Reseñas de libro
Arqueología y arqueólogos del Museo de La Plata. Testimonios y un balance sobre una historia más que centenaria
Arqueología y arqueólogos del Museo de La Plata. Testimonios y un balance sobre una historia más que centenaria
Intersecciones en Antropología, vol. 21, núm. 2, pp. 229-232, 2020
Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires
![]() | Bonomo Mariano, Prates Luciano. Historias de la Arqueología en el Museo de La Plata. Las voces de sus protagonistas. 2019. Buenos Aires. Sociedad Argentina de Antropología. 627pp.. 978-987-1280-50-6 |
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Historias de la Arqueología en el Museo de La Plata. Las voces de sus protagonistas, de Mariano Bonomo y Luciano Prates, constituye una excepcional oportunidad para conocer de primera mano las perspectivas y experiencias de antropólogos que –como estudiantes, graduados, profesores y/o investigadores– fueron protagonistas de la historia de la arqueología y, más ampliamente, de la antropología, enseñada e investigada en la Facultad de Ciencias Naturales y Museo, desde la aprobación del plan de estudios con que se creó la Licenciatura en Antropología en 1958 hasta la aprobación e implementación del plan de estudios de 1985. El libro también ofrece un estado del arte comprehensivo –elaborado por Bonomo, Prates y Máximo Farro– sobre la historia de la arqueología y los arqueólogos de esa casa de estudios desde la génesis del Museo de La Plata. Ese balance o estado del arte fue construido en diálogo con los testimonios de aquellos protagonistas, el trabajo documental en archivos institucionales y acervos privados, en interlocución con la historiografía de la disciplina, el desarrollo de las corrientes teórico-metodológicas de la arqueología, la historia de la Universidad y del movimiento estudiantil, e historia política y social de la Argentina contemporánea. Asimismo, su publicación está directamente asociada con la producción del documental Memorias Ensambladas, del año 2018, realizado por Bonomo, Prates y Diego De Feo, que también reunió testimonios de egresados de la carrera de Antropología de La Plata.
Hecha esta presentación general del libro, quisiera plantear cinco comentarios argumentando por qué considero que su lectura no solo será de interés de los arqueólogos argentinos, sino de antropólogos biólogos y antropólogos sociales y, espero, de especialistas en historia reciente de las universidades en la Argentina.
Una primera cuestión a señalar es que, en los medios académicos argentinos, la historia de las disciplinas científicas con demasiada frecuencia se constituye como un teatro de operaciones en el cual proyectar sobre el pasado los combates políticos, científicos y personales del presente. Esa forma facciosa de concebir el conocimiento histórico no es en sí misma intelectual y políticamente ilegítima, pero inevitablemente arroja pobres resultados sustantivos, especialmente cuando sus autores no explicitan abiertamente el sentido de su propuesta y la enmascaran –consciente o inconscientemente– invocando los atributos de análisis pretendidamente asépticos. Por el contrario, los autores de Historias de la Arqueología… –investigadores de la División Arqueología de la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata– han tenido a buen recaudo en la producción de las treinta y seis entrevistas presentadas en el libro y en la elaboración –junto con Farro– del estudio introductorio que las antecede, de dar cuenta de diferentes perspectivas y experiencias antropológicas platenses, comprendiendo situacionalmente los sentidos de sus categorías y lógicas argumentales de sus protagonistas, procurando como analistas de aquellas historias no erigir jerarquías epistémicas entre las corrientes teórico-metodológicas a las que se alude, o ponderaciones políticas y morales positivas o negativas sobre las ideas y comportamientos de los líderes e integrantes de los grupos académicos. Ello no implica que sus entrevistados se sustraigan a esos combates; tampoco que Bonomo y Prates carezcan de dichas valoraciones, sino que, como autores del libro, han tenido el buen recaudo metodológico de sustraerse de una concepción partisana de la historia.
Veamos la segunda cuestión. Decía también que si bien el libro es una historia de la arqueología enseñada e investigada en la Facultad y Museo platense, es además una historia de sus relaciones con la antropología biológica y la antropología social. Por un lado, porque –como argumentan los autores– en el Museo de La Plata en el cambio del siglo XIX al XX, la arqueología como campo de conocimiento científico no estaba claramente diferenciada de la antropología física, la lingüística o la etnografía y, en consecuencia, sus practicantes producían solapamientos entre estas disciplinas en sus actividades como docentes e investigadores. Por otro lado, porque incluso cuando con la aprobación e implementación del plan de estudios de 1958 se fueron perfilando orientaciones en arqueología y antropología biológica y, posteriormente con la reforma del plan de 1966, se incorporó una materia llamada Antropología Social, el currículo ponía en relación –ciertamente, con jerarquías institucionales por entonces desiguales– lo que en la época eran consideradas como subdisciplinas antropológicas –y dentro de las cuales se consideraba la etnografía como una subdisciplina en sentido estricto, diferente de aquello que comenzaba a denominarse en Argentina como antropología social.
La tercera cuestión es que, tanto en el estudio introductorio como en los testimonios de los entrevistados, queda claro que la historia de la arqueología platense es una inscripta institucional y epistémicamente en una Facultad y Museo de Ciencias Naturales, es decir, en un ámbito donde los antropólogos y estudiantes de antropología mantenían interlocución cotidiana con geólogos, paleontólogos, botánicos, zoólogos y ecólogos. Esa inscripción en el campo de las ciencias naturales otorgó un perfil singular a la formación académica y al desarrollo profesional de los arqueólogos de La Plata –más ampliamente, también de los antropólogos–, si se lo compara, por ejemplo, con la inserción de la antropología y los antropólogos porteños en la Facultad de Filosofía y Letras y en relación con el Museo Etnográfico de la Universidad de Buenos Aires. Esa singularidad platense, no obstante, no supone la producción de una historia encerrada entre las paredes de la Facultad y Museo de Ciencias Naturales o entre las diagonales de la ciudad capital bonaerense, pues –y nuevamente, los testimonios de los entrevistados son elocuentes- existían canales de circulación de ideas y prácticas arqueológicas, de profesores e investigadores, entre las universidades nacionales de La Plata, Buenos Aires, Rosario, Córdoba o Tucumán. Además, los egresados platenses circulaban en el curso de sus carreras académicas y profesionales por otras universidades y fueron protagonistas de la creación de nuevos núcleos de investigación y de formación arqueológica en diversas provincias del interior del país –ya sea como resultado de una elección o vocación personal, porque allí se les abrieron nuevas oportunidades y vinculaciones académicas y/o porque fueron expulsados o bien se consideraron marginados en la casa de estudios en la que se formaron.
Cuarta cuestión. La historiografía de la arqueología, la historia de la teoría arqueológica y la antropología histórica de la antropología han llamado recurrentemente la atención –y no sin buenas razones políticas, institucionales y académicas sustantivas de peso– sobre el modo en que la política nacional en particular –pero no exclusivamente– en los períodos de gobiernos de facto producidos en la Argentina del siglo XX, determinaron la historia de la arqueología y los arqueólogos. Restricciones al ejercicio de la libertad de enseñanza, autocensura, exoneraciones y renuncias impuestas o autoimpuestas de profesores e investigadores, así como discontinuidades en la formación de los estudiantes y en las carreras académicas y profesionales de los antropólogos, fueron moneda corriente cuanto menos entre 1946 y 1983, especialmente hasta alcanzar un agudo recrudecimiento con el autoritarismo y violencia política de los años del tercer gobierno peronista entre 1973-1976 y la subsiguiente experiencia atroz del terrorismo de Estado con las persecuciones, detenciones en cárceles y centros clandestinos, exilios, asesinatos y desapariciones de personas entre 1976 y 1983 con el autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional”. Ahora bien, conforme en el siglo XXI se fue desarrollando un conocimiento académico especializado en la historia de la antropología o de la arqueología en diálogo con la historia de las ciencias y de las universidades, fue emergiendo una comprensión más compleja de aquellas historias. Más compleja no porque fuera menos autoritaria y represiva, sino porque supuso no solo la existencia de abruptas discontinuidades políticas, institucionales, intelectuales y en las historias personales pautadas por hitos delimitados excluyentemente por los golpes de Estado de 1955, 1966 o 1976, sino también por la presencia de continuidades que atravesaban esos años bisagra, por la identificación de modulaciones en el seno de aquellas tendencias autoritarias en el largo plazo o de historias particulares que requieren el estudio más profundo de las realidades institucionales locales e incluso de situaciones personales. También advirtiendo que las causas de los conflictos y solidaridades entre los actores sociales de la época no siempre eran políticas o epistémicas sino, en ocasiones, personales o signadas por el curso de las dinámicas institucionales universitarias o corporativas de los claustros.
Por último, una quinta cuestión que considero no menos relevante que las anteriores. El subtítulo del libro es Las voces de sus protagonistas. Pienso que la presencia ineludible de aquellas voces mediante la publicación de las entrevistas a treinta y seis antropólogos es no solo un insumo empleado en el estudio introductorio, una fuente de la cual podrán servirse otros investigadores, sino un reconocimiento de miembros de nuevas generaciones de arqueólogos como Mariano Bonomo y Luciano Prates a quienes los antecedieron. Y que ese reconocimiento en este libro refiera a personas que con mucho exceden aquellos en quienes los autores quizá se reconocen como herederos intelectuales o gocen de sus mayores simpatías personales, pues prestigia aún más el valor de esta obra, que es un prisma a través del cual se expresa el modo en que estos arqueólogos argentinos comprenden la historia de su disciplina y su propia historia. Ojalá, pues, que pasados algunos años, una nueva generación de arqueólogos retome la posta allí donde la dejaron Bonomo y Prates, den voz a sus antecesores y, en definitiva, ofrezcan a nuevos lectores su versión sobre unas historias que comenzaron cuando la ciudad de La Plata, su Museo, la arqueología y los arqueólogos argentinos estaban dando sus primeros pasos.
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