Resumen: En el siglo XX, varios países de América Latina documentaron los esfuerzos que se hicieron para capacitar al personal de las bibliotecas y para formarlos profesionalmente con el objetivo de que respondieran al complejo mundo de la información, fundamental para alcanzar una cultura universal y para acceder a los logros de ciencia y tecnología que requería cada uno de nuestros pueblos. Más tarde, hubo un trabajo muy destacado para la creación de la Escuela Interamericana de Bibliotecología (EIB). En efecto, esta fue fundada el 19 de octubre de 1956, en cuyo nombre delineaba ya su destino y sus objetivos: un organismo universitario inserto en el sistema de la Universidad de Antioquia, con vocación latinoamericana, al formar cuadros profesionales para las bibliotecas de la Región, con aspiraciones de modernidad y con una currícula de calidad que incluyera las corrientes en boga de la bibliotecología mundial. El artículo aborda la importancia que esa institución otorgó a su biblioteca y al personal académico que, desde el principio, ha sido fundamental en el desarrollo de esa entidad académica. Asimismo, destaca la labor y la proyección de la Revista Interamericana de Bibliotecología en los países del entorno, así como la contribución de las reuniones internacionales y la actualización de los intercambios académicos para la consolidación de la disciplina bibliotecológica.
Palabras clave: Escuela Interamericana de BibliotecologíaEscuela Interamericana de Bibliotecología,educación bibliotecológicaeducación bibliotecológica,Bibliotecología e informaciónBibliotecología e información,Bibliotecología en América LatinaBibliotecología en América Latina.
Abstract: During the twentieth century, several Latin American countries have documented the efforts that were made to train the libraries’ staff and to develop them professionally so that they could respond to the complex world of information, which is fundamental in order to be able to reach an universal culture and to be able to access the achievements of science and technology that all of our peoples required. Years later, an outstanding effort was made that concluded in the creation of the Interamerican Library School. In fact, it was founded on October 19th 1956 and in its name outlined its destiny and objectives: to be an university body, within the University of Antioquia, with a Latin American vocation by training professionals for the libraries in the Region, with aspirations for modernity and with a quality syllabus that included the worlds most updated currents. This paper addresses the importance that this institution gave to its own library and its academic staff that from the beginning has been fundamental for the development of this academic institution. At the same time it highlights the work and the projection of the Revista Interamericana de Bibliotecología in the neighboring countries, as well as the contribution of international meetings and the updating of the academic exchanges for the consolidation of the Libarianship.
Keywords: Interamerican Library School, Library education, Librarianship and information, Librarianship in Latin America.
Artículos de Investigación
La Escuela Interamericana de Bibliotecología y su influencia en América Latina
The Escuela Interamericana de Bibliotecología of the Universidad de Antioquia and its Influence in Latin America
Recepción: 12 Enero 2017
Aprobación: 04 Abril 2017
Para hablar de la Bibliotecología moderna y profesional en América Latina, tenemos que remontarnos al siglo XX; es preciso reconocer que hubo esfuerzos en varios países de la región que se fueron consolidando al observar los avances y corrientes progresistas de otros países con más historia, más desarrollo y más logros, lo cual se advertía claramente en sus aportes a la sociedad, a la ciencia y a la tecnología. En países como Francia, Reino Unido y Estados Unidos, las bibliotecas, los bibliotecarios, el libro y la lectura se veían reflejados en políticas de Estado sobre educación, ciencia, industria, empresa, desarrollo y participación social (Morales-Campos, 1988).
De acuerdo con las relaciones políticas y culturales de nuestros países latinoamericanos, durante la época colonial, y más tarde como repúblicas en el siglo XIX y principios del XX; con las influencias que se recibieron de forma natural o por intercambios y visitas; así como con la migración de las ideas que permearon nuestra historia, tenemos que mencionar, primero, la herencia y el mestizaje colonial peninsular y, después, los entramados entre las nuevas repúblicas y los movimientos políticos de una España entre cambios y tradiciones. Habría que agregar, ya en el siglo XX, los cambios de una República Española que generó un gran exilio académico, cultural y político que, en muchos casos, miró hacia la América Latina.
En un lugar sobresaliente, también estaría Francia, con sus movimientos político-culturales y con sus intelectuales, escritores, filósofos y poetas que exaltaban aspiraciones de libertad, democracia y de vanguardia de las humanidades, las artes, las ciencias sociales; aspectos de primera importancia para sustentar una República en la cual el ciudadano fuera el centro de los derechos y las obligaciones de todo proyecto (Morales-Campos, 1988).
Otra influencia que nos permeó fue la del Reino Unido a través de lazos diplomáticos que incorporaron la política, la cultura, la lengua y los adelantos de una Revolución Industrial que no cesaba de generar innovaciones, lo cual beneficiaba tanto la vida del campo como de la ciudad, gracias a la maquinaria, la energía eléctrica, el ferrocarril y las carreteras (Morales-Campos, 1988).
Del mismo modo, hay presencia de un país no europeo, conformado en una potencia económica basada en la modernidad y el bienestar del ciudadano con el que compartimos el continente: los Estados Unidos, cuyas florecientes universidades, industria y comercio impactaban, con su influencia de modernidad, funcionalidad, eficiencia, operabilidad y resultados.
Dentro de todos estos éxitos y progreso, los países mencionados tenían muy claro que el insumo fundamental para lograr estos avances y para el crecimiento de los individuos y las comunidades era el conocimiento, y a este se llegaba mediante la información que registraban libros y revistas, que trasmitían y enriquecían las escuelas y las universidades mediante diversos procesos educativos; además, con ello, se rescataban, se organizaban y se suministraban, de acuerdo a cada necesidad personal o colectiva, corporativa o de Estado, las bibliotecas de todo tipo, aunque principalmente las públicas y las universitarias. En estos países, el conocimiento y la información, la lectura y la reflexión no constituían un elemento optativo y de estatus social, sino que esos aspectos eran imprescindibles para el crecimiento familiar, la formación escolar, el éxito y la pertinencia en cualquier trabajo, lo cual, en su conjunto, determinaba el desarrollo de un pueblo. No es casual, por ello, que los países llamados desarrollados les hayan dado gran importancia a sus servicios bibliotecarios y hayan buscado la excelencia en la formación profesional de quien atendía una actividad tan específica proveniente de una técnica y un conocimiento especializado: el bibliotecario profesional, o bibliotecólogo. Esta formación se reflejó, primero, en escuelas superiores y, después, en programas plenamente integrados a las universidades a través de carreras universitarias con el rigor, profundidad y exigencia de las humanidades y las ciencias sociales.
En la conexión entre conocimiento y desarrollo, nivel educativo y crecimiento, la lectura fue el medio para obtener la información como registro polivalente y como multiplataforma para llegar a ese saber, a esa experiencia, a esa idea, y la biblioteca, por su parte, obró como institución social del Estado para poner al alcance de todos el conocimiento creado, requerido y recreado en América Latina. Durante el siglo XX, esa conexión no se veía muy clara. A pesar de los múltiples esfuerzos educativos, primero para alfabetizar, y después para iniciar el proceso formal desde la educación básica hasta la universitaria, no tomaba su papel preponderante la apropiación del conocimiento, la lectura como la vía para llegar a él y a la biblioteca como facilitadora de todos estos procesos a lo largo de la vida.
América Latina pasó así la primera mitad del siglo XX: con aspiraciones de modernidad y de alcanzar el desarrollo que otros países ya habían logrado. En ese contexto, entrelazaba la formación política de Nación con el deseo de un progreso vía la industrialización y muchos esfuerzos de un sistema educativo que respaldara todas esas ambiciones y formara cuadros para proyectos, las más de las veces, desfasados de la realidad, incompletos, con intereses individualizados, no del país en su conjunto; movimientos político-militares que buscaban construir unas áreas y, en el camino, destruían otras. Esa era la realidad que envolvía el movimiento bibliotecario y, con el respaldo de grandes hombres y mujeres, se fueron delineando nuestras bibliotecas nacionales, las bibliotecas públicas, las universitarias, así como la industria editorial y otras actividades conexas.
También, como sucedió siglos atrás en otras latitudes, estaba muy clara la necesidad de tener personal profesional para atender las demandas de proveer de información a la población para un sinnúmero de proyectos y planes de desarrollo individual y colectivo; asimismo, para potenciar y apoyar la idea de países prósperos y competitivos en un concierto mundial que pedía resultados económicos y ambientes de paz y bienestar.
Desde principios del siglo XX, varios países de nuestra América tienen documentados los esfuerzos que se hicieron, primero, para capacitar al personal de las bibliotecas; y después, para formarlos profesionalmente para que pudieran responder al complejo mundo de la información, la local y la proveniente de otros países, pero que se necesitaba para alcanzar una cultura universal y para acceder a los logros de ciencia y tecnología que requería cada uno de nuestros pueblos. Se trataba de necesidades de la localidad, del mestizaje, de las migraciones, de la geografía, de los recursos naturales, de la industria, de la globalidad y de los movimientos políticos-militares-sociales con sus creencias e ideologías.
Por ejemplo, en México, en pleno movimiento de la Revolución (1910-1920), se gestó la primera escuela de bibliotecología en 1915 dentro de la Biblioteca Nacional. Por supuesto, su vida fue corta, pero dejó clara la necesidad de continuar con el proyecto más adelante (Morales-Campos, 1988).
Cabe puntualizar que en muchos de nuestros países, la élite letrada ―el sector culto que había tenido acceso a la escuela y a la lectura, ya sea en las bibliotecas personales, en las de los conventos, o en las nacionales que ya rescataban las riquezas coloniales y posteriores; esa élite que tendrá luego posibilidades de viajar a centros de cultura y de conocimiento― tuvo acceso a diálogos e intercambios con intelectuales, principalmente del mundo occidental. Algunos estudiaron en universidades con una gran riqueza y tradición medieval y, por supuesto, esto incluía el paso obligado, casi siempre, a grandes bibliotecas, ricas en sus acervos, majestuosas en su arquitectura, con personal profesional que sabía los secretos de la organización de las colecciones para ofrecer los óptimos servicios que dejaban complacido al lector. Estos afortunados intelectuales latinoamericanos aprovechaban todo lo que les ofrecía el mundo bibliotecario desarrollado y, ávidos de conocimiento, no perdían detalle de las grandes diferencias entre la rica oferta de los países visitados, con las carencias del país de origen; pero muchas veces estos intelectuales fueron los grandes promotores y propiciadores de significativos movimientos bibliotecarios en nuestros países. Primero, impulsando mejores bibliotecas y una obligada industria editorial y después, por supuesto, no podía faltar la demanda de una formación profesional de los bibliotecarios y la consecuente creación tanto de programas de capacitación como de escuelas.
En la década de los cincuenta, segunda mitad del siglo XX, varios países de América Latina, entre ellos México, Colombia, Chile y Argentina, planificaban una industrialización de sus economías, lo cual repercutía en la vida tanto del campo como de las ciudades. Esto impactaría la esfera social, cultural y laboral de los países, independiente de la industria de que se tratara, ya fuera la editorial, la automotriz, la química, la pesquera o la agroalimentaria. Lo anterior ocasionaría movimientos de aprobación o de inconformidad entre ideas políticas de “protección a los derechos de un statuo quo” no muy claro y las incertidumbres de la modernización que conllevaba cambios de actitudes, de formación de recursos humanos, de nuevas necesidades de mano de obra y, aunque no reconocida de manera racional, de información como insumo fundamental para los programas educativos y para la investigación que requería la puesta en marcha de cualquier programa industrial, ya fuera de transferencia o de creación de tecnologías y la capacitación inmediata de mano de obra.
También durante esta década, los Estados Unidos formularon una política de cooperación con América Latina, como parte de su interés por la integración panamericana; y así empezaron colaboraciones a través de proyectos, con organismos internacionales y fundaciones norteamericanas como la Kellog, la Rockefeller, la Ford, la Sears Roebuck y la Care (de servicios farmacéuticos), entre otras (García-Jaramillo, 2013). Todas ellas apoyaron proyectos y, siguiendo la tradición americana, en muchos de estos se incluía la biblioteca, con diferentes apoyos y subprogramas dependiendo del convenio mayor. En especial, la Fundación Care propició el envío de colecciones de libros de literatura estadounidense y de bibliografía bibliotecológica para apoyar a las escuelas ya existentes o a los programas de capacitación que se generaban como alternativa. También es importante mencionar a las Embajadas de ese país, las cuales, mediante becas o intercambios, facilitaban estancias de profesores que enriquecían a las escuelas.
Durante estas décadas (cuarenta y cincuenta), asimismo, algunos organismos internacionales, como la Unesco, la OEA y la Cepal, constataban el atraso y la fragilidad de nuestras bibliotecas. En efecto, estaban convencidos de la importancia de las bibliotecas para el desarrollo que buscaba la Región, como lo muestra el Boletín de la Unesco para bibliotecas (ONU, 1947). Muchos países recibimos misiones bibliotecarias con el apoyo de destacados profesionales del área, como fue el caso de Marietta Daniels, de la Biblioteca de la Unión Panamericana (OEA); como la producción de literatura técnica bibliotecaria en español, imprescindible para todos los programas educativos que se emprendieron en varias décadas; y como la acción de la Cepal a través de los estudios económicos con enfoque latinoamericano y la búsqueda de información local en ese ramo a fin de ubicar de manera más exitosa los proyectos.
En este entorno surgieron las Primeras Jornadas Bibliotecológicas Colombianas, celebradas en Bogotá del 19 al 24 de julio de 1954, que fueron fundamentales para la posterior creación de la Escuela Interamericana de Bibliotecología. Venían precedidas por el entusiasmo y el trabajo académico realizado, en 1947, en la Asamblea de Bibliotecarios de las Américas (ABA) en Washington, organizadas por la Biblioteca del Congreso y el Departamento de Estado de los Estados Unidos, y en algunas otras reuniones apoyadas por la Unión Panamericana y la Unesco en otros países de la Región (García-Jaramillo, 2013).
Estas Primeras Jornada Bibliotecológicas tuvieron una fuerte repercusión en Colombia, por supuesto, pero también en otros países como México, Centro y Sudamérica, y aun en los países que, desde los cuarenta, ya contaban con Escuela de Bibliotecología como México o Argentina.
Las Jornadas convocaron a diferentes instancias nacionales y extranjeras, como la Unesco y la Fundación Rockefeller. A nivel local se contó con la participación, entre otros, del Ministerio de Educación Nacional, de la Biblioteca Nacional, del Centro Interamericano de Vivienda, del Banco de la República, del Instituto Caro y Cuervo, de la Universidad Nacional y la Embajada Americana. Entre las ponencias significativas para el proyecto de la Escuela se puede mencionar la de Luis Florén, “La biblioteca, el bibliotecario y la ciudadanía” ―antecedente para la permanente preocupación de los bibliotecarios colombianos por acercarse a través de los servicios de información con el ciudadano―, y la discusión del tema “b” “Formación profesional del bibliotecario” ponencia presentada por don Rubén Pérez Ortiz (Ministerio de Educación Nacional, 1954).
Las Jornadas, de aparente interés local, movieron a los académicos colombianos, pero sus acuerdos y sugerencias impactaron a los bibliotecarios más sobresalientes de América Latina, y los resolutivos fueron comentados en sus escuelas y en sus bibliotecas.
La Escuela, fundada el 19 de octubre de 1956, en su nombre delinea su destino y sus objetivos en los primeros años: Escuela Interamericana de Bibliotecología (EIB), un organismo universitario inserto en el sistema de la Universidad de Antioquia, con vocación latinoamericana, no por su contenido, sino por su cobertura, al formar cuadros profesionales para las bibliotecas de la Región, con mayores aspiraciones de modernidad y con una currícula de calidad que incluyera las corrientes en boga de la bibliotecología mundial. El estudiantado, al provenir de diferentes países, permitía compartir experiencias colombianas con las de otras latitudes y se volvía una escuela internacional. En los primeros años, las generaciones se formaron por estudiantes con becas: tanto colombianos como extranjeros se beneficiaban de las fundaciones ya citadas y de la propia OEA.
Los esfuerzos y logros de la EIB se comentaban y servían de ejemplo en diferentes países. Por ejemplo en México, donde si bien teníamos la Escuela Nacional de Biblioteconomía y Archivonomía (ENBA), pionera en el país (1944) y heredera de dos escuelas previas, esta no era una escuela universitaria, sí de carácter profesional, pero dependiente de la Secretaría de Educación Pública; sin embargo, en marzo de 1956 se creó el Colegio de Biblioteconomía (después Bibliotecología) en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Una situación similar se dio en Argentina, en la Universidad de Buenos Aires (UBA) con la creación de la carrera de Bibliotecología.
Las Jornadas y la fundación de la Escuela resaltan la importancia que la sociedad culta y letrada les daba a las bibliotecas y se invitaba a participar e influir a los políticos y los tomadores de decisiones. Medellín, México, Buenos Aires, Santiago, Lima, San José, Río y Sao Paulo, entre otras grandes ciudades de la Región, tenían grupos de intelectuales ávidos de crear espacios donde la lectura y el uso de información, actual e histórica, respaldara los programas de alfabetización, educación que beneficiaría a toda la población, además de la investigación y la tecnología que requeríamos para crecer, desarrollarnos y estar presentes en los espacios internacionales. Espacios como las Jornadas y las escuelas tuvieron repercusión en la creación y la modernización de bibliotecas, y en la búsqueda de personal especializado para satisfacer las variadas necesidades de la población diversa y plural, en cuanto a culturas e ideologías.
La EIB en sus inicios, como en otros países, ofrecía formación a dos niveles: el técnico y el profesional. Aquí hay mucha similitud con la ENBA en México. En el primer nivel se formaban bibliotecarios como personal de apoyo, y en la segunda opción licenciados en Bibliotecología, en el caso de Colombia (y maestros en Biblioteconomía en el caso de México). Esta situación quizá respondía a la gran ausencia de personal preparado para las bibliotecas en todos los niveles y en los diferentes grados de dificultad de las tareas, desde las más elementales de apoyo hasta las de alta especialidad (Morales-Campos, 1988).
La operación de grandes ideas y la aplicación exitosa de grandes proyectos, las más de las veces, dependen de encontrar hombres o mujeres que crean en ellos y que estén en puestos de decisión, como sería el caso de la Escuela, donde el decano de la Facultad de Medicina estaba convencido de que la educación de los futuros médicos requería del apoyo de una gran biblioteca con servicios y colecciones de calidad y con profesionales que pudieran responder a estas demandas; después se fueron uniendo otros elementos, como la Unesco, la OEA, las fundaciones, las autoridades universitarias y la comunidad, y entonces lo imposible se hizo posible.
La Escuela, por su carácter de Interamericana, desde un principio buscó tener, además de todos los organismos de asesoría y supervisión de la Universidad, un Consejo Consultivo Internacional que permitiría opinar sobre políticas internacionales y el avance de la disciplina que se vería reflejado en la Escuela. En estos inicios colaboraron personajes que no solo fueron determinantes para la EIB y para la bibliotecología colombiana, sino para toda la América Latina, ya que países como México, Argentina, Chile, Costa Rica, entre otros, se vieron beneficiados con proyectos de la Fundación Rockefeller, la OEA, la ALA, la Unesco. Así, el Consejo quedó conformado por ilustres representantes: Ignacio Vélez Escobar, decano de la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia; Julio César Arroyave, director de la Biblioteca Pública Piloto; Gerardo Paredes, director de la Biblioteca Médica de la Universidad de Antioquia; entre los extranjeros se encontraban: Dorothy Parker, de la Fundación Rockefeller; Marietta Daniels, de la OEA; Eleanor Mitchell, de la American Library Association (ALA), y Carlos Víctor Penna, de la Unesco (García-Jaramillo, 2013; Cardona de Gil, 1993).
Se puso especial interés en que también el alumnado representara la región latinoamericana y con sus primeros 35 estudiantes estuvieron representados Honduras, Costa Rica, Chile, Ecuador, Haití y, por supuesto, Colombia (Cardona de Gil, 1993).
Conforme se fueron aplicando los programas y se evaluaban resultados, la Escuela fue haciendo ajustes, tomando en cuenta las necesidades y el comportamiento del medio bibliotecario, su entorno social, además de la necesidad de adecuarse a los cambios del sistema educativo colombiano, como pasó en otros países de la América Latina. Un ejemplo sería la duración del programa de estudios, el ya mencionado sobre la opción técnica y el nivel profesional, el título o certificado otorgado; y uno más sobre la duración de los estudios. Al principio fue de tres años y para 1964 se amplió a cuatro años; una situación similar pasó en México en la ENBA y en escuelas de otros países (Floren, 1966).
La Escuela va a destacar como prioridad tener una biblioteca de referencia regional y contar con el apoyo de los organismos internacionales ya citados. Esto va a propiciar compras y donativos con el objetivo de concentrar el apoyo requerido para una formación universitaria de calidad, objetivo que se trasmite a las otras escuelas de la región a través de acuerdos y propuestas que se discuten en diferentes reuniones académicas y a través de las embajadas culturales que patrocinaban tanto la OEA, la Unesco y otras fundaciones americanas. Cabe resaltar al respecto el Programa de Desarrollo de Bibliotecas y Archivos de la OEA, que tuvo gran interés en producir literatura en español, lo cual apoyó mucho los programas, tanto formales de educación como de capacitación que diferentes países emprendían.
La creación de la Biblioteca va a estar relacionada con los acuerdos y temas que se trataron en las Jornadas Bibliotecológicas Colombianas, pues surgió la necesidad de crear la Escuela, pero también la propia concepción de una Biblioteca Central y la posibilidad de que la Escuela tuviera su biblioteca especializada, como un laboratorio fundamental de los alumnos que estaban en formación.
En este recuento me parece importante mencionar una “tentación” que han tenido muchos proyectos de programas de formación universitaria en Bibliotecología, el que la Escuela de Bibliotecarios esté anexa a la Biblioteca Central, considero que siempre fue un planteamiento equivocado, que afortunadamente no se dio en la Universidad de Antioquia. Una escuela universitaria de Medicina, Filosofía o Bibliotecología debe regirse por los estatutos y normas de todas escuelas o facultades de la Universidad, depender de los órganos colegiados de docencia que estipule la Universidad y el Sistema Educativo Nacional; y una Biblioteca Central es un organismo de servicios a toda la comunidad académica de la Universidad, si una escuela se anexa a la Biblioteca, se degrada y su propio estatus académico, se disminuye porque se asocia a los servicios de apoyo académico, como control escolar, archivos, laboratorios etc. Afortunadamente, la EIB no aceptó este escenario y quedó plenamente constituida como escuela universitaria con los créditos y reconocimientos correspondientes (García-Jaramillo, 2013).
En México, por ejemplo en la UNAM, siempre fue una carrera dentro de las normas de las demás ofrecidas por la institución; sin embargo, tenemos dos ejemplos de programas de maestría fugaces, pero no por su su calidad, sino debido a su adscripción administrativa: en los años setenta, en la Universidad de Guanajuato; y en los inicios del siglo XXI, en El Colegio de México.
Carlos Víctor Penna, de Argentina, y Alberto Villalón, de Chile, juegan un papel importante en el proyecto de Biblioteca por las ideas aportadas y por las experiencias exitosas de sus países de origen, que podían enriquecer el proyecto de la Biblioteca (García-Jaramillo, 2013).
Como en todo inicio de un proyecto de la envergadura de la EIB, hay carencias en el arranque durante los primeros años y, las más de las veces, como una deficiencia grave se hallan los recursos humanos; en este caso, los profesores. Como en otras escuelas de nuestros países, cuando ocurre que se quiere dar el salto de migrar de cursos de capacitación y de una preparación técnica a un programa universitario, no siempre se cuenta con bibliotecarios que cubran plenamente los requisitos universitarios, con lo que se propician varias alternativas: trabajar con los pocos locales, completar con universitarios de áreas afines y buscar la colaboración de profesores de otros países, a través de convenios, becas e intercambios. Tal situación se reflejó tanto en la EIB en sus primeros años, así como en países como México, Costa Rica, Argentina, Chile, entre otros. La pluralidad de enfoques que ofrecían los profesores enriqueció la enseñanza; con la mirada puesta en los servicios bibliotecarios que se ofrecían en países más desarrollados, como sucedió en México ―que a través de apoyos de las Embajadas, especialmente la americana, la OEA y fundaciones como la Rockefeller, la Kellog y la ALA―, se tuvo acceso a corrientes de pensamiento y tecnologías propias de esos años.
Dos profesores que no se pueden dejar de mencionar como hombres clave para el desarrollo de la Escuela Interamericana y su fuerte influencia en la bibliotecología de la Región, ya sea por su discurso, presencia en congresos, o por su obra escrita, fueron el Dr. Luis Florén y el Dr. Gastón Litton, de los que hablaremos más adelante.
La Escuela siguió creciendo, se posicionó en la Universidad a la que pertenecía y asumió los retos que las universidades del mundo abordaban para estar presentes y ofrecer respuestas a las demandas que exigían las ciencias, las humanidades, las ciencias sociales y la tecnología a nivel mundial y competir por reconocimiento y presupuestos. Una forma de tener visibilidad y demostrar los aportes que como universitarios estamos dando a nuestra disciplina es a través de la producción bibliográfica, donde dejamos registro de nuestros logros, ya sea en libros o en artículos de revista. Pasados los años, y con una riqueza académica acumulada en todos sus aspectos, la EIB emprendió una tarea obligada de gran envergadura para ratificar con “elementos duros” su calidad y darles visibilidad a los aportes de la disciplina, desde la mirada de la Escuela y de América Latina. Así, se tomó la decisión de diseñar una revista académica especializada en el área, la Revista Interamericana de Bibliotecología; la empresa requería tiempo y madurez por lo que el primer número salió después de 22 años, en 1978, cubriendo el período de enero a abril, ya que su periodicidad sería cuatrimestral. En sus primeras páginas de presentación, se manifiesta el interés por difundir la literatura bibliotecológica para adquirir y ampliar conocimiento sobre un determinado tema, con la mirada puesta en el bibliotecario latinoamericano; de modo que el primer tema a desarrollar recayó en las bibliotecas escolares, y entre los autores que iniciaron esta empresa encontramos figuras destacadas de la bibliotecología colombiana, como Silvia Castrillón, Mary Luz Isaza, Martha Ayala, Rodrigo Vega y Fabio Restrepo.
La situación que vivió la EIB para gestar el primer número de su revista es semejante a lo sucedido en otras escuelas que decidieron crear una revista cuando ya existían condiciones probadas de madurez y de calidad de su comunidad y sus aportaciones. Como dato curioso, en México, la Escuela Nacional de Biblioteconomía y Archivonomía (ENBA), fundada en 1945, también lanzó el primer número de su revista académica 22 años después de su creación, en 1967, con el título Bibliotecas y Archivos, con una periodicidad anual (ENBA, 1967). Asimismo, los autores que iniciaron esta empresa editorial también fueron bibliotecarios destacados, especialistas en el medio latinoamericano, como Elvia Barberena, Ramón Nadurille, Pablo Velázquez, Ernesto de la Torre. Entre las justificaciones del inicio de esta nueva empresa, mencionaban la carencia de la literatura necesaria en español en las áreas de la Biblioteconomía y la Archivonomía, siendo una demanda del público latinoamericano.
El flujo de ideas y la migración de conocimiento dentro de la América Latina y de esta con los grandes polos de desarrollo de la Bibliotecología y de los servicios bibliotecarios se veía como una necesidad, ya que ese intercambio que se lograba en las reuniones y congresos daba vitalidad a los asistentes, los llenaba de nuevas ideas y propiciaba nuevos proyectos conjuntos que enriquecían las escuelas y sus programas. La EIB en los años sesenta jugaba un papel preponderante y propiciaba la relación con asociaciones y fundaciones. Hacia 1963 se realizaron tres reuniones internacionales sobre la profesión bibliotecaria que fueron auspiciadas por la Fundación Rockefeller y la Escuela Interamericana de Bibliotecología. Estuvieron coordinadas por María Teresa Sanz Briso-Montiano (Morales-Campos, 2014), distinguida bibliotecaria chilena, y líderes de las escuelas de varios países, que a su vez eran líderes en el movimiento bibliotecario latinoamericano, a través de su presencia, de sus ideas y de sus libros, como María Teresa Chávez Campomanes, de México, y Josefa Emilia Sabor, de Argentina, además del grupo de soporte de los colegas colombianos.
Algunos países mandaban a sus futuros bibliotecarios a cursar la carrera completa y obtener los grados correspondientes; otros llegaban a la EIB para tomar curso de actualización y conocer nuevas prácticas al incluirse en el Laboratorio Aplicado a la Documentación Educativa, como fue el caso del Mtro. Nahúm Pérez Paz, mexicano que llegó en la década de los sesenta y que, posteriormente, fue director de la ENBA (Morales-Campos, 2006).
Tomando a México como ejemplo, los intercambios cada vez se daban con más intensidad, de ida y vuelta. En la década de los ochenta, mexicanos venían a Medellín, colombianos iban a México. Con la creación de Centro Universitario de Investigaciones Bibliotecológicas, en 1982, ahora Instituto (IIBI), se planteó un proyecto de “Formación de investigadores en Bibliotecología para América Latina”, el cual apoyó con gran entusiasmo la OEA. Gracias a él, se contó con becas que permitieron que en la primera edición del curso, en 1984, asistieran bibliotecólogos de varios estados de México y de otros países como Venezuela, República Dominicana y Colombia, que estuvo representada por la Mtra. Rocío E. Herrera, profesora de la EIB (Centro Universitario de Investigaciones Bibliotecológicas, UNAM, 1985). En 1985 se repitió el curso y, en esa ocasión, asistieron profesores de Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Costa Rica, Panamá, Paraguay, Venezuela, y México. El objetivo del curso fue formar investigadores con gran rigor teórico y disciplinario para apoyar la problemática específica de cada uno de nuestros países. A la vez, investigadores del Centro, como Adolfo Rodríguez y Estela Morales, tuvieron estancias en varios de los países, principalmente en Colombia. Después se impartieron tres cursos más, para dar un total de cinco cursos (Centro Universitario de Investigaciones Bibliotecológicas, UNAM, 1992).
En paralelo a estos cursos y como producto de estos intercambios, se creó INFOBILA, una base de datos sobre Información y Bibliotecología Latinoamericana, que se alimentó con la colección inicial del CUIB. A partir de los cursos latinoamericanos y las nuevas relaciones con investigadores y profesores, se fue alimentando la base de datos con el fin de difundir los trabajos publicados en Bibliotecología y áreas afines en y sobre los países de América Latina, donde, por supuesto, la literatura colombiana está representada (Centro Universitario de Investigaciones Bibliotecológicas, UNAM, 1984).
Este ir y venir de experiencias, conocimientos y personas, posteriormente, se siguió cultivando cuando dos distinguidas académicas de la EIB vieron como una posibilidad atractiva obtener el grado de maestría en la UNAM. Me refiero a la Dra. Edilma Naranjo (2003) y a la Mtra. Nora Elena Rendón (2014). La presencia de estas dos académicas estrechó muchos lazos de trabajo conjunto, ya fuera en seminarios o publicaciones. Lo anterior es una prueba más, en la actualidad, de la cooperación y el intercambio interamericano en beneficio del crecimiento y el desarrollo de nuestros profesionales de la Bibliotecología y los servicios de información.
A continuación voy a mencionar algunos personajes que fueron determinantes para la creación y fortalecimiento de la Escuela.
• Marietta Daniels: bibliotecaria norteamericana que tuvo mucha relación con América Latina a través de diferentes experiencias y varios programas, tanto en la docencia como en la práctica profesional, como profesora de bibliotecología y directora de la biblioteca en la Normal de Panamá; fue bibliotecaria de la Biblioteca del Congreso; en la OEA, fue directora de la Columbus Memorial Library y jefa del Programa de Desarrollo de Bibliotecas y Archivos, antecedentes muy valiosos para las asesorías y el apoyo que dio para la creación de la Escuela Interamericana de Bibliotecología. Su interés por Latinoamérica la llevó a desarrollar actividades en SALALM, en el Fondo “Libros para el pueblo”, LEER, en los “Cuadernos bibliotecológicos” editados por la Unión Panamericana, que alimentaron nuestras bibliotecas en las décadas de los cincuenta a los setenta (Morales-Campos, 2006).
• Gastón Litton: fue el primer director que tuvo la Escuela Interamericana de Bibliotecología. Su llegada a esta responsabilidad fue después de haber interactuado con diferentes instancias de la Región, como fundador de la Escuela de Bibliotecología y director de la Biblioteca Nacional de Panamá; asimismo, colaboró con las escuelas y bibliotecas de Nicaragua y Brasil. Además de su historia en la EBI es muy conocido por varias de sus obras escritas, como la serie Breviarios del bibliotecario, doce volúmenes que fueron cita obligada entre alumnos y profesores de las escuelas y los diferentes programas de capacitación que se emprendieron en nuestros países en décadas pasadas (Morales-Campos, Naranjo-Vélez & Rendón-Giraldo, 2016).
• Luis Florén Lozano: fue segundo director de la EIB. Su formación correspondía a la tradición española de la época de la República, ya que era graduado en Filosofía y Letras y fue habilitado como archivero, arqueólogo y bibliotecario. Al emigrar a América, como consecuencia de la Guerra Civil, llegó a República Dominicana, donde se desempeñó como director de la biblioteca de la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Al llegar a Colombia, colaboró con la OEA y fue parte de la organización de las Primeras Jornadas Bibliotecológicas Colombianas de 1954, antecedente fundamental para la creación de la Escuela. Siendo director de la Escuela impulsó la creación de la Asociación Latinoamericana de Escuelas de Bibliotecología y Ciencias de la Información (ALEBCI), que fue el principio de su interés por la unión de la Bibliotecología en diferentes foros, como la participación en la Federación Internacional de Documentación en su Comisión para América Latina (FID/CLA), y en la Asociación Interamericana de Bibliotecarios y Documentalistas (AIBDA), espacios donde el pensamiento y la práctica bibliotecaria fluía y todos se retroalimentaban. Su obra escrita enriqueció la bibliografía bibliotecológica colombiana (Morales-Campos et al., 2016).
• Carlos Víctor Penna: bibliotecario argentino que participó en la fundación de la EIB. Colaboró en la División de Bibliotecas, Documentación Archivos de la Unesco, donde organizó el “Curso Audiovisual de Bibliotecarios”, que fue de gran ayuda para los cursos de capacitación en América Latina. También fue consultor en la Oficina de Educación Iberoamericana OEI, lo que le permitió visitar con varios países de la Región como Venezuela, y a través de su bibliografía tuvo presencia en muchas de las escuelas, con títulos fundamentales como Catalogación y clasificación de libros, La Bibliotecología latinoamericana, algunas consideraciones, Planteamiento del servicio bibliotecario (Morales-Campos, 2006).
• Alberto Villalón Galdames: bibliotecario chileno con gran experiencia regional, tanto en los servicios como en la enseñanza de la Bibliotecología. Hizo estudios de posgrado en la Universidad de Michigan, y colaboró como experto de la Unesco y la OEA. En los tiempos de la fundación de la Escuela Interamericana de Bibliotecología y de la Biblioteca Central sostuvo correspondencia profesional con Carlos Víctor Penna y con el profesor José Ignacio González (a la larga director de la Biblioteca) (García-Jaramillo, 2013). Estos intercambios de ideas fueron enriqueciendo tanto los proyectos de docencia como los de servicio, con la experiencia chilena, la de los Estados Unidos, y la visión de los organismos internacionales como la Unesco y la OEA. También su obra escrita sirvió para enriquecer la bibliografía latinoamericana que tanto requería la docencia, como Bibliografías y lectura bibliotécnica, Sugerencias Biblioteconómicas y Bibliografía Jurídica de América Latina (Morales-Campos, 2014).
• M.a Teresa Chávez Campomanes: mexicana, una de las pioneras de la educación profesional del bibliotecario; doctora en letras por la UNAM y con estudios profesionales en el Pratt Institute School of Library Science. Estuvo presente en las Jornadas Bibliotecológicas y en las Reuniones Internacionales sobre la profesión bibliotecaria en América Latina, donde aportó sus ideas y experiencia mexicana en docencia, catalogación, clasificación, bibliotecas públicas e infantiles; también promovió en México los acuerdos y novedades que se aplicaban en la EIB y en los países asistentes a las reuniones. En México, fue profesora de las dos escuelas existentes: la ENBA y el Colegio-UNAM, además de formadora de una amplia gama de bibliotecarios de la época. Su legado escrito, fundamental para la docencia fue Manual para catalogadores y clasificadores y Tablas de clasificación decimal (traducción de las tablas de la clasificación decimal de Dewey), textos básicos para para múltiples empleados de biblioteca y para alumnos de las escuelas del país y fuera de él (Morales-Campos, 2006).
• Josefa Emilia Sabor: nacida en España, se desarrolló profesionalmente en Argentina desde la década de los treinta. Obtuvo el grado de bibliotecaria en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, gracias a becas de la Unesco y la Oficina de Educación Iberoamericana (OEI). Tuvo la posibilidad de hacer estudios y adquirir experiencias en varios países de Europa y América del Sur; colaboró en el Inter-American Living Center de la OEA en Bogotá; se nutrió y aportó a las Reuniones Internacionales sobre la profesión bibliotecaria. Pepita Sabor, como se le conocía, tuvo presencia y su práctica profesional se reflejó en su obra escrita: Manual de enseñanza de la bibliotecología, Manual de Fuentes de Información, Bibliotecología y documentación. Asimismo, colaboró con varias asociaciones profesionales y su influencia permeó no solo a Colombia y Argentina, sino a América Latina, así como ella también recibió las experiencias de los países que conforman la Región (Morales-Campos, 2006).
Por supuesto, queda muy claro que son muchos más los hombres y mujeres que han forjado y dado personalidad a la bibliotecología latinoamericana. Estos nombres tómense como una selectiva muestra de grandes bibliotecarios que interactuaron entre ellos en un momento de la historia, con diálogos, y obra escrita en español que benefició a las escuelas, los profesores, los alumnos y los que ya se desarrollaban en la práctica profesional.
La globalización del mundo conocido en cada época, los reinos, los imperios propiciaron lo que después llamamos globalización, económica, cultural, científica; un fenómeno que no solo se potenció con las transacciones económicas y financieras, sino también con el intercambio de las ideas, los saberes y el conocimiento. En la segunda mitad del siglo XX, con la irrupción masiva de la computación y las telecomunicaciones que después conoceremos como las TIC, la globalización de la banca, las industrias y la fuerza laboral, se mostró de manera más visible y en todo el planeta la desigualdad de la distribución de la riqueza, la ampliación de la brecha entre ricos y pobres, y la aparición de la llamada brecha digital, que influyó en forma negativa en todas las deficiencias anteriores. Estas características y otras más específicas se presentaron en el irrefrenable aumento de la migración, que si bien siempre ha existido como fenómeno multicausal, en el área de la cultura, el conocimiento, la información, también se potenció porque el flujo de las ideas, de la información y sus registros o modalidades de trasmisión, con la aplicación de las TIC, también se incrementó. Se pasará de la comunicación de boca en boca, de mano en mano y demás medios que han permitido la circulación del conocimiento, la migración de las ideas, como el comercio del libro (visto como registro genérico de información), al uso de las TIC como medio facilitador por excelencia de este intercambio multidireccional de la información hacia una gran pluralidad y diversidad de usuarios.
Los 60 años que hoy celebramos del inicio de actividades de la Escuela Interamericana de Bibliotecología y la vida de cada una de las escuelas que se han creado en nuestra región latinoamericana, se han enriquecido por esta migración de las ideas, las teorías y las experiencias de cada uno de nuestros países; entre los cuales, por supuesto, destacan Colombia, Medellín y la EIB, entidad que, durante una época, tuvo un lugar preponderante al ser concebida como Interamericana, pues respondía a las aspiraciones del continente y del subcontinente, en la búsqueda de un panamericanismo, que después cristalizó con más fuerza en un latinoamericanismo que nos da identidad con la singularidad que nos permite la multiculturalidad de nuestro continente y la rica diversidad con que nos representan los pueblos de origen, el mestizaje con diferentes grupos sociales y culturales de los diferentes continentes.
La globalización y la diversidad se reflejan en todas las disciplinas y la Bibliotecología por supuesto que no es ajena a este fenómeno; por el contrario, la Bibliotecología y otros estudios de información se enfrentan cotidianamente a los avances tecnológicos que se dan diariamente en el manejo de la información en cuanto su volumen, su calidad, su pertenencia, efectividad, costo, actualidad, tiempo de respuesta, respecto a un usuario también cambiante y bombardeado por múltiples servicios de información que no siempre son generados en la Biblioteca. Por lo tanto, ahora el gran reto del siglo XXI para la Bibliotecología, las escuelas, las bibliotecas y los servicios de información, es estar presente en el imaginario de los ciudadanos de una comunidad, un país, o del mundo. Tener identidad como ese intermediario entre la información y el usuario que, al comparar todas las ofertas de búsqueda de información, la Biblioteca le dé un plus de servicio óptimo al ofrecerle la información en forma personalizada de acuerdo a su condición de individuo con necesidades específicas dentro de la aparente masificación global a fin de satisfacer al usuario: con más información, con más nivel de satisfacción, al menor tiempo, al menor costo, con calidad, relevancia y pertinencia.
Estas primeras décadas del siglo XXI son el momento de revisar los logros de las escuelas, de la formación profesional del bibliotecario; es tiempo de reconocer los avances; en especial en este día hay que felicitar a la Escuela Interamericana de Bibliotecología por sus 60 años y por todo lo que ha representado en la educación bibliotecológica: por sus objetivos alcanzados, por su influencia y retroalimentación de los conocimientos y experiencias válidas y pertinentes a la realidad latinoamericana; pero también es tiempo de renovarnos, acercarnos a las tendencias más actuales de carácter internacional y global, acercarnos a la gente de acuerdo con su ecosistema de pertenencia, que lo puede hacer único e imprescindible en cuanto a necesidades, demandas y posibilidades de satisfacción para su crecimiento y desarrollo.
Abreviaturas y siglas
1. ABA: Asamblea de Bibliotecarios de las Américas.
2. AIBDA: Asociación Interamericana de Bibliotecarios y Documentalistas.
3. ALA: American Library Association.
4. ALEBCI: Asociación Latinoamericana de Escuelas de Bibliotecología y Ciencias de la Información.
5. Cepal: Comisión Económica para América Latina.
6. CUIB: Centro Universitario de Investigaciones Bibliotecológicas.
7. EIB: Escuela Interamericana de Bibliotecología.
8. ENBA: Escuela Nacional de Biblioteconomía y Archivonomía.
9. FID/CLA: Federación Internacional de Documentación / Comisión para América Latina.
10. IIBI: Instituto de Investigaciones Bibliotecológicas y de la Información.
11. INFOBILA: Información Bibliotecológica Latinoamericana.
12. OEA: Organización de Estados Americanos. 13. OEI: Oficina de Educación Iberoamericana.
14. SALALM: Seminar on the Acquisition of Latin American Library Materials.
15. SEP: Secretaría de Educación Pública.
16. TIC: Tecnologías de la Información y la Comunicación.
17. UBA: Universidad de Buenos Aires.
18. UNAM: Universidad Nacional Autónoma de México.
19. Unesco: Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura