en la cara y cuerpo, lo respiraban a diario. Ellos llegaban a comer cubiertos de azul, el color del pesticida Bordeaux usado para prevenir la Sigatoka.28 Así comían y así dormían, ya que probablemente solo contrataban a una persona que le lavara una vez a la semana. En el recuento de doña Olimpia, ella describe el problema, tan obvio, pero que nunca fue rectificado por las compañías en esa época, su análisis habla de las condiciones de peligro para la salud y la sobrevivencia. Las compañías, la imaginación de los trabajadores y su deseo de sobrevivencia ayudaron al desarrollo de una economía informal, un componente esencial para sostener la economía formal de la producción del corte de banano.
Las campeñas: identidad interseccional de la clase trabajadora
Las patronas, a pesar de ser pequeñas empresarias, vendedoras de comida en la economía informal alrededor de la compañía, también se consideraban trabajadoras. Doña Casta Figueroa Portillo, quien trabajó en los campos de la Standard Fruit Company, explica que ella “sí [era trabajadora] en ese entonces sino trabajaba no comía, ni comían sus hijos, tenía que trabajar”.29 Tres factores incidieron en la identidad de la patrona como mujer que residió en los campos bananeros junto a los trabajadores de las fincas (específicamente, los trabajadores en el sector de agricultura): su identidad interseccional de campeñas, su marginalización de los debates feministas de las sufragistas del período y su rol como reproductoras del rol social y político de la mujer campeña en la costa norte.
La campeña es una identidad interseccional en proceso de construcción constante en la costa norte a mediados del siglo e indudablemente en el presente.30 Las campeñas,31 a mediados del siglo veinte, eran mujeres multirraciales, de varias etnias, regiones y hasta países, generaciones de clase trabajadora que tenían en común que vivían, porque migraron o crecieron, y laboraban en los campos bananeros. El lugar en donde vivían, los campos bananeros al lado de las mismas fincas, era fundamental para su identidad, al igual que su modo de vida. Doña Olimpia describió la segregación racial en la finca, al señalar:
Allí era lo Zona Americana allí solo vivían gringos. Allí no entraba nadie que no fuera gringo. Había un Club Americano y allí no entraba ningún pobre, ni indio, ni negro, ni nada [nadie].32
En los campos bananeros, a pesar de las políticas raciales de segregación de la compañía, los y las campeñas se sentían libres, fuera de los jefes y mandadores. Los campos fueron lugares donde pasaron la mayor parte de sus vidas, allí criaron sus hijos e hicieron sus vidas. Así como la compañía imponía segregación racial y de clase, los trabajadores, hombres y mujeres se ingeniaron un modus vivendi afuera de los confines claustrofóbicos de la misma compañía. Este nuevo espacio, geográfico tanto como su identidad, nace de sus experiencias de vida novedosas para esa época, de prácticas colectivas y del deseo por sobrevivir.
Las campeñas: fuera de los debates de las sufragistas
La economía informal de las cocineras, al igual que de las lavanderas y las trabajadoras de casas, estaban fuera de los debates sobre el lugar de la mujer y fuera de la moral, que regía las relaciones de las mujeres de clase media en esa época en Honduras y en otros países centroamericanos (Villars, 2001; González-Rivera, 2011). Igualmente, su género determinaba el tipo de trabajo, sus roles en las fincas, sus ganancias y su identidad como personas trabajadoras, a la par de los trabajadores en las fincas. Las interacciones entre las mujeres que cuidaban los hombres, sus roles en las fincas, con las nociones culturales sobre los roles de las mujeres en el país, forzaron una reorganización de esos roles en la costa norte. Esto tuvo como resultado la creación de una identidad colectiva de campeña/campeño, que interactuaban con su raza y género, en donde las mujeres podían coexistir en el espacio público de los hombres. La sobrevivencia de los hombres dependía del trabajo de las mujeres, las actividades típicamente asociadas con las mujeres.
Esta identidad interseccional de ser campaña estaba afuera de nociones de moralidad y “lo apropiado” de las sufragistas del período, que en su mayoría eran de clase media. La moral existía en los campos bananeros, no es que no, pero las reglas para estas mujeres trabajadoras eran diferentes. Las patronas estaban sujetas a roles de género normativos, como el de ser una buena cocinera, buena negociante, buen servicio, buenas mujeres, buenas parejas y madres. Estas normas estaban en flujo constante, armándose y rearmándose, de acuerdo con las necesidades del trabajo, la geografía de los campos y las vidas de las mujeres. Por ejemplo, mientras se esperaba que una joven se casara formalmente por la iglesia en las ciudades y los pueblos, las campeñas sostenían relaciones sin casarse formalmente, y en muchos casos tuvieron varias parejas. Doña Olimpia recuerda que a veces no se casaban las campeñas porque tal vez no tenían el dinero:
Habían [sic] bastante[s] casamientos, la gente más pobre era la que menos se casaba, después yo miraba pasar de la Zona todos los meses las bodas allí con ese, era tamborito [procesión], desde allí donde era el Hotel Sula iban…33
Un análisis superficial evidencia que tal vez los trabajadores bananeros eran mujeriegos y machistas y no se querían casar formalmente, o gastaban todo su dinero, pero si profundizamos este análisis vemos también que tal vez esta informalidad le funcionaba a la patrona, quien podía optar por criar a sus hijos o tener otra pareja que le conviniera, ya que, como dice doña Olimpia, las relaciones con los hombres no siempre funcionaban “no, no le funcionaba eso a uno ni nada no ve que solo ellos mandaban. Solo había mando para los hombres, para uno nada”.34 Así, las observaciones de doña Olimpia apuntan a que las campeñas también preferían su autonomía.
Las patronas, sus ayudantas y las lavanderas, entre otras trabajadoras en los campos bananeros, transitaban en la esfera pública y en contacto diario con los trabajadores, esto ayudó a aliarse al movimiento huelguístico.35 Los hombres también valoraban su trabajo y lo remuneraban al pagarles mensualmente por la comida. Al igual que el trabajador campesino que viajó a la costa norte, y vio su rol de campesino cambiar a uno de trabajador asalariado, el rol de la mujer cocinera pasó de trabajo doméstico a trabajo remunerado. Además, el rol también les dio experiencia como pequeña empresaria y ayudó a que muchas mujeres devengaran un sueldo, el cual a veces era más alto que el de sus parejas.
Mientras las mujeres de clase media luchaban por el sufragio, las mujeres que residían en los campos bananeros vivían afuera de ese movimiento. En un ejemplo, mientras las sufragistas peleaban por la prohibición de la venta del alcohol o la Ley Seca,36 las patronas vendían aguardiente y hasta cususa hecha en casa o localmente.37 Estos actos eran penalizados por la compañía y el Estado, ya que la compañía quería que todos los trabajadores compraran en el comisariato. La transgresión de las mujeres contras las políticas de la compañía, por ejemplo, al vender licor y participar en el movimiento de la huelga, fueron necesarias para sobrevivir. Ganarse la vida retaba las nociones de feminidad respetable en esa época. La resistencia de las mujeres en los campos bananeros tal vez fue más implícita, por medio de pequeños actos de resistencia que, aunque vistos en la esfera pública, no han sido contados en la historia.
Las patronas y la reproducción social de género y clase
Iris Munguía, lideresa del sindicato y el Comité Femenino a nivel internacional, refleja que las luchas de su madre, doña Olimpia, entre otras mujeres, caracterizó una práctica de independencia financiera, pragmática y emocional para las mujeres de la costa norte:
Ese tipo de trabajo que hacían las campeñas les dio la oportunidad de ir aprendiendo a ser más independientes ya que contaban con sus propios recursos que les da[ba] independencia a las mujeres, no se sentían que dependían del salario del marido como un todo, sentía que ellas también aportaban a la economía del hogar por eso miramos reflejado que la unión libre para ellas era normal y si sus compañeros no les funcionaban buscaban otro o se sometían a criar a sus hijos/as solas.38
En sus nuevos roles como pequeñas empresarias, las patronas también se identificaban como trabajadoras en los campos. Doña Olimpia explica que en los tiempos antes de la existencia de las empacadoras de banano “era mejor” porque se trabajaba duro, pero el dinero que ella ganaba se lo podía quedar, su pareja le daba para la comida y el dinero que ella ganaba se usaba para otras cosas: “el nunca dejó su obligación”.39 Analizándolo más de cerca, la mujer tenía una situación informal que le daba más oportunidad de transgredir los roles típicos –ser trabajadora informal les funcionaba–. Cuando la compañía instaló las empacadoras y comenzaron a contratar mujeres, el control sobre el trabajo de las mujeres se convirtió en un principio importante de la compañía y los mismos hombres, sus parejas, en los campos que limitan el potencial de su agencia como mujeres.
Las campeñas del presente no salen de la nada, sino que han heredado de sus madres, abuelas y de otras mujeres, trabajo y lucha. En el texto laboral Lo que hemos vivido: luchas de mujeres bananeras (Asociación de Servicios de Promoción Laboral [ASPL], 2003), las mujeres empacadoras reflejan su trayecto en el sindicato de SITRATERCO y COSIBAH.40 Los testimonios de las trabajadoras hondureñas Emilia, Antonia, Carmen y Luisa, evidencian una reproducción social de sus roles como mujeres, también de la reproducción de la clase trabajadora, lucha y sobrevivencia. Al respecto, Carmen explica:
En la huelga del 54 se luchó por mejores salarios, vivienda justa, salud, educación, mejores condiciones de trabajo y en los actuales momentos la lucha es más grande, porque no vamos a dejar que desaparezca nuestro Contrato Colectivo de Trabajo (ASPL, 2003, p. 117).
Carmen era una líder sindical de la SITRATERCO, cuando en la década de 1980 el sindicato era un espacio manejado por solo hombres. Luego de mucha lucha, incluidas las luchas con su esposo, logró entrar como trabajadora –se esforzó a ser buena trabajadora y al poder hacerlo se afilió al sindicato–. Por su parte, Emilia en su testimonio revela que las campeñas tuvieron un importante papel en la historia, y en la huelga del 54 en particular:
La participación femenina ha sido muy importante a lo largo de la historia sindical. Desde las primeras luchas en 1954 se destacaron mujeres haciendo piquetes de mujeres, también en mantener la disciplina en las cocinas donde hacían la comida para todos los huelguistas, armadas de palos […]. [T]enían una jefa que era la compañera Mélida López, apodada “La Negra de Progreso”, pero también la compañera Emilia Hernández apodada “La Rápida”, por moverse con rapidez para todos los lados como mensajera. “La Rápida” se vestía como embarazada para esconder la información (ASPL, 2003, p. 84).
El espíritu de lucha y deseos de trabajar, de ser buenas trabajadoras, de ganarse la vida, de cuidar las conquistas laborales por medio de trabajo colectivo, es evidente en ellas como lo fue en sus madres, de ellas nació la inspiración para trabajar. Para Emilia, estas metas se reflejan en que: “mis sueños eran parecidos a los de mi madre y mis hermanos, yo soñaba con trabajar primero y después [de] casarme…” (ASPL, 2003, p. 79).
La explotación laboral desarrolló conciencia en las mujeres y deseos de organizarse, no solo por derechos como trabajadoras en la compañía, sino también por su integración al mundo masculino del sindicato laboral. Esta lucha empoderó y sigue empoderando a las mujeres a ser líderes y voceras de sus propios derechos, pero también agentes de cambio en sus propias vidas. La historia de las patronas crea un antecedente histórico de trabajo y lucha importante para las nuevas generaciones porque establece a la mujer como trabajadora en la costa norte mucho antes del establecimiento de las empacadoras en 1962, demostrando la reproducción de género y trabajo de la mujer en estas nuevas luchadoras, quienes confrontan nuevas circunstancias y necesidades al forjar su futuro.
Conclusión
No solo el hecho de que las patronas eran cocineras, con sus propios comedores, las hace importantes, sino el hecho de que su trabajo no era regulado dentro de la jerarquía de la compañía. Esta existencia, ignorada y sin supervisión, les proporcionó a estas mujeres el mayor contacto con los trabajadores de las fincas y sus vidas. Las patronas estaban ligadas a las luchas de los trabajadores, especialmente en los hechos hacia la gran huelga bananera de 1954, desde el momento de organización hacia la huelga misma.
Por medio de las patronas vemos la existencia de la clase trabajadora, de mujeres en particular, y su rol en el trabajo de las bananeras y una identidad interseccional como es la de las campeñas. La mujer trabajadora no ha sido sujeto de estudios sobre las bananeras, ya que su rol siempre fue aceptado como secundario al desarrollo (o simplemente no reconocido) del movimiento laboral bananero y nacional. Durante la huelga de 1954, las patronas apoyaron el movimiento huelguístico, y los pocos estudios históricos que las recuerdan, las analiza como apoyo suplementario a la huelga y no como grupo integral para el esfuerzo huelguístico.
Doña Olimpia recuerda que su familia apoyó a la huelga, porque ganaban muy poco, y el movimiento huelguístico prometió mejoras en pago:
Yo no tenía familia… tenía familiares que trabajaban en la Tela, si tenía los hijos de mi abuela, mis tíos, sí no trabajaban en la finca, pero sí trabajaban en la Tela. Sabe en que trabajaban en la maderera de allá de Búfalo, [allí] trabajaban ellos. Es que ganaban muy poco y allí les ofrecían que iban a ganar más decían que iban a ganar más entonces era lo que uno quería.41
En la época de la huelga, doña Olimpia estaba viviendo con su abuela, lavaba ropa ajena y participaba en los mítines de huelga. Fue despedida de su trabajo con el Capitán de Finca un poco antes de la huelga, acusada injustamente por el esposo celoso de otra trabajadora, la cocinera. El Capitán de Finca, en lugar de aclarar la situación injusta, despidió a las dos trabajadoras, y así perdió su trabajo doña Olimpia, sin recursos, ni prestaciones, sin acceso al movimiento huelguístico el cual apoyó fielmente, sin tener justica para ella misma. Su vida siguió en los campos en donde encontró trabajo, otra vez como ayudanta, y después como cocinera, finalmente, ya después de casada, pudo llegar a ser patrona. Sin embargo, sus vivencias han sido olvidadas por la historia oficial de la huelga, ya que generalmente se describe desde el punto de vista del hombre; en las narraciones se mencionan algunas mujeres, pero sin mayores detalles. La huelga de 1954, la huelga de 25 000 hombres, también contó con miles más, miles de mujeres que apoyaron la huelga y la vida de los campeños como compañeras trabajadoras.
Estas líneas han desenmascarado el rol importante de estas pequeñas negociantes y las oportunidades que crearon para otras mujeres trabajadoras en el país. Las patronas crearon espacios ventajosos para otras trabajadoras en la industria bananera, quienes llegaban a trabajar en la venta de comida, pan o aguardiente, o bien, a trabajar lavando ropa, cuidando niños, limpiando casas o vendiendo ropa o tiliches durante los días de pago. Las oportunidades eran, en algunos casos, más ventajosas que las oportunidades posibles al casarse con un trabajador bananero o las oportunidades disponibles en los pueblos de la economía campesina. Doña Olimpia guardó solo un periódico de la huelga, el cual se desintegró, “un periódico alzado de la huelga del 54, pero yo no sé quién me lo despedazo”;42 sin embargo, ningún periódico de la época pudo haber contado la historia de vida, trabajo y lucha en los campos bananeros, como las palabras lúcidas de sus recuerdos mientras freía pollo en tajadas para el almuerzo de sus nietos.
La resistencia diaria de las patronas durante la huelga forjó un espacio para la resistencia de las mujeres en la costa norte, en donde ahora vemos el liderazgo de la mujer en las luchas laborales contemporáneas. La patrona, a quien no se le ha dado importancia ni reconocido como trascendental para la victoria de la huelga (como lo es el trabajador masculino y trabajador formal), debe ser parte una parte crítica de la historia y de la narrativa nacional. Sus vidas sirvieron para radicalizar a los trabajadores y para la reproducción social de la lucha, tanto como lo hicieron las vidas y luchas de los trabajadores masculinos.
Sobre el archivo y la mujer de clase trabajadora
Dos marcos informaron esta búsqueda de las patronas. Una es la constante presencia de las patronas en el folklore y la vida diaria de los y las hondureños en la costa norte, pero su ausencia del récord oficial y el archivo. Sin embargo, las vidas y el ritmo de trabajo en las cocinas de las patronas, quienes cocinaban para los trabajadores, “encantan” (haunt) el archivo y la historia.43 Sus vidas están muy lejos de las vidas de las cocineras y consumidoras norteamericanas, quienes usaban recetas de los libros de cocina hechos por la UFCo.
El rescate de la patrona en los campos bananeros en la historia de la huelga del 54 y las regiones de la costa norte de Honduras, que ahora son las regiones que más migrantes mandan hacia Estados Unidos, España y México, es clave para los estudios de la clase trabajadora en estudios centroamericanos en Estados Unidos y en el Istmo. Ellas, migrantes de otra época, también construyeron y habitaron identidades importantes y radicales para la región y para su género, además, ayudaron a la construcción de una vida más justa, o por lo menos para esa lucha. También, demuestran otra construcción de género y trabajo y raza en una región antes no estudiada de esta forma.
Referencias
Argueta, Mario R. (1995). La Gran Huelga Bananera 69 días que estremecieron a Honduras. Editorial Universitaria.
Asociación de Servicios de Promoción Laboral. (2003). Lo que hemos vivido: luchas de mujeres bananeras. Asociación de Servicios de Promoción Laboral.
Barahona, Marvin. (2002). Evolución histórica de la identidad nacional. Editorial Guaymuras.
Barahona, Marvin. (2004). El silencio quedó atrás, testimonios de la Huelga Bananera de 1954. Editorial Guaymuras.
Barahona, Marvin. (2005). Honduras en el siglo XX una síntesis histórica. Editorial Guaymuras.
Chomsky, Aviva. (1996). West Indian Workers and the United Fruit Company in Costa Rica, 1870-1940. Louisiana State University Press.
Colby, Jason. (2011). The Business of Empire: United Fruit, Race, and U.S. Expansion in Central America. Cornell University Press.
Euraque, Darío. (2004). Conversaciones históricas con el mestizaje y su identidad nacional en Honduras. Centro Editorial.
Gleijeses, Piero. (1991). Shattered Hope: The Guatemalan Revolution and the United States, 1944-1954. Princeton University Press.
González, Nancie. (1992). Dollar, Dove, and Eagle One Hundred Years of Palestinian Migration to Honduras. The University of Michigan Press.
Gonzalez-Rivera, Victoria. (2011). Before the Revolution: Women's Rights and RightWing Politics in Nicaragua, 1821-1979. Pennsylvania State University Press.
LeGrande, Catherine. (2003). Colombian Bananas, Peasants and Wage Workers. En V. C. Peloso (Ed.), Work, Protest and Identity in Twentieth-Century Latin America. Scholarly Resources Inc.
Marquardt, Steve. (2004). Pesticides and Parakeets in the Banana Industry. En S. Palmer e I. Molina (Eds.), The Costa Rica Reader: History, Culture, Politics. Duke University Press.
May, Stacy y Galo Plaza. (Eds.). (1958). The United Fruit Company in Latin America. National Planning Association Library of Congress.
Portelli, Alessandro. (1991). The Death of Luigi Trastulli and Other Stories: Form and Meaning in Oral History. State University of New York Press.
Porter, Susie S. (2003). Working Women in Mexico City Public Discourses and Material Conditions, 1879-1931. University of Arizona Press.
Portillo Villeda, Suyapa G. (2011). Campeñas, Campeños y Compañeros: Life and Work in the Banana Fincas of the North Coast of Honduras, 1944-1957 (Tesis doctoral). Cornell University.
Portillo Villeda, Suyapa G. (2021). Roots of Resistance: A Story of Gender, Race, and Labor on the North Coast of Honduras. University of Texas Press.
Posas, Mario. (1981). Luchas Del Movimiento Obrero Hondureño. Editorial Universitaria Centroamericana EDUCA.
Posas, Mario. (1983). El surgimiento de la clase obrera hondureña. Anuario de Estudios Centroamericanos, 9(1), 17-35.
Putnam, Lara. (2002). The Company They Kept: Migrants and the Politics of Gender in Caribbean Costa Rica, 1870-1960. University of North Carolina Press.
Sack, Leo R. (1934). Banana Strike Confidential Diplomatic Service of the United States. En S. Palmer e I. Molina (Eds.), The Costa Rica Reader: History, Culture, Politics (pp. 128-131). Duke University Press.
Soluri, John. (2002). A la sombra del bananal: poquiteros y transformaciones ecológicas en la costa norte de Honduras, 1870-1950. Editorial Universitaria de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras.
Soluri, John. (2005). Banana Cultures Agriculture, Consumption, and Environmental Change in Honduras and the United States.University of Texas Press.
Villars, Rina. (2001). Para la casa más que para el mundo: sufragismo y feminismo en la historia de Honduras. Editorial Guaymuras.
Notas
Información adicional
Acerca de la persona autora: Suyapa G. Portillo Villeda. Hondureña. Ph.D. otorgado por Cornell University, EE. UU. Catedrática en Pitzer College y en Chair, Departamento de Estudios Chicanos/as, Latinos/as de las Universidades de Claremont en California, Estados Unidos.