Artículos
Un paréntesis en Geografía. Cartografías de la noche LGBT en Bahía Blanca (Argentina)
A geographical gap. Maps of LGBT nights in Bahía Blanca (Argentina)
Un paréntesis en Geografía. Cartografías de la noche LGBT en Bahía Blanca (Argentina)
Investigaciones Geográficas (Esp), núm. 72, pp. 151-166, 2019
Universidad de Alicante

Recepción: 15 Abril 2019
Aprobación: 30 Julio 2019
Resumen: A partir de entrevistas en profundidad, observación participante y consultas a la red social facebook se exponen los alcances y sentidos espaciales de personas asumidas como gays y lesbianas encauzadas por el ocio privado en Bahía Blanca. Desde la perspectiva de las geografías posmodernas, se propone una lectura de la ciudad en clave de sitios del ambiente. En este registro aparecen vaivenes, vacíos y colonizaciones que configuran complejas cartografías que involucran aspectos de prestigio espacial, tensiones internas y fijaciones microculturales en el uso de establecimientos nocturnos que, en última instancia, revisten el rasgo de paréntesis socioespacial.
Palabras clave: geografía de las sexualidades, ocio nocturno, ambiente, Bahía Blanca.
Abstract: Based on in-depth interviews, participant observation, and a review of Facebook, this study reveals the scope and significance of gays and lesbians in private leisure spaces in Bahía Blanca. From a postmod- ern geographic focus (incipient in Argentina), the city is examined to construct the spatial possibilities of these groups within the environment. This tour shows the events, gaps, and colonisations that form com- plex maps showing aspects of spatial prestige, internal tensions, and cultural limits in the use of certain sites that are part of a gap in the socio-spatial dynamic of a medium sized city. This study highlights par- ticularities of the geography of sexualities in hidden spots in metropolitan cities in Argentina, and shows that every place has its own sexualised space – although this is mainly constructed during the night. The private (space) night (time) connected with leisure is the key to exploring a part of this universe that forms a silenced local history that is excluded from the official background information.
Keywords: geography of sexualities, night leisure, environment, Bahía Blanca.
1. Introducción
La geografía ha dado aproximaciones iniciáticas si la confrontamos a sucesos y personas contemporáneas. Desde una perspectiva asentada en las geografías posmodernas, se propone compensar esta falta al exponer las posibilidades y significados de ocio existentes en Bahía Blanca3 apuntados a sexualidades no heterocentradas a lo largo del tiempo.
A partir de 1960 el desencanto con respecto a determinados marcos epistemológico-analíticos en geografía ha sido rebatido por las reacciones de la geografía radical y humanista. El espacio como constructo social y la emergencia de conceptos ensimismados a la escala humana como lugar, topofilia e interioridad han sido relevantes en estas reacciones. No obstante, dichas apuestas estuvieron sesgadas por el andro- centrismo desde el punto de vista estético y cognitivo (Rose, 1993) petrificando así los temas de género y sexualidades, considerados como “geografías malditas” (Silva, Ornat y Chimin Jr., 2013).
Las Geografías Posmodernas (Soja, 1989) han significado una oportunidad para la deconstrucción de esta ciencia en esta dirección, reconociendo que las relaciones de género y la sexualidad están espacializadas (McDowell, 2000) y que los enfoques antropológicos, históricos y semiológicos son reveladores en el camino a la autentificación de la propia disciplina (Santos, 1990). La sexualidad como objeto de investigación naciente en geografía supuso extrañamientos en el círculo académico que han derivado en sospechas sobre las opciones sexuales de quienes han decidido encarar dicha tarea (Santos, 2016). La vigencia de ser una ciencia de hombres no colaboró en desmontar la pervivencia del espacio pensado como neutro, homogéneo y asexual (García Ramón, 2012) hasta entrados los ’90.
A pesar de que previamente se constatan alusiones al tema, como en Knopp en 19874, el hito fundacional de la geografía de las sexualidades lo constituye la obra Mapping Desire (1995)5 de Bell y Valentine. A partir de allí, se consolidan trabajos en esta orientación entre los que se pueden enumerar temas como la configuración de espacios de subjetividades gays y lesbianas tanto desde una geografía de la vida cotidiana, en virtud de recorridos e itinerarios, como introspecciones lindantes con las actuaciones de estos grupos en movimientos sociales, propios de una nueva geografía política; los efectos dialécticos entre la corporeidad y su correlato espacial —el cuerpo como territorio— y la concatenación entre la subcultura gay y el capitalismo imperante, por citar algunos presentes en las prestigiosas publicaciones Progress in Human Geography y Environment and Planning: Society and Space.
En los albores del siglo XXI los estudios apelan en mayor medida al trabajo de campo y a la elabora- ción de cartografías microlocales. Las superficies del deseo (las zonas rojas y sitios de levante callejero); la práctica turística en torno al mercado gay; la configuración de guetos tales como Marais en París, Castro en San Francisco y Chueca en Madrid; y el protagonismo de estas comunidades en los procesos de gentrificación serán otras propuestas de este segundo caudal dominado ampliamente por el norte: británicos (Bell, 1991, 1995; Hubbard, 1998; Binnie, 1997, 2004); norteamericanos (Brown, 2012; Knopp, 1992; Oswin, 2008); y más recientemente franceses (Jaurand y Leroy, 2011; Jaurand, 2015; Raibaud, 2007); y españoles (Fernández Salinas, 2007; Santos, 2016). El paso de la herencia epistemológica de los padres de la geografía a la dependencia eurocéntrica surtirá efectos en el sur, con producciones “subversivas” (Silva, 2009) que se desprendieron del Grupo de Estudios Territoriales (GETE) de la Universidad Estadual de Ponta Grossa y que, en la actualidad, se congregan en la Revista Latinoamericana de Geografía y Género.
En el paraguas de la geografía humana, esta línea refleja un interés fronterizo entre la geografía social y la geografía cultural6 (Browne, Lim y Brown, 2007) y asume una misión deliberada en la deconstrucción de estereotipos, esquemas de género e imperativos patriarcales que permean y constituyen la sociedad como parte de su cultura. La geografía de las sexualidades yuxtapone la dimensión del espacio tanto subjetivo como social7 al desandar experiencias extrapolables al espacio relacional del paradigma posmoderno.
Como aditamento, este subcampo de indagación está tentado por su simbiosis con lo urbano y, particularmente con la metrópolis. A diferencia de lo que ocurre con otros ejes emergentes como la geografía del género8, la geografía de las sexualidades no halla efectos perennes en la fisionomía rural9, y, en este sentido, las ciudades absorben toda su potencialidad analítica. En Argentina, Meccia (2006) y Sívori (2005) llevaron a cabo, desde la sociología y la antropología respectivamente, pesquisas que sirven de base a la dimensión geográfica del tema desde lo urbano. No obstante, en ambos despliegues los asuntos de la sexualidad —focalizados en hombres cis— han tenido su principal anclaje en las metrópolis, asociadas a mecas de libertad sexual o nodos del capitalismo rosa, haciendo de éstas una cuestión de cultura cosmopolita.
Por último, los aportes de la geografía en esta tesitura resultarán insuficientes sin un vuelco a los estudios feministas y la teoría queer. En estos giros de la geografía humana (Lindón y Hiernaux, 2010) el diálogo con otras perspectivas resultan vertebrales. Para el caso de las sexualidades no heterocentradas, las discusiones encaradas por Rich (1986), Rubin (1984), Wittig (2006), De Lauretis (1991) y especialmente Butler (2007), confieren un insumo a tener en cuenta al momento de interpelar las facultades moldeadoras atribuidas al aparato heteronormativo.
El trabajo se organiza en tres partes; la primera hace un desarrollo de precisiones metodológicas; en la segunda los apuntes que han surgido de las entrevistas y el trabajo de campo impulsan el nudo de la discusión en torno a los sentidos del ambiente conforme han oscilado en la noche bahiense. El apartado terminal abre una reflexión inspirada en esta condición de ocio y las dificultades de las maniobras que coronan estos recintos releyendo su relación con el exterior como un paréntesis espacial en la dinámica cotidiana de la ciudad.
2. Metodología
La geografía invirtió todos sus esfuerzos en socavar la ciudad diurna, y la nocturna se sometió al homo dormiens, un espacio urbano desierto, silencioso e inmóvil, no advirtiendo que en este proceder se ha hecho invisible más o menos la mitad de la geografía (Lindón y Hiernaux, 2010). Es por ello que, desde el enfoque interdisciplinar de las geografías posmodernas10, se acuña un encuadre singular de la noche como espacio-tiempo. En este sentido, el estudio abarca el ocio de la noche, es decir, el espacio de la industria de la diversión (Margulis, 1994), prácticas objetivadas en determinadas angulaciones que brinda el tejido urbano (Aguilar, 2000). Esta premisa sigue un carácter facilitador y oficial de esos registros espaciales que se contraponen a aquellos interpretados como prohibidos o clandestinos11. De algún modo, esta maniobra acota el interés en la naturaleza privada del consumo del tiempo libre, es decir, en espacios cerrados que requieren el pago de una entrada. Con respecto al tiempo, la oferta de esta tipología de espacios se concentra durante los fines de semana, dotando a este nicho de cierta caducidad, o en palabras de Aguilar, “vital pero huidiza” (2000, p. 54). La restricción temporal del ocio LGBT12 transforma el mero espacio en “escenario”13 (Lindón, 2007), principalmente por las pautas que se describirán en el desarrollo del escrito en el uso de la idea de paréntesis.
Como parte de la metodología cualitativa, los datos surgieron de siete entrevistas en profundidad14 y los registros de campo en base a observaciones y conversaciones efectuadas en fiestas a las que se participó como un concurrente más (durante 2017 y 2018). A esto se le sumaron las consultas a los canales de difu- sión de los sitios —coincidentes con facebook15— para indagar el nexo entre formas espaciales, prácticas espaciales y significados de los lugares (Lindón, 2008) y proyectar sus cartografías a lo largo del tiempo en la historia local. Se concibe la noción plural de cartografías dado que está investida por la conjunción de valoraciones y localizaciones y no sólo de sus coordenadas absolutas. De esta forma, el estudio busca principalmente comprender estos formatos espaciales y no sus géneros culturales (Margulis, 1994)16.
La noche como texto y en particular como texto lúdico guarda relación con las fronteras de temporalidad y sentido (Aguilar, 2000). Estos sentidos se desajustan y reajustan de forma acelerada y colaboran en comprender la especificidad de la ciudad nocturna para determinadas personas que están supeditadas a múltiples desplazamientos y consensos en el desenvolvimiento de espacialidades libres (Blidón, 2008). Siguiendo a Lindón y Hiernaux (2010), se trata del contexto de los giros teóricos que conducen a estudiar la ciudad en términos de lenguaje. La ciudad no sólo se traza y edifica; sino que al mismo tiempo “va construyendo o definiendo una mentalidad urbana que permea en las andanzas y los discursos de sus habitantes” (Aguilar 2000, p. 55). La textualidad pondera la inmaterialidad de las prácticas y los modos en que ésta se experimenta y representa socialmente (García Canclini, 1999; Gorelik, 2002; Lindón 2007). En este punto, se busca romper con el mito de la geografía reducida a su evidencia (Raffestin, 1986) y se descarta la población como homologable a la dimensión social (Canales, 2004) en reivindicación de las personas y sus particularidades.
3. Resultados
3.1. El ambiente bahiense
Bahía Blanca es una de las principales ciudades de la provincia de Buenos Aires. Los estudios de esta localidad se conectaron más a la geografía económica (Diez, 2010) y de la población (Prieto, Schroeder y Formiga, 2011) omitiendo una lectura sociosexual de su conjunto que pueda responder a ¿cuándo y dónde irrumpe la dimensión erótica17 del espacio (Barthes, 1985) para gays y/o lesbianas?, ¿de qué establecimientos de ocio ha dispuesto la ciudad donde sea posible el encuentro, el reconocimiento de pares e, inclusive, manifestaciones de cariño? Si es así, ¿qué peso simbólico le atribuyen sus concurrentes a las coordenadas que los definen y/o “encierran.?
El formato espacial genérico que calibra la relación entre estas prácticas de ocio y las personas referidas es el “ambiente” (Sívori, 2005). Éste explicita un marco de contención común entre personas con afinidades sexuales. Para el autor, la participación en esa red parte de un deseo, simpatía o intereses homoeróticos que, al plasmarse en sitios, éstos pasan a convertirse en instituciones de la homosociabilidad, resguardados de la totalidad social. Históricamente, la ocupación de esta tipología de espacios del ocio privado18 ha sido recreada en la exclusividad de la noche.
El rasgo de nocturnidad del ambiente tiñe los sentidos antropológicos de los sitios bajo la idea de antro. Cuando se repasa su significado es necesario abstraerse de su demonización y de las dicotomías meramente funcionales de claridad/oscuridad, insomnio/sueño, actividad/descanso o las dualidades de sen- tido: seguridad/peligro, bien/mal, permisible/prohibido, legal/clandestino (Galinier y Becquelin, 2016). A comienzos del siglo XXI, el antro fue reapropiado en clave de distinción entre consumidores de espacios alternativos, más cercanos al género under. Es la preferencia de sus concurrentes y no sus condiciones sociales —edad, etnia, clase— lo que los aúna entre ellos y los separa del resto. Se trata de exponer que en la noche se construyen varias noches que reportan más o menos legitimidad. Al igual que el under con lo popular, lo LGBT se dimensiona como subalterno ante la omnipresencia conspicua de la heteronormatividad. Como consecuencia, el ambiente visto como antro “ha sido un espacio por el que atraviesa la otra vida urbana, la de los choques entre los vicios públicos y las dispersiones privadas (…) el reverso de la cultura normal, es un negativo o molde revelador de la cotidianidad colectiva” (González, 1990, p. 27).
Valencia y Mayora (2016) diferencian dos tipos de usuarios de la noche: trabajadores y noctámbulos. Estos últimos “se caracterizan por utilizar la noche como espacio de ocio y esparcimiento. Son hombres y mujeres, de diversa condición social, que han decidido insertarse al tiempo festivo nocturno y abandonar momentáneamente el tiempo de trabajo o de la vida cotidiana” (2016, p. 446).
En Bahía Blanca, las noches asociadas con el universo LGBT denotan un camino intrincado que se plasma en la siguiente tabla:
El gráfico proporciona información sobre el abanico de establecimientos, sus respectivos años de funcionamiento y, en la última columna, se decidió agregar las cartografías. El domicilio específico hace referencia a una localización absoluta mientras que la situación evoca una posición de esos fragmentos de la ciudad relativos a los matices de la mentalidad urbana. Centro, centralidad y periferia son las fórmulas cartográficas que expresan coordenadas con distinto grado de ponderación.
En un plano general, la disposición de los recintos manifiesta una tendencia a la descentralización. Aledaños al microcentro, es decir, próximos al casco histórico de la ciudad, los sitios va corriéndose hacia un área satélite que conforma la zona más importante del consumo nocturno local. Aquí se condensa una oferta consolidada de boliches/discotecas y bares pensados para la cultura juvenil, adyacentes al Paseo de las Esculturas, un espacio público de la ciudad muy frecuentado. En un primer momento esta situación es presentada por los casos de Hollywood y Glam/Deja Vú; y Manhattan e Illimité en una instancia más actual. La centralidad está dada por la senda de Fuerte Argentino que representa la más ponderada por los noctámbulos en general y los del ambiente en particular. Por último, como periféricos se señalaron los casos de Bonifacio, Amnesia/Disturbia y Hamsa, emplazados en zonas percibidas negativamente por distintos motivos que no sólo se vinculan a una dicotomía con el centro sino a un comportamiento de interés secundario o acusando sentidos decimonónicos del antro.
Las localizaciones absolutas se apoyan fuertemente en las situaciones relativas y, concatenadamente, calibran una suerte de prestigio espacial que decrece ante las constantes rotaciones de los sitios. En su antropología de lo urbano Gravano (2013) acuña la noción del “atrás” para nombrar la marginalidad que puede ocasionar estar por fuera20 de la percepción del otro, cuestión que históricamente ha estructura do las identificaciones y socializaciones de gays y lesbianas a modo de secreto y/o discreción. Además, el desprestigio de estar en el patio trasero deja de ser un tema abstracto cuando se lo opone al paisaje. Como sostiene Nogué “un paisaje que se crea de manera estéticamente consciente es capaz de generar un entorno estéticamente experimentable que puede llegar a influir decisivamente en la conciencia moral al respecto” (2010, p. 124). Las implicaciones valorativas siguen a continuación.

3.2. Un bautismo central
Estar alejados de las zonas de confluencia puede ser interpretado como un punto de fuga a la regulación social en tiempos de homosexualidad (Meccia, 2006) como expresa Juan21 cuando comenta que Old Blue, entre las calles Granaderos y Rodríguez, era “el escondite”. Sin embargo, el destape de la gaycidad (ídem) y la inspiración de los estilos de vida gay metropolitanos equiparó el protagonismo entre quienes y su donde. De esta forma, no son indiferentes las facilidades de acceso ni la estética paisajística ya que ser y estar son puntos co-constitutivos.
La implantación céntrica ha sido una apuesta de visibilización para estos grupos desde sus inicios. Si bien Old Blue aparece en las entrevistas como uno de los pioneros22 en la movida, la cultura de la noche LGBT en Bahía Blanca se origina con Varieté por los efectos que acarreó. Horacio nos cuenta que “surgió con un grupo de amigos interesados en llevar el teatro a los barrios”. Luego de trabajar en sociedades de fomento barriales, como las del Obrero y San Martín, los actores se pudieron establecer en 1990 en las primeras cuadras de Darregueira para ofrecer talleres de arte y, prontamente, se combinaron funciones de teatro convencional con café concert. El informante comenta que la incorporación “sin pensarlo” de un show de transformismo fue un punto de inflexión: .fuimos catalogados por La Nueva Provincia23 como un teatro gay”.
Luego de deambular por distintas sedes, en 1997 se asientan en Villarino que inaugura “la época de construir”. Post show mensual, Horacio relata que “se habilitaba la barra”, dos caras de una misma moneda, que les otorgó gran popularidad. El entrevistado recuerda la fiesta del Telegrama, de la Primavera, las fiestas de disfraces y reconoce que “el boliche trascendió lo teatral”. En relación a este aspecto, Juan explicita que “la sala se llenaba después de la función”. Los noctámbulos que no osaban mostrarse durante la obra, esperaban a su finalización y sigilosos ingresaban al antro; “muchos tipos esperaban hasta una hora en el auto a dos cuadras de la sala para no levantar sospecha” —entrevista con Pedro, 45 años—. En este sentido, Horacio relata que “en la vereda no teníamos jurisprudencia”, lo que da cuenta de las vívidas fronteras existentes entre adentro-afuera, esfera privada-pública de las personas estigmatizadas y consigo la configuración de “territorios ansiógenos” (Raibaud, 2007) comandados por la adrenalina.
Si bien se produjo una estabilización de los eventos en Varieté, la impronta del espacio siguió conecta- da con el arte y el teatro. La iniciativa de las fiestas había aparecido como complementaria a esta actividad pero nunca la desplazó. La sala fue vertebral en la puesta en marcha de un circuito en la noche bahiense pocos meses después, compuesto por Laberinto, Chamán y Pomelo24 que sí se posicionaron únicamente como espacios de baile y consumo de bebidas. Mientras que Chamán y Pomelo —luego Tía María— res- pondían a un formato de bares, Laberinto era una discoteca pero en todos ellos “continuaban con los shows de transformismo”. En palabras de Juan predominaba “la música pop o que pasaban en la radio” y destaca que “en esa época nunca hubo razzias”. Por otro lado, Nicolás —43 años— nos habla de la importancia de El Cielo, a pocos metros de los citados como “lugar precursor de música electrónica en Bahía” y rescata que tenía “una onda muy gay friendly”25. Los sitios cesan gradualmente su actividad además de alegar motivos comerciales, por la exigencia de habilitaciones engrosadas por el efecto Cromañon26.
Si se retoma la tabla, el centro vuelve a ser semblante de la geografía de la noche LGBT en 2005, luego de casi un lustro. En la celebración de la noche, la condición de sede evoca fijeza y facilidad de apropiación de los establecimientos comerciales desde los esquemas mentales de los “noctámbulos” (Valencia y Mayora, 2016). Los vaivenes en el ambiente bahiense permitirán distinguir entre sitios anclados y fiestas itinerantes.
Cuando se refiere a la ubicación de Adonis Pub, Armando27 expresa: “era un riesgo, ¿quién se anima a hacer cola en un lugar así en pleno centro?... pero lo logramos”. El local representaba la conquista del centro excediendo la mera ocupación aislada del establecimiento. Por otro lado, la jerarquización simbólica también se vincula con la variable distancia, “la gente no tenía problemas para llegar” repasa. Con aproximadamente ocho años de continuidad Adonis Pub ha sido el nicho del ambiente más importante para el encuentro, la socialización y el careo de gays y lesbianas locales. Algunos informantes valoran que “abría todos los fines de semana y feriados, y se celebraban cumpleaños” y había un tratamiento muy metropolitano del mismo: “confeccionábamos las tarjetas con diseñadores de Buenos Aires, hacíamos una base de datos de clientes fijos” explica Armando. El paisaje lo completaba un “balcón abierto” y la adyacencia al bar Justo A. Riva en donde “se hacía la previa”. Estos detalles conectaban a sus concurrentes con el adelante; ver la exterioridad de la calle funcionaba como el hall de entrada en el corazón del microcentro y no como patio trasero de la ciudad.
Los problemas internos conducen a que en 2008 el sitio cambie de manos y sea “el inicio del fin” —entrevista con Alejandro, 52 años—. La nueva dueña trastoca ese universo nocturno enaltecido por el planeta gay: incorpora la cumbia28, deja de contratar transformistas, decae la barra, y gradualmente “dejaron de captar al público LGBT”. Uno de sus antiguos gestores emprende la inauguración de La Jaula en 2009, a pocos metros de Adonis. Sin embargo, por cuestiones personales el esplendor que revivía “la música cool” y “el ambiente top” como rememora un concurrente durará poco tiempo. Para estos años el centro bahiense contenía otros espacios de ocio nocturno privado destinados a “un público heterosexual denso” —entrevista con Javier, 27 años— como Samsara, Don Perignón, Rossini e Impacto en donde “el cruce generaba tensiones”. Con el cierre de Adonis Pub poco después, por dejar de ser redituable, la oferta de ocio se desplaza a la zona de Fuerte Argentino desplegando una horizontalidad en el uso del tiempo libre más concreta con el caso de Hollywood.
3.3. Del centro a la centralidad
Se parte de asociar la centralidad con aquel sector que nuclea la oferta de sitios de ocio privado de Bahía Blanca, específicamente orientados al consumo de la noche. Éste ha sido dominado por la oferta hacia el segmento heterosexual bajo el formato de boliche/discoteca —El Reino, Chocolate, La Barraca—, susceptible de convertirse en un enclave clasista caracterizado por sus efectos segregacionistas (Margulis, 1994; Gómez, 2012; Iturriaga, 2015).
El desplazamiento de Hollywood hacia la senda de Fuerte Argentino construye otro importante hito para las identificaciones de gays y lesbianas en clave de autoestima. El ambiente toma forma sobre las instalaciones de Kapital, un pub que en 2013 les otorga la concesión del espacio a quienes comandarían Hollywood. Algunos entrevistados cuentan que “era un espacio reducido” a diferencia de sus antecesores. Al visitarlo y revisar sus canales de difusión —principalmente facebook—, la estética retomaba los albores, empleando colores psicodélicos y un estilo cuidadoso en sus anuncios; promocionaba shows con bailarines y artistas que llegaban de Buenos Aires para alimentar la atmósfera pop del sitio y, asimismo, Javier, de 25 años, destaca que “había una movida más juvenil, más asimilable con mi generación”.
La disposición en la centralidad hacía porosa la diferencia con los noctámbulos de espacios vecinos; tal era la cercanía con los boliches del mundo heterosexual que llevaba a un cruce inmediato con la alteridad, principalmente porque el adentro de Hollywood se extendía hacia afuera a través un sector junto al ingreso en donde había sillas y mesas para quienes decidieran salir a fumar. A “los heterosexuales curiosos” en palabras de Javier, se le sumaba “el interés por las amigas de los chicos gays o el morbo de estar con una lesbiana” —entrevista con Mariana, 28 años— como móviles a husmear. O tal vez el nombre rimbombante era otro factor que invitaba a que en pocos pasos se mezclaran ambos públicos en un ocio nocturno de lo diverso. Al respecto, “llamaba la atención ver tanta gente hetero” confiesa Javier.
La localización de vitrina (Gravano, 2013) dialoga con la idea de un reconocimiento de las opciones y expresiones de género no heterocentradas, “todos sabían que era el boliche gay de la ciudad” confiesa Danilo —23 años—. Aquí se produce un contrapunto con los casos anteriores, más cercanos a una cone- xión con el exterior mediante un dispositivo de tolerancia (Meccia, 2006). En coordenadas previas, no importaba tanto que las personas tengan una sexualidad diferente a la heterosexual y la ejerzan, sino que “lo que más provoca la ira es su muestra pública, pues ello implica asignarle un sitio dentro del universo sexual” (List, 2009, p. 152).
Conforme pasa el tiempo, “el lugar empieza a quedar chico”, se suman cada vez más shows de strippers sobre los que Belén comenta que “para muchas chicas lesbianas era algo desagradable”; que se combinan con rispideces entre los principales socios y la falta de pago a muchos de sus relaciones públicas. Esta batería de percances fue erosionando la buena imagen de Hollywood que con tan sólo un año de funcionamiento se muda a un espacio más grande en Altos de Palihue, manteniendo su radio de acción dentro de la zona de boliches de Fuerte Argentino pero con el nombre de Glam.
Durante los pocos meses del 2014 que perduró Glam no logró torcer la impronta que acumuló. Los costos de la entrada y la “música bizarra” confabulaban para verificar un panorama bastante desierto de concurrentes que alejaban cada vez más al sitio de su idea revanchista de glamour. La primera táctica para atenuar la caída fue otro cambio de nombre; apareció Dejá Vu que, paradójicamente, repitió la misma receta. La crisis del ambiente no tuvo retorno luego de una denuncia y confiscación por drogas en el domicilio particular de su gestora. Junto con el fin de Dejá Vú, culminaron los sitios anclados y también la condición de centralidad. Brenda y muchos de sus amigos, a quienes conoció en sus salidas a Hollywood, tomaron la posta del ocio LGBT pero en dirección opuesta: de la centralidad a la periferia.
3.4. La periferización
Con el titular de la droga inmersa en el ambiente, Amnesia tenía la difícil tarea de despojar el conte- nido de la noche con el sentido tradicional del antro, esto es lo delictivo. A su vez se inaugura el tiempo de las fiestas itinerantes ya que, al no poder sostener inversiones iniciales tan cuantiosas para la compra o inclusive el alquiler continuo de un sitio con prestigio espacial, se emprende un nuevo modus operandi. La noción de fiestas da cuenta de su itinerancia espacial así como su tematización, hábito adoptado en Disturbia.
Las “disturbias” (como se las llamaba) recobran el ímpetu; “se llenaban al principio” con una particularidad que menciona su responsable: “iban hombres y mujeres”. Es interesante subrayar la segregación interna que se venía viendo entre los noctámbulos; en algunas ocasiones con mayoría de personas definidas como lesbianas —segundo período de Adonis— y, en otras, como gays —Hollywood— por lo que la desdiferenciación en el ocio LGBT no era un rasgo vigoroso. Sin embargo, el florecimiento duró poco causado por las dificultades en el pago del alquiler por la noche sumado a que “los dueños del lugar no son gays y buscan facturar sin pensar en nuestras exigencias” explica Brenda. Meses después, esto se vuelve a reproducir en la experiencia de la fiesta Pride —sobre la memoria cultural de Don Perignón—.
La falta de conocimiento de estas subjetividades vistas sólo desde un ángulo de consumo de la no- che hace fracasar las fiestas que se materializaron forzadamente en sitios de predilección por el público heterosexual. Esto deja entrever que la segmentación en nichos es una estrategia relevante pero requiere una dirección sensible al gusto del conjunto LGBT. Las quejas sobre la música, los tragos y malos tratos llegaban a las páginas donde se publicitaba la fiesta o directamente al teléfono de su encargada. En sintonía con Nogué (2010) la organización y dinámica del paisaje se fundamenta en interrelaciones de carácter cultural y social que posee una base material. Con lo expuesto, queremos demostrar que los paisajes se tiñen de convencionalismos y, en ocasiones, la instrumentalización de la consigna LGBT no es suficiente para edificar un verdadero ambiente. Sorpresivamente, años antes el caso de Bonifacio —Tabla 1— fue contrastante. En este último, “hubo una fase territorial… Bonifacio fue un espacio de conquista LGBT porque empezó siendo para heteros” (Simón, 42 años) a pesar de que las grandes distancias a recorrer para llegar disiparían el interés; “tenías que ir si o si en auto” recuerda Alejandro.
Las sexualidades periféricas se periferizan cuando las fiestas rotan a sitios que condensan varios de los estereotipos condenatorios de la noche. En este sentido, en 2016 aparecen las fiestas Hamsa con la misma composición que Disturbia en su coordinación. Inicialmente, éstas lograron consolidar el mapa mental de los noctámbulos sobre un perímetro de la calle Soler; el espacio cedido fue la Estación Rock, más tarde Quijoteada y sobre el tramo final las realizaron en Bailotage en Colón al 548. Sobre el prestigio espacial, los consultados expresaron que “la zona era fea” —Bárbara, 30 años— e inclusive la idea de que “estos sí son antros” coronan la versión decimonónica, lo negativo e inmoral donde predomina el intercambio de estupefacientes y drogas, los robos y la sensación de topofobia.
Desde el espacio vivido, Pinassi (2017) destaca que el sector de Soler no posee el dinamismo que exis- te en otras porciones de la trama urbana por la desvalorización con respecto a los fragmentos que dialo- gan con las estructuras del ferrocarril. Asimismo, el autor asocia los complejos ferroviarios con “espacios invisibles; se sabe que existen, que presentan algunas características asociadas a la inseguridad, pero no ocupan un lugar relevante en los espacios vividos, dado que son sitios que no aportan ningún beneficio” (2017, p. 307). Desde una perspectiva de género, Riganti (2018) esgrime que la calle Soler, entre Gral. Paz y Avenida Gral. Cerri fue durante los noventa una reducto aparente de whiskerías, cabarets y pubs donde se ejercía la explotación sexual. En efecto, la impureza (Douglas, 1991) de la noche aquí se define como “la doble vida de Soler”29.
El rebrote del atrás en términos de Gravano en estas cartografías también se manifiesta en la dinámica previa al ingreso a la fiesta en la ausencia de filas de espera, la fantasmática entrada donde no se evidencia un cártel con leds ni iluminación mínima que fomenta la astucia de los noctámbulos en la entrada y salida del sitio no tanto por su condición sexual sino por la condición social de la zona que configura “prácticas furtivas” (Marcús, 2011). Por otro lado, la sedimentación del público “paki”30 en los espacios físicos de estas fiestas también erosionan el sentido de comodidad y pertenencia por parte de personas gays y lesbianas. En la observación participante se pudo corroborar que la noche de la Hamsa convive con una noche más de Bailotage, es decir, el mundo heteronormativo y el LGBT comparten el mismo sitio pero segregados por pisos. Hamsa utilizaba las instalaciones del primer piso y su contraparte la amplia planta baja pero todos los ingresantes lo hacían por el mismo pasillo. Aquellos que se dirigían a la fiesta LGBT portaban una cinta identificadora y ocurría que personas con gestualidades y vestimenta (cadenas, tacos, camisas) detonantes del sistema binario eran advertidas por personal de seguridad para que escondan dichas insignias. El disciplinamiento del cuerpo es necesario para atravesar otro control al arribar al piso superior, ya que en el trayecto se debía pasar por la vasta pista del público hegemónico que apuntaba su vista rígida o burlona a la performatividad que se avecinaba.
Esta periferización dada por la alternancia de sedes en cartografías inseguras, la pérdida de poder frente a un ámbito estructurado y estructurante desde la norma social y la celebración de la fiesta cada dos meses dificultaron la identificación del ambiente que conllevó a un patrón desordenado en la práctica recreativa y la volvió espontánea, con el defecto de nunca adoptar la forma de un plan A (Larreche, 2018). Es así que personas autodefinidas como gays y lesbianas se vieron obligadas a recurrir a espacios de ocio de la órbita heterosexual asentados en la centralidad mencionada.
Días antes de la última Hamsa —“Flashback”— su gestora escribió en su cuenta pública de facebook un mensaje colmado de ribetes que resumen de forma dramática el complejo nexo entre registros espaciales, sexualidad no heterocentrada y la ciudad de Bahía Blanca:
Desde hace años me propuse que no quería que nadie más pasara por la mierda que tuve que pasar yo en su momento por estar muerta de miedo ante mi condición, por sentirme un bicho raro, y un asco de persona simplemente por no encajar con la “normalidad social”, todo eso obvio tuvo un montón de efectos negativos en mi salud y en mi vida, y saben qué? no se lo deseo a nadie. Es por eso que un día quise darles un lugar abierto, cómodo y libre, limpio de cosas TURBIAS (quizas ese fue el problema) en innumerables momentos intente armar grupos lgbt de contención y otras maneras de ayudar a los que estaban como yo en aquel entonces, AHÍ SURGIÓ AMNESIA/DISTURBIA (…) La noche es pesada gente, y como MUJER y a mis 28 años, anteriormente 22 quiero que sepan que es mucho mas jodido, pero me las banque para no dejar la ciudad sin eventos y reme contra vientos y mareas, sabiendo que gente que comio en mi mesa estaba buscando la manera de tirarme abajo, sin motivo. De corazón ya ni me quedan ganas de hacer nada más... (Registro del 13/09/18).
Como en biogeografía, donde no es extenso el lapso de tiempo entre la quema del monte y su posterior colonización vegetal, el hiato en el ocio LGBT tampoco se prolongó. En noviembre de ese año irrumpen los primeros flyers de Illimité —en El Reino— y poco después Manhattan —en Toovaks— subsanando esa situación periférica mediante la vuelta a la arteria Fuerte Argentino. Sin embargo, la discontinuidad prosiguió ya que la primera se efectúa sólo una vez al mes y la segunda cada tres meses. La observación participante permitió valorar cierto optimismo debido a la concurrencia en la inauguración de Illimité de más de cien personas aunque queda seguir evaluando si es otra inestable permanencia.
4. Discusión de resultados
Si bien el consumo edifica el ocio privado a partir del repertorio de la noche de entretenimiento y diversión, éste parece ser más importante entre la cultura juvenil (Margulis, 1994; Ochoa, 2009) a pesar de que la heterogeneidad de concurrentes observada en estas experiencias permiten dar cuenta de un espacio que hace juventud (Blázquez y Liarte Tiloca, 2018). Asimismo, más allá de los paisajes de exclusividad propios del estilo metropolitano31 que ostentaron Adonis Pub, La Jaula o la actual Manhattan en términos de “cartas super completas en vasos de vidrio” (Gabriel, 32 años), el criterio que domina es el de la sociabilidad. En las oportunidades que brindó el trabajo de campo, los sitios del ambiente han funcionado como un aglutinador de interacciones no sólo entre bahienses sino de personas autodefinidas como gays y lesbianas procedentes de Punta Alta y otras localidades de la región32; observándose también un alto grado de diferencias en cuanto a la edad, género y la clase.
No obstante, los encuentros e intercambios sustanciados reflejan tensiones entre el colectivo LGBT de otro tipo. Desde la experiencia fundante de Varieté “las lesbianas eran un problema, no cuidaban el espacio”. Este malestar con el componente lésbico se repitió en conversaciones informales, siempre desde las voces gays. Alejandro sostiene que “las lesbianas empezaron a aparecer, en mayor medida cuando Adonis tuvo dueña lesbiana”. En otro relato este “quilombo con las lesbianas” se concretaba en el deterioro de los baños. La convivencia en la noche con subjetividades lesbianas hacía que sea difícil la armonía, planteando una “infracción territorial” (Goffman, 1979, p. 66) que afectaba la reserva personal del otro en el uso del espacio a través de empujones o inclusive riñas por situaciones amorosas no resueltas que fueron presenciadas en una fiesta Hamsa.
La impronta gay prevaleció en el primer período de Adonis Pub, La Jaula y particularmente en Hollywooddonde hasta los mismos flyers jerarquizaban la G en la sigla usualmente ordenada como LGBT—Figura 2—. En efecto, “la letra ele parece tragada por una omnipresente ge que ocupa todos los espaciosfrecuentados por lesbianas” (Lacombe, 2006, p. 28). Asimismo, la admisión de personas trans se vio dificultadaen la mayor parte de los sitios relevados donde “no podían entrar travestis”, con una presencia salpicadaen Bonifacio y Hollywood y mucho más permanente en Hamsa. En súmmum se trata de erradicar la idea decomunidad LGBT y reconocer la atomización que sufre el ambiente en ciudades como la de Bahía Blanca33.

La noción de comunidad descansa en la naturaleza de homogeneidad cristalizada que soslaya la posible manifestación de conflictos o crisis intragrupales que son más afines al término de conjunto, relativizando la idea de solidaridades intrínsecas. La atomización es un impedimento para el surgimiento de propuestas paralelas como se dan en otros ámbitos del ocio privado como la capital nacional con varios formatos espaciales coexistiendo (pubs, bares, discos, spas, cines); algunos de éstos con una relación de fuerza más abocada a personas lesbianas y gays y otros exclusivamente para éstos últimos. Asimismo en ciudad autónoma de Buenos Aires, por ejemplo, existen sitios orientados a microcomunidades que des- comprimen la totalidad de lo gay con intersecciones de clase, corporalidad y edad —locas, osos, daddys—. En cambio, en Bahía Blanca cuando se han solapado las ofertas de ocio LGBT como los casos de Bonifacio-Adonis Pub; Adonis Pub-La Jaula; Glam-Disturbia, se produjo la “contienda en un nicho reducido” (Sivori, 2005) donde sobrevivió sólo uno de ellos.
El horizonte de la geografía de la noche presentado habla de un “mosaico de pequeños mundos que se tocan, pero no se compenetran” (Vergara, 2002, p. 31), escenarios que influyen en la conformación de identidades o identificaciones urbanas. La fuerza del paréntesis interior ha sido demostrada en los paisajes con memoria cultural en torno a las fiestas itinerantes o el descontento que puede suscitar la mezcla con el mundo heterosexual. El funcionamiento de Hamsa con sede en Bailotage iba en esta tónica pero también el empleo de Adonis Pub como espacio obligado para despedir la soltería de numerosos hetero- sexuales y la incomodidad de “encarar sin saber a un paki que está invadiendo un lugar open” (Bárbara, 30 años). La idea de invasión que plantea la entrevistada es crucial en un contexto de igualdad light en donde el discurso de la diversidad permite que, de forma rastrera, los varones heterosexuales impongan sus esquemas en un espacio que, paradójicamente, busca lo contrario34.
En lo relativo al paréntesis con el exterior, Urresti (1994) es quien ha dedicado un interesante análisis. El autor se encarga de desmitificar la disco asemejándola con una espacialidad irreal y mágica. Este espejismo encaja con la desconexión del espacio cotidiano, planteando una separación tajante con el afuera. Las discos como espacios de ocio son excepcionales y efímeras.
El autor confiere a la disco la entidad de bunker35 porque esconde y se camufla respecto de las dinámicas urbanas generales. Asimismo, hacia adentro la sociabilidad también es un espejismo apoyado en lo visible, invisible e imaginable (ídem). El primero delimita las secciones que serán explícitamente visibles (boleterías, guardarropas, consolas de DJ, baños) donde el intercambio es mínimo y automático. El segundo caso responde a la sintaxis rítmica que agrega esa cuota de intermitencia en la experiencia visual. En el caso del tercero, lo invisible es lo oculto, la sombra y afincada al sentido de la vista y no del tacto: el reservado. En esta dirección, por más que los concurrentes digan que van allí a encontrarse y a charlar con otra gente, el contacto viciado por la tensión sexual, la música a todo volumen o, en nuestro caso, cierto resguardo social hace de los espacios de ocio privado una burbuja espacial.
El ocio privado LGBT no es el único rincón de la sociabilidad a pesar de que lo encauce. En este sentido es importante el testimonio de Simón en los intersticios donde no se contó con lugares de esta índole: “si se cerraba algo, buscábamos armar otro lugar, hacíamos fiestas pseudo clandestinas porque queríamos hallar nuestro lugar. Me acuerdo que íbamos boyando, de boca en boca, hasta encontrar nuestro boliche”. Pedro refiere estas iniciativas como “fiestas nómades” en donde no importaban los límites de la periferización: “un día me tomé un taxi y gasté mucha plata hasta donde se hacía la fiesta… era un garaje sucio pero yo sabía que tenía que ir”. Asimismo Jorge comenta que estas fiestas eran en casas particulares de Aldea Romana, un sector poco urbanizado de la ciudad en aquel entonces y Nicolás valora en que “era todo muy casero”. Las mismas eran organizadas por una pareja de lesbianas con un dato notable: “contrataban taxis para que nos llevaran desde el teatro municipal hasta allá” debido a la lejanía del punto nodal.
A pesar de que los relatos comprometen la inexorable dimensión espacial del encuentro que era posi- ble incluso sin tantas mediaciones de la tecnología como sucede con más fuerza en la actualidad, no deja de abandonarse el monólogo de un tiempo y un espacio que aún hoy sigue siendo el escaparate en una ciudad intermedia: el rincón de la noche.
5. Conclusiones
En estas páginas se procuró demostrar una relación poco explorada en el campo de la geografía local y nacional: la construcción sociosexual de la ciudad en relación al ocio. Se insistió en la relevancia de discusiones con otras disciplinas sociales para superar el status quo del tradicional análisis de la geografía humana, poniendo el acento en los procesos nocturnos y la microescala urbana de voces que no han sido puestos en consideración.
A partir de entender la ciudad como texto en consideración de la alteridad sexual a partir del empleo del ocio privado del ambiente brotan nuevos interrogantes que enaltecen el papel de las cartografías perceptivas y su función articuladora con otros mecanismos de socialización. La periferia se expresa como lejanía al centro pero también como antítesis de espacios ponderados, dinámicos y morales a través de la excepcionalidad del ocio LGBT en sitios tradicionalmente pretendidos para heterosexuales a modo de paisajes con memoria cultural. La celebración aislada de una fiesta allí no reproduce comodidad ni adecuación en las exigencias y estilos de los nuevos noctámbulos, a quienes sólo se los mercantiliza.
En este camino, la noche nos ha interpelado en su complejidad, ya no se trata sólo de un paisaje ca- rente de iluminación o el reverso del día sino que en la noche se enuncian lugarizaciones específicas; “la noche era una experiencia, una forma particular y efímera de estar en el mundo” (Blázquez y Liarte Tiloca, 2018, p. 199). Inmersas en ella, las localizaciones en conjunto con las representaciones de los fragmentos que ocupan hacen aflorar vaivenes de prestigio en función de sitios anclados o fiestas itinerantes, con una ocupación mayoritaria de personas autodefinidas como gays, lesbianas o también de convivencia con el público heterosexual.
En cada una de las cartografías analizadas, desde el bautismo central, la disposición en la centralidad de la movida nocturna bahiense o la periferización se dieron indicios de cómo ha funcionado el ambiente, en algunos casos como vitrina, en otros como clásicos antros y particularizando que en el universo LGBT la diferencias de edad y clase no auspician como derechos de admisión pero sí aparecen otras tensiones en el seno de sus participantes. El paréntesis interior de estas experiencias se vincula con este último punto. En cambio, el paréntesis exterior explicita “la irrealidad de la fiesta” (Margulis, 1994, p. 16) que termina por afianzar un monólogo de tiempos fugaces y espacios de escenas entre los rezagados de la ciudad diur- na para su encuentro y reconocimiento. Estas experiencias situadas en una ciudad intermedia socavan la representatividad de los espacios metropolitanos y, a pesar de estar conectados con ellos, brindan una directriz de menores cristalizaciones y debates más fecundos sobre otros puntos no vistos por la geografía de las sexualidades en lo que Brown (2008) llamó las “geografías ordinarias”.
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Notas
No me quejo de que vayas a espacios LGBTQ, tampoco trato de excluirte porque sé de qué va eso (ya que toda mi vida ha sido así, gracias a ti) y no es agradable. Lo que me molesta es que con todo cinismo llegas y das rienda suelta a tus formas machistas, porque no te sabes comportar, porque vas y acosas, violentas a la primera oportunidad, porque también en estos lugares quieres ser el centro de atención. No sabes respetar. (Rueda, 07/02/2019)
Notas de autor
joseilarreche@gmail.com
Información adicional
Financiación: Beca interna doctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET).