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Una región en riesgo: oportunidades, vacíos y desafíos para la investigación social de desastres en Centroamérica
A Region at Risk: Opportunities, Gaps, and Challenges for Social Disaster Research in Central America
Anuario de Estudios Centroamericanos, vol. 49, pp. 1-32, 2023
Universidad de Costa Rica

Dossier


Recepción: 22 Septiembre 2023

Aprobación: 14 Noviembre 2023

DOI: https://doi.org/10.15517/aeca.v49i00.60598

Resumen: Centroamérica es una región con múltiples y crecientes riesgos ante desastres naturales. Este estudio revisa cómo las ciencias sociales, principalmente en EE. UU. y Centroamérica, se han aproximado al estudio del tema en el istmo. Se observa considerable atención a eventos de larga data, pero que hay insuficiente investigación sobre desastres recientes. Gracias al análisis de regresiones de datos de la encuesta de LAPOP 2021, se confirma la vigencia y pertinencia del tema. Por ejemplo, se encuentra que los centroamericanos más vulnerables tienen mayor percepción de riesgo y han sufrido más estos eventos. El estudio social de los desastres centroamericanos tiene el potencial de facilitar diálogos transnacionales y transdiciplinarios y desafiar el entendimiento de estos eventos a nivel global.

Palabras clave: desastre natural, Centroamérica, riesgo, vulnerabilidad, sociología del desastre.

Abstract: Central America is a region with multiple and growing risks from natural disasters. This study reviews how social sciences, mainly in the US and Central America, have approached the study of the issue in the isthmus. It finds considerable attention to longstanding events but insufficient research on recent disasters. Thanks to the regression analysis of data from the LAPOP 2021 survey, this paper confirms the validity and relevance of the topic. For example, it finds that the most vulnerable Central Americans have a greater risk perception and have suffered more from these events. The social study of Central American disasters has the potential to facilitate transnational and transdisciplinary dialogues and challenge the understanding of these events at a global level.

Keywords: natural disaster, Central America, risk, vulnerabilities, sociology of disaster.

Una región en riesgo: oportunidades, vacíos y desafíos para la investigación social de desastres en Centroamérica

Centroamérica es una región con múltiples y crecientes riesgos ante los desastres naturales (Ibarra, 2005). En paralelo a la gravedad de esta situación, la región ofrece oportunidades significativas para entender, desde las ciencias naturales, aspectos geológicos y meteorológicos de estos eventos. Las ciencias sociales, de manera similar, han encontrado en los países centroamericanos cuantiosa evidencia sobre las particularidades y dinámicas socioeconómicas y políticas que emergen antes, durante y después de estos fenómenos.

En este sentido, los desastres en Centroamérica han sido un “laboratorio” inédito que ha generado investigaciones sobre las dinámicas y consecuencias en sociedades afectadas por estos fenómenos. Por ejemplo, en las últimas dos décadas, académicos de todo el mundo se han acercado a la región para analizar impactos socioeconómicos y políticos de terremotos o huracanes que han azotado a estos países. El estudio de estos eventos también ha contribuido a disminuir riesgos, salvar vidas y generar insumos para la toma de decisiones informadas sobre la prevención, mitigación y atención a desastres centroamericanos.

Sin embargo, como se demuestra en este artículo, existen insuficientes esfuerzos académicos recientes que analicen la incrementada magnitud, diversidad y frecuencia de eventos que impactan a Centroamérica. La región continúa exponiéndose a riesgos geológicos y climáticos que, en intersección con las vulnerabilidades socioeconómicas y políticas existentes, generan las condiciones efectivas para los desastres. Los abundantes casos empíricos, recientes y futuros, merecen atención y constituyen una brecha académica que necesita resolverse urgentemente. Estos estudios podrían facilitar diálogos transnacionales de las academias dentro y fuera del istmo, al tiempo que desafíen el entendimiento de los desastres a nivel global. Centroamérica, como se discutirá, ya ha aportado hallazgos significativos en el estudio de estos casos. Eventos recientes y futuros podrían tener más insumos que aportar.

En este sentido, esta investigación encuentra, al hacer la revisión de literatura, que la atención académica a desastres centroamericanos clásicos ha contribuido prolíficamente a las ciencias sociales. Los casos de la región han confirmado que, lejos de ser plenamente naturales, estos fenómenos surgen en la intersección de procesos y condiciones sociales, históricas, económicas y políticas (Peek et al., 2021). De este modo, estos eventos revelan prístinamente las configuraciones sociopolíticas y económicas en las sociedades donde ocurren. Además, Centroamérica ha evidenciado que estos eventos tienen el potencial de generar legados políticos (Ferguson, 2021), como se ha discutido ampliamente en torno al vínculo entre el terremoto de Managua en 1972 y la Revolución sandinista en ese país en 1979 (Olson y Gawronski, 2003). Sin embargo, la producción sobre desastres centroamericanos se concentra en eventos del siglo XX, con algunas excepciones. Se observó que la atención científico social a casos más recientes es escasa, pese al incremento de la incidencia de eventos hidrometeorológicos asociados al cambio climático (IPCC, 2023).

Se encontró, además, que la discusión generada en informes de organizaciones no gubernamentales e instituciones supranacionales cubre algunos de estos vacíos, principalmente aquellos sobre la gestión del desastre en cualquiera de sus fases (preventivas, mitigantes, o reconstructivas). Sin embargo, el análisis desde las ciencias sociales es necesario para problematizar la ocurrencia de estos eventos y, como ya se ha dicho, diagnosticar componentes y dimensionar sus implicaciones socioeconómicas y políticas. Existe un vacío que llenar, explicitado por este artículo, al trazar potenciales líneas de investigación. De hecho, una reciente encuesta de LAPOP 2021 devela, entre otras cosas, la necesidad de más estudios de estos fenómenos al visibilizar la vigencia del impacto social de desastres en la región. El análisis basado en estos datos sugirió que son los más vulnerables del istmo quienes más han experimentado desastres y quienes tienen mayor percepción de riesgo para sí y sus familias.

Para abordar esta discusión, este artículo se organiza en cuatro secciones. Primero, se hace una revisión de literatura sobre la existente producción científico-social, a nuestro entendimiento, sobre desastres en Centroamérica. Se identificaron dos grandes discusiones: (a) desastres como reveladores de condiciones socioeconómicas del istmo, y (b) como reveladores de las configuraciones políticas de la región. Casos de abundante atención, como el terremoto de Managua en 1972, Guatemala 1976, huracán Mitch en 1998, y los terremotos de El Salvador en 2001 ilustran estos argumentos.

Segundo, se presenta el planteamiento metodológico de este artículo, donde se describe a la reciente encuesta del LAPOP en 2021, la cual afortunadamente incluyó cinco preguntas sobre desastres. Estas interrogantes permiten realizar análisis cuantitativos simples a partir de presunciones surgidas en la existente literatura.

Tercero, el artículo presenta los resultados de estos análisis de regresiones, y confirma la hipótesis: los más vulnerables entre los centroamericanos están más expuestos a sufrir o percibir riesgo de desastres. Finalmente, en la discusión de resultados, se combinan los hallazgos de la revisión de literatura y el análisis cuantitativo simple para señalar la necesidad de mayor discusión académica al respecto y afirmar que existe, en efecto, una brecha que llenar. Estas discusiones facilitarían el diálogo transnacional e interdisciplinario entre académicos dentro y fuera de la región.

Revisión de literatura

En las últimas dos décadas, algunos desastres en Centroamérica han sido objeto de estudio de diversas disciplinas. Las ciencias naturales han producido significativa literatura sobre los aspectos geológicos y meteorológicos de estos eventos. Las ciencias sociales, por su parte, han observado que los países centroamericanos ofrecen cuantiosa evidencia de particularidades y dinámicas socioeconómicas y políticas que emergen antes, durante y después de un desastre.

Desde las ciencias sociales, el desastre natural es despojado de su dimensión “natural” para ser definido como un agente exógeno, ambiental, episódico, de destrucción repentina o progresiva que causa sufrimiento humano y daños infraestructurales y, sobre todo, en estricta dependencia de sus condiciones socioeconómicas y políticas antecedentes (Birkland, 2013; Boin et al., 2018). En esta perspectiva, las ciencias sociales en Centroamérica, como alrededor del mundo (Gilbert, 2005; Kreps, 2005), concuerdan en afirmar que los desastres naturales son el resultado de actividades y contextos humanos que interactúan con las fuerzas naturales, “por lo tanto, son principalmente provocados por el ser humano” (Karver, 1986, p. 19).

Las personas estudiosas de los desastres ponderan, por supuesto, la dimensión y circunstancias técnicas de estos, particularmente la brusquedad e intensidad con la que llegan. Por ejemplo, desastres de “iniciolento”, como las sequías o huracanes, son generalmente anticipados por las autoridades y los actores sociales, por lo tanto podría existir mayor previsión. Los desastres de “inicio-rápido”, como terremotos, inundaciones, tornados y maremotos (Wood y Wright, 2016; Xu et al., 2016) son muchas veces impredecibles en el corto plazo, por lo que generan situaciones repentinas que ponen a prueba las sociedades e instituciones con menor anticipación.

Como se discutirá, la incidencia de desastres de “inicio-rápido” en Centroamérica es significativa, de manera que han acaparado la atención académica. Del mismo modo, los estudios consideran la intensidad de los desastres según las diversas escalas de medición (Brancati, 2007), o bien, si ocurren en áreas urbanas y densamente pobladas (Pelling, 2012). Sin embargo, a pesar de estas consideraciones técnicas, se reitera frecuentemente que la gravedad resultante del desastre se encuentra en la interacción del fenómeno exógeno con las condiciones socioeconómicas, vulnerabilidades y riesgos prevalentes de las sociedades (Peek et al., 2021).

Debido a que la esencia del desastre radica en esta interacción, es posible observar con mayor definición en estos eventos las características socioeconómicas, políticas e históricas de las sociedades afectadas. Es decir, los desastres son “laboratorios naturales” para examinar prístinamente las configuraciones sociales. De esta forma, las personas académicas que han prestado atención a desastres en Centroamérica coinciden en que han sido “reveladores” de las características del istmo.

Desastres como reveladores socioeconómicos centroamericanos

Mucha de la literatura sobre desastres, construida a partir de evidencia empírica en Centroamérica, reconoce que, como ha sido el caso en otros escenarios alrededor del mundo, los desastres no impactan uniformemente a las sociedades, sino que afectan más a aquellos sectores e individuos más vulnerables (Oxford Analytica, 2019; Peek et al., 2021). Es decir, quienes estudian los desastres en Centroamérica reconocen que estos eventos no seleccionan a sus víctimas aleatoriamente, sino que casi siempre son los más pobres y vulnerables quienes tienen las mayores probabilidades de verse afectados (Slettebak, 2012).

De esta manera, los estudios sobre desastres centroamericanos han enfatizado que, para reconocer el impacto de los desastres en el istmo, es necesario observar las condiciones preexistentes donde ocurren y considerar los elementos históricos, culturales, económicos y sociopolíticos donde se insertan (Parks y Roberts, 2006). Es decir, estos eventos, cuando impactan, son una especie de “autopsia social” que revela o exacerba el contexto en los que se “fabrica” un desastre (Klinenberg, 2003). Además, la evidencia muestra la importancia de reconocer impactos e intensidades diferenciadas, según factores contextuales como género, clase, edad y raza (Passerini, 2000; Soares, 2005).

El terremoto de 1976 en Guatemala, con una magnitud de 7,5 grados en la escala de Richter, ha sido un caso de estudio significativo en Centroamérica (Gawronski y Olson, 2013). El movimiento telúrico ha sido catalogado como un “sismo de clases”, pues afectó principalmente a los guatemaltecos más pobres, con viviendas más débiles y ubicadas en zonas marginadas y vulnerables, principalmente barrancos (Garrard-Burnett, 2009). En ese sentido, también tuvo un impacto diferenciado sobre las comunidades indígenas del altiplano del país, de modo que los heridos indígenas tras el movimiento telúrico morían con mayor frecuencia que los heridos no indígenas (Pérez, 1998).

El epicentro e intensidad del sismo, ubicado en esta región de Guatemala, en combinación con las vulnerabilidades históricas y sociales de la población indígena, crearon las condiciones para un severo desastre que dejó más de 22 000 muertos, la mayor parte de ellos indígenas. Por ende, se ha mencionado que el terremoto en Guatemala de 1976 no fue de tierra, “sino social”, y que hubo “un terremoto porque hay miseria, porque miles de niños mueren –con o sin terremoto– de hambre, enfermedades y frío” (Pérez, 1998, p. 106).

El huracán Mitch de 1998, que impactó Centroamérica con categoría 5 en la escala Safir-Simpson, es un “desastre centroamericano” que también atrae frecuentemente la atención de la academia. Con su impacto directo en Honduras y Nicaragua, pero afectaciones severas en todos los países de la región, ha sido catalogado como el peor desastre en Centroamérica en los últimos cien años. Dejó cerca de 20 000 víctimas mortales, más de mil kilómetros de infraestructura vial dañada, y una masiva destrucción de viviendas y cultivos estimados en pérdidas de 7000 millones de dólares en las economías más pobres del continente (Lavell, 2005).

Honduras, el país más afectado del istmo, reportó más de 5600 muertes y más de 1,5 millones de personas damnificadas. Sin embargo, los más pobres de ese país, principalmente quienes vivían en zonas rurales y quienes tenían menos ingresos, sufrieron desproporcionalmente el impacto del desastre aún en zonas lejanas de la trayectoria de la tormenta (Morris et al., 2002). Antes del huracán, estas comunidades ya eran especialmente vulnerables, pues sus condiciones socioeconómicas, junto a una marginación institucional e histórica, les desproveían de formas de prevención y mitigación ante un impacto de esa magnitud (Parks y Roberts, 2006). También, después del desastre, como suele observarse en otros contextos (Tormos-Aponte et al., 2022), fueron los más pobres quienes tuvieron menor apoyo gubernamental e internacional para recuperarse. Por ejemplo, cuatro años después de Mitch, los barrios marginales de Tegucigalpa carecían de proyectos de reparación de puentes, comparados a otras zonas que fueron rápidamente reconstruidas (Ghesquiere et al., 2003).

Sea que el análisis de casos en Centroamérica se haga desde una perspectiva weberiana, la cual enfatiza que estos eventos revelan marcadas relaciones de poder económico y diferencias de poder, casta y status (Stallings, 2002); o siguiendo la perspectiva de ecología humana, que entiende el fenómeno como una consecuencia de las configuraciones y comportamientos sociales de una comunidad (Perry, 2018), los desastres centroamericanos han atraído a académicos de diversas disciplinas para entender las dinámicas sociales complejas generadas antes, durante y después de estos eventos.

Con evidencia proporcionada por estos casos, al ponderar el contexto histórico y socioeconómico de Centroamérica, los estudios de estos emblemáticos desastres hacen eco del consenso de la sociología de desastres: no existe tal cosa como un desastre natural (Peek et al., 2021). La mayoría de los impactos de los desastres en la región muestran que estos se producen en la intersección de procesos y condiciones sociales, históricas, económicas y políticas con eventos naturalmente extremos que con rapidez convierten los potenciales riesgos en verdaderos desastres (Perry, 2018). El historial de desastres en Centroamérica permite criticar sesgadas explicaciones a estos eventos, que tienden a enfatizar sus características naturales y técnicas (como la magnitud del sismo, la intensidad del viento y las temperaturas) para reducir el peso de las condiciones estructurales.

Desastres como “reveladores” políticos en Centroamérica

La existente producción de literatura académica sobre desastres en Centroamérica ha revelado que la interacción de los desastres naturales con contextos políticos en los que suceden es relevante para el análisis. La región ha aportado casos emblemáticos en los que se reconoció que el tipo de instituciones y el régimen donde los desastres ocurren influye en el impacto de la emergencia y sus potenciales legados políticos. Dependiendo de la calidad democrática, la capacidad estatal y la voluntad política, las autoridades responderán de una u otra manera a las emergencias (Tilly, 2006). Los gobiernos menos preparados, o corruptos, como los que han caracterizado históricamente a Centroamérica, enfrentan los desastres con menor preparación, tienen respuestas menos eficientes o contundentes ante las emergencias, y proceden con mayores posibilidades de manipulación de las ayudas internacionales en estas crisis.

Regímenes autoritarios, también con amplio historial en el istmo, responden con mayor capacidad de control, en paralelo a una incrementada represión de potenciales descontentos que surjan tras una emergencia, evitando aglomeraciones e indicios de descontento social (Drury y Olson, 1998; Quiroz Flores y Smith, 2013). Un régimen tradicionalmente represivo tendrá menos movilización tras un desastre debido a una alta y aprendida aversión al riesgo entre los activistas (Earl, 2011). Dado que las democracias tienden a proporcionar canales para el disenso, pueden presentar una movilización posdesastre más significativa, pero con niveles más bajos de violencia (Nel y Righarts, 2008). Sin embargo, las democracias no están exentas de algunos niveles moderados de represión posdesastre, por encima del nivel normal, debido a la volatilidad posterior a la crisis inesperada. En este sentido, Centroamérica ha aportado casos para el entendimiento global de los desastres como reveladores de características políticas de este tipo.

El terremoto de 6,2 grados en la escala de Richter en Managua, ocurrido en 1972, es considerado como un clásico de la “política del desastre” (Olson y Gawronski, 2010, p. 210). El sismo, que dejó más de 10 000 muertos y devastó la ciudad capital, además de ser considerado como uno de los más destructivos del hemisferio occidental (Ibarra, 2005), ha recibido profunda atención académica por su capacidad para explicitar las características del régimen en el cual se insertó y las coyunturas críticas que generó (McAdam et al., 2004). El gobierno de Somoza, con particularidades de régimen sultánico proclive a la corrupción (Brachet-Márquez, 2005), manipuló las donaciones internacionales para la emergencia y las utilizó para su enriquecimiento personal y el avance de sus intereses políticos. Además, se apropió de valiosas tierras privadas y usó la crisis para impulsar sus negocios personales (Kates et al., 1973; Quiroz Flores y Smith, 2013).

El terremoto expuso la característica corrupción del existente régimen. Los nicaragüenses la conocían desde hacía tiempo, pero el desastre las hizo muy explícitas, generando un amplio rechazo nacional e internacional (Dosal, 2009). Además de revelar estas predisposiciones del régimen somocista, el terremoto de Managua, como suelen hacer los desastres de “rápida arremetida” (Wood y Wright, 2016), ha sido examinado como un shock inesperado que puso a prueba la capacidad autoritaria del gobierno. Tras el sismo, la Guardia Nacional en la capital prácticamente se fragmentó cuando los agentes, confundidos por el desastre, abandonaron sus puestos para asistir a sus familias. Somoza, entonces, con la ayuda de Estados Unidos, logró reestablecer el orden, pues el embajador de ese país solicitó asistencia militar, médica y técnica inmediata al Comando Sur, que permanecía en la cercana Panamá (Dosal, 2009). El caso de Managua 72 contribuyó así a la literatura sobre desastres, al mostrar que, ante una capacidad estatal disminuida, las autoridades toman decisiones para restaurar el control autoritario después del desastre.

El prolífico estudio del terremoto de Managua también ilustró la importancia de examinar los posicionamientos de actores preponderantes en un régimen cuando ocurre un fenómeno de este tipo. El caso demostró que un desastre tiende a revelar con claridad las alianzas políticas, además de ponerlas a prueba. En Managua posterremoto, las fuertes relaciones de Somoza con la burguesía nicaragüense se transformaron drásticamente, ya que la corrupción imperante excluyó a muchos influyentes grupos y violó las tradicionales reglas de juego y pactos de influyentes individuos y grupos político-económicos (Dosal, 2009). Por lo tanto, la ambición de Somoza generó deserciones de la élite, con significativas consecuencias políticas en el mediano plazo (McAdam et al., 2004).

Las decisiones y ambiciones de Somoza también provocaron un efecto inesperado en la jerarquía de la Iglesia católica, un actor respetado en la política nicaragüense que hasta entonces simpatizaba con el régimen (Foroohar, 1989). Poco a poco, líderes católicos, en distintos niveles, rechazaron la corrupción en la emergencia humanitaria y apoyaron a las élites económicas y grupos sociales que crecientemente se le oponían. Un análisis sobre el terremoto sugiere que la creación de nuevos barrios en las periferias de la capital, especialmente diseñados para los trabajadores damnificados, también fue determinante políticamente (Lee, 2015). Muchos jóvenes reconocieron a sandinistas en estos suburbios de damnificados. Con esta nueva reorganización urbana, Somoza “no alivió las tensiones sociales (existentes), sino que las aumentó y ayudó a provocar la última gran revolución social de la Guerra Fría” (Lee, 2015, p. 664). (Error 1: La referencia: Sawchuk, 1997 está ligada a un elemento que ya no existe)

En estas condiciones de descontento posterremoto, una “improbable alianza de la burguesía nicaragüense, la izquierda radical y los pobres de Managua” brindó un impulso al emergente Frente Sandinista de Liberación Nacional (Lee, 2015). Este movimiento revolucionario “resucitó” después del desastre como una alternativa a la corrupción y el autoritarismo de Somoza (Olson y Gawronski, 2003).

Otro desastre en Centroamérica ha contribuido con elementos para entender a los desastres como reveladores políticos. Los terremotos que impactaron a El Salvador en 2001, con magnitud de 7,7 y 6,6 grados en la escala de Richter, con tan solo un mes de diferencia, reciben atención. Estos sismos dejaron más de 1200 víctimas, más de 8000 heridos y cerca de 150 000 viviendas destruidas. Distintos académicos han encontrado en ese caso una ilustración de cómo los desastres abren una constante examinación de los ciudadanos hacia las autoridades e instituciones, particularmente alrededor de cinco elementos: capacidad (recursos disponibles), competencia (uso eficiente y apropiado de recursos), compasión (preocupación visible por las víctimas), corrección (honestidad, equidad y transparencia), credibilidad (flujo y disposición consistentes y confiables de información sobre desastres) y anticipación (reducción del riesgo de desastres) (Olson y Gawronski, 2010). Tras el sismo, los salvadoreños desconfiaron de la información oficial acerca del desastre. La escasa confidencia hacia las autoridades contrastó con la confianza reflejada a otros actores e instituciones no gubernamentales. Olson y Gawronski (2010) atribuyeron esta desfavorable valoración hacia las autoridades a un descompensado balance de los cinco elementos antes descritos.

De manera similar, Centroamérica también ha mostrado que los desastres tienden a exacerbar las inestabilidades políticas y los conflictos existentes (Omelicheva, 2011), generando en ocasiones profundos legados políticos. Por ejemplo, cuando el terremoto de Guatemala ocurrió, el país llevaba más de 15 años en guerra civil. Después del sismo, surgieron nuevas identidades y organizaciones indígenas que desafiaron a los líderes militares ladinos. Las zonas más afectadas por el terremoto registraron un inusual aumento de la movilización civil y armada que luego las autoridades percibieron como amenaza bajo la retórica anticomunista de la Guerra Fría. En consecuencia, el gobierno respondió resueltamente con violencia estatal extrema.

El cuestionamiento a la cruda violencia, más la presión de la comunidad internacional y actores relevantes dentro del país, abrieron gradualmente procesos de negociación y democratización en la década de 1990 (Garrard-Burnett, 2009; Gawronski y Olson, 2013). Las dinámicas políticas relacionadas al terremoto de Managua en 1972, descritas anteriormente, son sociológicamente consideradas como determinantes en la Revolución sandinista de 1979 (Buchenau y Johnson, 2009; Lee, 2015; McAdam et al., 2004). Dicho sismo es identificado frecuentemente como un preámbulo de la revolución, de manera que contribuye al entendimiento de las ciencias sociales sobre el potencial de los desastres para crear o exacerbar políticas contenciosas (Tilly y Tarrow, 2015). Así pues, prolíficos casos en Centroamérica han mostrado que, bajo algunas condiciones, los desastres son “ventanas de oportunidad” política (Pelling y Dill, 2006) con un gran potencial para cambiar las trayectorias de escenarios sociopolíticos, para bien o para mal.

En todos los estudios revisados aquí, se reconoce que las vulnerabilidades geográficas y meteorológicas de Centroamérica interactúan con elementos históricos, sociales, institucionales, políticos y las agencias de actores para construir los desastres (Ibarra, 2005). A pesar de lo prolífico de la producción académica en torno a estos emblemáticos eventos, se observa que aún permanecen vacíos entre los desastres aquí revisados y los que los centroamericanos sufren en la actualidad. Es evidente que investigadores dentro y fuera de la región prestan atención sobre todo a eventos que fueron particularmente catastróficos, lo cual muestra un inintencionado sesgo al análisis de eventos geológicos (salvo el caso del huracán Mitch), en detrimento del estudio de eventos hidrometeorológicos (que son cada vez más frecuentes en el contexto del cambio climático). También existe una atención desproporcionada hacia eventos que ocurrieron hace más de veinte años, alegando conveniencias para el análisis reposado de los legados de esos eventos (Olson y Gawronski, 2003).

En esta revisión se ha notado que existe escasa producción académica sobre desastres recientes, aunque hay cuantiosos informes de organismos no gubernamentales y organizaciones internacionales. Por ejemplo, análisis de los efectos de los huracanes Eta e Iota de 2020, que afectaron en menos de un mes a más de 6,5 millones de personas en toda la región, junto con los efectos de la pandemia de covid-19, reciben abundante atención (Panamerican Health Organization, 2020). Sin embargo, una significativa característica de estos informes es, hasta ahora, su naturaleza descriptiva y orientada a la gestión de las emergencias.

La revisión de literatura también permite identificar que existen trabajos recientes en universidades de la región que analizan consecuencias de desastres. Por ejemplo, se ha encontrado que una acumulación de eventos geológicos e hidrometeorológicos está generando desplazamiento forzado interno y creando asentamientos y comunidades periurbanas precarias en el área metropolitana de Guatemala (Paredes, 2023). Sin embargo, la atención de estas investigaciones se enfoca en las consecuencias específicas de los desastres, muchas veces enfatizando el fenómeno consecuente en detrimento del análisis sociológico del evento detonador. A pesar de su potencial y necesidad, documentos de naturaleza académica como estos siguen siendo escasos.

El vacío de investigación académica sobre desastres recientes es problemático, considerando que el cambio climático global está incrementando la frecuencia y la intensidad de algunos de estos eventos alrededor del mundo. En este escenario global, las existentes vulnerabilidades centroamericanas, surgidas de su posición geográfica, y las características socioeconómicas y políticas de las sociedades de la región, generan condiciones para desastres de mayores magnitudes. En este sentido, surge la necesidad de llenar estas brechas con estudios interdisciplinares de los recientes y futuros desastres que afectarán al istmo.

Los académicos centroamericanos y los centroamericanistas en Estados Unidos y alrededor del mundo tienen en el análisis de desastres de esta región una oportunidad para fortalecer el intercambio académico. En el análisis intensificado de casos recientes y futuros se encontrarán, como ya se ha hecho, complejas dinámicas socioeconómicas y políticas que requieren detenimiento. Por ejemplo, en el contexto del cambio climático global, la interacción de desastres con crisis sociales y políticas de la región exacerba vulneraciones particulares que ponen en riesgo miles vidas y emergen legados políticos que transformarán historias. La academia tiene en estos casos una cantera de evidencia empírica que aprovechar y significativas capacidades analíticas que aportar.

A pesar de la desatención académica sobre eventos recientes, los centroamericanos continúan reportando la incidencia de desastres, elevadas percepciones de riesgo y los diferenciados efectos de estos eventos mediados por las condiciones socioeconómicas en las que viven. Los datos de una reciente encuesta regional, afortunadamente, permiten ilustrar este punto y confirman el enorme vacío que los académicos deben llenar.

Metodología

Para demostrar la necesidad de seguir produciendo artículos académicos desde las ciencias sociales sobre desastres en Centroamérica, este artículo usa los datos de la más reciente encuesta del Barómetro de las Américas de LAPOP, www.vanderbilt.edu/lapop, en 2021. En esa cohorte, la encuesta latinoamericana realizó cinco valiosas preguntas sobre desastres. Primero, consultó sobre qué tan probable sería que el país del encuestado experimentara un desastre en los próximos diez años. Segundo, inquirió al encuestado sobre las probabilidades de que su persona o su familia muriera o fuera seriamente lastimado en un evento de este tipo. Luego interrogó sobre si el encuestado o alguien de su familia había sido afectado por un desastre y, si fue el caso, en qué año sucedió y qué tan afectados estuvieron. Las preguntas permiten analizar diversos niveles percepción y “victimización” asociados a desastres en Centroamérica. Estas consultas fueron formuladas en los cinco países de la región de forma idéntica, solamente cambiando el nombre de los Estados. En su totalidad, se encuestaron en Guatemala a 3000 personas, 2999 en Honduras, 3245 en El Salvador, 2997 en Nicaragua y 2977 en Costa Rica. Los datos, que fueron ponderados, tuvieron representatividad nacional.

En esta investigación también se observó que la encuesta consideró explícitamente, o mediante proxys, algunas de las variables que, según la revisión de literatura de desastres en Centroamérica, explican el impacto diferenciado de estos eventos. En este sentido, algunas de las variables explicativas identificadas en la encuesta fueron la etnia, sexo, educación, ubicación (urbano versus rural). Ante la ausencia de una variable de ingreso numérica que permitiera conocer si la pobreza influye en percepción y “victimización” de desastres, se utilizó como proxy de vulnerabilidad económica la pregunta: “En los últimos tres meses por falta de dinero u otros recursos, ¿alguna vez en su hogar se quedaron sin alimentos?”. Esta variable presenta limitaciones para la estimación, pero ofrece un argumento ilustrativo para los modestos fines de este artículo.

En este sentido, para estimar la relación que existe entre las variables explicativas y la percepción de probabilidad de que (a) el país o (b) el encuestado o su familia experimente o resulte muerto o lastimado de un desastre, se realizó un modelo de regresión logística multinomial, específicamente un modelo logit de respuesta ordenada de las variables de la encuesta relacionadas a estas preguntas. Estas interrogantes del instrumento son ordinales y toman un valor de Escala de Likert de 1 a 4, donde 1 es “poco probable” y 4 “muy probable”. Se eligieron las cinco variables explicativas antes mencionadas para estimar su efecto y significancia en estas dos variables dependientes.

Para el caso de “victimización” por desastre natural, se utilizó un modelo de regresión logística para variables binarias, pues la respuesta a la interrogante de haber sufrido un desastre natural es “sí” o “no”.

Sobre la pregunta del año del más reciente desastre natural que le afectó, se hizo un análisis descriptivo de frecuencias por país y año (Figura 1). En esa representación se incluyeron solamente los desastres reportados de 1970 hasta 2020.

Con los análisis de regresiones, se espera observar que las vulnerabilidades identificadas en la literatura tengan un efecto en la probabilidad de que los centroamericanos perciban, experimenten, mueran o salgan lastimados de un desastre. Particularmente, se hipotetiza que un centroamericano, que tiene algunas de estas vulnerabilidades prexistentes, incrementa su predisposición a percibir y a haber sufrido desastres. Este ejercicio, con sus limitaciones metodológicas, se trata principalmente de una primera y sencilla aproximación a la necesidad de continuar estudiando los desastres centroamericanos y observar en casos recientes la importancia de debates académicos actuales.

Resultados

La encuesta LAPOP 2021 reveló, ante todo, que existen actuales y vigentes incidencias de desastres significativos en todo el istmo, manifestados en picos de frecuencia (Figura 1). Aunque la encuesta no preguntó a qué desastre se referían, es posible inferir en estas respuestas emblemáticos casos en la región. Para los nicaragüenses, por ejemplo, destaca el terremoto de 1972 en Managua, el cual ha recibido mucha atención de la literatura académica. Similarmente, para los guatemaltecos, el terremoto de 1976 es reportado como un fenómeno que afectó a algunos encuestados y sus familias. Otros eventos geológicos, como el terremoto de 1986, en San Salvador, y el de Limón, en 1991, marcan otro hito para los salvadoreños y costarricenses, respectivamente.

Para todos los centroamericanos, 1998 marcó un año de afectaciones por desastre, presumiblemente atribuibles al efecto del huracán Mitch. Como se indicó, este evento hidrometeorológico fue catalogado como un desastre de proporciones regionales, y los encuestados en todo el istmo, principalmente los hondureños, parecen dar testimonio de ello. Se destaca otra incidencia significativa en El Salvador en 2001, atribuible a los dos terremotos de ese año y que han sido discutidos previamente como reveladores de la legitimidad de las autoridades locales.

Posterior a estos eventos, la década del 2000 apenas marcó ligeros hitos en los centroamericanos. Sin embargo, el terremoto de Cinchona en Costa Rica (2009) y la tormenta tropical Agatha en Guatemala (2010) destacan entre los pares de la región. Por su parte, las respuestas de los guatemaltecos pueden atribuirse a la incidencia del huracán Otto (2016). Los huracanes Eta e Iota (2020), con afectación regional, también podrían explicar los picos de todos los países en ese año.

Debido a que la pregunta se orienta al año de más reciente afectación por desastre natural, existe un sesgo de estos eventos en los años más próximos a la fecha de la encuesta en 2022. En este sentido, es muy probable que la incidencia de los eventos no sea mutuamente excluyente para los encuestados, y que algunos hayan sufrido más de uno.


Figura 1
Centroamérica 1970-2020. Año de más reciente afectación por desastre natural. Nivel de Encuestado y su familia
Elaboración propia a partir de datos de LAPOP (2021).

Las respuestas confirman una obviedad: los centroamericanos continúan siendo afectados por desastres naturales. Es también seguro inferir que, ante el efecto del cambio climático y el incremento de vulnerabilidades socioeconómicas, estos eventos incrementarán su incidencia en el futuro próximo en toda la región. Sin embargo, al contrastar este recuento de los encuestados con la producción y discusión académica sobre estos eventos, es evidente que existe la brecha identificada en la revisión de literatura. El análisis de desastres centroamericanos en el siglo XX fue prolífico, pero no continuó en la misma medida para eventos recientes. Aunque informes de organizaciones no gubernamentales llenan algunos de estos vacíos, la falta de discusión académica desde las ciencias sociales es clara. Existen, así, casos que requieren estudios, cuyos impactos en las poblaciones e historias del istmo necesitan atención.

Para ampliar este argumento, los análisis de regresiones presentan también evidencia orientada a esta necesidad de investigación. Los resultados indican que, como previsto, las vulnerabilidades de los centroamericanos incrementan las predisposiciones hacia desastres. Es decir, los más vulnerables de la región son quienes tienen mayor percepción de riesgo de desastre en el futuro cercano y quienes más han sufrido eventos de este tipo en los últimos años. Por supuesto, existen algunas diferencias que vale la pena observar.

Percepción de probabilidad de que el país experimente un desastre natural

Los resultados de la primera regresión logística multinomial, mostrados en la Tabla 1, indican que la variable dependiente, es decir, la probabilidad de que el país pueda experimentar un desastre natural, resultó con efecto positivo y significativo para todos los casos según si se es universitario o no.

El caso de Nicaragua es particular, pues resultaron positivas y significativas las variables sexo, etnia y área de residencia. Es decir, los hombres, quienes se identifican como no indígenas o quienes viven en áreas urbanas en ese país tienen mayor percepción de probable riesgo. En Costa Rica, la variable sexo tiene un efecto negativo y con efectos significativos. Dicho de otro modo, las mujeres costarricenses tienen mayor percepción de riesgo que los hombres. Es el único caso centroamericano para esta variable. Finalmente, en Honduras, el área de residencia tiene un efecto positivo y significativo; es decir, quienes viven en zonas.


Tabla 1
Efecto y significancia de las variables independientes sobre percepción de que el país probablemente experimiente un desastre natural
Nota: Las variables explicativas se categorizaron de la siguiente manera: sexo: 0=Mujer 1=Hombre; etnia: 0=Indígena 1= Afrodescendiente 2=No indígena; educa: 0=No universitario 1=Universitario. Área: 0=Rural 1=Urbano; alimenta: 0: No se quedó sin alimentos 1= Sí se quedó sin alimentos. Fuente: Elaboración propia a partir de Barómetro de las Américas de LAPOP (2021).

Percepción de probabilidad de resultar muerto o herido en un desastre natural

En cuanto a la pregunta sobre la probabilidad de morir o salir seriamente lastimado en un desastre, se encontró que la variable “se quedó sin alimentos”, proxy de vulnerabilidad socioeconómica en este análisis, tiene un efecto negativo y significativo en todos los países (Tabla 2). Esto sugiere que, en la medida que los centroamericanos experimentaron carencias de alimentos, perciben mayor peligro de que ellos o sus familias mueran o salgan lastimados en caso de un desastre. En El Salvador y Costa Rica, el efecto de la educación también es negativo y significativo, es decir, las personas que no son universitarias perciben mayor probabilidad de morir o salir lastimados en un evento de este tipo.

Es relevante contrastar aquí que los costarricenses y salvadoreños sin estudios universitarios tienden a no percibir que pueda ocurrir un desastre en el país, tal como se mostró en la pregunta anterior. Sin embargo, estos mismos tienden a avizorar que, en caso de que ocurra, ellos o sus familias saldrían muertos o seriamente lastimados. Resulta igualmente llamativo que la variable sexo tiene un efecto negativo y significativo en Honduras; es decir, las hondureñas perciben en mayor medida que, ante un desastre, ellas o sus familias tendrían mayor peligro de morir o resultar lastimadas.


Tabla 2
Efecto y significancia de las variables independientes sobre la percepción de probabilidad de resultar muerto o herido en un desastre
Nota: Las variables explicativas se categorizaron de la siguiente manera: sexo: 0=Mujer 1=Hombre; etnia: 0=Indígena 1= Afrodescendiente 2=No indígena; educa: 0=No universitario 1=Universitario. Área: 0=Rural 1=Urbano; alimenta: 0: No se quedó sin alimentos 1= Sí se quedó sin alimentos. Fuente: Elaboración propia a partir de Barómetro de las Américas de LAPOP (2021).

“Victimización” por desastre natural

Sobre la variable dicotómica de haber sido afectado o no por un desastre, se evidenció que la variable “se quedó sin alimentos” es negativa y significativa en todos los países de Centroamérica (Tabla 3). El hallazgo muestra que los centroamericanos que han experimentado carencia de alimentos (por diversos motivos) tienen mayor propensión a haber resultado con heridas, muerte o daños a su casa u otra propiedad durante un desastre. Resalta el caso de Nicaragua, donde todas las variables resultaron significativas, pero con distintas interpretaciones. Las personas indígenas, afrodescendientes y que viven en áreas rurales en ese país han sido afectadas en mayor medida por algún desastre natural. Igualmente, las personas con grado universitario tienden a haber sufrido en mayor medida algún tipo de desastre que quienes no tienen estudios de este nivel. El efecto de la variable urbano-rural es negativo y significativo en el caso de Costa Rica; es decir, los costarricenses en zonas rurales tienden a haber sufrido más desastres que quienes viven en zonas urbanas. Resalta el caso de Guatemala que, contrario a lo esperado, no existe significancia según área de residencia ni etnia.


Tabla 3
Efecto y significancia de las variables independientes sobre si los encuestados han sufrido un desastre natural
Nota: Las variables explicativas se categorizaron de la siguiente manera: sexo: 0=Mujer 1=Hombre; etnia: 0=Indígena 1= Afrodescendiente 2=No indígena; educa: 0=No universitario 1=Universitario. Área: 0=Rural 1=Urbano; alimenta: 0: No se quedó sin alimentos 1= Sí se quedó sin alimentos. Fuente: Elaboración propia a partir de Barómetro de las Américas de LAPOP (2021).

Discusión de resultados

El análisis de las variables encontradas en la encuesta de LAPOP en 2021 permite evidenciar que, como indica la literatura revisada, los desastres están mediados por las vulnerabilidades socioeconómicas de los centroamericanos. Son los más pobres, identificados aquí con un proxy simple de restricción de alimentos por cualquier motivo, quienes más percepciones de riesgo tienen y quienes, en efecto, han sido más afectados por los desastres del istmo.

Aunque los más vulnerables de la región tienen mayores percepciones de riesgo para sí y para sus familias, no necesariamente lo tienen para el país. Esta llamativa distinción puede explicarse, posiblemente, porque los riesgos de estas poblaciones vulnerables son más tangibles en el entorno más cercano y en el corto plazo. Es decir, debido a las carencias de “no haber tenido alimentos en el hogar”, priorizan y perciben más riesgo en el círculo cercano que en el entorno comunitario, regional o nacional. Dicho de otro modo, los centroamericanos con más carencias conocen los riesgos y condiciones a los que están expuestos. Contrario a lo muchas veces creído, no es que no estén consientes de los riesgos, sino que, en ocasiones, no tienen otras opciones y habitan “donde nadie quiere vivir” (Paredes, 2023).

Además, esta distinción tiene implicaciones sociopolíticas originadas, por ejemplo, en la cuestionada confianza que tienen grupos vulnerables hacia sus autoridades e instituciones para responder ante eventuales desastres. Es consecuente que, ante el aislamiento y abandono institucional e ineficaces políticas públicas sobre desastres, las poblaciones vulnerables centroamericanas tengan mayores percepciones de riesgo. Ante esta condición, que podría reflejar una ruptura del contrato social (Glenn y Hill, 1966), muchos optarán por velar por los suyos e incrementarían la desconfianza hacia las instituciones, con potenciales legados políticos (como algunos desastres centroamericanos han mostrado). En cualquier caso, más investigación es necesaria para analizar cómo los centroamericanos están gestionando estas percepciones de riesgo y qué consecuencias sociopolíticas tendrían ante potenciales desastres.

El anterior resultado contrasta con el hecho de que los universitarios de Centroamérica son quienes significativamente tienen mayor percepción de riesgo-país para desastres. Sus niveles de educación permiten, posiblemente, identificar que estos eventos son un riesgo constante para sus sociedades. Probablemente la familiarización técnica o histórica de sus bagajes formativos, o la socialización en espacios de discusión académica, pero no necesariamente la vivencia personal de un desastre, como sugieren los hallazgos en la Tabla 3, generan estas elevadas percepciones de riesgo probable para cada una de las naciones del istmo. La percepción de riesgo de los vulnerables, como se indicó, parece ser menos abstracta y más profunda, basadas en afectaciones personales y cercanas en eventos recientes.

Este resultado, en particular, apunta al hecho de que la academia en Centroamérica podría ser un lugar privilegiado para el análisis, prevención, gestión y mitigación de desastres en la región. En las universidades se encuentra la responsabilidad de investigar e identificar estos riesgos-país, no siempre percibidos por otros, y contribuir a sus reducciones. Desde los centros de estudio se requieren más investigaciones cuantitativas y cualitativas, principalmente basadas en casos, para explicar estas diferenciadas dinámicas, percepciones de riesgo y afectaciones.

En general, los resultados de estas regresiones respondieron a la expectativa del ejercicio. Pusieron de manifiesto que las vulnerabilidades socioeconómicas de la región, combinadas con los crecientes efectos del cambio climático y los volátiles contextos políticos de los países centroamericanos, resultantes de autoritarismos, corrupción y abandono institucional, podrían estar generando condiciones agravantes para los desastres. Estos eventos, sin embargo, tendrían un sesgo de impacto en los más vulnerables entre los centroamericanos.

Por supuesto, el ejercicio tiene sus limitaciones, como el uso de los proxys de restricción de alimentación como vulnerabilidad y la falta de claridad a qué eventos específicos se referían los encuestados cuando indicaron haber sido afectados por un desastre. Sin embargo, los resultados del análisis, aún con sus restricciones, se ajustan a las expectativas de los estudios, principalmente cualitativos, que se han hecho sobre desastres en Centroamérica. El análisis apunta también a la necesidad de mayor investigación con métodos mixtos de estos eventos para encontrar dinámicas socioeconómicas asociadas a estos desastres, en los que Centroamérica tiene mucho que aportar a la producción académica alrededor del mundo.

Conclusiones

Los resultados de la reciente encuesta de LAPOP 2021 apuntan a que los desastres continúan impactando las vidas de los centroamericanos, en ese sentido, incrementan las percepciones de riesgos para sus países, sus familias y para sí mismos. Estas percepciones están mediadas por condiciones particulares, como educación, sexo, área de residencia, entre otros factores. El análisis confirmó, principalmente, que los centroamericanos más vulnerables son quienes están siendo más afectados por estos eventos.

A pesar de que estos resultados muestran la pertinencia del tema y la vigencia de investigaciones previas sobre desastres en la región, la producción científica social en el istmo sobre estos eventos presenta rezagos importantes. Son pocos los estudios académicos sobre desastres ocurridos en las últimas dos décadas en Centroamérica y la producción existente presta una atención desproporcionada a eventos de alto impacto, urbanos y principalmente geológicos de la región. En este sentido, se encuentra en esta brecha una oportunidad inédita para que académicos del istmo, junto a investigadores alrededor del mundo interesados en la región, establezcan vínculos prolíficos.

Por ejemplo, se requieren estudios sobre cómo los desastres han afectado elementos de la cultura política de los centroamericanos, como la confianza en las instituciones (Carlin et al., 2014), o cómo han transformado el tejido social mediante la creación de redes de solidaridad ante el shock (Durkheim, 2012; Solnit, 2009) o a través de comportamientos antisociales (Quarantelli, 1993). Urgen también análisis que profundicen las consecuencias socioeconómicas de los desastres en problemáticas regionales como la migración y el desplazamiento forzado interno (Paredes, 2023), o su diferenciado impacto en las mujeres centroamericanas (Soares, 2005), y las predisposiciones al riesgo asociadas al crecimiento de las ciudades del istmo (Lungo, 2005).

Son necesarias además investigaciones para analizar las consecuencias políticas de los desastres, como el surgimiento de movimientos y organizaciones sociales (Hasegawa, 2018), afectaciones a resultados electorales a nivel municipal y nacional (Sinclair et al., 2011), incluso revoluciones (Buchenau y Johnson, 2009). La atención a la manera en que los medios de comunicación centroamericanos informan sobre los desastres también ofrece oportunidades de investigación, al analizar sus retóricas, asignaciones de responsabilidades, culpas y marcos (Albrecht, 2017). De forma similar, el análisis del flujo de recursos de ayuda internacional durante estos eventos, con sus implicaciones en las alianzas geopolíticas de los gobiernos centroamericanos (Kelman, 2007), ofrece otra oportunidad académica.

Además de la producción científica, estudios sobre los desastres en la región tienen el potencial de salvar vidas, principalmente de los más vulnerables, al identificar sitios y condiciones de riesgo, virtuales escalamientos sociopolíticos y crisis humanitarias que puedan surgir de estos eventos. En colaboración con los existentes informes de organizaciones de sociedad civil e instituciones internacionales, la academia centroamericana tiene mucho que aportar.

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Información adicional

Acerca de la persona autora: Sergio Cabrales Domínguez. Nicaragüense. Actualmente es candidato a doctor en Sociología por la Universidad de Pittsburgh. Tiene una maestría en Desarrollo Internacional en la Graduate School of Public and International Affairs de la misma Alma Mater. Actualmente es investigador en la Universidad Rafael Landívar en Guatemala, en el Departamento de Estudios sobre Dinámicas Globales y Territoriales. En esta institución estudia migraciones, desastres y acciones colectivas de la región centroamericana. Ha trabajado también en centros de investigación y universidades en Centroamérica y Estados Unidos.

Acerca de la persona autora: Walter López Castillo. Mexicano. Sociólogo por la Universidad Autónoma de Nuevo León y maestro en Educación por el Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey. Actualmente es investigador del Departamento de Estudios sobre Dinámicas Globales y Territoriales del Instituto de Investigación en Ciencias Socio Humanistas de la Universidad Rafael Landívar. Forma parte del equipo que coordina el Observatorio de Derechos Económicos, Sociales, Culturales y Ambientales (DESCA) y Políticas Públicas. Sus intereses académicos giran en torno a la sociología de la educación, desigualdades y los Desca.

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