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Sembrar en áridos campos. La Revista del Pacífico, la república letrada y la oposición al gobierno conservador de Manuel Montt (1858-1861)1
Nicolás Arenas Deleón
Nicolás Arenas Deleón
Sembrar en áridos campos. La Revista del Pacífico, la república letrada y la oposición al gobierno conservador de Manuel Montt (1858-1861)1
Sowing in arid fields. Revista del Pacífico, the republic of letters and the opposition to the conservative government of Manuel Montt (1858-1861)
Antíteses, vol. 12, núm. 23, pp. 57-79, 2019
Universidade Estadual de Londrina
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Resumen: Este artículo examina las características del proyecto editorial decimonónico de la Revista del Pacífico (Valparaíso, 1858-1861), para exponer y explicar los alcances de su propuesta programática en torno a la construcción de una república de las letras transnacional y americana. A la vez, el análisis pretende descubrir las tensiones existentes entre el logro de este objetivo editorial y la necesidad de la revista de accionar como plataforma opositora frente al gobierno de Manuel Montt. De este modo, quedará en evidencia que solo tras superar el dominio de las ideas conservadoras representadas por el presidente y sus seguidores, se abrirá en el país la posibilidad de materializar esta nueva república desde las tribunas de la prensa.

Palabras clave:ChileChile, Siglo XIX Siglo XIX, Revistas culturales Revistas culturales, Revista del Pacífico Revista del Pacífico.

Abstract: This article examines the characteristics of the nineteenth-century editorial project of the Revista del Pacífico (Valparaíso, 1858-1861) to expose and explain the scope of its programmatic proposal around the construction of a transnational and american republic of letters. At the same time, the analysis seeks to discover the existing tensions between the achievement of this editorial objective and the magazine’s need to act as an opposition platform against Manuel Montt’s government. In this way, it will be evident that only after overcoming the dominion of the conservative ideas represented by the president and his followers, the possibility of materializing this new republic in the country will be opened from the press.

Keywords: Chile, Nineteenth century, Cultural magazines, Revista del Pacífico.

Carátula del artículo

Dossiê

Sembrar en áridos campos. La Revista del Pacífico, la república letrada y la oposición al gobierno conservador de Manuel Montt (1858-1861)1

Sowing in arid fields. Revista del Pacífico, the republic of letters and the opposition to the conservative government of Manuel Montt (1858-1861)

Nicolás Arenas Deleón
Universidad de los Andes, Chile
Antíteses, vol. 12, núm. 23, pp. 57-79, 2019
Universidade Estadual de Londrina

Recepción: 01 Abril 2019

Aprobación: 19 Junio 2019

Durante el siglo XIX, las revistas culturales accionaron en América como plataformas performativas y espacios en que dialogaron y discutieron voces heterogéneas, en aras de conformar el relato histórico-literario nacional de las nuevas repúblicas. En el caso chileno, la década de 1840 puso en agenda de estas publicaciones las principales polémicas en torno al uso de la lengua o las formas de elaborar el discurso histórico, ejercicios en los que confluyeron los más conspicuos miembros de la intelectualidad local y, de forma simultánea, muchos emigrados argentinos establecidos en el país, a causa de su oposición al gobierno de Juan Manuel de Rosas (STUVEN, 2000; DAGER ALVA, 2002, p. 97-138; PAS, 2010, p. 382-425; VRSALOVIC, 2013, p. 27-41). Soportes como la Revista de Valparaíso (1842), El Museo de Ambas Américas (1842), El Semanario de Santiago (1842-1843), El Crepúsculo (1843-1844) o la Revista de Santiago (1848-1849, 1850-1851 y 1855), funcionaron en la época como ámbitos de producción argumental de la élite letrada y como útiles herramientas transmisoras del capital cultural que se producía en torno a estos debates.

Sin embargo, la década siguiente se inauguró con dos acontecimientos que modificaron el derrotero de la reflexión intelectual y el funcionamiento del mercado editorial chileno. En primer lugar, el levantamiento que en 1851 intentó remover al recién electo presidente Manuel Montt (1851-1861), inauguró un período en que el control estatal siguió muy de cerca la producción impresa, especialmente aquella que por su signo (liberal) profería apreciaciones contra la política gubernamental. Al mismo tiempo, la reconfiguración del espacio intelectual regional tras la caída de Rosas en la batalla de Caseros (febrero de 1852), y el consiguiente abandono de los letrados argentinos de sus ciudades de acogida (Santiago y Valparaíso), sumió a los intelectuales chilenos en una intensa y dilatada disputa sobre la aceptación/rechazo del legado de sus pares trasandinos.

En este contexto histórico-cultural nació en Valparaíso la Revista del Pacífico.Literaria y Científica (1858-1861). Concebida desde el inicio como un espacio de interacción del elemento letrado de la época sin exclusión alguna, la publicación facilitó a sus lectores el conocimiento de los adelantos intelectuales de las naciones americanas y construyó a su alrededor una red colaborativa de amplio alcance, que buscaba conformar una “república de las letras” de carácter transnacional a escala continental. Sin embargo, este proyecto se vio enfrentado a las dificultades de un mercado editorial y literario en construcción y, a la vez, por su carácter de plataforma discursiva disidente frente a la Administración de Manuel Montt, a las acciones punitivas del Gobierno nacional.

A partir de ello, el recorrido propuesto apuesta a revelar las características de esta empresa periodística, en una mirada que explique las tensiones que se procesaron en su interior entre las propuestas programáticas de alcance americano y la necesidad de fungir como soporte material opositor frente a las políticas conservadoras del poder monttista. Este análisis permitirá descubrir las mutaciones editoriales del formato –las que deben examinarse también en relación con las propias particularidades del mercado lector– y el lugar que ocupa la revista dentro del panorama editorial decimonónico chileno y regional.

La vida de un impreso: el itinerario de la Revista del Pacífico

El nacimiento de este formato debe ser explicado en relación con el contexto que le dio origen. En primer lugar, la comprensión de Valparaíso como centro neurálgico del movimiento editorial chileno –y por estos años más activo que el producido en la capital– permite posicionar a la Revista como un impreso que sedimentó una tradición ya existente en la ciudad en torno al cultivo de las letras. Las experiencias de soportes como la Revista de Valparaíso (1842, dirigida por el intelectual argentino Vicente Fidel López) y El Museo de Ambas Américas (1842, bajo la responsabilidad del escritor colombiano Juan García del Río), nutrieron al nuevo formato y a sus responsables de conocimientos en relación con las prácticas de edición de los contenidos, preferencias lectoras del público local, estrategias eficaces de distribución y venta de la publicación, etc.

Por otro lado, la condición portuaria de la ciudad colaboró para la constante circulación de material bibliográfico y el contacto asiduo con los principales emporios comerciales americanos y europeos. En consonancia con esta presunción, Jacinto Chacón, editor y colaborador de la Revista del Pacífico, observaba para 1860 a Valparaíso como el

[...] primer puerto de la costa, en el doble sentido de la palabra, [ya que] afluyen a su rada las producciones y hombres de la culta Europa, y se ha hecho el centro y el depósito del comercio extranjero en la América Meridional. Todas las razas civilizadas envían a esta colmena del Pacífico su laboriosa inmigración y dan a Valparaíso el aspecto, la elegancia y el valimiento de una ciudad europea (CHACÓN, 1860, p. 1).

Esta importancia de la ciudad como núcleo editorial y espacio protagónico en la producción de impresos se vio reflejada en el censo de 1854, que advirtió la presencia de setenta y siete personas afincadas en Valparaíso con la profesión de tipógrafos y diez con la de litógrafos –sobre un total de 52.000 habitantes–, cifra muy superior a la existente en Santiago, que solamente registraba cinco tipógrafos y ningún litógrafo (HERNÁNDEZ, 1930, p. 26).

Dentro de este grupo de profesionales destacó la figura del español José Santos Tornero (1808-1894)2, quien actuó como impresor del formato periódico y, durante algunos períodos, también como su editor. En tierras porteñas3 desde hacía dos décadas, el tipógrafo riojano había constituido alrededor de la Imprenta y Librería El Mercurio una casa comercial de prestigio –en una ardua competencia en que buscaba prevalecer frente a numerosas y similares empresas dispuestas a lo largo de la geografía chilena– con sucursales en Santiago, Concepción, Copiapó, La Serena y San Felipe (SUBERCASEAUX, 2000, p. 70-73). Dicho crecimiento lo posicionaba, para 1858, como el principal sello tipográfico en Valparaíso y el segundo a nivel nacional, solo por detrás de la Imprenta de El Ferrocarril de Santiago (BRISEÑO, 1945a, 1945b, 1946).

En su rol impresor, la empresa de Santos Tornero fue activa promotora de obras de escritores nacionales, así como de trabajos europeos que congeniaban con los gustos lectores de las élites letradas. Del mismo modo, en su accionar como espacio librero acercó las principales novedades publicadas por las casas europeas y americanas. Este interés por aproximar la “civilización escrita”, le obligó a construir y preservar una profusa red de vínculos comerciales (con libreros e impresores aquende y allende el Atlántico) y personales (amigos que facilitaban remesas de libros o traducciones de obras europeas que llegaban a sus bibliotecas particulares), que luego resultarían útiles para la circulación y difusión de sus propios trabajos tipográficos.

Esta trascendencia del impresor español como protector cultural en el ámbito editorial chileno fue reflejada por el intelectual rancagüino José Victorino Lastarria quien, en sus Recuerdos Literarios, señalaba que Santos Tornero desde su establecimiento tipográfico y librería “prestaba mano jenerosa a la prensa literaria i liberal, i [era] quien tanto se ha[bía] distinguido por sus esfuerzos en fomentar el progreso intelectual de la patria de sus hijos” (LASTARRIA, 1878, p. 388).

En este marco, la proliferación del comercio editorial nacional y local se hizo evidente, y, con ello, el despertar del interés de una escasa pero activa élite lectora –en una ciudad donde los índices de alfabetización rondaban el 23.1% (PONCE DE LEÓN; RENGIFO; SAN MARTÍN, 2010, p. 306) – que impulsó la creación de un nuevo espacio para congregar los intereses intelectuales de la época. El mismo Chacón evidenció la indispensable necesidad de engendrar una “voz” que presentara los avances literarios y científicos del continente y el país, pues manifestaba que “el adelanto material sin el intelectual deja incompleto el progreso de un pueblo, quien hace el efecto de un cuerpo sin alma” (CHACÓN, 1860, p. 1). Así, la plataforma para canalizarlo y visibilizarlo se encontraría, a finales de la década de 1850, en la Revista del Pacífico.

El 10 de julio de 1858 el formato dio a luz su primer número bajo la dirección de Guillermo Blest Gana (1829-1905). En avisos previos, aparecidos en el diario El Mercurio, se dieron a conocer las bases programáticas del nuevo impreso y se prometió la concurrencia en la empresa de las plumas más destacadas del panorama local: Benicio Álamos González, Miguel Luis Amunátegui, Gregorio Víctor Amunátegui, Diego Barros Arana, Daniel Barros Grez, Alberto Blest Gana, Joaquín Blest Gana, Manuel Carrasco Albano, José Victorino Lastarria, Eusebio Lillo, Martín Lira, Mercedes Marín del Solar, Guillermo Matta, Domingo Santa María, Ramón Sotomayor Valdés, Floridor Rojas y Benjamín Vicuña Mackenna4. También, en una primera prueba de su afán trasnacional, se informaba al lector sobre la participación de escritores extranjeros, aunque no se adelantó ningún nombre.

La revista observó tres etapas en su periplo vital. Un período inicial que se desarrolló entre julio de 1858 y junio de 1859, primero bajo la dirección editorial de Blest Gana y luego, tras su alejamiento forzado a consecuencia de los sucesos revolucionarios de inicios de 1859, por el propio Santos Tornero quien asumió, no solo la impresión del formato, sino también la gestión de sus contenidos. Tras una breve desaparición durante el segundo semestre de 1859, la revista renació a inicios del año siguiente, gracias al impulso de la «Sociedad de Amigos de la Ilustración», un importante espacio de sociabilidad intelectual surgido en Valparaíso. Durante esta segunda época, que duró solamente seis meses, la responsabilidad fue contraída por las autoridades de este círculo letrado: Jacinto Chacón (1820-1893), Joaquín Villarino (1832-1909) y Juan Ramón Muñoz (1816-1869), mientras que el impresor español se mantuvo como encargado de la impresión y distribución del soporte. El quiebre de la relación entre la institución porteña y el empresario español dejó acéfala la dirección, que fue asumida por el propio impresor; situación que se extendió durante el último año y medio de vida del formato, hasta su desaparición a finales de 1861.

En términos de la materialidad del formato, la revista funcionó como una publicación quincenal (salió los días 10 y 30 de cada mes en la primera época y 1° y 15 durante las restantes, como estrategia para coincidir con la salida de los buques desde el puerto y con ello favorecer su circulación), que contenía 64 páginas por entrega en 85. Cada semestre conformaría un tomo de 800 páginas con su respectivo índice, publicados siempre “en buen papel y esmerada impresión” (EL MERCURIO DE VALPARAÍSO, 7 jul. 1858, p. 4). Para asegurar los gastos de impresión y lograr la fidelidad de los lectores, solo fue admitida la suscripción semestral y el pago por adelantado. Se estableció un primer circuito de circulación que comprendía a Valparaíso y Santiago (en que se encontraba la Casa central y la principal sucursal de la empresa de Santos Tornero), lugares donde el valor ascendía a los seis pesos por semestre. La venta en el resto de las provincias y en el extranjero fue establecida en siete pesos6. Igualmente, y como modo de obtener la acogida de los lectores del periódico, se resolvió el descuento de dos pesos en la suscripción para los asiduos consumidores de El Mercurio.

Respecto a los puntos de suscripción, estos se situaban en torno a la extensa red de agencias y librerías que el periódico entrelazaba a lo largo del país y en el extranjero. Así, la revista contó con canales de distribución y venta a nivel nacional en Ancud, Arauco, Casablanca, Cauquenes, Chillán, Chiloé, Colchagua, Combarbalá, Concepción, Constitución, Copiapó, Coquimbo, Curacaví, Curicó, Freirina, Hualqui, Huasco, Illapel, La Serena, Ligua, Limache, Linares, Llico, Los Ángeles, Maule, Melipilla, Molina, Nacimiento, Osorno, Ovalle, Parral, Petorca, Puerto Montt, Putaendo, Quillota, Quirihue, Rancagua, Rengo, San Carlos, San Felipe, San Fernando, Santa Rosa, Santiago, Talca, Tomé, Valdivia y Vallenar. Al mismo tiempo, la publicación logró trascender internacionalmente mediante distintas agencias en Buenos Aires, Mendoza, Paraná, Rosario, Córdoba, San Juan, Montevideo, Rio de Janeiro, Cobija, Cochabamba, La Paz, Oruro, Sucre, Iquique, Arica, Tacna, Arequipa, Lima, Guayaquil, Bogotá, Panamá, Caracas, Costa Rica, La Habana, México, San Francisco, Nueva York, Londres, Liverpool, Edimburgo, París, Le Havre, Burdeos, Bruselas, Amberes, Madrid, Barcelona, Málaga, Sevilla, Hamburgo y Berlín.

La primera entrega de la revista fue remitida a los suscriptores de El Mercurio y a otros posibles lectores alrededor del 15 de julio. El número fue enviado de forma gratuita, acompañado de una circular en la que se invitaba a la suscripción para los siguientes semestres. A aquellos que desearan recibir las sucesivas entregas de la publicación les correspondía abonar al repartidor la suscripción; mientras que quienes no estuvieran interesados debían contestar la circular y devolverla junto a la revista. No contamos con el contenido de la circular, ni tampoco con las listas de envíos y suscriptores, por lo que no sabemos cuál fue el éxito de dicha práctica publicitaria y el alcance proyectado para esta primera inmersión en el mundo editorial.

Sin pretender una narración cronológica de la vida del formato,resulta necesario destacar que a su alrededor logró articular una relación cuadrangular (revista-periódico-librería-imprenta) que sirvió para propender a su transnacionalidad, tanto en lo que refiere a la participación en sus contenidos, como en su penetración en diferentes mercados. Por un lado, la librería de Santos Tornero sirvió como vitrina para la comercialización del impreso, no solo en el país, sino también en toda la geografía chilena, en el resto de los países americanos y en las principales plazas editoriales europeas. En contrapartida, la revista fungió como plataforma para visibilizar las obras auspiciadas por la imprenta del librero riojano. A través de la sección bibliográfica de la publicación, los responsables del soporte facilitaban a sus consumidores una agenda lectora que incluía especialmente libros y otros formatos impresos bajo ese sello editorial. Mientras tanto, la imprenta fue el canal capaz de dar visibilidad a la revista a través de sus prensas. Al mismo tiempo, el soporte periodístico halló en las páginas de El Mercurio un espacio de promoción de sus contenidos. Periódicamente el diario compartía en sus entregas los índices de cada uno de los números que aparecían, así como sugerencias respecto a la lectura de diversos artículos publicados en la Revista. Además, este soporte aprovechaba los canales de distribución del diario y el propio prestigio adquirido por El Mercurio dentro del panorama editorial americano, lo que le permitía mayor amplitud en sus redes de circulación lectora.

La Revista como plataforma para la solidaridad intelectual americana

Más allá de los cambios que se produjeron en cada una de las etapas de funcionamiento del soporte en torno a su organización formal (tamaño, secciones, días de publicación, etc.), la revista mantuvo una propuesta programática que fue transversal desde el número inicial. El principal objetivo con el que surgió la publicación fue accionar como mecanismo capaz de evidenciar los adelantos intelectuales de las repúblicas americanas. La plataforma se presentaba como un espacio escritural nuevo, ajeno a las disputas políticas interpartidarias y a las dinámicas editoriales del diarismo, que buscaba nuclear a la intelectualidad de la época, cualquiera fuera su pensamiento. Esto le otorgaba en su espíritu un carácter de tribuna, decía Blest Gana,

[...] donde el estudio presente el fruto de sus investigaciones, donde hallen cabida las creaciones del injenio y de la imajinación; un terreno en que puedan sembrarse las semillas de la intelijencia, que producirán despues la ilustracion, despertando a los unos de la apatia, alentando la timidez de otros, y ofreciendo a todos un pasatiempo útil (BLEST GANA, 1858e, p. 5).

Debido a ello, todas las secciones se orientaron a trabajar temas de contenido americano. La dirección sintió como una preocupación central la necesidad de quebrar las barreras de la geografía para superar el aislamiento cultural y, de ese modo, conectar a los hombres de letras del continente, a partir de la articulación de un entramado colaborativo que hallara en la revista su espacio convergente. De algún modo, se pretendía construir una “república de las letras” basada en la solidaridad intelectual, en la cual no existía una capitalidad – como resultaba París a escala universal (CASANOVA, 2001) – pero sí una esfera real de unión y diálogo, en una coyuntura adversa, marcada por la apatía del público y en que los letrados no hallaban retribución económica, ni reconocimiento por su trabajo.

El intelectual chileno Martín Palma, en una de sus colaboraciones, insistía en lo trascendente de generar una comunidad intelectual fundamentada en un ethos cultural común. Entender que “nacimos de una misma madre, hablamos un mismo lenguaje, tenemos una misma inspiración, un mismo sentimiento religioso, unos mismos nombres i hasta un mismo territorio”, era el comienzo del proyecto de reconstrucción de la unidad continental pre-independentista, pero cargada ahora de un nuevo trasfondo republicano (PALMA, 1860, p. 672). Por tanto, instaba a superar el pensamiento aldeano, marcado por disputas políticas y territoriales que enemistaban a las naciones –especialmente por la hegemonía del caudillismo bárbaro que estos intelectuales pretendían extirpar al menos desde el discurso– para dar materialidad a este plan letrado.

En la misma dirección, el escritor argentino Demetrio Rodríguez Peña bregaba por la conformación de una literatura transfronteriza, que permitiera conectar las literaturas nacionales. Así, expresaba:

[...] sobre las mezquinas barreras de las nacionalidades politicas, se levanta el pensamiento, i en la atmosfera superior formada por las tradiciones de oríjen, de raza, lengua e identidad de su existencia, se unifica el pensamiento de individuos en familias, de familias en razas. La individualidad chilena es hermana de otras individualidades en la familia hispano-americana: la familia hispano-americana desciende de la España europea: la España pertenece al grupo humano latino. ¿Cómo negar las semejanzas, las aproximaciones, las influencias que esta consanguinidad precisamente produce? (RODRÍGUEZ PEÑA, 1860, p. 155-156).

Porque, es importante destacarlo, esta apuesta iba acompañada de un incentivo al desarrollo de las literaturas nacionales. La proyección de los numerosos escritores dentro del espacio público –para lo que la revista estaba llamada a ser un canal efectivo– y el abandono de las prácticas imitativas respecto a los grandes paradigmas literarios europeos fue impulsado desde la revista. Esto fue acompañado de una intensa política alrededor de la originalidad de los contenidos vertidos en sus páginas, dado que solo de este modo podía darse a conocer el avance del pensamiento autóctono.

Cabe aclarar que el apelativo “original” no implicaba, en ningún sentido, que el texto fuera a publicarse por primera vez en las páginas de un impreso, pero sí que resultaba una “novedad” para el público lector a quien se le ofrecía, por tanto, artículos de la Revue des deux mondes (1829), la Revista de Lima (1859-1863) o la Revista del Paraná (1861) podían ser reproducidos en el soporte caracterizados con dicho apelativo. Esta migración textual también funcionaba como práctica útil para enlazar la publicación con otras similares y crear una red de solidaridad periodística que visibilizara dichos adelantos intelectuales fuera de fronteras.

El éxito de la apuesta transnacional esgrimida por el soporte se observa al examinar las características de sus flujos colaborativos. Allí, se advierte la presencia de 111 autores que participaron con uno o más artículos, de los cuales 26 eran escritores extranjeros y 18 de estos 26 tenían origen americano. Las redes de colaboración permitieron acercar, no solamente a escritores que circunstancialmente se hallaban en el país por situaciones políticas adversas – como el caso de los autores peruanos y bolivianos– sino también a plumas que, desde diversos espacios geográficos–Argentina,Colombia,Ecuador y Panamá–confluyeron con sus trabajos para contribuir con su aporte a este proyecto transnacional7.

Para apuntalar esta numerosa participación en la revista fue importante el entramado de vínculos colaborativos impulsados a través de diversos espacios de sociabilidad letrada que, durante distintos períodos de la revista, se conectaron con ella como activas usinas capaces de aportarle contenidos. Se trata de la «Sociedad de Amigos de la Ilustración» de Valparaíso y el «Círculo de Amigos de las Letras» de Santiago. Los canales que estas asociaciones literarias abrieron a través de todo el continente, a partir de las corresponsalías, así como mediante el intercambio bibliográfico, permitieron acercar autores desconocidos para el público local y posicionar la literatura chilena dentro de otros mercados editoriales del continente8.

A pesar de la originalidad que los responsables del soporte intentaban imprimir alrededor de todos los aspectos que rodeaban a este proyecto cultural, no carecieron de experiencias exitosas, especialmente europeas, que inspiraron sus prácticas dentro del mundo periodístico. La parisina Revue des deux mondes y la Revista Española de Ambos Mundos (1853-1855) –más importante en este caso por surgir por iniciativa de un americano, el uruguayo Alejandro Magariños Cervantes, quien había logrado con su propuesta revisteril conquistar el gusto lector del Viejo continente– marcaron el accionar de los distintos directores del formato, e incluso algunas de sus secciones –como la reconocida “Chronique de la Quinzaine” del soporte francés– fueron imitadas por la publicación chilena.

Esta conexión con las publicaciones europeas permitía, por una parte, acercar la civilización al replicar los gustos lectores de los grandes emporios editoriales y formar también las preferencias del lectorado que consumía los impresos americanos. Al mismo tiempo, una vez elaboradas las publicaciones, su coincidencia con los contenidos predilectos del público transatlántico les facilitaba su entrada en aquellos mercados y abría la posibilidad de promover con mayor facilidad los trabajos y autores chilenos y americanos.

“Las ideas sin las armas nada pueden”. La publicación como instrumento de resistencia ante el autoritarismo de Montt

La década de 1850 se vio marcada en Chile por un avance económico intenso, lo que hizo de la industria impresora un negocio pujante (SALAZAR, 2009). El escritor Diego Barros Arana, daba testimonio de esta situación del país en una carta a su amigo y colega argentino Juan María Gutiérrez en 1856, en que describía los adelantos reflejados en el desarrollo de vías férreas, la prosperidad de la Banca nacional, los progresos en materia de legislación, la recuperación de la explotación agrícola, el perfeccionamiento del sistema escolar y de importantes obras de infraestructura9.

Sin embargo, el panorama hacia el final de la década no era tan alentador. La severa política de control del Gobierno de Montt respecto al discurso opositor, al amparo de la ley de imprenta de setiembre de 1846, provocó un impasse en el avance del movimiento cultural y publicitario local. Este restrictivo marco normativo, sancionado durante la Administración de Manuel Bulnes, entregaba al Ejecutivo amplias libertades para perseguir y castigar a aquellos responsables (escritores, editores, impresores) de accionar contra el gobierno. La ley, que establecía fuertes penas que incluían la prisión, el presidio, el destierro y altas multas para quienes instaran a la rebelión, la desobediencia a la autoridad, el trastorno del orden público o la incitación al odio, otorgó a los formatos disidentes un acotado marco de acción en el espacio público y provocó la desaparición de muchos de ellos. En sus Recuerdos Literarios, Lastarria describía este período de “postración” en que la producción original fue escasa y el comercio librero se centró esencialmente en traducciones de obras europeas y libros de carácter religioso, lo que sumió a la sociedad chilena, según su parecer, en tiempos “nebulosos i oscuros” (LASTARRIA, 1878, p. 364).

La revista, ante esta situación, no permaneció en silencio y rápidamente abandonó su objetivo programático de marginar de sus páginas los comentarios u opiniones respecto a asuntos políticos de actualidad. Desde las primeras entregas, Blest Gana asumió la denuncia de acciones u omisiones del gobierno de Montt y de los conservadores que lo apoyaban. Coincidía el director con la sombría mirada que Lastarría había expresado al referirse a las perjudiciales consecuencias del poder despótico del presidente sobre el movimiento intelectual nacional. Montt era el representante de un modelo de república que se debía abandonar, por lo cual el discurso de Blest Gana se posicionó en una dialéctica antagónica constante, que mostraba una disputa de las letras contra las armas, la opinión contra la fuerza, el pasado contra el futuro, la libertad ante el despotismo, la civilización contra la barbarie, las luces contra el oscurantismo, la verdad frente a la mentira (BLEST GANA, 1858a, p. 126).

Al avanzar los números, durante la primera quincena de agosto de 1858, el director de la revista se expresó con contundencia a favor de una reforma constitucional –que modificara la Carta Magna de 1833– y que permitiera la coparticipación política. En su sentir, que representaba la opinión “de todos o casi todos los pueblos de la República”, la Constitución otorgaba demasiadas potestades al presidente, siendo los demás poderes (Legislativo, Judicial y los gobiernos municipales) simples servidores de sus intereses. Asimismo, la omnímoda autoridad que le permitía a Montt eliminar las garantías individuales ante cualquier síntoma de peligro, afectaba gravemente las libertades ciudadanas y ponía en riesgo muchas prácticas, entre ellas, la del ejercicio de la prensa. Se trataba de un régimen político constituido sobre el terror, de carácter “absolutista”, en que prevalecía

la desmoralización administrativa, el entronizamiento del despotismo, la hipócrita falsía en los gobernantes, el servilismo y la empleomanía en los gobernados, el favor alcanzando lo que al mérito se niega, las ocultas conspiraciones, los interiores disturbios, las luchas fratricidas que riegan con sangre de hermanos los campos de la patria y, por último, las proscripciones y el cadalso! (BLEST GANA, 1858b, p. 186-187).

Así, el director del soporte apuntaba una vez más sus dardos contra Montt y sus acólitos, quienes habían frenado el tratamiento de la reforma constitucional propuesta por José Victorino Lastarria y Domingo Santa María, solo con el fin –según su propio argumento– de perpetuar el atraso y el oscurantismo.

La punzante pluma de Blest Gana le permitió también ejecutar una ácida crítica respecto a la sociedad de su época, tanto en su rol pasivo frente a los abusos del gobierno, así como con relación a su indolencia y menosprecio frente a la labor letrada. Las diatribas del director no solo se exhibieron en textos de contenido político, sino también en otro tipo de escritos. En el cuento titulado “La mayor de las desgracias”, Blest fustigaba, por medio de sus personajes, la acción de la prensa nacional y de la sociedad en general, a quienes acusaba de no premiar el ejercicio de las letras, haciendo de ésta una labor indigna. Destacaba que solo se consideraba escritores a “los que redacta[ba]n avisos o escriben la situación del mercado” (BLEST GANA, 1858d, p. 61), pues generaban algún rédito para el periódico. Mientras tanto, aquellos que escapaban a estas temáticas ponían en riesgo la propia pervivencia del soporte, porque no producían ganancia alguna para los impresores y eran relegados dentro del mundo publicitario.,

En esta misma alocución, el autor lanzaba un agrio juicio contra el gobierno, quien se sumaba a la profusa lista de “enemigos” del hombre de letras, pues podía considerar al intelectual como “un animal peligroso, en cuyo caso se le encarcela o se le manda despejar el campo, enviándole a soñar la verdadera república allende los mares; o un insecto inofensivo al cual se le deja con su zumbido sin hacerle caso”. El escritor oscilaba entre la incomprensión y la censura, era un hombre rechazado por quienes le rodeaban, pero a la vez era perseguido por sus ideas, lo que le llevaba a concluir que el oficio de escritor representaba para él “la mayor de las desgracias” (BLEST GANA, 1858d, p. 63).

Sobre este tópico volvió semanas más tarde en otra de sus crónicas, en las que reafirmó el carácter científico y literario de la publicación como objeto fundamental e inclaudicable. Esto, al igual que lo reflejara desde la ficción, a consecuencia de que el ejercicio de la escritura estaba mediado por una honda incomprensión social, que volvía la espalda a proyectos culturales. No había sino un obnubilar por lo europeo, pues aquí nada civilizado podía ejecutarse.

Sin embargo, la revista tenía la misión de acaudillar la tarea de construir conocimiento autóctono, y así lo hacía saber a sus lectores:

Soldados oscuros, combatiremos sin desmayar en las filas de la prensa, y aunque dudemos de alcanzar la victoria, cabrános siempre por lo menos la satisfacción de haber cumplido con nuestro deber, llevando nuestro grano de arena al futuro templo de las glorias literarias de nuestra patria (BLEST GANA, 1858a, p. 124).

La escritura se planteaba como una lucha para generar conciencia y desterrar la oscuridad –similares términos a los que años atrás había utilizado Magariños Cervantes en el prospecto de la Revista Española de Ambos Mundos10–, al mismo tiempo que para acercar las luces de la civilización a través de los estudios literarios y científicos. A la vez, se establecía como un deber intelectual, en la medida de recoger el legado de la generación anterior y avanzar en el conocimiento en vías del progreso nacional y continental.

En otro pasaje de sus escritos, el intelectual chileno denunciaba, mediante el examen de la interpelación de Manuel Antonio Matta al ministro del Interior Jerónimo Urmeneta, abusos que, al amparo de esa legislación, se habían consumado en elecciones municipales y locales. En muchas de sus expresiones, Blest Gana caminaba peligrosamente al borde del delito –según la legislación de 1846– pues acusaba a una autoridad de consentir o ejecutar el amedrentamiento o la violencia (cuyo caso paradigmático fue el del ex intendente de Atacama), lo que lo hacía pasible de sanciones que podían llegar a la prisión y/o el destierro.

Un mes después, la situación era cada vez más tensa y la disputa entre liberales y conservadores o partidarios y detractores de Montt recrudecía, lo que se reflejaba en las páginas de la revista. El gobierno avanzaba cercenando las libertades en “una época triste, época penosa que la historia mirará con dolor y condenará con justicia” (BLEST GANA, 1858c, p. 378). La nueva crónica de Blest, cargada de lirismo y muy asociada al festejo de las Fiestas Patrias septembrinas de ese año, intentaba cubrir esta realidad con tintes oscuros, manifestando que solo en el triunfo de la libertad (que se lograría con la caída del actual régimen), se recuperaría la independencia. En su estocada iba más profundo y acusaba al gobierno de “animal hambriento”, que no lograba saciar sus ansias de poder y que llevaba con su inacción y malas decisiones al retroceso de los logros alcanzados.

Para ese entonces, la maquinaria censora del monttismo seguía de cerca las acciones de los liberales porteños y, en particular, los discursos proferidos por Guillermo Blest Gana desde la revista, así como a través de otros medios de prensa de la ciudad. Una vez estalló el conflicto armado, a inicios de 1859, Blest Gana fue perseguido por sus declaraciones y apresado mientras se preparaba un juicio contra él (febrero-setiembre de 1859). La prensa de la época, afín a los intereses gubernamentales, cursó acusaciones en su contra como instigador de las asonadas ocurridas a finales de febrero en la urbe costera. El Comercio de Valparaíso le imputó haber encabezado el “escandaloso motin de rotos (populacho)” en la ciudad11. En esta aciaga situación, el director de la revista logró eludir la pena de muerte, pero fue condenado a un dilatado destierro que lo llevó a Mendoza, Rosario, Buenos Aires, Montevideo y luego al otro lado del Atlántico.

Pero estos problemas no solo afectaron al director de la publicación, sino también a su editor e impresor. En diciembre de 1858, se vivieron momentos de tensión en el local de Santos Tornero. El día 14, el gobierno decretó el cierre del establecimiento y la salida de su director –y desde julio de ese año también redactor responsable del periódico– bajo el amparo de la ley del 46’. Sin detallar las violaciones que se cometían, se imponía el inmediato cese de las publicaciones. Santos Tornero se defendió con encono, enviando una comunicación al Intendente de Valparaíso, Jovino Novoa, en que expresaba su desconcierto ante la orden, en vistas del contenido eminentemente comercial que se proyectaba en las páginas del diario y atendiendo al profundo compromiso de la casa impresora por “establecer la tranquilidad y confianza en el país”12. Esta decisión, no solo lo conmovía en su fuero íntimo, sino que también podía insumir enormes pérdidas para la empresa: multas por los compromisos asumidos e incumplidos, disminución de la productividad, dificultades para el pago de los salarios a consecuencia de la falta de entradas.

Un día después, se remitió un nuevo decreto, firmado por el presidente Manuel Montt y el ministro Rafael Sotomayor, en que se imponía la reanudación de las actividades de la imprenta del español, pero se mantenía la prohibición, por tiempo indeterminado, de la publicación del periódico o cualquier obra con el sello de la imprenta. Se presume que las infaustas consecuencias que conllevó para Santos Tornero la clausura durante unas semanas –a mediados de enero de 1859 fue habilitada nuevamente la empresa– fueron importantes. Así lo atestigua una comunicación que casi dos años después, en octubre de 1861, el impresor español envió a José Victorino Lastarria para consultarlo respecto a las posibilidades de interponer una acción compensatoria por daños y perjuicios en contra de la Intendencia de la ciudad costera por lo ocurrido en 185813.

En este crispado contexto, la ejecución del tipógrafo Abelardo Villar, luego de un expeditivo Consejo de guerra, enturbió más los ánimos y agravó la situación. Pocos días después, los levantamientos fueron sofocados gracias a la efectividad punitiva del elemento castrense bajo el mando de Montt. Los principales referentes del movimiento en Copiapó, Talca, Ñuble, Maule, Concepción, Arauco, Rancagua, Aconcagua, Ovalle, San Felipe, Valparaíso y Santiago fueron apresados (Roberto Souper, José Antonio Torres, Ramón García, Ramón Lara, Salustio Cobo, Manuel A. Matta, Guillermo Matta, Pedro León Gallo, Ángel Custodio Gallo, Isidoro Errázuriz, Damián Cobo, Pedro Fierro, Bartolomé Cobo, Benicio Álamos González y Benjamín Vicuña Mackenna), desterrados e incluso algunos condenados a muerte.

Este acontecimiento bélico dejó huérfana la dirección del formato una vez que la imprenta retomó sus actividades, lo que perturbó sus dinámicas de impresión y circulación. Con Blest Gana y otros colaboradores en el destierro (los hermanos Matta, Benjamín Vicuña Mackenna o Diego Barros Arana), Santos Tornero debió asumir los compromisos de publicación y terminó de editar las entregas correspondientes al primer tomo durante los primeros meses de 1859. Restablecida la paz, y como resultado de las pérdidas sufridas por la empresa y ante la incertidumbre respecto a la continuidad del soporte, el impresor riojano comenzó a vender a menor precio los volúmenes que aún quedaban en su poder: se comercializó a 4 pesos en rústica y 5 pesos empastado, con el fin de obtener metálico para mantener la imprenta en funcionamiento.

Si bien la revista retornó a comienzos de 1860, la crónica de sucesos solo se recuperó luego de que Santos Tornero asumiera nuevamente la responsabilidad absoluta del formato. En primera instancia se colocó al frente del espacio al escritor José Antonio Torres, quien por ese entonces ejercía el cargo de redactor responsable de El Mercurio (EL MERCURIO DE VALPARAÍSO, 19 enero 1861, p. 3). No obstante, al avanzar las entregas, la presencia de Cortés se fue difuminando y su lugar fue asumido por Manuel Guillermo Carmona a través de una “Revista de Actualidad” que, a grandes rasgos, sustituía la voz de la “crónica”.

La publicación, trinchera de resistencia frente a la “república conservadora” (JAKSIĆ; SERRANO, 2011, p. 180)14, se hallaba ahora enfrentada a fijar posición frente a la sucesión de la administración Montt. El espacio de crónica apareció por primera vez durante el primer semestre de 1861 y lejos de augurar buenos tiempos ante una nueva elección, invitó a los lectores a seguir resistiendo contra un modelo político que consideraba caduco. José Antonio Torres entendía que

La penalidad de los calabozos i la amargura del destierro, lejos de debilitar han encendido mas en nosotros el amor al pais, i nuestra sola presencia en la arena de los debates, está probando elocuentemente que no nos mueve ni jamás nos movió la ambicion mezquina, el interes de un círculo; sino el bien de todos, los intereses bien entendidos de la patria (TORRES, 1861, p. 59).

Lo esencial, para mirar más allá, estaba en recuperar la voz de aquellos que, debido a la persecución política, habían sido obligados a abandonar la patria. Solo así podrían aproximarse posturas y concebir un futuro esperanzador. Por tanto, mientras esto no sucediera, la revista debía castigar cada acción errada del gobierno: la imprudente candidatura de Antonio Varas o la fallida Campaña de Arauco fueron solo algunas de las instancias que encontró el cronista para articular esta crítica.

Pero esta oposición traspasó la sección de crónica y otros autores se alinearon con la mirada editorial del soporte. El melipillano Marcial González (1819-1887), por ejemplo, fustigó muchas de las decisiones presidenciales en “Los proscriptos i las letras”, especialmente aquellas relacionadas con la revolución de 1859, que aún fomentaba una política incapaz de reconciliar a los partidos y que mantenía a más de quinientas personas en el destierro. Expresaba que

[...] el Sr. Montt, elevado al poder a nombre de la educacion i de la instruccion pública, ha perseguido con un celo particular a los hombres de letras, profesores, periodistas, escritores y tribunos que se han mostrado independientes i dignos, porque parece haber querido que solo se escuchasen los coros de la adulación i de la bajeza en su gobierno” (GONZÁLEZ, 1861, p. 757).

Nada podía lograrse mientras no se desvaneciera la sombra de Montt y se asumiera la civilización y el progreso que suponía el proyecto letrado esgrimido en la revista. Solo de este modo sería posible la concreción del proyecto transnacional de sociabilidad intelectual, base de la nueva “república de las letras” americana.

La agonía del impreso

La inestabilidad del campo editorial chileno a causa de la carestía y falta de papel, la competencia desigual con la prensa diaria de mayor tiraje y menor costo, y la carencia de circuitos de distribución con un número considerable de lectores ávidos de consumir un bien como la revista, conspiraron para llevarla a su cierre. Alberto Blest Gana, contribuyente asiduo al bagaje de la revista con sus novelas, lo vaticinaba en una comunicación con José Antonio Donoso a finales de 1861:

La Revista del Pacífico concluirá, según creo, con el próximo número. Esto lo había previsto yo hace largo tiempo. Es imposible en Chile, donde la literatura es un pasatiempo para los que la cultivan, sostener un periódico por algunos meses: la falta de materiales es un obstáculo insuperable (FERNÁNDEZ LARRAÍN, 1991, p. 58).

Además de los ya mencionados, otros aspectos relacionados con el contexto de producción del impreso favorecieron su abrupto final. La dirección de la Revista en manos de un impresor –a diferencia de lo que sucedió en los primeros dos tomos– indujo a la publicación a medirse no solo en términos de riqueza intelectual, sino también de viabilidad financiera. Los abundantes compromisos editoriales de Santos Tornero, tanto con particulares como con el Gobierno chileno –que eran quienes permitían la estabilidad de la Imprenta–, le quitaban tiempo para confeccionar cada número de la revista.

Del mismo modo, la carencia de un respaldo político-institucional fuerte – como el que rodeó a los Anales de la Universidad de Chile desde su aparición en 1842– anudó la vida del soporte a los avatares de la realidad político-económica nacional y mundial. Eventualmente, la transformación de la revista en una plataforma política frente al Gobierno colocó en una situación incómoda a la Imprenta. Las concurrentes acusaciones que debía enfrentar Santos Tornero como último responsable de las opiniones que se vertían en el formato, afectó su economía y con ello puso en cortocircuito la estructura del proyecto editorial del español. Además, los constantes diferendos que se produjeron con editores y redactores llevaron al riojano a tomar las riendas de la dirección exclusiva de la revista, pero a un costo muy alto: asumir completamente todo el proceso de construcción del impreso.

Al mismo tiempo, la falta de un incentivo económico para los colaboradores, junto con la defección de los miembros de la «Sociedad de Amigos de la Ilustración» en la nueva revista oficial creada por dos de sus socios (la Revista Sud-América), y la disminución en la actividad del «Círculo de Amigos de las Letras» –debido a las numerosas ocupaciones de su organizador, José Victorino Lastarria–, no permitieron mantener el flujo necesario de contribuciones para cumplir con las exigencias y la periodicidad de la publicación.

Conclusiones

Durante su existencia, la Revista del Pacífico habilitó el surgimiento de un espacio de intercambio intelectual y se configuró como un escaparate capaz de visibilizar obras y autores americanos. Su rol como nodo articulador del proyecto de la “república de las letras” de alcance transnacional y escala continental fue esencial para conectar la producción literaria de las distintas naciones y colocarlas en discusión y diálogo. Los responsables del soporte accionaron el funcionamiento de redes intelectuales de solidaridad que facilitaron la concreción de esta empresa cultural, y así lograron la concurrencia de numerosos miembros de la elite letrada americana. Del mismo modo, la labor del empresario Santos Tornero y su Imprenta y Librería de El Mercurio proporcionó la infraestructura necesaria para lograr un mayor alcance de la publicación.

Sin embargo, el despliegue de esta propuesta se vio atado a la aguda crisis política vivida en el país en 1858-1859, que afectó no solo al soporte, sino también a sus responsables. El compromiso de los jóvenes liberales que participaban en la Revista apuntaló su papel como trinchera de resistencia frente al avance del gobierno de Manuel Montt. La crítica recurrente proferida desde sus páginas hacia las acciones de su administración derivó en el silenciamiento temporal de la publicación, la persecución a su director y a algunos de sus colaboradores, y la clausura de la imprenta que lo publicitaba.

El resurgir del impreso en 1860 permitió un nuevo impulso al proyecto americanista, especialmente a partir de la irrupción de espacios de sociabilidad intelectual como la «Sociedad de Amigos de la Ilustración» o el «Círculo de Amigos de las Letras». No obstante, la crítica a las políticas gubernamentales continuó, ya que aún el objetivo de vencer al conservadurismo seguía intacto. Solo una sociedad que lograra desprenderse de los resabios del atraso y el oscurantismo que esta facción política representaba podía abrazar la civilización y el progreso y aspirar a concretar la fundación de esa nueva república transfronteriza.

En suma, la Revista del Pacífico funcionó dentro de un campo histórico-literario en formación y en medio de una situación política conflictiva, lo que le llevó a alejarse de sus plataformas programáticas, al menos circunstancialmente, para asumir un compromiso político y fijar su posición contraria al poder (SARLO, 1992). Una función que los responsables del soporte creían necesaria para abonar el “terreno” intelectual y cumplir así a cabalidad con la apuesta editorial de alcance americano.

Material suplementario
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Notas
Notas
1 Este artículo forma parte del proyecto “Letras para la República. Redes intelectuales y vínculos colaborativos decimonónicos en Argentina, Chile y Uruguay (1852-1890)”, financiado por CONICYT-PCHA, beca de Doctorado Nacional 2015-21151324.
2 Acerca de los primeros pasos de Santos Tornero en el mundo editorial, la mayoría de los trabajos utilizan como fuente su autobiografía (SANTOS TORNERO, 1889), visión fragmentaria de su vida y sus trabajos. Para profundizar en la labor de este editor puede leerse Delgado Idarreta (2010, p. 75-88); García Cuerdas (2010, p. 70-75); Navarro Azcue (2006, p. 115-146).
3 El uso del término “porteño/a” refiere a todo lo relacionado con la ciudad de Valparaíso.
4 De esta lista inicial de colaboradores Benicio Álamos González, Manuel Carrasco Albano, Eusebio Lillo, Domingo Santa María, Ramón Sotomayor Valdés y Floridor Rojas no publicaron textos durante la existencia de la revista.
5 Desde el segundo semestre de 1860, la revista comenzó a publicarse en 4° para abaratar sus costos de producción y comercialización.
6 Durante la última época de la revista, el valor de venta se vio reducido y los radios de distribución fueron ampliados. Un primer círculo de alcance de la publicación incluyó a Valparaíso, Santiago, Concepción y Copiapó, donde el soporte redujo su precio de cinco a cuatro pesos. Por su parte, el costo en el resto de las provincias también disminuyó de siete a cinco pesos.
7 La presencia americana se registra del siguiente modo: argentinos (Juan María Gutiérrez, Juan Ramón Muñoz, Pastor S. Obligado, Vicente G. Quesada y Demetrio Rodríguez Peña); bolivianos (Ricardo José Bustamante, Gabriel René Moreno, Manuel José Cortés, Mariano Reyes Carmona y Mariano Ramallo); colombianos (Florentino González, José María Samper, Carlos Nicolás Cuervo y José Joaquín Borda); ecuatorianos (Pedro Moncayo y Arcesio Escobar); peruanos (Ricardo Palma) y panameños (Mariano Arosmena).
8 En el caso de la «Sociedad», esta entidad porteña constituyó en su seno una “Biblioteca Americana”, que formó a través de la colaboración de muchos de sus socios: Andrés Bello, Miguel Luis Amunátegui, Salvador Sanfuentes, Rosario Orrego, Gregorio Béeche y Francisco de Paula González Vigil. Igualmente, gracias al apoyo de sus participantes logró destinar parte de su capital a la compra de remesas de libros en Europa.
9 Carta de Diego Barros Arana a Juan María Gutiérrez. Santiago, 28 marzo 1856 (AMUNÁTEGUI SOLAR, 1939, p. 18-19).
10 Dice Alejandro Magariños Cervantes en el prospecto de la revista: “Soldados, aunque oscuros, del progreso, sabemos que solo el mal brota espontáneamente de la tierra, y que el bien se debe a una serie interrumpida de esfuerzos y sacrificios” (MAGARIÑOS CERVANTES, 1853, p. 8).
11 La transcripción de la crónica de sucesos apareció también en las páginas de su homónimo peruano. El Comercio. Lima, p. 2, 11 marzo 1859.
12 Petición de [José] Santos Tornero al intendente [de Valparaíso, Jovino Novoa] para interceder en la suspensión de El Mercurio. Valparaíso, 14 dic. 1858. Archivo Digital de Historia de las ideas Políticas en Chile. Santiago: Universidad Diego Portales. Disponible en: http://ideaspoliticas.icso.cl/archivo/.
13 Carta de José Santos Tornero a José Victorino Lastarria. Valparaíso, 24 oct. 1861. Archivo Digital de Historia de las ideas Políticas en Chile. Santiago: Universidad Diego Portales. Disponible en: http://ideaspoliticas.icso.cl/archivo/.
14 Si bien hay un consenso sobre la periodización de este período, que coloca el desarrollo de la “república conservadora” entre 1830 y 1865, otros investigadores la extienden hasta 1865 e, incluso, hasta la asunción presidencial de Aníbal Pinto en 1876 (COLLIER, 1989).
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