Resumen: En el presente trabajo pretendo bosquejar la emergencia de la categoría de Plantacioceno propuesta por la antropóloga Ana Tsing y la filósofa feminista Donna Haraway. Por considerar esta categoría un desafío y provocación al concepto de Antropoceno, en una primera parte introduciré este último concepto a nivel general para enmarcar la conversación de la cual nace y frente a la cual reacciona el Plantacioceno. Considero que la importancia de esta categoría reside en una especial atención a la modificación de los territorios y ensamblajes humano/no humano en la configuración de lo que se ha venido a llamar el Antropoceno. Este énfasis puede resultar productivo en el análisis (y la resistencia) de las diferentes estrategias extractivistas que corren a lo largo y ancho de los territorios latinoamericanos, algunas de las cuales, entre ellas las plantaciones, pretenden representar una perspectiva “verde” o ecológica.
Palabras clave: Antropoceno, Plantacioceno.
Abstract: In this paper I intend to sketch the emergence of the Plantatiocene category proposed by the anthropologist Anna Tsing and the feminist philosopher Donna Haraway. Because I consider this category a challenge and provocation to the concept of Anthropocene, I will firts introduce this last concept at a general level to frame the conversation from which the Plantaciocene is born and to which it reacts. I consider that the importance of this category resides in its particular attention to the modification of territories and the human/non human assemblages in the configuration of what has come to be called the Anthropocene. This emphasis can be productive in the analysis (and resistance to) of the different extractivist strategies that run throughout Latin American territories, some of which, including plantations, claim to represent a “green” or ecological perspective.
Keywords: Anthropocene, Plantationocene.
DOSSIER
SOBRE EL PLANTACIOCENO
On the Plantationocene
Recepción: 12 Julio 2021
Aprobación: 28 Enero 2022
Sin bien el término Antropoceno proviene de las ciencias geológicas y climatológicas, el campo de pensamiento y discusión que éste abre resulta provechoso y urgente para pensar la actual crisis ecológica en un nivel profundamente filosófico y antropológico, como lo demuestran los trabajos de Isabelle Stengers (2017), Bruno Latour (2017), Donna Haraway (2016), Dipesh Chakrabarty (2009), Deborah Danowski y Eduardo Viveiros de Castro (2019), entre otros.
Antropoceno es una categoría propuesta por el Premio Nobel de Química Paul Crutzen y el biólogo Eugene Stoermer (2000) para caracterizar, a nivel geológico, el advenimiento de una nueva época. A grandes rasgos lo que propone este concepto es la influencia de los procesos y actividades humanas en la composición y funcionamiento del Sistema Tierra. Algo que parece obvio no lo es tanto si tenemos en cuenta que desde la época conocida como Holoceno, que marca el fin de las glaciaciones hace 11000 años, el ser humano vivió en un entorno relativamente estable en el cual ejerció una influencia moderada. Aun cuando el humano siempre ha interactuado con el entorno y lo ha transformado, lo que actualmente marca una característica única es la influencia que éste ejerce en la composición y el funcionamiento de la Tierra en tanto sistema. Por ello, Antropoceno debe distinguirse de la antropización propia a toda actividad humana a lo largo de su historia. Tal como lo dice el antropólogo francés Philipe Descola (2018: 71):
Me tomó darme cuenta de que el Antropoceno no era lo mismo que la antropización. Como antropólogo estuve trabajando gran parte de mi vida sobre procesos de antropización y estoy convencido de que no hay rincón en el planeta que no haya sido antropizado. Me preguntaba si el Antropoceno es muy distinto de la antropización y leyendo la literatura sobre el Antropoceno me di cuenta de que, en realidad, sí hay una distinción. La antropización puede tener efectos obvios que son medibles, pero no afecta al sistema básico de funcionamiento de la Tierra como lo hace el Antropoceno.
La influencia humana en la tierra adquiere en el Antropoceno una fuerza tan determinante como aquella de las placas tectónicas[1] u otros procesos fundamentales. La influencia de la agencia humana es visible en la composición de la atmósfera, en la creciente acidificación de los océanos y en la expansiva desertificación o extensión del monocultivo en las tierras que antes eran bosques o selvas, hecho que nos recuerda que el Antropoceno no se restringe a un mero cambio climático (Steffen et al., 2009).[2] Como expresa Haraway (2016: 100): “Es más que cambio climático; es también la cantidad extraordinaria de tóxicos químicos, minería, polución nuclear, agotamiento de ríos y lagos en la superficie de la tierra, simplificación de los ecosistemas, vastos genocidios de personas y otras criaturas”. En este sentido, el Antropoceno reconoce un rasgo singular de la actual época y es la injerencia de la actividad humana en los procesos del Sistema Tierra. En palabras del historiador Dipesh Chakrabarty (2009), el humano, antes concebido como un agente biológico, pasa a convertirse en un agente geológico.
La datación del comienzo del Antropoceno es una temática en disputa que señala no solo un desacuerdo menor en torno a los posibles comienzos de la influencia humana sobre el planeta, sino un trasfondo hermenéutico y metodológico de central importancia. Si bien no es el objeto de este artículo, nos limitaremos a presentar las tres dataciones más comunes que suelen proponerse como los orígenes del Antropoceno. En primer lugar, el comienzo de la era industrial datada en 1800 es uno de los clavos de oro que suele explicar el advenimiento de esta nueva época geológica. Propio de esta perspectiva es concebir la acumulación de CO2 en la atmósfera como la característica que define la modificación del Sistema Tierra. Esta concentración de gas carbónico solo se hace posible en una sociedad industrial. Cabe resaltar que la comprensión del origen del Antropoceno en los inicios de la industrialización y su consecuente descarga de CO2 en la atmósfera, es propia de Paul Crutzen quien promovió y dio fuerza a los primeros discursos del Antropoceno a comienzos de este milenio. En segundo lugar, propuestas como aquella del ecomarxista Jason Moore (2016), rebaten la anterior idea y declaran que los orígenes deben remitirse al largo siglo XVI. La llegada de los europeos a América, el extermino de las poblaciones indígenas, el saqueo de recursos, permiten generar las redes que posibilitaron el advenimiento del capitalismo y, con ello, el establecimiento del sistema-mundo. En el siglo XVI, considera Moore, existe una profunda perturbación, a nivel ecológico, de la relación humano-naturaleza. Esta réplica cuestiona la generalización que suele relacionarse con el anthropos del Antropoceno y sugiere que no es posible decretar a la Humanidad como la causante de la actual crisis ecológica (algo que queda implícito en la manera en que los climatólogos y geológos abordan la temática) sino que es preciso diferenciar las responsabilidades. No es toda la humanidad culpable de los estragos, sino el excesivo desarrollo industrial y económico de unos pocos. Se debe entonces considerar al capitalismo, más que al anthropos como el principal generador de lo que hoy reconocemos como cambio climático. Los trabajos de esta línea apuntan a “combinar la perspectiva del Sistema mundo (comprendiendo relaciones humanas desiguales) y las perspectivas del Sistema Tierra (rastreando y cuantificando los materiales globales y flujos energéticos en el Antropoceno), lo cual sugiere que la categoría de sistema-mundo puede ser más fértil que la categoría de especie para un trabajo productivo interdisciplinar entre las ciencias naturales y sociales” (Hamilton et al., 2015: 29). Finalmente, en tercer lugar, se sugiere 1945 como el comienzo del Antropoceno debido al proceso de “Gran Aceleración” (Steffen et al., 2015) que caracteriza la influencia humana en diversos aspectos de los procesos planetarios. El aceleramiento de la actividad tecnológica e industrial, la experimentación con energía nuclear, la urbanización y la extensión masiva de monocultivos son propuestos como signos claros de la masiva modificación de la actividad humana sobre el planeta. Según los datos y tablas que muestran una forma de “palo de hockey” en esta época, autores como Steffen reconocen un proceso de terraformación y cambio masivo en las condiciones de la biosfera a nivel planetario. En palabras de Timothy Morton (2017: 21):
La Tierra real, como dice Thoreau, ahora contiene en su circunferencia una fina capa de materiales radioactivos, depositados desde 1945. La deposición de esta capa marca un momento geológico decisivo en el Antropoceno, un tiempo geológico marcado por la decisiva “teraformación” humana de la Tierra como tal. Y continúa: (…) ya no podemos pensar la historia como exclusivamente humana, justamente porque estamos en el Antropoceno. Un nombre extraño en efecto, ya que en este periodo los no-humanos inauguran un contacto decisivo con los humanos (Morton, 2017: 22).
El debate en torno a los orígenes del Antropoceno no es solo una digresión metodológica por parte de diferentes científicos naturales y sociales, sino que marca compromisos políticos y comprensiones del proceso a partir del cual la intervención humana se ha convertido en una fuerza geológica que modifica el sistema tierra. Por ello, pretendo bosquejar una datación más proporcionada por Simon Lewis y Mark Maslin (2015), en la cual proponen como marca estratigráfica el año 1610. Para expandir y profundizar la propuesta de Lewis y Maslin, argumentaré que la noción propuesta por la antropóloga Anna Tsing, acerca de que las plantaciones generaron (y lo siguen haciendo) una característica definitoria de la actual época geológica, puede abrir un fecundo campo para las actuales investigaciones sobre el Antropoceno. El tipo de indagación al que quisiera arribar sería una que, como premisa metodológica, preguntara por la configuración específica de los territorios, en los cuales se ha implementado un efecto homogeneizador en las relaciones ecológicas para, en alguna manera, modificar la naturaleza misma. Así mismo, me interesa mostrar las ausencias que, en manera espectral, pudieran estar habitando los territorios regidos por plantaciones. El silencio de las ausencias bien puede hacer eco del duelo por las diferentes agencias que han desaparecido en este nuevo régimen terramórfico y que pudieran quizás aun encontrarse en el presente de las poblaciones indígenas.
El “Pico Orbis”
En el artículo “Defining the Anthropocene”, Simon Lewis y Mark Maslin (2015), dos geógrafos británicos, argumentan que tras la muerte de alrededor del 90 por ciento de la población indígena en América –debido al despojo, asesinato y diversos virus y enfermedades traídos por los colonizadores europeos[3]– se produjo un decrecimiento en la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera de 10ppm, lo cual relacionan con un disminución en la temperatura de 0.5 grados centígrados a nivel global, que indujo lo que es conocido como una pequeña edad glacial. En la narrativa que intentan delinear Lewis y Maslin, el impacto en la concentración de dióxido de carbono y sus consecuencias en la atmósfera, se habría originado en la tragedia que significó para los diferentes pueblos indígenas la llegada de los europeos a tierras americanas.
En aras de comprender qué se necesita para que una determinada fecha pueda ser declarada el inicio de una época geológica, debemos introducir de manera sucinta las condiciones y exigencias por parte de las comisiones estratigráficas, las cuales se encargan de acordar y definir la cronología que define la evolución del planeta tierra. Lewis y Maslin (2015: 173) dicen:
Definir el comienzo del Antropoceno como una unidad geológica formal de tiempo requiere la ubicación de un marcador global de un evento en material estratigráfico, como roca, sedimento o hielo glaciar, conocido como Sección y Punto de Estratotipo Global (GSSP por sus siglas en inglés), más otros marcadores estratigráficos auxiliares que indican cambios en el sistema terrestre. Alternativamente, después de un estudio de la evidencia estratigráfica, el comité puede acordar una fecha, conocida como Edad Estratigráfica Estándar Global (GSSA). Los GSSP, conocidos como ‘picos de oro’, son los marcadores de límites preferidos.
Los autores argumentan que la marca estratigráfica encontrada en las capas de hielo de la Antártida Occidental donde se evidencia una disminución en la concentración de CO2 de alrededor de 10ppm, puede postularse como el primer impacto global de la influencia humana en la configuración del comportamiento del Sistema Tierra. La fecha de 1610 sería entonces un marcador apropiado para datar los comienzos del Antropoceno a la cual dan el nombre de “orbis” y lo postulan como el pico o clavo de oro. “Orbis” viene de la palabra en latín para mundo e indica que el impacto generado por el choque entre los europeos y la población nativa americana genera las condiciones para una verdadera globalización. Esta posición puede bien ser convergente con aquella de Moore, para quien la modificación humana no puede comprenderse sin tener en cuenta la creación de redes mercantiles en el denominado largo siglo XVI que hacen posible la construcción de los cimientos del capitalismo. Sin embargo, lo que hallo importante en el énfasis que hacen Maslin y Lewis, es el papel fundamental que adquiere –en su narración sobre los orígenes del Antropoceno– la gran herida y el despojo perpetrado a las poblaciones indígenas por parte de los europeos en el proceso de colonización. Este impacto, no solo genera las redes que harán posible el capitalismo y la formación del sistema mundo, tal como lo propone el término Capitaloceno, sino que inflige una marca en el territorio mismo, una marca de la cual hoy en día somos herederos. Comprendido así, los inicios del Antropoceno están signados, no solo por la modificación de los territorios y la introducción de nuevas especies, sino también por el despojo y la muerte:
Además de alterar de manera permanente y dramática la dieta de casi toda la humanidad, la llegada de europeos a las Américas también provocó una gran disminución en el número de seres humanos. Las estimaciones de población regional suman un total de 54 millones de personas en las Américas en 1492, con estimaciones recientes de modelos de población de 61 millones de personas. Los números disminuyeron rápidamente a un mínimo de alrededor de 6 millones de personas en 1650 a través de la exposición a enfermedades transmitidas por los europeos, además de la guerra, la esclavitud y el hambre. El consiguiente cese de la agricultura y la reducción del uso del fuego dieron como resultado la regeneración de más de 50 millones de hectáreas de bosques, sabanas boscosas y pastizales con una absorción de carbono por la vegetación y los suelos estimada en 5–40 Pg en unos 100 años. La magnitud aproximada y el momento del secuestro de carbono sugieren que este evento contribuyó significativamente a la disminución observada en el CO2 atmosférico de 7 a 10 p.p.m entre 1570 y 1620 documentado en dos registros de núcleos de hielo antártico de alta resolución (Lewis y Maslin, 2015: 175).
La importancia de datar al Antropoceno en 1610, tal como lo sugieren Lewis y Maslin tiene implicaciones claras para los estudios sociales y ambientales ubicados en América Latina y el Sur Global. Como han señalado algunos autores latinoamericanos, el Antropoceno es un concepto en disputa (Svampa, 2019). Al intentar comprender la actual crisis ecológica y buscar los orígenes de ella, el concepto de Antropoceno, si bien parte de las ciencias naturales, es una categoría que, en cierta medida, no es ajena a implicaciones políticas. Tal como lo dice Latour (2018), cuando los científicos enuncian el actual estado de los niveles de carbono, por poner un ejemplo, inevitablemente entran en el campo político. El Antropoceno hace problemático cualquier enunciado que tenga que ver con lo que el autor francés llama las “zonas críticas”, las cuales se definen como la delgada película donde la vida ha modificado profundamente la atmósfera y la geología, distinguiéndose así del espacio y de la geología de las capas interiores de la tierra.[4]
La datación de los orígenes del Antropoceno es pues un asunto críticamente político. Datar el Antropoceno y ligarlo a los efectos causados por la colonización de las Américas puede convertirse en un llamado a cierta justicia climática, esencial para colectivos indígenas y otros grupos disidentes a lo largo del continente y del mundo. Así los piensan Davis y Todd (2017: 763):
Situar el ‘pico de oro’ en 1610, o desde el comienzo del período colonial, nombra el problema del colonialismo como responsable de la crisis ambiental contemporánea. Si el Antropoceno ya está aquí, la pregunta entonces es, ¿qué podemos hacer con él como un aparato conceptual que pueda servir para socavar las condiciones que nombra?.
De esta forma se hace explícita la relación entre el Antropoceno y el colonialismo, siendo una manera de recordar que la actual catástrofe ecológica no fue causada por un Anthropos generalizado y neutro o por alguna noción de especie humana. Así lo argumentan los geógrafos ingleses, para quienes la datación que se dé a esta época, afectará de manera importante las historias que la humanidad produce sobre las actuales rupturas que tienen lugar a nivel ecológico y geológico:
El pico Orbis implica que el colonialismo, el comercio global y el carbón provocaron el Antropoceno. En términos generales, esto resalta las preocupaciones sociales, en particular las relaciones desiguales de poder entre diferentes grupos de personas, el crecimiento económico, los impactos del comercio globalizado y nuestra dependencia actual de los combustibles fósiles. Los efectos futuros de la llegada de europeos a las Américas también ponen de relieve un ejemplo a largo plazo y a gran escala de acciones humanas que desencadenan procesos que son difíciles de predecir o gestionar (Lewis y Maslin, 2015: 177).
Para acabar este apartado quisiera resaltar lo paradójico que resulta declarar los inicios del Antropoceno como una ruptura marcada por una ausencia: la muerte del 90 por ciento de la población indígena inscrita en los registros fósiles y atmosféricos como una disminución en la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera. Como lo dice de manera poderosa Elizabeth de Loughrey (2019), en los relatos del Antropoceno es necesario dar lugar tanto a la presencia como la ausencia.[5]
Plantaciones
El Antropoceno como hermenéutica nos remite a una historia en que el ser humano ha intervenido a un nivel tan profundo en la tierra (en la geología, en la atmósfera y en el Sistema Tierra) que se hace imposible pensar y hallar lugares en el planeta que puedan ser caracterizados como naturaleza virgen y salvaje. La categoría apunta a un proceso progresivo de reformación e intervención humana en los ecosistemas. Uno de los signos más claros de esta hermenéutica es el gradual aumento en la concentración de CO2 en la atmósfera a partir de la era industrial. Sin embargo, el argumento que sostienen Lewis y Maslin determina que los signos que inducen a pensar el origen del Antropoceno en 1610 tienen que ver con dos razones principales que, si bien están ligadas a la concentración de CO2 en la atmósfera, van más allá de ésta: 1. la introducción de plantas nuevas y los innumerables intercambios que generaron un mundo cada vez mas interconectado, aquello que los autores llaman la Nueva Pangea (2018); 2. la disminución en el CO2 relacionada con la muerte de casi el 90 por ciento de la población indígena en las Américas y el incremento de la captura de dióxido de carbono por parte de los bosques que emergieron en las antiguas tierras cultivables. De estos dos signos, la introducción y proliferación de las plantaciones señala un efecto visible hasta el día de hoy que vale la pena examinar y que muestra una constelación propia del Antropoceno, puesto que marca un momento crucial donde la naturaleza empieza a ser mercantilizada, disciplinada y escalada de manera nunca antes vista.
Para acercarnos a comprender a nivel teórico el fenómeno de las plantaciones, tomaré los argumentos de la antropóloga norteamericana Ana Tsing, quien en sus trabajos refleja una profunda atención y sensibilidad hacia el mundo no humano, invitando a nuestro pensamiento y sensibilidad a ir más allá de marcos antropocéntricos donde el ser humano sería el único agente a tener en cuenta en la actual época geológica. Acerca de las plantaciones nos dice:
Utilizando el término plantación en su sentido más amplio, señalo ecologías simplificadas diseñadas para crear capitales para inversiones futuras y para eliminar el resurgimiento. Las plantaciones matan seres que no se reconocen como capital. También patrocinan nuevas ecologías de proliferación, la propagación incontrolable de la vida generada por las plantaciones en forma de enfermedad y contaminación (Tsing, 2017b: 51).
Tsing señala que las plantaciones son un régimen propio del Antropoceno, que amenaza la diversidad y los entrelazamientos de los diferentes seres que constituyen las ecologías propias del holoceno.[6] La configuración de las plantaciones muestra así un ejemplo palpable de lo que son los proyectos a gran escala a partir de los cuales se da forma a la naturaleza en esta nueva época:
En el corazón de estos proyectos modernos se encuentra una combinación de ecologías de plantaciones, tecnologías industriales, proyectos de gobernanza estatal e imperial y modos capitalistas de acumulación. Juntos, han movido más suelo que los glaciares y han cambiado el clima de la tierra. Lo han hecho permitiendo a los inversores diseñar proyectos a gran escala a través de largas distancias para convertir lugares en plantaciones. Mientras tanto, las tasas de extinción se han disparado. El Antropoceno, entonces, es una época en la que la habitabilidad de múltiples especies se ha puesto en peligro (Tsing, 2017b: 53).
Algo importante de notar es que, para Tsing, aún cuando el Antropoceno funcione como una hermenéutica apropiada para señalar el desastre ecológico en el que nos encontramos, resulta una configuración que precisamente debe ser resistida. No sólo el diseño de las plantaciones hace que la naturaleza se torne capital; por su homogenización las plantaciones promueven la proliferación de diversos patógenos y efectos destructivos para las ecologías previa a su inscripción.
Podemos decir entonces que las plantaciones transforman el mundo vivo en bienes y capital, además de hacer proliferar consecuencias biológicas como patógenos y otros fenómenos (llamadas por Tsing “biologías feroces”) en detrimento de los emplazamientos y entrelazamientos de los mundos vivos y diversos que emergen a partir del holoceno:
Las plantaciones disciplinan a los organismos como recursos sacándolos de sus mundos de vida. Los inversores simplifican las ecologías para estandarizar sus productos y maximizar la velocidad y la eficiencia de la replicación. Los organismos se eliminan de sus ecologías nativas para evitar que interactúen con especies compañeras; están hechos para coordinarse solo con réplicas y con el tiempo del mercado (Tsing, 2017b: 59).
A modo de ejemplo es posible reconocer en las plantaciones de pino que se extienden en la Patagonia argentina y chilena, un caso que muestra estas dos características que Tsing reconoce propias de las plantaciones: por un lado, la mercantilización de la naturaleza teniendo como resultado una homogeneización y empobrecimiento de sus relaciones; por otro, la proliferación de consecuencias biológicas. La instalación de un modelo forestal creado para incluir a la Patagonia en una dinámica productiva hizo que, a mediados del siglo XX, se impusiera la tala del bosque nativo y posterior siembra de plantaciones de pino. La introducción de esta especie exótica obedeció a la implementación de un plan de desarrollo nacional para incluir a la Patagonia en la cadena de valor productiva. Debido a los ciclos de crecimiento del pino ponderosa, se hacía más rentable sembrar esta especie que intentar reforestar el bosque con especies nativas. Como lo dice la investigadora Ana Valtrini:
En esta zona [Patagonia], la especie exótica históricamente más utilizada es el pino ponderosa (Pinus ponderosa). El mismo se planta con el objetivo de obtener materia prima y madera en ciclos más cortos, iniciar el negocio de la fijación de CO2 por Mecanismos de Desarrollo Limpio u obtención de biocombustibles e, indirectamente de frenar el proceso de desertificación que está afectando a importantes áreas de la región (2008: 49).
La expansión de las plantaciones de pino demuestra así la imposición de ecologías simplificadas con el fin de mercantilizar la naturaleza y visualiza uno de los rasgos característicos del Antropoceno.[7] Con respecto a las consecuencias que Tsing denomina biologías o proliferaciones feroces, se puede constatar en las plantaciones de pinos patagónicas al menos dos ejemplos que representarían este proceso. Por un lado, algunos biólogos han investigado cómo las plantaciones consumen más agua que los bosques nativos generando procesos de sequía y desertificación. Estos trabajos muestran cómo la evotranspiración es mucho más alta en especies exóticas que en bosques nativos, disminuyendo los caudales en un porcentaje del 40% para los pinos y un 70 % para los eucaliptos (Farley et al., 2005). Por otro lado, se ha mostrado que, junto al cambio climático y las sequías, las plantaciones pueden considerarse como uno de las causantes del aumento en la intensidad de los incendios forestales en Patagonia. El aumento de la temperatura y las especies exóticas altamente inflamables (como los pinos), se refuerzan mutuamente para producir incendios mas frecuentes e intensos (Paritsis et al., 2018). Algo que, quienes vivimos en Patagonia, hemos podido comprobar de manera encarnada.[8]
Así pues, es posible distinguir hasta el momento tres elementos en las plantaciones: mercantilización de la naturaleza, simplificación de las relaciones ecológicas y proliferación de otras biologías (feroces) que avasallan y avanzan sobre las poblaciones consideradas nativas. Se puede nombrar una cuarta característica de las plantaciones: escalabilidad e intercambiabilidad. En cuanto a la escalabilidad, el modelo de plantación exige, en su misma esencia, que los cultivos puedan multiplicarse a través del territorio sin ser modificados. Dice Tsing, refiriéndose al modelo implantado por colonizadores portugueses en Brasil:
En sus plantaciones de caña de azúcar de los siglos XVI y XVII en Brasil, por ejemplo, los plantadores portugueses tropezaron con una fórmula para expandirse sin contratiempos. Crearon elementos de proyecto independientes e intercambiables, de la siguiente manera: exterminar a las personas y plantas locales; preparar ahora, tierra vacía y no reclamada; y traer mano de obra exótica y aislada y cultivos para la producción. Este modelo territorial de escalabilidad se convirtió en una inspiración para la industrialización y modernización posteriores (Tsing, 2015: 38).
Por otro lado, la intercambiabilidad de los elementos humanos y no humanos en el emplazamiento de las plantaciones resulta decisivo. El esclavo en las plantaciones puede ser suplantado por otra fuerza de trabajo en este modelo, así como el elemento no humano:
La intercambiabilidad en relación con el marco del proyecto, tanto para el trabajo humano como para los productos vegetales, surgió en estos experimentos históricos. Fue un éxito: se obtuvieron grandes beneficios en Europa y la mayoría de los europeos estaban demasiado lejos para ver los efectos. El proyecto fue, por primera vez, escalable o, más exactamente, aparentemente escalable. Las plantaciones de caña de azúcar se expandieron y se extendieron por las regiones cálidas del mundo (Tsing, 2017b: 39).
Las plantaciones, en esta perspectiva, limitan el resurgimiento y la propagación de vida de la diversidad de organismos en beneficio de unas cuantas pocas especies. Consigo llevan el efecto homogeneizador de los regímenes de naturaleza que hoy comprendemos como Antropoceno. De esta manera las plantaciones ayudan a comprender la semántica y materialidad de la época actual. Permiten de esta manera anclar el concepto en una materialidad multiespecie que se encarna en los territorios mismos. El prestar atención a este emplazamiento entre humanos y no humanos y a su efecto disruptivo en las vidas de numerosas especies, puede ser un aporte a disciplinas como la Antropología. Asimismo, la relación entre la escala y narrativas locales (que conjugan historias humanas y más que humanas en las cuales las plantaciones juegan un papel determinante[9]) y la narrativa global (que brinda un concepto como Antropoceno), presenta un lugar en el cual generar contactos y relaciones para trabajos de corte socioambiental. Así lo dice Tsing:
Necesitamos rastrear y movernos entre las observaciones etnográficas arraigadas en comunidades particulares, por un lado, y las historias y conexiones amplias, por el otro. Necesitamos comprender las simpatías entre humanos y no humanos que hacen posible los arreglos del Antropoceno, así como las trayectorias históricas más que humanas que se unen tanto en hegemonías terribles como en parches de esperanza o resistencia. Éstas son tareas para las que los antropólogos se han capacitado. Un nuevo campo nos espera y exige una atención urgente (2017b: 61).
Plantacioceno
El movimiento retórico y estilístico que realizan Donna Haraway y Ana Tsing para proponer un nuevo neologismo a la ya vasta gama de términos que hoy en día comprenden los estudios relacionados con el Antropoceno podría pasar por una nimiedad o curiosidad más. Nombrar a la nueva época geológica como la edad de las plantaciones es proponer un foco de atención que, como ya lo vimos con Tsing, pretende arrojar dos efectos sobre los estudios que podríamos denominar socioambientales: uno, llevar la atención a la simplificación de los ecosistemas que se han implantado a nivel planetario desde la colonización de las américas; dos, dar cuenta de la capacidad de otras agencias y su conjugación con los humanos para modificar y crear mundos. Esta es una de las grandes paradojas que es posible encontrar en buena cantidad de estudios inspirados en el Antropoceno: por un lado, los análisis de campo dan cuenta del acelerado proceso de extinción y la desaparición de diversas especies sobre el planeta que conlleva una modificación-homogenización de los ecosistemas. Por otro, varios autores pretenden mostrar los entramados humanos y no humanos en los cuales se juega la existencia misma. Muchos de los estudios pretenden hacer visibles las agencias no humanas que componen mundos en el planeta. Entonces, en un momento donde la diversidad de agencias en el planeta decrece cada día a un acelerado ritmo llevando al planeta a una posible sexta extinción masiva, áreas de estudio como las llamadas Humanidades Ambientales o la Teoría Actor Red (Latour, 2008) pretenden visibilizar la pluralidad de agencias con la cual inevitablemente los humanos estamos envueltos y enredados. Una cuestión crucial a la que apuntan las antropólogas norteamericanas es cómo contar, generar narrativas en épocas de profunda pérdida, en las cuales las acciones humanas han desatado un movimiento (y comportamiento) en el Sistema Tierra capaz de aniquilar diversas maneras de vivir. Podemos preguntar ¿cómo dar lugar y voz a las diversas agencias no humanas que componen el mundo, que han sido decretadas bajo un punto de vista naturalista de forma mecánica y muerta cuando estas mismas se hallan en peligro de desaparecer o, de hecho, ya han desaparecido de la faz de la tierra, en gran parte debido a los catastróficos efectos que ha desatado el accionar de cierta configuración humana, del dominio de ciertas sociedades sobre el planeta entero?
El término Plantacioceno surge en una reunión interdiciplinaria sobre el Antropoceno que después fue publicada en la revista Ethnos (Haraway et al., 2015). Como antes lo dijimos, pretende llevar la atención al arreglo y la modificación de los territorios, con especial énfasis en la manera como se reúnen los emplazamientos no humanos, de manera que resulten escalables e intercambiables. También nos lleva a plantear cómo la naturaleza entra en un régimen donde deviene un ente abstracto capaz de convertirse en capital. Como lo dice Ana Tsing: “Necesitamos comprender la dinámica a través de la cual se extraen plantas y animales para que se conviertan en recursos que se puedan utilizar para la inversión. Las plantaciones y los corrales de engorde son lugares donde esto sucede” (Haraway et al., 2015: 556). Mas adelante, Haraway resume de manera clara y poderosa lo que pretenden al proponer el término:
El Plantacioceno hace que uno preste atención a las reubicaciones históricas de las sustancias que viven y mueren alrededor de la Tierra como un requisito previo necesario para su extracción. No es casualidad que la mano de obra venga de otro lugar, incluso si, en principio, hay mano de obra local disponible. Porque es más eficiente en la lógica del sistema de plantaciones exterminar la mano de obra local y traer mano de obra de otros lugares. El sistema de plantación depende de la reubicación de las unidades generadoras: plantas, animales, microbios, personas. La práctica sistemática de reubicación para extracción es necesaria para el sistema de plantación. Esto comenzó antes de la historia de mediados del siglo XVIII de los combustibles fósiles y las máquinas de vapor y la revolución industrial, etc. Todo lo cual es tremendamente importante, ¡Dios lo sabe! Y lamentablemente es así. Pero creo que las revoluciones fundamentales en los términos son consecuentes, por lo que debemos llamarlo Plantacioceno, ¡olvídate del Capitaloceno! (Haraway et al., 2015: 557).
El término Plantacioceno resulta una provocación y un desafío al Anthropos del Antropoceno. Por un lado, su propuesta nos recuerda la relación entre la actual crisis ecológica y la posible sexta extinción masiva y la rasgadura que significó para los diversos pueblos indígenas la colonización europea en América. El colonialismo, y esto se hace patente cuando prestamos atención a las plantaciones, significa un manejo y disposición de la naturaleza, una modificación a gran escala de los territorios. Como lo recuerdan Davis y Todd:
El colonialismo, que en las Américas empleó simultáneamente los procesos hermanados de despojo y esclavitud, siempre tuvo que ver con cambiar la tierra, transformar la tierra misma, incluidas las criaturas, las plantas, la composición del suelo y la atmósfera. Se trataba de mover y desenterrar rocas y minerales (2017: 770).
Este escrito se proponía mostrar dos elaboraciones recientes en los estudios del Antropoceno que pueden ayudar a dos cuestiones principalmente: por un lado, ligar el proceso de transformación radical de la geología y las atmósferas del planeta al colonialismo sufrido por las poblaciones humanas y no humanas en las Américas. El aporte de Lewis y Maslin al señalar 1610 como un posible “clavo de oro” para el Antropoceno nos permite traer a la conciencia este hecho. Por otro lado, las plantaciones y el término propuesto por Tsing y Haraway de Plantacioceno nos recuerda prestar atención no solamente a la historia humana sino al emplazamiento entre humanos y no humanos y las consecuentes modificaciones que ha tenido lugar, y lo sigue teniendo, a lo largo de los territorios.
La datación del Antropoceno que proponen Lewis y Maslin señala la importancia en la conceptualización del tiempo. Lo singular del tiempo que señala la marca propuesta por los geógrafos británicos es precisamente la materialidad de la ausencia inscripta en los archivos de los hielos de la Antártida. Por otro, el fenómeno de las plantaciones afirma la modificación de los territorios, el espacio. Espacio y tiempo, como lo sugieren Danowski y Vivieiros de Castro (2019), son las dos categorías en las cuales el mundo y nuestra experiencia se ven profundamente afectadas en la actual época y de las cuales el término Antropoceno, a nivel filosófico-antropológico, pretende dar cuenta. Puede ser que un término como Plantacioceno no tenga la repercusión que ha tenido el concepto de Antropoceno; sin embargo, dirige la mirada y la investigación a un posible campo de estudio, las plantaciones, así como lo relaciona a una historia más profunda en la cual es posible pensar en términos de justica ambiental y perspectivas más allá de la humana.
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1. Cambio climático
2. Acidificación de los océanos
3. Depleción del ozono estratosférico
4. Uso de agua dulce
5. Pérdida de biodiversidad
6. Interferencia de los ciclos globales de nitrógeno y fósforo
7. Cambio en el uso del suelo
8. Polución química
9. Tasa de aerosoles atmosférico