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La formación del monocultivo olivarero en la comarca Campiña de Jaén
Formation of the olive grove monoculture in the region of Campiña de Jaén
La formación del monocultivo olivarero en la comarca Campiña de Jaén
Investigaciones Geográficas (Esp), núm. 67, pp. 123-141, 2017
Universidad de Alicante
Recepción: 30 Diciembre 2016
Aprobación: 10 Abril 2017
Resumen:
Como en otras tantas zonas del interior andaluz, el olivar es el cultivo que cubre la mayor parte dela comarca de la Campiña de Jaén. Aunque pueda parecer que ha estado presente desde hace siglos, la construcción de este monocultivo es muy reciente. A través de la cartografía disponible es posible reconstruir este proceso y, a la vez, tratar de entender las claves de su avance, cambiantes en el tiempo. Dada ladiversidad del ámbito de estudio seleccionado, los patrones espacio-temporales detectados pueden servir de modelo para comprender lo ocurrido a otras escalas, como la provincial y la regional. Sobre la base del análisis de ortofotografías y planos, que nos permiten retrotraernos a finales del siglo XIX, y el manejo de documentación escrita, este estudio ha posibilitado detectar diferentes fases o procesos de cambio por los que ha ido pasando el cultivo. El recorrido, parte de contextos típicos de subsistencia y dominio de campos multifuncionales en los que el olivo se entremezclaba con cereales o frutales; para llegar al productivismo más fervoroso -propio de las últimas décadas del siglo XX- y el advenimiento de los primeros indicios del post-productivismo o del neo-productivismo que han llegado después.
Palabras clave: Aceite de oliva, Andalucía, Usos del suelo, Monocultivos agrícolas, Cambio agrícola, Olivar.
Abstract:
Just like in so many other inland areas of Andalusia, the olive groves are the main crop cultivated inthe region of Campiña de Jaén. Although it might seem that it has existed for centuries, the formation ofthis monoculture is quite recent. Using the cartography that is available, this process can be rebuilt and,simultaneously, the key factors behind its progress can be determined, which have changed over time.Given the diversity of the selected area under analysis, the space and time patterns detected can be usedas a model to understand what has happened on other scales, such as on provincial or regional scales. By analyzing ortophotographs and maps -that enable us to go back to the end of 19th century- andthe written documentation, during this study different periods or processes of change that the cultivation has gone through have been identified. The study starts off with the typical contexts of subsistence andthe dominance of multifunctional fields, where olive trees were mixed in with cereals or fruit trees; tomake productivism more intense (typical in last decades of the 20th century) and then it goes on to theappearance of the first signs of new processes like post- productivism or neo-productivism that followed.
Keywords: Olive oil, Andalusia, Land uses, Agricultural monocultures, Agricultural change, olive grove.
1. Introducción
Desde el momento de su aparición, la agricultura ha ido adaptándose a las necesidades de la sociedad. Frente a las estrategias basadas en la diversidad y complementariedad de los campos tradicionales, en el contexto actual de globalización se han venido reafirmando procesos de especialización. Casos paradigmáticos y no exentos de profundos reparos económicos, sociales y ambientales son las expansiones de la soja o la palma aceitera, por citar dos ejemplos, cuyo destino es la obtención de grasas vegetales (Pérez-Carrera, Moscuzza y Fernández-Cirelli, 2008; Jiménez, 2013), al igual que el olivo.
Sin alcanzar la magnitud de estos ejemplos, en el ámbito mediterráneo se ha asistido igualmente a la aparición de monocultivos, si bien con peculiaridades derivadas de unas estructuras de la propiedad alejadas del latifundismo. El caso, no obstante, es que la famosa trilogía mediterránea ha ido inclinándose hacia los cultivos leñosos a costa del cereal. La mayor rentabilidad y el apoyo de políticas públicas más favorables al viñedo y el olivar, explican su avance, como también ha ocurrido con otros productos en los que el Mediterráneo compite con éxito, caso de las frutas y las hortalizas, exportadas masivamente a la Unión Europea (Delgado Cabeza, 2014).
Esta dinámica en los usos del suelo se corresponde con uno de los últimos procesos de cambio por los que la agricultura ha ido transitando y que está caracterizado por la especialización regional, la intensificación productiva y la concentración empresarial (Almstedt, 2013), pudiendo identificarse con un nuevo régimen alimentario capitalista (Friedmann y McMichael, 1989; Bernstein, 2015). No obstante, y al mismo tiempo, la reducción de beneficios para los agricultores, tanto por el aumento de costes como a consecuencia del sistema oligopsónico amplificado durante las últimas décadas, está suponiendo la adopción de estrategias post-productivistas, donde las rentas derivadas de la actividad principal se complementan con otras secundarias, favoreciéndose la multifuncionalidad (Van der Ploeg y Roep, 2003).
Un ejemplo paradigmático de estos procesos, que se explican con causas globales y se reproducen por todo el mundo, es el monocultivo olivarero en el sur de España. Nuestro trabajo se centra en la Campiña de Jaén, una comarca agraria compuesta por 14 municipios2 que van desde el Valle del Guadalquivir a las Sierras Subbéticas, con una extensión de 1 518 km2 y en la que esta planta ocupa más del 90% de la superficie labrada (Mapa 1 y Tabla 1). Algo que lejos de ser excepcional se repite a escala provincial y en muchas de las comarcas vecinas de Córdoba, Málaga o Granada (Sánchez Martínez, 2012). Sin embargo, aunque la selección del ámbito pudiera ampliarse por lo descrito, la limitación a esta comarca es propicia ya que, en una escala que no suele ser la habitual en los estudios, pueden encontrarse diferentes ámbitos fisiográficos. Una característica que posibilita observar la construcción del monocultivo tanto en montaña como en campiña con mayor detalle y elaborar un modelo extrapolable a otras regiones.
(*) Se han dividido los municipios en tres categorías diferentes, atendiendo a su morfología, de la misma manera que lo hicieron Barranco, Fernández-Escobar y Rallo (1998). De esta manera, ha sido posible observar las connotaciones que la edafología o la pendiente han tenido en la construcción del monocultivo y las diferencias que se pueden observar todavía en él.
Sistema de Información Geográfica de Identificación de Parcelas Agrícolas (2015)1.1. Marco conceptual
Las dinámicas de evolución hasta alcanzar el productivismo, así como los planteamientos para su superación y la especialización regional sobrevenida, ya se han estudiado, en cierta medida, para el caso del olivar (Moreno-Pérez, 2013). De hecho, aun cuando la mayor parte de los análisis que sobre la transición de la labranza en Europa se han concentrado en el norte y centro del continente, la historia de este árbol en la cuenca mediterránea (Lillo Carpio, 2001; Calero Carretero, 2006) también ha sido observada -por su simbología o identificación con él-, así como en la Península Ibérica (Bolens, 1996; Serrano Peña, 2004; Rodríguez-Ariza y Montes Moya, 2007; Fornell Muñoz, 2007) diferenciando, incluso, ya en ellos diferentes estadios.
Una historia que también se ha recorrido a nivel regional (Zambrana Pineda, 2004; Guzmán Álvarez, 2004; Infante Amate, 2014) o provincial (Paniza Cabrera, García Martínez y Sánchez Martínez, 2015). Sin embargo, usando estas escalas de análisis, se pierden parte de los detalles que son posibles escudriñar a escala comarcal, que es la que se propone en este trabajo, aunque existe algún precedente que analiza una región de límites parecidos (Mata Olmo, 1982), pero que se centra en aspectos más económicos. A esto hay que sumar que estos siempre se han ceñido a períodos de tiempo anteriores a la transición a este nuevo tipo de agricultura que se está comenzado a desarrollar y que, por aquél entonces, apenas se vislumbraba.
La causa última que permite entender la extensión y el protagonismo que alcanzan los monocultivos agrarios en la actualidad no es otra que la globalización económica de inspiración neoliberal, que se corresponde con el tercer régimen alimentario (Bernstein, 2015), en un contexto en el que se han derribado numerosas trabas arancelarias y comerciales (Clare, 2014). En todo el mundo pueden encontrarse ejemplos paradigmáticos de la rapidez y profundidad de los cambios que tales procesos llevan implícitos. En ese sentido, sin ánimo de exhaustividad, pueden citarse efectos perversos como el acaparamiento de tierras, desplazamientos masivos hacia los suburbios de las grandes ciudades en crecimiento de los países subdesarrollados o emergentes, o graves pérdidas de biodiversidad. En todos los casos, procesos anteriores a la globalización, pero amplificados tras ésta y, en el contexto estudiado, asociados a plantaciones como las sojeras en América del Sur o las de palma aceitera en diferentes países africanos y sud asiáticos (Goebertus, 2008; Fitzherbert et al., 2008). En estos y otros casos se muestra la tendencia universal a la concentración de la actividad agraria y agroindustrial en grandes corporaciones para conseguir economías de escala (McMichael 2014).
Desde luego, la especialización regional de la agricultura es un asunto muy anterior. A lo largo de los siglos XIX y XX alcanzaron ya dimensiones muy significativas, en los nuevos países que previamente habían sido colonizados por metrópolis europeas, tanto en ámbitos tropicales como en territorios de clima templado (Argentina o Australia, por ejemplo). De igual forma, la unidad de mercado, la acelerada modernización industrial y la eficaz integración económica y territorial de los Estados Unidos en el conjunto del planeta, reforzó la formación de grandes cinturones productivos homogéneos (Moore, 2003).
La revolución de los transportes marítimos y las técnicas de conservación de los alimentos hundieron los mercados agrícolas europeos a finales del XIX, aplastando los precios del cereal. En el caso de los países mediterráneos, sin embargo, se abrieron nuevas oportunidades para sus productos más específicos, como son el vino y el aceite de oliva, pues hasta pasadas unas décadas no aparecerían competidores de cierta entidad (más en el caso del vino que en el del aceite, cuyo mundo productivo encaja más cabalmente con la zona de clima característico de los territorios que se dan en torno a este mar). El caso es que las leñosas fueron tomando ventaja y buena prueba de ello son las dimensiones de los viñedos manchegos o los olivares béticos (Ruiz-Pulpón, 2015; Delgado Cabeza, 2014).
De este modo, aparecieron los monocultivos, que junto a la intensificación productiva y la concentración empresarial son los elementos que mejor describen el modelo agrícola productivista (Moreno-Pérez, 2013). Sobre él, aunque se pueden encontrar análisis en ámbitos cercanos (Silva Pérez, 2009), los procesos de cambio que han llevado a su configuración han sido estudiados principalmente en el norte y centro de Europa. Así, para el continente, se han llegado a identificar los mecanismos seguidos en la transformación de los cultivos en industriales e intensivos (Walford, 2003), alejándolos de la subsistencia y de un desarrollo comercial limitado. Unos procesos cuyo inicio se suele señalar pasada la Segunda Guerra Mundial con el fin de procurar alimentos que evitasen la carestía (Cuenca García y Navarro Pabsdorf, 2015), algo que se estimuló a través de la Política Agraria Comunitaria [PAC].
Sin embargo, desde el comienzo del siglo XXI, una mayor liberalización de los mercados (Potter y Burney, 2002) -que ha quedado reflejada en Europa en el cambio de orientación de esta Política Agraria Comunitaria (Moltó Mantero y Hernández Hernández, 2010)-, está suponiendo una nueva transformación de los campos (Walford, 2003). Esta situación está empujando a los agricultores hacia otras etapas, donde se premian algunas modificaciones en su manejo, direccionando su avance hacia la multifuncionalidad -post-productivismo- (Brouder, Karlsson y Lundmark, 2015; Potter y Burney, 2002), a través del desarrollo rural (Van der Ploeg y Roep, 2003; Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico [OCDE], 2006). Se abandona la producción como principal objetivo y se aprovechan otras posibilidades que ofrecen las explotaciones, al no poder competir los agricultores europeos sólo a través de la generación de alimentos. Con ello, se discurre hacia nuevos estadios aunque, a tenor de la literatura científica analizada, no haya un consenso amplio en sus definiciones, incluso poniéndose en duda que existan algunas de las que hoy en día estarían ampliando su superficie (Evans, Morris y Winter, 2002; Almstedt, 2013) y direccionando los nuevos procesos.
No obstante, sí que puede llegar a aventurarse, con todas las precauciones necesarias, que gran parte de la agricultura europea occidental se ha desplazado, o intenta hacerlo, hacia el post-productivismo (Wilson, 2001; Armesto López, 2005), hacia un sistema multifuncional donde de los campos agrícolas se obtengan diferentes formas de valoración y que no tengan como objetivo último sólo obtener cada vez una mayor producción (Mather, Hill y Nijnik, 2006). Sin embargo, hay que tener en cuenta que los avances son distintos de una región a otra e, incluso, dentro de las mismas, a veces tan sólo hay islas post-productivistas dentro de comunidades tradicionales (Almstedt, Brouder, Karlsson y Lundmark, 2014). Del mismo modo, debido a que ese término tiene como objetivo ser el opositor al proceso más extendido, han surgido otros que no suponen un enfrentamiento total y donde se les da mayor peso a, por ejemplo, la protección ambiental. Nos estamos refiriendo al “neo-productivismo”, entendido éste –de las múltiples definiciones que el término ha venido teniendo (Wilson y Burton, 2015)- como la pretensión de obtener gran cantidad de producto, pero diferenciado de la mayoría que se genera en los campos (Evans, et al., 2002) y que no llega a ser más que una commodity.
2. Material y métodos
Para poder evaluar los cambios acaecidos en los usos del suelo de la Campiña de Jaén, prestando especial atención al olivar, se han usado tanto procesos estadísticos como técnicas cartográficas. Con los primeros, hemos podido establecer su distribución inicial, pues “Las Respuestas Generales del Catastro del Marqués de Ensenada” permitieron conocer la superficie de los diferentes cultivos presentes, allá por el siglo XVIII -si bien, requirió antes una conversión a unidades superficiales del sistema métrico decimal para su posterior comparación (Escalona Molina, 2009)-. Asimismo, con el “Diccionario de Madoz” se pudo aumentar la información disponible para el ecuador del siglo XIX. Con ambos documentos fue posible alcanzar una primera aproximación de la situación del terrazgo pero que, sin embargo, no permitió localizar espacialmente los diferentes usos. Estos datos se suelen complementar, a menudo, con otras fuentes posteriores, como son los amillaramientos o los documentos de “Estadística, apeos y valuaciones”. Sin embargo, en esta ocasión no se han usado, no solo por las notables diferencias que suelen existir entre las cifras que en ellos aparecen y los que debieron presentarse en la realidad (Garrido González, 2005), sino también porque sus fechas se solapan con las primeras fuentes cartográficas que están disponibles.
Al respecto de la cartografía, del resultado de su explotación hemos generado un sistema de información georreferenciada que nos ha permitido comparar qué existía en cada localización concreta (cultivos, vegetación forestal, medios urbanos…) además de poder responder a preguntas del tipo cómo y cuándo varió su cobertura. Algo que se pudo lograr con la aparición a finales del XIX de las Minutas Cartográficas, confeccionadas previamente a la realización del primer Mapa Topográfico Nacional de España3. Durante la década de los 70 de ese siglo se comienza a desarrollar en la Campiña de Jaén esta obra, en la que se incluye una serie de planos donde se encuentran delimitados los terrenos, señalándose su respectivo uso (Nadal y Urteaga, 1990), y que ha sido la primera fuente cartográfica explotada en este trabajo.
Ésta, aún ofreciendo gran información, no ha sido excesivamente usada. Algunos autores las han seleccionado para observar las variaciones que han ocurrido con el paso del tiempo y la acción humana, concentrándose en la estadística que los acompañaba (Cejudo García y Maroto Martos, 1989). De una manera más cercana a la forma en que se utilizará en este estudio, tan sólo se han utilizado para observar la evolución superficial de ciertas áreas de tamaño muy restringido (Gómez Zotano, 2005), para explicar cómo ha cambiado el hábitat rural (Torres-Márquez, 2016) o bien para analizar el incremento de la superficie olivarera en localizaciones concretas y sin ahondar en los procesos que llevaron a tales cambios (Sánchez Martínez y Galiano Parras, 2014; Moya García, Cuesta Aguilar y Sánchez Martínez, 2015).
Con estos planos, la digitalización y estudio de la información cartográfica nos han permitido retrotraernos algo más en el tiempo que lo que lo han hecho la mayor parte de los análisis realizados hasta el momento. Así, ha sido posible ver cómo era el ámbito de análisis a finales del siglo XIX y continuar la transición, ya usando otras fuentes cartográficas de los siglos XX y XXI más comunes en otros trabajos (Martos Fernández, 1998).
Fueron, por tanto, estos documentos la base para la creación de la cartografía vectorial a través de la que, mediante información digitalizada de tipo polígono, se completó la totalidad de la superficie comarcal. Al mismo tiempo, en la base de datos de cada uno de ellos se especificó el tipo de cultivo que correspondía y su dimensión superficial. A partir de ese momento temporal y hasta el presente se han ido utilizando sucesivamente las ortofotografías aéreas de los años 1956- 1957, 1977, 1984, 1999, 2003 y 2007 (Red de Información Ambiental de Andalucía [REDIAM]) así como los resultados de los análisis de coberturas del suelo (en formato vectorial) a escala 1:25 000, derivados de los vuelos y disponibles también en la Red de Información Ambiental de Andalucía. Por último y para la información más reciente se ha recurrido tanto al Sistema de Información Geográfica de Parcelas Agrícolas [SIGPAC], como a la ortofotografía de máxima actualidad procedente del Plan Nacional de Ortofotografía Aérea [PNOA]. En cualquier de estos casos, bien mediante segregación o recurriendo a agrupación geométrica, se ha mejorado la distribución espacial de los usos del suelo, dado que se ha podido llegar a una mayor escala de detalle. Un proceso que nos ha permitido mediante técnicas de superposición espacial analizar los procesos evolutivos de plantación de olivar en cada uno de los periodos considerados.
Sin embargo, para ello, hubo que prestar especial atención a dos elementos, dada la heterogeneidad espacial y de categorías en los diferentes documentos manejados. De una parte, las denominaciones de los usos de suelo, categorizados de muy diversas maneras a lo largo del tiempo, lo que requirió de una agrupación por taxonomías similares, con el objetivo de clarificar el análisis, así como de poder realizar procesos de comparación entre los distintos periodos delimitados en este estudio. De esta manera los terrenos forestales y los incultos (roquedos, barbechos…), por poner un ejemplo, hubieron de agruparse en la categoría “pastos y forestal”, eliminando la confusión que se generaba al existir un número tan elevado de clases de usos. De otra parte, la normalización del tamaño de los polígonos, ya que estos no eran coincidentes en los distintos momentos de los que se disponía de información. En este caso fueron necesarios distintos procesos de división espacial y la posterior creación de una nueva capa vectorial resultado de la suma de las figuras comparadas.
Superadas ambas fases del trabajo, ya fue posible conocer cuál había sido la evolución. La simple superposición de las capas vectoriales utilizando como referencia el centroide de cada objeto espacial nos permitió detectar los cambios y qué usos fueron eliminándose para la plantación del olivar. Un método efectivo pero que necesitó de un proceso posterior de edición manual en el que se identificaron y corrigieron los pequeños errores producidos en la fase automatizada. De este modo, fue posible observar de forma gráfica y estadística lo que ya se intuía en un primer manejo de las fuentes consultadas, el paso de un terreno plenamente cerealista a otro completamente olivarero. El relleno de los lapsos temporales, que permitió entretejer la historia, darle forma y conocer los porqués de todo este proceso evolutivo, se consiguió mediante la bibliografía analizada, donde se observaba la situación de la comarca en la economía global, así como las características propias de la misma. A esta recopilación bibliográfica también hemos añadido otros datos cuantitativos procedentes de la consulta de los Censos Agrarios y Ganaderos, propios de los siglos XX y XXI, que se han consultado en las tablas procedentes del Instituto Nacional de Estadística [INE] o del Instituto Estadístico y Cartográfico de Andalucía.
De esta manera, se ha conseguido analizar la evolución de estos campos hacia el productivismo, así como en el inicio de los nuevos procesos de cambio hacia el olivar multifuncional, lo que ha posibilitado observar de manera gráfica la construcción del monocultivo. Asimismo, se ha hecho factible a través del manejo de una serie de variables, conocer las características culturales de la agronomía que se ha ido desarrollando y diferenciar su historia.
3. Resultados
Las cifras sobre la superficie que muestran las Respuestas Generales del Catastro de Marqués de Ensenada hay que tomarlas con reservas ya que en ellas se llegan a llamar olivares a lo que eran campos de cereal con algunos árboles -tanto por motivos fiscales como, simplemente, porque ése era el modo de manejo establecido en aquella época: campos multifuncionales (Guzmán Álvarez, 2004; Infante Amate, 2014)-. No obstante, ya debían existir algunos plantíos que se pareciesen a los actuales, como los situados en las inmediaciones de la localidad de Martos, en el Llano de Motril, y que han llegado a nuestros días (López Molina, 2000). Aun así, apenas un 2,5% del total de la comarca estaba plantado con olivares.
La Campiña de Jaén en las últimas décadas del siglo XVIII era una sucesión de campos de cereal cultivados al tercio, por tanto muchos de ellos en barbecho. Estos, junto a las dehesas que todavía poblaban las colinas del Valle del Guadalquivir, permitían mantener a la cabaña ganadera que se necesitaba para alimentar a la población y realizar las tareas del campo. Los terrenos más altos y de pendiente, aquellos con suelos especialmente pobres y donde era muy difícil el trabajo, estaban ocupados por pastos o terreno forestal, de los cuales se obtenía principalmente leña para la calefacción o se arrendaban para cultivar plantas aromáticas (López Cordero, 1994). Esa distribución, consecuencia de la situación económica y de aislamiento propia de su posición periférica de los centros de decisión y comercio, dejaba a los olivos de la Campiña de Jaén los peores suelos que todavía tenían capacidad agrícola -los de cuarta calidad-, reservados para estos y las viñas (Esponera, 1854). Aquellos terrenos pobres y de pendiente intensa que no permitían obtener pan u hortalizas, pero que eran necesarios roturar para alimentar a la creciente población comarcal.
La situación continuó siendo muy similar durante la primera mitad del XIX. Las diferentes razones que habían traído extensos y productivos olivares a algunas zonas concretas de Andalucía -ya desde hacía siglos- pasaban de largo por la comarca. Al estar inserta en una economía de subsistencia obligada, se hacía necesario producir todos los alimentos y, como consecuencia, siguió siendo indispensable plantar cereal, para una población cuya alimentación se basaba en él y no en el aceite de oliva, que sólo servía para mojar pan (Guzmán Álvarez, 2004).
Sin embargo, ya en estas décadas, comienza a producirse un aumento del terreno donde se presenta el árbol de Minerva, para aprovechar las condiciones climáticas y edafológicas de unos suelos con aptitud limitada para el cereal (debido a su alta concentración de yesos). Esto es lo que se muestra en el Diccionario de Madoz, elaborado en los años centrales de esta centuria y en los que se comienza a ver un cierto avance en la sierra, así como en otros municipios a caballo entre ésta y la campiña (“mixtos”), como Martos, donde se llega a decir que las plantaciones constituirán olivares “de mérito”.
Es a finales de este siglo, cuando se puede observar de manera más nítida la diferenciación entre un área que tiende a la especialización en olivar y otra donde los cereales todavía se mantendrán imbatidos durante bastante tiempo. A esto habrá que sumar que, mientras que en los términos llanos los olivares se hallaban en los suelos más pobres, de pendiente elevada y, en todo caso, cercanos a las localidades, en los de sierra se alejaban de los núcleos y ocupaban toda su extensión incluso, de manera preferente, los de mejor aptitud, dejando a algunas herbáceas que subieran a las zonas más elevadas, como ocurría en Los Villares.
Así, los municipios más serranos como Fuensanta de Martos, Los Villares y, sobre todo, Jamilena, llegaron a tener en esta fecha un porcentaje de olivar mucho más elevado que en el resto de la comarca (principalmente los de la parte más septentrional). Aunque más de la mitad de la superficie total de la Campiña de Jaén estaba puesta de cereal (54%) y de olivar apenas un 18% (sumando los cultivados en secano y regadío), en los anteriormente citados el porcentaje se incrementaba muy intensamente, suponiendo en Los Villares más del 52% del conjunto del término o en Jamilena el 41% -términos con gran superficie impracticable para la agricultura-. Mientras, en las tierras del Valle del Guadalquivir, en Fuerte del Rey apenas se llegaba el 4,4% y en Jaén no se alcazaba el 4% (Gráfico 1). También existían cultivos promiscuos de extensión importante, sobre todo en los municipios de transición entre ambas morfologías, donde el olivo se plantaba junto a cereal (en la campiña) o con viñedo (en las sierras, principalmente, aunque también se podía llegar a encontrar en Mengíbar, a las orillas del río grande andalusí. En ambos casos buscando sólo satisfacer a un mercado local).
Unos años más tarde, sin embargo, se produjo un hito histórico como fue el paso del ferrocarril, que unió a los principales municipios con Cabra (Córdoba), poniendo a disposición de los agricultores giennenses los puertos andaluces y permitiéndoles la exportación. Este “tren del aceite” fue efecto y causa de la expansión del olivar (Mata Olmo, 1982), consecuencia de las plantaciones hechas durante las últimas décadas y que, al mismo tiempo, promocionó su desarrollo. De esta manera, durante las primeras décadas del siglo XX, el olivar descendió de las montañas y empezó a adentrarse en las campiñas, preferentemente en la occidental debido a su menor capacidad agronómica y aprovechando la nueva distribución de tierra que se habían hecho a través de repartimientos y desamortizaciones. Así, tanto en los términos de sierra, como en gran parte de los que estaban a caballo entre ésta y la llanura, se llegó a rozar o superar el 75% del terreno cultivado con olivos. Sin embargo, en los más llanos, apenas se alcanzaba el 30%. Por ejemplo, en Cazalilla el porcentaje era inferior al 18% y, por su parte, en Fuerte del Rey no se llegaba al 12%. Aunque se le iba quitando el estigma de cultivo secundario o de invierno (Bernal Rodríguez, 1979), lo cierto es que para gran parte de los agricultores comarcales, todavía lo era.
Los periodos de plantación que se habían dado durante los últimos siglos y que habían ido creando extensos olivares a lo largo de Andalucía y la provincia, podían ahora sí llegar a la comarca, al eliminar aquel corsé que la falta de infraestructuras había creado. Hasta este momento, las puestas se habían hecho sólo pensando en la población local, algo que cambió tras estos años y que supuso una metamorfosis en los paradigmas por los que se movía la Campiña de Jaén. No obstante, todavía durante la primera mitad del siglo se vivieron momentos en los que se volvió a una economía de subsistencia, como ocurrió tras la Guerra Civil. Fue, muy probablemente, en este periodo de postguerra, cuando la población -de vuelta a una situación autárquica- arrancó olivares de los ruedos de algunos de estos municipios, como Torredonjimeno y Los Villares, para volver a sembrar cereal, tal y como se puede ver comparando las minutas y la ortofotografía de 1956-1957.
Tras el periodo bélico y de escasez, de nuevo se aupó al olivar, en un momento que estuvo marcado por la asociación de los agricultores en cooperativas (Rodríguez-Cohard y Parras, 2011). Una organización que se ha seguido manteniendo hasta la actualidad, frente a un sistema basado en la venta de aceituna a almazaras privadas que existía anteriormente. De esta manera, hasta la última parte de la década de los 70, se observa un incremento muy notable de su superficie, plantándose en estos años más de 1 000 hectáreas anuales (Tabla 2), principalmente en las campiñas de Torre del campo, Torre don jimeno o Jaén y, al mismo tiempo, eliminándose el cultivo mixto, tendiéndose a la monof uncionalidad de las explotaciones. Unas nuevas plantaciones que se dan sobre parcelas que cada vez aumentan más su tamaño, alejando el mini fundismo de etapas anteriores, para acercarse a un mesofundismo o, incluso, viéndose ya algunos latifundios de cientos de hectáreas plantadas de él, sobre todo en términos donde la distribución de tierras era más desigual, como Torre don jimeno.
Esta etapa termina a finales de los 70, cuando el crecimiento se frena en seco y las cifras de ocupación del olivar apenas varían. Algo significativo porque, aunque se reduce muy notablemente la velocidad de siembra, no se arranca, tal y como estaba ocurriendo en otras zonas de España o Andalucía. Tan sólo algunas pequeñas parcelas son eliminadas para ubicar en ellas cereal o huertas, no obstante, sí que llega a ser más importante el abandono. Todo esto consecuencia de la bajada de rendimiento por el aumento de los costes de producción (Naredo Pérez, 1983), principalmente el de mano de obra, que se intentó compensar con la ampliación de su superficie puesta. Así, se creó un círculo vicioso con el que se perseguía mejorar la competitividad de las explotaciones y del que se intentó salir a través de los Planes de Reconversión que pusieron en marcha las administraciones a finales de esa década y el comienzo de la siguiente (Naredo y Guzmán Álvarez, 2007).
Si se hubiesen mantenido las condiciones que habían llevado al olivar a esta situación, es muy probable que los arranques hubiesen sido más importantes, apostándose por otros más rentables. Sin embargo, en 1986, España se adhiere a la Comunidad Económica Europea, comenzando a recibir subvenciones procedentes de la PAC y haciendo que el olivo deje de ser un cultivo problema -o “con problemas” (de la Torre, 1973)- para convertirse en una suerte de milagro (Sánchez Martínez, Gallego Simón y Araque Jiménez, 2008). A través de ellas se premia la producción, por lo que, en consecuencia, se aumenta aún más su superficie (la manera que, hasta entonces, los agricultores habían tenido para generar más). Sin embargo, y al mismo tiempo que se plantan estos nuevos olivares, también se mejoran las técnicas agrícolas, en gran medida como consecuencia de las ayudas procedentes de Bruselas, desde el aporte de fertilizantes y abonos a, sobre todo, la expansión del regadío, con la construcción de balsas que se extienden sobre los terrenos más llanos y de la zona oriental de la comarca. Es decir, en los mismos lugares donde se ubicaron los primeros regadíos del XIX, si bien estos se limitaban a las orillas de los ríos.
El incremento del terreno plantado durante estos años se produjo, principalmente, sobre las tierras cerealistas y llanas que todavía se podían encontrar en la campiña nororiental (Mapa 2), siendo muy importante en algunos municipios como Fuerte del Rey, donde se triplicó la superficie puesta con este cultivo entre 1984 y comienzos del siglo XXI, o en Cazalilla, donde se duplicó. Sin embargo, también se pusieron estacas en algunas pequeñas parcelas sobre terrenos de montaña que no tenían características idóneas para ello o, incluso, se llegan a recuperar algunos que habían sido abandonados. No obstante, conforme fueron pasando los años (ya entrado el nuevo milenio), en gran medida, volvieron a dejarse al no contar el terreno con las condiciones necesarias para su cultivo.
Desde el comienzo de este nuevo siglo, se puede llegar a diferenciar las tierras de la Campiña entre aquellos lugares ya colmatados de olivar, donde incluso se produce una reducción en su superficie (a causa de urbanizaciones, abandono, sustitución de cultivos,…) y otras donde, al haber persistido el cereal, sigue plantándose pero ya con las técnicas más modernas, olvidándose del cultivo tradicional y llevando las densidades a intensiva o super intensiva (Guzmán-Álvarez, Gómez y Rallo, 2009). De esta manera, se ocupan parcelas de tamaño superior al que había sido el habitual hasta entonces, sobre todo en Mengíbar, Cazalilla y Jaén que habían aguantado su embate. Así como otras de tamaño muy inferior (por debajo de la hectárea, rondando el minifundio), ubicadas en Torre del campo o Martos y que, hasta entonces, habían estado puestas de frutales mayoritariamente, siendo los últimos elementos que deban cierto frescor al paisaje de estos municipios y que están abocados, también, a la homogeneización.
4. Discusión de resultados
Los nuevos olivares que han ido apareciendo desde finales del siglo XIX se emplazaron atendiendo a una serie de condiciones edáficas y climatológicas. Las primeras extensiones, de escaso desarrollo superficial y localizadas en los municipios de campiña, se dieron en un momento en el que la economía local y comarcal estaba inserta en un marco de autoconsumo. Si bien es cierto que existían algunas zonas donde ya había una tibia exportación de aceite o aceitunas (La Guardia de Jaén o Villargordo, como indica Madoz), era imprescindible seguir plantando cereal para alimentar a la población, no pudiendo dedicar mucho más que un exiguo porcentaje para otros cultivos.
Aún así, en la segunda mitad del XIX se atisba un crecimiento en las sierras, sobre pequeñas propiedades de nuevos propietarios que extienden la frontera agrícola a través de un cultivo que no necesitaba grandes desvelos (Mellado Rodríguez, 2007). De esa manera, las campiñas pudieron seguir ocupadas mayoritariamente de cereales. En esta etapa de falta de maquinaria y tecnología apropiada, no se tenía en cuenta la calidad del zumo generado, sino sólo la cantidad (Garrido González, 2007). Y es que, el aceite, hasta el siglo XX, siguió siendo también multifuncional.
La llegada del tren produjo que los mercados a los que podía alcanzar el aceite se abrieran, y también que pudiera llegar cereal barato de fuera para cubrir parte de las necesidades de los habitantes comarcales. Desde entonces, los usos del suelo cambian atendiendo a la rentabilidad y no a la necesidad, siendo el olivar el gran beneficiado. El cultivo entró en otra etapa caracterizada por la exportación de los excedentes del mercado local. Con estas condiciones se produjeron los crecimientos de las campiñas occidentales, la de los municipios que estaban a caballo entre la Subbética y el Valle del Guadalquivir. No obstante, seguían existiendo limitaciones para un desarrollo estable, tanto desde un punto de vista técnico (dificultad de acarreo a las almazaras, falta de formación, escaso acceso a abonos inorgánicos,…), como económico o de mercantilización. Sin embargo, también es cierto que se van tomando medidas con el fin de aumentar la producción (entre otras la eliminación progresiva del cultivo mixto) y la calidad. Una calidad que, aun así, siguió sin ser interesante para gran parte de los agricultores y cooperativistas, volcados totalmente en la búsqueda de alimento barato.
De esta manera, en la primera mitad del siglo XX, si bien no se puede decir que existiese un sistema productivista pleno (Armesto López, 2005), sí que es más que evidente la especialización, independientemente del tamaño de las explotaciones y el grado de intensificación que cada una pudiera tener. Y es que, aunque llegaron innovaciones propias de este proceso capitalista, la forma de aumentar las producciones siguió siendo fundamentalmente la introducción de nuevas plantaciones. Se asiste ya a la conquista de la campiña por parte del olivar, pero primero ocupará los suelos menos fértiles, dejando para el final, en pleno productivismo auspiciado por la PAC, las mejores parcelas de las zonas llanas. Un hecho al que hay que sumar en tres de estos municipios (Cazalilla, Mengíbar y Villatorres) los trabajos de concentración parcelaria y puesta en regadío por parte del Instituto Nacional de Reforma y Desarrollo Agrícola [IRYDA] durante los años 50 (Maceda Rubio, 2014), que no permitieron su adjudicación hasta varías décadas más tarde. Probablemente, por ello, el cereal u otros cultivos herbáceos aguantaron durante más tiempo el embate olivarero en estos términos municipales.
Los planes de mejora del olivar de los años 70 del siglo XX pueden ser considerados como el fin de esta etapa pre-productivista o de apertura al comercio nacional e internacional. Estos comenzaron en una época en la que en España se estaba arrancando de manera muy intensa6, por lo que se intentó mejorar el rendimiento a través de la modernización técnica. Así, se pretendió un incremento productivo basado en los insumos externos, la alteración de las condiciones ecológicas (propia de la Revolución Verde) y, probablemente y como hecho accesorio o consecuencia, el comienzo de un proceso lento de concentración de tierras en el tramo inferior de las explotaciones -a través de la compra y nuevas plantaciones-, tal y como se puede observar en la Tabla 3 donde, sin embargo, puede seguir percibiéndose un alto grado de minifundismo (Sánchez Martínez y Gallego Simón, 2011). No obstante, y poco a poco, se constituye o afianza el “núcleo duro” -de 5 a 50 hectáreas- (Arnalte Ortiz y Moreno, 2008) que será en el que se acumularán las explotaciones con tamaño suficiente para que los propietarios decidan si siguen con un cultivo tradicional o se internan en modelos más profesionalizados.
La distribución de la tierra hasta ahora ha favorecido poco la segunda opción, perpetuando un sistema basado en agricultores de fin de semana (Rodríguez-Cohard y Parras, 2011) que usan el olivar para completar sus rentas de fuera del mundo agrícola. Un sistema propio desde su origen del olivar giennense -cultivado tradicionalmente por pequeños propietarios (Higuera Arnal, 1961)- y que, por otra parte, lo haconstituido en fuertemente social (Millán Vázquez de la Torre, Amador Hidalgo y Arjona Fuentes, 2015).
Estos cambios fueron simultáneos a la mejora de las condiciones para la transformación en las almazaras para conseguir un mejor producto (Langreo Navarro, 2010), ya en un sistema en el que el aceite era el único fin que se pretendía y éste se destinaba ya al uso alimentario casi exclusivamente. El olivar multifuncional y el aceite que se sacaba de él, también multifuncional (grasa para alumbrar, usos industriales o fabricación de jabón, además de alimento) habían ido quedando relegados hasta casi desaparecer, configurando todo este proceso un terreno monocolor y sin diversidad, tanto en la mayor parte del suelo comarcal como dentro de la misma mancha, ya que todo el proceso estuvo monopolizado desde el origen por una sola variedad de olivo: picual (Sánchez Martínez y Gallego Simón, 2011).
Sin embargo, el productivismo más febril se inicia tras la entrada de España en la CEE. En este momento, las subvenciones a la producción animaron a los agricultores a obtener más aceituna, ingresando enormes cantidades de abonos o fitosanitarios (Sánchez Martínez, Gallego Simón y Araque Jiménez, 2008) y convirtiendo el ecosistema en algo artificial. El premio que tenía el obtener más cantidad trajo como consecuencia incrementos superficiales, pero también cambios agronómicos tanto en los nuevos como en los viejos olivares.
Las reformas de la PAC que se han llevado a cabo desde finales del siglo XX, han aumentado la presión sobre los agricultores para que tornen a un cultivo más respetuoso con el medio ambiente. Sin embargo, siguen primando las visiones productivistas, tan sólo adaptándolas para seguir cobrando subvenciones e, incluso, azuzando el sistema que se traía hacia una especie de hiper productivismo -aún cuando las plantaciones de tipo superproductivo sean difíciles de introducir en la comarca, tanto por la dificultad del riego como por las pendientes (Sánchez Martínez, Gallego Simón y Araque Jiménez, 2011)-, con el cual conseguir todavía mayor cantidad de aceite. Así, apenas algunas explotaciones están interesándose en la agricultura ecológica. De hecho, aun con todos los debates que existen sobre la terminología usada, quizás podríamos llamar a éstas estrategias más como “neoproductivistas” (Evans, et al., 2002).
No obstante, lo cierto es que estos campos cumplen una serie de los principios del post-productivismo, por ejemplo el que la mayor parte de los trabajadores agrícolas tengan empleos fuera del sector primario o que las explotaciones sean de tamaño limitado. Sin embargo, estas características son consecuencia de los avatares históricos y de una estabilidad acusada de los modos de manejo, más que algo buscado y, además, pueden ser también descritos como frenos al desarrollo de iniciativas que avancen en esta dirección (a través de la diferenciación, la búsqueda de mejor calidad o la de nuevos ingresos procedentes de otras actividades dentro de las propias explotaciones), ya que el trabajo en ellas es ocasional y su tamaño no las favorece. Por todo, parece necesaria la coordinación de los agricultores sobre todo mediante las cooperativas -junto a almazaras privadas, comunidades de regantes, asociaciones agrarias…- tanto de primero como de segundo grado, así como con otras sociedades creadas en los últimos años para la venta conjunta (Sánchez Martínez, Gallego Simón y Araque Jiménez, 2011). Sin embargo, esta coordinación no debería limitarse sólo a la obtención y comercialización del aceite, sino que también debe adentrarse en la innovación, la generación de productos respetuosos con el medioambiente y el liderazgo hacia este nuevo ruralismo.
5. Conclusiones
Con las fuentes empleadas y el uso de los Sistemas de Información Geográfica se ha podido reconstruir la moderna formación del monocultivo olivarero en el territorio analizado. De cultivo de subsistencia y uso multifuncional, el olivar se convirtió, con el paso del tiempo, en un especialista en la producción de aceite exportable a todo el mundo. Los diferentes cortes cronológicos que hemos efectuado, aunque dispares en su duración y efectos, nos han permitido también encontrar un patrón espacio-temporal en este proceso expansivo (véase Gráfico 2), demostrando así la oportunidad de analizar un espacio de escala-comarca con ámbitos fisiográficos contrastados (sierra, municipios mixtos y campiña).
La dinámica seguida hasta alcanzar la situación actual ha sido distinta a lo largo de la Campiña de Jaén, atendiendo a factores tales como la pendiente o el tamaño parcelario, si bien otros les daban cierta uniformidad. De este modo, será posible extrapolar este mismo progreso a áreas cercanas, asimilando su dinámica a lo que ha ocurrido en ésta, en función de su parecido con alguna de las zonas homogéneas diferenciadas. Y es que, en este caso, fueron sobre los suelos más pobres en los que se llevó a cabo una temprana especialización. Mientras, en los llanos y profundos, la producción de cereal siguió siendo durante algo más de tiempo todavía rentable y, sobre todo, necesario para el mantenimiento de la población local.
La facultad de la venta al exterior fue la verdadera responsable de la explosión del olivo, de la misma manera que había estado ocurriendo durante siglos en otras zonas de Andalucía (Guzmán Álvarez, 2004). La conexión se convirtió en el elemento clave para su evolución y para el paso de diferentes procesos de cambio que se fueron superponiendo sobre el terreno. Procesos que han llevado a estos campos a la situación actual, de una manera asimilable, aunque ciertamente diferenciada, a lo que ha ocurrido en otras regiones europeas (Almstedt, 2013). De esta manera, es posible observar el paso de la subsistencia al productivismo, con la entrada de dinámicas de mercado en él y la consiguiente pérdida de control del sector por parte del agricultor, así como la aparición de crisis recurrentes.
Sin embargo, como la ocupación olivarera, de momento, no es completa, habrá que estar atentos en el futuro inmediato para ver si se consigue o, por el contrario, permanecen o se incrementa la diversidad de cultivos. Todo ello dependerá de la dinámica propia del sector oleícola, que va a marcar el camino que seguirán los labradores de la comarca. Hoy por hoy, aunque por parte de las administraciones, principalmente, se señalan las ideas post-productivistas y la multifuncionalidad (trufadas, todavía, de elementos productivistas), lo cierto es que para gran parte de los agricultores estas ideas siguen siendo un reto muy difícil de afrontar y continúan anclados en antiguos estadios.
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Notas