Resumen:
Durante las últimas décadas, se han producido importantes transformaciones en la región del Alto Uruguay misionero (Argentina) relacionadas principalmente con la saturación de la frontera agrícola y la mayor integración de la zona al resto de la provincia y del país. Esto significó para los productores locales una completa transformación de las condiciones de reproducción vigentes. Entran en crisis los tradicionales modos de producción y reproducción, y surgen nuevas estrategias de vida. El interés de este trabajo etnográfico, se orienta a abordar en qué consiste la reproducción de la agricultura familiar actual desde una perspectiva centrada en la vida cotidiana y no en el análisis de grandes procesos estructurales. Haremos hincapié en las diferencias sustanciales que se desarrollan al interior de la fratría, pues evidenciamos que los hijos toman trayectorias biográficas diferenciales, de acuerdo al género, edad, posición en la estructura familiar y a su relación ante la herencia, es decir, si son herederos o excluidos de los bienes a transmitir.
Palabras clave: Agricultura Familiar, Herencia, Estrategias Domésticas, Reproducción Social.
Abstract:
During the last decades, there have been important transformations in the Alto Uruguay misionero region (Argentina) mainly related to the saturation of the agricultural frontier and the greater integration of the area with the rest of the province and the country. These changes have affected local producers by provoking a complete transformation of the current breeding conditions. Traditional production and reproduction modes are in crisis, and new life strategies emerge. The interest of this ethnographic work lies in addressing what the reproduction of current family farming consists out of a perspective focused on daily life and not on the analysis of large structural processes. We will emphasize the substantial differences developed within the phratry, therefore we demostrate that children take differential biographical trajectories according to gender, age, position in the family structure, and their inheritance relationship, based on being heirs or being excluded from the goods to be transmitted.
Keywords: Family Farming, Inheritance, Domestic Strategies, Social Reproduction.
ARTÍCULOS LIBRES
HEREDEROS Y EXCLUIDOS. ESTRATEGIAS DOMESTICAS DIFERENCIALES EN FAMILIAS AGRÍCOLAS DEL ALTO URUGUAY MISIONERO A INICIOS DEL SIGLO XXI
Heirs and excluded. Differential domestic strategies in farm families of Alto Uruguay misionero at the beginning of the 21st century
Recepción: 24 Febrero 2021
Aprobación: 04 Octubre 2021
La transferencia intergeneracional indivisible de la tierra, que implica la designación de un heredero y la exclusión de uno o más hijos de la herencia, continúa siendo para las familias agrícolas del nordeste de Misiones, la premisa principal a partir de la cual se organizan el resto de las estrategias domésticas. Es la base que permite la reproducción social de la población rural a través del tiempo (Bourdieu, 2004; Brumer y Dos Anjos, 2008; Carneiro, 2002; Paulilo, 2003; Seyferth, 1985; Schiavoni, 1995; Woortmann, E. 1995; K. Woortmann y E. Woortmann, 1990). Esto condiciona el destino de los hijos, produciendo una importante diferenciación en sus biografías.
En el primer apartado analizaré cómo la transmisión de bienes repercute entre los descendientes herederos; luego abordaré las trayectorias más habituales transitadas por los hijos excluidos de la herencia, específicamente de la tierra familiar. Entre ellos están los que reciben algún tipo de compensación o quienes han quedado al total desamparo en la repartición de bienes. El lector podrá observar que mientras los herederos disponen de los medios de producción y de reproducción tradicionales, deberán asumir la responsabilidad de preservar las tierras, el apellido familiar y el oficio de agricultor, mientras los hermanos no herederos tendrán que buscar fuera de la explotación agrícola sus principales medios de subsistencia.
El trabajo de campo etnográfico se desarrolló entre los años 2014 y 2020, utilizando las entrevistas en profundidad[1], la observación participante y talleres participativos con niños y niñas como principales herramientas de recolección de datos. Las unidades de análisis fueron las familias en su totalidad otorgando prioridad a las voces de las mujeres y los niños. Desde una perspectiva micro social, centrada en el actor y las particularidades de la vida cotidiana, se abordarán fenómenos sociales más amplios que permitirán caracterizar los cambios acontecidos en la región del Alto Uruguay desde mediados de la década de 1990. La saturación de la frontera agrícola, la sucesiva incorporación de los agricultores familiares a la agroindustria tabacalera, el consecuente desplazamiento de cultivos tradicionales, el acceso tardío a la monetarización, el creciente proceso de revalorización de la tierra y el interés por incentivar la salida de la chacra y el empleo urbano en las generaciones más jóvenes, son algunas de estas transformaciones.
Los estudios antropológicos ofrecen complejidad a los estudios rurales y evidencian que categorías como familia y parentesco continúan siendo los principales ordenadores de las relaciones sociales entre estas poblaciones agrícolas. Centrados la mayoría de las veces en la trayectoria de los herederos, veremos que los caminos habituales seguidos por los hijos excluidos de la herencia arrojan luz sobre un tema poco abordado y de gran importancia para el análisis de las condiciones de reproducción de la agricultura familiar en la actualidad.
El sitio de estudio es Paraje Lavanda[2], una colonia periurbana de la localidad de El Soberbio[3]. La elección de este lugar se debió tanto a mi residencia en el paraje desde el año 2014, como al interés por indagar las condiciones de reproducción de la agricultura familiar en un espacio en el cual, por su cercanía y accesibilidad al pueblo, las familias poseen mayores posibilidades de inserción en actividades urbanas. Mi condición de insider ha sido una ventaja y a la vez un gran obstáculo para la realización de este trabajo. Por un lado, mi calidad de vecina ha transformado mi trabajo de campo en constante y cotidiano, reduciendo los inconvenientes típicos de los inicios de toda instancia de recolección de información (desencuentros fallidos, negación a realizar entrevistas, etc.). Sin embargo, me encontré con la dificultad de registrar las entrevistas, pues la incorporación del grabador rompía con la espontaneidad que me otorgaba mi calidad de vecina. Es así que comprendí que el investigador no elige las herramientas metodológicas a utilizar, sino que muchas veces ellas se nos imponen en el propio proceso de investigación, hecho que posicionó a la observación participante como principal estrategia de recolección de datos. Asimismo, mi condición de vecina ha hecho de mi propia experiencia de vida en el paraje un insumo para la investigación, adentrándome en el camino de la auto etnografía. Mi presencia activa en el campo y su incidencia en el resto de las etapas de investigación, han hecho de la reflexividad un paso necesario, más allá de que sea un requisito metodológico obligado.
En este apartado indagaremos en qué consiste la elección y formación del heredero. Los padres se encargarán de buscar al hijo más adecuado para que ocupe ese lugar, quien deberá demostrar sus habilidades como agricultor y sus capacidades de gestión de la unidad productiva. No existen patrones rígidos que determinen quién será el sucesor: mientras algunas familias elijen al primogénito, otras optan por el hijo varón menor. Las estrategias puestas en juego y los instrumentos de negociación y compensación disponibles variarán de acuerdo a las condiciones de cada familia (Carneiro, 2002: 23).
Para ello, los hijos deberán conocer en profundidad todo lo que concierne a las actividades desarrolladas en la chacra[4]. El proceso formativo transgeneracional requiere la incorporación de ciertas habilidades para lo que es imprescindible sumergirse en las comunidades de práctica desde muy pequeños (Padawer, 2018: 36). Estas experiencias formativas no formales encubren importantes particularidades que incluyen relaciones de reciprocidad y a la vez de dominación. El conocimiento agrícola transmitido de generación en generación –pero también recibido por miembros colaterales de la familia– es un saber práctico, basado en la experiencia, que requiere de un tiempo de familiarización lo que significa que los niños se empapen gradualmente en el trabajo agrícola:
Yo por ejemplo crecí en la chacra, en el rozado[5]. Cuando era chiquita siempre mi mamá me llevaba junto, ¿viste? No trabajaba, no hacía nada, jugaba, pero iba. Después cuando nació F. tenía que cuidarle, o sea no trabajaba con ellos, pero si estaba. Depende el clima, si hacía mucho calor o no, nos quedábamos en casa, sino en el rozado. Y después de mayorcita si, por ejemplo, le ayudaba cuando mi mamá no podía o cuando faltaba alguien a tirar la mudita de la planta de tabaco cuando plantaban en el rozado, pero ya de grande no de tan chiquita. Y en el tabaco, en particular, a sembrar, a plantar digamos o a atar los manojos (…). Y en la citronella muy poco, a lo sumo después en el alambique[6] íbamos, porque íbamos a almorzar ahí. Pero trabajar si no, por ahí ayudaba a tirar el pasto, a pisar, no mucho (…) tratar animales[7] (U. Unter, 20 años, estudiante, comunicación personal, 12/12/2019).
Se corrobora una incorporación progresiva de los niños en las actividades productivas de acuerdo a su edad, basada en la participación periférica vinculada a la participación guiada (Lave y Wenger 2007 en Padawer, 2010: 361), en la cual los jóvenes asumen paulatinamente mayor autonomía en las actividades específicas que contribuyen al sostenimiento de la agricultura familiar. Dependiendo del sexo y la posición ocupada en la fratría, se reparten las actividades, funciones y áreas de trabajo.
Se requiere una exposición continua y prolongada de observación y participación. En contraposición, el saber técnico (relacionado al conocimiento teórico) es frecuentemente desestimado. El trabajo se rige por un “ver para hacer” más que en un “saber para hacer” y la propia experiencia se observa como herramienta de aprendizaje principal. Se caracteriza por una primera etapa de acompañamiento; luego instancias de observación; al poco tiempo –y dado que los niños aprenden por imitación– se incentiva la imitación lúdica del oficio de los padres. Más adelante se inicia una etapa de colaboración o “ayuda” en tareas específicas de acuerdo a su sexo; para alcanzar a mediados de la adolescencia una unidad completa de fuerza de trabajo, lo que significa que podrán desarrollar todas las funciones asignadas al sexo correspondiente.
El tránsito por las diversas etapas de aprendizaje entre los hermanos es desigual: no todos los hijos atraviesan la totalidad del ciclo formativo. Por lo general, los hijos varones (potenciales herederos hasta que los padres elijan al más apto) atraviesan todas ellas, pues no solo compiten con sus hermanos para ganarse el puesto de sucesor, sino que en caso de que se perpetúen en la agricultura familiar, serán los encargados de dirigir sus futuras explotaciones. Es frecuente que la composición de la familia de origen y las condiciones materiales de existencia obliguen a todos los hijos (incluidas las mujeres) a aprender todas las actividades agrícolas, aunque éstas últimas en calidad de “ayudantes”. Por supuesto, las mujeres trabajan a la par de los hombres en los rozados, sin embargo, su trabajo definido como “ayuda” es invisibilizado[8].
Debido a la necesidad de restringir la herencia a unos pocos miembros de la descendencia, las familias agrícolas deben criar hijos que, por un lado, deseen continuar con la labor agrícola y al mismo tiempo, otros que deseen salir de la agricultura. Esta doble y simultánea situación implica trayectorias disímiles entre los hermanos: los excluidos suelen invertir mayor tiempo en estudios u oficios diversos, dado que es a través de estas actividades que conseguirán futuros empleos. Por el contrario, el heredero deberá centrarse en el aprendizaje de todas las actividades que se desarrollan en la chacra, son los que mayor participación tienen en las comunidades de práctica, lo que se traduce en algunas circunstancias en la interrupción de los estudios secundarios. Herederos y excluidos transitan entonces ambos espacios formativos (chacra y escuela) aunque con diferencias de intensidad.
Entre las relaciones de dominación que rigen estos vínculos, corroboramos que el principio de jerarquía regula todas las relaciones sociales al interior de estas familias (Winikor Wagner, 2020: 104): se evidencian relaciones de poder de los adultos sobre los niños y, a la par, de los hombres sobre las mujeres. Quiénes son expertos y quiénes aprendices dependerá del espacio de aprendizaje y de quienes detenten la autoridad en las diferentes esferas. Los hombres les enseñan a sus hijos varones y las mujeres a las hijas, pues al ser aprendizajes prácticos, la enseñanza sigue las reglas de la división sexual de las tareas. Se expone a continuación cómo la división sexual del trabajo impone funciones y espacios determinados por el sexo:

Muchas veces son los hermanos mayores quienes les transmiten los saberes agrícolas a sus hermanos más pequeños, especialmente cuando la diferencia de edad es grande. Asimismo, son quienes cargan con las ayudas orientadas a mantener la totalidad del grupo doméstico cuando el mismo se encuentra en la etapa de expansión, mientras los menores serán los encargados de mantener al hogar de origen en la etapa de desmembramiento, dispersión de sus hermanos en nuevos núcleos conyugales y vejez de los padres. Por lo general, son los últimos en marcharse del hogar de origen y quienes terminan ocupando el lugar del sucesor. La últimogenitura suele ser funcional y eficiente entre las familias campesinas, aunque no sea una regla estricta (Seyferth, 1985: 22).
La premisa de indivisibilidad de la tierra en contextos de baja capitalización y dificultad para acceder a mayores extensiones de tierra implica que, mientras algunos hijos deben perpetuarse en la agricultura, otros recurren obligadamente a trabajos extraprediales (pues si la tierra se divide entre toda la descendencia la explotación agrícola como unidad productiva se volvería inviable). Seyferth (1985) ha abordado la obligada pluriactividad por la que deben transitar los hijos excluidos de la herencia entre las poblaciones agrícolas de Santa Catarina (Brasil). En sus trabajos, se evidencia la transición generacional de colono a worker-peasants.
En sus estudios realizados en los estados de Río Grande do Sul y Río de Janeiro (Brasil), Carneiro (2002) insiste en la reproducción diferencial entre varones y mujeres, pues “quedaban excluidos, por principio, todas las hijas y los hijos que saliesen de la colonia para estudiar en la ciudad” (34, traducción propia); algo que se repite en nuestra zona de estudio. Aquí vemos que quedan exceptuados de la condición de heredar: a) los hijos que emigran del paraje –el abandonar el lugar de origen se traduce en desinterés por la tierra familiar–; 2) aquellos que no trabajan la tierra; 3) por último, las hijas mujeres. La posición auxiliar de las mujeres en el proceso productivo (Padawer, 2018: 40) les impide demostrar su capacidad de administrar las tierras, aunque sean ellas las que en muchas familias se encarguen de gestionar el presupuesto familiar. A su vez, la herencia está condicionada por la predisposición y la tenencia de ciertos atributos. Entre los colonos teutobrasileños[9] la consanguinidad no implica que la herencia sea un bien adquirido como lo impone el Código Civil. Como bien relata Woortmann (1995), abre las posibilidades de acceso a los bienes, pero no implica acceso directo a los mismos. El sucesor “se hace” y la herencia “se conquista”.
A través de este trabajo podremos observar la importancia que adquiere entre las poblaciones agrícolas el parentesco y la familia. En este sentido, la antropología otorga una mirada particular de las condiciones de conservación de la agricultura familiar en pleno siglo XXI: las relaciones de producción están arraigadas al contexto, a los valores e ideología social vigente. Estas no pueden concebirse aisladamente. Las relaciones de jerarquía que estructuran a las familias condicionan las estrategias de reproducción social y con ellas los sistemas de herencia adoptados, las compensaciones y las trayectorias vitales habituales entre los hijos no herederos. Aquí, las leyes sucesorias pierden legitimidad y se readecúa el sistema de herencia al derecho consuetudinario, donde la igualdad de los hijos es reemplazada por una clasificación diferenciada que conlleva compensaciones específicas.
Las pautas de herencia que pone en práctica cada familia están condicionadas por el patrimonio a transmitir, su nivel de capitalización, las condiciones socioeconómicas del grupo, la predisposición de sus hijos al estudio/trabajo, las costumbres y pautas culturales relacionadas a los sistemas de herencia adoptados, los valores culturales sobre los géneros, la cantidad de hijos y su composición por sexo y edad, el mercado de tierras y sus aptitudes y limitaciones físicas o cognitivas. Cada familia resuelve la herencia de modos diversos y singulares. No existen pautas fijas. Es al momento del matrimonio del primer hijo que se inician las negociaciones y se ponen en marcha las primeras estrategias de transmisión del patrimonio.
El modo de organización residencial definido como grupo de hogares (Winikor Wagner, 2020), muy difundido en Paraje Lavanda, intenta encontrar solución a las compensaciones de los hijos excluidos de la herencia en un contexto en que la agricultura ha perdido la capacidad de reproducción que poseía décadas atrás. A través de la cesión de suelo para la construcción de sus viviendas, los hijos excluidos dispondrán de espacio para la construcción de sus casas, manteniendo la residencia rural, pero deberán volcarse al trabajo asalariado urbano. De este modo, se constituye una organización residencial en que los padres, la familia del heredero y de los hermanos que han sido compensados con tierras, comparten: suelo, algunos gastos, ayudas mutuas y cuidados recíprocos, pero cada unidad de vivienda mantiene su propio presupuesto.
Herederos a tiempo completo
Los herederos son quienes tendrán a su disposición todas las instalaciones agrícolas para continuar con la agricultura como actividad económica predominante. Son los más apegados al orden tradicional y en ellos, la policultura y simultaneidad de tareas se mantendrá como estrategia de reproducción principal. Antaño, en momentos económicos críticos algunos solían vender temporalmente su fuerza de trabajo, con el ánimo de retornar rápidamente al trabajo en la explotación. En la actualidad esto no resulta tan habitual, pues los ingresos provenientes de subsidios sociales (especialmente pensiones no contributivas y Asignación Universal por Hijo) retienen la salida de la mano de obra doméstica.
Hoy en día, las familias con herederos full time son aquellos agricultores próximos a jubilarse, pues son pocos los casos de jóvenes que eligen dedicar tiempo completo a la producción agropecuaria. Las nuevas generaciones combinan agricultura y actividades extra prediales convirtiéndose en agricultores a medio tiempo. De este modo, la agricultura se transforma en una estrategia eficiente para disminuir los costos de manutención y cubrir buena parte de la alimentación del grupo, pero no para obtener ingresos económicamente significativos. Para el resto de los gastos se recurre a los ingresos provenientes de “changas”, empleos urbanos o subsidios estatales.
Mi papá es consciente de que en la chacra como pequeño agricultor ya no tenés futuro, mi papá es consciente de eso, entonces dice que prefiere que yo tenga un laburo estable, que pueda cobrar un sueldo; y si el día de mañana quiero invertir en algo como en una reforestación o algo, buen que esté la chacra, pero que no viva solo de eso (U. Unter, 20 años, estudiante, comunicación personal, 12/12/2019).
Esta es la razón por la cual los colonos a tiempo completo –es decir quienes se dedican exclusivamente a la chacra sin la necesidad de vender su fuerza de trabajo fuera de la explotación– se encuentran en retirada. El creciente desinterés de los jóvenes por las actividades agrícolas y el propio deseo de los padres de que salgan de la chacra hace que el oficio de agricultores a tiempo completo no sea un ideal a seguir, repercutiendo decisivamente en las estrategias sucesorias. Esto explica dos situaciones: 1) las nuevas generaciones de herederos combinan la agricultura familiar destinada al “gasto” y actividades extra prediales, constituyéndose generaciones de herederos a medio tiempo; y 2) se corrobora la existencia de chacras sin herederos, donde ninguno de los descendientes continúa con la agricultura familiar.
Herederos a medio tiempo
La ubicación privilegiada de Paraje Lavanda, la saturación de la frontera agrícola junto a la modernización que se ha vivenciado en las últimas décadas (Winikor Wagner, 2020: 111), ha reducido la distancia entre los modos de vida del campo y la ciudad. Ha llevado a las poblaciones rurales a adoptar valores e ideales urbanos, deslegitimando el deseo de las generaciones más jóvenes de seguir en la agricultura, al menos como principal actividad económica. Hasta la década de 1990, las familias centraban sus objetivos en ampliar su patrimonio para –de este modo– dotar y ubicar a su descendencia en unidades de producción agrícolas, compensando al menos a los hijos varones con chacras donde pudieran asentar a su grupo familiar primario y reproducirse dentro de esta actividad. Sin embargo, hoy vivir exclusivamente de la agricultura familiar significa alcanzar niveles mínimos de subsistencia, no disponer de recursos para capitalizar la explotación, lo que implica sacrificio y esfuerzo físico y la imposibilidad de ascenso social: trabajar la chacra sin ingresos externos “no adelanta”[10] y, para muchos, es “estar destinado a la pobreza”. Por ello, quienes quedan a cargo de la chacra tratan de combinarla con trabajo asalariado y volcar sus ingresos en bienes de capital con el objetivo de ampliar, diversificar y mecanizar las actividades desarrolladas en la explotación familiar. Esto evidencia que las condiciones de reproducción social desarrolladas por las poblaciones agrícolas locales no poseen el mismo poder que antes y se requieren nuevas estrategias de vida para afrontar las necesidades actuales.
Herederos célibes y herencia vacante
Lavanda posee una característica que no se repite en otros parajes y colonias locales: la existencia de un gran número de solteros. Los motivos para mantener el celibato son diversos, sin embargo, pueden exponerse a modo general algunas causas que explican esta tendencia.
Este paraje ha mostrado en las últimas décadas importantes signos de modernización: niveles de estudios más elevados que el resto de las colonias, reducción del tamaño de las familias, mujeres que se incorporan al mercado laboral, mayor inserción de las poblaciones jóvenes en el mercado de trabajo urbano, acceso a diversos bienes y servicios, mayor cantidad de viviendas independientes en detrimento de la organización doméstica en torno a stem family, entre otras. La chacra ya no es un proyecto personal elegido y deseado por las inmensas mayorías de los descendientes, sino que es parte de un proyecto familiar que alguno, al menos uno de los hijos, debe encargarse de conservar.
Mientras este cambio de época ha significado para algunos una buena forma de abrirse al mundo, para otros, se traduce en el derrumbe de su espacio de contención. Qué mejor entonces que densificar las relaciones donde uno encuentra refugio y protección que a través del celibato laico con un mayor retraimiento a la esfera doméstica: de la casa al rozado y del rozado a la casa, son escuetas las posibilidades de encontrar pareja. Es la dificultad de vivir la vida exterior al paraje lo que lleva a la soltería de algunos de sus miembros, no “saber hacer” fuera de la familia. El problema radica en que la mayoría de los celibatarios son los hijos elegidos herederos, motivo por el cual en la generación siguiente la herencia quedará vacante –hecho que requerirá indagar qué decisiones se toman al interior de la familia para resolver la transmisión del patrimonio–. Mientras antes eran los hijos privilegiados, hoy son quienes encuentran mayores dificultades para contraer matrimonio, algo que refleja el inicio del fin: la entrada en decadencia del propio sistema de valores campesinos (Bourdieu, 2004).
De yernos a hijas: el reposicionamiento de las mujeres
En las familias agrícolas, la tenencia de hijos varones es ampliamente valorada, pues no sólo significa la perpetuación del apellido familiar, sino asegurarse un heredero y disponer de unidades completas de fuerza de trabajo (pues no olvidemos que la mujer “ayuda” mientras el hombre trabaja). En cambio, tener un número elevado de descendientes mujeres se puede transformar en un problema, dado que hay que compensarlas y/o conseguirle un matrimonio conveniente.
Por este motivo, décadas atrás, ante la ausencia de hijos biológicos, se salía a su búsqueda: se “criaba” uno o “había que hacerse de un buen yerno”, que se convierta en su “socio”. Un hombre de confianza a quien delegar las tareas productivas una vez que el poder de mando comienza a declinar. En algunos contextos, ésta era una de las razones que fundamentaba la predisposición de las familias a casarse entre parientes próximos, como estrategia para aglutinar la tierra (ver K. Woortmann y E. Woortmann, 1990: 21). En sociedades tradicionales donde hasta hace poco era infrecuente –y bastante mal vista– la separación de hecho y donde no existía el divorcio vincular, la adopción de un yerno como heredero era una forma eficiente de resolver la falta de hijos varones.
Con el paso de los años, se verifican transformaciones importantes en relación al lugar ocupado por la mujer y su posición de heredera: se corrobora la tendencia de equiparar los derechos entre los hijos y las hijas, aunque aún no se ha desestabilizado el rol histórico que ocupan los hombres como administradores, proveedores de recursos económicos y jefes de explotación. Por lo general, las mujeres heredan tierras mientras sus hermanos unidades productivas (es decir, con instalaciones, mejoras y bienes de capital incorporados). Aún queda mucho camino por recorrer para una verdadera igualdad entre los géneros.
Salidas negociadas: dotes compensatorias
Hasta aquí pudimos comprobar que los integrantes de una misma fratría más que pensarlos como hijos dotados de los mismos derechos y obligaciones, mantienen importantes diferencias en su interior. En cualquiera de los casos, los hijos deben mostrar ciertas cualidades que reflejen que vale la pena recibir, tanto parte del patrimonio familiar como el resarcimiento y que esa inversión económica no será en vano. A continuación, desarrollaremos los modos más habituales de compensación, tanto en hombres como mujeres.
Mujeres: entre el magisterio y la dote
Los So. fue notable porque las mujeres se fueron todas. Y los varones quedaron todos en la chacra (A. Ramos, 59 años, docente, comunicación personal, 11/11/2019).
La exclusión de la mujer se explica por dos razones: porque el trabajo productivo es cosa de hombres y porque la mujer casada “pertenece” a la familia del marido, perdiendo así los derechos de herencia. En este sentido, Brumer y Dos Anjos (2008) sugieren que la reproducción social en la agricultura familiar presupone importantes diferencias entre los sexos y, por lo tanto, estrategias específicas y diferenciadas. Los padres tratan de compensar esta desigualdad a través de dos medios: la dote y la inversión educativa. El primero refiere a una especie de compensación económica o en especie que la mujer traslada a su nuevo hogar (sea éste en la casa de sus suegros, en el grupo de hogar de su cónyuge o en su residencia neolocal). Es el medio por el cual la mujer retira bienes de su familia de origen que irán a parar a donde ella resida y en la mayoría de los casos serán administrados por su marido (K. Woortmann y E. Woortmann, 1990: 18; Paulilo, 2003: 5). Se recibe al momento de contraer matrimonio o del “acompañamiento” [11].
La dote no debe confundirse con los ajuares, pues no es considerado un regalo, sino un capital, “algo que ayuda a que arranques” (A. Ramos, 54 años, docente, comunicación personal, 11/11/2019). El ajuar, en cambio, es un conjunto de bienes y enseres domésticos que las mujeres de la familia le preparan a la flamante esposa. Son bienes de uso “femenino” destinados a las tareas que le corresponden “por naturaleza” y que facilitarán sus trabajos en el nuevo hogar. Se entrega a la mujer al momento de la unión, pues a ella está destinado su uso.
Por lo general, las hijas mujeres suelen recibir dotes en especie, hecho que no se debe estrictamente a cuestiones culturales, sino también económicas: es la forma de obsequiar en contextos de baja liquidez monetaria. Así, “una vecina que ingresó a la unidad conyugal con una vaca como único bien capital, terminó teniendo 50 cabezas de ganado” (Notas de campo, Casa Familia Ur., 2019), hecho que demuestra el provecho que hizo de esa dote.
La inversión educativa orientada a la continuación de los estudios terciarios o universitarios (preferentemente magisterio para las mujeres) es una de las salidas negociadas más frecuentes. Suele otorgarse anticipadamente, cuando las hijas terminan los estudios secundarios y depende de los atributos que manifieste, la predisposición a tener éxito en dicha carrera, la importancia que le otorgan los padres a la educación y las posibilidades económicas de invertir en esta esfera. Sin embargo, en familias numerosas es un beneficio que está condicionado a la posición ocupada en la fratría, pues se otorga generalmente a las hijas menores del grupo. Los últimos años fueron esclarecedores en relación con el rol de la educación como motor de la movilidad social: se ha identificado cómo maestros –de origen agrícola y oriundos del paraje– han podido acceder a una mejor vida y a consumos novedosos para su origen social. El incremento de las políticas sociales y la entrega de subsidios fue de la mano con el ascenso de este tipo de compensación que, a su vez, aseguran la reproducción material de los padres en la vejez. En estas familias es habitual la idea de que los hijos están “obligados” a cuidar de sus padres cuando son mayores, dado que es una forma de retribuir lo que hicieron por ellos cuando eran niños, rastros del principio de jerarquía que estructura estas familias. Los hogares con posibilidades de afrontar los gastos de estudios se inclinan por este modo de compensación.
Aquellas mujeres que no eligen la vida rural, se insertan en el trabajo urbano como trabajadoras remuneradas del servicio doméstico. Algunas de ellas lo realizan de forma temporal, hasta que logran acumular ahorros para comprar o construirse una vivienda o mientras se encuentren solteras. Para otras, en cambio, es una salida permanente.
Hombres: preferencia por la vida salarial
La transmisión de la tierra en un solo descendiente, significa la exclusión de la herencia de uno o más miembros de la familia, quienes deberán vender su fuerza de trabajo en empleos extraprediales. La asignación de tierras en parajes distantes al casco urbano, la inversión educativa, la apertura de emprendimientos comerciales autónomos o la cesión de suelo en las inmediaciones del hogar de origen son complementarios a estos sistemas de herencia.
En los casos en que los hijos deseen continuar con la labor agrícola y las familias dispongan de medios económicos suficientes, suelen concederse chacras en sitios más alejados a la colonia de origen –y por ende más baratas–, chacras “peladas” (sin ningún tipo de instalaciones), dando inicio al proceso de “enjambre”[12] (Roche, 1969: 319). Sin embargo, las generaciones jóvenes de Lavanda ya no eligen este modo de compensación, pues por lo general se orientan a estilos de vida más urbanizados. Esto llevó a las familias a innovar en nuevas formas de resarcimiento: la entrega de pequeñas parcelas de tierra (lotes para la construcción de su residencia), dentro de la misma explotación familiar de los padres, hecho que les permite continuar con la producción destinada al consumo familiar combinando con empleos extra prediales. Es un modo de conservar la condición de trabajador asalariado y colono a medio tiempo entre los hijos excluidos de la tierra, de perpetuar ciertos atributos asociados a la identidad colona[13], llevando adelante una transmisión indivisa de la tierra y a la vez de facilitar el acceso a la vivienda propia. "La reproducción del campesinado local depende dramáticamente de la proletarización de la mayoría de los miembros de la comunidad” (Seyferth, 1992: 17, traducción propia). Tal como advierte la autora con respecto al sur de Brasil, el trabajo asalariado no se opone al trabajo agrícola familiar, por el contrario, se complementan, de hecho, es condición necesaria para la perpetuación de este último. La oferta de empleos urbanos no es ni muy amplia ni muy atractiva; los bajos salarios obligan a los empleados a desarrollar actividades complementarias en sus chacras cubriendo de este modo una parte de la alimentación del grupo doméstico. La cesión de una parte de suelo combinada con alguna actividad extra predial suele ser una de las estrategias domésticas más difundidas entre los hijos excluidos de la herencia.
Sin intenciones de desligarse completamente de la agricultura, pero sin vivir exclusivamente de ella, los jóvenes desean combinarla con empleo asalariado o algún emprendimiento comercial autónomo través del cual podrán disponer de ingresos monetarios fijos.
Y siempre de chiquitito me decía: “cuando vos seas grande para no sufrir nosotros como estamos ahora con tu papá, agarrá y, terminá 5to y estudiá una carrera, después fíjate como es G. o F. que a fin de mes tienen su sueldo, ¿viste? Tienen plata segura, vos no estás dependiendo de la sequía, de las piedras, del viento. Si vas bien tenés plata”. Desde chiquito me venían haciendo la psicológica: “estudiá, estudiá, estudiá” (F. Katz, 29 años, docente, comunicación personal, 11/12/2019).
La ayuda para realizar inversiones iníciales con el fin de que los hijos puedan desarrollarse en algún oficio o actividad independiente también se corrobora como una modalidad habitual de compensación.
Hasta aquí hemos analizado los diversos modos de negociación que presentan las familias que disponen de cierto margen económico para resarcir a los hijos excluidos de la herencia. Sin embargo, en muchos casos los hijos deben transitar la salida del hogar de origen sin ningún tipo de compensación.
Desamparados
Aquí desarrollaremos el caso de aquellos grupos domésticos que carecen de medios económicos para compensar a su descendencia, quienes, desposeídos de todo tipo de bienes materiales, salen del hogar de origen con “lo puesto”.
Entre las familias de origen agrícola, la estructura holista[14] que los caracteriza lleva a que los hijos elijan lo más adecuado para el conjunto del grupo lo que implica el ingreso a instituciones como las Fuerzas Armadas y de Seguridad[15] (FFAA y S), el celibato laico, la reproducción de unidades domésticas similares a las de origen o la asalarización en el medio rural.
De familias totales a instituciones totalizantes
La mayoría de edad y, con ello, la salida de la casa paterna significa un hito en la vida de los jóvenes. Para muchos es vivido como un momento de liberación de la autoridad paterna, para otros genera una importante angustia e incertidumbre sobre su futuro. La elección de espacios y profesiones con características similares al nido de origen suele amainar y acompañar la salida. El ingreso a instituciones como las FFAA y S, estructuradas bajo valores y principios semejantes a las familias tradicionales, es un modo de encontrar seguridad y familiaridad, para quienes fueron despojados de la posibilidad de reproducirse dentro de la agricultura familiar. Es, asimismo, un modo de mantener ciertos rasgos de identidad colona a pesar de no vivir en el medio rural. En nuestro país, estas instituciones se nutren de una gran mayoría de jóvenes excedentes del campo.
La mayoría elige como toda familia de ahí del campo o que sea de la chacra, familia un poco más humilde, no hay mucha alternativa, no hay mucha elección, por el tema que la familia no puede colaborar o ayudar para que estudie una carrera larga. (…) Por eso la mayoría o muchos, optan por una carrera militar o tanto cualquiera como policía, gendarmería, ejército…es una forma de independizarse más rápido, ganan un sueldo y progresar y poder ayudar a la familia, más que nada siempre ayudar a la familia. Es una carrera en el que uno empieza a cobrar al poco tiempo de permanecer o estar en la fuerza. Entonces, por eso queda una de las carreras o profesiones más buscadas por la gente del interior[16] (I. Da Silva, 27 años, gendarme, comunicación personal, 31/10/2019).
Los motivos son varios. Por un lado, no requiere ningún tipo de inversión inicial, hecho que alivia considerablemente la carga económica familiar en términos de inversión educativa. El único requisito es tener finalizado el nivel secundario y pasar unas series de pruebas (físicas, psicológicas, biométricas y una entrevista personal). “Mi hijo se metió en gendarmería por el sueldo” (S. Correa, 45 años, agricultora y cocinera de escuela, comunicación personal, 27/10/2019). En El Soberbio, las posibilidades de tener un trabajo estable son escasas y la docencia y las fuerzas se perfilan como únicos modos de ingreso a un empleo de calidad.
“Es la forma más rápida de salir adelante, de tener una vida, poder ayudar a la familia más que nada y progresar uno mismo” (I. Da Silva, 27 años, gendarme, comunicación personal, 31/10/2019). Los jóvenes conocen los logros alcanzados por los conscriptos en las diversas fuerzas y aspiran a un futuro similar. Es frecuente que en la familia o entre los vecinos y conocidos haya alguien que se constituya como modelo a seguir. Hecho similar ocurre con la docencia.
La estructura familiar holista de origen condiciona este tipo de elección: personas relacionales construidas por una totalidad colectiva (la familia) eligen las FFAA y S no sólo por los motivos anteriormente descriptos (condiciones estructurales) sino porque estos jóvenes, obligados a salir del entorno doméstico, necesitan pasar de una totalidad jerárquica a otra semejante[17], como forma de mitigar la salida hacia un mundo externo y urbano que desconocen por completo. Si bien la vida urbana resulta atractiva, es un destino incierto, que te aleja de la seguridad que da la tierra y la familia o, mejor dicho, la tierra familiar. En estos contextos qué mejor que el confort de lo conocido.
Generalmente son aquellos hijos que tienen pocas probabilidades de heredar, provenientes de familias con escaso capital o aquellos que, concientizados del esfuerzo que implica la pequeña producción, reconocen que fuera de ella obtendrán mejores condiciones vida. Es también un modo de alcanzar reconocimiento familiar y de constituirse, al menos puertas afuera, en una auténtica autoridad. Pasarán muchos años para serlo en el interior de estas instituciones, sin embargo, a la vista de todos, serán sujetos de poder y figura de autoridad local.
La otra opción es el celibato laico: una elección un tanto más aggiornada que su antecesora (la religiosa). La literatura especializada (Bourdieu 2004; Carneiro, 2002: 32; K. Woortmann y E. Woortmann, 1990: 15) advierte que esta opción ha sido fuertemente promovida por la iglesia entre sectores rurales de la Europa feudal, por lo que se ha constituido como un camino históricamente elegido por los hijos campesinos no herederos; elección funcional que sostuvo por siglos el patrón de herencia desigualitaria. De este modo, la iglesia albergaba a los hijos excluidos de la herencia, quienes con los años se convertirían en curas y en monjas, asegurándoles los gastos de formación y su manutención material. La vocación de servicio y la condición de súbdito que el oficio religioso imponía, se desarrollaba en una totalidad donde el todo trasciende al yo y que requiere indefectiblemente de una atenuación de la individuación. A través de la inserción en este tipo de instituciones, los excluidos de la herencia se ubicaban en una totalidad jerárquica semejante en cierto sentido a la de origen que aseguraba su reproducción material.
Los tiempos han cambiado y en Paraje Lavanda no existen casos donde sus habitantes se hayan inclinado por este tipo de salida. Ha habido reajustes en las estrategias de vida: los aires seculares vaciaron de contenido los argumentos principales que tenía la iglesia para cooptar adeptos entre los hijos de los campesinos, perdiendo legitimidad los argumentos de las familias para convencer a su descendencia de servir al Señor. Sin embargo, como hemos visto, la cantidad de solteros no ha decrecido, por el contrario, ha ido en aumento y esto se debe a que el celibato religioso ha dado lugar al celibato laico[18]. K. Woortmann y E. Woortmann (1990: 1) advierten que tal como el matrimonio es un asunto de familia, la ausencia de él también lo es.
En el caso de las familias numerosas, el exceso de hijos y la imposibilidad de compensar a todos al momento del casamiento es una de las razones por la cual se retienen a los hijos en sus hogares de origen renunciando a la vida marital. Es preciso aclarar que esta práctica no se lleva a cabo mediante la fuerza: Ellen Woortmann (1995) ha demostrado que en familias teutobrasileñas asentadas en Río Grande do Sul (Brasil) caracterizadas por la individualidad colectiva, el hábitus es el encargado de constituir preferencias que convienen al conjunto de la totalidad familiar. Cuando las negociaciones imposibilitan la salida de todos los hijos, los jóvenes “eligen” las opciones que resultan más ventajosas para el grupo: la soltería es una de ellas. En situaciones de contingencia económica, retirar de circulación a ciertos miembros de la familia para evitar que se incorporen al mercado matrimonial se convierte en una necesidad para posibilitar la reproducción del grupo ampliado.
Mujeres: entre las tareas domésticas propias y ajenas
En poblaciones tradicionales, el matrimonio representa para muchas mujeres el único y más importante medio de vida (Padawer, 2018: 37), el modo más habitual de acceso a la tierra (Paulilo, 2003: 4) y el motivo principal de salida del hogar de origen.
Hasta hace algunos años, la alianza entre una hija con un heredero, era la más conveniente de todas las opciones –pues el principal medio de reproducción social era por la vía de la agricultura familiar y la familia no tenía que desembolsar grandes inversiones, ni en dotes ni en educación– lo que evitaba desprenderse de parte de su patrimonio. En estos casos, el otorgamiento de la dote no es obligatorio, sino que dependerá de la holgura económica de la familia, de la intención de ayudar al reciente matrimonio en el nuevo proyecto productivo familiar y del interés de que la hija ingrese a su futura unidad de residencia en condiciones favorables, donde la respeten (pues el valor de la dote es fundamental para determinar el lugar que ocupará la reciente esposa en el nuevo hogar). Claro está que por una cuestión estadística es más probable casarse con un hijo excluido de la herencia que con un heredero, por lo cual ésta no es la situación mayoritaria. Si bien casarse con un heredero resuelve bastante la situación económica del hogar, hoy no es suficiente. Los padres prefieren que consiga un esposo asalariado. La hija también.
Sin embargo, las hijas ya no se quedan de brazos cruzados a la espera de su candidato: al finalizar sus estudios secundarios desean independizarse, hacerse de unos ahorros y prepararse económicamente para el momento de la salida definitiva del hogar de origen. Lo más habitual es que opten por insertarse en el mercado de trabajo urbano como trabajadoras remuneradas del servicio doméstico en el sistema “cama adentro”. Quienes poseen título secundario podrán insertarse en los grandes mercados y “tiendas” locales. Sin embargo, no resulta fácil acceder a ese tipo de empleos debido a la gran demanda en ese nicho laboral. A su vez, el servicio doméstico permite ahorrar en viáticos diarios, en alquiler (dado que en sus días de franco –por lo general los fines de semana– se alojan en la casa de sus padres). De este modo, ahorran al máximo todo su sueldo para invertirlo en su futura vida de casada. Por lo general, pasan del trabajo “cama adentro” a uno “cama afuera” o “por hora” cuando “se acompañan” o formalizan sus noviazgos, retornando a la residencia con base rural. Algunas mantienen este tipo de empleos urbanos en su nuevo estado civil; otras lo abandonan y deciden volcar la totalidad de su jornada en su propio hogar. Eso dependerá de los “permisos” del marido, la intención de la mujer de continuar con su trabajo, la importancia asignada a tener su propio dinero y el tiempo restante disponible para trabajar en su explotación.
El problema de las mujeres emerge cuando el matrimonio se mantiene como principal estrategia de reproducción social pero el candidato no dispone ni de tierra ni de bienes para asentar al nuevo núcleo conyugal.
Me fui cuando me casé. No me ayudaron con nada, nada, porque mi papá y mi mamá no tenían nada (…) me acompañé para llevarme a mis hermanos (…) porque mi papá chupaba mucho y maltrataba (L. Martínez, 44 años, changarina y ama de casa, comunicación personal, 19/02/2020).
Para una mujer rural, la salida socialmente aceptada es por la vía matrimonial; salir sola no está bien visto: toda casa necesita de un hombre, proveedor de los recursos del hogar. De hecho, ante cualquier tipo de “falla en la reproducción” (maternidad de soltera, separación/ divorcio, viudez), es indispensable la rápida recomposición del núcleo conyugal. Se corrobora la vigencia de una estricta ideología fundamentada en la asignación natural de roles y funciones, lo que torna imprescindible la dependencia entre los sexos.
Hombres: socios, chacreros y changarines
Entre los hombres excluidos de todo medio de compensación, el destino más habitual suele ser la venta de su fuerza de trabajo en el ámbito rural, trabajando como peones para los colonos más capitalizados[19]. Están aquellos que se les paga por día, viven de recolectar “changas” a los que denominamos “changarines”. También están los “chacreros”, peones fijos para un mismo “patrón”, cuidan sus cultivos, viven por lo general cerca de su chacra o “arriba” de ella, y poseen un vínculo laboral que se mantiene a lo largo del tiempo. Existen dos tipos de chacreros: a) aquellos que se encuentran asalariados y cobran por hora, jornal o trabajo a realizar (pues las tareas demandadas determinarán el modo de pago) o b) los que arreglan con el patrón trabajar a porcentaje, convirtiéndose en sus “socios”. Es decir, mientras los chacreros conforman una masa de personal asalariado, el socio trabaja a porcentaje.
El “socio” es lo que la literatura especializada define como mediero o aparcero. La mediería es entendida como una relación social que tiene como fin organizar el trabajo y la producción, donde las partes contractuales involucradas arreglan sus aportes de tierra, trabajo y capital, en la cual, dependiendo de los acuerdos establecidos, se distribuirán los resultados de la producción. Los estudios comparativos realizados por Carneiro (2002: 44-45) en los estados de Río Grande do Sul y Río de Janeiro relevan casos en que la mediería se desarrolla al interior del parentesco. Aquí también se encuentran casos de este tipo, especialmente entre suegros y yernos. Como vimos, hacerse de un buen yerno es condición necesaria para resguardar el patrimonio familiar intergeneracionalmente.
La distribución de la ganancia por resultados permite al patrón deslindarse de la explotación, residir en el pueblo mientras su “socio/chacrero” se mantiene como encargado de las actividades agrícolas de renta:
Tenía un socio que plantaba tabaco a medias conmigo. (…) siempre por tanto, ¿viste? Por ejemplo, la citronella era por tanto, el tabaco era por tanto. Porque vos no podés tener un peón por día y no estar junto, no podés tener. (E. Stein, 94 años, agricultor y comerciante jubilado, comunicación personal, 29/10/2019).
En estos contextos, se evidencia la funcionalidad de la mediería como organizador de la producción y del trabajo.
Tanto aquellos chacreros o socios en los cuales los patrones delegan la tarea de reunir, organizar y controlar a los “changarines” requeridos en momentos específicos del ciclo agrícola se los denomina localmente “contratistas”[20], una especie de “capataz”, quien asume el rol de mediador entre los “changarines” y el patrón. Organizan su trabajo y llevan la cuenta de cuántos días trabaja cada uno. “Él anota: hoy trabajó fulano, mañana mengano. C. S. le da la plata a él y él paga. Es como un capataz” (L. Martínez 44, changarina y ama de casa, comunicación personal, 19/02/2020).
A veces hay uno que trabaja los 5 días de la semana, pero no todos trabajan. Uno trabaja un día, otro trabaja otro, pero no siempre. Y R.M. como le conoce a todos sabe cuándo trabaja cada uno (M. Hommer, 31 años, modista, comunicación personal, 07/11/2019).
El “contratista” es el encargado de realizar los pagos y llevar la cuenta de cuánto hay que abonar a cada trabajador al finalizar la semana, de acuerdo a los días trabajados.
Los capataces, socios y chacreros son la mano de obra asalariada “más estable”. En contraposición, son los “changarines” quienes componen las amplias franjas de desempleados locales, quienes se incorporan como mano de obra fluctuante, dependiendo del clima, los tiempos de cosecha y la simultaneidad de actividades que tenga la respectiva explotación. Sin embargo, todos ellos tienen en común que pertenecen a las filas de hijos no herederos.
Otra salida habitual entre los hijos excluidos y sin compensación es el “chiveo”, nombre que adquiere en la jerga local el contrabando de mercancías a través del río. Es una actividad que con los años y los vaivenes económicos se ha trasformado en una verdadera estrategia de subsistencia y una de las alternativas laborales que ofrece la vida en la frontera. Salida preferencial entre los jóvenes rurales sin oficios ni estudios, es donde se obtienen los mejores sueldos –por arriba de la media de cualquier empleo en blanco– a pesar de los riesgos que este empleo acarrea.
Para quienes salen del hogar paterno sin ningún tipo de compensación, una última salida es continuar con la agricultura, pero en la modalidad de productor tabacalero. Muchos logran acceder (mediante préstamo o arrendamiento) a una porción de tierra que les permita continuar con la producción de bienes primarios. La modalidad de contratación que caracteriza a la agroindustria tabacalera, es completamente funcional a la idea de mantener indivisible la tierra en un heredero, pues la compra a préstamo de los insumos y materiales requeridos para el armado del galpón (chapas, plásticos) permiten ingresar a la producción sin capital inicial. Al ser un cultivo intensivo no se requieren muchas hectáreas para plantar y es habitual prestarse tierra entre los hermanos para tal fin sin interferir en las actividades del heredero. De este modo, los excluidos “se anotan”[21] para producir tabaco –por lo general en tierras prestadas o arrendadas–, acceden a los beneficios sociales que ofrecen estas compañías (obra social y aportes jubilatorios) y viven en un nivel de reproducción simple, sin posibilidades de acumulación de capital, combinando frecuentemente esta actividad con “changas” diversas.
Hemos visto que la propia reproducción de la agricultura familiar implica estrategias que a simple vista parecerían contradictorias pero que en verdad resultan complementarias: necesita de hijos que deseen salir de la chacra y, en paralelo, hijos que anhelen heredar la explotación familiar. Ello implica la construcción de espacios y experiencias formativas diferenciales al interior de la fratría. El género y la posición en la estructura familiar condicionan el tránsito por ambos espacios y la posibilidad de heredar, aunque estas no son las únicas variables que inciden en la elección del sucesor. Los padres disponen de mandatos diferenciales para sus descendientes de acuerdo también a las aptitudes que corroboran en cada uno de sus hijos, sus posibilidades materiales y los deseos y proyecciones que manifiesta su descendencia.
La creación de individuos que anhelen renunciar a la tierra ancestral surge de la propia necesidad de la familia, la cual requiere de este tipo de renunciantes para la perpetuación del grupo. Muchas veces también necesita sacar de circulación a algunos de sus hijos en edad de contraer matrimonio, evitando de este modo dotarlos y compensarlos, como estrategia de preservación del patrimonio. La familia construye individuos relacionales funcionales a la dinámica de la reproducción de la agricultura familiar, condición para que se reproduzca el no– individuo en el interior del orden jerárquico (Woortmann, E., 1995: 314) o un individuo ficticio, que en verdad sigue respondiendo a antiguos mandatos. Hablamos de familias donde el holismo define todas las relaciones sociales en su interior y, por ende, el proceso de individuación es incipiente o casi nulo. Cada uno debe conformarse con lo que le toca, aunque a más de uno no le toque nada.
Llegando a este punto podemos afirmar que las estrategias domésticas no son estáticas: se actualizan con el paso del tiempo y los diversos contextos socio– históricos. La saturación de la frontera agrícola y con ello el encarecimiento de la tierra, la devaluación de la agricultura familiar como único medio de reproducción social, el acceso a ingresos monetarios provenientes de subsidios sociales, entre otras tantas razones, ha habilitado la apertura de nuevas estrategias domésticas a fin de aggiornarse a los nuevos tiempos. La predilección por la vida urbana ha instaurado en Paraje Lavanda un modo de organización residencial que compatibiliza eficientemente la estrategia sucesoria basada en la herencia desigualitaria, pero que permite a los excluidos de la herencia continuar con la residencia rural y la pluriactividad colona característica.
Asimismo, corroboramos un reposicionamiento de las hijas mujeres. Compensadas con estudios, muchas de ellas alcanzan mejores posiciones socio-económicas (empleo en blanco, sueldo fijo, trabajo calificado) que sus hermanos herederos. Sin embargo, aún queda un largo camino por recorrer para una verdadera igualdad de géneros: en los casos en que se convierten en herederas son los hermanos varones quienes quedan con la parte de la explotación familiar en producción, heredando tierras, pero no unidades productivas. Si bien han devenido herederas, pareciera que no presentan aún los atributos necesarios para administrar eficientemente la producción. Esperemos que la historia se encargue de demostrar lo contrario.
La posición de los hijos ante la herencia tiene consecuencias directas en el lugar que cada uno de ellos ocupará en la estructura social local. Los herederos, si bien tienen aseguradas sus condiciones materiales, son un fiel reflejo de que se han transformado las condiciones de reproducción: de una dedicación a tiempo completo pasó a convertirse en actividad de medio tiempo. La agricultura familiar se elige como actividad complementaria pero no única, pues con ella no es posible alcanzar las condiciones materiales deseadas de vida. Los desamparados, en cambio, hacen lo que pueden con lo que tienen: son los más desfavorecidos en la estructura familiar, no presentan muchas alternativas más que vivir al día y vender su fuerza de trabajo en los peores empleos. Quienes alcanzan el nivel secundario, se enrolan en las FFAA y S, única vía de acceso a una mejor vida. Por último, los compensados con suelo, estudios y la posibilidad de desarrollarse en algún oficio, se benefician tanto de la agricultura familiar para disminuir los costos de manutención, como de los ingresos monetarios fijos que les permiten acceder a bienes y modos de vida novedosos. A pesar de lo establece el Código Civil argentino, el derecho consuetudinario de las poblaciones campesinas se preserva aún con fuerza. La clasificación desigual de los hijos es la premisa para la reproducción de la totalidad del grupo y deriva en procesos de diferenciación social interna que podrían abrir nuevas líneas de análisis.
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