Artículos
La idea de nacionalismo católico. Algunas aporías conceptuales en textos de autores argentinos
The idea of Catholic nationalism. Some conceptual apories in texts by Argentine authors
La idea de nacionalismo católico. Algunas aporías conceptuales en textos de autores argentinos
Revista de Ciencias Sociales (Cr), vol. IV, núm. 174, pp. 245-260, 2021
Universidad de Costa Rica
Recepción: 25 Febrero 2021
Aprobación: 10 Mayo 2022
Resumen: El nacionalismo católico dice tener el sustento teórico de sus principios en la misma doctrina católica. En este sentido, Tomás de Aquino, considerado el Doctor Común de la Iglesia, suele ser uno de los autores más citados al respecto, sobre todo cuando habla de la virtud de la piedad en la “Suma de Teología”. Sin embargo, en este trabajo se intenta mostrar que por lo menos en la letra de Tomás no aparece ni explícita ni implícitamente la idea de nacionalismo como una forma especial de la virtud de la piedad, ni tampoco la idea de patria tal como la entienden algunos exponentes del nacionalismo católico argentino.
Palabras clave: Nacionalismo, patria, nación, Argentina, piedad.
Abstract: Catholic nationalism claims to have the theoretical support of its principles in the same catholic doctrine. In this sense, Thomas Aquinas, considered the Common Doctor of the Church, is usually one of the most cited authors in this regard, especially when he speaks of the virtue of godliness in the “Suma of Theology”. However, in this work attemps to show that at least in the letter of Thomas neither explicitly nor implicitly appears the idea of nationalism as a special form of the virtue of godliness, nor the idea of homeland as understood by some exponents of Argentine Catholic nationalism.
Keywords: Nationalism, homeland, nation, Argentina, piety.
Preliminares
En un artículo de reciente publicación, el profesor argentino Juan Fernando Segovia señala que los estudios sobre el nacionalismo hispanoamericano se siguen sucediendo a pesar de que su objeto parecería desaparecer debido a la globalización de valores y a la posmodernidad. Además de estas habrían otras variadas causas, pero todas ellas parecen apuntar a una misma dirección: la disolución de las identidades nacionales, las cuales, sin embargo, se han caracterizado por ser cerradas y fuertes (Segovia, 2018).
Una muestra de ese tipo de identidades cerradas y fuertes en Hispanoamérica se dio desde inicios y hasta mediados del siglo XX con el nacionalismo en Argentina, el cual, como señalan Whitaker y Jordan (1966), ha encabezado el desarrollo en esa región. Numerosos y valiosos aportes fueron los que realizaron muchos de sus representantes sobre todo a la historia y a la literatura, amén de que cumplieron un papel notable en la escena cultural y política (Zuleta Álvarez, 1975)2. En este sentido, como destaca Mariano Martín, más que un movimiento político fue un movimiento político-intelectual, y justamente por esa “impronta intelectualizante, la reconstrucción de sus elementos doctrinales estrictamente políticos no es tarea sencilla.” (Martín, 2016). Por tanto, lo que hace Martín en su artículo es intentar dilucidar y hacer un juicio crítico acerca del concepto de nación que subyace en el nacionalismo argentino, tomando como caso testigo el de Aníbal D´Ángelo Rodríguez (Sánchez, 2013).
El artículo de Martín es muy interesante, tiene reflexiones profundas y, por ello, ha servido parcialmente de disparador del presente escrito. Se dice parcialmente porque por otra parte el tema del nacionalismo católico tiene cierta complejidad u obscuridad que dificulta llegar a entender del todo algunos de sus postulados, v.gr. la mixtura que suele hacer entre lo político y lo religioso (Rocker y Chase, 1998). Sin embargo, era de suponer que tal tipo de nacionalismo respondía a circunstancias propias de un tipo de enseñanza o imperativo epocal. De allí que Leonardo Castellani –a quien los nacionalistas tienen como referente y recurren con frecuencia– decía por los años 40: “La inteligencia argentina tiene hoy una tarea y un deber sacros: pensar la Patria” (Castellani, 1973, p. 158). Así, por ejemplo, como en algún momento se hablaba de San Martín como el Santo de la espada (Hourcade, 1998; Philp, 2009), era de suponer que de igual manera se asumiría que el nacionalismo fue más un movimiento político coyuntural, con notables y singulares aportes en determinado aspecto, pero no más que eso: algo que respondió a un momento histórico mundial. A saber, por un lado, a movimientos como el nazismo, fascismo y franquismo (Nascimbene y Neuman, 1993) (los cuales eclosionaron a partir de la 1º Guerra Mundial) que estaban teniendo su auge (Peláez et al., 2005) y, por otro lado, al momento histórico argentino donde los gobiernos militares empezaban a tomar el control del Estado (Fernandez y Ruiz, 1990). Por supuesto que el nacionalismo argentino de derecha allí surgido fue atravesando por distintas etapas que ya han sido detalladas (Navarro, 1969) y que no se pretenden repetir aquí.
Empero, hoy y luego de encontrar aún una cierta exaltación del nacionalismo en personas y grupos católicos, puede resultar de utilidad proponer unas ideas que, ciertamente, no tienen la intención de responder acabadamente a todas las cuestiones que se presentan, sino, en todo caso, a la de hacerlas más explícitas. En concreto, el presente texto se centrará en analizar la abstrusa idea de nacionalismo que suele sostenerse y en su pretendida adecuación a la doctrina tomasiana sobre las virtudes.
Si tuviera que enunciarse lo dicho anteriormente a modo de hipótesis, se diría que: la postulación que hacen algunos autores argentinos del nacionalismo católico como una forma peculiar de la virtud llamada pietas (la otra forma sería el patriotismo), se debería a una fallida lectura de los textos y enseñanza de Tomás de Aquino y respondería, en todo caso, a otros autores antes que a la doctrina del Aquinate.
La aporía de fondo
Es importante aclarar que el objetivo de este trabajo se enmarca en el intento de dilucidar una aporía mucho más amplia y profunda que podría expresarse como sigue: ¿Se puede ser un buen católico sin ser nacionalista? Como es de suponer a medida que se avance en la lectura irán surgiendo otras problemáticas anejas (o aporías derivadas) que no se expondrán detalladamente aquí pero quizás en otro momento puedan abordarse con mayor extensión y rigor.
Teniendo en cuenta lo anterior, sería de esperar que los que se consideren nacionalistas o filo-nacionalistas no vean aquí un ataque ex profeso a sus ideales, sino una invitación a pensar que la pregunta es absolutamente legítima y en ciertas circunstancias un imperativo intelectual para los que no se reconocen identificados con el nacionalismo católico pero sí con la religión católica. Esto último adquiere relevancia sobre todo cuando uno se encuentra con expresiones de precursores o referentes de dicho movimiento, tales como:
“Entre nosotros no podría tener otro sentido hacer distingos entre patriotismo y nacionalismo, que no sea el de considerar el nacionalismo como un patriotismo militante frente a un peligro de disolución.” (Maeztu, 1986, p. 221)3.
“El nacionalismo es la más alta expresión del amor a la Patria en los actuales momentos de nuestra civilización.” (Gálvez, 2001, p. 30).
“El nacionalismo es una fase superior del patriotismo ya que transforma el puro sentimiento, mediado por la inteligencia, en doctrina.” (Devoto, 2006, p. 213)4.
“Esta es la divisa del Nacionalismo argentino; nacionalismo de Señores, no de masas, cuyo estilo es el servicio por amor a Dios y a la Patria.” (Genta, 1972, p. 102).
“[El nacionalismo es] la simple apetencia de sobrevivir común a todo lo que existe. En ese sentido [...] es el equivalente, en el grupo, del instinto de supervivencia en el individuo. Como tal existe siempre: donde hay una nación hay entre sus individuos la voluntad de que la Nación subsista. Ese nacionalismo puede llamarse también patriotismo.” (D’Ángelo Rodríguez, 2004, p. 448).
“A este intento, deseo, anhelo o ideal —como quiera llamárselo— de reconstruir la cristiandad en el suelo natal (nación) que nos quedó como heredad una vez extinta […], llamamos propiamente Nacionalismo Católico […] a ese móvil de “abrir de par en par las puertas a Cristo, empezando por las puertas de las naciones, llamamos nosotros Nacionalismo Católico.” (Caponnetto, 2016, p. 87)5.
“Mi amor por mi patria, mi nacionalismo de católico, es el acuciante deseo de que Argentina sea un solo coro que glorifique a Dios.” (Gelonch, 2016, p. 25)6.
“Esta visión religiosa de la política es todo lo contrario del “clericalismo” [...]; ella es patriotismo, y, como sistematización racional, nacionalismo. Solo de la promoción y el triunfo del mismo puede surgir un orden social terreno compatible con el Fin sobrenatural de la Iglesia Católica. La moral natural y cívica que el nacionalismo supone, predispone al hombre a una actitud religiosa auténtica […]” (Mihura, 1967, pp. 21-22).
“Si el amor a la patria es patriotismo, el amor a la nación es nacionalismo.” (Sáenz, 2005, p. 402)7.
Aunque podría traer citas de muchos otros autores (Zuleta, 1975), se proponen estos porque son algunos de los argentinos (a excepción de Maeztu) que han ensayado una aproximación conceptual más o menos clara de nacionalismo y, en algunos casos, con un desarrollo más o menos aceptable como para justificar un análisis teórico. Asimismo, se recalca que las citas son a modo de definición (poner dentro de ciertos límites un concepto con el fin de conocer su naturaleza, i.e., lo que es), no de descripción detallada o explicación exhaustiva. Por supuesto, se profundizará, aunque sea en alguna de ellas para ver en qué contexto fue elaborada.
Citadas tales definiciones del término “nacionalismo”, se puede formular en otras palabras, quizás más asequibles, la aporía más general: ¿El no ser nacionalista hoy en día8 le resta algo al ser católico? o ¿las personas que adhieren plenamente a la doctrina católica, pero desconocen o no comparten o simplemente no le resultan atractivas o relevantes las ideas nacionalistas, estarían en una inferioridad de condiciones (doctrinales, espirituales, morales y/o apostólicas)? Si se va más fondo: suponiendo que no se adhiere a las ideas nacionalistas, no por ignorancia de estas sino por una firme convicción intelectual, ¿se está fallando entonces en el juicio como católico?
Como se anticipó, se ensayará algunas respuestas que intenten una aproximación al tema. Se hará centrándose en algunos de los autores citados9 que recurren a la llamada virtud del patriotismo y que abordan el tópico del nacionalismo desde dicha virtud. En este sentido, patriotismo y nacionalismo parecerían ser dos caras de la misma moneda. La patria sería ese elemento bifronte que tiene una faz mirando al pasado y la otra al futuro. Otro motivo para analizar a estos autores, quizás el más llamativo, es la novedosa lectura que hacen de la virtud cristiana de la piedad para justificar su posición.
Una lectura novedosa
Los estudios en torno al nacionalismo suelen dividirse entre dos tipos de perspectivas: la “primordialista” y la “modernista” (Junco, 1996). La primera explica el nacionalismo a partir de rasgos étnicos (raza, cultura, religión, tradiciones, lengua consciencia de un pasado común, etc.), los cuales dividirían a los seres humanos desde tiempos inmemorables. En cambio, la postura modernista considera a las naciones un hallazgo mucho más reciente, con no más de dos siglos de historia, esto es, desde que la soberanía popular se estableció como principio legitimador del poder público. Claramente, los autores nacionalistas se ubican en el primer enfoque.
Un caso notable de la postura primordialista es el de Leonardo Castellani, autor que como ya se dijo es un emblema del nacionalismo. Este jesuita sostiene una tesis que podría ser catalogada como absolutamente anacrónica. Dice el autor: “La justificación filosófica del Nacionalismo no se ha hecho aún entre nosotros. Está hecha hace tiempo en la Política de Aristóteles” (Castellani, 1969, p. 14). De esto concluye que la pólis así como la concibió Aristóteles es la nación que hoy se conoce, es decir, la unidad política perfecta. Las patentes afirmaciones extemporáneas bastan para no proseguir con el análisis del texto. Craso error el de Castellani el de traspolar y equiparar la noción de pólis a la de nación, ambos conceptos dieron y dan sentidos muy distintos a las acciones de los individuos y de los grupos humanos. Lo único que se logra con este tipo de anacronismos es confundir ambas perspectivas y arribar necesariamente a conclusiones fallidas y, por ende, a posteriores construcciones viciadas (Sebastián y Fuentes, 2004, 14-15).
Otro caso es el de Aníbal D’Ángelo Rodríguez (2004), quien también tiene una particular idea de nación. Para él, si bien dicho concepto se resiste al análisis científico, se puede decir que se relaciona con la Historia (en cuanto tradición). La nación es intemporal, es “procesión de hombres que están en la historia pero la atraviesan como si no estuvieran en ella” (p. 447). También define a la nación como “una de las formas de retener lo eterno en el tiempo y eso es precisamente la tradición” (p. 447).
Anexa a la idea de nación se encuentra la de patria. Para D’Ángelo Rodríguez, la patria tiene dos sentidos o usos, uno propio por el que se denota el territorio, la tierra donde se han sacrificado nuestros padres; esos mismos padres o antepasados que crearon, defendieron o consolidaron una Nación. Y el otro uso –en sentido lato– de Patria, designaría a la Nación. Pero quizás estos conceptos un tanto difusos en D’Ángelo Rodríguez se vean mejor trazados en otros pensadores católicos que también se ubican en este enfoque primordialista.
Dichos autores suelen hacer una distinción –siguiendo, entre otros, a Jean Ousset (1972)– que a los fines didácticos resulta útil. Dicen que la palabra patria proviene del término latino patres, por ende, esta hace referencia a lo heredado, a lo que ya nos viene dado, de allí que patria sea la tierra de nuestros padres. En cambio, la palabra nación deriva de natus y, por ello, refiere más a la prole, que son los herederos. Dicho en breve, la patria es la herencia mientras que la nación es un quehacer, una misión (Sáenz, 2005). Una refiere al pasado, la otra al futuro: “La Patria se vuelve Nación cuando es mirada como designio, como algo que hay que construir, siempre sobre la base del traditum. Una Nación –decía José Antonio– es un quehacer en la Historia”. El texto refiere, claro está, a José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange española. Otro autor que se trae para apoyar la tesis –además de Caturelli, Juan Pablo II, Berdaiev, etc.– es Vladímir Soloviev, quien sostenía que “la idea de una nación no es lo que ella piensa de sí misma en el tiempo, sino lo que Dios piensa de ella en la eternidad.” (Soloiev, 1978 como se citó en Sáenz, 2005, p. 398). En síntesis, lo que se quiere dejar en claro es que cada patria tiene una llamada especial de Dios, esto es, una vocación divina. Por caso, Dios quiso desde toda la eternidad a esta nación argentina y nosotros debemos a partir de su herencia descubrir cuál es su auténtico destino nacional, aquél que la Providencia Divina quiso para ella.
En este orden de ideas, no es extraño que para el nacionalismo la virtud del patriotismo se vea enriquecida por una doble coordenada o una doble faceta: la de patria y la de nación. Por ello, la primera engendrará el llamado “patriotismo” y la segunda el “nacionalismo”. Un adalid de esta idea fue Ramiro de Maeztu: “hay que entender el nacionalismo como un patriotismo militante frente a un peligro de disolución” (Maeztu, 1986, p. 221). Como una variante que ampliaría dicha sentencia se sostiene que el nacionalismo es la mirada hacia el futuro cuando la patria está ante una amenazada o por perecer (Sáenz, 2005).
Allende a que, como se intentará mostrar en el parágrafo siguiente, estos distingos parecen ajenos a la doctrina clásica de las virtudes, es de mencionar el cariz moderno (en lo histórico como en lo filosófico) que contienen en sí mismas las ideas de nación10 y especialmente de nacionalismo. Desde la perpectiva modernista que se mencionó al iniciar este apartado, autores como Ernst Gellner (2001), Eric Hobsbawm (2002 y 2004), Alfredo Cruz Prados (1995), Benedict Anderson (2007) –entre otros estudiosos serios del tema– se han ocupado detalladamente del asunto. Ellos muestran que el concepto de nación (en tanto estructura política) y de nacionalismo son propios de las sociedades industriales, donde el Estado cumple un rol decisivo y que lo que busca precisamente este Estado nacional es crear una cultura común para establecer un orden social unificado. Asimismo, los autores coinciden en ubicar los orígenes del nacionalismo en el racionalismo ilustrado, al cual los nacionalistas católicos rechazan de cuajo.
En su libro, concretamente en el capítulo titulado Las patrias construidas, Javier López Facal sostiene que la creación de las naciones ha sido obra de urbanistas más o menos cultos, tales como poetas, historiadores, periodistas, sacerdotes, maestros, etc. Para este autor, en una primigenia y minoritaria fase la nación solo era objeto de atención en cenáculos muy reducidos, para luego pasar a sectores más grandes de la población, alcanzando así el carácter de movimiento de masas. Y en este proceso ampliatorio y de formación del espíritu patrio, propio del s. xix en adelante, ha tenido mucho que ver la idea de tradición. Dicha idea, también construida en esos años, se trasuntó en el folklore y en todo lo anejo a este, como la vestimenta, leyendas, cuentos, música (López, 2013). En esta misma línea sentencia Gellner:
El engaño y autoengaño básicos que lleva a cabo el nacionalismo consisten en lo siguiente: el nacionalismo es esencialmente la imposición general de una cultura desarrollada a una sociedad en que hasta entonces la mayoría, y en algunos casos la totalidad, de la población se había regido por culturas primarias. Esto implica la difusión generalizada de un idioma mediatizado por la escuela y supervisado académicamente, codificado según las exigencias de una comunicación burocrática y tecnológica módicamente precisa. Supone el establecimiento de una sociedad anónima e impersonal, con individuos atomizados intercambiables que mantiene unidos por encima de todo una cultura común del tipo descrito, en lugar de una estructura compleja de grupos locales previa sustentada por culturas populares que reproducen local e idiosincrásicamente los propios microgrupos […]. Sin embargo, esto es exactamente lo contrario de lo que afirma el nacionalismo y de lo que creen a pies juntillas los nacionalistas [...]. (2001, p. 82).
En suma, la idea no es desarrollar más estos últimos argumentos de los “modernistas”, ni hacer ahora ninguna justificación íntegra de este tópico pues, como se dijo, del mismo ya se han ocupado ad abundantiam muchos y buenos autores de esta corriente. En cambio, sí es de notar que ha sido necesario detenerse un poco más en los “primordialistas”, en concreto, en los nacionalistas católicos, ya que sus postulados son poco o nada conocidos y presentan relieves argumentales muy singulares.
La virtud de la piedad en Tomás de Aquino
Ahora se intentará seguir el esquema tradicional tomasiano, contenido en la Suma de Teología (Aquino, 1964, II-II, q. 101, a. 3.) Allí se postula que una de las virtudes derivadas de la justicia es la religión, la cual consiste en dar culto a Dios, y en un grado inferior se ubica la virtud de la piedad que consistiría en darlo fundamentalmente a los padres y a los consanguíneos, y luego a la patria (es decir a los conciudadanos y amigos de la patria). “Por lo tanto –asevera Tomás–, a estos, principalmente, se extiende la virtud de la piedad”11. José Senovilla resalta este adverbio final: principalmente. En este sentido, dice que el Aquinate:
[...] no pretende enunciar taxativamente a quiénes se debe la piedad filial o ante quiénes se ha de mostrar la veneración que se debe a la patria: más bien parece que quiere dejar el ámbito de esta virtud lo más abierto posible, teniendo en cuenta las distintas circunstancias de lugar y de época en las que el hombre tiene que construir su vida familiar y su vida en sociedad (Senovilla, 2004, pp. 386-387).
Ahora bien, un punto inicial a destacar es que Tomás nunca habla de la virtud del patriotismo litteraliter o a secas, como tampoco agrega ningún sufijo ismo o similar al referirse al amor hacia los padres (i.e. no habla de paterismo) o hacia los consanguíneos (i.e. no dice consanguinismo). Sí habla de un tipo de philia (amor, amistad) hacia con ellos, pero en los tres casos es patente que se habla de la virtud de la pietas. También aclara, para que no queden dudas al respecto, que “La comunicación entre consanguíneos y conciudadanos tiene que ver más que las otras con los principios de nuestro ser. Por eso se le da con más razón el nombre de piedad” (Aquino, 1964, II-II, q. 101, a. 1, ad. 3.)12.
En suma, si lo anterior está bien planteado, es posible arribar a una primera conclusión parcial: el Aquinate nunca nombra cuando habla de amor a la patria esta doble faz que propone el nacionalismo católico. A saber: el patriotismo como amor a la tradición y el nacionalismo como misión, o quehacer, o como actitud frente a un peligro de disolución. Esto es un claro agregado de la propia cosecha de los nacionalistas y de los autores en que ellos se basan, pero no ciertamente de Tomás ni de la tradición de la Iglesia, por lo menos hasta donde he podido rastrear. Es claro que el medieval no habla de nacionalismo, pues el término no fue acuñado sino hasta finales del siglo xviii (Peláez y Fernández, 2005) y además porque las naciones como estructuras políticas son típicamente modernas. Sin embargo, tampoco se deduce ni remotamente de la littera tomasiana tal división del amor a la patria que ofrece el nacionalismo. En todo caso, lo que sí hace el Aquinate es explicitar un poco cómo debe vivirse la virtud en cada caso concreto. Por ejemplo, en el amor a la patria, que es el que más se ocupa en te texto, sostiene:
Es necesario distinguir estas virtudes entre sí bajando escalonadamente de una a otra [...]. Así como en lo humano nuestro padre participa con limitaciones de la razón de principio que se encuentra sólo en Dios de manera universal, así también la persona que cuida de algún modo de nosotros participa limitadamente de lo propio de la paternidad. Pues el padre es el principio de la generación, educación, enseñanza y de todo lo relativo a la perfección de nuestra vida humana; en cambio, la persona constituida en dignidad es, por así decirlo, principio de gobierno sólo en algunas cosas, como el príncipe en los asuntos civiles, el jefe del ejército en los militares, el maestro en la enseñanza, y así en lo demás. De ahí que a tales personas se les llame también “padres” por la semejanza del cargo que desempeñan [...]. Por tanto, así como en la religión, por la que damos culto a Dios, va implícita en cierto grado la piedad por la que se honra a los padres, así se incluye también en la piedad la observancia, por la cual se respeta y honra a las personas constituidas en dignidad (Aquino, 1964, II-II, q. 102, a. 1, c.).
Es reveladora la explicación de Tomás porque especifica a quiénes considera conciudadanos o compatriotas: al que gobierna en la ciudad, a los jefes, a los maestros y a todos los que por denominación extrínseca se les puede también considerar como padres por el cargo que desempeñan y en cuanto son, secundum quid, principio de generación. Continúa el de Aquino:
A las personas constituidas en dignidad se les puede dar algo [...] en orden al bien común; por ejemplo, cuando se les presta [en el sentido de dar] un servicio en la administración de la república [...]. Esto corresponde a la piedad, que da culto no sólo a los padres, sino también a la patria (Aquino, 1964, ii-ii, q. 101, a. 3, c.)13.
Hay que insistir en que cuando el dominico medieval dice “patria” está hablando de los “conciudadanos”. Así que el amor a la patria –clara Rafael Gambra (1958)– sería una forma en la que se realiza el amor al prójimo, a los semejantes que nos rodean y con los que nos sentimos en comunión y con los que estamos en deuda. Esta aclaración no es ociosa puesto que la piedad –como parte potencial de la justicia– es una virtud especial que marca una deuda hacia una persona o personas, no hacia una “protorealidad” llamada patria o nación. Pero mejor escuchar de nuevo a Tomás:
Una virtud es especial por el hecho de considerar un objeto según una razón especial. Y como a la razón de justicia pertenece el dar a otro lo que le es debido, donde aparece una razón especial de deuda hacia una persona, allí hay una virtud especial (Aquino, 1964, II-II, q. 101, a. 3, c.).
En una cita extensa, pero que vale la pena traer a colación, José Miguel Gambra aclara que:
El objeto directo de una virtud puede ser, como en este caso, los hombres y la sociedad formada por ellos, pero no los usos, la historia o los símbolos. Si hay que respetar y rendir culto a tales cosas es sólo secundariamente: bien por consideración hacia los hombres de la sociedad en que vivimos, y por reverencia a sus padres y antepasados; bien porque las costumbres y tradiciones facilitan la unidad necesaria para que la sociedad alcance sus fines; bien, en fin, porque sus símbolos representan a la sociedad misma. Todo ello es digno de respeto, pero sólo de manera delegada, o participada, y ese respeto está sometido al criterio de orden respecto del fin, exactamente igual que el que merece la sociedad misma. Es decir, que no debe respetarse toda la historia, ni todo símbolo, ni toda costumbre, porque sea de nuestra patria, sino sólo aquéllos que son buenos (Gambra, 2010, p. 94).
Ahora bien –y, como se adelantó, aquí se comienza a abrir una aporía derivada–, algunos textos de los autores nacionalistas católicos parecerían dar una idea bien diferente a la tomasiana. Aquí uno de esos textos:
La Patria es mucho más que un territorio, tiene algo de persona viviente. El patriotismo sólo es amor cuando se considera la Patria cual persona viviente, no de la misma manera, por cierto, como lo es un ser humano individual, pero sí a su modo, al modo colectivo, social e histórico. La Patria posee una personalidad propia y, por ende, está capacitada para ser objeto de amor (Sáenz, 2005, p. 439).
En otro de los pasajes, esta idea de la patria sustancializada es aún más clara:
[...] se debe amar a la Patria casi como si fuera una persona humana, y por tanto dicho amor habrá de asumir todas las formas que puede asumir el amor a una persona humana. Estas formas son tres: el amor filial, el amor conyugal y el amor paternal […]. La Patria, pues, concluye García Morente, que se nos muestra como madre, esposa e hija, es objeto de las tres formas de amor que cabe sentir hacia las personas: el amor de gratitud, el amor de fidelidad y el amor de sacrificio. Allí debe confluir la educación del patriotismo, en esas tres formas de amor en que se cifra el conjunto de obligaciones que nos impone dicha virtud (Sáenz, 2005, pp. 447 y 449).
Lo que parecería darse aquí es una “hipóstasis” de la patria14 y así se le atribuyen características y relaciones antropomórficas de tal modo que ahora ella se acerca a una sustancia con determinadas características propias15. Si se continúa este argumento hasta el final, se colige que dichas características serían designios de Dios al igual que nuestra existencia personal en este tiempo y lugar. Así, de estas cuasi-hipóstasis llamadas patrias o naciones, según el caso, se puede hacer una biografía al modo como se hace de una persona que ha sido creada por Dios y pensada en Su plan providente. Incluso más, así como no elegimos a nuestros padres:
… tampoco elegimos a nuestra Patria […]. Y sin embargo nacimos en ella, y en esta Patria recibimos, junto con la vida, la lengua que hablamos, la religión que profesamos, una serie de costumbres, de tradiciones, nuestra educación, nuestra manera de ser y nuestra manera de razonar (Sáenz, 2005, p. 437).
Y continúa el texto unas páginas más adelante:
Nuestra Patria es, asimismo, como ya lo hemos señalado, un patrimonio tangible, porque el espíritu del hombre se encarna en la materia, y ahí están para atestiguarlo nuestras obras de arte: iglesias, monumentos, caminos, pueblos y ciudades. Todo ello en el paisaje que Dios nos dio: inmensas llanuras, majestuosas montañas, imponentes cataratas. Todo eso es la Patria. La Patria que debemos amar (Sáenz, 2005, pp. 437-438).
Ya se observó, además, que la exégesis del texto del doctor de Aquino que propone José Miguel Gambra es bien distinta. Se deja en claro, con notable hincapié, que el único objeto de la patria son los hombres, y el objeto de la virtud de la piedad también son esos hombres en cuanto padres, parientes y conciudadanos. Con ellos tenemos una deuda contraída que se debe saldar. Todo lo demás puede considerarse accesorio. Con todo, algunos escritores católicos creyendo seguir una línea tradicional ubican como el objeto inmediato y directo de la virtud del amor a la patria al suelo natal, a las tradiciones, a los usos o a la historia (Gambra, 2010). Sin embargo, el Aquinate no hace alusión a nada de ello, sino que habla solo de los hombres, de la sociedad y del gobierno (Gambra, 2010).
De acuerdo a lo anterior, como segunda conclusión parcial, es dable considerar que esta idea de patria que sostiene el nacionalismo católico no aparece en la letra de Tomás. Este nunca le atribuye a la patria características y relaciones al modo como lo tienen las personas16. En todo caso, lo que dice es que la patria son las personas. Nunca dice que la patria posee una personalidad propia o que el amor a la patria habrá de tomar todas las formas que puede asumir el amor a una mujer (como esposa, madre e hija) y tampoco que la virtud del patriotismo impone amarla de ese modo.
Es esencial a los propósitos del presente escrito aclarar que no es la idea sugerir o dar a entender que si esos elementos o características que suele erigir el nacionalismo católico no aparecen en la letra del Aquinate, luego necesariamente no pueden ser válidos, verdaderos u objeto de estudio. Simplemente se quiere dejar en claro que el Aquinate no solamente no los tematiza, sino que ni siquiera los nombra. En la edición crítica de la Suma de Teología (Cayetano, 1883), su comentador más conocido, Tomás de Vio Cayetano, tampoco menciona nada de lo que habla el nacionalismo católico. Es más, Cayetano ni siquiera comenta la quaestio 101, a. 3, c. de la Secunda Secundae.
En suma, volviendo al quicio de este artículo, los nacionalistas estarían proponiendo una singular y novedosa clasificación, ampliación o, quizás para ser más modestos en el juicio, un ajuste del esquema aquiniano clásico de la virtud de la piedad, y en concreto del amor a la patria. Con todo, esto contrasta con lo que ellos mismos suelen anunciar al decir que se regirán en sus estudios por “esa especie de catedral de la ética que elaborara Santo Tomás, virtudes relacionadas con aquellas fundamentales, que giran en su torno como los satélites alrededor del sol” (Sáenz, 2005, p. 25).
Probablemente, a algunos exponentes del nacionalismo católico argentino le sucede lo que Gambra advierte de ciertos pensadores que intentan ser fieles a un pensamiento tradicional pero que muchas veces “se han dejado influir por terminologías, doctrinas y hechos de la historia reciente, que han emborronado la doctrina clásica” (Gambra, 2010, p. 88).
Consideraciones críticas finales
Quizás la metáfora que el historiador Luis Alberto Romero utiliza en uno de sus recientes artículos para referirse al nacionalismo argentino en general sirva para el nacionalismo católico argentino en particular. Romero dice que el nacionalismo es como el río Paraná, tiene muchos brazos y los mismos siguen distintos rumbos (Romero, 2016). Sobre la base de esta metáfora, no se podría asegurar que la postura de los nacionalistas que se ha traído en el presente artículo represente a todo el nacionalismo católico argentino; de hacer tal aseveración probablemente se caería en la falacia de composición o del todo por la parte. Empero lo anterior no impide reconocer la gravitación de dichos pensadores y que las posiciones consignadas anteriormente muy probablemente tengan carácter de principios rectores en el nacionalismo católico.
Lo que se ha intentado mostrar casi en esbozo es que por lo menos cierta parte del nacionalismo católico argentino induce a por lo menos dos confusiones:
1) La primera es que lleva a exacerbar la virtud del amor a la patria, y lo hace en un doble modo:
a) El primero es llamándola “patriotismo”, cuando por lo menos el Aquinate nunca la denomina así. Es verdad que el término es anterior al siglo XX, y que decir que no figura en los textos tomasianos pareciera solo una cuestión nominal a la cual no habría que darle mayores vueltas: “No es de sabios preocuparse por los nombres” (Aquino, 2005, lib. II, d. 3, 1, 1, Resp.). Aunque tomada la advertencia, es preferible tener aún recaudos y escuchar otras voces, como la de John Senior, quien en La restauración de la cultura cristiana advierte que “ismo, en sentido estricto, significa la adhesión excluyente y excesiva a una persona, causa o cosa. Los ismos son el resultado de mentes que tienen ideas fijas que pueden conducir a fanatismos” (Senior, 2019, p. 184)17. Ciertamente que el sufijo ismo significa doctrina o sistema, por lo que podría pensarse que el nacionalismo es la doctrina o sistema sobre la patria, lo cual parecería bastante razonable y acertado. Incluso, ya se veía que Ernesto Palacio entendía el nacionalismo como una etapa superior del patriotismo en donde el sentimiento se transforma en doctrina. En una línea parecida, Mihura Seeber decía que el nacionalismo era la sistematización racional del patriotismo. Sin embargo, esto tampoco sería asimilable con el pensamiento de Tomás, que hasta donde se entiende y se cree haber mostrado no propone un “sistema doctrinal” de la virtud del amor a la patria18.
Además, un dato no menor es que cuando el fraile dominico habla de patria lo hace casi exclusivamente para referirse a la patria definitiva. Es clarísima la distinción entre in via e in Patria en la obra tomasiana, como también en la de los autores escolásticos. En un caso se habla de la condición de peregrinos y en la otra la de la vida eterna. Un rápido repaso por el Index Thomisticum19 podría corroborar este dato. Por ejemplo, en la Contra Gentiles nunca menciona la palabra, en la Suma de Teología en poquísimas ocasiones tematiza acerca de la patria en sentido terreno, en el Comentario a la Política de Aristóteles no lo hace nunca y en el Comentario a la Ética tampoco, sino que allí cuenta casi a modo de anécdota que muchos de los contemporáneos a Anaxágoras le reprochaban el haberse ocupado del estudio de la naturaleza en lugar de los asuntos políticos y, por ende, de su patria; a lo cual el griego respondió, señalando el cielo, que de su patria tenía gran cuidado.20
b) La segunda forma de exacerbación que se cree notar, y donde más se ha detenido el presente análisis, es aquella que divide a la virtud del amor a la patria en “patriotismo” y “nacionalismo”. Novedosa ramificación cargada, además, de contenido político y de modernidad en términos históricos y filosóficos. De modernidad porque, como ya se señaló, la idea de nación como organización política y de nacionalismo son creaciones del siglo xviii. La división también está cargada de contenido político porque en el fondo se quiere hacer pasar como religioso aquello que es primeramente y primariamente una posición política21 que sostiene ciertas ideas y principios que no tienen por qué ser tomados necesariamente como verdaderos y son cuestionables por muchos y buenos motivos. El problema es cuando nos encontramos con sentencias como aquella que se citaba al iniciar la lectura: “El nacionalismo es la más alta expresión del amor a la Patria”22.
En conclusión, la virtud en su grado sumo o heroico de amor a la patria sería el nacionalismo. Así, ahora sin ambages, lo expresa el autor que se ha tomado como referencia principal:
Ante el espectáculo de una Patria que agoniza, será preciso amarla más que nunca. Se ama más a la madre cuando está enferma que cuando se encuentra rozagante […] Tal tipo de amor es el que se incluye en el llamado nacionalismo. [...] Patriotismo es el amor a la Patria, esté sana o enferma. Cuando está enferma, hay que agregarle un nuevo matiz: el nacionalismo, que es una forma peculiar de la pietas (Sáenz, 2005, p. 463).
Ahora es necesario preguntarse: ¿Cómo hacen aquellos católicos que no se consideran nacionalistas pero creen amar a su patria? ¿No la aman como debería hacerlo ¿O acaso son nacionalistas sin saberlo?
Ya se ha mostrado que no es en la letra de Santo Tomás de donde el nacionalismo católico recoge el binomio patriotismo-nacionalismo ¿Pero entonces cuáles son sus fuentes, además de las que cita explícitamente? Una cercana es la del sacerdote argentino Julio Meinvielle (1905-1973), quien se ocupa de describir el nacionalismo y su vínculo con lo religioso (Meinvielle, 2011)23. Y otra influencia de fuste, aunque más lejana, es la de Charles Maurras (1868-1952), notable pensador y político francés creador del llamado nacionalismo integral24. Dice el francés:
El Nacionalismo se aplica en efecto, más que a la Tierra de los Padres, a los Padres mismos, a su sangre y sus obras, a su herencia moral y espiritual más que material. El Nacionalismo es la salvaguardia debida a todos esos tesoros, que pueden ser amenazados sin que un ejército extranjero haya pasado la frontera, sin que el territorio sea físicamente invadido (Maurras, 1932, p. 162)25.
2) La segunda confusión es la que consiste en concebir a la nación como un designio divino, como aquello que Dios pensó desde toda la eternidad. Es evidente que la situación actual de que seamos nación y no imperio, reino, etc. es transeúnte. Cuando el Aquinate hablaba de amor a la patria no estaba hablando de la nación. Nada dice el monje dominico sobre el sistema en que la comunidad política debe organizarse para que se considere a una cosa o a otra como patria stricto sensu. Esta idea de misión providencial para la nación claramente es ajena a la pluma del Aquinate26. No así en Maeztu, Primo de Rivera o García Morente, autores españoles que tienen un eminente peso en el nacionalismo católico de Argentina27.
Vuelve a surgir la pregunta, ahora sobre la base de este supuesto designio divino sobre la nación: ¿El nacionalismo dejaría de llamarse nacionalismo si la Argentina hipotéticamente dejase de denominarse nación? No es fácil dar una respuesta acabada a esto, incluso, creo que podrían darse varias. Se ensayarán algunas posibles.
En principio habría que suponer que seguiría llamándose nacionalismo. Los defensores de esta tesis se apoyarían fundamentalmente en la idea de que la nación no es un producto de la Modernidad sino una realidad atemporal, tal como aseveraba uno de los autores citados. Es más, la idea de nación es equiparada a la de tradición por algunos nacionalistas. Así las cosas, la nación trascendería los límites del tiempo y del espacio, y por ello, el nombre nacionalismo seguiría vigente, aunque la Argentina pierda su denominación de nación.
Asimismo, si el nacionalismo es el equivalente en el grupo al instinto de supervivencia en la persona, entonces el nacionalismo iría más allá del rótulo de nación de la Argentina. El nacionalismo sería esa apetencia de sobrevivir, esa fuerza inconsciente de querer que la nación (esa realidad también llamada tradición) perdure y subsista en el tiempo. Y si el instinto de supervivencia en cuestión es algo intrínseco al hombre y no puede escindirse de él, lo mismo sucederá con el nacionalismo. Este es algo intrínseco a cualquier grupo, y con más razón a una comunidad política. Dicho de otro modo, toda comunidad política sería nacionalista por esencia y no podría dejar de serlo; ergo el nacionalismo seguirá llamándose así, aunque la nación desaparezca como denominación.
Es de considerar, además, que si la nación es unidad de destino en lo universal, como planteaba Primo de Rivera acerca de la patria y como extienden muchos nacionalistas a la idea de nación, parecería haber un destino histórico ineluctable: el de esas individualidades históricas llamadas naciones, las cuales realizan los valores universales de la civilización, al decir del argentino Jordán Bruno Genta (1976). Así las cosas, el nacionalismo seguiría teniendo su denominación.
En suma, más allá del régimen político que le toque transitar a una comunidad política dada, el nacionalismo seguirá llamándose nacionalismo porque la nación que concibe no es una categoría política. Al parecer es una supracategoría o es una categoría de otro orden, distinto al político (quizás poético o religioso, o ambos a la vez). Pero lo cierto es que la nación nacionalista estaría más allá de las taxonomías científicas, sería algo que trasciende, sería una tradición primigenia que concretiza objetivamente las esencias y los valores de la civilización.
Es verdad que solo se ha tomado un puñado de autores y que quizás en otros que han teorizado más sobre el tema, como Marcelo Sánchez Sorondo (padre) o el sacerdote Julio Meinvielle, estas confusiones que se detectaron no estén presentes. Sin embargo, dos o tres generaciones de cierta franja del catolicismo se ha formado y sigue haciéndolo con textos de los autores que aquí se han citado; y además han asumido no solo como enseñanza tomasiana sino, incluso, en muchos casos, como doctrina de la Iglesia lo que allí se dice.
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Notas
El mismo Castellani también parecía sostener esta idea: “Yo no soy nacionalista porque no he querido meterme en política nunca. Ni la he entendido tampoco. De manera que no se puede decir que sea nacionalista porque «nacionalista» o es un partido, o es un movimiento político. Ahora me dicen «camarada». Los que forman agrupaciones me llaman «camarada». Pero yo no fui «camarada» nunca” (Hernández, 1976, p. 103 como se citó en Randle, 2003, p. 465). Una idea similar: “No se puede decir que yo haya sido nacionalista, propiamente, porque no me interesaba la política, ni sabía” (Hernández, 1976, p. 65. Como se citó en Randle, 2003, p. 465). Las comillas son del autor.