Reseñas bibliográficas
Reseña de La revanche des villages. Essai sur la France périurbaine
Review of La revanche des villages. Essai sur la France périurbaine

![]() | Charmes Eric. La revanche des villages. Essai sur la France périurbaine. 2019. París. Seuil. 112 pp.pp.. 978-20-21-41256-7 |
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Eric Charmes acaba de publicar su libro, titulado La revanche des villages. Essai sur la France pé- riurbaine en la editorial Seuil. En la introducción, el autor observa que, “a lo largo de las últimas décadas, numerosos citadinos [se han] instalado en [zonas rurales]”, sin convertirse por ello en campe- sinos, ya que siguen siendo urbanos (p. 7). De hecho, “en numerosos pueblos, la mayoría de los activos trabaja en la ciudad” (p. 7). La distribución de la renta tampoco permite distinguir claramente las zonas urbanas y rurales (p. 7). En efecto, “las rentas altas no se concentran en las ciudades en gene- ral, sino [en] los centros [urbanos] y los suburbios acomodados de una decena de grandes metrópolis” (p. 7). Simultáneamente, la renta es muy elevada en pueblos situados en el oeste de París y en las zonas fronterizas con Suiza y Alemania (p. 8).
Esa difuminación progresiva de los puntos de referencia resulta de ciertas mutaciones que traducen el hecho de que la vieja oposición entre zonas rurales y urbanas o entre pueblos y ciudades está trasnochada (p. 8). En los años setenta, Henri Lefebvre2 ya teorizaba “la extensión de lo urbano [más allá] de las ciudades” (p. 8). El error, nos dice Charmes, consiste en asociar los paisajes rurales “a formas de vida que les estaban anteriormente asociados” (p. 8). De hecho, “la urbanización ha [transformado en profundidad] las viejas divisiones económicas, sociales y políticas entre las ciudades y los [pueblos]” (p. 8). Precisamente, este libro desea “precisar las características de ese cambio y analizar sus consecuencias. Una de las más importantes es la revancha de los pueblos tras décadas de éxodo rural” (p. 8).
Así, la extensión de lo urbano más allá de las ciudades es manifiesta en lo periurbano que es asociado a “la fealdad, la alienación consumista o al entre-simismo” (p. 9). Además, es presentado como un territorio de “relegación, el corazón de la [periferia] y el (…) lugar del voto de protesta” (p. 9). Según el investigador galo, se trata de una imagen parcial y caricaturizada de lo periurbano, dado que éste traduce una aspiración a compaginar las ventajas de la ciudad y del campo. Ese sueño se ha convertido en realidad para numerosos ciudadanos gracias al desarrollo de los medios de transporte.
A través de ese proceso, los citadinos se desplazan a zonas rurales. En efecto, “la periurbani zación, definida como la integración del campo en la órbita de las ciudades, es una de las manifestaciones más [significativas] de ese movimiento” (pp. 9-10). Acontecida progresivamente, ha modificado en profundidad “los territorios y los modos de vida” (p. 10). Concierne, actualmente, a cerca de una cuarta parte de la población francesa (p. 10). El autor aborda ese tema desde cuatro perspectivas: la primera “explora la tesis de la urbanización del campo”, la segunda examina “el impacto medioambiental del movimiento hacia el campo” (p. 10), la tercera analiza “el valor existencial de la vida en el campo urbano”, y, la cuarta “discute el poder político del campo” (p. 11).
En el primer capítulo, Charmes indica que dos visiones se enfrentan a menudo. Por un lado, numerosos geógrafos consideran que “lo urbano se ha extendido desde hace tiempo a todos los territorios, más allá de las ciudades” (p. 13). En esta óptica, la distinción entre lo rural y lo urbano habría perdido su sentido, ya que lo urbano lo habría cubierto todo (p. 13). Por otro lado, otros geógrafos subrayan la capacidad de atracción del campo y hablan incluso de “éxodo urbano” (p. 13). En realidad, estas visiones solo son contradictorias en apariencia, dado que resultan, en parte, de definiciones distintas de términos concretos (pp. 13-14).
La tesis del éxodo urbano no es específica al Hexágono y aparece en los años sesenta, en una época marcada por el éxodo rural iniciado a me- diados del siglo XIX. “Los jóvenes [abandonan] masivamente los pueblos y [los municipios rurales] para desplazarse a las ciudades para adquirir títulos [académicos] y para encontrar mejores trabajos, menos duros [y] mejor pagados” (p. 14). A pesar de ello, “los pueblos continúan (…) pesando en la vida cotidiana de los [ciudadanos] franceses. Cerca de [una cuarta parte] reside en un municipio de menos de 2.000 habitantes” (p. 15). Además, incontables jóvenes hogares deciden vivir en el campo. Así, “desde los años sesenta, numerosos pueblos han visto su población [incrementarse notablemente]” (p. 15). Ese movimiento inverso al éxodo rural ha adquirido tal magnitud que, hoy en día, “los pequeños municipios reúnen a una parte de la población francesa equivalente a la que era la suya en los años sesenta” (p. 15).
Esa revitalización de ciertos pueblos coincide con las dificultades crecientes de varias ciudades (p. 15). “En estas ciudades, la demografía está [a media asta], con unas [pérdidas] de población a veces [considerables], especialmente en las regiones en crisis” (p. 15). No en vano, “otras dinámicas demográficas cuestionan esta tesis”, sabiendo que “las ciudades son numerosas (…) y conocen evoluciones variadas” (p. 15). De hecho, algunas conocen un auge demográfico, a la imagen de las grandes ciudades que siguen siendo muy atractivas (p. 16). Además de su población, las grandes metrópolis se distinguen “por una fuerte presencia de hogares con rentas altas, directivos, profesiones liberales o creativos” (p. 16). Esta concentración tiende a reforzarse, “hasta el punto de que estas metrópolis conocen unos destinos que divergen cada vez más de [aquellos] de las demás ciudades” (p. 16). Y, “los alquileres y los precios inmobiliarios elevados de las metrópolis no les impiden atraer los hogares y ver su población crecer. Mientras que los más acomodados invierten los barrios céntricos, los demás se instalan en [los suburbios] o, más lejos, en lo periurbano” (p. 17).
Si ciertos pueblos preservan su peso demográfico, las grandes urbes afirman su preeminencia (p. 17). En realidad, “la paradoja solo es aparente, dado que el mundo [urbano] y [el mundo rural] se recubren en parte. Ese [fenómeno] está en el [centro] de la noción de área urbano” (p. 17). Designa los municipios que rodean una ciudad principal, conformando una aglomeración (p. 17). Pero, la aglomeración es solamente una parte del área urbano, puesto que es preciso añadirle los municipios que se hallan bajo la influencia del centro y de su suburbio, “pero separados de estos por una discontinuidad” de las construcciones (p. 18). Contraria- mente a una idea enraizada, lo periurbano agrupa a cerca de dos tercios de las explotaciones agrícolas. Además, “más de la mitad de la población de las coronas periféricas francesas reside en pueblos” (p. 18). En total, los municipios periurbanos “cubren alrededor del 40% del territorio nacional [galo] y agrupan al 23,4% de la población” (p. 20).
Los pueblos que conocen un notable crecimiento demográfico “están generalmente en pro- ceso de periurbanización. Están entrando en el campo de atracción de una ciudad (…) convirtiéndose en sus satélites” (p. 23). Para un municipio, “esta entrada en un área urbano se manifiesta por la llegada de jóvenes [familias provenientes] de la aglomeración central para mudarse a una casa individual” (p. 23). Desde los años sesenta, el número de pueblos así dinamizados ha aumentado progresivamente (p. 23). Regularmente, “las ciudades integran en su órbita a nuevos espacios rurales” (p. 23). De cierta forma, puede hablarse de éxodo urbano, ya que estas personas abandonan las ciudades para residir en pueblos limítrofes “para poder continuar a beneficiarse de [los recursos] de las urbes” (p. 23). Siguen dependiendo de la ciudad para su actividad profesional (p. 23). En ese sentido, la revitalización del campo solo es “la ex- tensión del área de influencia de los grandes centros urbanos. El campo se revitaliza convirtiéndose en urbano” (pp. 23-24).
A su vez, el éxodo urbano tiene sentido para las zonas rurales que deben su capacidad de atracción “al interés que les prestan los turistas, los hogares en búsqueda de una residencia secundaria y los jubilados (...). Los litorales constituyen [la mayor parte] de esta categoría de campo” (p. 24). No en vano, fuera de los circuitos turísticos más frecuentados, “los territorios rurales están, lo más a menudo, ocupados por hogares modestos [y/o] envejecidos” (p. 24). En su seno, las viviendas vacías abundan y muchas de ellas son invendibles (p. 25).
En cualquier caso, no se produce un retorno “a unos modos de vida rurales tradicionales” (p. 25), ya que, a partir de los años sesenta, se ha producido una “aculturación de los rurales a unos modos de vida urbanos. Desde entonces, esta dinámica [se ha acentuado]” (p. 26). Si algunas diferencias persisten en los estilos de vida, “se han convertido en menos inmediatamente legibles y, sobre todo, han dejado de constituir unas divisiones claras del mundo social” (p. 26). Además, la fragmentación de “los territorios de la vida cotidiana [convierte en borrosas] las fronteras vividas entre lo urbano y lo rural” (p. 26). A ese respecto, uno de los cambios más significativos es “el paso de la comunidad política (…) al club residencial, aunque esta evolución no sea propia a las zonas periurbanas” (p. 27).
Con la urbanización de numerosos pueblos, muchos de ellos se han convertido en unos espacios residenciales, “donde los habitantes solo pasan una parte de sus vidas (…). Su relación con el lugar de vida se ha convertido en más utilitarista y económica que política. Se preocupan, ante todo, por la gestión y el mantenimiento del marco vital [ofrecido] por el municipio” (p. 28). En ese contexto, el Ayuntamiento se interesa por “el acceso al municipio, con [el] control del poblamiento como cuestión central. Se trata, ante todo, de garantizar la proximidad de los gustos, [de los hábitos] y de las rentas de los habitantes, para facilitar la gestión cotidiana y evitar los conflictos” (p. 28). Esta atención prestada al poblamiento se expresa en “los reglamentos de urbanismo” (p. 28). Otro reto clave consiste en la preservación del marco vital, por ejemplo, reduciendo el número de zonas edificables (pp. 28-29).
Si en términos demográficos, ciertos pueblos muestran una vitalidad evidente, con la llegada de numerosas familias, simultáneamente, “esta revitalización se apoya en el desarrollo de la movilidad automovilística y la mejora de los medios de [transporte]” (p. 30). Pone de manifiesto una extensión del ámbito de influencia de las ciudades (p. 30). Con el transcurso del tiempo, ciudades y pueblos se han hibridado, puesto que, cada vez más, forman parte del mismo mundo, especialmente en lo periurbano (p. 30). Hoy en día, “los pueblos se han diversificado, distinguiéndose unos de otros [y] ofreciendo cada uno un marco vital particular” (p. 30). Los hogares que residen en su seno pueden gozar de sus encantos en función de sus capacidades financieras (p. 30). Paralelamente, las relaciones con las zonas urbanas “han invadido las experiencias vividas”, sabiendo que la mayor parte del trabajo, del ocio y del consumo se producen en la ciudad (p. 30).
En el segundo capítulo, centrado en las soluciones medioambientales, el autor observa que, si la respuesta a las exigencias de transición ecológica implica luchar contra el esparcimiento urbano, esto supone limitar la extensión de las ciudades bajo la forma de casas individuales, puesto que su multiplicación exige la impermeabilización del suelo, el alejamiento de los centros, la dependencia al automóvil o el incremento de los costes de urbanización (p. 31). La cuestión es que esta extensión urbana ha contribuido a la revitalización de numerosos pueblos. Ante semejante paradoja, las administraciones públicas no saben qué estrategia privilegiar (p. 31).
Hasta los años 2.000, la mayoría de los urbanistas era favorable a la densidad del tejido urbano, ya que permitía desplazarse en transporte público, utilizar menos recursos y reducir la contaminación (p. 32). Otros investigadores, en cambio, han buscado conciliar las ventajas de la ciudad y del campo, promoviendo, por ejemplo, la “ciudad-jardín” o la “ciudad-campo” (p. 33). En la práctica, ese sueño se ha concretado en el “suburbio urbanizado” (p. 33). Los citadinos han optado por instalarse en pueblos situados a proximidad de las ciudades donde la naturaleza está omnipresente, dado que cerca del 80% del territorio periurbano está ocupa-do por bosques, tierras agrícolas y espacios húmedos (p. 33). No en vano, desde finales de los años 2.000, la postura de los urbanistas ha evoluciona- do, dado que “la crítica de la ‘ciudad-campo’ se ha [convertido en] menos radical. Su existencia ya no es atacada tan [frontalmente]. Las debilidades medioambientales de la ‘ciudad-campo’ han sido, [en la mayoría de los casos], revisadas a la baja” (p. 34).
Además, la urbanización es una amenaza para la agricultura, pero “esta amenaza es más cualitativa que cuantitativa” (p. 38). Efectivamente, “extendiéndose al campo, la ciudad se desmigaja. En lugar de desplegarse en la continuidad de la aglomeración central, los espacios urbanizados se difractan en una miríada de pueblos (…) y de pequeñas ciudades” (p. 38). Esto “desmultiplica el impacto de las extensiones urbanas sobre los paisajes, la agricultura y la biodiversidad” (p. 40). A su vez, el “desmigajamiento” multiplica “las zonas de contacto entre la agricultura y los territorios urbanizados, [aumentando] así las ocasiones de conflicto” (p. 41). Ciertas tensiones emergen, por ejemplo, en torno al uso de pesticidas o a las molestias sonoras (p. 41).
El “desmigajamiento” tiene, igualmente, “un fuerte impacto sobre la biodiversidad”, sabiendo que ésta depende “de la posibilidad, para ciertas especies, de evolucionar en grandes perímetros y de no [enfrentarse] a obstáculos” (p. 41). A su vez, aumenta “el coste de las infraestructuras y de los equipamientos” (p. 41). En efecto, es preciso construir o ensanchar carreteras para vincular los municipios, y sucede lo mismo con las redes eléctricas, los cables telefónicos y los conductos de agua (p. 41). De la misma forma, el coste de los ser- vicios de recogida de basuras o de reparto del correo es superior, “con unos consumos de energía y unos impactos medioambientales incrementados” (pp. 41-42). Asimismo, para las familias, “aumentan las distancias recorridas diariamente” (p. 42). Representa varios miles de kilómetros cada año, lo que tiene un fuerte impacto medioambiental y unos costes socioeconómicos no desdeñables “en razón de su elevado coste” (p. 42).
Una de las maneras de mejorar la situación consiste, según el autor, en “actuar sobre las nuevas construcciones, a fin de controlar mejor su localización y sus características”; sabiendo que, cada año, se construyen 400.000 viviendas en Francia, de las cuales la mitad son viviendas individuales (p. 43). Según el hecho de que “estas nuevas viviendas estén concentradas en grandes aglomeraciones o desmigajadas en pueblos (…), los paisajes rurales tendrán aspectos muy diferentes. Una vía intermedia entre estos dos extremos consiste en apoyarse en los grandes [pueblos] y en las peque- ñas ciudades que esparcían el campo” (p. 43).
A ese respecto, conviene recordar que, en Francia, la competencia en materia de urbanización in- cumbe al municipio, lo que propicia al “desmigajamiento”. De hecho, el crecimiento de los pueblos absorbidos en el área de influencia de la ciudad está regulado por los planes de urbanismo “cuyas orientaciones generales están decididas” por los consistorios municipales (p. 45). En los pueblos situados fuera de las ciudades, el inicio de la periurbanización es percibido como “la oportunidad de [dinamizar de nuevo] el municipio y de [mitigar] los efectos del éxodo rural” (p. 45). Otra preocupación de estos pueblos está directamente vinculada con ciertos intereses privados (p. 45). En efecto, algunos propietarios terrenales están personalmente interesados en transformar sus tierras agrícolas en tierras edificables, puesto ese cambio incrementa sustancialmente su valor económico (pp. 45-46). A largo plazo, “semejantes preocupaciones conducen a un fuerte crecimiento demográfico, [dado que] los pueblos crecen hasta convertirse en polos de vida” (pp. 46-47). Y, los recién llegados a estos pueblos, se ven afectados por el “síndrome del último llegado” (p. 47). Desean proteger los espacios naturales y agrícolas, y quieren, asimismo, “preservar la apariencia [rural] de su lugar de vida” (p. 47).
Los intereses de los Ayuntamientos “están a menudo en tensión con los retos ecológicos de la ordenación de las regiones metropolitanas” (p. 47). Hoy en día, “los servicios del Estado tienen instrucción de ser más vigilantes con el control de legalidad de los documentos de ordenación [del territorio] y de urbanismo producidos por los [consistorios municipales]. El Estado está también [a la obra] a través de su producción legislativa” (p. 48). Desde el inicio de los años 2.010, “varios textos han venido enmarcar (…) estrictamente las [operaciones de] urbanización. Se han convertido en (…) más difíciles y deben estar justificados con argumentos válidos fuera de los [Ayuntamientos]” (p. 48).
En el tercer capítulo, que analiza el tránsito “del derecho a la ciudad al derecho al pueblo”, Charmes constata que la casa individual divide a la opinión pública, ya que, si es plebiscitada en los sondeos, está considerada con desprecio por numerosos intelectuales. Estos últimos critican el supuesto repliegue sobre sí mismos y la desconfianza manifestada hacia los demás que caracterizaría a sus habitantes; sin olvidar su supuesto interés por el confort material y su indiferencia hacia el mundo que les rodea (p. 55).
En realidad, “el acceso a los pueblos periurbanos es desigual” (p. 56). Por un lado, se hallan los directivos que “pueden ofrecerse una casa en un parque natural regional, además de conservar el acceso a excelentes centros escolares y estar a proximidad de empleos altamente cualificados” (p. 56). Por otro lado, se encuentran las familias populares que “deben alejarse considerablemente de los centros de las grandes ciudades para encontrar un terreno edificable [a buen precio]” (p. 56). Para las clases medias-inferiores y las fracciones estables de las clases populares, el acceso a la propiedad de una casa individual implica alejarse de los centros urbanos. “En estos territorios, la dependencia automovilística es casi total [y] el gasto de transporte que resulta de ella es [notable], superando, a menudo, los 500 euros mensuales” (p. 57). A ello se añaden los gastos de calefacción, lo que reduce considerablemente la renta disponible (p. 57). En ese contexto, un despido, una larga enfermedad o un divorcio pueden tener consecuencias dramáticas (p. 57). Pero, en la mayoría de los casos, las familias superan sus dificultades financieras acumulando las horas extraordinarias, renunciando a sus vacaciones o consintiendo otras privaciones (p. 58). A menudo, esto se acompaña de un fuerte temor al fracaso y de un resentimiento indisimulado hacia el “sistema” y la “élite” (p. 58).
En el cuarto capítulo, que aborda la cuestión del poder de los pueblos, el autor recuerda que, en 1.981, la elección de François Mitterrand a la presidencia de la República gala marca un giro, especialmente con la aprobación de la ley de descentralización (pp. 84-85) que concierne a todas las colectividades territoriales (p. 85). Con esta ley, “el Estado continúa ejerciendo un control [sobre estas administraciones públicas], pero solamente a posteriori”, a través del control de legalidad (p. 85). En ese contexto, “los alcaldes se imponen como figuras políticas centrales. En teoría, los poderes municipales se extienden a todos los ámbitos, en virtud de una cláusula general de competencia”, sabiendo que uno de los importantes poderes concedidos a los municipios es el urbanismo (pp. 85-86).
Las leyes de descentralización sucesivas han suscitado pocas reticencias y “los actores locales se las han apropiado rápidamente” (p. 87). No en vano, con el transcurso del tiempo, ciertos límites de la descentralización han quedado de manifiesto, empezando por el “desmigajamiento municipal”. “Los municipios resultan ser, [con frecuencia], demasiado pequeños para disponer de los medios necesarios [para garantizar el] buen uso de sus prerrogativas” (p. 87). Además, “los perímetros de acción de los municipios aparecen como demasiado limitados” (pp. 87). Ante esta situación, la solución ha consistido en propiciar la cooperación entre municipios en el marco de los sindicatos y de los distritos (p. 87).
El proceso es iniciado en 1992, “con una ley que crea las comunidades de municipios. A lo largo de los años, varias leyes crearán otras formas de inter-municipalidad y [reforzarán] su peso” (pp. 87-88). Las leyes sobre la inter-municipalidad “tienen una característica que se afirmará a lo largo del tiempo: el tratamiento diferenciado de los municipios, con [el asentamiento] de las grandes ciudades como actores dominantes” (p. 88). Fuera de las grandes ciudades y de sus periferias, “la inter-municipalidad se ha desarrollado igualmente, pero lo ha hecho bajo una forma degradada, con unas competencias disminuidas y unos medios más limitados” (pp. 88-89). Y, “la diferencia se incrementa a medida que se baja en la jerarquía, hacia las comunidades de municipios, forma de inter-municipalidad ampliamente dominante en lo periurbano y lo rural” (p. 89).
Además, desde la presidencia de Nicolas Sarkozy, existe una voluntad de “concentrar los medios públicos en [unos pocos] polos capaces de resplandecer fuera de las fronteras nacionales” (p. 89). Y, en nombre de la racionalización del gasto público y de la búsqueda de ahorros de escala, los equipamientos y los servicios públicos, presentes [en las zonas periurbanas], se hallan cada vez más reducidos, cuando no están cerrados, en beneficio de las metrópolis” (p. 89). Como consecuencia de ello, “los territorios rurales, el campo y las ciudades pequeñas o medianas se convierten en los parientes pobres de las políticas públicas” (pp. 89-90).
A pesar de ello, el escaso poder político y las dotaciones limitadas no impiden a los pueblos atraer familias y continuar jugando un papel relevante en las políticas locales (p. 90). Además, estos municipios gozan de una capacidad de resistencia ante los proyectos de las metrópolis y disponen de márgenes de maniobra (p. 92). Estos municipios disponen, a su vez, de una capacidad de influencia a través de distintas formas. Gozan de un peso determinante “en los debates nacionales (…). Sus estructuras representativas, como la Asociación de Alcaldes Rurales de Francia, pesan fuertemente sobre la opinión [pública, los parlamentarios] y el poder ejecutivo” (p. 93). Su eficacia está vinculada a la sensibilidad de la opinión a “la causa de los pueblos en desherencia” (p. 93). A nivel local, “la influencia de los pequeños municipios se ejerce vía las inter-municipalidades” (p. 93). A proximidad de una gran ciudad, su actitud es defensiva, mientras que, cuando las ciudades son menos importantes, “las comunidades [de municipios] vecinas son capaces de ser más ofensivas” (p. 93).
Algunos pueblos adquieren posiciones favorables, “especialmente alrededor de ciudades pequeñas y medianas. Una parte de estas ciudades goza de una economía dinámica”, al tiempo que muchas atraviesan periodos difíciles (pp. 95-96). En la mayoría de los municipios periurbanos, si tienen pocos hogares muy acomodadas, las rentas son más elevadas que en los centros urbanos y “las clases medias y medias-superiores están bien representadas. La dinámica demográfica es igualmente positiva” (p. 96). Más aún, los pequeños municipios han adquirido poder “en detrimento de las ciudades de las que dependen”, lo que obliga los cargos electos de los centros urbanos a negociar y a hacer concesiones para llegar a acuerdos (p. 97). A ve- ces, incluso, pierden el control de la comunidad de aglomeración (p. 97). Lo que está en juego en estas luchas es “el control de los recursos fiscales y de las inversiones” (p. 98).
En el apartado de conclusiones, Charmes re- cuerda que “la vieja oposición entre [ciudad] y campo continúa dominando [las] representaciones”, aunque no corresponda a las realidades vividas y experimentadas. Oscurece, en lugar de aclarar, “los retos de la ordenación del territorio y de las políticas de solidaridad entre territorios” (p. 101). La situación de las zonas periurbanas ilustra la superación de la división entre ciudad y campo, zonas urbanas y zonas rurales. “Lo periurbano es ese campo situado en la órbita de una ciudad, la hibridación de lo urbano y de lo rural. Ese fenómeno es, hoy en día, masivo” (p. 101).
No en vano, lo periurbano genera controversia. Así, se aprueban leyes para mitigar el esparcimiento urbano. A pesar de ello, “lo periurbano sigue siendo atractivo, a veces incluso más que las ciudades” (p. 102). Esta capacidad de atracción creciente del campo cercano a las ciudades ha transformado en profundidad “las relaciones públicas entre los territorios. (…) En numerosos municipios, la balanza [se inclina] a favor de lo periurbano”, lo que incide en el gobierno de las ciudades (p. 102). Lejos de reducirse a actitudes de repliegue, estas zonas son llevaderas de innovaciones sociales y “pueden ser el lugar de experimentaciones para construir un sentido compartido” (p. 102).
Al término de la lectura de La revanche des vilages. Essai sur la France périurbaine, es necesario reconocer la gran actualidad del tema abordado en plena movilización de los Chalecos Amarillos cuyo origen se halla, en parte, en la fractura territorial. Alejándose de una visión estrictamente negativa de la Francia periurbana, asociada exclusivamente al repliegue, a la preocupación por el confort material, a la desaparición de los servicios públicos y al impacto medioambiental, el autor ofrece una imagen matizada y compleja de estos territorios. Lo hace haciendo gala de un perfecto conocimiento de la literatura científica relacionada por lo periurbano y discutiendo, de manera argumentada y convincente, las diferentes teorías, conceptos y categorías administrativas. Se apoya, para ello, en datos empíricos, a la vez sólidos y actualizados, que expone en numerosos gráficos y tablas. Todo ello expresado en un estilo fluido que convierte la lectura de esta obra documentada, rigurosa y densa en agradable.
Por todo ello, la lectura de la última obra de Eric Charmes se antoja ineludible para mejorar nuestra comprensión del fenómeno periurbano.